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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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Acababa de llegar con los amigos de su propia generación, Tanth Ein, Faralin Ferd y Eline Tal,<br />

todos vigorosos guerreros y buenos cazadores. Con ellos estaban sus mujeres, felices con las<br />

nuevas pieles de miela, y Dol Sakil, sombría, sentada en el antepecho de la ventana, a pesar de<br />

la lluvia. También estaba allí Raynil Layan, vestido con pieles perfectamente secas; se tiraba de<br />

la barba hendida y miraba de un lado a otro, sin hablar y sin que le hablaran.<br />

Aoz Roon apenas dedicó una mirada a su hija natural antes de decir a Laintal Ay en tono<br />

desafiante: —Has faltado otra vez.<br />

—Por un rato. Fui a inspeccionar las defensas. Yo...<br />

Aoz Roon miró a sus compañeros y dijo, después de una risa breve: —Por el aire que tienes,<br />

y por el vestido de Oyre, mal abrochado, sé que has estado inspeccionando bastante más que las<br />

defensas. No me mientas, gallito de riña.<br />

Los demás hombres rieron. Laintal Ay enrojeció.<br />

—No soy un mentiroso. Fui a inspeccionar nuestras defensas, pero no tenemos defensas. No<br />

hay guardias mientras todos beben en los prados. Oldorando caería ante el ataque de un solo<br />

borlienés. Estamos tomando la vida con demasiada facilidad, y no das buen ejemplo.<br />

Laintal Ay sintió en el brazo la mano serena de Oyre.<br />

—Por aquí vienes muy poco —dijo Dol, en tono de reproche, pero fue ignorada, pues Aoz<br />

Roon se volvió a los otros y dijo: —Ya veis lo que he de tolerar de estos supuestos<br />

lugartenientes. Siempre insolencias. Oldorando está ahora oculta y protegida por la vegetación<br />

que crece más cada semana. Cuando vuelva el clima guerrero, que volverá, habrá tiempo para la<br />

guerra. Estás tratando de crear problemas, Laintal Ay.<br />

—No es así. Trato de evitarlos.<br />

Aoz Roon se adelantó y se detuvo ante él; la enorme figura negra descollaba sobre la del<br />

joven.<br />

—Entonces calla. Y no me des lecciones.<br />

Se oyeron gritos afuera, por encima del ruido de la lluvia. Dol miró por la ventana y avisó<br />

que alguien estaba en dificultades. Oyre corrió a reunirse con ella.<br />

—Atrás —gritó Aoz Roon, pero las tres mujeres mayores también se acercaron a la ventana.<br />

La habitación se hizo aún más oscura.<br />

—Vamos a ver qué ocurre —dijo Tanth Ein. Empezó a bajar las escaleras, casi bloqueando<br />

la puerta trampa con los hombros, seguido por Faralin Ferd y Eline Tal. Raynil Layan<br />

permaneció en las sombras, mirando cómo salían. Aoz Roon hizo un movimiento, como si<br />

quisiera detenerlos. Al fin se quedó indeciso en el centro de la sombría habitación. Sólo Laintal<br />

Ay lo miraba.<br />

Laintal Ay se adelantó y le dijo: —Perdí la serenidad; pero no tenías que haberme llamado<br />

mentiroso. Aunque esto no implica que olvides mi advertencia. Es nuestra responsabilidad<br />

mantener la ciudad defendida como en otro tiempo.<br />

Aoz Roon se mordió el labio, sin escuchar.<br />

—Recibes tus ideas de esa maldita mujer, Shay Tal.<br />

Habló en tono ausente, con un oído alerta a los ruidos exteriores. A los gritos de antes se<br />

unían otros masculinos. También las mujeres de la ventana gritaron mientras se abrazaban unas<br />

a otras.<br />

—¡Apártate! —gritó Aoz Roon aferrando con rabia a Dol. Cuajo, el gran mastín amarillo, se<br />

puso a aullar.<br />

El mundo danzaba con el tambor de la lluvia. Las figuras debajo de la torre estaban grises.<br />

Dos de los tres macizos cazadores alzaban un cuerpo del barro, en tanto que el tercero, Faralin<br />

Ferd, intentaba llevar a un lugar protegido a dos ancianas empapadas. Las dos mujeres, que no<br />

pretendían estar más cómodas, alzaban los rostros llorosos mientras la lluvia les caía en las<br />

bocas abiertas. Eran la mujer de Datnil Skar y una viuda, la tía de Faralin Ferd.<br />

Las dos mujeres habían traído el cuerpo desde la puerta norte, cubriéndolo y cubriéndose de<br />

barro en el camino. Cuando los cazadores se irguieron con la carga, se pudo ver el cuerpo. Tenía<br />

el rostro deformado y cubierto por una máscara de sangre, que la lluvia no lavaba. La cabeza le<br />

cayó hacia atrás cuando los cazadores lo levantaron. La sangre le goteaba aún sobre la cara y las<br />

ropas. Le habían mordido el cuello, tan limpiamente como puede morder un hombre un gran<br />

bocado de manzana.

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