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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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concernía a las mujeres; porque si los hombres eran ahora más irresponsables, las mujeres eran<br />

más vanidosas.<br />

—¿Qué me has traído?<br />

Este, con variaciones, era el saludo corriente cuando las mujeres acudían con sus niños a<br />

recibir a los hombres. Iban hasta el puente nuevo y aguardaban allí, en la costa este del Voral,<br />

mientras los niños arrojaban piedras a los patos y los gansos, y esperaban impacientes a que los<br />

hombres regresaran con carne y con pieles.<br />

La carne era una necesidad indispensable, y de nada servía un cazador que regresara sin ella.<br />

Pero lo que excitaba un frenesí de júbilo en los corazones de las mujeres eran las pieles, las<br />

brillantes pieles de miela. Nunca habían imaginado anteriormente, en sus empobrecidas vidas, la<br />

posibilidad de cambiar de ropas. Nunca como ahora habían tenido tanto trabajo los curtidores.<br />

Nunca, antes, los hombres habían cazado si no era buscando alimento. Todas las mujeres<br />

deseaban tener una piel de miela, y mejor más de una, y también vestir con ellas a los hijos.<br />

Competían entre sí por la belleza de las pieles. Azules, magenta, cereza, aguamarina.<br />

Chantajeaban a los hombres de un modo que a ellos no les desagradaba. Se adornaban, se<br />

pintaban los labios, se exhibían. Se arreglaban el pelo. Incluso empezaron a lavarse.<br />

Correctamente usadas, con aquellas rayas eléctricas verticales, las pieles de miela hacían<br />

elegantes incluso a las mujeres gruesas. Era preciso que estuvieran bien cortadas. Una nueva<br />

profesión prosperó en Oldorando: la de sastre. Así como las flores mostraban campanas, espigas<br />

y rostros en las calles, entre las viejas torres, y mientras las enredaderas trepaban a las gastadas<br />

piedras, así las mujeres empezaron a parecerse a las flores. Vestían telas de colores brillantes,<br />

que sus madres jamás habían visto.<br />

Y poco más tarde, en defensa propia, los hombres también se despojaron de las viejas y<br />

pesadas pieles y empezaron a usar las de miela.<br />

Los días eran serenos y amenazadores, y las copas chatas de los rajabarales humeaban en el<br />

aire tranquilo.<br />

Oldorando estaba en silencio bajo los altos cúmulos. Los cazadores habían salido. Shay Tal<br />

escribía sola en su habitación. No le preocupaba su propio aspecto, y continuaba llevando las<br />

píeles viejas mal cortadas. Tenía aún en la mente las voces roncas de los fessupos y de los<br />

coruscos de la familia. Aún soñaba con la perfección y con un viaje.<br />

Cuando Vry y Amin Lim descendieron de la habitación superior, Shay Tal alzó vivamente la<br />

vista y dijo:<br />

—Vry, ¿qué pensarías de un globo como modelo del mundo?<br />

Vry respondió: —Tendría bastante sentido. Un globo gira con facilidad en todas direcciones,<br />

y las estrellas vagabundas son redondas. Así que quizá nosotros también seamos así.<br />

—¿Y un disco, una rueda? Nos han enseñado que la roca original descansa sobre un disco.<br />

—Mucho de los que nos han enseñado es incorrecto. Tú nos has dicho eso, madre —dijo<br />

Vry—. Yo pienso que el mundo gira alrededor de los centinelas. Shay Tal las miró un rato. La<br />

inspección las puso incómodas. Habían abandonado las viejas pieles y usaban brillantes trajes<br />

de miela. Franjas de color gris y cereza recorrían el cuerpo de Vry. Las orejas del animal le<br />

adornaban los hombros. A pesar de que Aoz Roon amenazaba en la academia con nuevas<br />

restricciones, le había regalado las pieles. Vry caminaba con paso más seguro; había ganado<br />

encanto.<br />

De repente, el temperamento de Shay Tal estalló.<br />

—Os estáis burlando de mí, par de necias, mozuelas estúpidas. No me digáis que no. Yo sé<br />

qué hay debajo de ese aire de docilidad. Mirad cómo vais vestidas... No estamos llegando a nada<br />

con nuestros conocimientos, no vamos a ninguna parte. Todo parece traer nuevas dificultades.<br />

Tendré que ir a Sibornal, para encontrar la gran rueda de que hablan los coruscos. Quizá esté allí<br />

la certeza, la verdadera libertad. Aquí sólo hay la maldición de la ignorancia... Y de todos<br />

modos, ¿adonde vais?<br />

Amin Lim abrió las manos como para demostrar que era inocente.<br />

—Sólo al campo, señora, a ver si hemos logrado curar el moho de la avena.<br />

Era una muchacha gruesa, y más gruesa aún por la semilla que un hombre había plantado en<br />

ella. Permaneció en actitud implorante hasta que en la mirada de Shay Tal hubo un leve destello<br />

de asentimiento; ella y Vry casi huyeron de la opresiva habitación.

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