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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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campanarios pardos que las hormigas elevaban en todas partes; giraban, miraban con malicia<br />

hacia atrás, agitaban las crines, relinchaban, y con frecuencia se lanzaban contra los hombres<br />

para prolongar el juego. O también, cuando se cansaban de esto, y de pastar con los suaves<br />

hocicos entre la hierba, los potros montaban a las potrancas, arrollándolas alborozados entre las<br />

altas flores blancas circundantes. Con una nota aguda como la de la paloma torcaz, semejante a<br />

una risa, hundían los prodos rayados en los complacientes quemes de las yeguas, y luego se<br />

apartaban, pavoneándose, goteando ante el aplauso de los cazadores.<br />

Este desenfado tenía efectos sobre los hombres. Ya no parecían querer regresar a las<br />

habitaciones de piedra. Después de derribar a un animal, se demoraban de buena gana junto al<br />

fuego en que se asaba, hablando de mujeres y proezas, cantando, aspirando el aroma de la<br />

salvia, el dogotordo y el escantion, que florecían, y que exhalaban placenteras fragancias<br />

aplastados por los cuerpos.<br />

Vivían, en general, en armonía. Cuando apareció Raynil Layan —era inusitado ver en los<br />

terrenos de caza a los hombres de las corporaciones— ese buen ánimo se interrumpió por un<br />

rato. Aoz Roon se alejó de los demás y habló con Raynil Layan, con la cara vuelta hacia el<br />

lejano horizonte. Volvió con expresión sombría y no quiso decir a Laintal Ay ni a de qué se<br />

había hablado.<br />

Cuando la falsa noche caía sobre Oldorando, y uno u otro de los centinelas esparcía sus<br />

cenizas sobre el cielo occidental, los mielas venteaban un peligro conocido. Abrían los ollares<br />

en el aire sonrojado, atentos a los lenguas de sable.<br />

También estos enemigos exhibían brillantes colores. Los lenguas de sable eran rayados como<br />

sus víctimas, siempre de negro y otro color, un color sangriento, generalmente rojo o castaño<br />

rojizo. Los lenguas de sable se parecían mucho a los mielas, aunque las patas eran más gruesas<br />

y cortas y las cabezas redondas, rasgo que la falta de orejas acentuaba. De la cabeza, instalada<br />

sobre un macizo cuello, brotaba el arma principal de la especie: rápido para la persecución en<br />

distancias cortas, el lengua de sable podía proyectar desde la garganta una lengua afilada, capaz<br />

de cortar la pata de un miela a la carrera.<br />

Después de haberlas visto en acción, los cazadores se mantenían alejados de estas bestias.<br />

Por otra parte, los lenguas de sable no se mostraban agresivos ni temerosos en presencia del<br />

hombre. La humanidad no figuraba en el menú de los lenguas de sable, ni viceversa.<br />

Aparentemente, el fuego los atraía. Los lenguas de sable desarrollaron el hábito de acercarse<br />

a las hogueras de los campamentos, en parejas, y sentarse o echarse ante el fuego. Se lamían<br />

mutuamente con las afiladas lenguas y comían los trozos de carne que los hombres les<br />

arrojaban. Sin embargo, no se dejaban tocar, y se apartaban gruñendo de cualquier mano<br />

cautelosamente extendida. Ese gruñido era suficiente advertencia para los cazadores. Habían<br />

visto los daños que podía causar esa terrible lengua cuando se usaba con furia.<br />

Matas de espino y de dogotordo florecían en el paisaje. Los hombres dormían bajo las ramas<br />

pesadas. Estaban rodeados de vegetación y de empalagosos aromas, y de unas flores que nadie<br />

había visto ni olido antes, excepto los antiguos fessupos. En los matorrales había colmenas de<br />

abejas, algunas llenas de miel. De la miel fermentada hacían el bitel. Esa bebida viscosa<br />

emborrachaba a los hombres, que se perseguían unos a otros sobre la hierba, riendo, gritando,<br />

luchando, hasta que los curiosos mielas se acercaban para ver dónde estaba la diversión.<br />

Tampoco los mielas permitían que los hombres los tocaran, aunque lo intentaban muchos,<br />

ebrios de bitel, corriendo tras los animales retozones, hasta que se caían y se quedaban dormidos<br />

en donde estaban.<br />

En los viejos tiempos, la vuelta al hogar era la coro<br />

nación del placer de la caza. El reto de los helados glaciares concluía con la calidez y el<br />

sueño. Todo esto había cambiado. La cacería se había convertido en un juego. Ya no era preciso<br />

el esfuerzo de los músculos, y hacía calor en las praderas en flor.<br />

Oldorando era también menos atractiva para los cazadores. La aldea era más populosa<br />

porque más niños sobrevivían a los azares del primer año de vida. Los hombres preferían<br />

reunirse a beber bitel amistosamente, evitando las quejas con las que a veces eran recibidos.<br />

Por eso, ya no regresaban en un solo y ruidoso grupo, como antes, sino que se deslizaban a<br />

sus hogares de dos en dos, o de tres en tres, más discretamente.<br />

Esta nueva clase de retorno implicaba una excitación antes desconocida, al menos en lo que

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