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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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más que el poste que lo ocultaba.<br />

Cuando el maestro y Shay Tal entraron y cerraron la puerta, el corpulento Raynil Layan se<br />

movió con vivacidad y paso ligero. Aplicó un ojo a una hendidura entre dos maderas que él<br />

mismo había abierto tiempo atrás para observar mejor los movimientos del hombre a quien un<br />

día suplantaría. Con la cara deformada por los considerables tirones que daba a su barba<br />

ahorquillada —un hábito nervioso que sus enemigos remedaban —, vio cómo Datnil Skar<br />

sacaba de la caja el registro secreto de la corporación de curtidores. El anciano lo abrió ante la<br />

mirada de la mujer. Cuando Aoz Roon lo supiera, sería el fin del viejo maestro, y el comienzo<br />

del imperio del nuevo. Raynil Layan descendió lentamente los escalones, con tranquila<br />

deliberación, uno a uno.<br />

Con un dedo tembloroso, el maestro Datnil señaló un blanco en las páginas del enmohecido<br />

volumen.<br />

—Este es un secreto que ha pesado sobre mí durante muchos años, madre, y espero que tus<br />

hombros no sean demasiado débiles para él. En el momento más frío y oscuro de una antigua<br />

época, Embruddock fue asaltada por los malditos phagors. El nombre mismo es la corrupción<br />

del nombre phagor: Hrrm-Bhhrd Ydohk... Nuestra corporación se refugió en las cavernas, en el<br />

desierto, pero los hombres y las mujeres fueron retenidos aquí. Nuestra especie vivía en<br />

esclavitud, y los phagors reinaban... ¿No es un terrible infortunio?<br />

Shay Tal pensó en el dios phagor Wutra, representado en el templo.<br />

—Un infortunio que aún no ha concluido. Antes nos gobernaban —dijo— y ahora son<br />

todavía adorados. ¿No nos convierte eso en una raza de esclavos hasta el día de hoy?<br />

Una mosca con placas verdes, de una especie que sólo había aparecido recientemente, zumbó<br />

desde un rincón polvoriento y se posó en el libro.<br />

El maestro Datnil miró a Shay Tal con súbito temor.<br />

—Tenía que haber resistido la tentación de mostrártelo. No tenía por qué hacerlo. —Parecía<br />

demacrado.— Wutra me castigará.<br />

—¿Crees en Wutra a pesar de las pruebas?<br />

E! anciano temblaba, como si hubiese oído afuera el paso del destino.<br />

—Está en todas partes... Somos sus esclavos... Trató de matar la mosca verde, que lo esquivó<br />

mientras iniciaba una espiral hacia alguna meta distante.<br />

Los cazadores contemplaban a los mielas con asombro profesional. De toda la vida que había<br />

invadido las praderas del oeste, el deportivo miela era la criatura que mejor representaba el<br />

nuevo espíritu. Más allá de la ciudad estaba el puente, y más allá del puente, los mielas.<br />

Freyr había sacado a los vidriados de una larga hibernación. La señal había pasado del sol a<br />

la glándula: con los eddres llenos de vida, los vidriados se estiraron y volvieron a vivir, salieron<br />

de las oscuras y cómodas madrigueras para lanzarse a la exuberancia del movimiento, para<br />

alegrarse y ser mielas. Manadas y manadas de mielas, ligeros como la brisa, rayados, sin<br />

cuernos, similares a asnos o pequeños kaidaws, que galopaban, brincaban, pastaban y se<br />

hundían entre los deliciosos pastos hasta el corvejón. Y podían superar a casi cualquier otra cosa<br />

que corriera.<br />

Los mielas tenían franjas horizontales de dos colores, desde el morro hasta la cola. Esas<br />

franjas podían ser rojo y negro, o rojo y amarillo, o negro y amarillo, o verde y amarillo, o verde<br />

y rojo, o verde y celeste, o celeste y blanco, o blanco y cereza, o cereza y rojo. Cuando las<br />

manadas se echaban descuidadamente a descansar, y los mielas se estiraban como gatos, con las<br />

patas extendidas, se confundían con el paisaje, que también había adoptado una nueva<br />

apariencia para la nueva estación. Así como los mielas habían emergido del estado de vidriados,<br />

la «llanura estremecida de flores» había pasado de la canción a la realidad.<br />

Al principio, los mielas no temían a los cazadores.<br />

Galopaban entre los hombres resoplando jubilosamente, con la crin al viento y la cabeza en<br />

alto, y mostraban los grandes dientes enrojecidos por la verónica, la raiga y el dogotordo<br />

escarlata. Los cazadores estaban perplejos, entre el regocijo y la pasión de la cacería, y reían<br />

viendo a esas bestias ágiles cuyas grupas relumbraban cuando las tocaban los rayos de los<br />

centinelas. Esos animales traían la madrugada a las llanuras. En el encanto del primer encuentro,<br />

parecía imposible matarlas.<br />

De repente ventoseaban y volaban como la brisa, atronando el campo entre los fútiles

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