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pared, para poder incorporarse con facilidad. Su anciana mujer y el oficial mayor, Raynil Layan<br />
—un hombre maduro, de barba bifurcada y maneras untuosas—, entraban, y salían; en<br />
consecuencia el abuelo hablaba con circunspección.<br />
Respondió a la pregunta de Shay Tal diciendo: —Salgamos a dar unos pasos al sol, madre<br />
Shay. El calor es bueno para mis huesos.<br />
Afuera, tomados del brazo, siguieron el sendero invadido por cerdos de rizado pelaje. No<br />
había nadie cerca, porque los cazadores estaban en las praderas del oeste y muchas mujeres en<br />
la campiña, acompañadas por los esclavos. Perros sarnosos dormían a la luz de Freyr.<br />
—Los cazadores pasan mucho tiempo afuera —dijo el maestro Datnil— y entretanto las<br />
mujeres se comportan mal. Nuestros esclavos de Borlien cosechan mujeres tanto como espigas.<br />
No sé qué ocurre en el mundo.<br />
—La gente copula corno animales. El frío para el intelecto, el calor para la sensualidad. —<br />
Shay Tal alzó la mirada hacia unos pájaros que se lanzaban a los huecos entre las piedras de las<br />
torres, llevando insectos a los polluelos.<br />
El anciano le dio unas palmadas en el brazo y le miró la cara consumida.<br />
—No te desanimes. Tienes tu sueño de ir a Sibornal. Todos hemos de tener algo.<br />
—¿Algo? ¿Qué? —Shay Tal frunció el ceño.<br />
—Algo en qué apoyarnos. Una visión, una esperanza, un sueño. No sólo vivimos de pan, ni<br />
siquiera los peores. Siempre hay alguna suerte de vida interior... Eso es lo que sobrevive cuando<br />
nos convertimos en coruscos.<br />
—La vida interior... no puede morir de hambre, ¿verdad?<br />
Ambos se detuvieron junto a la torre de techo de hierba. Miraron los bloques de piedra de la<br />
torre. A pesar del tiempo, se conservaban bien. El perfecto ajuste de los sillares suscitaba<br />
preguntas sin respuesta. ¿Cómo se hacía para extraer y cortar la piedra? ¿Cómo había sido<br />
posible construir una torre capaz de sostenerse nueve siglos?<br />
Las abejas les zumbaban entre las piernas. Una bandada de grandes aves cruzó el cielo y<br />
desapareció detrás de una torre. Shay Tal sintió la urgencia del día y deseó confundirse con algo<br />
grande, que lo abarcara todo.<br />
—Tal vez podríamos hacer una pequeña torre de barro. El barro se seca y queda fuerte.<br />
Primero una pequeña torre. La piedra más tarde. Aoz Roon tendría que levantar murallas de<br />
barro alrededor de Oldorando. En este momento, la aldea está virtualmente desguarnecida. Todo<br />
el mundo está afuera. ¿Quién tocará el cuerno de alarma? Podemos ser atacados por toda clase<br />
de agresores, humanos e inhumanos.<br />
—Leí una vez que un hombre cultivado de mi corporación hizo un modelo del mundo en<br />
forma de globo. Era posible hacerlo girar y que mostrase dónde estaban las tierras... Dónde<br />
Embruddock, y dónde Sibornal, y así sucesivamente. Estaba guardado en la pirámide, con<br />
muchas otras cosas.—El Rey Denniss temía otras cosas además del frío. Temía a los invasores.<br />
Maestro Datnil, durante largo tiempo he guardado silencio acerca de mis pensamientos secretos.<br />
Pero me atormentan y tengo que hablar... He sabido por mis fessupos que Embruddock —se<br />
interrumpió, consciente de la gravedad de lo que iba a decir, antes de completar la frase— fue<br />
gobernada en un tiempo por los phagors.<br />
Después de un momento, el anciano dijo en tono ligero: —Ya basta de sol. Volvamos a casa.<br />
Mientras subían a la habitación, él se detuvo en el tercer piso de la torre. Era la sala de<br />
reuniones de la corporación, y olía fuertemente a cuero. Escuchó. Todo estaba en silencio.<br />
—Quería asegurarme de que mi primer oficial había salido. Ven aquí.<br />
Junto al rellano había una habitación pequeña. El maestro Datnil sacó una llave del bolsillo y<br />
abrió la puerta, mirando ansiosamente una vez más alrededor. Sorprendió la mirada de Shay Tal<br />
y agregó: —No quiero que nadie nos interrumpa. Compartir los secretos de nuestra corporación,<br />
como pienso hacer, está penado con la muerte. Puedo ser viejo, pero no quiero renunciar a los<br />
últimos años de mi vida.<br />
Ella miró en tomo mientras entraba en un pequeño cuarto contiguo a la sala de reuniones.<br />
Ninguno de ellos vio a Raynil Layan, el oficial mayor de la corporación que heredaría el manto<br />
del maestro Datnil cuando el anciano se retirara. Estaba en las sombras, detrás del poste que<br />
sostenía la escalera de madera. Raynil Layan era un hombre prudente y preciso, de maneras<br />
siempre circunspectas; en ese momento estaba absolutamente rígido, sin respirar ni moverse