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IX<br />

DENTRO Y FUERA DE UNA PIEL DE MIELA<br />

Las encantadas soledades empezaron a demarcar las costas de los ríos con árboles de gruesos<br />

troncos. Nieblas y neblinas se elevaban de los arroyos nuevos.<br />

El gran continente de Campannlat tenía unos veintidós mil kilómetros de largo por ocho mil<br />

de ancho. Ocupaba la mayor parte de la zona tropical en todo un hemisferio del planeta<br />

Heliconia. Había en él dramáticos extremos de temperatura, profundidad, altura, calma y<br />

tempestad. Y ahora despertaba a la vida.<br />

Un proceso de edades llevaba al continente, grano por grano, montaña a montaña, hacia los<br />

turbios mares que le ceñían las costas. Una tendencia similar, igualmente despiadada y de largo<br />

alcance, aumentaba los niveles de energía. El cambio del clima aceleraba el metabolismo y el<br />

fermento de los dos soles estallaba en las venas del mundo: temblores, hundimientos,<br />

erupciones volcánicas, fumarolas, inmensas supuraciones de lava. La cama del gigante crujía.<br />

Estas tensiones hipogeas operaban también en la superficie planetaria, donde de los viejos<br />

mantos helados brotaban tapices de color y altas lanzas verdes antes de que los últimos restos de<br />

nieve se pudrieran en el suelo, tan apremiante era la llamada de Freyr, Pero las semillas habían<br />

estado esperando ese momento ventajoso. La flor respondía a la estrella.<br />

Después de la flor, nuevamente la semilla. Pero esas semillas suplían los requisitos<br />

energéticos de los nuevos animales que corrían por las nuevas praderas. También los animales<br />

habían estado esperando ese momento. Las especies proliferaban. Los estados cristalinos de<br />

cataplexia se desvanecían con rapidez. La muda dejaba montones de pelaje invernal desechado,<br />

que las aves utilizaban inmediatamente en los nidos, al tiempo que el estiércol proveía de<br />

alimentos a los insectos.<br />

En las largas nieblas pululaban unos pájaros veloces.<br />

Una multitudinaria vida alada centelleaba como joyas sobre lo que un momento antes había<br />

sido sólo un glaciar estéril. En una tormenta de vida, los mamíferos se precipitaban a galope<br />

tendido hacia el verano.<br />

Los múltiples cambios terrestres que seguían al inexorable cambio astronómico eran tan<br />

complejos que ningún hombre o mujer podía comprenderlos. Pero el espíritu humano respondía<br />

ante ellos. Los ojos se abrían y volvían a ver. En todo Campannlat, en la savia de los abrazos<br />

humanos había una nueva pasión.<br />

La gente era más sana, y sin embargo las enfermedades se difundían. Las cosas mejoraban, y<br />

sin embargo empeoraban. Más gente moría, y sin embargo más gente vivía. Había más comida,<br />

pero más gente hambrienta. La causa de todas estas contradicciones estaba en el exterior. Freyr<br />

llamaba, y hasta los sordos respondían.<br />

El eclipse anticipado por Vry y Oyre ocurrió pronto. Para ellas, que lo esperaban, fue motivo<br />

de satisfacción, pero la mayoría se alarmó. Ambas pudieron ver cómo se espantaban los no<br />

iniciados. Aun Shay Tal cerró los ojos y se echó en la cama. Los osados cazadores no se<br />

movieron de la aldea. Los ancianos tuvieron síncopes.<br />

Sin embargo, el eclipse no fue total.<br />

La lenta erosión del disco de Freyr comenzó muy temprano, por la tarde. Quizá lo más<br />

inquietante era la duración de todo el asunto. Hora tras hora, la erosión de Freyr aumentaba.<br />

Cuando los soles se pusieron, estaban aún entrelazados. No había ninguna garantía de que<br />

volvieran a aparecer, o de que aparecieran enteros. La mayor parte de la población salió al<br />

campo para contemplar ese crepúsculo sin precedentes. En un silencio de ceniza, los mutilados<br />

centinelas se hundieron en el horizonte.

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