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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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subsistía. Shay Tal se movía sin descanso de un lado a otro mientras Laintal Ay, junto a la<br />

puerta, mirando hacia la calle, recordaba que de muchacho había jugado allí.<br />

Los muros estaban decorados con pinturas de estilo formal. Muchas se habían estropeado.<br />

Shay Tal miraba el alto estrado del altar de sacrificios. Algo que podía haber sido sangre<br />

oscurecía las piedras, A demasiada altura para que nadie pudiera intentar deteriorarla, había una<br />

representación de Wutra. Shay Tal la miró con los puños apoyados en las caderas.<br />

La pintura mostraba la cabeza y los hombros de Wutra, con un manto velludo. Los ojos<br />

miraban desde la larga cara animal con una expresión que podía interpretarse como compasiva.<br />

El rostro era azul, y representaba el color ideal del cielo donde Wutra moraba. Un áspero pelo<br />

blanco, casi como unas crines, le coronaba la cabeza; pero la característica más asombrosa era el<br />

par de cuernos que le brotaba del cráneo y que remataba en campanillas de plata.<br />

Detrás de Wutra se apretujaban otras figuras de una mitología olvidada, en general<br />

horrendas, que descendían del cielo. Wutra llevaba los dos centinelas posados en los hombros.<br />

Batalix estaba representado como un buey, barbado, gris, anciano, y de la lanza le brotaban<br />

rayos de luz. Freyr era más grande: un viril mono verde con una clepsidra suspendida del cuello.<br />

La lanza de Freyr, más grande que la de Batalix, también irradiaba rayos de luz.<br />

Shay Tal se apartó, diciendo vivamente; —Ahora, mi experimento, si Goija Hin está<br />

preparado.<br />

—¿Has visto lo que querías? —Laintal Ay estaba sorprendido por la brusquedad de Shay<br />

Tal.<br />

—No lo sé. Quizá lo sepa después. Me propongo entrar en pauk. Me hubiera gustado<br />

preguntar a algunos de los viejos sacerdotes si se pensaba que Wutra presidía el mundo inferior,<br />

así como la tierra y el cielo... Hay tantas discontinuidades... Goija Hin traía ya a Myk del<br />

establo, debajo de la gran torre. Goija Hin era el encargado de los esclavos, y exhibía todos los<br />

estigmas de su tarea. Era bajo pero fornido, con brazos y piernas musculosos. Las facciones se<br />

le situaban con dificultad en la cara de frente baja y adornada con mechones en desorden. Vestía<br />

ropas de cuero, y durmiera o se paseara siempre lo acompañaba un látigo. Todos conocían a<br />

Goija Hin, un hombre impermeable a los golpes y a los pensamientos.<br />

—Vamos Myk, bestia, es hora de que sirvas para algo —dijo en el tono habitual, ronco y<br />

gruñón.<br />

Myk se movió rápidamente; había crecido en esclavitud. Era el phagor que más largo tiempo<br />

había servido en Oldorando, y podía recordar al predecesor de Goija Hin, un hombre de aspecto<br />

mucho más terrible. Myk tenía algunos pelos negros en la sucia piel, la cara arrugada, y grandes<br />

bolsas húmedas debajo de los ojos.<br />

Era siempre dócil. En esa ocasión, Oyre estaba cerca para tranquilizarlo. Mientras Oyre le<br />

palmeaba la espalda encorvada, Goija Hin lo pinchaba con un palo.<br />

Oyre, actuando como intermediaria de Shay Tal, había pedido permiso a Aoz Roon para que<br />

ella empleara un phagor en un difícil experimento. Aoz Roon había respondido<br />

descuidadamente que tomara a Myk, que era demasiado viejo.<br />

Los dos humanos llevaron a Myk a un recodo del Voral donde el río era profundo, no muy<br />

lejos de la ruinosa torre de Shay Tal. Shay Tal y Laintal Ay estaban ya esperando cuando llegó<br />

el trío. Shay Tal miraba la profundidad de la corriente como sí tratara de descifrar sus secretos,<br />

con las mejillas hundidas y la expresión ausente.<br />

—Pues bien, Myk —dijo cuando se acercó al phagor. Lo miró pensativa. Fláccidas bolsas de<br />

piel le colgaban del pecho y del estómago. Goija Hin ya le había atado las manos a la espalda.<br />

Myk movía aprensivamente la cabeza entre los hombros encogidos. Cuando miró el Voral, el<br />

fluido lechoso le salió por los ollares, en oleadas sucesivas, y gritó sordamente. ¿Era posible que<br />

el agua lo convirtiese en estatua? Goija Hin saludó con aspereza a Shay Tal.<br />

—Átale las piernas —ordenó Shay Tal.<br />

—No le hagas mucho daño —dijo Oyre—. Conozco a Myk desde que era niña y es<br />

totalmente dócil. Nos llevaba montados, ¿recuerdas, Laintal Ay?<br />

Laintal Ay se adelantó al oír la petición.<br />

—Shay Tal no le hará ningún daño —respondió, sonriendo a Oyre. Ella lo miró<br />

interrogativamente.<br />

Atraídos por la posible novedad, varias mujeres y muchachos se reunieron en grupos sobre la

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