aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf
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tenía que descender al mundo de los fessupos en busca de conocimiento, aunque ella misma protestase. Los anillos de crecimiento del tubo eran protuberantes, y podían utilizarse como escalones. La estrechez del tubo permitía, además, que cualquiera que ascendiese o descendiese pudiera sostenerse apoyando la espalda en la pared posterior. El aire subía y susurraba en los oídos de Vry. Una cosa como una telaraña, un espíritu viviente, le rozó la mejilla. Vry resistió el impulso de gritar. Bajaron hasta el nacimiento de la segunda rama. La cámara bulbosa era aún más pequeña que la superior: permanecieron juntos, con las cabezas unidas. Vry podía sentir el olor y el contacto de Dathka. Algo se estremeció en ella. —¿Ves las luces? —dijo Dathka. Había tensión en la voz de él. Vry luchó consigo misma, aterrorizada por el deseo que la inundaba. Si ese hombre silencioso le ponía un dedo encima, caería en brazos de él, se arrancaría las pieles, se desnudaría y copularía con él en aquel oscuro lecho subterráneo. Imágenes obscenas y deliciosas le asaltaban la mente. —Quiero subir —dijo, obligándose a hablar. —No te asustes. Mira las luces. Aturdida, sin dejar de percibir el olor de Dathka, miró la segunda rama. Había puntos luminosos, como estrellas; galaxias de estrellas rojas aprisionadas en el árbol. Él se movió hacia adelante, eclipsando las constelaciones con la espalda. Puso una cosa suave en los brazos de ella. Era ligero, estaba cubierto de algo que parecía un pelaje, tan híspido como el de un pinzasaco. Confundida, no consiguió saber qué era aquello. —¿Qué es? A modo de respuesta —quizás había sentido el deseo de ella, pero no podía dar una respuesta más clara—, Dathka le acarició el rostro con una torpe ternura. —Oh, Dathka —suspiró Vry. El temblor se apoderó de ella, y se le extendió desde las entrañas a todo el cuerpo. No podía dominarse. —Lo llevaremos arriba. No te asustes. Los cerdos negros se escurrían entre las hojas del brassimipo cuando emergieron a la luz del día. El mundo parecía enceguecedor, el ruido de las hachas intolerable, la fragancia del jasiklaso indebidamente intensa. Vry se dejó caer y miró con indiferencia el pequeño animal cristalino que tenía en los brazos. Se encontraba en un estado que recordaba el estado de brida de los phagors, enroscado corno una bola, y las cuatro patas replegadas sobre el estómago. Estaba inmóvil y parecía de vidrio. Vry no pudo desenroscarlo. Los ojos de la criatura la miraban sin ver, entre los párpados quietos. En el pelaje gris polvoriento había unas estrías descoloridas. De algún modo lo odiaba, así como a Dathka, tan insensible a los sentimientos de una mujer que había confundido los temblores del deseo con los temblores del miedo. Sin embargo, se sentía agradecida pensando que la estupidez de él le había ahorrado a ella algún infortunio. Agradecida y resentida. —Es un vidriado —dijo Dathka, poniéndose de cuclillas a su lado, mirándola de reojo, como perplejo. —¿Un venerado? —Por un instante, Vry sintió que él trataba de dar expresión a un humor insólito.—Un vidriado. Hibernan en los brassimipos, en busca de calor. Llévalo a tu casa. —Shay Tal y yo los hemos visto al oeste del río. Mielas, así se llaman cuando salen de la hibernación. —¿Qué habría pensado Shay Tal si... ? —Llévatelo —repitió él—. Te lo regalo. —Gracias —respondió ella furiosa. Se puso de pie, con las emociones otra vez en orden. Vry advirtió que tenía sangre en la mejilla, donde él la había acariciado con la mano lastimada. Los esclavos cortaban a hachazos el cuerpo monstruoso. Laintal Ay había llegado y hablaba con Tanth Ein y Aoz Roon. Este último llamó enérgicamente a , agitando la mano por encima de la cabeza. Con una resignada mirada de despedida a Vry, se acercó al señor de Embruddock. Los atareados movimientos de los hombres nada significaban para ella. Apretó el vidriado entre el brazo y los pequeños pechos y se marchó colina abajo hacia las torres. Oyó que alguien
corría para alcanzarla y se dijo: —Demasiado tarde.— Pero era Laintal Ay. —Te acompañaré, Vry —dijo. Vry advirtió que él parecía alegre. —Pensé que tenías dificultades con Aoz Roon. —Siempre se pone susceptible después de un encontronazo con Shay Tal. Es un gran hombre, sin embargo. Y también estoy contento por el pinzasaco. Ahora que la temperatura ha subido, es más difícil verlos. Los niños seguían retozando entre los géisers. Laintal Ay admiró el vidriado y cantó unas líneas de una canción de cazadores: Los vidriados que duermen en la nieve profunda, despertarán en medio de la lluvia, y abundarán los mielas de patas larguiruchas en la llanura estremecida de flores. —Estás de buen humor. ¿Oyre es buena contigo? —Oyre es siempre buena. Se separaron, Vry fue hacia la torre en ruinas donde mostró el regalo de a Shay Tal. Shay Tal examinó el animalito cristalino. —No es comestible en ese estado. La carne puede ser nociva. —No pensaba comérmelo. Quiero guardarlo aquí hasta que despierte. —La vida es dura, querida. Quizá tengamos hambre si Aoz Roon nos acosa. —Miró a Vry un momento sin hablar, como hacía cada vez con mayor frecuencia.— Ayunaré y le haré frente. No necesito cosas materiales. Puedo ser tan dura conmigo misma como él. —Pero él, en verdad... —Vry no encontraba palabras. No podía convencer a la mujer mayor, que continuó resueltamente: —Como te he dicho, tengo dos intenciones inmediatas. Primero, haré un experimento para determinar mis poderes. Luego descenderé al mundo de los coruscos para unirme con Loilanun. Ella tiene que saber muchas cosas ignoradas por mí. Según lo que descubra, quizá decida marcharme de Oldorando. —Oh, no, señora, por favor. ¿Estás segura de que es eso lo que conviene? Juro que iré contigo si te marchas. —Ya veremos. Déjame ahora, por favor. Deprimida, Vry subió la escalera hacia su habitación. Se arrojó a la cama. —Quiero un amante, eso es lo que quiero y necesito. Un amante... La vida es tan vacía... Un rato más tarde, se levantó y miró por la ventana el cielo donde navegaban nubes y pájaros. Por lo menos era mejor estar aquí que en el mundo inferior al que Shay Tal quería ir. Recordó la canción de Laintal Ay. La mujer que la había escrito —si era una mujer— sabía que la nieve desaparecería y que habría flores y animales. Quizá fuera cierto. Algunas observaciones nocturnas habían convencido a Vry de que había cambios en el cielo. Las estrellas no eran fessupos sino fuegos, fuegos que no ardían entre las rocas sino en el aire. Grandes fuegos ardiendo en la distante oscuridad. Si se acercaban, se sentiría el calor. Quizá los dos centinelas se acercaran y calentaran el mundo. Entonces los vidriados volverían a la vida y se convertirían en mielas de patas larguiruchas, como decía la canción. Resolvió concentrarse sobre todo en la astronomía. Las estrellas sabían más que los coruscos, por más que dijera Shay Tal. Aunque en verdad era desconcertante no estar por completo de acuerdo con una persona tan majestuosa y digna. Puso al vidriado en un rincón abrigado, cerca de la cama, y lo envolvió en pieles hasta que sólo el rostro quedó a la vista. Día tras día deseaba que volviera a la vida. Le hablaba en voz baja y lo alentaba. Quería verlo crecer y moverse por la habitación. Pero unos días más tarde, el brillo de los ojos del vidriado se oscureció y se apagó: la criatura había muerto sin haber parpadeado una sola vez. Decepcionada, Vry llevó el bulto a la cumbre medio desmoronada de la torre y lo arrojó lejos. Aún estaba envuelto en pieles, como un niño muerto. La inquietud se adueñó de Shay Tal. Todo lo que decía parecía cada vez más un sermón.
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corría para alcanzarla y se dijo: —Demasiado tarde.— Pero era Laintal Ay.<br />
—Te acompañaré, Vry —dijo. Vry advirtió que él parecía alegre.<br />
—Pensé que tenías dificultades con Aoz Roon. —Siempre se pone susceptible después de un<br />
encontronazo con Shay Tal. Es un gran hombre, sin embargo. Y también estoy contento por el<br />
pinzasaco. Ahora que la temperatura ha subido, es más difícil verlos.<br />
Los niños seguían retozando entre los géisers. Laintal Ay admiró el vidriado y cantó unas<br />
líneas de una canción de cazadores:<br />
Los vidriados que duermen<br />
en la nieve profunda,<br />
despertarán en medio de la lluvia,<br />
y abundarán los mielas<br />
de patas larguiruchas<br />
en la llanura estremecida de flores.<br />
—Estás de buen humor. ¿Oyre es buena contigo?<br />
—Oyre es siempre buena.<br />
Se separaron, Vry fue hacia la torre en ruinas donde mostró el regalo de a Shay Tal. Shay<br />
Tal examinó el animalito cristalino.<br />
—No es comestible en ese estado. La carne puede ser nociva.<br />
—No pensaba comérmelo. Quiero guardarlo aquí hasta que despierte.<br />
—La vida es dura, querida. Quizá tengamos hambre si Aoz Roon nos acosa. —Miró a Vry<br />
un momento sin hablar, como hacía cada vez con mayor frecuencia.— Ayunaré y le haré frente.<br />
No necesito cosas materiales. Puedo ser tan dura conmigo misma como él.<br />
—Pero él, en verdad... —Vry no encontraba palabras. No podía convencer a la mujer mayor,<br />
que continuó resueltamente:<br />
—Como te he dicho, tengo dos intenciones inmediatas. Primero, haré un experimento para<br />
determinar mis poderes. Luego descenderé al mundo de los coruscos para unirme con Loilanun.<br />
Ella tiene que saber muchas cosas ignoradas por mí. Según lo que descubra, quizá decida<br />
marcharme de Oldorando.<br />
—Oh, no, señora, por favor. ¿Estás segura de que es eso lo que conviene? Juro que iré<br />
contigo si te marchas. —Ya veremos. Déjame ahora, por favor. Deprimida, Vry subió la<br />
escalera hacia su habitación. Se arrojó a la cama.<br />
—Quiero un amante, eso es lo que quiero y necesito. Un amante... La vida es tan vacía...<br />
Un rato más tarde, se levantó y miró por la ventana el cielo donde navegaban nubes y<br />
pájaros. Por lo menos era mejor estar aquí que en el mundo inferior al que Shay Tal quería ir.<br />
Recordó la canción de Laintal Ay. La mujer que la había escrito —si era una mujer— sabía<br />
que la nieve desaparecería y que habría flores y animales. Quizá fuera cierto. Algunas<br />
observaciones nocturnas habían convencido a Vry de que había cambios en el cielo. Las<br />
estrellas no eran fessupos sino fuegos, fuegos que no ardían entre las rocas sino en el aire.<br />
Grandes fuegos ardiendo en la distante oscuridad. Si se acercaban, se sentiría el calor. Quizá los<br />
dos centinelas se acercaran y calentaran el mundo.<br />
Entonces los vidriados volverían a la vida y se convertirían en mielas de patas larguiruchas,<br />
como decía la canción.<br />
Resolvió concentrarse sobre todo en la astronomía. Las estrellas sabían más que los<br />
coruscos, por más que dijera Shay Tal. Aunque en verdad era desconcertante no estar por<br />
completo de acuerdo con una persona tan majestuosa y digna.<br />
Puso al vidriado en un rincón abrigado, cerca de la cama, y lo envolvió en pieles hasta que<br />
sólo el rostro quedó a la vista. Día tras día deseaba que volviera a la vida. Le hablaba en voz<br />
baja y lo alentaba. Quería verlo crecer y moverse por la habitación. Pero unos días más tarde, el<br />
brillo de los ojos del vidriado se oscureció y se apagó: la criatura había muerto sin haber<br />
parpadeado una sola vez.<br />
Decepcionada, Vry llevó el bulto a la cumbre medio desmoronada de la torre y lo arrojó<br />
lejos. Aún estaba envuelto en pieles, como un niño muerto.<br />
La inquietud se adueñó de Shay Tal. Todo lo que decía parecía cada vez más un sermón.