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nieve.<br />
Mientras avanzaba por el sendero, Vry se preguntaba si todas las cosas aspiraban a un nivel<br />
superior, y si había una fuerza adversa que intentaba arrastrarlas a uno inferior. Una miraba las<br />
estrellas; una terminaba como un corusco, un fessupo. El Silbador de Horas era una encarnación<br />
de esas fuerzas contrarias. Las aguas del Silbador retornaban siempre a la tierra. Vry, a su<br />
manera leve y discreta, deseaba en espíritu subir al cielo, a la región que estudiaba sin la ayuda<br />
de Shay Tal, el lugar de los movimientos sublimes, el enigmático lugar de los soles y las<br />
estrellas, donde había tantos caminos secretos como en el cuerpo. Dos hombres se acercaron.<br />
Sólo les veía las piernas, los codos y las cabezas mientras caminaban dificultosamente cuesta<br />
abajo llevando unas cargas pesadas. Alcanzó a distinguir las delgadas piernas de Sparat Lim.<br />
Los hombres cargaban trozos de pinzasacos. Tras ellos iba Dathka, llevando sólo la lanza.<br />
Dathka la saludó con una sonrisa y se apartó en el camino, mirándola con sus ojos negros.<br />
Tenía la mano derecha ensangrentada y un fino hilo de sangre corría por el asta de la lanza.<br />
—Hemos matado un pinza —dijo, y eso fue todo.<br />
Como siempre, Vry se sintió a la vez confundida y reconfortada por la parquedad de Dathka.<br />
Era agradable que nunca se jactase, como muchos jóvenes cazadores, y no tan agradable que<br />
jamás revelase lo que pensaba. Ella trataba de sentir algo por él.<br />
Vry se detuvo. —Parece que era muy grande.<br />
—Te lo mostraré —dijo Dathka, y agregó—: Si me lo permites.<br />
Se volvió por el sendero y ella lo siguió, dudando entre hablar y no hablar. Pero, se dijo, eso<br />
era una tontería; comprendía perfectamente que Dathka deseaba comunicarse con ella,<br />
Lanzó la primera idea que le pasó por la cabeza.<br />
—¿Cómo explicas a los seres humanos en el mundo, Dathka?<br />
Sin mirar atrás, él respondió: —Hemos venido de la roca original. —Habló sin el respeto que<br />
ella hubiera deseado para tan importante asunto, y la conversación languideció.<br />
Vry lamentaba que no hubiera sacerdotes en Oldorando; podría haber hablado con ellos. Las<br />
leyendas y las canciones relataban que en un tiempo había muchos sacerdotes en Embruddock,<br />
y que administraban un complicado sistema religioso que unía a Wutra con los seres vivientes<br />
de este mundo y con los fessupos del mundo inferior.<br />
Antes de que gobernara Wall Ein Den, en una oscura estación en que el aliento se helaba<br />
sobre los labios de la gente, la población se había sublevado y había matado a los sacerdotes. A<br />
partir de ese día no hubo más sacrificios, excepto en las festividades. Se dejó de adorar al viejo<br />
dios, Akha. Sin duda, todo un cuerpo de conocimientos se había perdido entonces. El templo<br />
había sido saqueado. Ahora estaba ocupado por los cerdos. Quizás habían actuado entonces<br />
otros enemigos del conocimiento, ya que se había considerado preferibles los cerdos a los<br />
sacerdotes.<br />
Ella arriesgó otra pregunta.<br />
—¿Comprendes el mundo? ¿Te gustaría comprenderlo?<br />
—Sí.<br />
Vry tuvo que luchar contra la brevedad de la respuesta. Se preguntó si Dathka comprendía o<br />
si pretendía comprender.<br />
Las fuerzas que habían erigido las montañas Quzint habían plegado la tierra en todas<br />
direcciones, generando deformaciones subsidiarias, contrafuertes, como raíces de árboles, que<br />
se extendían a muchas millas de las montañas mismas. Entre dos de esas extrusiones rocosas<br />
crecía una hilera de brassimipos, esenciales, desde siempre, para la economía local. Hoy el<br />
terreno de los brassimipos era el escenario de una serena excitación: varias mujeres, agrupadas<br />
en torno de las bajas y abiertas copas de los brassimipos para protegerse del frío, miraban la<br />
actividad mientras cuidaban los cerdos.<br />
Dathka indicó que allí había muerto el pinzasaco.<br />
La observación parecía innecesaria. El cuerpo se extendía en pilas hasta la desolada colina.<br />
Cerca de la cola estaba Aoz Roon, mirando el pinzasaco con el perro amarillo entre los pies. Las<br />
gruesas patas del enorme cadáver apuntaban hacia arriba, bordeadas por pelos tiesos y púas<br />
negras.<br />
Un grupo de hombres rodeaba el cuerpo, hablando y riendo. Goija Hin cuidaba de los<br />
esclavos humanos y phagors, que trabajaban con hachas. Estaban cortando la carne fibrosa para