aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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punto, cualquier interrupción era bienvenida. Algunas mujeres eran invenciblemente estúpidas. Se abrió la puerta trampa. Apareció Aoz Roon, que parecía un gran oso negro, seguido por su perro. Luego subió Dathka, que permaneció callado en el fondo, sin mirar siquiera a Laintal Ay. Éste se puso de pie con cierta torpeza y aguardó, de espaldas al muro posterior. Las mujeres miraron sorprendidas a los intrusos, y algunas rieron nerviosamente. La estatura de Aoz Roon parecía llenar la habitación. Aunque las mujeres torcían el cuello para mirarlo, él las ignoró y se acercó a Shay Tal. Ella se había desplazado hasta la ventana, pero manteniéndose de frente contra el fondo de calles fangosas, fumarolas y un paisaje bicolor que se extendía hasta el horizonte. —¿Qué quieres aquí? —preguntó. El corazón le latía con fuerza mientras lo miraba. Shay Tal lo maldecía sobre todo por eso, porque él ya no la desafiaba, ni le apretaba los brazos, ni la perseguía. El aspecto de Aoz Roon indicaba que la visita era formal y poco amistosa. —Deseo que retornes a la protección de las empalizadas, señora —dijo—. No estás segura en estas ruinas. No te puedo proteger en caso de una incursión. —Vry y yo preferimos vivir aquí. —A pesar de vuestra reputación, tú y Vry estáis a mi cuidado y he de protegeros. Y las demás no tienen que estar aquí. Hay demasiado peligro fuera de la empalizada. Si hubiese un ataque repentino... Ya te puedes figurar lo que te ocurriría. Shay Tal, que es nuestra poderosa hechicera, puede hacer lo que desee. Pero todas las demás tenéis que hacer lo que yo deseo. Os prohíbo venir aquí. Es demasiado peligroso. ¿Comprendéis? Todas eludieron la mirada de Aoz Roon excepto la vieja partera Rol Sakil.—Eso es un disparate, Aoz Roon. Esta torre es perfectamente segura. Shay Tal ha alejado a los phagors, todos lo sabemos. Y además tú mismo has venido antes, ¿no es cierto? Rol Sakil dijo esto último mirando de reojo. Él no respondió. —Hablo del presente —dijo por fin—. Ahora que el tiempo está cambiando, nada es seguro. No volváis aquí o habrá problemas. —Se volvió y alzó un dedo mirando a Laintal Ay.— Ven conmigo. Bajó por los escalones sin despedirse, y Laintal Ay y Dathka lo siguieron. En el exterior se detuvo, acariciándosela barba. Miró hacia la ventana de Shay Tal. —Todavía soy el señor de Embruddock. Más vale que no lo olvides. Sólo cuando escuchó el ruido de tres pares de botas que se alejaban, ella se decidió a mirar. Contempló las anchas espaldas mientras él iba hacia la puerta del norte junto con los jóvenes asistentes, y Cuajo trotando al lado. Comprendía la soledad de Aoz Roon. Nadie podía comprenderla mejor. Sin duda, como mujer de él no habría perdido posición o eso que ella tanto valoraba. Pero ahora era demasiado tarde. Había un abismo entre ambos, y una muñeca de cabeza vacía calentaba la cama de Aoz Roon. —Será mejor que volváis —dijo, sin atreverse a mirar a las mujeres. Cuando llegaron a la fangosa plaza principal, Aoz Roon ordenó a Laintal Ay que se alejara de la academia. Laintal Ay enrojeció. —¿No sería hora de que tú y el consejo abandonarais esos prejuicios? Tenía la esperanza de que pensaras mejor después del milagro de la Laguna del Pez. ¿Por qué molestas a las mujeres? Se resentirán. Lo menos que hace la academia es tener contentas a las mujeres. —Las vuelve ociosas. Crea división. Laintal Ay observó a Dathka buscando apoyo, pero Dathka se miraba las botas.—Es más probable que tu actitud cause división, Aoz Roon. El conocimiento no le hace daño a nadie. —El conocimiento es un veneno lento... Eres demasiado joven para comprender. Necesitamos disciplina. Así sobreviviremos, así hemos sobrevivido siempre. Apártate de Shay Tal; ejerce un poder que no es natural sobre las personas. Los que no trabajen, no recibirán comida en Oldorando. Ésa ha sido siempre la regla. Shay Tal y Vry han dejado de trabajar en la preparación y distribución del pan, de modo que en el futuro no tendrán qué comer. Ya veremos si les gusta. —Se morirán de hambre. Aoz Roon frunció las cejas y miró a Laintal Ay. —Todos moriremos de hambre si no cooperamos. Es preciso dominar a las mujeres, y no

toleraré que te pongas de parte de ellas. Sigue discutiendo conmigo y te daré una tunda. Cuando Aoz Roon se marchó, Laintal Ay apoyó la mano en el hombro de Dathka. —Está peor. Libra una guerra personal con Shay Tal. ¿Qué piensas? Dathka movió la cabeza, —No pienso. Hago lo que me dicen. Laintal Ay miró a su amigo con sorna. —¿Y qué te han dicho que hagas? —Que vaya a la plantación de brassimipos. Hemos matado un pinzasaco —respondió, mostrando una mano lastimada. —Iré en seguida. Caminó junto al Voral, contemplando ociosamente a los gansos que nadaban y desfilaban, antes de seguir a Dathka. Se dijo que comprendía tanto el punto de vista de Aoz Roon como el de Shay Tal. Para vivir, todos tenían que cooperar, pero... ¿valía la pena vivir si se limitaban a cooperar? El conflicto lo oprimía y lo impulsaba a marcharse de la aldea, pero sólo lo haría si Oyre se marchaba con él. Sentía que era demasiado joven para comprender cómo podía resolverse aquella creciente división. Furtivamente, al observar que nadie lo miraba, sacó del bolsillo el perro de hueso que le había dado mucho tiempo antes el viejo sacerdote de Borlien. Lo sostuvo en alto y le movió la cola. El perro se puso a ladrar furiosamente a los gansos próximos. Alguien más se encaminaba a los brassimipos, y oyó el ladrido del perro de juguete. Vry vio la espalda de Laintal Ay entre dos torres. Y no lo interrumpió, pues era reservada de carácter. Vry caminó junto a las fuentes termales y el Silbador de Horas. Una brisa del este levantaba el vapor apenas emergía del suelo y lo arrojaba silbando sobre las rocas mojadas. Las pieles de Vry tenían una perla de humedad en el extremo de cada pelo. Las aguas corrían gorgoteando, turbias, amarillentas, entre las rocas, llevadas por la furia hacia alguna parte. Vry se agachó sobre una roca y hundió la mano en un manantial, distraída. El agua caliente le corrió por los dedos y le exploró la palma. Vry lamió el líquido. Conocía desde niña ese sabor a azufre. Los niños jugaban allí cerca, llamándose unos a otros, corriendo sin caer sobre la roca resbaladiza, ágiles como arangos. Los más atrevidos estaban desnudos, a pesar del aire helado e introducían los cuerpos andróginos en las hendiduras entre las rocas. El agua y la espuma les caían en cascada sobre los vientres y hombros. —Ya viene el Silbador —dijeron a Vry—. Cuidado, señora, o te llevarás un remojón. — Rieron alegremente ante la idea. Vry se apartó. Pensó que un extraño que estuviese allí reconocería en los niños un sexto sentido, que les permitía predecir exactamente el momento en que soplaría el Silbador de Horas. En ese instante una sólida columna de agua subió al aire, turbia al principio, y luego brillante y clara. Silbó unas notas ascendentes, siempre las mismas, sostenidas durante un tiempo que no cambiaba nunca. El agua alcanzaba unos cinco metros de altura, antes de volver a caer. El viento inclinó el chorro hacia el oeste, azotando las rocas donde Vry había estado un segundo antes. El silbido cesó. La columna se hundió nuevamente entre los negros labios de tierra de donde había brotado. Vry agitó el brazo, despidiéndose de los niños, y continuó por el sendero entre los brassimipos. Vry no ignoraba cómo sabían ellos que el geiser estaba a punto de brotar. Todavía recordaba la excitación de agazaparse desnuda entre las rocas de color pardo, sumergir el cuerpo en el agua fangosa, con los pies en el barro caliente, y las cosquillas de las burbujas que reventaban contra la piel. Cuando la hora se acercaba, un temblor sacudía el suelo. Una se afirmaba contra las rocas y sentía en cada fibra de la carne la energía de los dioses de la tierra, tensos, listos para una triunfante eyaculación de líquidos ardientes. El sendero que seguía era usado sobre todo por las mujeres y los cerdos. Sus vueltas y revueltas lo diferenciaban de los rectos senderos trazados por los cazadores, pues había sido abierto en gran medida por una voluble criatura: el peludo cerdo negro de Embruddock. Si se caminaba en línea recta se terminaría por llegar al lago Dorzín; pero el sendero concluía mucho antes, en el terreno de los brassimipos. Más allá sólo había una desierta extensión de ciénagas y

punto, cualquier interrupción era bienvenida. Algunas mujeres eran invenciblemente estúpidas.<br />

Se abrió la puerta trampa. Apareció Aoz Roon, que parecía un gran oso negro, seguido por<br />

su perro. Luego subió Dathka, que permaneció callado en el fondo, sin mirar siquiera a Laintal<br />

Ay. Éste se puso de pie con cierta torpeza y aguardó, de espaldas al muro posterior. Las mujeres<br />

miraron sorprendidas a los intrusos, y algunas rieron nerviosamente.<br />

La estatura de Aoz Roon parecía llenar la habitación. Aunque las mujeres torcían el cuello<br />

para mirarlo, él las ignoró y se acercó a Shay Tal. Ella se había desplazado hasta la ventana,<br />

pero manteniéndose de frente contra el fondo de calles fangosas, fumarolas y un paisaje bicolor<br />

que se extendía hasta el horizonte.<br />

—¿Qué quieres aquí? —preguntó. El corazón le latía con fuerza mientras lo miraba. Shay<br />

Tal lo maldecía sobre todo por eso, porque él ya no la desafiaba, ni le apretaba los brazos, ni la<br />

perseguía. El aspecto de Aoz Roon indicaba que la visita era formal y poco amistosa.<br />

—Deseo que retornes a la protección de las empalizadas, señora —dijo—. No estás segura<br />

en estas ruinas. No te puedo proteger en caso de una incursión.<br />

—Vry y yo preferimos vivir aquí.<br />

—A pesar de vuestra reputación, tú y Vry estáis a mi cuidado y he de protegeros. Y las<br />

demás no tienen que estar aquí. Hay demasiado peligro fuera de la empalizada. Si hubiese un<br />

ataque repentino... Ya te puedes figurar lo que te ocurriría. Shay Tal, que es nuestra poderosa<br />

hechicera, puede hacer lo que desee. Pero todas las demás tenéis que hacer lo que yo deseo. Os<br />

prohíbo venir aquí. Es demasiado peligroso. ¿Comprendéis?<br />

Todas eludieron la mirada de Aoz Roon excepto la vieja partera Rol Sakil.—Eso es un<br />

disparate, Aoz Roon. Esta torre es perfectamente segura. Shay Tal ha alejado a los phagors,<br />

todos lo sabemos. Y además tú mismo has venido antes, ¿no es cierto?<br />

Rol Sakil dijo esto último mirando de reojo. Él no respondió.<br />

—Hablo del presente —dijo por fin—. Ahora que el tiempo está cambiando, nada es seguro.<br />

No volváis aquí o habrá problemas. —Se volvió y alzó un dedo mirando a Laintal Ay.— Ven<br />

conmigo.<br />

Bajó por los escalones sin despedirse, y Laintal Ay y Dathka lo siguieron.<br />

En el exterior se detuvo, acariciándosela barba. Miró hacia la ventana de Shay Tal.<br />

—Todavía soy el señor de Embruddock. Más vale que no lo olvides.<br />

Sólo cuando escuchó el ruido de tres pares de botas que se alejaban, ella se decidió a mirar.<br />

Contempló las anchas espaldas mientras él iba hacia la puerta del norte junto con los jóvenes<br />

asistentes, y Cuajo trotando al lado. Comprendía la soledad de Aoz Roon. Nadie podía<br />

comprenderla mejor.<br />

Sin duda, como mujer de él no habría perdido posición o eso que ella tanto valoraba. Pero<br />

ahora era demasiado tarde. Había un abismo entre ambos, y una muñeca de cabeza vacía<br />

calentaba la cama de Aoz Roon.<br />

—Será mejor que volváis —dijo, sin atreverse a mirar a las mujeres.<br />

Cuando llegaron a la fangosa plaza principal, Aoz Roon ordenó a Laintal Ay que se alejara<br />

de la academia. Laintal Ay enrojeció.<br />

—¿No sería hora de que tú y el consejo abandonarais esos prejuicios? Tenía la esperanza de<br />

que pensaras mejor después del milagro de la Laguna del Pez. ¿Por qué molestas a las mujeres?<br />

Se resentirán. Lo menos que hace la academia es tener contentas a las mujeres. —Las vuelve<br />

ociosas. Crea división. Laintal Ay observó a Dathka buscando apoyo, pero Dathka se miraba las<br />

botas.—Es más probable que tu actitud cause división, Aoz Roon. El conocimiento no le hace<br />

daño a nadie.<br />

—El conocimiento es un veneno lento... Eres demasiado joven para comprender.<br />

Necesitamos disciplina. Así sobreviviremos, así hemos sobrevivido siempre. Apártate de Shay<br />

Tal; ejerce un poder que no es natural sobre las personas. Los que no trabajen, no recibirán<br />

comida en Oldorando. Ésa ha sido siempre la regla. Shay Tal y Vry han dejado de trabajar en la<br />

preparación y distribución del pan, de modo que en el futuro no tendrán qué comer. Ya veremos<br />

si les gusta.<br />

—Se morirán de hambre.<br />

Aoz Roon frunció las cejas y miró a Laintal Ay.<br />

—Todos moriremos de hambre si no cooperamos. Es preciso dominar a las mujeres, y no

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