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VIII<br />

EN LA OBSIDIANA<br />

La habitación donde Shay Tal estaba de pie era de una antigüedad para ella incalculable. La<br />

había amueblado con lo que había podido: el viejo tapiz que había sido de Loil Bry y de<br />

Loilanun, esa ilustre línea de mujeres muertas; la cama humilde en un rincón, de helechos de<br />

Borlien entretejidos (ese tipo de helecho ahuyentaba a las ratas); los materiales para escribir en<br />

una mesita de piedra; y en el suelo, unas pieles donde se sentaban o permanecían en cuclillas<br />

trece mujeres. La academia estaba reunida.<br />

Las paredes de la habitación estaban cubiertas de líquenes blancos y amarillos que desde la<br />

ventana estrecha y única habían colonizado a lo largo de los años toda la sillería adyacente. En<br />

los ángulos había telarañas; las tejedoras habían muerto de hambre mucho antes.<br />

Detrás de las trece mujeres estaba Laintal Ay, sentado con las piernas cruzadas, con el codo<br />

en la rodilla y el mentón sobre el puño. Miraba el suelo. La mayoría de las mujeres observaba<br />

vagamente a Shay Tal. Vry y Amin Lim escuchaban; Shay Tal no podía estar segura de que las<br />

demás lo hicieran.<br />

—Los acontecimientos son complejos en nuestro mundo. Podríamos pretender que todos son<br />

producto de la mente de Wutra en la eterna guerra del cielo, pero sería demasiado simple. Mejor<br />

sería estudiar las cosas por nuestra propia cuenta. Necesitamos otras claves que nos ayuden a<br />

comprender. ¿Wutra se preocupa por nosotros? Quizá sólo nosotros somos responsables de lo<br />

que hacemos...<br />

Dejó de escuchar lo que estaba diciendo. Había planteado la eterna pregunta. Sin duda, todo<br />

ser humano que hubiese vivido alguna vez había tenido que responder a esa pregunta, y en esos<br />

mismos términos: quizá sólo nosotros somos responsables de lo que hacemos. Shay Tal<br />

ignoraba la respuesta. En consecuencia, se sentía incapacitada para enseñar.<br />

Sin embargo, ellas escuchaban. Sabía por qué lo hacían, aunque no entendiesen. Las mujeres<br />

escuchaban porque ella había sido aceptada como una gran hechicera. Desde el milagro de la<br />

Laguna del Pez estaba aislada por la reverencia de los demás. El mismo Aoz Roon parecía más<br />

distante que nunca.<br />

Miró por la ruinosa ventana el mundo cambiante que se alejaba del frío, con las nieves<br />

salpicadas de verde y el río enturbiado por lodos venidos de remotos lugares, que jamás<br />

visitaría. Éstos eran milagros. Lo milagroso estaba más allá de la ventana. Y ella ¿había<br />

realizado un milagro, como creían todos?<br />

Shay Tal se interrumpió en mitad de la frase. Acababa de descubrir cómo probar su propia<br />

hechicería.<br />

Los phagors de la Laguna del Pez se habían convertido en hielo. ¿A causa de algo en ella, o<br />

de algo en ellos? Recordaba haber oído decir que los phagors sentían terror al agua; tal vez<br />

porque los convertía en hielo. Eso se podía poner a prueba. Había en Oldorando uno o dos<br />

esclavos phagors. Haría meter a uno en el Voral y observaría qué pasaba. De algún modo, sabría<br />

la verdad.<br />

Las trece la miraban, esperando. Laintal Ay parecía sorprendido. Ella no recordaba qué había<br />

estado diciendo. Comprendía que necesitaba llevar a cabo un cierto experimento, y recuperar así<br />

la paz de la mente.<br />

—Hemos de hacer lo que se nos ha dicho —murmuró una mujer desde el suelo, con voz<br />

lenta e insegura, como si estuviera repitiendo una lección. Shay Tal había oído que alguien<br />

subía los escalones desde el piso inferior. No podía responder cortésmente a una afirmación que<br />

había estado contradiciendo desde que soplara por última vez el Silbador de Horas. En ese

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