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sin congelarse a tres grados bajo cero. En el momento siguiente, a causa de la turbulencia, la<br />
laguna se solidificó. Los kaidaws y los phagors quedaron cercados y encerrados. Un kaidaw<br />
cayó para no volver a levantarse. Los demás se congelaron donde estaban, y los jinetes con<br />
ellos, rodeados por el hielo. Los phagors que los seguían, con las armas en lo alto, quedaron<br />
atrapados y retenidos. Ninguno logró dar ni un paso adelante. Ninguno pudo liberarse y<br />
recuperar la seguridad de la costa. Las venas se les congelaron enseguida dentro de los cuerpos,<br />
a pesar de la antigua bioquímica que les coloreaba la sangre y los protegía del frío. Las gruesas<br />
pieles blancas se les cubrieron de nueva escarcha, y los ojos brillantes de láminas de hielo.<br />
Lo orgánico se unió al gran mundo inorgánico predominante.<br />
Un cuadro perfecto de muerte furiosa, esculpido en hielo.<br />
En lo alto, las aves blancas giraban y descendían, gritando con los picos abiertos; al fin se<br />
lanzaron en un vuelo desolado hacia el este.<br />
La mañana siguiente, tres personas emergieron muy temprano de una tienda de pieles. Unos<br />
tenues copos de nieve habían caído durante la noche, blanqueando la soledad. Freyr ascendió<br />
desde el horizonte, arrojando húmedas sombras moradas. Varios minutos más tarde el segundo<br />
fiel centinela se liberó y emergió al reino de Wutra.<br />
En ese momento, Aoz Roon, Laintal Ay y Oyre estaban de pie, pisando con fuerza y<br />
golpeándose el cuerpo para reactivar la circulación de la sangre en brazos y piernas. Tosían,<br />
pero guardaban silencio. Después de mirarse sin hablar, echaron a andar. Aoz Roon pisó el<br />
resonante lago de hielo.<br />
Los tres se acercaron al cuadro congelado. Lo contemplaron con incredulidad. Tenían<br />
delante de los ojos una obra de escultura monumental, de minuciosos detalles y loca fantasía.<br />
Un kaidaw estaba casi debajo de los cascos de otros dos, la mayor parte del cuerpo sumergido<br />
bajo las olas inmóviles, con la aterrorizada cabeza echada hacia atrás y los ollares abiertos. El<br />
jinete luchaba tratando de dominarlo, caído a medias del kaidaw, tremendo en su inmovilidad.<br />
Todas las figuras habían sido sorprendidas en plena acción, con las armas en alto y los ojos<br />
vueltos a la costa que jamás alcanzarían. Todas estaban cubiertas de escarcha. Eran un<br />
monumento a la animalidad.<br />
Por fin Aoz Roon hizo un gesto de asentimiento y habló; su voz era sosegada. —Ha<br />
ocurrido. Ahora lo creo. Regresemos. El milagro del año 24 quedó confirmado. Había enviado<br />
el resto de la partida de regreso a Oldorando la noche anterior, al mando de Dathka. Sólo<br />
después de dormir pudo creer que no había soñado.<br />
Nadie más dijo nada. Habían sido salvados por un milagro. Ese pensamiento les deslumbraba<br />
la mente y les paralizaba la lengua. Sin otra palabra, se alejaron de la alarmante escultura.<br />
Una vez en Oldorando, Aoz Roon ordenó que dos cazadores llevaran a uno de los esclavos a<br />
la Laguna del Pez, al lugar del milagro. Cuando hubo visto el espectáculo, le ataron las manos a<br />
la espalda, lo pusieron cara al sur, y lo alejaron a puntapiés. Cuando estuviera en Borlien, diría a<br />
la tribu que una poderosa hechicera velaba sobre Oldorando.