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visitara una prolongación de su propio universo, y volvió a caer pesadamente en el agua.<br />
Los dos guardias de Borlien, acurrucados al abrigo de una barca, murieron sin lucha; quizá<br />
preferían morir y no seguir empapándose. Los cuerpos fueron arrojados al agua. Flotaban<br />
golpeando los botes, y la sangre manchaba el agua alrededor de los cadáveres, mientras un<br />
miembro de la partida intentaba en vano encender una hoguera. El agua tenía escasa<br />
profundidad en ese punto, y los cuerpos no se hundían, ni siquiera a golpes de remo. El aire<br />
aprisionado en las pieles los mantenía a la deriva bajo la superficie salpicada por la lluvia.<br />
—Está bien, está bien —dijo Dathka, impaciente—. No tratéis de hacer fuego. Romped las<br />
barcas, hombres.<br />
—Podemos usarlas —sugirió Laintal Ay—. ¿Por qué no las llevamos a remo hasta<br />
Oldorando?<br />
Los demás miraron impasibles mientras los dos jóvenes decidían.<br />
—¿Qué dirá Aoz Roon si volvemos a casa sin carne?<br />
—Le mostraremos las barcas.<br />
—Ni siquiera Aoz Roon puede comer barcas. —La observación fue recibida con risas.<br />
Subieron a las embarcaciones, y tomaron los remos. Los muertos quedaron atrás. Lograron<br />
remar lentamente hasta Oldorando, mientras la lluvia les azotaba las caras.<br />
Aoz Roon los recibió sombríamente. Miró a Laintal Ay y a los demás cazadores en un<br />
silencio que para ellos fue más duro que los reproches, puesto que no les daba la posibilidad de<br />
responder. Por fin se apartó de ellos y miró la lluvia por la ventana abierta.<br />
—Podemos aguantar el hambre. Ya hemos pasado hambre. Pero hay otros problemas. La<br />
partida de Faralin Ferd ha regresado del norte. Avistaron a la distancia un grupo de phagors.<br />
Montaban en kaidaws y venían en esta dirección. Dijeron que parecía una tropa de guerra.<br />
Los cazadores se miraron.<br />
—¿Cuántos peludos?<br />
Aoz Roon se encogió de hombros.<br />
—¿Venían todos desde el lago Dorzin? —le preguntó Laintal Ay.<br />
Aoz Roon se limitó a alzar otra vez los hombros, como si la pregunta le pareciera irrelevante.<br />
Dio media vuelta y enfrentó a los cazadores, clavando en ellos una mirada dura.<br />
—¿Cuál os parece la mejor estrategia en estas condiciones?<br />
Como no hubo respuesta, contestó él mismo: —No somos cobardes. Tenemos que atacar<br />
antes que lleguen e intenten quemar Oldorando o cualquier otra cosa.<br />
—No atacarán con este tiempo —replicó entonces un viejo cazador—. Los peludos odian el<br />
agua. Sólo una situación extrema puede llevarlos a mojarse. Les estropea la piel.<br />
—Vivimos una época extrema —dijo Aoz Roon, caminando sin descanso—. El mundo se<br />
ahogará con esta lluvia. ¿Cuándo volverá la nieve maldita?<br />
Los despidió, y chapoteó en el barro de las calles y fue a visitar a Shay Tal. Vry y otra<br />
amiga, Amin Lim, estaban con ella, copiando un dibujo. Aoz Roon las mandó a paseo.<br />
Él y Shay Tal se miraron cautelosamente; ella le observó el rostro mojado, el aire de querer<br />
decir más de lo que podía decir: él le miró las finas arrugas que ella tenía debajo de los ojos y<br />
las primeras canas que le brillaban en los rizos negros.<br />
—¿Cuándo terminará la lluvia?<br />
—El tiempo vuelve a empeorar. Quiero sembrar trigo y centeno,<br />
—Se supone que sois tan inteligentes, tú y tus mujeres... Dime qué va a ocurrir.<br />
—No sé. El invierno ha comenzado. Quizás haga más frío.<br />
—¿Y nevará? ¡Cómo querría que volviera la condenada nieve, y que acabaran las lluvias! —<br />
Alzó los puños furioso, y volvió a bajarlos.<br />
—Si hace más frío, el agua se hará nieve.<br />
—Mierda de Wutra, ¡qué respuesta de hembra! ¿No tienes ninguna certeza para mí, Shay<br />
Tal? ¿No hay ninguna certeza en este maldito mundo inseguro?<br />
—No más de la que tú puedes darme.<br />
Aoz Roon se volvió para irse y se detuvo en la puerta.<br />
—Si tus mujeres no trabajan, no comerán. No podemos tener gente ociosa, ¿comprendes?<br />
Se marchó sin decir más. Ella lo siguió hasta la puerta y permaneció allí con el ceño<br />
fruncido. Le irritaba que él no le hubiese dado la oportunidad de decirle otra vez que no; eso la