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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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—Son sólo reliquias de un pasado olvidado —respondió Vry—. El futuro está en el aire.<br />

Pero Shay Tal dijo con firmeza: —Demuestran lo que niega Aoz Roon; que esta granja<br />

donde vivimos fue en un tiempo una gran ciudad, con artes y ciencias, y numerosos habitantes<br />

mejores que nosotros. Había más gente, mucha más, ahora toda convertida en fessupos,<br />

hermosamente vestida, como solía vestirse Loil Bry. Y tenían muchos pensamientos como aves<br />

resplandecientes en sus cabezas. Y de todo eso lo único que queda somos nosotros, con barro en<br />

las cabezas.<br />

Durante la conversación, Shay Tal se refirió una y otra vez a Aoz Roon, mirando el rincón<br />

oscuro del cuarto.<br />

El frío desapareció, y llegaron las lluvias, y luego hubo nuevamente frío, como si el clima de<br />

esa época hubiese sido preparado para castigar a la gente de Embruddock. Las mujeres<br />

trabajaban y soñaban con otros lugares.<br />

La llanura estaba atravesada por pliegues que corrían aproximadamente en dirección esteoeste.<br />

Había aún nieve atrapada en los sinclinales del lado norte de las crestas; dispersos<br />

remanentes del desierto de nieve que había cubierto todo el territorio. Ahora unos tallos verdes<br />

brotaban de la nieve, y cada uno creaba a su alrededor un valle propio, redondo y en miniatura.<br />

Sobre la nieve había charcas gigantescas; eran la característica más notable del nuevo<br />

paisaje: lagunas alargadas, paralelas, de forma de pez, que reflejaban cada una un fragmento del<br />

cielo nublado.<br />

Esta zona había tenido en otros tiempos caza abundante. Los animales se habían ido con la<br />

nieve, buscando zonas más secas en la montaña. En vez de ellos había bandadas de aves negras,<br />

que recorrían flemáticamente las márgenes de aquellas lagunas transitorias.<br />

Dathka y Laintal Ay estaban echados sobre un risco, mirando unas figuras que se movían.<br />

Los dos jóvenes cazadores estaban empapados y de mal humor. La larga cara de Dathka tenía el<br />

ceño fruncido y no se le veían los ojos. Cuando apretaban el suelo con los dedos, aparecía una<br />

media luna de agua. Alrededor se oían los gorgoteos de la tierra hidrópica. Un poco más atrás,<br />

seis cazadores decepcionados estaban sentados en cuclillas, escondidos detrás de las piedras.<br />

Mientras aguardaban con indiferencia una orden de los jefes, seguían con la mirada a los pájaros<br />

que aleteaban en lo alto, y se soplaban lentamente los pulgares húmedos. Las figuras observadas<br />

caminaban hacia el este en una sola fila, sobre la cumbre de otra elevación, con las cabezas<br />

gachas, bajo una fina llovizna. Detrás de la fila se veía la ancha curva del Voral. Amarradas a la<br />

costa había tres barcas, que habían traído a esos cazadores que ahora invadían los terrenos de<br />

caza tradicionales de Oldorando.<br />

Los invasores llevaban pesadas botas de cuero y sombreros de ala ahuecada.<br />

—Son de Borlien —dijo Laintal Ay—. Han ahuyentado toda la caza que podía haber.<br />

Tenemos que expulsarlos.<br />

—¿Cómo? Son demasiados. —Dathka hablaba con la vista vuelta hacia las figuras que se<br />

movían a lo lejos.— Ésta es nuestra tierra; pero ellos son más que los dedos de cuatro manos...<br />

—Algo podríamos hacer: quemarles las barcas. Los necios han dejado sólo dos hombres para<br />

que las cuiden. No será difícil.<br />

Sin caza animal a la vista, bien podían dedicarse a cazar borlieneses.<br />

Por un sureño capturado hacía poco, sabían que en Borlien había gran inquietud. Allí la<br />

gente vivía en edificios de tierra, generalmente de dos plantas; los animales abajo y las personas<br />

arriba. Las lluvias sin precedentes habían destruido las casas y había mucha gente sin techo.<br />

Mientras la partida de Laintal Ay se encaminaba hacia el Voral ocultándose de la vista de las<br />

barcas, la lluvia se hizo más violenta. Venía del sur. Los días lluviosos recomenzaban. La lluvia<br />

caía en ráfagas caprichosas; a veces, sólo los salpicaba; otras, se precipitaba con fuerza,<br />

tamborileando sobre las espaldas de los hombres y golpeándoles las caras. Resoplaban para<br />

quitarse las gotas de las chatas narices. La lluvia era algo que ninguno de ellos había conocido<br />

hasta poco antes; todos los miembros del grupo añoraban los secos días de la infancia, la nieve<br />

bajo los pies y los ciervos en el horizonte. Ahora, el horizonte estaba escondido detrás de una<br />

sucia cortina gris, y el suelo era un lodazal. La oscuridad los favoreció cuando llegaron a la<br />

costa del río. A pesar de las heladas recientes, habían crecido allí unas hierbas verdes y altas,<br />

que se inclinaban bajo la lluvia. Mientras avanzaban con rapidez, sólo veían la hierba ondulante,<br />

las nubes sobrecargadas, el agua fangosa del color del cielo. Un pez saltó del río como si

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