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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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las partes de madera habían sido arrancadas o se habían podrido. Las escaleras de piedra<br />

ascendían hacia pisos desaparecidos hacía mucho, las ventanas se abrían sobre las rocas<br />

amontonadas. En los escalones crecían hongos venenosos, la nieve se acumulaba en los hogares,<br />

los pájaros anidaban en las alcobas cubiertas de escombros.<br />

—Es parte del desastre —dijo Shay Tal.<br />

—Es lo que hay —respondió él, con inocencia, y habló luego de la pequeña partida de<br />

phagors que había encontrado de repente; no militares sino humildes recolectores de hongos,<br />

que se habían asustado tanto de él como él de ellos.<br />

—Arriesgas tu vida tan sin motivo...<br />

—Tengo necesidad de... de alejarme.<br />

—Jamás me he alejado de Oldorando. Tengo que hacerlo. Quiero ir lejos, como tú. Estoy<br />

prisionera. Pero me digo que todos somos prisioneros.<br />

—No lo veo así, Shay Tal.<br />

—Lo verás. Primero, el destino modela nuestro carácter; después, el carácter modela nuestro<br />

destino. Pero basta de esto; eres demasiado joven.<br />

—No soy demasiado joven para ayudarte. Tú sabes por qué tienen miedo de la academia.<br />

Puede trastornar la tranquila marcha de la vida. Pero tú dices que el conocimiento ayudará al<br />

bienestar general, ¿verdad?<br />

Laintal Ay la miraba entre sonriente y burlón, y ella pensó, mientras le devolvía la mirada:<br />

«Sí, comprendo qué siente Oyre por ti». Asintió con una inclinación de cabeza, también<br />

sonriendo.<br />

—Entonces has de probar lo que dices. Ella alzó una fina ceja y esperó. Él levantó la mano y<br />

abrió los dedos sucios. En la palma había varias espigas de dos clases: en una las semillas<br />

parecían ordenarse en delicadas campanillas; la otra tenía la forma de un huso minúsculo.<br />

—Y bien, señora, ¿puede la academia pronunciarse sobre estas espigas, y decir cómo se<br />

llaman?<br />

Después de un momento de vacilación, ella respondió:<br />

—Trigo y centeno, ¿no es verdad? —Buscó en su depósito mental de conocimientos<br />

populares.— Antes eran cultivadas por los... agricultores.<br />

—Las recogí junto al pueblo en ruinas. Allí crecen, silvestres. Tiene que haber habido<br />

campos sembrados antes... Antes de tu catástrofe... Y hay otras plantas raras que trepan entre las<br />

ruinas en los lugares protegidos. Se puede hacer buen pan con estos granos. A los ciervos les<br />

gustan. Cuando abundan, las hembras comen el trigo y dejan el centeno.<br />

Laintal Ay puso en las manos de Shay Tal las verdes espigas, y ella sintió el roce de las<br />

barbas del centeno contra la piel.<br />

—¿Y por qué me las traes?<br />

—Haz mejor pan. Ya lo haces bien. Pues entonces mejóralo. Demuestra a todos que el<br />

conocimiento contribuye al bien general. Así se levantará la prohibición de la academia.<br />

—Eres una persona reflexiva —dijo ella—, distinta.<br />

El elogio lo confundió.<br />

—Sí, en el desierto crecen muchas plantas que podrían ser útiles.<br />

Mientras él se disponía a alejarse, ella le dijo: —Oyre está rara estos días. ¿Qué le ocurre?<br />

—Eres inteligente. Pensé que lo sabrías.<br />

Apretando las verdes espigas, ella ajustó las pieles que vestía y dijo cálidamente: —Ven a<br />

hablar conmigo con más frecuencia. No olvides mi cariño por ti.<br />

Sonriendo, embarazado, él se alejó. Era incapaz de decirle a Shay Tal o a nadie hasta qué<br />

punto el asesinato de Nahkri le había oscurecido la existencia. Aunque necios, Nahkri y Klils<br />

eran tíos de él y gozaban de la vida. El horror no se disipaba, aunque habían pasado dos años. Y<br />

suponía también que las dificultades que tenía con Oyre eran parte del mismo asunto. En<br />

verdad, los sentimientos de Oyre hacia Aoz Roon eran por completo ambivalentes. El crimen<br />

había alejado al poderoso Aoz Roon aun de su propia hija.<br />

El silencio de Oyre lo hacía cómplice de Aoz Roon. Se había vuelto casi tan silencioso como<br />

Dathka. Antes se lanzaba a aquellas solitarias expediciones por vivacidad y deseo de aventura;<br />

ahora lo impulsaban la pena y el desasosiego.<br />

—¡Laintal Ay! —llamó Shay Tal. Laintal Ay se volvió y la miró—. Ven y quédate conmigo

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