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VII<br />
UNA FRÍA RECEPCIÓN PARA LOS PHAGORS<br />
—Señor o no, tendrá que venir a verme —dijo Shay Tal a Vry, orgullosamente, en la serena<br />
media luz. Ninguna de las dos podía dormir.<br />
Pero también el nuevo señor de Embruddock era hombre orgulloso, y no fue.<br />
Su gobierno, como se comprobó, no mejoraba ni empeoraba el anterior. Disputaba con el<br />
consejo por una razón y con sus jóvenes tenientes por otra.<br />
El consejo y el señor alcanzaban, a veces, una convivencia pacífica: un asunto en que se<br />
entendían sin inconvenientes era el de la molesta academia. No había que permitir que cundiera<br />
el descontento. Como ambos poderes necesitaban que las mujeres trabajaran comunalmente, no<br />
podían prohibir que se reunieran, y por eso la prohibición resultaba inútil. Pero no la revocaron,<br />
y eso ofendió a las mujeres.<br />
Shay Tal y Vry se encontraron en privado con Laintal Ay y con Dathka.<br />
—Vosotros comprendéis lo que estamos tratando de hacer —dijo Shay Tal—. Hay que<br />
persuadir a ese hombre obstinado a que cambie de idea. Tenéis con él una intimidad que yo no<br />
puedo pretender.<br />
El único resultado de ese encuentro fue que Dathka empezó a mirar amorosamente a la<br />
reticente Vry. Y Shay Tal se volvió algo menos altanera.<br />
Laintal Ay regresó tarde de una de sus expediciones solitarias y buscó a Shay Tal. Cubierto<br />
de barro, aguardó en cuclillas en el exterior de la casa de las mujeres, hasta que ella salió de la<br />
panadería.<br />
Cuando apareció, la seguían sus dos esclavas con bandejas de panes frescos. Vry caminaba<br />
dócilmente detrás de las esclavas. Una vez más, el pan de Oldorando estaba recién hecho, y Vry<br />
lista para supervisar su distribución; aunque no antes de que Shay Tal tomara uno para Laintal<br />
Ay. Se lo dio, sonriendo, al tiempo que se echaba atrás los cabellos rebeldes.<br />
El comió, agradecido, mientras pisaba con fuerza para calentarse los pies.<br />
La temperatura más clemente —como el nuevo señor— parecía una eventual convulsión<br />
antes que un firme progreso. Hacía frío de nuevo, y la humedad que perlaba las oscuras pestañas<br />
de Shay Tal se convirtió en escarcha. Alrededor se extendía una blanca quietud. El río fluía aún,<br />
ancho y oscuro, pero los carámbanos dentaban las costas.<br />
—¿Cómo está mi joven teniente? Ahora te veo poco, Laintal Ay.<br />
Él tragó el último bocado de pan, el primer alimento que probaba en tres días.<br />
—La cacería ha sido difícil. Tuvimos que ir hasta muy lejos. Ahora que ha vuelto el frío, tal<br />
vez los ciervos se acerquen más.<br />
Laintal Ay la observaba con atención mientras ella permanecía ante él, ajustándose las<br />
pieles. Ese sereno recogimiento tenía una cualidad que llevaba a la gente a admirarla y a la vez a<br />
mantenerse lejos de ella. Antes de que Shay Tal hablara, él advirtió que no había aceptado la<br />
excusa.<br />
—Pienso mucho en ti, Laintal Ay, así como pensaba en tu madre. Recuerda la sabiduría de tu<br />
madre. Recuerda su ejemplo, y no te volverás contra la academia, como algunos de tus amigos.<br />
—Sabes que Aoz Roon te admira —dijo él precipitadamente.<br />
—Sé de qué manera lo demuestra.<br />
Al verlo desconcertado, ella se mostró más amable: lo tomó del brazo, caminó con él y le<br />
preguntó dónde había estado. Él le miraba una y otra vez el perfil afilado mientras hablaba de un<br />
pueblo en ruinas que había visitado en el desierto. Estaba medio oculto entre las rocas, y las<br />
calles abandonadas parecían lechos de torrentes secos, bordeados por casas sin tejados. Todas