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al menos era lo que él pensaba: pero Aoz Roon seguía otra línea de razonamiento y mirándola<br />
con dureza le preguntó: —Pero odias a Nahkri, ¿no es verdad?<br />
—No me molesta.<br />
—Ah, pero a mí sí.<br />
Como era habitual cuando las partidas de caza regresaban, se hizo una fiesta. Todos<br />
comieron y bebieron hasta muy tarde. Además del habitual rathel, la corporación de las bebidas<br />
había producido un oscuro vino de cebada. Se cantaron canciones y se bailaron jigas, mientras<br />
los licores iban dominando la situación. Cuando la ebriedad alcanzó el punto culminante, la<br />
mayoría de los hombres estaba bebiendo en la gran torre, desde donde veían la calle principal.<br />
La planta baja había sido despejada, y ardía allí un fuego, y el humo subía, enroscándose, hasta<br />
las vigas de cantos metálicos. Aoz Roon estaba taciturno, y se alejó de los que cantaban. Laintal<br />
Ay lo vio salir, pero estaba demasiado ocupado persiguiendo a Oyre para perseguir también al<br />
padre de ella. Aoz Roon subió la escalera, atravesó los diversos niveles, emergió en el terrado y<br />
aspiró el frío de la noche.<br />
Dathka, que no tenía talento para la música, lo siguió en la oscuridad. Corno de costumbre,<br />
no hablaba. Permaneció con las manos en las axilas, mirando las vagas sombras amenazantes de<br />
la noche. En el cielo, sobre ella, pendía una cortina de opaco fulgor verde cuyos pliegues<br />
desaparecían en la estratosfera.<br />
Aoz Roon cayó hacia atrás con un gran grito. Dathka lo sostuvo, pero el hombre mayor se<br />
debatió y lo apartó.<br />
—¿Qué te ocurre? ¿Estás borracho?<br />
—¡Mira! —Aoz Roon señaló la vacía oscuridad.— Ahora se ha ido, maldita sea. Una mujer<br />
con cabeza de cerdo. Eddre, ¡y qué mirada!<br />
—Estás viendo cosas. Estás borracho.<br />
Aoz Roon se volvió con irritación.<br />
—No me llames borracho, renacuajo. La he visto, te digo. Desnuda, piernas delgadas, toda<br />
cubierta de pelo, desde el sexo al mentón, catorce tetas... Y venía hacia mí.<br />
Aoz Roon corrió por el terrado sacudiendo los brazos.<br />
Klils apareció en la puerta trampa, vacilando un poco, mordisqueando un fémur de ciervo.<br />
—No tenéis nada que hacer aquí. Ésta es la Gran Torre. Aquí vienen sólo los que mandan en<br />
Oldorando.<br />
—Basura —le dijo Aoz Roon acercándose—. Dejaste caer el hacha.<br />
Klils lo golpeó violentamente en el cuello con el hueso de ciervo.<br />
Rugiendo, Aoz Roon agarró a Klils por la garganta y trató de estrangularlo. Pero Klils le dio<br />
un puntapié en el tobillo y varios puñetazos debajo del corazón, y lo empujó hacia el parapeto<br />
del terrado, que en parte se desmoronó y cayó. Aoz Roon quedó con la cabeza colgando en el<br />
espacio.<br />
—¡Dathka! —gritó—. ¡Ayúdame!<br />
En silencio, Dathka se acercó a Klils por detrás, lo tomó firmemente por las rodillas y lo alzó<br />
en el aire. Sacudió el cuerpo del hombre, inclinándolo sobre el parapeto y sobre el vacío de siete<br />
plantas.<br />
—¡No, no! —gritó Klils, luchando frenéticamente, abrazándose al cuello de Aoz Roon. Los<br />
tres hombres se debatían en la tiniebla verde, acompañados por las canciones de abajo, des —y<br />
ambos entorpecidos por el rathel— contra uno, el flexible Klils. Finalmente lo vencieron,<br />
desprendiendo las manos que se agarraban a la vida. Con un grito final, Klils cayó. Oyeron el<br />
ruido del cuerpo que chocaba contra el suelo. Aoz Roon y Dathka se apoyaron jadeando en el<br />
parapeto.<br />
—Nos libramos de él —dijo finalmente Aoz Roon. Dolorido, se apretó las costillas con los<br />
brazos—. Gracias, Dathka.<br />
Dathka no respondió.<br />
Por fin, Aoz Roon agregó: —Nos matarán por esto. Nahkri se ocupará de que nos maten. Ya<br />
hay mucha gente que me odia. —Después de una pausa, exclamó iracundo:— Todo fue culpa<br />
del necio de Klils. Él me atacó. Fue culpa de él.<br />
Incapaz de soportar el silencio, Aoz Roon caminaba de un lado a otro del terrado,<br />
murmurando. Recogió el fémur y lo arrojó lejos a la oscuridad.