10 prosa poética fp 10

Y la hora pasajera de la tarde, colmada de quietud,
silencia el campo inmenso.
Ya venida la noche, el viajero se ensombreció de
luna, y tratando de alcanzar una estrella fugitiva, al
potro espoleó en el ijar con su acicate, hasta venirle
de menos la herida que sangraba de la costilladura,
y desvanecerse el animal afiebrado en el desboque,
647
con la ceguera del desmayo en el último brinco del
abismo, sobre la zanja de la quebrada nueva, cortada
a lo largo en avenida, que las máquinas habían
abierto en trocha falsa; parecíase fundir la figura
ajineteada en un azul iluminado que la ciudad
rielaba a lo lejos…
Era la desesperación el último grito de la vida.
EL SUICIDA
648
(pasando por Nono)
28-II-82
La moto relumbraba su firmeza grande. Invadía el
tráfico lentamente, en vía contraria, volteando y
revolteando como preparándose a una competencia
solitaria. Único triunfador en la agolpada avenida. El
casco negro de lente entero, como si el hombre
hubiérase puesto una cabeza de insecto sobre los
hombros, escondía la presencia estrafalaria de aquel
desconocido. No s e pudo ver nunca el rostro de
hombre que iba aquietando los motores fieles a
media esquina y a media siesta, hora de sol y de
bonanza.
De pronto la máquina rugió envuelta en ruido, y la
figura humana apenas podía sostenerse montada en
el sonido, ante la mirada absorta de las gentes que
acostumbradas a la rutina cotidiana, y en medio del
cuidadoso tráfico, no entendían la competencia
instantánea que el hombre hacía con su propio
destino.