10 prosa poética fp 10

de vida en el cuero rudo que atavía la estancia.
Me acerco penando su quejanza, revivo su mirada
con el agua nueva, y con el alma en la mano,
derramo en el altor la ufanía de su pequeñez, rizando
en el viento de la tarde su pluma doliente, de
ensueño, hecha epistolario de brisa…
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El cuerpo del ave se deja caer en el atardecer, y
sintiendo el orar susurrante del cierzo en su plumaje
levantisco, despierta su aleteo incesante, y se
recuesta en los brazos madres de la brisa blanca.
Aún recuerda la tibieza de mi mano, el ansia queda
del pájaro preso. Y veo pacer en lo alto un trinar
hacinado de pájaros nuevos.
Golondrinas solas persiguen sus celos en el
rosicler del alba.
Canturreos nunca oídos agradecen aún mi
pena sobre el alar del caserío.
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EL VIAJERO Y EL POTRO
Nubecillas inquietas de altura, cobijan
tiernamente la verdura de monte.
En el camino de herradura, cascos obscuros,
agrietados, golpean las viejas piedras dormidas.
Un viajero cansado de tarde sendea en el camino
de páramo… Agolpado a su montura, se encorva
más y más, en el pesado ritmo del potro.
La crin golpetea apenas las hojas aquietadas en la
tarde.
El Camino, el Viajero, y el Potro, se funden en una
misma eternidad.
El sendero, canoso, se envejece en polvo y piedra;
empequeñecido a la distancia, ha desmayado en su
rutina.
El potro negro, como una barca sin rumbo en un
mar diminuto, aprisionado en la arbolada, galopa
acompasado en su música perdida.
Y el viajero, como un brochazo caído, se rejunta a
la montura en cada requiebre de la senda.