10 prosa poética fp 10

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Un potro negro, olfateando el polvo paso a paso,
amurallado en el bosquejal, doncel, incierto y
temeroso en su nueva libertad, se da a trajinar
remirando sus caminos de infancia. Los últimos
tapiales se esquinan solitarios. Ávido de pastizales
dejados, recorre el vasto sendero trecho a trecho,
mientras los troncos mustiamente encorvados de
hojas, pasan y repasan uno a uno a la deriva,
quietamente.
En el visaje inmenso recorre la tarde. Se detiene
tardo. manotea el polvo, lo olfatea. El mayoral se
descuida en el pasto… Las orejas curiosas del
animal se mecen inquietas, acobardadas en esa
costumbre de la vida sujeta. Una brisa intensa se
entretiene en sus crines, ciegamente. En el cuello
erguido al viento lleva una marca desceñida del
obscuro ronzal, que lo domeñaba, y orna hoy
solitario y liado al astil del corralón. Eterna
esclavitud de ayer sin más recuerdo que la tapia
desbardada del corral.
El camino anchuroso, indescubierto, se le tiende
solitario en la tarde. Los troncos agolpados al
ramaje, se mecen enormes, fatigando la brisa, y
abriéndose a su paso.
El potro esperanzado, la crin ensoñadora en la
figura, atalayando lejanías, corretea rítmico,
delirante, gesteando en cada brazada una inmensidad
de libertad.
El ciprés cubre y recubre la nerviosidad de la
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bestia virgen, y los cipresales parecen viejos
consejeros que le van domando en media vida, y le
abren, maduros de viento, sus amplias brisas.
En la vastedad, como un marco pintado al
praderío, el último portón finquero se inclina al paso
continuo del potro. Y en lontananza, yeguas
colmadas retozan la dehesa… El potro mira fijo los
páramos henchidos de paz, y ansiosamente se
desboca sumido en un zarando galope, cual,
acicateado en el ijar, en un único despliegue fugante