10 prosa poética fp 10

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El potro negro, estirándose, puso de pie sus cuatro patas; y quedando abierto de ancas, evocaba relumbres de yeguas. Mientras retozaba su hocico en la hierva enojante, el sexo obscuro empezó a rememorizar ansiedades de piel. Iba descendiendo y acrecentándose en media figura entera. De pronto comenzó a pendular. El potro levantó la cabeza desde el hambre, dejando de rastrear. Y así se acomodó patiabierto a puntear su falo, cada vez con más acierto; la punta sensible, envuelta aún, comenzó a rozarse, a cada golpe, del pecho firme que el animal plasmaba en la soledad del potreraje. Tiempo largo de excitación mantuvo la asolada figura, descubriendo locamente sus secretos de intimidad. Era el roce del eros; el que mantiene latente al universo. El potro fue tirado en rienda hacia el corral. Estaba soltada mansamente la yeguada, y entre la domura, una fiel yegua desnuda, olfateaba el piso en celo, en el grietoso y viejo cercado. La potra recelosa era nueva. Los cascos fragosos de las bestias rasgaban el empedrado. El gran Potro negro enaltecía su figura 633 sobre la tapia del corral, estatua al viento, y trepada la herradura del amor, abrazaba al vuelo con sus dos tobilladas el muslo veloz, sudoroso, de la hembra parda. Era un galope a seis patas, tendido el relincho en el giro y regiro del corralón. Ante la necedad de la yegua virgen, que fugábase y repateaba en el trance de violación, el caballo entero mordía y remordía con ansiedad y furia al cuello templado de la bestia desenamorada y frígida, ofuscada únicamente en su instinto y desdeseo, que el animal no sabe inteligenciar el Amor, intentando domarla y aquietarla, desplegando toda su imponente briosidad de erotismo vivo. El sexo macho temblando en la carrera, con su filo de vida húmeda, goteando y besando la sensualidad del labio jugoso, puerta al vientre, de la potra que no atinaba a retenerlo.

Así trastocaron los cuellos, pulso a pulso, pegados en el sudor, cuando el potro negro decaía su alta crin, casi cubriendo enamorado en la rabia, el pardo pelaje indefenso, y hasta virgen, virgen de olvido quizá; ¡que la potra no celaba en aquel día!; sin sol ni celo de luna. El acial blandió el aire, y cortó el coito… Orden del Mayoral era, orden del mayoral… Que la yegua es pequeña -decía- que herirá. De pronto, el gran potro negro giró de ancas la figura, y zarandeó sus cascos traseros, tirante, 634 bravío. El Mayoral alcanzó a ver, cerca de sus ojos, los dos herrajes detenidos en el aire, que le salpicaron tierra pedrosa en la pupila, y lo cegaron por momentos. En medio del susto quieto cuando evitaba el golpe seco, torció su espalda virándose hacia atrás, fisurándose levemente en el giro una vértebra ósea. Gritó hasta verter el alma y se tiranteó desesperado de los pajonales del tapial, intentando estirar su columna vertebral en el trance largo, herido de dolor. El Potro entonces montó de un solo brinco sobre la atemorizada yegua, y apretando sus tobillos prendió de lleno su filadura de sexo entero en la abertura intocada de la hembra. Sangre buena goteó en la ternura erótica de las íntimas nalgas de la potra hermosa. El potro jadeante respiraba acosado en el temblor del nervio, y sudado e inquieto remira sobre la tapia la osamenta? del caserío que serenamente atisba a la pareja sola. LA FUGA 635 Un caballo color a trueno con su mirada inmensa recorrerá la tarde tras el muro viejo.

Así trastocaron los cuellos, pulso a pulso, pegados<br />

en el sudor, cuando el potro negro decaía su alta<br />

crin, casi cubriendo enamorado en la rabia, el pardo<br />

pelaje indefenso, y hasta virgen, virgen de olvido<br />

quizá; ¡que la potra no celaba en aquel día!; sin sol<br />

ni celo de luna.<br />

El acial blandió el aire, y cortó el coito…<br />

Orden del Mayoral era, orden del mayoral… Que la<br />

yegua es pequeña -decía- que herirá.<br />

De pronto, el gran potro negro giró de ancas la<br />

figura, y zarandeó sus cascos traseros, tirante,<br />

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bravío.<br />

El Mayoral alcanzó a ver, cerca de sus ojos, los dos<br />

herrajes detenidos en el aire, que le salpicaron tierra<br />

pedrosa en la pupila, y lo cegaron por momentos. En<br />

medio del susto quieto cuando evitaba el golpe seco,<br />

torció su espalda virándose hacia atrás, fisurándose<br />

levemente en el giro una vértebra ósea. Gritó hasta<br />

verter el alma y se tiranteó desesperado de los<br />

pajonales del tapial, intentando estirar su columna<br />

vertebral en el trance largo, herido de dolor.<br />

El Potro entonces montó de un solo brinco sobre la<br />

atemorizada yegua, y apretando sus tobillos prendió<br />

de lleno su filadura de sexo entero en la<br />

abertura intocada de la hembra.<br />

Sangre buena goteó en la ternura erótica de las<br />

íntimas nalgas de la potra hermosa.<br />

El potro jadeante respiraba acosado en el temblor del<br />

nervio, y sudado e inquieto remira sobre la tapia la<br />

osamenta? del caserío que serenamente atisba a la<br />

pareja sola.<br />

LA FUGA<br />

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Un caballo color a trueno con su<br />

mirada inmensa recorrerá la tarde tras el muro<br />

viejo.

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