10 prosa poética fp 10

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08.05.2013 Views

los mustios perfiles reposaron asiéndose en las perladas hojas de su ternura, cruzaron por él ráfagas de temor; hasta su más tibio retoño que creaba aquella longevidad dura y cruenta, se desgajó, y cayó en el polvo, hasta palidecer. 620 Luego, aquel árbol que fue niño, pareció sumergirse en un solitario y desértico sueño de oscuridad, y sintió dentro de sí el estrujamiento y la sequedad de los nervazones milenarios de los árboles viejos. Se adormeció con la frente gacha, como los ramajes que lo ampararon. Mecíanse las ramas rasgando el polvo, inclinadas con pesadumbre, cual quietudes cargadas de paz. Cuando después de mucho tiempo tornó a la claridad, el cercano árbol viejo y sus raíces eternas se le asemejaron como un sueño oscuro y profundo. Mas, su faz inclinada volvió a mirar las alturas, y fijando su marcha en ellas, creció lento y apacible. Las aves caían en sus ramas, mientras el cierzo estremecía al ramaje que miraba gemirlas a sus pies. Bajo sus cortezosas se aquejaban ancianas de vestimenta negra, y él, alejadizo y receloso de su negritud, no osaba sentirlas. El sol tendíale sus rayos, y el árbol volteaba sus hojas hacia la luz, mas, cegadas en la porfía, desmayaban. Al vaho de la tierra despreciaba, era casi niebla emanando desde el reposo de sus raíces, de aquellas que las tenía por sus ramas muertas. Los copudos árboles que le circundaban desaparecieron poco a poco, y cada uno gravaba en las entrañas toscas del árbol, un fosco y profundo recuerdo. 621 Cuando los niños desgarraban sus cascarones trepando hacia sus alturas, y arranchaban las últimas hojas pregonando su triunfo, sentía un tierno dolor de felicidad.

Cuando comprendió el aquejar/se/ de las ancianas de vestimenta negra, de cuerpos enjutos, y el desmayar de las aves entre sus hojas cansadas, y el quebrantar de los cascarones al fatigar los niños la cuesta de sus ramas, y el lento crecer de los árboles viejos de luengas raíces, y la eternidad en la luz del horizonte, comenzaron sus ramas a inclinarse hacia la tierra silente. Y más tarde, cuando comprendió en las honduras de su corazón el negror de la noche, y comenzó a envejecer, y a silenciar sus vientos, tuvo sed de oscuridad. Sus hojas con temor rozaron el polvo, su ramaje entonces adoleció en misteriosa frente gacha, y sus entrañas en viejo corazón que adormecía… y fue así quedando en soledad, creyendo aún comprender su día vegetal. 622 De 1963 y posteriores La Vieja cantaba oraciones eternas a la vida… Y sobre su rostro las tejas se encaramaban entre sí, viejas de paz, y de silencio. Por ellas fluía el verdor parduzco que va secando los musgos enjutos. Las manos rugosas, como hojas echadas al polvo, recogían el pan olvidado del suelo. Y como ruda campesina que abriga su cosecha, lo entiviaba en el regazo de sus arrugas, y dejaba las migajas entiesarse sobre el muro frío que el viento lamía encariñado. Las llagas de su cuerpo, eran huellas ciertas de las horas que marcaron su existencia. Cuando la hogaza endurecía, como con el tiempo el pico de su pájaro negro que olvidaba de anidar, y cuando los árboles entornan su vejez y miran extrañados a las aves fugar de sus ramas, el sendo pájaro negro recoge, paciente pordiosero, su viejo pan durmiente entre las piedras hastiadas de quietud. Y ciega y lerdamente golpea la piedra con su pico blanco. Luego torna al árbol reposado, a su silencio viejo, y la anciana lo mira, y vuelve a cosechar su miga eterna. El tiempo envejecía con un cansado ardor.

Cuando comprendió el aquejar/se/ de las ancianas de<br />

vestimenta negra, de cuerpos enjutos, y el desmayar<br />

de las aves entre sus hojas cansadas, y el quebrantar<br />

de los cascarones al fatigar los niños la cuesta de sus<br />

ramas, y el lento crecer de los árboles viejos de<br />

luengas raíces, y la eternidad en la luz del horizonte,<br />

comenzaron sus ramas a inclinarse hacia la tierra<br />

silente. Y más tarde, cuando comprendió en las<br />

honduras de su corazón el negror de la noche, y<br />

comenzó a envejecer, y a silenciar sus vientos, tuvo<br />

sed de oscuridad.<br />

Sus hojas con temor rozaron el polvo, su ramaje<br />

entonces adoleció en misteriosa frente gacha, y sus<br />

entrañas en viejo corazón que adormecía… y fue así<br />

quedando en soledad, creyendo aún comprender su<br />

día vegetal.<br />

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De 1963 y posteriores<br />

La Vieja cantaba oraciones eternas a la vida… Y<br />

sobre su rostro las tejas se encaramaban entre sí,<br />

viejas de paz, y de silencio. Por ellas fluía el verdor<br />

parduzco que va secando los musgos enjutos.<br />

Las manos rugosas, como hojas echadas al polvo,<br />

recogían el pan olvidado del suelo. Y como ruda<br />

campesina que abriga su cosecha, lo entiviaba en el<br />

regazo de sus arrugas, y dejaba las migajas<br />

entiesarse sobre el muro frío que el viento lamía<br />

encariñado.<br />

Las llagas de su cuerpo, eran huellas ciertas de las<br />

horas que marcaron su existencia.<br />

Cuando la hogaza endurecía, como con el tiempo<br />

el pico de su pájaro negro que olvidaba de anidar, y<br />

cuando los árboles entornan su vejez y miran<br />

extrañados a las aves fugar de sus ramas, el sendo<br />

pájaro negro recoge, paciente pordiosero, su viejo<br />

pan durmiente entre las piedras hastiadas de quietud.<br />

Y ciega y lerdamente golpea la piedra con su pico<br />

blanco. Luego torna al árbol reposado, a su silencio<br />

viejo, y la anciana lo mira, y vuelve a cosechar su<br />

miga eterna.<br />

El tiempo envejecía con un cansado ardor.

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