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incando entre las mismas piedras mustias, que se<br />
alborozan en la luz, y silencian dolientes el nacer<br />
nocturno de las sombras.<br />
Y así, siempre en las auroras, de alborada en<br />
alborada, los cuervos escondidos se gozan en la paz<br />
sencilla de aquesta infantil humanidad, paz tan<br />
lejana para sus ámbitos obscuros que apenas<br />
conocen mieses negras.<br />
Cuando el péndulo de bronce late reposado con sus<br />
nuevos afanes, que se cansan al envejecer el día, los<br />
niños, sin osar mirarle, sonríen por dentro.<br />
Una de aquellas tardes en que las sombras para<br />
nacer, y la claridad para morir, no esperan el último<br />
toque del péndulo de bronce, y apresuran sus pasos<br />
silentes de atardecer, tras la pesadumbre del día,<br />
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hacia su labor de siempre…<br />
Una de tantas tardes, en que no oraron voces<br />
hondas y mansas, y era solo un eco la gigantesca<br />
oración de piedra…<br />
Una de esas tardes, cuando el péndulo de bronce,<br />
longevo ya, la hora cazcada, se resquebrajó y partió<br />
su canto, tras una ansia de eterno reposo, hubo<br />
oraciones lejanas, de otras piedras lejanas…<br />
Una tarde adolecida fue.. Y a la próxima aurora,<br />
mientras los cuervos columbraban desde el<br />
campanario muerto, mientras la roca mustia escalaba<br />
la altura para velar al bronce viejo, los niños, en su<br />
paz de siempre en gozoso juego de laborada, dieron<br />
paso en la calleja, después de un accidente de<br />
atropellamiento, a dos sendos catafalcos negros… de<br />
aquellas que subieron lentas, oscuras, bajo sus dos<br />
mudas corvas… con sus rostros en silencio ya, y que<br />
mirarán por siempre piedras solas y eternas.<br />
Parque de Mayo-1962<br />
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DE LOS PÁJAROS OBSCUROS