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10 prosa poética fp 10

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los cuentos poéticos en<br />

la Violación de la bestia<br />

Manuel Federico Ponce<br />

593<br />

a mi Padre, el abogado,<br />

el embajador ocasionalmente, quien pidió que se<br />

lean las primeras páginas de este libro, en la<br />

inauguración del grupo “Teatro Hamlet”.<br />

594<br />

Sonambulía<br />

(1 de junio de 1962)<br />

Apoyado en mi lecho, escribía… El lápiz negro,<br />

sobre un papel blanco. Letras negruzcas, largas,<br />

confusas. Sombreaba pesadamente mi figura hacia el<br />

cobujón, un cobertor de hilachas obscuramente<br />

blancas, obscuramente verdes, obscuramente<br />

violadas. De pronto, golpes secos, continuos,<br />

exactos…, a intervalos secos continuos,<br />

exactos. Miré la puerta que parda vacilaba su tono<br />

vagaroso: estaba inmóvil, tiesamente encajada en el<br />

marco… quieto, umbroso. Giré interrogante el rostro<br />

hacia la estancia: en el bajo poyo de cemento<br />

blanquecino, descubrí un busto casi familiar<br />

¿transfigurado acaso en el tiempo?<br />

…Letras obscuras, largas, confusas…<br />

Era un anciano, con su extenso cráneo de piel<br />

tostada, enjuto y gacho, casi embozado el rostro en<br />

el torso de fieltro negro. Vorazmente agasapado, y<br />

releía ancestrales manuscritos. En redor le amanecía<br />

un velamento anaranjado, como de un haz de luz<br />

agonizante, nimbando en sosiego la tristeza.<br />

Apacentaba el misterioso bulto sumido en su vigilia<br />

de hórrida faena, arrobado y extático..


Torné a mi lápiz negro, y escribí. Tembloso,<br />

pávido.<br />

595<br />

De pronto, nuevamente, golpes secos, continuos,<br />

exactos… Temblaron crudamente infiltrándose en<br />

mi cerebro, crisparon mis nervios, y fugó cortante el<br />

silencio…<br />

Miré. Gimió levemente la puerta… Sujetado apenas<br />

del quicial, se perfiló una espectral figura. Sus<br />

amplias cejas pesaban como guardianes<br />

estrambóticos de un mirar asesino, casi hecho<br />

bruma. Los pómulos arqueados sarcásticamente. Las<br />

facciones aguileñas, góticas. Sonreir pícaro,<br />

malicioso irónico… Mordisqueáronse entonces mis<br />

labios, bizqueaban mis ojos, se erizaron mis<br />

párpados, se distorsionó mi faz, arrojé con furor y<br />

desespero mi lápiz negro, extravié torvamente el<br />

respiro en el cuello, se contrajo mi voz… caí, como<br />

cae un piedra dura y seca. Enarqué reciamente hasta<br />

las cienes, sentí un agudo dolor en mi lengua, y<br />

pensé quedar eternamente mudo… Todo pasó corto,<br />

en fantasmagórica visión. ¿Era acaso él la sombra<br />

agorera de un viejo y un destino? Creí, al fin,<br />

aquietar en la inconciencia.<br />

* * *<br />

Extrañamente recostado, reviví en aquel desmayar<br />

en lo negro y en la nada. Dudé si aún dormía. Intenté<br />

recoger mis arrecidos miembros… ¡fue inútil! Me<br />

esforcé nuevamente arriesgando fracturar mis<br />

vértebras, y encogido apenas, logré incorporarme.<br />

596<br />

Cohibido e incoherente, temía despejar la vista. ¡La<br />

temible incertidumbre! Se trabó extraña y tosca<br />

lucha en las fibra temblonas de mis músculos.<br />

Querían ceder en su encarnadura, y deshacerse.<br />

Entonces, en mi ofuscación cruenta, abrí los ojos<br />

con pavura… divisé jadeante… me hallaba en la<br />

misma alcoba… en mi alcoba. ¡Del resquicio de la


puerta habíase esfumado el informe aparecido, que<br />

me arredraba!<br />

Enfrente, nuevamente, aquel ser excéntrico… Sí,<br />

continuaba allí… podría confirmar mis dudas…<br />

grité:<br />

Maestro… no sé… qué conmoción…<br />

No me escuchó… ¿sumido en el tedio quizá? ¿Qué<br />

crueldad entrañaba su mensaje y su fardo? ¡El<br />

también dormía! ¡Sí! ¡Dormitaba en desvelo y fiera<br />

somnolencia con ancestrales manuscritos!... –El<br />

hombre es la medida del sueño… -pensé. El hombre,<br />

cascarón de la mente, es tarde y sueño. Un ego. –El<br />

tiempo se ha detenido en este intento.<br />

¿Es visión o realidad?... ¿Ha donde alcanza el<br />

espectro del sueño? El hombre y la mujer no lo<br />

definen, y sin embargo, tambaleándose en sí<br />

mismos, sueñan.<br />

En qué escalón de la conciencia, en qué escalón de<br />

la vida, ando extraviado? Me dije. - ¿hasta dónde me<br />

sé?. Percibía mi voz. –Esa voz… ¿vibró en mi oído,<br />

o vibró en las últimas incongruencias de mi<br />

cerebro?. Si vibró en mi oído, siente y vive mi carne.<br />

597<br />

Si vibró en mi onda última, siente y permanece mi<br />

espíritu. Y mi cuerpo: aún incertidumbre de su<br />

despertar.<br />

El hombre siempre oye su propia voz. La siente y la<br />

ama. La voz de su prójimo, la voz de su mundo<br />

exterior, es para sí hueca. Hueca y raquítica. Sin<br />

vida. Escuché mi voz. Mas, siempre siento mi voz.<br />

La siento porque vuelve hacia mí. El viejo no oyó mi<br />

voz… ¿está él en mi sueño, o en la frecuencia<br />

tangible del tiempo?... Incertidumbre, duda. Es inútil<br />

confirmar que estoy dormido. Es inútil. Porque el<br />

hombre puede espiritualizar su voz.<br />

¿Es la inconsciencia la que ha cerrado mis<br />

oídos?... Pero el hombre escucha su voz cuando su<br />

lógica vive….. ¡sí! ¡El hombre percibe su voz si su<br />

razón persiste!... ¡!Mi espíritu pervive!! ¡Sí, mi<br />

espíritu es!... Mi ojo pudiera estar ciego y mi oído<br />

sordo. Mas, puede saberse de sí únicamente mi<br />

espíritu. Y pienso, si existo y me despierto solo, en<br />

esencia, ¿porqué no se eterniza toda la memoria


universal?... Si mi carne ha desmayado, ¿porqué no<br />

siente un trance de soledad?...<br />

Así, el enigma puedo resolver. Y su solución obliga<br />

negar la sonambulía de mi cuerpo, y confirmar mi<br />

despertar… ¡fue solo una “angustia de infinito! ¡Una<br />

sarcástica y temible desesperanza de hondo sueño!<br />

* * *<br />

598<br />

Un angustiado grito seco, he dado… ¡sí!, y no me<br />

han escuchado. Mi voz se apaga en mi cuello… no<br />

se arranca de mi lengua… no se desprenden mis<br />

labios. Imagino lo que siempre veo… mi alcoba,<br />

ahora inmóvil, quieta, recién amanecida… creo<br />

moverme, y no siento que mis nervios vibren…<br />

rastreo, y mi nervio olfatorio no se inquieta, no<br />

siente el aire espeso, denso, de respiración…<br />

Entonces… ¡sí!... ¡incuestionable!... sufro una<br />

subconsciencia, duermo… y, embargado en el<br />

sueño, hace instantes, he estado en otro sueño,<br />

subconsciente en el mismo sueño. Nocturnando<br />

entre varios espacios, contiguos espacios del yo…<br />

descubriendo un mundo imaginado, drama de carne<br />

y hueso imaginado. Y si en el profundo ámbito, de<br />

soñar que sueño, surgen otros subconscientes, más<br />

hondos y extraños aún, que la memoria alcanza a<br />

detener? Entonces, descubro una infinidad de<br />

espacios lindantes, inermes ámbitos dormidos… Un<br />

desvoltaje de la razón ¿Quién puede asegurar si<br />

somos vivos o simplemente sonámbulos de vida?.<br />

Vida de diminuta esencia. Fantasmagórica,<br />

incesante, reducida ciencia la del cerebro. Hórrido<br />

escenario… ¿Quién es su inmortal comediante?<br />

¿Quizá yo? ¿Sin saberlo?... ¿no es el hombre sueño<br />

y cerebro?... Incertidumbre y duda. La carne es<br />

incertidumbre y duda. Yo soy incertidumbre y duda.<br />

El mundo es incertidumbre y duda.<br />

* * *<br />

599


Abrí los ojos. Los había abierto ya. Hacia atrás,<br />

hacía adentro… Acaso soñando que se despierta.<br />

Mas hoy, sentía que nuevamente los abrí. Y en el<br />

nuevo visaje, todo era calma, paz… Me hallaba en el<br />

mundo real, un total espacio. Desconocía aún la<br />

hora, y el alba. ¡Qué desasosiego haber dejado el<br />

hórrido escenario del cerebro, para retornar una vez<br />

más, al rutinario camino, en este mundo manso,<br />

vulgar, siempre el mismo! Lo cierto es que desperté;<br />

desgraciadamente, desperté. Eran las diez de la<br />

mañana. Estaba solo.<br />

Recordé calmosamente, aquél extraño pasatiempo<br />

del último anochecer, antes de reposarme: A media<br />

luz, fuera, en la fronda del jardincito, escribía. Al<br />

poco tiempo apareció mi padre, dejando el blanco<br />

portón de la casa, y completamente arrebujado, de<br />

terno negro, en maduro silencio. Partió. Yo atisbaba<br />

tras las retejidas telarañas, en los diminutos rincones,<br />

bajo los obscuros hoyos del techo, convertidos en<br />

mansión de millares de insectos alargados… Pasos<br />

roncos y repetidos dentro. Alguien,<br />

inesperadamente, corrió el aldabón. Di, por rutina,<br />

tres golpes secos en la puerta. Aquel “Alguien”,<br />

sobresaltado, fugó dando ligeros brincos y<br />

estentóreos grito en rasgado y contenido esfuerzo,<br />

luego de soltar el manubrio, y a velocidad por el<br />

interno corredor estrecho. Grité fuertemente<br />

alegando ser yo aquel “misterio” tras la puerta. Me<br />

reconocieron. Callaron. Mudáronse los gritos en<br />

600<br />

lisonjera paz… nuevamente pasos. Se entreabrió la<br />

puerta. Ingresé…<br />

Lo recuerdo en silencio, y pienso en mi cerebro…<br />

Fueron dos escenarios, que sorbieron vida de dos<br />

mundos; el real, y el del sueño.<br />

En aquellos dos escenarios se perfilaba embotada en<br />

terno negro, una figura patriarcal de pensar maduro.<br />

En aquellos dos escenarios aparecieron en hórrido<br />

cuadro, con sarcástico perfil, ó con lúdico grito,<br />

videntes extraños; con el escaparate de sus enigmas:<br />

un blanco portón, y el recio lazarillo de sus<br />

misterios, tres golpes secos. Y en aquellos dos<br />

escenarios se hicieron dos fugas fantasmales.


En aquellos dos escenarios, el manso y el hórrido,<br />

los temores se mudaron en patéticos sosiegos.<br />

He vivido tres espacios… ¿Será posible sentir el<br />

instante mismo del sueño? Aquel que cuando aún no<br />

estando durmiendo, ya estamos dormidos. La<br />

incógnita del último momento de conciencia que nos<br />

lleva al sitio del sueño. Minuto nunca sentido y no<br />

sabido.<br />

El espacio real, labró imágenes, que repercutieron<br />

en mi cerebro, vagaron por mi mente, descubrieron<br />

la cueva de la fantasía, se enrolaron en sombras<br />

negras, y las dieron vida.<br />

Y entonces refraguada, acudiéronme con su esencia<br />

mental, obscuras, tenebrosas e inciertas, vibrando en<br />

temible arte negro, de locos, e hicieron sus andanzas<br />

por el indomable escenario de mi cerebro en sueño,<br />

601<br />

y por mis nervios subconscientemente tensos.<br />

Y más tarde, tras raudo episodio de lacónico terror,<br />

soñando, caí inconsciente, en un mundo hosco y<br />

mudo, dentro del mismo sueño. Sin control de mi<br />

cuerpo, sin control del pensar, sin control de mi<br />

imaginación, en un mundo más hondo que los<br />

sueños.<br />

* * *<br />

Intenté entrar nuevamente en la casa del Sueño…<br />

Imposible. No puedo entrarme en mí mismo. Yo, el<br />

único habitante de mí, no puedo volverme a mí<br />

mismo. No pude franquear la puerta insondable del<br />

tiempo. Subí las densas gradas del insomnio. Una<br />

gran puerta de bronce color metálico, pesada, como<br />

de hierro permanente, ese gris mate impenetrable y<br />

solitario, ese dantesco gris del sueño o del desmayo<br />

me separaba de mí mismo. Quise abordar el<br />

resquicio obscuro… fue inútil. Las puertas del sueño<br />

estaban cerradas.<br />

Las ideas, las memorias, los recuerdos, vagan<br />

solos por la mente, nadando en el aire de la calma, y<br />

se arman entre sí para montar el sueño; y se cruzan y


ecruzan entre sí armando la noctámbula suerte,<br />

donde las voces del silencio se hacen grandes.<br />

.<br />

602<br />

EL PEQUEÑO VIAJE<br />

(1.960)<br />

Fue de noche, y fue de luna. Los prados<br />

iluminados de agonizante luz. Salimos de un<br />

Tilipulo viejo en el coche blanco. Llevaba en mi<br />

mente la angustiosa espera, la del escabroso arenal.<br />

Llegamos ya a la tierra removida. Curvas<br />

nerviosamente pequeñas, seguidas del violento<br />

empujón.<br />

Vi la Iglesia blanca llena de recuerdos, que me hizo<br />

meditar largamente. Y entre esos pensamientos volví<br />

mi vista hacia el largo arenal. Pencos verdes a los<br />

lados, que amenazan meterse entre las nubes densas.<br />

Árboles pequeños de eucalipto. Pasamos junto a la<br />

humildad de las aldeas.<br />

Quería ver enfrente el fin de la arena. Pero largos<br />

momentos de angustia transcurrieron, hasta que de<br />

momento la vimos victoriosos. Satisfechos<br />

recorrimos el largo camino y dimos con el pequeño<br />

pueblo que dormía en misterioso silencio. Faroles<br />

luminosos; grandes camiones al costado, callados<br />

sobre las altas llantas. Pasamos por Latacunga. Las<br />

calles en alto y desoladas. Nos internamos en las<br />

tinieblas por un carretero plano. Carros de grandes<br />

faros, pasaron delante enteros. Bosques limitados de<br />

verdes pliegues alzan sus majestuosas ramas hacia el<br />

603<br />

azul del firmamento. Hojas tiesas caen en la arenilla<br />

seca. El murmullo del agua se oye lejanamente. Al<br />

fondo de la senda, y tras una curva silenciosa, vi las<br />

señales que esperaba ansiadamente. Habíamos<br />

llegado a lo ancho del camino, invadido de charcos<br />

húmedos y obscuros. Doblando en media vía, se<br />

hizo tras nosotros una nube blanquecina de polvo.<br />

Nuevamente prados verdosos. Otra vez los hermosos


telares de hierba.<br />

Sobrepasamos una espumosa corriente de agua, y<br />

volteamos a la izquierda. Se hizo entonces estrecho<br />

el camino y nos vimos rodeados de gigantescos<br />

árboles; al fondo, luces de consuelo. Entramos en el<br />

patio del recuerdo. Nos detuvimos. Descendimos<br />

halagados del coche hacia la gran puerta vieja. Nos<br />

recostamos en todo el sueño. ¡Amaneció!<br />

Transcurrió tranquilo el día.<br />

Llegó la noche; Otra noche de luna…<br />

EL CUENTO<br />

604<br />

La tenebrosidad parecía haberse sumergido<br />

profundizando aquella concavidad hosca y negra,<br />

que anidaba en toda inmensidad y en toda pequeñez.<br />

Parecía que todo principio de luz había desaparecido<br />

ante una majestad sublime y oscura, que extendía su<br />

reino sin margen. Monstruo impenetrable, monstruo<br />

inmenso.<br />

Mientras yo confuso, mientras encumbrado en<br />

aquel inquietante ámbito de negrura, abordaron<br />

quedamente bullicios lentos; golpes que volaban<br />

tardíos, en largo compás, sobre copudos árboles en<br />

desolación eterna.<br />

-Recorrerá estos parajes algún ser extravagante de<br />

la altura - me dije, cerniendo en mi espíritu el temor.<br />

Me esforzaba en descubrir aquellos espacios de<br />

misterio. Entre golpes solos, golpes secos, los<br />

bullicios descendieron tardamente…<br />

De pronto, un claror tenue, titilante, pálido,<br />

tembló en el bosquejal. Por las hojas obscuras<br />

traspasó la luz. Aquella luz, pacificó el temor, y<br />

exterminó las sombras. Aquella luz buscada<br />

descendió… Agudicé mi vista inquieta, y descubrí,<br />

volando en su silencio, un gran pájaro negro de<br />

letargos vuelos. Todo mi espíritu volcó en su paso.<br />

605


Con el alón calmoso, como ansiando entrañarse<br />

con su vastedad de alas inmensamente morosas en el<br />

campo que atravesaba, el ave sombría enlutaba las<br />

nubes lejanamente perladas de sombras blancas.<br />

Era negro, completamente negro. Su pico, su<br />

plumaje. Parecía que la noche más negra lo había<br />

engendrado.<br />

Extraño, como reuniendo en sí fiereza y venganza,<br />

concentró su vuelo en mitad del árido boscaje, cada<br />

vez más lento, cada vez más lóbrego.<br />

Luego, al contemplar aquietado las morroñosas<br />

cortezas de un viejo ciprés, y tornando en raudo su<br />

tenderse lento, se encogió, encrespando el plumaje,<br />

y se tendió vertical, desgarrando las tiernas yemas<br />

nacientes de la gran sinuosidad del árbol.<br />

Y tras desbrozar los últimos recuerdos de la<br />

ternura surgida en aquella longevidad, se abajó<br />

ingrávido, sobre las infantes cepas, desplomándose<br />

en medio de gozosa crueldad, y mudando hacia el<br />

tiempo su cuerpo tenebrecido, en esqueleto blanco.<br />

* * *<br />

Silencioso, absorto, en mudo recogimiento, el<br />

misterio hollaba de incertidumbre al boscaje. Entre<br />

los mustios huesos blancos, arraigaron graves,<br />

solemnes, rudas raíces negras, de un tallo negro. El<br />

cortezón, en vestimenta informe, guardaba, con su<br />

luenga cobertura, sendas de savia negra, de un tallo<br />

negro. Aquel nuevo germen del pájaro muerto,<br />

606<br />

se nutría de obscuridad, bebía sangre prieta.<br />

Mas, por cada taciturna hoja nueva que<br />

engendraba el tronco, la tierra absorbía, paso a paso,<br />

un árbol más inútilmente frondoso, inútilmente<br />

verde, del ávido polvo en el que yacía aquel bosque.<br />

Nacían los gérmenes tardos entre una existencia<br />

vieja, que parecía perdida con su paso moroso, en la<br />

avidez de tierras cruentas.


Más tarde, tras un continuo tiempo de mortandad, el<br />

plácido verdor de la arbolada se había convertido en<br />

un torvo desierto solitario, sepulcral ya sin aves, y<br />

cubierto de macilento y ávido polvo. Y en medio,<br />

desflorando su tronco entre tierras sedientas,<br />

tendiendo sus ramas sobre la palidez, nimbado en<br />

soledad, tejiendo sus raíces entre huesos blancos,<br />

con aquél, su enjambre negro, un árbol solo,<br />

milenario, inmenso, ha sembrado sus raigambres<br />

combadas y profundas, a través de aquel mortuorio<br />

vuelo desierto<br />

. * * *<br />

Dejaba la tarde su corta existencia…<br />

Cuando un silencio más hondo, más solo, más<br />

quieto, sumió en tétrica paz, paz de sepulcro del<br />

pájaro, al árbol negro y su lecho desértico; cuando la<br />

oscuridad se enmarañó más recia, cuando arraigó la<br />

soledad más ardua.<br />

607<br />

Y estremecióse el árbol, fragosamente, abriéndose<br />

en tajos la corteza herida, y descubriendo en sus<br />

entrañas difusas, destellos de huesos blancos y<br />

blandos, que alzados de su nicho dejando los<br />

mustios raigones, lentamente, iban absorbiendo a su<br />

paso las hojas negras de las ramas viejas. Y<br />

revestían con ellas su blancor de esencia, en<br />

obscurecido plumaje…<br />

Al término de su pernoctar dichoso por el lóbrego<br />

corazón del árbol, columbró en lo cimero un pájaro<br />

de luz, y tendió su vuelo en el albergue de su noche<br />

nueva.<br />

Y allí quedó, el árbol y su ramaje desnudo, cual<br />

símbolo de eterna osamenta, sumido en un negror de<br />

hastío y soledad.<br />

Y en el polvo del antiguo bosquejal, quedó<br />

grabado aquel recuerdo mudo, aquel recuerdo yerto,<br />

mortecinamente largo, y una pluma, en un olvido de<br />

imagen solitaria y de animal volandero.<br />

(1962)


608<br />

BRONCE VIEJO<br />

Por la calleja de muros cansados, dos ancianas<br />

suben lentas, obscuras, bajo sus dos mudas corvas, y<br />

con sus rostros mirando siempre las mismas<br />

aquietadas piedras mustias.<br />

Sus espíritus guardan la paz de un desierto. Con la<br />

vista fija en extravagancias solas, simulan, atisbando<br />

las últimas colinas, descubrir altos secretos de la<br />

tierra, dejando en olvido su senda y albergue<br />

campesinos. Encogidas, enjutas en su ropaje negro,<br />

entrelazan con sus manos largas sus cabellos<br />

blancos.<br />

Sus pensamientos hondos, en reposo, recuerdan<br />

solamente los pasos lentos y viejos que da el<br />

péndulo de bronce, aquel que en la costumbre<br />

encuentran a cada atardecer, cuando se duerme con<br />

su eco profundo y tardo entre las piedras pardas; en<br />

claustral cántico, recuerda a la luz que adviene su<br />

hora de reposar tras los montes, y despierta a la<br />

noche, para que cierna la paz sobre el clamor de los<br />

hombres. Y obediente la luz, cierra su cofre de oro<br />

inmenso. Y obediente la noche, deja que sus<br />

sombras labren de negro los polvos del mundo.<br />

Las ancianas siguen tras los seis toques enfermos,<br />

cavilando en aquella profundidad de cúpula austera,<br />

que recoge seis ecos yertos del campanario.<br />

609<br />

Y así, tarde en tarde, tras la gigantesca oración de<br />

piedra, elevan absortas sus voces hondas y mansas,<br />

por las ánimas que olvidaron de vocear en el mundo<br />

y los descuidados cuerpos que inclinaron sus<br />

pesadas corvas.<br />

Cuando la luz retorna a abrir su cofre de oro<br />

inmenso, y la noche adormece a sus sombras,<br />

albores de la humanidad, auroras infantiles de los<br />

hombres, clamando con sus voces aún ciegas y<br />

sencillas, pregonan su felicidad danzando y


incando entre las mismas piedras mustias, que se<br />

alborozan en la luz, y silencian dolientes el nacer<br />

nocturno de las sombras.<br />

Y así, siempre en las auroras, de alborada en<br />

alborada, los cuervos escondidos se gozan en la paz<br />

sencilla de aquesta infantil humanidad, paz tan<br />

lejana para sus ámbitos obscuros que apenas<br />

conocen mieses negras.<br />

Cuando el péndulo de bronce late reposado con sus<br />

nuevos afanes, que se cansan al envejecer el día, los<br />

niños, sin osar mirarle, sonríen por dentro.<br />

Una de aquellas tardes en que las sombras para<br />

nacer, y la claridad para morir, no esperan el último<br />

toque del péndulo de bronce, y apresuran sus pasos<br />

silentes de atardecer, tras la pesadumbre del día,<br />

6<strong>10</strong><br />

hacia su labor de siempre…<br />

Una de tantas tardes, en que no oraron voces<br />

hondas y mansas, y era solo un eco la gigantesca<br />

oración de piedra…<br />

Una de esas tardes, cuando el péndulo de bronce,<br />

longevo ya, la hora cazcada, se resquebrajó y partió<br />

su canto, tras una ansia de eterno reposo, hubo<br />

oraciones lejanas, de otras piedras lejanas…<br />

Una tarde adolecida fue.. Y a la próxima aurora,<br />

mientras los cuervos columbraban desde el<br />

campanario muerto, mientras la roca mustia escalaba<br />

la altura para velar al bronce viejo, los niños, en su<br />

paz de siempre en gozoso juego de laborada, dieron<br />

paso en la calleja, después de un accidente de<br />

atropellamiento, a dos sendos catafalcos negros… de<br />

aquellas que subieron lentas, oscuras, bajo sus dos<br />

mudas corvas… con sus rostros en silencio ya, y que<br />

mirarán por siempre piedras solas y eternas.<br />

Parque de Mayo-1962<br />

611<br />

DE LOS PÁJAROS OBSCUROS


3 de febrero de 1.963<br />

(Narración <strong>poética</strong> que obtuvo el Primer premio en el<br />

“Concurso de Cuento FEUCE”, en 1968; Universidad<br />

Católica de Quito.)<br />

612<br />

El desierto desplegó su gigantesco lecho<br />

hidrópico, en sed e inmensidad.<br />

Apareció cual refugio eterno de insaciable palidez.<br />

Cual sagrada tumba ingente de cuerpos de animales<br />

que se olvidaron.<br />

El desierto apareció, con sus huracanadas ráfagas de<br />

viento, socavadoras de arena y muerte, en la<br />

oquedad yerma…<br />

Encogidas, cual sombras contritas, embozadas en<br />

perdidos nubarrones del desierto, avanzaban<br />

colmadas de tardanza tres aves pesadas y negras.<br />

Mansamente abrazaban con sus alas la tierra<br />

informe.<br />

Golpeteaban bruscamente con el alón terso los<br />

arenales fríos de la altura; pendulaban sus perfiles<br />

buídos, cual ingrávidas carnazas, triturando con sus<br />

pardos picos las gredas que revolaban a su paso.<br />

Encumbraban lentas y tardías sus alas, para<br />

golpearlas con quedado y ansioso ímpetu, abarcando<br />

con sus negras uñas temblorosas manojos de arena y<br />

de viento.<br />

Sus ojos brillaban titilando apenas en los párpados<br />

casi cerrados. Enjutos y negros, manchaban la<br />

blanca inmensidad de siempre.<br />

Retardado, el más viejo, graznaba en el<br />

desespero…<br />

Mientras, en el pájaro maduro palpitaban con más<br />

ímpetu las sienes obscuras, al columbrar la<br />

613<br />

anubarrada inmensidad el ansia ciega, como<br />

queriendo quebrar en el parpadeo las arenas que<br />

revoloteaban.


Y el pájaro guía, con los impulsos de su cuerpo<br />

gigante en avance rítmico, con aleos más cargados y<br />

lentos, como si se encalmase en la amplitud eterna.<br />

Graznaba el pájaro viejo.<br />

Con el ala temblorosa avanzaba el pájaro maduro.<br />

Y el ave guía trémulo y en silencio.<br />

Más tarde, la vieja ave cascada, retrasada<br />

viejamente, graznó más fuerte, y tornó más<br />

despaciosos sus aleteos, como si le bastasen para<br />

avanzar sus estentóreos bramidos.<br />

Mas, brotaban ya, perdido el afán de sembrar<br />

compasión en aquestos sus compañeros de corazón<br />

de piedra, simulando raudos gemidos, con ansia de<br />

taladrar aquellos manojos de carne, en un adiós de<br />

ansiedad hacia los dos sordos pajarotes que cansados<br />

y mustios se adensaban lejanamente en la premura.<br />

Temblaba su cuerpo tras el graznar enloquecido,<br />

cual si compungido sacudiese su corazón, a poco<br />

más lento y más callado.<br />

Sintiéndose caer en un visaje de altura, y en medio<br />

vértigo, en el desborde desquiciado de su anieblada<br />

mente, intentó enroscarse de los turbiones que<br />

vagaban al son del viento desorbitado. Se contrajo<br />

en un temblor que ahondaba sus carnes, enmudeció<br />

su corazón seco y duro, y con el golpe muerto que se<br />

percibió al desplomarse, sintieron los otros dos<br />

614<br />

pájaros negros un estridor más que se perdía en la<br />

quietumbre del yermo…<br />

El ave madura, con sus plumas crispadas, ansiaba<br />

triturar en los lagrimales las arenas que revolvían<br />

por su rostro. Mas, de pronto, estrujó sus párpados<br />

con ardor, como si contuviese entre ellos una presa<br />

diminuta, cuando una de aquellas ventiscas<br />

enarenadas habíase encarnado en la pupila blanca.<br />

Abrió desesperado su otro ojo aún latiente, a mirar la<br />

esencia roja que profusa corría por sus carnosidades.<br />

Con sus uñas rígidas, ansió desgarrar las manchas<br />

teñidas, y turbado de sangre y desierto, se las<br />

incrustó en la única angostura abierta de su monda<br />

pupila, pupila blanda…


Graznó agitado, tembloroso, ciego y herido.<br />

El fondo cuajado de riscos enhiestos sobre la<br />

inmensidad solemne, aguardaba su paso…<br />

Aleteó impetuoso en su oscuridad, queriendo<br />

descubrir la luz. Temblaba su plumaje oscuro,<br />

azotado por la miríada de arenas que se injertaban en<br />

sus densas y frías carnes. En sus entrañas sombrías<br />

modelaba chirridos para lanzarlos al viento cada vez<br />

más despiadado.<br />

Solo, en los ámbitos negros de su ceguera, solo, en<br />

los rincones turbios de su locura, solitario en sus<br />

graznidos, volando en la soledad, impactó su cráneo<br />

615<br />

en la informe roca erguida, y su sangre tiñó la<br />

palidez rocosa…<br />

El último pájaro negro, creyó escuchar un sordo<br />

graznido más en los peñascales, y persistió en su<br />

rítmico avance, como un ser perpetuo…<br />

Hacia el praderío una senda argéntea serpeaba los<br />

últimos vestigios del desierto. Las alas del pájaro<br />

oscuro golpeaban eternizadas en el vuelo abatido<br />

sobre la fosca inmensidad.<br />

Mas, al avistar su sombra en aquel camino que<br />

llevaba rumoroso el alma de mar, que ondulaba<br />

aquel corazón cristalino desconocido por siempre en<br />

el Yermo, se desplomó embebecido en aquesta<br />

magia de ansiedad feliz.<br />

Las olas colmadas y sordas, lo enrumbaron hacia<br />

una infinitud de paz, mientras agonizaban las tibias<br />

claridades de un atardecer…<br />

616<br />

EL NIDO PARDO<br />

En la negrez informe de un tardecer, en la umbría<br />

titilante, entre inmensas nubes que viajaban


medrosas, pesadas, remontando todas las tierras del<br />

mundo con sus cargas enormes y acuosas,<br />

revoloteaba una pájara blanca, atalayando con vuelo<br />

temeroso e inquieto, el perderse de las últimas<br />

huellas de luz, como si quisiese detener el raudo<br />

avance de la oscuridad.<br />

La luz amparó su paso, hasta refugiar sus alas<br />

cargadas, entre sombras de cúpulas que erguían sus<br />

cuerpos de piedra en perenne oración.<br />

Husmeaba con afán ofuscado en mansedumbre y<br />

desespero, en busca del arcano acerbo y pajizo, en el<br />

que secreteaba el blanco tesoro de su trino, sus dos<br />

capullos engendrados, silentes, que desflorarían en<br />

seres de altura. La oscuridad enlutó aquellos ámbitos<br />

caliginosos, y lacerado por aquel silencio y por la<br />

densa negrura, agitaba sus ardientes ojos, cual<br />

ascuas, como si fuesen ellos capaces de vencer la<br />

noche, y comenzó a rondar, extraviado en el céfiro<br />

umbrío, sin rumbo y sin luz.<br />

De pronto, sintió el golpe de su ala blanca en la<br />

rugosidad del nidal andrajoso. Había palpado el<br />

redondo y toscoso albergue. Giró su cuerpo<br />

617<br />

medroso, batió con sus alas inquietas, y percibió<br />

como un dolor lejano, el chasquido tenue… cual dos<br />

gotas muertas. Loa huevos fríos y hueros se<br />

desparramaron por la greña.<br />

En la oquedad, un cieno legamoso murmuró con<br />

desprecio, y tornó a enmudecer. La pájara convulsa<br />

sintió latir con ardor su sien y su corazón. Al atisbar<br />

el fango, dos perlíferos gérmenes espejeaban en la<br />

anegada maraña. Descendió entre la difusa umbría,<br />

mas, encontró el cenagal solo, que se acallaba con la<br />

quietud de todo lo existente entre aquellas inmensas<br />

cúpulas, guardas de silencio.<br />

Removió con furor las sendas enfangadas, y tras<br />

agitar el regajo cenagoso rebuscando con ardor<br />

aquel tesoro reincreable, como si desenterrase del<br />

ciénego retazos de tiempo, abandonó las cúpulas con<br />

sus uñas cargadas, yertas y frías. Parecía que llevaba


consigo la nidada tierna… los llevaba como si<br />

fuesen racimos de su espíritu.<br />

Revoloteaba esperando a la luz, para preciarlos y<br />

engrandecer su gozo, incierto de lobreguez. Ansiaba<br />

claridad para poseer felicidad y prez.<br />

Titiló la mansa oscuridad, y la luz surgió de la<br />

marisma inmensa que acechaba en lo zarco del<br />

monte…<br />

La pájara blanca inclinó su cuerpo tembloroso, feliz,<br />

para mirar las inefables cargas que apretaban sus<br />

uñas frías y yertas, mas, al tornarlas al rostro, en<br />

medio vuelo, descubrió que solo llevaba consigo dos<br />

piedras negras.<br />

618<br />

619<br />

DEL ARBOL<br />

(1963)<br />

Parque de mayo<br />

Domingo, 7 de abril de 1963<br />

Amparado por los ramajes que caían como<br />

hilachas ciegas de manto, como cascarones cascados<br />

y ansiosos de reposar en las sendas, descollaba<br />

niñamente un árbol tierno, esperanzado en<br />

encumbrarse a lo alto y abrigar con más ardor el<br />

polvo; perdido aún entre las raíces eternas de<br />

acopados árboles, que se retorcían éstas por la<br />

hierbaza como quedados brazos de altura, cobijando<br />

solos y en su sombra las entrañas de la tierra<br />

informe.<br />

Lagrimeaban los ramazones en los lloros tibios de<br />

las hojas verdes.<br />

Mientras los ramajes ya cansados se inclinaban con<br />

desmayo, aquel árbol tierno, con cada vez mayor<br />

olvido, despreciaba las nervaduras rugosas y quietas<br />

entre las que se engendró y creció. Y cuando éstas<br />

secaron, y cuando el majestuoso misterio que<br />

amantaba al arbolillo declinó, y cuando más tarde


los mustios perfiles reposaron asiéndose en las<br />

perladas hojas de su ternura, cruzaron por él ráfagas<br />

de temor; hasta su más tibio retoño que creaba<br />

aquella longevidad dura y cruenta, se desgajó, y<br />

cayó en el polvo, hasta palidecer.<br />

620<br />

Luego, aquel árbol que fue niño, pareció<br />

sumergirse en un solitario y desértico sueño de<br />

oscuridad, y sintió dentro de sí el estrujamiento y la<br />

sequedad de los nervazones milenarios de los<br />

árboles viejos. Se adormeció con la frente gacha,<br />

como los ramajes que lo ampararon.<br />

Mecíanse las ramas rasgando el polvo, inclinadas<br />

con pesadumbre, cual quietudes cargadas de paz.<br />

Cuando después de mucho tiempo tornó a la<br />

claridad, el cercano árbol viejo y sus raíces eternas<br />

se le asemejaron como un sueño oscuro y profundo.<br />

Mas, su faz inclinada volvió a mirar las alturas, y<br />

fijando su marcha en ellas, creció lento y apacible.<br />

Las aves caían en sus ramas, mientras el cierzo<br />

estremecía al ramaje que miraba gemirlas a sus pies.<br />

Bajo sus cortezosas se aquejaban ancianas de<br />

vestimenta negra, y él, alejadizo y receloso de su<br />

negritud, no osaba sentirlas. El sol tendíale sus<br />

rayos, y el árbol volteaba sus hojas hacia la luz, mas,<br />

cegadas en la porfía, desmayaban. Al vaho de la<br />

tierra despreciaba, era casi niebla emanando desde el<br />

reposo de sus raíces, de aquellas que las tenía por<br />

sus ramas muertas.<br />

Los copudos árboles que le circundaban<br />

desaparecieron poco a poco, y cada uno gravaba en<br />

las entrañas toscas del árbol, un fosco y profundo<br />

recuerdo.<br />

621<br />

Cuando los niños desgarraban sus cascarones<br />

trepando hacia sus alturas, y arranchaban las últimas<br />

hojas pregonando su triunfo, sentía un tierno dolor<br />

de felicidad.


Cuando comprendió el aquejar/se/ de las ancianas de<br />

vestimenta negra, de cuerpos enjutos, y el desmayar<br />

de las aves entre sus hojas cansadas, y el quebrantar<br />

de los cascarones al fatigar los niños la cuesta de sus<br />

ramas, y el lento crecer de los árboles viejos de<br />

luengas raíces, y la eternidad en la luz del horizonte,<br />

comenzaron sus ramas a inclinarse hacia la tierra<br />

silente. Y más tarde, cuando comprendió en las<br />

honduras de su corazón el negror de la noche, y<br />

comenzó a envejecer, y a silenciar sus vientos, tuvo<br />

sed de oscuridad.<br />

Sus hojas con temor rozaron el polvo, su ramaje<br />

entonces adoleció en misteriosa frente gacha, y sus<br />

entrañas en viejo corazón que adormecía… y fue así<br />

quedando en soledad, creyendo aún comprender su<br />

día vegetal.<br />

622<br />

De 1963 y posteriores<br />

La Vieja cantaba oraciones eternas a la vida… Y<br />

sobre su rostro las tejas se encaramaban entre sí,<br />

viejas de paz, y de silencio. Por ellas fluía el verdor<br />

parduzco que va secando los musgos enjutos.<br />

Las manos rugosas, como hojas echadas al polvo,<br />

recogían el pan olvidado del suelo. Y como ruda<br />

campesina que abriga su cosecha, lo entiviaba en el<br />

regazo de sus arrugas, y dejaba las migajas<br />

entiesarse sobre el muro frío que el viento lamía<br />

encariñado.<br />

Las llagas de su cuerpo, eran huellas ciertas de las<br />

horas que marcaron su existencia.<br />

Cuando la hogaza endurecía, como con el tiempo<br />

el pico de su pájaro negro que olvidaba de anidar, y<br />

cuando los árboles entornan su vejez y miran<br />

extrañados a las aves fugar de sus ramas, el sendo<br />

pájaro negro recoge, paciente pordiosero, su viejo<br />

pan durmiente entre las piedras hastiadas de quietud.<br />

Y ciega y lerdamente golpea la piedra con su pico<br />

blanco. Luego torna al árbol reposado, a su silencio<br />

viejo, y la anciana lo mira, y vuelve a cosechar su<br />

miga eterna.<br />

El tiempo envejecía con un cansado ardor.


Y una tarde en que la vieja oró con menos fervor<br />

su oración de Vida, y suicidándose, cedió su ardiente<br />

frente al tibio beso que ella le roció, contrita y<br />

623<br />

gacha. Era una tarde lenta.<br />

El pájaro negro encontró su miga entiviecida al sol,<br />

en las yertas arrugas de las manos de la vieja. Y vio,<br />

girando el rostro incrédulo, como un sepulturero<br />

cargaba con su cuerpo suicida, guardando su espíritu<br />

en la sombra dormida de sus inertes recuerdos.<br />

Y el pájaro no tornó a encontrar su pan, ni en las<br />

pardas rudezas de la piedra, ni en las yertas<br />

rugosidades que se fueron, ni en las huellas de su<br />

pico blanco, buscando y rebuscando en la ansiedad<br />

rugosa que levemente taladraba, labor serena que su<br />

tibio canto apaciguó.<br />

Y el pájaro enloquecido de canto y resplandor,<br />

dedicó tristemente su vida de sombra negra, a<br />

retocar con su pico ansioso, que fue amoratando el<br />

tiempo, picando y repicando, el ventanal rasgado del<br />

cuarto anciano que la Vieja al irse deshabitó.<br />

Y cuando pasea mi cuento por su cuarto,<br />

imaginariamente, él me mira con su pico vivo, y<br />

vuelve lentamente a la rama más cercana y frágil del<br />

árbol frutero, capulí vivo; capulitero.<br />

624<br />

EL CUENTO DEL CUARTO VIEJO<br />

1964<br />

Necesito un trozo de hierro… El portón de fuera<br />

está suelto.<br />

En el cuarto alto abundan vejeces. Debe haber uno.<br />

En el cuarto ato. Ah! sí. En el cuarto alto…


Necesito ese trozo de hierro. En aquella alcoba me<br />

espera algún hierro dejado. Estará acompañado de<br />

vejeces. Deberé subir unas cuantas gradas…<br />

aquellas gradas superpuestas en un equilibrio<br />

dormido. El tiempo se ha encargado de sus sueños…<br />

Comienza ya el estridor de algunas tablas… Bajo<br />

cuantos pasos, idos unos, alejados otros, crujiría esta<br />

escalera. Cuantas palabras se dirían sobre ellas:<br />

“En esta nueva casa lo más rústico es este<br />

graderío”<br />

Y después, largo tiempo después:<br />

“No subo… pueden flaquear… no vale la pena<br />

conocer lo que hay tras estas gradas”.<br />

Ahora solo crujen… no se oyen palabras. Podría<br />

bullir, y desoir los crujidos… Mas, es mejor así. Me<br />

625<br />

acostumbraré a dejar la vida nueva, para recorrer en<br />

silencio este pasado.<br />

Han crujido ya todos los escalones. Todos han<br />

crujido como si hubiesen esperado este momento<br />

ansiosamente, habiendo estado desbordantes de<br />

silencio.<br />

Miro hacia atrás: una silla lustrosa, reluciente;<br />

cerca al último escalón, un marco de ventana adorna<br />

un jarrón de flores. Y un interruptor: detrás es todo<br />

vida. Y en este lugar mío: un techo bajo, abombado,<br />

terroso, silente en su pesadumbre cansada de<br />

esperar.<br />

A un lado se imagina una esquina. La<br />

semiobscuridad no permite encuadrarla con la<br />

mirada. Sobre el piso y en este ángulo, se adensa<br />

algo más sombrajoso que lo demás… un bulto<br />

indescubierto. Quiero conocer todo lo que traspaso.<br />

Saber lo que existe y no existe en redor. Es mejor<br />

así. Palpo estas paredes. Son agrietadas y pardas<br />

como aquellas que detrás se ven con la luz… Acerco<br />

mi mano al bulto… podría pasar sin conocerlo. Mas,<br />

seré luego acosado por algo desconocido. La<br />

ignorancia me hará sentir este fardo como un bulto<br />

vivo. Si lo palpo, cercioraré su inmovilidad… Mis<br />

reflexiones han sido en vano. Mi mano ha bajado ya,


lenta, inconsciente… son apenas baldosas sin color<br />

Todo aquí es sin color. Todo tiende ha ser grisáceo.<br />

626<br />

Un gris que no es color … se podría decir que aquí<br />

todo es incoloro.<br />

Hay una poterna abierta tras estos dos últimos<br />

pasos que me separan del graderío, de la única senda<br />

que me comunica con la vida<br />

Necesito el trozo de hierro. Solo por un trozo de<br />

hierro he seguido este camino… podría cejar…<br />

Tras la puerta apenas colgada, al fondo, se dibuja<br />

un maletero abandonado. Manuscritos de polvo se<br />

deshacen por mis manos. En un reverso escribo este<br />

momento: “-Maestro, ¿qué es el tiempo?<br />

-¿El tiempo?… un cofre siempre abierto, a donde<br />

se van regando las horas…”<br />

* * *<br />

Al pié, esquinado, ¡un hierro delgado se descubre<br />

apenas! Intentaré trizarlo. A mi izquierda se aquieta<br />

un lecho forjado en bronce. Acodillándolo entre sus<br />

adornos quebraré el trozo obscuro. Estaré más<br />

sosegado con la puerta cerrada… ¡resignado a la<br />

incomunicación!<br />

La puertilla algo remordida ha recorrido un trecho.<br />

Libre ya, gira un tanto más. Se detiene, está<br />

toscamente atascada. Alzándola recorre un trecho<br />

aún corto. Torna a remorderse. Arrimándome<br />

pesadamente… queda un entresijo apenas. Un hilo<br />

de vida asciende por las gradas, cruza, y viene hacia<br />

mí. Me deja una ansiedad lejana de voces que<br />

627<br />

extraño, golpes, palabras, risas. Es el vivir…<br />

Muevo el lecho, y vibra largamente, despertando<br />

su sombra dormida que describe en la pared. Luego,<br />

la sombra se adormece, torna al sueño del tiempo.<br />

Entrecruzo el hierro entre los adornos laberínticos,


que quizá algún día aherrojaron en regocijo a tantos<br />

ojos de amor.<br />

Intento doblar el trozo de hierro … se desprende…<br />

me golpea. Un nuevo intento…<br />

Desde este lugar, a cinco pasos del graderío, se<br />

encaja escuetamente aquel maletero abierto. Lo<br />

acariciarían viajeros sonreídos, quizá de paso lento,<br />

quizá de paso corto… Viajaría por campos<br />

ubérrimos o desérticos. Brincaría en coches<br />

apresurados. Se mantendría demasiado tiempo<br />

cerrado. El que lo abandonó, tuvo el descuido de<br />

dejarlo al descubierto… No lo voy a cerrar. Es sin<br />

objeto.<br />

El hierro ha cedido. Buscaré otra posición<br />

entre los adornos para enderezarlo…<br />

Sobre mi rostro despliega un tragaluz sus vidrios<br />

polvosos.<br />

Enmarcado únicamente en este espacio de polvo, se<br />

dibuja un cielo azul y blanco. Un cielo despejado y<br />

628<br />

tranquilo de tarde. Pronto viajarán en él estrellas.<br />

Alumbrarán quizá romances lejanos… Y alumbrarán<br />

apenas por entre estos vidrios empolvados.<br />

El hierro se ha enderezado. Torno a doblarlo, hacia<br />

el lado contrario.<br />

Junto a la puerta cerrada, un sillón obscuro. Le<br />

cuelgan pajas quietas como barbas. ¡El viejo<br />

estambrado! Todavía guarda sus cuatro patas, dos<br />

brazos, y un espaldón. No sé porqué, descanso en<br />

él… Está muy frío, muy quedo. Aún le cobija el<br />

sueño del tiempo. Todo aquí es lento y casi sin<br />

color.<br />

Coloco el trozo de hierro en el piso, lo aprieto, y<br />

comienzo a forcejear, doblando y desdoblando. Está<br />

muy delgado, enmohecido, y débil.


Estoy en el único espacio libre, circuído por dos<br />

lechos y un sofá. Remiro el techo…. Me parece una<br />

carga lejana… La luz de la claraboya es cada<br />

instante más leve. Unos cuantos pasos más, y se abre<br />

un cuarto sin puerta. Está el marco deshojado. Hay<br />

apenas un cordón grisáceo, colgado, por el que<br />

mucho tiempo no ha surcado la electricidad.<br />

Conecto el interruptor: solo un golpe seco.<br />

Avistando el perfil del alambrón se descubre una<br />

boquilla vacía. Nuevamente un tragaluz.<br />

629<br />

Nuevamente el mismo cielo azul y blanco.<br />

Hay algo que escucho más claro que otras veces:<br />

mis pasos. Están solos, recorriendo entre estas<br />

esquinas obscuras, que van cercándome en su<br />

negrura lentamente… Las huellas de luz se<br />

empequeñecen. Es lo único viviente que hay en este<br />

cuarto: el juego del día y la noche. Mis pasos se<br />

pierden entre tiestos, trastajos, quincallas, utensilios,<br />

todos enfermos, todos dormidos, todos quietos… No<br />

sé porqué no recojo todo y lo desparramo para<br />

producir la vida… quizá temo perturbar esta<br />

solemnidad frugal del tiempo.<br />

Cerca de mi pie reposa una bota de hombre…<br />

Retiro mi calzado negro, lustroso. La sacudo, la<br />

desempolvo. Recuerdo la historia de alguien que<br />

murió accidentado… La yegua patas arriba sobre él,<br />

y su mano apretando una caja de fósforos para<br />

empuñar el golpe de la bronca. La huella de un<br />

látigo en la espalda. Pereció retornando del amor. Se<br />

cuenta que sus botas tajadas de intención, pues<br />

estaban resecas por la humedad de la zanja de agua,<br />

las abandonaron en este piso… Alguien que murió…<br />

La bota que resta estará entre uno de estos<br />

escondrijos, adormecida. Y caigo en cuenta,<br />

silenciosamente, que jamás dejaron de estar juntas.<br />

Hoy, que están más alejadas que nunca, se<br />

encuentran alumbrada por un mismo rayo de luz…<br />

630


El trozo de hierro, acallándose, me espera.<br />

Forcejeo. Percibo un olor reciente y débil de algo<br />

quemado. Palpo el centro del trozo de hierro: parece<br />

haber estado un tiempo bajo el fuego.<br />

Algunos pasos ascienden las escaleras. ¿Aparecerá<br />

un rostro conocido?... Puede ser un rostro extraño…<br />

Puede ser el último rostro que mire… se precipitará<br />

callado sobre mí… Los pasos se detienen cerca de la<br />

puerta cerrada. Retornan. Se alejan… respiro<br />

henchidamente, y unas cuantas telarañas pensiles<br />

tiemblan cerca a mi rostro. En todas reposan arañitas<br />

muertas…<br />

Entrecruzo nuevamente el hierro entre los adornos,<br />

y me imagino ver un semblante dormido en la<br />

cabecera… Aquí todo es vacío y gris.<br />

¡El trozo de hierro se corta!. Me dirijo a la puerta:<br />

de un solo golpe queda abierta.. Mis pasos recorren<br />

las gradas. Atrás se ve obscuro. Me espera al final<br />

del graderío una silla iluminada con luz artificial.<br />

Por el ventanal se remira un cielo vivo.<br />

631<br />

Hojas y ramas cabeceando. Pájaros que anidan con<br />

premura.<br />

Agoniza una tarde más… las voces están más<br />

cercanas. Entre estas voces juega mi voz. He<br />

retornado a la vida. He dejado una carga pesada de<br />

tiempo…<br />

Quisiera dejar escrito en esta primera grada un<br />

letrero del accidente: “Aquí yace …” . Mas, no sé<br />

como continuar.<br />

632<br />

LA VIOLACION


El potro negro, estirándose, puso de pie sus cuatro<br />

patas; y quedando abierto de ancas, evocaba<br />

relumbres de yeguas. Mientras retozaba su hocico<br />

en la hierva enojante, el sexo obscuro empezó a<br />

rememorizar ansiedades de piel. Iba descendiendo y<br />

acrecentándose en media figura entera. De pronto<br />

comenzó a pendular. El potro levantó la cabeza<br />

desde el hambre, dejando de rastrear. Y así se<br />

acomodó patiabierto a puntear su falo, cada vez con<br />

más acierto; la punta sensible, envuelta aún,<br />

comenzó a rozarse, a cada golpe, del pecho firme<br />

que el animal plasmaba en la soledad del potreraje.<br />

Tiempo largo de excitación mantuvo la asolada<br />

figura, descubriendo locamente sus secretos de<br />

intimidad.<br />

Era el roce del eros; el que mantiene latente al<br />

universo.<br />

El potro fue tirado en rienda hacia el corral.<br />

Estaba soltada mansamente la yeguada, y entre la<br />

domura, una fiel yegua desnuda, olfateaba el piso en<br />

celo, en el grietoso y viejo cercado.<br />

La potra recelosa era nueva.<br />

Los cascos fragosos de las bestias rasgaban el<br />

empedrado. El gran Potro negro enaltecía su figura<br />

633<br />

sobre la tapia del corral, estatua al viento, y trepada<br />

la herradura del amor, abrazaba al vuelo con sus dos<br />

tobilladas el muslo veloz, sudoroso, de la hembra<br />

parda. Era un galope a seis patas, tendido el relincho<br />

en el giro y regiro del corralón.<br />

Ante la necedad de la yegua virgen, que fugábase y<br />

repateaba en el trance de violación, el caballo entero<br />

mordía y remordía con ansiedad y furia al cuello<br />

templado de la bestia desenamorada y frígida,<br />

ofuscada únicamente en su instinto y desdeseo, que<br />

el animal no sabe inteligenciar el Amor, intentando<br />

domarla y aquietarla, desplegando toda su<br />

imponente briosidad de erotismo vivo.<br />

El sexo macho temblando en la carrera, con su filo<br />

de vida húmeda, goteando y besando la sensualidad<br />

del labio jugoso, puerta al vientre, de la potra que no<br />

atinaba a retenerlo.


Así trastocaron los cuellos, pulso a pulso, pegados<br />

en el sudor, cuando el potro negro decaía su alta<br />

crin, casi cubriendo enamorado en la rabia, el pardo<br />

pelaje indefenso, y hasta virgen, virgen de olvido<br />

quizá; ¡que la potra no celaba en aquel día!; sin sol<br />

ni celo de luna.<br />

El acial blandió el aire, y cortó el coito…<br />

Orden del Mayoral era, orden del mayoral… Que la<br />

yegua es pequeña -decía- que herirá.<br />

De pronto, el gran potro negro giró de ancas la<br />

figura, y zarandeó sus cascos traseros, tirante,<br />

634<br />

bravío.<br />

El Mayoral alcanzó a ver, cerca de sus ojos, los dos<br />

herrajes detenidos en el aire, que le salpicaron tierra<br />

pedrosa en la pupila, y lo cegaron por momentos. En<br />

medio del susto quieto cuando evitaba el golpe seco,<br />

torció su espalda virándose hacia atrás, fisurándose<br />

levemente en el giro una vértebra ósea. Gritó hasta<br />

verter el alma y se tiranteó desesperado de los<br />

pajonales del tapial, intentando estirar su columna<br />

vertebral en el trance largo, herido de dolor.<br />

El Potro entonces montó de un solo brinco sobre la<br />

atemorizada yegua, y apretando sus tobillos prendió<br />

de lleno su filadura de sexo entero en la<br />

abertura intocada de la hembra.<br />

Sangre buena goteó en la ternura erótica de las<br />

íntimas nalgas de la potra hermosa.<br />

El potro jadeante respiraba acosado en el temblor del<br />

nervio, y sudado e inquieto remira sobre la tapia la<br />

osamenta? del caserío que serenamente atisba a la<br />

pareja sola.<br />

LA FUGA<br />

635<br />

Un caballo color a trueno con su<br />

mirada inmensa recorrerá la tarde tras el muro<br />

viejo.


636<br />

Un potro negro, olfateando el polvo paso a paso,<br />

amurallado en el bosquejal, doncel, incierto y<br />

temeroso en su nueva libertad, se da a trajinar<br />

remirando sus caminos de infancia. Los últimos<br />

tapiales se esquinan solitarios. Ávido de pastizales<br />

dejados, recorre el vasto sendero trecho a trecho,<br />

mientras los troncos mustiamente encorvados de<br />

hojas, pasan y repasan uno a uno a la deriva,<br />

quietamente.<br />

En el visaje inmenso recorre la tarde. Se detiene<br />

tardo. manotea el polvo, lo olfatea. El mayoral se<br />

descuida en el pasto… Las orejas curiosas del<br />

animal se mecen inquietas, acobardadas en esa<br />

costumbre de la vida sujeta. Una brisa intensa se<br />

entretiene en sus crines, ciegamente. En el cuello<br />

erguido al viento lleva una marca desceñida del<br />

obscuro ronzal, que lo domeñaba, y orna hoy<br />

solitario y liado al astil del corralón. Eterna<br />

esclavitud de ayer sin más recuerdo que la tapia<br />

desbardada del corral.<br />

El camino anchuroso, indescubierto, se le tiende<br />

solitario en la tarde. Los troncos agolpados al<br />

ramaje, se mecen enormes, fatigando la brisa, y<br />

abriéndose a su paso.<br />

El potro esperanzado, la crin ensoñadora en la<br />

figura, atalayando lejanías, corretea rítmico,<br />

delirante, gesteando en cada brazada una inmensidad<br />

de libertad.<br />

El ciprés cubre y recubre la nerviosidad de la<br />

637<br />

bestia virgen, y los cipresales parecen viejos<br />

consejeros que le van domando en media vida, y le<br />

abren, maduros de viento, sus amplias brisas.<br />

En la vastedad, como un marco pintado al<br />

praderío, el último portón finquero se inclina al paso<br />

continuo del potro. Y en lontananza, yeguas<br />

colmadas retozan la dehesa… El potro mira fijo los<br />

páramos henchidos de paz, y ansiosamente se<br />

desboca sumido en un zarando galope, cual,<br />

acicateado en el ijar, en un único despliegue fugante


de su vida.<br />

Los cascos presurosos van hollando el tapiado<br />

sendero, y una estela de polvo manso se reposa en la<br />

niebla.<br />

Una hiriente cerca, visible apenas, silente, aguarda<br />

su tranco hacia una recodo del camino…<br />

Trotador el potro, abrazando en su mirada el<br />

campo adormilado, manotea a la brisa, más y más,<br />

desgravitado ya en su trágico afán…<br />

Su mirada descubre la cerca tendida… se eleva<br />

recogido, en aire suelto, desgarrando su cuerpo en el<br />

alambrado punzador, dentellado y frío.<br />

Chorros jadeantes de sangre en torbellinos de letal<br />

premura, arroja el potro negro en cada golpe ardiente<br />

de su andar.<br />

El cuello erguido, su huesuda cabeza alzada a la<br />

brisa…<br />

638<br />

El corazón se acalla tardamente, afiebrado en la<br />

carrera.<br />

Los huellos grises bajo el cuerpo obscuro, pisotean<br />

escocidos la chambada y van hundiendo<br />

pesadamente el surco, en el lento temblor que los<br />

detiene.<br />

Los ojos casi secos remiran sombra a sombra las<br />

yeguas en colma, holgar en la pastura…<br />

La respiración fogosa, el hocico espumoso, las<br />

orejas rendidas, el paso aletargado…<br />

La figura perdida en sí misma, remilgada,<br />

deshecha, se desploma humildemente en los últimos<br />

polvos del camino que se adentran en la pradería.<br />

Del lomerío bajan las yeguas despaciosas,<br />

henchidas en la brama, y cercan el cuerpo inerte,<br />

sudoroso, sangriento; vaciado en quietumbre de<br />

perenne libertad.<br />

639<br />

Página inconclusa<br />

8 de mayo


La canoa sola y ciega en su madera, vieja de mar,<br />

cargada al hombro el remo dormido, con sus velas<br />

colmadas de viento, se mece aquietada en el muelle.<br />

El horizonte, anidado apenas en sombras de nube,<br />

se pierde ciegamente en la tarde.<br />

Las ataduras ceñidas a la barca, parecen desgajarse.<br />

La canoa solitaria forcejea a cada oleaje, presa de<br />

tanta brisa, vaciada de distancias.<br />

Obscurece en cada arena, una a una…<br />

La tarea de la noche se adensa en negror y frío. De<br />

pronto, una brisa descarriada recorre las playas. ¡Las<br />

ataduras, astilladas, han cedido! La canoa del remo<br />

dormido se desliza en descamino, sin rumbo, enjuta,<br />

rudamente; perdida en su quietud, sepultada en su<br />

noche desconocida, se va adentrando a la mar, con<br />

sus velas encorvadas a toda brisa, en busca de<br />

inmensidad.<br />

Los maderos, acodillados entre sí por doquier,<br />

suenan y resuenan desgajándose, venciendo la porfía<br />

de la ola.<br />

Barca sin remero, barca del pueblito batido en la<br />

tormenta, atronado de lumbres que el rayo amordaza<br />

y prende.<br />

Barquita sola.<br />

640<br />

Y el pescador descubre en la bravura sorda y<br />

remota de la ola informe, una barca que va<br />

quebrando sus brisas, maniatada del agua, suelta de<br />

bridas, como se rompe y abre en alas, en brazos<br />

cayendo sobre la madera que se desintegra y tiembla<br />

en el aire a cada manotazo del oleaje.<br />

Mientras el Pescador remira la costa como un alba,<br />

va atemorizando su alma viendo y repasando la<br />

canoa que se profundiza en la noche, harapienta,<br />

desgarrada, tristemente deshaciéndose en una<br />

distancia sin medida, sin remo, sin cuna, sin ser…<br />

Y los últimos trozos desgajados le dicen, al<br />

desperdigarse en un golpe de mar, que son tan<br />

infinitos en su /desaparición/, que hasta la distancia<br />

es ya tan sólo un nombre, una noción relativa que el


hombre teme, una invención que se esfuma en un<br />

pedazo de eternidad.<br />

641<br />

El pájaro, romántico de brisa, va sombreando sus<br />

alas en el dorado infinito de la nube.<br />

Erradizo en la playa vasta del horizonte, atisba en<br />

la foscura la rama dejada…<br />

Sus alas golpetean ansiosas; gotas de viento hacia<br />

el ocaso. Una lágrima de hojas solas pena el sauce<br />

enjuto, viejo de calma, sabio de sombra, peregrino<br />

de todas las tardes.<br />

El pájaro brincotea en la hojarasca dormida, y se<br />

pierde en la paz de su fronda, mientras la hiedra<br />

quietamente canta sus coros húmedos desde los<br />

rincones de la riachuela.<br />

El ave remira inquieta sus sendas amigas, y<br />

apacienta su dulzura en la soledad, en la pequeñez…<br />

Y el nido yerto, que solitario y vacío recuenta en el<br />

viento sus últimas pajas, está quejoso del cuervo<br />

travieso… había todo descascarado en el picoteo… y<br />

robado sus infantes vidas blancas!... yacente aún la<br />

huella nidosa y tibia, en el polvo manso que se<br />

enluta bajo el tronco intacto.<br />

Y el pájaro, cargada aún la pajaza temblorosa en el<br />

pico tierno, desfallece de piedad, y ansiosamente,<br />

recuesta por siempre su plumaje de seda obscura en<br />

la hondura triste y desgajada del nidal reseco.<br />

La lágrima del sauce, encanecida recoge penosa a<br />

la calma, y la abriga en su sombra: abrigador del<br />

trino, regando la esperanza de sus hojas secas en el<br />

cauce vagabundo de la tarde.<br />

642<br />

Y cubridor, de manos caídas, sombrajosas, que van<br />

rozando pesadamente la faz del caminante.<br />

Al fondo, los troncos desnudos revisten su negror<br />

de sequedad en la tarde sola y quieta.<br />

643


El desmadre<br />

El potro crío relincha su quietumbre ávida de<br />

pastizales profundos. La mano piafera entornada al<br />

pecho, el hocico altivo al viento, la crin inquieta de<br />

distancia, el coceo tembloroso. El portón cruje su<br />

vetustez, el arco llora su soledad, el alba pena la<br />

brisa fría.<br />

Voces encorvadas de labriegos bajo el poncho<br />

presuroso, aquietan el lazado en el cuello inmóvil,<br />

apenas de pie la figura… Luego, los polvos<br />

aduermen nuevamente los pedrizales vastos.<br />

La jaca, encalmada su mirada de madre en la tierra,<br />

asegura el viejo paso en la atalaya montuosa<br />

mirando ir al cabestro y al potro sumidos en un<br />

soliloquio de inquietud…<br />

Mientras, un gran pato chapotea las aguas, que la<br />

noche olvidó.<br />

644<br />

El cuento del pájaro preso<br />

Un pájaro de campo, olor de viento, color de nido,<br />

virgen de palabras, ha descarriado su camino en la<br />

techumbre, y vaga temblando piador los corredores.<br />

Alcobas de paso niño reciben su angustia, y miran<br />

adolecidas sus golpeteos de brisa en los cristales<br />

vacíos.<br />

El jardín vá de rosa, viento y ala pura, y enverdece<br />

los campos mansos, enfermos de lejanía para el ave<br />

presa.<br />

Voces compasivas en la tristura, y frívolas otras,<br />

de albedrío, alternan bajo los latidos de su humilde<br />

corazón, gris de campo y nocturno de nudo.<br />

Plumas sedosas, casi pardas, blanqueando apenas,<br />

desnudan en cada aleteo la dulcedumbre de sus<br />

entrañas tibias.<br />

Hostigado en la errancia, aprisiona sus quejidos en<br />

la intimidad de un teja desmayada.<br />

Sus trinos enajenan la soledad de sus pasos.<br />

Y suavemente, tan ala, tan como quien se recoge de<br />

pesadumbre, parece desbordar las últimas querencias


de vida en el cuero rudo que atavía la estancia.<br />

Me acerco penando su quejanza, revivo su mirada<br />

con el agua nueva, y con el alma en la mano,<br />

derramo en el altor la ufanía de su pequeñez, rizando<br />

en el viento de la tarde su pluma doliente, de<br />

ensueño, hecha epistolario de brisa…<br />

645<br />

El cuerpo del ave se deja caer en el atardecer, y<br />

sintiendo el orar susurrante del cierzo en su plumaje<br />

levantisco, despierta su aleteo incesante, y se<br />

recuesta en los brazos madres de la brisa blanca.<br />

Aún recuerda la tibieza de mi mano, el ansia queda<br />

del pájaro preso. Y veo pacer en lo alto un trinar<br />

hacinado de pájaros nuevos.<br />

Golondrinas solas persiguen sus celos en el<br />

rosicler del alba.<br />

Canturreos nunca oídos agradecen aún mi<br />

pena sobre el alar del caserío.<br />

646<br />

EL VIAJERO Y EL POTRO<br />

Nubecillas inquietas de altura, cobijan<br />

tiernamente la verdura de monte.<br />

En el camino de herradura, cascos obscuros,<br />

agrietados, golpean las viejas piedras dormidas.<br />

Un viajero cansado de tarde sendea en el camino<br />

de páramo… Agolpado a su montura, se encorva<br />

más y más, en el pesado ritmo del potro.<br />

La crin golpetea apenas las hojas aquietadas en la<br />

tarde.<br />

El Camino, el Viajero, y el Potro, se funden en una<br />

misma eternidad.<br />

El sendero, canoso, se envejece en polvo y piedra;<br />

empequeñecido a la distancia, ha desmayado en su<br />

rutina.<br />

El potro negro, como una barca sin rumbo en un<br />

mar diminuto, aprisionado en la arbolada, galopa<br />

acompasado en su música perdida.<br />

Y el viajero, como un brochazo caído, se rejunta a<br />

la montura en cada requiebre de la senda.


Y la hora pasajera de la tarde, colmada de quietud,<br />

silencia el campo inmenso.<br />

Ya venida la noche, el viajero se ensombreció de<br />

luna, y tratando de alcanzar una estrella fugitiva, al<br />

potro espoleó en el ijar con su acicate, hasta venirle<br />

de menos la herida que sangraba de la costilladura,<br />

y desvanecerse el animal afiebrado en el desboque,<br />

647<br />

con la ceguera del desmayo en el último brinco del<br />

abismo, sobre la zanja de la quebrada nueva, cortada<br />

a lo largo en avenida, que las máquinas habían<br />

abierto en trocha falsa; parecíase fundir la figura<br />

ajineteada en un azul iluminado que la ciudad<br />

rielaba a lo lejos…<br />

Era la desesperación el último grito de la vida.<br />

EL SUICIDA<br />

648<br />

(pasando por Nono)<br />

28-II-82<br />

La moto relumbraba su firmeza grande. Invadía el<br />

tráfico lentamente, en vía contraria, volteando y<br />

revolteando como preparándose a una competencia<br />

solitaria. Único triunfador en la agolpada avenida. El<br />

casco negro de lente entero, como si el hombre<br />

hubiérase puesto una cabeza de insecto sobre los<br />

hombros, escondía la presencia estrafalaria de aquel<br />

desconocido. No s e pudo ver nunca el rostro de<br />

hombre que iba aquietando los motores fieles a<br />

media esquina y a media siesta, hora de sol y de<br />

bonanza.<br />

De pronto la máquina rugió envuelta en ruido, y la<br />

figura humana apenas podía sostenerse montada en<br />

el sonido, ante la mirada absorta de las gentes que<br />

acostumbradas a la rutina cotidiana, y en medio del<br />

cuidadoso tráfico, no entendían la competencia<br />

instantánea que el hombre hacía con su propio<br />

destino.


Fueron unas pocas cuadras en que la motocicleta<br />

alcanzó velocidades inmedibles a la vista de los<br />

transeúntes. La avenida era estrecha y abultada en<br />

automóviles de todas las marcas y formas del<br />

planeta. Bastó la lentitud de un camión recargado en<br />

polvo y cemento, que atravesó fallando sus pistones<br />

de borde a borde veredeando, cargamento de<br />

649<br />

accidental instante, para impactarse el hombre de<br />

lleno entero en el chasis inmensamente quieto que<br />

frenaba ensirenado, no atinando qué hacer en la<br />

tragedia, cuando se levantó absorto un griterío de la<br />

muchedumbre pasajera en su faena diaria, y quedó el<br />

suicida impregnado; como una mosca en el paño de<br />

un parabrisas.<br />

Un sueño de amor<br />

650<br />

La conocí. Fue de ayer. Nos enamoramos y amamos.<br />

Me invitó a su casa para el día siguiente:<br />

Yo no sabía ni su nombre. Era una fiesta de<br />

matrimonio. Todos esperaban que saliese de su<br />

cuarto hermosamente ataviada. Apareció con un<br />

vestido negro de seda, como en pena de amor,<br />

mirándome a los ojos. Tenía como siempre su serena<br />

belleza. Con ese ropaje se notaba que estaba en<br />

cinta. Fue para mí una sorpresa. Por primera vez<br />

todos se percataron. El padre de ella se sorprendió al<br />

verla. El novio estaba en una esquina, impasible. Me<br />

presentaron a un viejo sacerdote que me reconoció y<br />

le conocía. Estaba en traje de civil.<br />

Sí, Doctor Villavicencio; Buenos días.<br />

Pasamos cerca al progenitor de la dueña de la fiesta.<br />

Se hacía el matrimonio con asistencia de un<br />

encargado del Registro civil. Debíamos ir a la<br />

felicitación. Se levantó el padre de ella como un<br />

resorte, y los felicitó tembloso. Llegó mi turno. No<br />

me percaté siquiera de que estaba allí el novio. La<br />

besé. Ella me puso su mejilla bien resguardada<br />

temiendo que la bese en la boca. Con mi mano


derecha la tomé debajo del cabello, y lo hice un<br />

puño, en gesto de remota despedida. Fui a una<br />

ventana a penarme. Iré a verla otro día, para<br />

averiguar qué pasa.<br />

651<br />

-Cómo se llama mi amante- comencé a preguntarme<br />

mientras me despertaba lentamente.<br />

-La buscaré entre mis amistades- pensaba en ese<br />

lapso entre sueño y realidad. Yo la conozco. Sé<br />

quien es. Pero hoy la he soñado. Es ella. ¿Cómo se<br />

llama? Tiene una belleza segura. Pero si no existe.<br />

La conozco. Le es parecida. Pero si no es Ella. Yo<br />

no tengo ahora amante hermosa. No existe. Fue solo<br />

un sueño. Otra vez la terrible realidad. Nuevamente<br />

la vida.<br />

652<br />

Referencia del libro<br />

1983<br />

Sonambulía…………………………………... 595<br />

El pequeño viaje……………………………… 603<br />

El cuento……………………………………… 605<br />

Bronce viejo ……………………………….. 609<br />

De los pájaros obscuros………………………. 611<br />

El nido pardo………………………………….. 617<br />

Del árbol……………………………………… 620.<br />

De 1963 y posteriores….. ……………………. 623<br />

El cuento del cuarto viejo……………………….625<br />

La violación…………………………………… 634<br />

La fuga………………………………………… 636<br />

Página inconclusa ……………………………... 640<br />

642<br />

El desmadre……………………………………. 644<br />

El cuento del pájaro preso……………………… 645<br />

El viajero y el potro…………………………… 647<br />

El suicida……………………………………… 649<br />

Un sueño de amor…………………………….. 651<br />

653

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