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erein
DIÁLOGOENTRE<br />
ASESINOS<br />
8<br />
cosecha roja
Obra honen edozein erreprodukzio modu, banaketa, komunikazio publiko edo aldaketa egiteko, nahitaezkoa da jabeen baimena,<br />
legeak aurrez ikusitako salbuespenezko kasuetan salbu. Obra honen zatiren bat fotokopiatu edo eskaneatu nahi baduzu,<br />
jo CEDROra (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).<br />
1ª. edición: Octubre del 2012<br />
Diseño de la colección y portada:<br />
Cristina Fernández<br />
Maquetación:<br />
<strong>Erein</strong><br />
© Daniel del Monte<br />
© EREIN. Donostia 2012<br />
ISBN: 978-84-9746-745-2<br />
D.L.: SS-1591/2012<br />
EREIN <strong>Argitaletxea</strong>. Tolosa Etorbidea 107<br />
20018 Donostia<br />
T 943 218 300 F 943 218 311<br />
e-mail: erein@erein.com<br />
www.erein.com<br />
Imprime: Itxaropena, S. A.<br />
Araba kalea, 45. 20800 Zarautz<br />
T 943 835 008 F 943 130 822<br />
e-mail: edizioak@itxaropena.net<br />
www.itxaropena.net
DIÁLOGOENTRE<br />
ASESINOS<br />
DANIEL DEL MONTE<br />
erein
A mis tíos Marián del Monte y Rafaello Fiorentin.<br />
A Elena y Mauricio Mazzola,<br />
y a Anna y Franco Delfrati.
1<br />
<br />
Solo la escasa luz de la luna que entraba a través de las ventanas<br />
permitía a Helen orientarse. No quería tropezar, que<br />
se cayese alguna cosa y que se despertasen. Quien la visitaba<br />
por la noche ya había estado antes con ella; cuando le oía<br />
descender los peldaños de la escalera Helen imaginaba que<br />
se trataba de un gusano gigante, y, cuando entraba en su habitación,<br />
el miedo y la repugnancia se apoderaban de ella.<br />
Esa noche los dos hijos de Helen dormían tranquilos, su<br />
habitación comunicaba con la de ella. En una de las camas<br />
descansaba el más pequeño. Se acercó a él para acariciar su<br />
cabeza de pelo oscuro y susurrarle:<br />
–Te quiero mucho, hijo.<br />
En la otra cama dormía el mayor, del que Helen solía<br />
decir que había nacido “malito”. Estaba despierto, podía<br />
ver sus diminutos ojos abiertos, observándola con atención.<br />
Se aproximó a él recordando el gran dolor que había sentido<br />
al dar a luz. Entonces había pensado que se estaba desgarrando<br />
por dentro y que iba a morir, pero había sobrevivido.<br />
Su hijo no dijo nada. Helen había escuchado tiempo<br />
atrás, en algún sitio, que cierta gente conseguía dormir con<br />
los ojos abiertos. Aunque nunca antes le había parecido<br />
7
que ninguno de sus hijos fuese capaz de hacerlo. El niño era<br />
bastante grande, lo sería mucho más que ella, y que un ser<br />
que había salido de sus entrañas llegara a ser de un tamaño<br />
mucho mayor que el suyo la llenaba de asombro. Acarició<br />
su pelo, que era liso y de un tono más claro que el de su otro<br />
hijo, el niño movió la cabeza y le miró; entonces Helen estuvo<br />
segura de que estaba despierto.<br />
–Te quiero mucho –le dijo en voz baja.<br />
–Yo… yo a ti, mamá.<br />
Helen se llenó de emoción, y le preguntó:<br />
–¿Por qué estás despierto?<br />
–He tenido un sueño, mamá. Un sueño antes, he oído<br />
algo, y tú estabas aquí, ¿por qué has venido… por qué has<br />
venido aquí, mamá?<br />
–Me gusta… –no se le ocurría qué decir porque no era<br />
buena mintiendo–, me gusta estar con vosotros mientras<br />
dormís.<br />
–¿Te vas a quedar aquí… mientras… me duermo?<br />
–Sí, claro, pero tienes que dormirte rápido, porque, si no,<br />
vas a tener mucho sueño mañana.<br />
–Sí… sí, mamá.<br />
–Venga, cierra los ojos, yo voy a estar aquí contigo.<br />
–Vale… mamá –su hijo obedeció y cerró los ojos.<br />
Siempre le hacía caso, no creía que alguien pudiese ser tan<br />
bueno como él; ninguna persona en el mundo podía serlo.<br />
Acarició su pelo diciéndole:<br />
–Duérmete, pequeño.<br />
Al poco, la respiración de su hijo se hizo más lenta y Helen<br />
supo que se había quedado dormido. Entonces, miró el<br />
crucifijo de la pared y le pidió a Dios que cuidara de ellos,<br />
8
porque no era posible para ella estar más tiempo en esa casa;<br />
aunque tampoco estaba segura de que Dios existiese. Con<br />
todo lo que le había pasado, a veces lo dudaba, pero seguía<br />
sintiendo que estaba arriba, en el cielo, observándoles y velando<br />
por ellos.<br />
Volvió a mirarles desde el umbral sin puerta que comunicaba<br />
con su habitación, y las lágrimas comenzaron a deslizarse<br />
por sus mejillas.<br />
–Os quiero –dijo–. Adiós.<br />
A lo mejor volvería alguna vez, pero ahora debía irse muy<br />
lejos. Era posible que no volviese a verlos, su madre cuidaría<br />
de ellos, debería hacerlo. En más de una ocasión había<br />
pensado en llevárselos con ella, pero era demasiado joven y<br />
todo el mundo querría saber qué hacía con dos niños, uno<br />
de ellos casi un bebé. Estaba asustada, y hacía tiempo que<br />
no era capaz de pensar con claridad. Aun así, tenía la lucidez<br />
suficiente como para decirse que no sería capaz de alimentarlos,<br />
y menos de conseguir dinero para los tres, o un<br />
lugar para que pudiesen guarecerse y dormir. Los encontrarían,<br />
y los devolverían a esa casa maldita. Por eso era imposible,<br />
no le quedaba ninguna otra opción que no fuese marcharse<br />
sola.<br />
Debía salir rápido para que nadie le viera, por lo que<br />
cruzó las dos puertas que daban al porche como un relámpago,<br />
y las cerró con suavidad para no hacer ruido.<br />
Fuera soplaba el viento otoñal de la noche, que enfriaba<br />
su rostro, susurrándole qué era lo que pasaría si se quedaba<br />
allí. Llevaba un abrigo largo, un jersey de cuello vuelto y<br />
unos pantalones de tela gruesa, que eran los que usaba<br />
cuando hacía frío. Delante de ella se extendía el campo<br />
9
yermo, que le hizo recordar cuando en verano estaba repleto<br />
de espigas secas que ella arrancaba para hacer cosquillas a su<br />
hijo, y para morderlas mientras intentaba pensar en otra<br />
cosa.<br />
Esa noche el cielo estaba limpio y cuajado de estrellas, por<br />
lo que la luz plateada de la luna le permitía trazar el camino<br />
imaginario que debería seguir para marcharse. Llegó hasta<br />
la carretera, donde hizo autostop. Un coche se detuvo<br />
cuando estaba amaneciendo, su conductor le preguntó<br />
adónde quería ir, Helen le respondió que a la ciudad.<br />
Cuando se alejaban, se repetía una y otra vez que esa había<br />
sido la única solución. No hablaba con el conductor, solo<br />
miraba por la ventanilla, mientras decía adiós a sus hijos en<br />
un susurro que se mezclaba con el ruido que producía el motor<br />
del coche en la carretera.<br />
10
2<br />
<br />
«…El cuerpo mutilado de Margaret Duchamp ha sido encontrado<br />
a los pies de un contenedor, en el interior de una bolsa de<br />
basura. Según los forenses, con signos de haber sido torturada<br />
de un modo salvaje antes de su asesinato y posterior mutilación…».<br />
Leonard Steinbeck se encontraba en el interior de la furgoneta,<br />
con el brazo apoyado en la ventanilla abierta. En la<br />
radio, el especial de noticias de la tarde hablaba sobre otro<br />
de los asesinatos. Cambió de emisora hasta dar con una en<br />
la que sonaba un tema de Miles Davis.<br />
Estaba en una calle tranquila de un barrio residencial situado<br />
a las afueras de Detroit, donde la mayoría de las casas<br />
eran idénticas, con su pequeña zona ajardinada y su buzón<br />
para el correo. De vez en cuando, pasaba alguien. Un<br />
chico montando en bicicleta, una mujer en su coche, que venía<br />
de hacer la compra, o un anciano dando un paseo, pero<br />
nada se salía de lo normal. Eran las tres en punto de la tarde,<br />
el cielo comenzaba a nublarse y soplaba una suave brisa de<br />
comienzos de otoño.<br />
Leonard llevaba casi una hora sentado en el interior de<br />
la furgoneta, que había aparcado al lado del bordillo de la<br />
calle. No había nada extraño en que un técnico estuviese allí.<br />
11
En uno de los laterales de la furgoneta se leía en letras verdes<br />
y rojas: “TLM, reparaciones para el hogar”. Leonard iba<br />
vestido como los empleados de la compañía, con la gorra<br />
verde, la chaquetilla y los pantalones rojos característicos. La<br />
espalda de la chaqueta la presidía el mismo logotipo circular<br />
que la identificaba, que daba a entender que era un empleado<br />
como otro cualquiera.<br />
La furgoneta estaba aparcada frente al número 13. Leonard<br />
debía realizar su servicio en el número 15. Miró su reloj, las<br />
tres y dos minutos de la tarde. Los de TLM siempre se retrasaban,<br />
por eso había estado esperando.<br />
La puerta de la casa se encontraba abierta. En el cajetín del<br />
correo no había mas que unas pocas cartas de facturas que<br />
nadie se había molestado en recoger. El césped estaba recién<br />
cortado, pero, a diferencia de los jardines de las casas vecinas,<br />
este no contaba con ninguna escultura decorativa ni flores<br />
ni ornamentación alguna. Al llegar a la puerta, Leonard<br />
pulsó el botón del timbre, y al no obtener respuesta, volvió<br />
a llamar.<br />
–Ya va –dijo una voz rasgada desde el interior de la casa.<br />
Leonard escuchó el sonido de unos pasos acercándose a la<br />
puerta–. ¿Quién es?<br />
–Buenos días, soy Marck Agnelli –se presentó Leonard<br />
con una voz aguda y nasal, la que imaginaba para Marck<br />
Agnelli–. Me envían de TLM, vengo por lo del problema de<br />
las cañerías.<br />
Tras un breve silencio, la misma voz rasgada del interior<br />
dijo con tono de fastidio:<br />
12
–¿Marck Agnelli? Les dije a los de su empresa que no me<br />
gustaban los italianos; que nada de italianos, vienen tarde y,<br />
además, para una cosa que les pido, no hacen caso.<br />
–Hemos venido en cuanto nos ha sido posible.<br />
–¿En cuanto les ha sido posible? –repitió.<br />
–Es usted el señor Harper, John Harper, ¿no es así?<br />
–Sí, soy yo quien les ha llamado, y les dije que me daba<br />
igual un árabe, un chino, un irlandés, un esquimal… pero<br />
nada de italianos.<br />
–No soy italiano del todo, mi padre era italiano, pero mi<br />
madre era de origen alemán, ¿sabe?<br />
La puerta se abrió y ante Leonard apareció un hombre de<br />
mediana edad, delgado y con el pelo canoso, casi blanco,<br />
que, al ver a Leonard, transformó su gesto de contrariedad<br />
por otro de sorpresa.<br />
–No parece italiano –dijo John Harper, más relajado.<br />
–Mi madre era de origen alemán –repitió Leonard.<br />
–Alemana, ¿eh?<br />
Harper sí que tenía la imagen arquetípica de un italiano,<br />
sus ojos eran oscuros, su pelo negro, y llevaba un crucifijo<br />
católico de oro pendiendo de su cuello.<br />
Después de examinar a Leonard unos segundos, Harper<br />
le dejó pasar mientras le decía:<br />
–Está bien, adelante. El problema es el fregadero de la cocina,<br />
el agua no traga bien, se atasca. He intentado de todo,<br />
pero no es posible, no hay manera de que chupe el agua.<br />
La casa olía a comida; a carne y a cebolla. A pesar de no<br />
conseguir lavar bien los platos, John Harper continuaba cocinando.<br />
En las paredes del pasillo se veían fotografías familiares<br />
y algún cuadro decorativo.<br />
13
–Aquí está la cocina –dijo Harper, abriendo la puerta a<br />
Leonard–. No tengo nada personal contra nadie, pero no me<br />
gustan los italianos, no es nada más que eso.<br />
La casa estaba ordenada, apenas había elementos que<br />
desentonasen, que estuviesen fuera de lugar. Después de<br />
echar un último vistazo a Leonard, Harper le dijo:<br />
–Haga lo que tenga que hacer, yo estaré en el salón –y señaló<br />
la habitación del fondo del pasillo, desde la que llegaba<br />
el sonido de las voces de una televisión encendida.<br />
Harper se marchó y Leonard se quedó solo en la cocina.<br />
La pared estaba pintada con tonos claros, y desde la<br />
ventana se veía el jardín y parte de la fachada de la casa<br />
de al lado. Leonard se aproximó al fregadero, en una de<br />
las pilas había un plato sucio con restos de tomate y la<br />
otra pila estaba vacía. Abrió el grifo del agua y comprobó<br />
que el desagüe no tragaba bien; después fue hacia el salón.<br />
Allí, Harper estaba sentado en un amplio sofá mientras<br />
veía la televisión.<br />
–¿Qué pasa? –preguntó Harper a Leonard en cuanto le<br />
oyó entrar.<br />
–Solamente una pregunta, usted utiliza una de las pilas,<br />
¿no es así?<br />
Harper le miró como si no hubiese comprendido.<br />
–Claro, la que funciona, la otra está estropeada, por eso<br />
les he llamado. No me pregunte por qué una funciona y la<br />
otra no, porque no tengo ni la más remota idea.<br />
–No es tan extraño, no se preocupe; lo que me interesa<br />
saber es si el agua se acaba yendo por el desagüe o la saca utilizando<br />
algún recipiente.<br />
14
–No, no se va. La he sacado con un cazo y un vasito, por<br />
eso queda un poco; si se tragase el agua, aunque fuese lentamente,<br />
me daría igual. Un día se quedó el grifo abierto y<br />
casi se me inunda la cocina.<br />
Leonard miró a la televisión. Harper estaba viendo un documental<br />
sobre monos. En ese momento el narrador explicaba<br />
sus costumbres reproductivas.<br />
–Los monos –dijo Harper, al advertir que Leonard<br />
centraba su atención en el televisor–, se pasan todo el día<br />
follando y comiendo, ese macho puede estar con todas<br />
esas hembras y no pasa nada, el que no esté de acuerdo<br />
que se joda, él es el más fuerte, el jefe, el más poderoso,<br />
y hace lo que le da la gana; como en la vida misma ¿verdad?<br />
–Harper se rió de su ocurrencia de una manera ostentosa.<br />
–Así es, como en la vida misma –corroboró Leonard.<br />
–No recuerdo tu nombre, ¿cómo has dicho que te llamabas?<br />
–preguntó Harper mucho más tranquilo que cuando<br />
le había recibido en la puerta.<br />
–Marck Agnelli.<br />
–¿Te puedo llamar Marck?<br />
–Como quiera –dijo Leonard–. Vuelvo a la cocina para<br />
solucionar el problema.<br />
–Claro, Marck, para eso has venido, ¿no?<br />
Antes de marcharse, Leonard se fijó en la botella de Jack<br />
Daniel’s que había sobre la mesa y en el vaso con hielo, lleno<br />
hasta la mitad, del que bebía Harper.<br />
Leonard cerró la ventana de la cocina, corrió las cortinas<br />
y sacó las herramientas de la bolsa, que después puso en el<br />
fregadero; tras esto se sentó en la única silla que había.<br />
15
Desde donde estaba sentado podía ver, por el hueco de<br />
la puerta entornada, una de las fotografías enmarcadas que<br />
colgaban de la pared del pasillo. En la fotografía aparecía<br />
Harper, mucho más joven que ahora, con su mujer y sus dos<br />
hijas en un parque, en su anterior ciudad, en su antigua vida.<br />
–Harper –se dijo Leonard en voz baja con indiferencia,<br />
y salió de la cocina.<br />
Volvió al pasillo y miró otra de las fotografías. En esta,<br />
Harper posaba con una de sus hijas, esperando a que ella le<br />
tirase una pelota de baloncesto. En la fotografía, su hija no<br />
aparentaba más de cuatro años. El pelo de Harper era mucho<br />
más abundante, parecía contento.<br />
Leonard introdujo la mano en el bolsillo del pantalón y<br />
tocó la cuerda del garrotte, luego volvió a sacar la mano del<br />
bolsillo y se dirigió al salón. Toda la casa permanecía en penumbra.<br />
Las persianas del salón estaban bajadas y solo la luz<br />
de la televisión evitaba la oscuridad total.<br />
Ahora en la televisión emitían un programa especial sobre<br />
los asesinatos de las muchachas, un coloquio en el que<br />
prestigiosos criminólogos y expertos en psicología intentaban<br />
componer el perfil del asesino:<br />
«…Es muy probable que el sujeto disfrute con todo el proceso;<br />
tanto del secuestro de sus víctimas como de las posteriores<br />
torturas y de las vejaciones. Parece que su fantasía puede crear<br />
una nueva exigencia cada vez, por tanto la sublimación total<br />
es siempre un anhelo…».<br />
–Lo de este tipo es increíble –dijo Harper cuando vio a<br />
Leonard en el marco de la puerta–. Ya ha matado nueve chicas,<br />
se las lleva a nadie sabe dónde, les hace de todo y luego<br />
las deja en cualquier parte, troceadas y en bolsas de basura.<br />
16
El tipo se lo pasa en grande con esa mierda, me pregunto qué<br />
coño tendrá en la cabeza para que sólo se le empalme haciendo<br />
eso.<br />
–Es extraño, sí –admitió Leonard–. Lo estaba escuchando<br />
antes en la radio de la furgoneta y estaba pensando<br />
algo parecido.<br />
–Sí… es increíble –dijo Harper–. Qué tal va lo del fregadero,<br />
¿algún problema?<br />
–No, ya está totalmente arreglado.<br />
–¿Ya?, pero ¿qué es lo que has hecho, Marck? ¡Si no has<br />
tardado ni media hora!<br />
–Había un problema en una de las cañerías, la he desatrancado<br />
y ahora va bien.<br />
–Vaya… pues menos mal. Eres bueno en tu trabajo,<br />
Marck, sí señor, un mago de los fregaderos.<br />
En la televisión otro de los psiquiatras estaba diciendo:<br />
«…Está dentro de las posibilidades que sea un asesino con<br />
deseos de notoriedad, lo que sí sabemos es que es un asesino del<br />
tipo organizado. Por otra parte, es un hecho singular el que, en<br />
algunos casos, devuelva partes del cuerpo antes de hacerlo con<br />
el resto del cadáver, me atrevería a decir que expresa cierto resentimiento<br />
con la sociedad, y un alto grado de necesidad de control<br />
durante todo el proceso…».<br />
–Qué hijo de puta –dijo Harper–. ¿Quieres una copa,<br />
Marck?<br />
–No, gracias –respondió Leonard–. No suelo beber en<br />
horas de trabajo.<br />
–Como los policías, ¿no?, nada de beber en horas de servicio<br />
–Harper centró su interés en la televisión y, tras beber<br />
otro sorbo de su vaso de bourbon, dijo:<br />
17
–Tengo dos hijas, ¿sabes?, ahora… bueno… ahora no viven<br />
aquí; hace casi dos años que no las veo. Su madre y yo,<br />
mi exmujer, nos peleamos, ya sabes cómo son estas cosas…<br />
y están con ella. No me quiero imaginar si a ese hijo de puta<br />
se le ocurriera hacer algo a cualquiera de las dos. Solo el ponerme<br />
por un momento en el pellejo de los padres de esas<br />
chicas hace que se me revuelva el estómago. Si hiciese algo<br />
a mis hijas no pararía hasta dar con él –cuando dijo esto besó<br />
con torpeza el crucifijo de oro que colgaba de su cuello–.<br />
Pero no hay que pensar mal, ellas están muy seguras con su<br />
madre, mucho más que conmigo –Harper se detuvo un momento,<br />
y después dijo:<br />
–Vamos a ver ese fregadero. –Al ponerse en pie se tambaleó<br />
un poco, debido al efecto del alcohol. Leonard lo dejó<br />
pasar, poniéndose a su espalda cuando salían al pasillo.<br />
–Lo único que saben es que se trata del mismo asesino,<br />
porque lo hace de la misma forma –continuaba diciendo<br />
Harper–, pero no deja ninguna pista y no tienen ni idea de<br />
cómo se mueve, ahora lo hace aquí, después allí y después<br />
otra vez donde al principio, joder.<br />
Leonard miraba su nuca, Harper era más bajo que él, al<br />
menos quince centímetros. Era la nuca de Frank Belpasso,<br />
exsoldado de la familia Mistretta de Nueva York, confidente<br />
del FBI, en la actualidad dentro del programa de<br />
protección de testigos del estado, con una falsa identidad:<br />
John Harper, con cambio de trabajo y domicilio.<br />
–No puedo creer que no cometa un… –las palabras<br />
de Frank Belpasso se quedaron a medias cuando el cordel<br />
del garrotte se aferró a su cuello. Unos sonidos ásperos<br />
salieron de su boca al hacer un esfuerzo por intentar<br />
18
espirar; los ojos se le desorbitaron y su cara comenzó a enrojecer.<br />
Leonard apoyó su espalda contra la pared, e hizo fuerza<br />
con las dos manos para que Belpasso no pudiese moverse.<br />
Delante de ambos estaba la fotografía en la que se veía a<br />
Frank jugar con una de sus hijas en el parque.<br />
Frank dejó de moverse pero, aun así, Leonard continuó<br />
ejerciendo presión. Lo hizo porque había quien fingía haber<br />
muerto para que se le dejara de asfixiar. Cuando estuvo seguro,<br />
Leonard aflojó el cordel del garrotte y lo soltó. El<br />
cuerpo sin vida de Frank Belpasso se desplomó en el suelo.<br />
Leonard comprobó que no tenía pulso. Luego fue a la cocina<br />
y dejó todo en orden antes de salir.<br />
Puso la bolsa con las herramientas en la parte de atrás de la<br />
furgoneta. En la radio estaban emitiendo un programa deportivo.<br />
Arrancó y se marchó de allí.<br />
19