Editora Digital - Universo Romance, el Portal
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CASTALIA CABOTT<br />
El traductor<br />
Cruzados 3<br />
<strong>Editora</strong> <strong>Digital</strong>
CASTALIA CABOTT<br />
El traductor<br />
Cruzados 3<br />
Tan cerca y tan lejos.<br />
1<br />
Para William los últimos ocho meses habían sido los más largos y<br />
agotadores de su vida.<br />
Su cansancio no era sólo físico estaba harto de todo; d<strong>el</strong> Príncipe,<br />
de Aquitania, de las intrigas palaciegas en medio de la nada y sobre<br />
todo de la política. Todo era política y todo se reducía a <strong>el</strong>la. Al final<br />
la guerra por la fe solo era una gran guerra donde los intereses<br />
personales se escondían detrás de una cruz. Les había llevado mucho<br />
tiempo a él, Lance de Villier y Nicholas SanPietro hacerse de un<br />
futuro. Y quizás <strong>el</strong> sólo hecho de tener al fin lo que más anh<strong>el</strong>aban en<br />
<strong>el</strong> mundo: una tierra a quien llamar hogar, había hecho que su<br />
intolerancia y deseos de que todo terminara se acrecentara.<br />
El final estaba cerca, solo debían tomar por asalto las altas<br />
paredes de la fortaleza de Aquitania. En cuanto <strong>el</strong>la cayera, en cuanto<br />
<strong>el</strong> Príncipe pusiera un pie en <strong>el</strong>la y la reclamara como propia, él<br />
podría volver a Brac.<br />
Tan cerca y tan lejos.<br />
Pero para llegar a Aquitania debían atravesar <strong>el</strong> poblado que se<br />
había armado cerca de las murallas. Una enorme muchedumbre de lo<br />
más variado; familiares, amantes, prostitutas, vividores, vagabundos,<br />
estafadores y todo aquél que deambulara buscando un lugar dónde<br />
sobrevivir. Y había sido la guerra quien había reunido a los<br />
desafortunados buscando la salvación de almas y económica.<br />
Aquitania los necesitaba y <strong>el</strong>los a <strong>el</strong>la. Para William Daniken<br />
Hampton, ese poblado era la única debilidad de la fortaleza, y había<br />
sido Nicholas quién lo había entendido. Si no lograban dominarla no<br />
habría entrada triunfal a Aquitania.<br />
Y ésta presentaba una feroz batalla. Nada era fácil.<br />
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Cruzados 3<br />
William azuzó su caballo y se dirigió al grupo de tres jinetes que<br />
estaban atacando a sus hombres. Montado en su caballo era un<br />
formidable adversario. Debido a su <strong>el</strong>evada estatura y fuerte<br />
contextura William Daniken Hampton atrajo inmediatamente la<br />
mirada y la preocupación de los atacantes.<br />
Will se estaba lanzando hacia <strong>el</strong>los espada en mano cuando lo<br />
impensado ocurrió: su cab<strong>el</strong>lo tropezó con algo en la suave arena<br />
cayendo al su<strong>el</strong>o y llevándolo con él.<br />
De la nada cuatro hombres aparecieron. Una trampa, una maldita<br />
trampa y había caído en <strong>el</strong>la con facilidad. Los hombres habían<br />
estado camuflados bajo una suave cubierta y al ponerse de pie<br />
levantaron una pequeña nube de arena. William maldijo. Estaba muy<br />
cansado, lo único que lo mantenía en pie era que pronto estaría de<br />
regreso en Brac y podría poner distancia. Sus deseos de acabar con<br />
todo, lo habían hecho perder concentración y ese estúpido acto<br />
podría acabar con su vida.<br />
Podría, pero no se las haría fácil. Mientras <strong>el</strong> caballo se agitaba con<br />
fuerza mientras caía, William se tiró al su<strong>el</strong>o utilizando la energía d<strong>el</strong><br />
animal para rodar por la arena blanca y caliente. Ninguno de sus<br />
atacantes pudo siquiera sospechar que alguien tan grande se moviera<br />
con esa agilidad y <strong>el</strong>asticidad.<br />
Al caer giró con todo su cuerpo dando dos vu<strong>el</strong>tas enrollado sobre<br />
si mismo en primer lugar para mantenerse a distancia de su caballo,<br />
no podía correr <strong>el</strong> riesgo de ser atrapado bajo <strong>el</strong> enorme animal, pero<br />
también para permanecer lejos de los hombres que habían aparecido<br />
a caballo. Cuando dejó de rodar, se puso de pie con su espada en<br />
mano. Todo sucedía rápidamente. Los hombres a caballo se dirigían a<br />
todo galope hacia él. Su propio caballo había quedado sobre la arena,<br />
tendido bufando y moviéndose imposibilitado de pararse. Lo mismo<br />
que lo hizo caer debió cortar quizás los ligamentos de sus patas. Por<br />
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sobre él pasaron los dos jinetes buscando llegar hasta William parado<br />
un poco más allá.<br />
El hombre era un guerrero inmenso. La lucha por <strong>el</strong> poblado había<br />
empezado hacía largos minutos, si pudieran acabar con <strong>el</strong> hombre<br />
con la misma facilidad con que había derribado su caballo sería muy<br />
probable que los infi<strong>el</strong>es que lo acompañaban se rendirían. Su muerte<br />
sería un buen augurio para Aquitania. El hombre los esperaba de pie.<br />
Los dos primeros guerreros moros echaron sobre él sus caballos<br />
mientras blandían los largos sables. El guerrero no se movió, levantó<br />
su brazo izquierdo hacia atrás y desde su espalda sacó otra espada<br />
más, está parecía un poco más corta. Permaneció de pie<br />
esperándolos, mientras sus muñecas abanicaban <strong>el</strong> aire con ambas<br />
espadas. Cuando los caballos lo flanquearon a todo galope se lanzó a<br />
tierra; arrodillado levantó las dos manos y las espadas detuvieron <strong>el</strong><br />
acero de sus enemigos. El sonido d<strong>el</strong> choque de metales se acompañó<br />
con las chispas de la fuerte fricción de los aceros enemigos chocando<br />
con fuerza. Otro hombre más débil hubiera caído al su<strong>el</strong>o con la<br />
fuerza de los golpes pero él se mantuvo firme. Cuando los hombres y<br />
sus caballos pasaron, él giró para encontrarse a dos guerreros a sus<br />
espaldas. Uno de <strong>el</strong>los asestó un golpe que sólo su v<strong>el</strong>ocidad y<br />
rapidez mental alejaron de su cuerpo no sin antes que <strong>el</strong> metal dejara<br />
un profundo surco en su hombro.<br />
Will apretó sus dientes ante <strong>el</strong> dolor, pero no tenía tiempo para<br />
ocuparse de él. En vez de retirarse por <strong>el</strong> golpe hizo algo inesperado,<br />
se ad<strong>el</strong>antó hacia los hombres, estiró su brazo izquierdo y logró<br />
perforar con su espada <strong>el</strong> estómago d<strong>el</strong> hombre frente a él, mientras<br />
lo hacía se tiraba al su<strong>el</strong>o. Podía sentir <strong>el</strong> ruido de los caballos y sabía<br />
que los hombres volverían. Rodó, buscando equilibrarse para ponerse<br />
de pie, <strong>el</strong> dolor lacerante de su hombro le hizo soltar una de las<br />
espada. Pero logró erguirse. El otro hombre se lanzó sobre él y<br />
cruzaron espadas mientras William buscaba moverse para cubrir sus<br />
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espaldas. Su duro entrenamiento le había advertido de la ubicación<br />
de otros tres guerreros; uno a pie y dos a caballo.<br />
No podría con todos sin su otra mano. Se enfocó en los hombres a<br />
caballo; si pudiera derribar a uno podría quedarse con <strong>el</strong> animal. Las<br />
grandes bestias fueron lanzadas sobre él mientras <strong>el</strong> cerebro de<br />
William pensaba la mejor defensa.<br />
De pronto sintió sin ver <strong>el</strong> característico sonido sibilante de una<br />
flecha hendiendo <strong>el</strong> aire y vio caer a uno de los hombres que lo<br />
atacaban a caballo. Sin siquiera pensarlo se lanzó hacia <strong>el</strong> mismo<br />
lugar por donde venía <strong>el</strong> caballo y saltó poniéndose justo entre <strong>el</strong> otro<br />
atacante y <strong>el</strong> caballo sin jinete.<br />
El hombre montado siguió de largo sin poder dominar su animal,<br />
William giró tan rápido como pudo para enfrentar a los hombres de a<br />
pie que intentaban rodearlo. Aún con una sola mano William Daniken<br />
Hampton no sería un hombre fácil de matar. Como una danza<br />
ensayada y ejecutada se movieron intercambiando lugares y golpes.<br />
El sonido de otra flecha atravesó <strong>el</strong> aire y William vio caer a uno de<br />
sus atacantes. Ese preciso momento le otorgó los segundos de<br />
sorpresa necesarios para acercarse mortalmente al otro. Giró su<br />
cabeza y vio a su enemigo a caballo que había cambiado de objetivo.<br />
Ahora no era él la presa, sino <strong>el</strong> tirador. El caballo se movió<br />
pesadamente, directo hacia un hombre joven apenas vestido con un<br />
harapiento pantalón que tenía en sus manos un arco. Su casi<br />
desnudes llamó su atención. No era común en <strong>el</strong> desierto. ¿De dónde<br />
habría salido? Al parecer las dos flechas disparadas, las que habían<br />
salvado su vida, habían provenido de él. Y parecía que eran las<br />
últimas. El joven solo llevaba un arco y ninguna flecha. Estaba<br />
indefenso, intentó girar y correr pero William supo que si no hacía<br />
algo no lograría escapar d<strong>el</strong> guerrero a caballo. Buscó en su pecho,<br />
sacó la pequeña estr<strong>el</strong>la y la tiró con todas sus fuerzas. Esperaba<br />
poder llegar hasta <strong>el</strong> jinete o su salvador moriría.<br />
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La estr<strong>el</strong>la llegó a destino, clavándose en la espalda d<strong>el</strong> atacante<br />
en <strong>el</strong> exacto momento en que hombre y su caballo se agachaban para<br />
intentar calcular la distancia para descargar su espada en la espalda<br />
d<strong>el</strong> joven. El golpe se desvaneció sin fuerza mientras <strong>el</strong> hombre caía<br />
sobre <strong>el</strong> cuerpo d<strong>el</strong> arquero derribándolo consigo. William corrió hacía<br />
él mientras <strong>el</strong> caballo seguía su carrera hacia <strong>el</strong> joven. El cuerpo d<strong>el</strong><br />
infortunado ayudó a protegerlo d<strong>el</strong> caballo desbocado que saltó sobre<br />
ambos alejándose d<strong>el</strong> lugar. El muchacho a pesar de su d<strong>el</strong>gadez,<br />
logró empujar y tiró <strong>el</strong> cuerpo muerto a un costado. Will notó que <strong>el</strong><br />
joven comprendió rápidamente la situación, debía salir de dónde<br />
estaba o podría ser atrop<strong>el</strong>lado por otros guerreros a caballo. Will se<br />
movió con v<strong>el</strong>ocidad. Debía ayudar a sacarle ese cuerpo muerto de<br />
encima. El muchacho se demoró por un largo segundo para observar<br />
su propia mano llena de sangre.<br />
Will supo por qué había sangre. Su estr<strong>el</strong>la había sido certera y no<br />
solo lo había herido. Había acabado con la amenaza.<br />
Al levantar la vista <strong>el</strong> joven vio al hombre correr hacia él y a otros<br />
dos jinetes avanzando en una nube de polvo. Entonces se puso de pie<br />
y apenas corrió dos pasos para luego saltar, zambullirse y caer<br />
pesadamente sobre una tienda, que al parecer hasta hacía poco había<br />
fungido como <strong>el</strong> techo de una carpa improvisada. William respiró<br />
aliviado. Cuando sintió <strong>el</strong> trop<strong>el</strong> de caballos detrás suyo giró<br />
dispuesto a seguir luchando cuando comprendió que eran Muller y<br />
Angus MacFardenn . Al parecer lo habían visto y venían en su ayuda.<br />
William miró a Muller y le gritó: —Consígueme un caballo.<br />
El p<strong>el</strong>irrojo simplemente cabeceó afirmativamente y siguió al<br />
mismo caballo que había atacado al joven. Su jinete yacía en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o<br />
un poco más allá. Will giró para buscar al joven con la mirada. Estaba<br />
levantándose de la tienda. En cuanto se puso de pie William se fijó en<br />
su rostro. Moretones y sangre seca. Había sido golpeado, su cuerpo<br />
parecía un muestrario de golpes. No era tan pequeño como Andreas<br />
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quizás un metro setenta y cinco no más, y más corpulento a pesar de<br />
que podían verse las costillas bajo su pi<strong>el</strong>. El joven, sostenía <strong>el</strong> arco<br />
en su mano, tenía <strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo negro y los ojos más verdes que hubiera<br />
visto, ni siquiera los ojos de Nick tenían ese tono esmeralda. Por dos<br />
segundos los hombres sólo se miraron. Los gritos de batalla, las<br />
explosiones, <strong>el</strong> polvo levantado por los caballos desaparecieron<br />
durante esos dos largos segundos. Cuando <strong>el</strong> caballo de Muller se<br />
detuvo a su lado William reaccionó subiendo al suyo mientras recibía<br />
también de Muller su espada. Cuando levantó la vista buscando al<br />
joven, ya no estaba ahí.<br />
La acuciante batalla lo alejó d<strong>el</strong> lugar y de su salvador.<br />
Tres días después Bohemundo de Tarento había ganado su batalla<br />
William había buscado en <strong>el</strong> poblado entre los sobrevivientes y los<br />
guerreros prisioneros a su salvador sin hallarlo. Tal vez había muerto.<br />
Había mirado dónde estaban enterrando a los luchadores propios y<br />
ajenos y no había reconocido <strong>el</strong> cuerpo golpeado y semidesnudo de<br />
su oportuno salvador. En este día terminaría su r<strong>el</strong>ación comercial<br />
con <strong>el</strong> Príncipe, regresaría a Brac a lo que amaba: construir no matar.<br />
Todos los caballeros Templarios habían sido llamados ante <strong>el</strong> Príncipe.<br />
Siempre ocurría así. Cuando se ganaba una batalla, y todo estaba en<br />
orden, llegaban las recompensas. William estaba listo para recibir la<br />
suya y regresar a Brac. Completamente libre y con <strong>el</strong> dinero<br />
suficiente para al menos cinco cosechas. Mientras miraba los rostros<br />
de sus acompañantes comprendió que cada uno de <strong>el</strong>los esperaba<br />
algo diferente. Algunos tierras, otros títulos, otros simple<br />
reconocimiento, o un cargo más alto. Él esperaba oro. Todos sabían<br />
que era un mercenario. Una espada al lado de quien mejor pagaba. Y<br />
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todos también sabían que una vez que recibiera su parte d<strong>el</strong><br />
cuantioso botín, regresaría a su isla. Perfecto. William Hampton no<br />
haría sombra a nadie.<br />
Se sentía agotado, parado allí mientras Tarento hacía los honores.<br />
Uno a uno los hombres iban pasando. La batalla había sido dura y<br />
excesivamente larga e intensa. Las recompensas eran motivo de<br />
arduas discusiones, primero los nobles luego los mercenarios y los<br />
templarios y por último los soldados, que jamás recibían lo que en<br />
verdad merecían.<br />
En medio d<strong>el</strong> patio de la fortaleza se había armado una especie de<br />
amplio salón. El Príncipe se había sentado en <strong>el</strong> centro d<strong>el</strong> patio y<br />
todos los caballeros nobles estaban sentados en semicírculo mientras<br />
que los guerreros estaban de pie, detrás. Más allá, sus hombres se<br />
formaban y esperaban expectantes. El que su señor recibiese más era<br />
un motivo de orgullo y festejo, como si fueran <strong>el</strong>los quienes<br />
recibieran la recompensa. El orden determinaba también a quién <strong>el</strong><br />
Príncipe consideraba su mejor aliado o <strong>el</strong> mejor guerrero en la<br />
batalla. Por esa razón esta ceremonia era tan importante y formal; <strong>el</strong><br />
orden que regía era militar.<br />
Detrás d<strong>el</strong> Príncipe y nuevo dueño de la fortaleza, los vencidos<br />
esperaban <strong>el</strong> destino de sus vidas. Si alguno quería esclavos o<br />
servidumbre eran <strong>el</strong>egidos entre los prisioneros. Lo más fuertes y en<br />
mejores condiciones eran s<strong>el</strong>eccionados en primera instancia, los más<br />
débiles y heridos si nadie se hacía cargo bien podían esperar la<br />
muerte.<br />
William se había bañado y alejado de si la sangre y los restos de la<br />
batalla. Su rostro reflejaba su cansancio. Sabía que esta había sido la<br />
última vez que alquilaba su espada. El Príncipe no era un hombre<br />
malo sino un político más; siempre preocupado más por sí mismo,<br />
que por la gente que p<strong>el</strong>eaba en su nombre o bajo su estandarte.<br />
Tampoco era muy diferente. Lance siempre decía que los cuatro,<br />
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Bohemundo, él, Nick y Lance mismo eran más parecidos de lo que a<br />
primera instancia se notaba. Lo único que los diferenciaba era que<br />
<strong>el</strong>los carecían de ambiciones políticas. Y algo más pensaba ahora<br />
nosotros en verdad somos libres. Por su mente pasó la imagen de<br />
Lance durmiendo en brazos de Adam, o Andreas, riendo y cabalgando<br />
con Nick, sí, <strong>el</strong>los eran en verdad libres.<br />
William saldría de Aquitania y no regresaría, Tarento debería<br />
luchar por <strong>el</strong>la cada día que permaneciera dentro por <strong>el</strong> resto de su<br />
vida. Y tal vez ésta no fuera tan larga.<br />
Bohemundo de Tarento observaba a los nobles esperando su<br />
turno. Si bien las mayores ganancias le pertenecían sabía que debía<br />
tener mucho cuidado en la distribución. Cada uno de <strong>el</strong>los era un<br />
perfecto y futuro traidor. Y mucho más si se sentía poco apreciado.<br />
Cada uno de <strong>el</strong>los, menos William Hampton. Desde donde estaba, <strong>el</strong><br />
hombre refulgía. Su alta estatura y <strong>el</strong> larguísimo cab<strong>el</strong>lo rubio casi<br />
blanco era su marca distintiva. Un guerrero vikingo como pocos,<br />
valiente, astuto y quizás <strong>el</strong> único honesto. Pero también <strong>el</strong> más<br />
p<strong>el</strong>igroso. Con él no se valían los juegos. Lamentaba perderlo, pero<br />
sabía que era lo mejor. Alguien tan valorado por sus propios hombres<br />
era un riesgo constante de liderazgo. Conocía de primera mano la<br />
forma en que era respetad y muchas veces si Hampton no lo hubiera<br />
apoyado no habría logrado lo que se proponía. Lo mejor era alejarlo<br />
de Aquitania. Lamentaba su ida pero por su propia supervivencia era<br />
lo mejor. Había hablado con él antes de la reunión.<br />
—Sabes que te considero <strong>el</strong> más importante de mis guerreros.<br />
William le dio una sonrisa torcida y se rascó su barba dorada. —<br />
Supongo que esta alabanza se debe a la distribución. ¿No?<br />
Tarento sabía de su agudeza mental y también que mientras le<br />
diera lo que le correspondía no necesitaba ni requería ser exhibido<br />
como <strong>el</strong> mejor de todos. —Me alegra saber que entiendes.<br />
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Claro que entendía, esperaría su turno detrás de los nobles y<br />
recibiría <strong>el</strong> pago pactado. La mitad le había sido entregada con<br />
anticipación. Esa había sido enviada para completar <strong>el</strong> pago de la isla.<br />
Con esta parte compraría semillas, y maquinarias. Completaría su<br />
puerto y acondicionaría <strong>el</strong> hospital de Adam y Andreas. Les alcanzaría<br />
para afrontar los próximos cinco años siendo cuidadosos, porque en<br />
cinco años, la producción de olivos y la cantera ya estaría rindiendo<br />
sus frutos.<br />
Ahí estaba de pie, apoyando sus dos manos sobre <strong>el</strong> cabo de su<br />
espada, esperando su turno mientras sentía los aplausos y gritos de<br />
alabanza de los hombres cuando los nombres de sus superiores eran<br />
pronunciados y se ad<strong>el</strong>antaban para recibir su parte.<br />
Mientras veía pasar uno a uno a los nobles de Tarento miró hacia<br />
los prisioneros. Buscaba unos ojos color esmeralda. ¿Habría muerto?<br />
La duda había cruzado varías veces su cabeza en esos días. La batalla<br />
había sido feroz y cruenta. Ni siquiera tenía un escudo con <strong>el</strong> cual<br />
defenderse. Lo más probable es que fuera uno de los miles que<br />
estaban siendo enterrados en una tumba colectiva. Aún con esa<br />
certeza había buscado y enviado a Muller y MacFardenn<br />
infructuosamente. Nada. Parecía que la tierra se lo había tragado.<br />
William se reprochaba una y otra vez no haber sido más previsor,<br />
tendría que haberlo buscado en ese momento, en <strong>el</strong> mismo instante<br />
en que consiguió <strong>el</strong> caballo de su agresor, ¿Cuánto podría haberse<br />
demorado en encontrarlo? Pero lamentarse era inútil, <strong>el</strong> tiempo no<br />
retrocede aunque uno lo desee con desesperación. Y seguía pensando<br />
en él. Desde ese momento en la batalla esos ojos esmeralda no<br />
habían salido ni un segundo de su cabeza.<br />
Los gritos en un idioma desconocido lo sacaron de su abstracción,<br />
al parecer Spencer, <strong>el</strong> conde de Gloucester, había <strong>el</strong>egido un sirviente<br />
pero este gritaba una serie de palabras que nadie entendía. No<br />
parecían insultos; los insultos tienen un matiz reconocible en<br />
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cualquier idioma, pero cuando se quitó sus botas y las tiró contra<br />
Tarento, éste primero se sorprendió y luego se enfureció. Por la<br />
reacción y la aclamación mutua de todos los infi<strong>el</strong>es presenciando la<br />
escena, William supo que lo que había pasado era algo más que un<br />
ataque de ira o insulto. El hombre, de larga barba y con la cabeza<br />
enrollada bajo un turbante blanco y negro, mostraba mechones de un<br />
espeso y enrulado cab<strong>el</strong>lo negro. Su cara estaba llena de marcas<br />
claramente visibles en la pi<strong>el</strong> dura y curtida.<br />
Tatuajes pensó William sin moverse, observando la escena. El<br />
hombre se soltó de sus guardias y enfrentó a Tarento para decirle<br />
algo.<br />
Tarento se puso de pie y gritó —¿Qué dijo? ¿Qué es lo que dijo<br />
este perro?<br />
Desde atrás d<strong>el</strong> mismo Bohemundo, donde se mantenían a los<br />
prisioneros alguien dijo en un perfecto inglés pero confuso, como si<br />
estuviera agachado y no pudiera hablar con facilidad: —Le aca… ba<br />
de decir que no se trata a una per… sona como un animal, él… es un<br />
valien… te guerrero santo.<br />
Todos se dieron vu<strong>el</strong>ta hacia <strong>el</strong> numeroso grupo de cautivos que<br />
estaban parados justo al costado derecho de Bohemundo esperando<br />
la decisión final sobre su destino. El Príncipe también giró buscando <strong>el</strong><br />
origen de la voz.<br />
El hombre d<strong>el</strong>ante de Bohemundo volvió a gritar<br />
—“Surmayye a’raasac”<br />
—¡Qué maldita cosa dijo?! —Volvió a gritar <strong>el</strong> Príncipe que había<br />
dirigido su vista d<strong>el</strong> moro hacia la muchedumbre.<br />
La voz d<strong>el</strong>gada respondió, pero se escuchaba algo vacilante y<br />
confusa—Él… dijo: “Sólo mere… ces un za… patazo en tu…<br />
—¿Tu…? —preguntó <strong>el</strong> Príncipe impaciente.<br />
— …Cabeza” —agregó.<br />
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Aunque Will tampoco podía verlo, podía apreciarse que no podía<br />
hablar muy bien. Se lo notaba agitado. Su aire entraba y salía con<br />
dificultad.<br />
—¿Qué? ¿Qué significa eso? ¿Quién habló? —preguntó Tarento—<br />
¡Tráiganlo aquí!<br />
William notó que dos guardias se movían desde <strong>el</strong> fondo y luego la<br />
gente se abría para dejar una vía libre mientras se ad<strong>el</strong>antaban<br />
arrastrando a un andrajoso joven hasta colocarlo frente a Tarento.<br />
Cada uno de <strong>el</strong>los lo llevaba de un brazo y lo obligaban a moverse<br />
rápidamente a pesar de estar encadenado de manos y tobillos con<br />
gruesos grillete<br />
Golpeado y todo, detrás de las tremendas marcas de una gran<br />
paliza, William lo reconoció. Sus puños se apretaron y respiró<br />
aliviado. ¡Estás vivo! Su estado era realmente malo. Parecía no haber<br />
un solo lugar donde no hubiera recibido golpes. La sangre seca en su<br />
espalda y pecho, indicaba que también había sido azotado. De su<br />
cabeza había un reguero de sangre que caía sobre su mejilla. Los<br />
ojos embotados e hinchados casi no dejaban verlos. Las marcas<br />
donde lo sostenían las esposas también sangraban. Si no fuera<br />
porque los soldados de Bohemundo lo sostenían William estaba<br />
seguro que estaría en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o.<br />
El Príncipe miró al débil joven que apenas podía mantenerse en pie<br />
sin preocuparse por sus heridas o estado. —¡¿Qué dijo?! —preguntó<br />
desde dónde estaba mirando al joven que aún sostenían los soldados.<br />
—“Sólo… me… mereces un zapa… tazo en tu cabeza” —repitió <strong>el</strong><br />
muchacho. Le era difícil hablar<br />
—Antes, que dijo antes — Tarento avanzó hacia <strong>el</strong> joven. Y esperó<br />
que hablara.<br />
—¡Responde al Príncipe!—le dijo uno de los soldados mientras lo<br />
golpeaba en la espalda desnuda y lo enviaba a tierra. Con las manos<br />
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y pies atados no había posibilidad alguna de sostenerse. Ni fuerzas<br />
para hacerlo.<br />
William avanzó hacia <strong>el</strong> grupo, lleno de indignación. Sus pasos<br />
resonaron sobre <strong>el</strong> patio atrayendo la mirada de los hombres que<br />
estaban de pie al lado d<strong>el</strong> joven.<br />
Había quedado casi en posición de cúbito dorsal e intentaba<br />
levantarse, sin lograrlo, cuando sintió <strong>el</strong> murmullo de todos. Sus ojos<br />
se <strong>el</strong>evaron para encontrar algo de polvo levantado por un calzado de<br />
malla.<br />
Siguió hacia arriba y lo vio.<br />
Si lo recordaba. Había revivido su estampa en <strong>el</strong> pequeño infierno<br />
en <strong>el</strong> que había estado los últimos días. Si no hubiera interferido en<br />
esa batalla quizás ahora no se encontraría ahí. Estaba d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong><br />
guerrero que había estado a punto de morir. Aún no sabía qué lo<br />
llevó a salvar su vida. Tal vez <strong>el</strong> hecho de que estar rodeado por<br />
tantos moros o quizás <strong>el</strong> compartir los mismos enemigos. Recordó su<br />
imponencia moviendo sus espadas y p<strong>el</strong>eando contra tantos hombres<br />
a la vez. En ese momento admiró su valentía. El viento le había<br />
dejado ver algunos largos mechones dorados que salían debajo de su<br />
y<strong>el</strong>mo cerrado. El mismo cab<strong>el</strong>lo dorado que ahora ondeaba<br />
suavemente como si fuera una capa de oro puro movido por la eterna<br />
brisa d<strong>el</strong> desierto. Lo vio acercarse como si <strong>el</strong> tiempo se detuviera,<br />
lentamente. Había leído de hombres como él en los libros. Vikingos,<br />
venidos de lejanas tierras, altos, fuertes y con ese extraordinario<br />
color de cab<strong>el</strong>lo casi plateado que ahora mismo parecía refulgir bajo<br />
<strong>el</strong> sol d<strong>el</strong> mediodía. El hombre avanzaba decididamente hacia él. Su<br />
corazón atronó sin control.<br />
William lo levantó como si se tratara de un niño. Lo tomó de<br />
debajo de las axilas y lo puso de pie. El joven levantó sus ojos y se<br />
encontró con la mirada de William. Cuando lo había visto luchando<br />
valientemente contra tantos guerreros no había podido mirarlo tan de<br />
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cerca. Su vista no era muy buena, pero aquí estaban, tan juntos que<br />
podía sentir su cálida respiración. No pudo sostenerse por sí mismo. Y<br />
eso lo avergonzó casi tanto como <strong>el</strong> comprender que lo había<br />
levantado como si fuera un niño y no un hombre que casi llegaba al<br />
metro ochenta. Los últimos tres años habían sido una completa<br />
pesadilla y lo habían llevado de un hombre fuerte y fibroso a un<br />
hombrecillo tan d<strong>el</strong>gado que parecía que cualquiera podía izarlo como<br />
si fuera niño. El joven miró a los ojos de Will. Eran verdes, como <strong>el</strong><br />
tono de los pastos frescos de su vieja casa familiar. Ambos hombres<br />
se miraron hasta que sintieron los pasos de Bohemundo llegar hasta<br />
<strong>el</strong>los y giraron sus rostros para enfrentarlo. Su cuerpo sin fuerzas se<br />
apoyó en <strong>el</strong> de William quien lo sostuvo sin ningún tipo de<br />
inconveniente. Había pasado un brazo bajo su brazo rodeando su<br />
espalda.<br />
Bohemundo de Tarento levantó su mano y los soldados se<br />
acercaron para tomar al muchacho pero William les dijo:<br />
—No.<br />
El joven sentía su corazón batallar con fuerza. Por un segundo<br />
cerró los ojos intentando alejarse de esa realidad y <strong>el</strong> suave olor a<br />
lavanda, tan débil que parecía etéreo lo llenó. ¡Lavanda! Su madre<br />
solía hacer perfume de lavanda. Las imágenes pasaron raudamente<br />
por su mente antes de que la misma realidad se instalara por sí<br />
misma.<br />
Los soldados movieron hacia <strong>el</strong>los pero se detuvieron<br />
inmediatamente luego de mirar al Príncipe que había hecho una seña<br />
con la palma de su mano abierta. Todos en <strong>el</strong> patio tenían sus ojos<br />
fijos en <strong>el</strong>los. Tarento caminó hasta ponerse justo frente al muchacho<br />
—¿En qué idioma habló? —le preguntó ya en un tono más calmado<br />
señalando con la cabeza hacia <strong>el</strong> hombre d<strong>el</strong> turbante.<br />
El muchacho respiró con dificultad y contestó: —Nad… ji.<br />
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CASTALIA CABOTT<br />
El traductor<br />
Cruzados 3<br />
—¿Qué fue lo que hizo y qué dijo? —interrogó nuevamente<br />
Bohemundo.<br />
—El tirarle un zapato es… —movió su cabeza mirando a William.<br />
Éste le hizo una seña alentándolo a hablar; gesto que no pasó<br />
inadvertido para <strong>el</strong> Príncipe— es… un insulto. Se supone que es la<br />
parte más sucia d<strong>el</strong> hombre… le dijo que… lo odiaba… y que sería…<br />
castigado. Él lo maldijo; le dijo que… jamás será <strong>el</strong> dueño de la<br />
fortaleza…<br />
—La maldición de un hereje no tiene valor —dijo fuerte<br />
Bohemundo cruzando sus brazos sobre su pecho. Miró a William y la<br />
forma en que lo sostenía y luego regresó su mirada hacia <strong>el</strong> hombre<br />
que lo había insultado—. Ajustícienlos —ordenó— a todos. —agregó<br />
mirando con toda intención a William. Un largo segundo después giró.<br />
Los soldados intentaron acercarse al muchacho pero William se<br />
colocó ad<strong>el</strong>ante impidiéndos<strong>el</strong>o.<br />
—Este es <strong>el</strong> joven que salvó mi vida —le dijo William a Bohemundo<br />
que regresaba a su asiento en <strong>el</strong> centro d<strong>el</strong> gran patio de la fortaleza.<br />
Tarento se sentó y sonrió. Lo había sospechado desde que lo vio<br />
avanzar para protegerlo. Los miró largamente mientras todos<br />
esperaban sus órdenes.<br />
Will casi podía sentir los pensamientos de Bohemundo girar en su<br />
mente como las astas de un molino. Algo tramaba. Estaba seguro. Y<br />
se lo había servido en bandeja de plata<br />
—¿Lo quieres? —le preguntó de improviso acariciándose la larga<br />
barba castaña.<br />
William no contestó. Afirmó con su cabeza.<br />
—Bien —dijo Tarento—¡Cómpralo!<br />
—¿Cuánto pides por él? —preguntó calmadamente. Su cuerpo<br />
enorme destacaba al lado d<strong>el</strong> lastimado joven. En ningún momento lo<br />
había mirado o había sacado sus ojos d<strong>el</strong> Príncipe.<br />
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CASTALIA CABOTT<br />
El traductor<br />
Cruzados 3<br />
El muchacho intentaba encontrar las fuerzas para sostenerse pero<br />
no podía. Will Podía sentir <strong>el</strong> calor que emanaba de su cuerpo<br />
semidesnudo.<br />
—Una última misión.<br />
William apretó los puños. Maldito seas Tarento.<br />
Como no respondió Tarento lo miró y simplemente agregó: —<br />
Llévens<strong>el</strong>os, a todos.<br />
—¿Una misión y de cuánto tiempo hablamos mi Príncipe? —su<br />
tono de voz no dejaba duda alguna de su enojo.<br />
Tarento sabía muy bien como estirar la cuerda, no por algo había<br />
logrado imponerse sobre los demás en esta tierra tan poco amistosa<br />
y acababa de enarbolar su pab<strong>el</strong>lón sobre la espléndida fortaleza de<br />
Aquitania.<br />
—No creo que sea más de un mes. Eso es todo. Es sólo una misión<br />
diplomática.<br />
—Soy un mercenario mi Príncipe, no un diplomático.<br />
—Bueno, si quieres al traductor tendrás que serlo.<br />
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