La resistencia en las carceles y en los - Pparg

Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Buenos Aires
Infrapolítica
La resistencia en las cárceles y
centros clandestinos de detención
durante la última dictadura militar
Tesina Final de Grado - Ciencias de la Comunicación
María Eva Cangiani
DNI 24.405.219
Martina Noailles
DNI 24.979.394
Director: Pablo Alabarces
Buenos Aires,
26 de marzo de 2004

“La acción, con todas sus incertezas,
es como un recordatorio siempre presente
de que los hombres, aunque han de morir,
no han nacido para eso,
sino para comenzar algo nuevo”
Hannah Arendt
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“Las superficies esconden para unos la profundidad que reservan para otros.
Y los límites señalan para algunos el lugar donde todo muere,
mientras conducen a otros al punto donde todo nace.
La vida del hombre puede morir sobre la superficie que cubre los misterios más profundos
y encarcelarse en los límites del tiempo, del espacio y las cosas.
Pero, paradojalmente, cuando en momentos como los nuestros
muchas superficies se quiebran, y se alcanzan y trasponen muchos límites,
hay hombres que descubren la profundidad de la vida
en la fuente donde nacen los valores que no mueren.
Allí donde el desierto muere, nacen las aguas del oasis.
Lo que sólo descubren los que aprenden a mirar con los ojos cerrados”
René Trossero
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Gracias
A Pablo, por la confianza y el empuje que le dio a nuestro proyecto desde que era tan sólo
una idea.
A César, nuestro “gurú”, por aquel encuentro, por su búsqueda, por haber sido una de las
voces.
A Miriam, por su valentía y su confianza, por su mañana llena de sol, por sus preguntas a
nuestra generación.
A Pilar, porque sobrevoló su experiencia y pudo decir más.
A aquellos que desde el anonimato aportaron sus voces.
A Daniela, por sus incisivas preguntas y sus valorables correcciones.
A Lole, por su enorme biblioteca.
A Tomy, por su toque final.
A Loty, por estar y acompañar desde Bahía Blanca.
A Juan, por sus dibujos.
A todos y todas, por sus preguntas, apoyo y compañía.
A la Quinta, por su verde.
A Tecúm, por sus días sin Riachuelo.
A nosotras, por el primer encuentro, por la búsqueda, por la perseverancia, por la
paciencia, por la empatía y por permitirnos lograrlo.
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Dedicado
A nuestros viejos, por su herencia, por ser y hacernos parte de esta historia,
por sus búsquedas, abrazos, voces y utopías.
A los que ya no están, a los que sobrevivieron, a los que todavía no son...
porque nos dieron los motivos.
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INDICE
Un compromiso contra el silencio ………………………………………………………... 7
Capítulo I. Algunas definiciones
Poder y Política ………………………………………………………………………. 11
Comunicación e Infrapolítica ………………………………………………………… 15
Capítulo II. Contexto histórico
El Golpe ……………………………………………………………………………… 18
Capítulo III. Acciones de poder de la dictadura
Las Estrategias ……………………………………………………………………….. 23
Construcción de una otredad negativa ……………………………………………….. 25
Las metáforas como violencia simbólica ………………………………………... 26
El Golpe: destino argentino ……………………………………………………… 28
Otro recurso retórico: los eufemismos …………………………………………... 32
Materialización de la frontera ………………………………………………………... 33
Coacción múltiple. La violencia dentro de las instituciones totalizadoras …………... 36
Sin rostro ………………………………………………………………………… 44
Pasaje …………………………………………………………………………….. 50
Entre siempre y jamás …………………………………………………………… 54
La máquina ………………………………………………………………………. 57
Capítulo IV. Infrapolítica.
La resistencia …………………………………………………………………………. 63
Capítulo V
Insurrecciones contra la mirada ………………………………………………….. 75
Contratiempo y pasatiempo …………………………………………...…………. 82
Produciendo libertad ……………………………………………………………... 88
La celebración de la voz …………………………………………………………. 96
La burla al miedo ………………………………………………………………… 121
Notas finales ………………………………………………………………………….. 125
Bibliografía ……………………………………………………………………………….. 132
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UN COMPROMISO CONTRA EL SILENCIO
¿Se escurrieron murmullos entre las mordazas?
¿Hubo margen para la sublevación?
¿Qué fluyó más allá del horror?
Nos preguntamos. Siempre nos preguntamos.
Sentimos que treinta mil voces aún no terminaron de decir, que otras miles tienen mucho
que contar. Que más allá del espacio que han ganado los gritos de denuncia, hay historias
de caricias a escondidas, de canciones entre rejas, de complicidades. Que detrás del dolor y
la inmovilidad, se abrió un territorio de lucha, un refugio contra la opresión, la fusión de
rebeldías. Un paréntesis de vida.
A veces, cuando el dolor es tan inmenso y el horror tan profundo, lo pequeño, lo cotidiano,
lo efímero, se recluye tímidamente en el olvido. Pero son esos instantes los que construyen
la historia. Breves pero intensos, intensos pero breves. Hurgar esa memoria, nominar el
olvido, y darle la palabra a esos momentos del pasado para que renazcan sus sentidos en el
presente, será nuestro intento.
Hijas de esa historia, aquella que nunca se escribe en la página oficial, brotó en nosotras la
necesidad de reunir los pedacitos de ese pasado, semilla de nuestra identidad. Como una
promesa en silencio a nuestros viejos, a los compañeros de nuestros viejos, a todos los
hombres y mujeres que hoy no están, y a aquellos que todavía no son.
Para reconstruir la memoria de esa resistencia fue necesario rastrear la voz de los
protagonistas, de aquellos militantes que durante la última dictadura argentina estuvieron
detenidos en cárceles o desaparecidos en centros clandestinos. Quisimos analizar la
resistencia allí, donde el poder se impuso con toda su fuerza, donde desplegó un control y
coerción de proporciones dantescas. Indefectiblemente debimos recurrir a los recuerdos de
quienes lo habían vivido, porque la resistencia no dejó huellas visibles. Porque sólo pudo
existir clandestina. Porque para burlar el peligro no dejó rastro a su paso. Porque tomó
cuerpo en la conversación, el discurso oral y las prácticas silenciosas.
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No quedó nada tangible de estas prácticas, sólo la memoria de quienes las crearon, las
organizaron, las pusieron en movimiento. Las voces que hoy sobreviven hablan por sí
mismas y por los que no están.
Con ese enorme sueño, comenzamos a encontrarnos con ellas. Sus relatos se fueron
sumando a otros testimonios escritos y conformando el entramado de voces que,
finalmente, fue nuestro corpus de análisis.
Partimos de la premisa de que dentro de las cárceles y de los centros clandestinos los
militantes habían continuado de forma clandestina con su práctica política. Es decir, que
dentro de estos espacios de reclusión, había existido una organización colectiva que de
manera conciente se propuso mantener una actitud crítica frente a las estrategias de
destrucción de los golpistas. Entendiendo a la política, en los mismos términos que la
define Castoriadis, como una actividad colectiva, reflexiva y lúcida que surge a partir del
momento en que se plantea la cuestión de la validez de derecho de las instituciones,
teníamos la hipótesis de que la resistencia no fue una suma de actos individuales e
instintivos por sobrevivir, sino que puso en práctica acciones grupales para cuestionar e
intentar modificar la realidad a la que estaban sometidos.
Como consideramos que esta política no existe en forma de pensamiento puro sino que es
resultado de relaciones entre individuos que la ponen en práctica, la articulan, la
manifiestan y la diseminan en un determinado espacio, indagamos cuáles fueron las formas
en que se estructuró dentro de los centros y las cárceles. A medida que profundizamos en
la investigación, observamos que en uno y otro lugar la resistencia tomó formas diferentes.
Más allá de las particularidades que la represión y la resistencia hayan tomado en cada uno
de los centros clandestinos que existieron en el país y en las cárceles extendidas a lo ancho
del territorio, a fin de hacer posible el análisis buscamos elementos en común. Sin
embargo, no queremos que este trabajo se entienda como una mirada que abarca la
totalidad. Nunca buscamos hacer una generalización de lo ocurrido, sólo pretendemos
hacer un pequeño aporte a la construcción de la memoria.
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Para captar la resistencia en su real magnitud, debimos tener en cuenta también aquellas
estrategias que desplegó la dictadura en su ejercicio de poder. Consideramos que siempre
existe una profunda interrelación entre la manera en que se ejerce el poder y la respuesta
que construye la resistencia. En este juego dialéctico, el poder también muta, reaparece y
fija sus metas según las fuerzas que se le oponen.
A lo largo de la investigación debimos superar la intensidad envolvente del dolor de
quienes develaron sus historias. Luego de cada charla, cada libro, nuestro cuerpo se sintió
atravesado por la angustia del horror. Sin embargo, nunca pensamos en abandonar la
investigación. Había algo que nos llamaba desde el fondo de ese dolor, algo que nos
permitió seguir. Quizá la tozudez por un proyecto, quizá la premura del tiempo para
concluir el trabajo o esa ansiedad por terminar una etapa. Caminando nos dimos cuenta de
que no era nada de eso. Fue comprobar que así como existieron hombres que pudieron
superar los límites de todo lo imaginable para desplegar el horror, también existieron otros
que hasta en las peores condiciones tuvieron la capacidad de decir no. No al arrasamiento
de la dignidad, a la pretensión de silenciar sus utopías, a la apropiación de sus cuerpos, a la
muerte.
Fuentes que utilizamos para nuestra investigación:
Tamburrini, Claudio M. (2002), Pase libre. La fuga de la Mansión Seré, Buenos Aires:
Ediciones Continente.
En adelante: Testimonio de un ex detenido-desaparecido en Mansión Seré
Samojedny, Carlos (1986), Psicología y dialéctica del represor y el reprimido.
Experiencias de la unidad carcelaria 6 de Rawson, Buenos Aires: Ed. Roblanco.
En adelante: Testimonio de un ex preso político de Rawson
Schulman, José Ernesto (2002), Los laberintos de la memoria. Relatos de la lucha contra
la dictadura y la impunidad, Rosario: Manuel Suárez-Editor.
En adelante: Testimonio de un ex preso político de Coronda
CONADEP (1985), Nunca más. Informa de la Comisión Nacional sobre la Desaparición
de Personas, Buenos Aires: Ed. Eudeba
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En adelante: Testimonio de un ex detenido-desaparecido (se aclarará el centro de
detención cuando se conozca)
Contepomi, Gustavo y Contepomi, Patricia (1984), La Perla, Córdoba: Ed. El Cid Editor.
En adelante: Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La Perla
Contepomi, Gustavo y Contepomi, Patricia (1984), Sobrevivientes de La Perla, Córdoba:
Ed. El Cid Editor.
En adelante: Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La Perla
Actis, Munú; Aldini, Cristina; Gardella, Liliana; Tokar, Elisa y Lewin, Miriam (2001), Ese
infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA, Buenos Aires: Ed.
Sudamericana.
En adelante: Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA
Obra de creación colectiva (2002), Del otro lado de la mirilla. Memorias y olvidos de los
ex presos de Coronda 1975-1979. Santa Fe: Ed. El Periscopio
En adelante: Testimonio de un ex preso político de Coronda
También hemos tomado testimonios del libro inédito:
Ricciardino, César (2004), Imaginación y prisión. La resistencia de los presos políticos en
la cárcel de Coronda: 1975-1979
En adelante: Testimonio de un ex preso político de Coronda
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CAPITULO I. ALGUNAS DEFINICIONES
PODER Y POLÍTICA
Históricamente, ha persistido en las ciencias sociales una búsqueda para determinar si una
vez que se instituye un orden se clausuran las posibilidades de instituir nuevos sentidos; si
es posible determinar al ser o si por el contrario ésta es la fuente inagotable para crear y
recrear nuevos órdenes; si la pretensión de definir de una vez y para siempre tanto a los
sujetos como sus deseos y pensamientos, clausura y agota realmente toda capacidad de
crear nuevos significados.
Estas preguntas, que llegaron a convertirse en nuestros propios interrogantes, son las que
intentamos abordar en esta investigación. La generación del ‘70 fue capaz de imaginar una
sociedad-otra porque estaba convencida de que el orden instituido no era inalterable, de
que existía en su lucha colectiva una potencia transformadora del sistema establecido.
Castoriadis basa su extensa obra en la noción de que siempre es posible la alteridad, la
ruptura de determinaciones ya dadas, la capacidad de creación y no simple repetición. Esta
idea presupone que lo que es, es decir las determinaciones que la sociedad instituye para sí,
no es una clausura, que el sentido no es nunca de manera tal que excluye el surgimiento de
nuevas formas. Y esto es posible, porque en el hombre existe la capacidad y la posibilidad,
en el sentido activo, positivo, no predeterminado, de hacer ser formas diferentes de
existencia social e individual, es decir de crear y autocrearse.
Pero el sujeto sólo existe en y por la sociedad. Y es la sociedad la que crea su propio
mundo, la que da existencia a un mundo de significaciones. Su propia identidad no es otra
cosa que ese mundo que crea. Ella misma es tan sólo en referencia a ese mundo. En la
sociedad las significaciones son legítimas e incuestionables, poseen una validez de hecho,
y es justamente su institución, es decir el mantenimiento de su mundo de significaciones,
lo que la mantiene unida.
Una vez establecidos los sentidos instituidos, parecen autonomizarse de los sujetos, poseer
inercia y lógicas propias, entonces lo que había sido un conjunto de instituciones al
servicio de la sociedad se convierte en una sociedad al servicio de las instituciones. Esto es
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lo que Pierre Bourdieu llama hábitus, que consiste en un conjunto de disposiciones
duraderas y transferibles, estructuras estructuradas que funcionan como estructuras
estructurantes, como principios generadores y organizadores de las prácticas. De esta
manera, el hábitus asegurará la presencia activa de las experiencias pasadas que tienden a
garantizar la conformidad de esas prácticas y su constancia a través del tiempo. Estas
experiencias constituirán principios de percepción, pensamiento y acción, y la regularidad
de las prácticas aparecerán para los individuos como necesarias y naturales.
Sin embargo, el sujeto tiene la capacidad de salirse de la mera reproducción de lo
instituido, de no aceptar una representación o una idea simplemente porque la ha recibido.
Para que esto ocurra, debe poner en práctica una actitud política, debe interrogarse sobre su
modo de ser y su ser como hombre social, debe cuestionar de manera reflexiva y
deliberada las instituciones existentes.
A partir del momento en que el sujeto pone en tela de juicio su propia ley de existencia, su
propio orden dado, aparece un nuevo tipo de ser histórico, un individuo autónomo. Si el
problema de la autonomía radica en que el sujeto encuentra en sí mismo un sentido que no
es suyo y que debe transformar utilizándolo, entonces la autonomía no es concebible más
que como una relación social. No se puede querer la autonomía sin quererla para todos, por
lo tanto su realización no puede concebirse plenamente más que como empresa colectiva.
Por eso, la autonomía conduce directamente al problema político y social.
En el campo social aparece entonces una disputa por la apertura de nuevos sentidos, de
nuevos marcos ideológicos, entendiendo que éstos constituyen “los marcos mentales –los
lenguajes, los conceptos, imágenes de pensamiento y los sistemas de representación- que
diferentes clases y grupos sociales utilizan para dar sentido, definir, configurar y volver
inteligible el modo en que funciona la sociedad” (Hall, 1998:135).
La ideología por lo tanto, no sólo tiene la función de “reproducir las relaciones sociales de
producción”, también pone los límites al grado en que una sociedad-en-dominación puede
reproducirse a sí misma de forma fácil, tranquila y funcional. El concepto de que las
ideologías ya están siempre inscritas, no nos permite analizar adecuadamente los cambios
que marcan la historia.
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Esta posibilidad de alterar el orden instituido nos remite a un plano en el que se ponen en
disputa relaciones de poder. Esta pugna es posible porque el poder no es algo que está en
manos de alguien ni un privilegio adquirido y aplicado por la clase dominante. Sus efectos
de dominación, según Michel Foucault, no son atribuidos a una apropiación sino a unas
disposiciones, unas maniobras, unas tácticas, unas técnicas, unos funcionamientos siempre
en actividad. Por lo tanto, se trata de un ejercicio más que de una propiedad.
En las mallas del poder, los individuos no sólo circulan, sino que están puestos en la
condición de sufrirlo y ejercerlo; nunca son el blanco inerte o cómplice del poder, son
siempre sus elementos de recomposición. Está claro que la red del poder adopta una forma
piramidal; sin embargo, la cúspide no es la fuente o el principio de donde se deriva todo el
poder. La cúspide y los elementos inferiores de la jerarquía están en una relación de sostén
y de condicionamientos recíprocos.
Aunque estas relaciones descienden hondamente en el espesor de la sociedad, no se
localizan en las relaciones del Estado con los ciudadanos o en la frontera de las clases. Al
no ser unívocas definen puntos innumerables de enfrentamientos, focos de inestabilidad,
cada uno de los cuales comporta sus riesgos de conflicto, de luchas y de inversión, por lo
menos transitoria, de las relaciones de fuerzas. No existen, entonces, relaciones de poder
sin resistencias. Ellas se forman allí donde se ejercen las relaciones de poder y son como
él, múltiples.
Entonces, la dominación no se da a partir del hecho primario y masivo en el que se
esbozaría una estructura binaria compuesta de dominantes y dominados, sino que a través
de procedimientos dispersos, heteromorfos y locales el poder se integra en estrategias
globales que permanentemente son reajustadas, transformadas y reforzadas para preservar
las posiciones asimétricas de estas relaciones.
Hay que analizar esa interrelación dominación-resistencias en términos de táctica y de
estrategia, pensando que cada ofensiva que se produce en un lado sirve de apoyo a una
contraofensiva del otro. Se trata, entonces, de señalar las posiciones y los modos de acción
de cada uno, las posibilidades de resistencia y de contra-ataque de unos y otros.
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Los puntos de partida de tal acción política hay que buscarlos en las prácticas cotidianas
donde se ponen en juego las relaciones sociales de poder. El filósofo francés Michael De
Certeau ha pensado esta relación entre sociedad e individuo con los conceptos de táctica y
estrategia (De Certeau, 1979). El autor considera a la cultura como un campo de tensiones,
a menudo violentas, donde se legitima, se desplaza o se controla el derecho del más fuerte.
Además de las estrategias del poder, analiza sobre todo los espacios sociales aún
disponibles para aquellas prácticas y ardides de los individuos que forman una “red de la
antidisciplina” que se sustrae a dichas estrategias.
Estrategia del poder significa poder calcular y dirigir las relaciones de fuerza, y determinar
y ocupar los espacios sociales. Eso presupone un lugar social, una institución provista de
poder, desde donde domina la totalidad del campo. Ese “lugar propio” forma la base desde
la cual la acción estratégica organiza y garantiza sus relaciones sociales. Bajo táctica
entiende un cálculo que no parte de una base fija, de ningún lugar propio, sino que sólo
dispone del terreno del otro para actuar. La táctica tiene que arreglárselas con el territorio
que se le cede o buscar “oportunidades propicias” en las estructuras preestablecidas.
Según estas definiciones de De Certeau, entonces, a través de las tácticas, la resistencia no
transformaría estructuralmente ningún sistema, apenas se trataría de “jugadas logradas”,
“ardides elegantes”, “artimañas de caza”, “simulaciones múltiples”, “hallazgos”,
“ocurrencias felices” (De Certeau, 1979) que, al hacer más soportable las relaciones de
poder que siguen en vigor, terminarían, en última instancia, reproduciéndolo. Pero si las
tácticas, incluso desde ese lugar, reinterpretan y reutilizan los fundamentos del poder y por
lo tanto abren un universo de nuevos significantes, habría que preguntarse si aunque no
constituyan en sí misma una subversión de los órdenes, no pueden llegar a tomar formas de
estrategias. A través del recorrido de nuestra investigación intentaremos una respuesta a
este interrogante.
Al preguntarnos qué posibilidades de actuar existieron dentro de un sistema de
normalizaciones y coacciones, y qué pudo hacer el sujeto para no verse completamente
determinado por las normas fijadas, partimos del hecho de que no existe un sistema de
dominación total, aunque esa sea una de sus pretensiones. El poder, a la vez
individualizante y totalitario, es sin duda más complicado, más espeso y difuso que un
conjunto de leyes.
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En nuestra investigación, centramos el análisis en los núcleos más duros del poder, ahí
donde la dictadura dirigió todos sus esfuerzos para que nada se le escapara, para que no
quedara espacio, tiempo ni energía para la resistencia. Pero no por ello podemos concluir
que allí el poder se afirmó como total. Los centros clandestinos y las cárceles no llegaron a
ser instituciones totales, sino totalizadoras: mera pretensión de un poder absoluto. “Tanto
la omnipotencia del represor como la impotencia absoluta del reprimido son ilusorias.
Todo poder reconoce un límite y frente a todo poder hay alguna posibilidad de resistencia”
(Calveiro, 2001:57)
Para poder analizar la forma en que la dictadura aplicó sus estrategias de poder y al mismo
tiempo determinar cómo se manifestó la resistencia, debimos orientar nuestra mirada a las
diferentes prácticas que se pusieron en marcha de una y otra parte. Cada una de estas
prácticas pusieron en juego determinados marcos de significación, determinados dominios
ideológicos que aparecen inscriptos en un complejo campo de signos.
COMUNICACIÓN E INFRAPOLÍTICA
Pero la significación sólo puede adquirir sentido en el contexto del conjunto de los modos
de comunicación, relacionados con el contexto de interacción. Como ocurre en los
enunciados de origen verbal, los mensajes procedentes de otros modos de comunicación
carecen de significación intrínseca.
A diferencia de los modelos emisor-receptor que suponen el envío y decodificación de un
mensaje de manera lineal, entenderemos la comunicación como lo hace la Escuela de Palo
Alto, es decir como un proceso social permanente que integra múltiples formas y donde lo
verbal se integra con lo gestual, con los silencios y con los dominios del espacio y el
tiempo. La comunicación es la matriz en la que encajan todas las actividades humanas. Es
un todo integrado que deviene significante si hace sentido en el interior de una determinada
estructura de significación. Ya que comunicar es poner en común.
Uno de los axiomas fundamentales para los miembros de la escuela de Palo Alto es que no
es posible dejar de comunicarse. Erving Goffman dirá: “nothing never happens” (no ocurre
jamás que no ocurra nada). “Incluso si un individuo puede dejar de hablar, no puede dejar
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de comunicarse mediante el lenguaje del cuerpo. Puede hablar a propósito o no, pero no
puede realmente no decir nada” (Winkin, 1984: 105). Si bien estamos de acuerdo con esta
concepción, también nos parece importante destacar que el lenguaje no es un mero
instrumento de comunicación sino que es él mismo una concepción del mundo y de la vida,
portador de un universo simbólico que es común a otros y que permite la construcción de
la identidad del mismo sujeto. “Más que decir que las cosas ‘tienen un significado’
debemos pensar en el lenguaje como que permite que las cosas signifiquen. Esta es la
práctica social de la significación: la práctica a través de la cual se cumple el ‘trabajo’ de la
representación cultural e ideológica” (Hall, 1981: 372).
Si el lenguaje es quien permite que las cosas signifiquen es porque no establece una
relación fija con su referente. Por lo tanto, puede construir diferentes significaciones acerca
de una misma cosa. Esta multireferencialidad es producto de las relaciones sociales, en las
que se pone en disputa una determinada significación. “Todo signo es ideológico”. Esta
afirmación de Voloshinov permite comprender porqué el lenguaje se constituye como
“arena de la lucha” y porque es, entonces, multiacentual.
Esta disputa es un proceso en constante movimiento en el que cada grupo intentará
imponer su propia acentuación al signo y borrar las huellas de su construcción para que sea
internalizado como natural. De esta manera, intentarán presentar al signo como
monoacentual, tratarán de adjudicarle un carácter eterno que apague y reduzca a su interior
la lucha de valoraciones sociales que se verifica en él.
Según Valentin Voloshinov, “este carácter internamente dialéctico del signo se revela hasta
sus últimas consecuencias durante las épocas de crisis sociales y transformaciones
revolucionarias” (Voloshinov, 1976:50). En estos momentos históricos es cuando
abiertamente se produce un cuestionamiento de lo instituido y una lucha por alterar el
orden impuesto. Cuando, como afirma René Loureau, se produce una lucha entre las
fuerzas instituidas y las instituyentes o “antiinstitucionales” que critican lo instituido,
rechazan las viejas significaciones y quieren invertir el orden existente (Loureau, 1999).
Si la política es la condición de posibilidad de alterar un orden que se pretende ya dado, la
infrapolítica será la forma que adopte la lucha política cuando la realidad del poder haga
imposible el ataque frontal.
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Como ya hemos destacado, las estructuras de dominación hacen surgir reacciones de
resistencia. Pero para poder analizar las características específicas que asume la resistencia
en situaciones de extremo peligro, es que hemos retomado el concepto de infrapolítica
desarrollado por James Scott 1 . El autor sostiene que en esas situaciones los oprimidos
crean y defienden a escondidas un espacio de insubordinación ideológica.
A la forma que adopta la infrapolítica, Scott la llama discurso oculto. El autor considera
que “oculta a la vigilancia directa es como mejor se desarrolla la resistencia ideológica”.
Pero al hablar de discurso, no se refiere únicamente a actos del lenguaje sino a una extensa
gama de prácticas, específicas de un determinado espacio social y de un grupo particular
de actores.
Si bien se desarrolla clandestino para burlar la atomización y el estricto control, y así poder
seguir reproduciendo sus condiciones de circulación, el discurso oculto es un producto
social y existe sólo en la medida en que es practicado. Por eso, que sea oculto no quiere
decir que no tome cuerpo sobre una superficie. En la palabra, en el gesto, en la acción
aparece un mundo de significaciones que pone en práctica la creación ideológica. Las
relaciones de poder no se pueden disociar, entonces, de los discursos.
Los imperativos estratégicos de la infrapolítica no sólo la hacen diferente de la política
abierta sino que imponen una lógica intrínsecamente diferente. Precisamente porque este
tipo de acto político está cuidadosamente elaborado para permanecer anónimo o para negar
en caso dado sus objetivos, la infrapolítica requiere algo más de interpretación. Las cosas
no son como parecen. La lógica del disfraz que sigue la infrapolítica se introduce tanto en
su organización como en su propia sustancia.
1 Este concepto es desarrollado en el libro “Los dominados y el arte de la resistencia”, obra que ha dado una
de las mayores contribuciones teóricas al debate contemporáneo sobre las relaciones de poder, ya que en ella
se suscita el replanteamiento de las nociones de subordinación y resistencia, hegemonía, cultura popular y
movimientos sociales. El autor propone enfocar no las formas aparentes de la hegemonía, sino las prácticas
cotidianas que se verifican detrás del escenario público, privilegiar no los discursos oficiales sino los
procedimientos de encubrimiento lingüístico, los códigos ocultos, el aprovechamiento del anonimato y la
ambigüedad intencional para descifrar con esos datos el conjunto de las relaciones de poder. Considera que
los temas de mayor importancia se dirimen fuera del alcance del adversario.
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CAPITULO II. CONTEXTO HISTÓRICO
EL GOLPE
El 24 de marzo de 1976, cuando el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio
Massera y el brigadier Orlando Agosti se autoproclamaron Junta Militar y derrocaron al
gobierno democrático de Isabel Martínez, viuda de Perón, se inició una de las etapas más
oscuras de la Argentina.
A diferencia de los golpes anteriores (1930, 1943, 1955, 1962 y 1966) que habían tenido
siempre un carácter transitorio y de supuesta “corrección” de los errores de los gobiernos
civiles, el de 1976 se proponía cambios profundos en las estructuras sociales y en las
formas de organización política, basados en una relación entre el Estado y el hombre
mediada por la sujeción.
El contexto de crisis generalizada por la aparición de grupos paramilitares, el incremento
de la actividad de organizaciones guerrilleras, el aumento progresivo de la violencia, el
debilitamiento de los partidos políticos que atravesaban una profunda falta de
representación, la aguda crisis económica y el desastroso gobierno de Isabel Perón, fueron
algunas de las excusas que utilizaron los militares para autoproclamarse “salvadores del
país” a través de lo que ellos llamaron Proceso de Reorganización Nacional (PRN).
La Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) fue el marco que le aportó a las Fuerzas
Armadas los elementos ideológicos claves para consumar su plan represivo. Además de ser
un mecanismo de sujeción estratégica desarrollado durante la Guerra Fría por el cual todos
los sistemas defensivos del continente se ponían al servicio del “supremo interés
defensivo” de Estados Unidos en el combate Este-Oeste, la Doctrina “estuvo vinculada a
un determinado modelo económico y político, de características elitistas y verticalistas que
suprimió toda participación amplia del pueblo de las decisiones políticas. Aunque
pretendió justificarse como defensora de la civilización occidental y cristiana, desarrolló un
sistema represivo, en concordancia con su concepto de guerra permanente”. 2
2 Documento de Puebla de 1979, de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, “Reflexión sobre la
violencia política”.
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La implantación de este modelo significó una importante transformación de la estructura y
rol de un Estado que cometió las más graves violaciones a los derechos humanos en la
historia del país. La DSN le dio preeminencia al combate de un “enemigo interno” que no
tenía rostro ni nombre propio, ya que se trataba de un fenómeno social que se venía
expandiendo por el continente. La tarea fundamental era, entonces, la detección de las
ideas y la neutralización de los agentes transmisores de ellas. El “enemigo” ya no sólo
podía atacar con armas conocidas sino también mediante la infiltración de ideas.
“El terrorista no sólo es considerado tal por matar con un arma o
colocar una bomba, sino también por activar a través de ideas
contrarias a nuestra civilización occidental y cristiana” (General
Videla).
La seguridad nacional fue el argumento con el que se enfrentó a ese enemigo interno. El
Gral. Videla decía el 18 de diciembre de 1977 al diario La Prensa: “Yo quiero significar
que la ciudadanía argentina no es víctima de la represión. La represión es contra una
minoría a quien no consideramos argentina”. La “extranjerización” de ese otro nos habla
de una frontera que se construye en términos ideológicos más que territoriales. Para la
doctrina, los pueblos son mitos, lo que existen son las naciones. La Nación se confunde
con el Estado. El Estado es el Poder.
A partir de esta idea, las Fuerzas Armadas se autolegitimaron como los guardianes de la
seguridad del Estado frente al peligro externo, al “enemigo interno” y a la situación de
crisis política e institucional, al tiempo que se asumieron como únicas depositarias de la
verdadera nacionalidad y por lo tanto establecieron los lineamientos políticos, económicos,
culturales y educativos del “Ser Nacional”. La lucha contra el marxismo y la construcción
de la grandeza nacional pasó a ser la autolegitimación fundamental del régimen. El PRN
nacía así como un proyecto de Estado omnisciente, omnipresente y omnipotente, con
vocación de perpetuidad y pretensión de impunidad. Un proyecto con objetivos pero sin
plazos.
A las cárceles como modalidad represiva estatal se le sumó el sistema de desaparición
forzada de personas, lo que abrió una nueva etapa en la lucha contrainsurgente. Si bien
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venía operando desde 1974 a través de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) 3 , a
partir del 24 de marzo el plan de la desaparición tomó un carácter oficial, al ser ejecutado
de manera directa desde las instituciones militares. Los centros clandestinos de detención
se transformaron en el lugar privilegiado por la dictadura para emprender la operación “de
cirugía mayor”, que pretendía “sanear” a la sociedad del “enemigo interno”.
Para terminar con ese “enemigo” resultó imprescindible generar un apoyo activo de la
sociedad o, que por lo menos, mantuviera una actitud pasiva. Los centros, al tiempo que
lograban separar al “subversivo”, eran un mensaje dirigido a toda la sociedad. Ese terror
generalizado deslizado sobre todo el conjunto social buscó lograr la aceptación de un poder
disciplinario y asesino, para que se rindiera a su arbitrariedad, su omnipotencia y su
condición irrestricta e ilimitada. Porque, tal como sostiene la historiadora Merie-Helene
Huet, convertir al pueblo en un mero espectador es mantener una alienación que es la
forma real de poder (Sennet, 1997: 333).
“Así como los cuerpos de los secuestrados permanecían en la oscuridad,
el silencio y la inmovilidad, así se pretendía a la sociedad, fraccionada,
inmóvil, silenciosa y obediente, una sociedad que se pudiera ignorar y
ordenar en compartimentos estancos según la arbitraria voluntad
militar, una sociedad pasiva e inerte” (Calveiro, 2001: 155).
El PRN puso las estructuras del Estado al servicio de la seguridad. Con ese fin, las Fuerzas
Armadas, el Ejecutivo, la sociedad civil y el rol económico y social del Estado
experimentaron transformaciones significativas.
El Poder Judicial pasó a ser un simple reaseguro jurídico para violar la ley, o algo peor: la
legitimación de la ilegalidad alegada como único recurso para enfrentar a los “subversivos”
que supuestamente ponían en peligro la seguridad nacional. El orden descansaba en
decisiones, no en normas. El punto de partida era, entonces, una “situación de emergencia”
y de “caos institucional”. Se estableció así una dualidad entre un “Estado prerrogativo” y
un “Estado normativo”. Por un lado se dejaron vigentes las instituciones del derecho
3 Las AAA se crean en 1974 como grupo parapolicial organizado por el propio Ministro de Bienestar Social,
José López Rega.
20

privado (libertad de empresa, propiedad privada, libre competencia) y por el otro se
limitaron los derechos sociales como la libertad de expresión y de agremiación.
El objetivo principal de la dictadura fue imponer el modelo económico que la oligarquía no
había podido llevar a cabo a través del consenso. La alianza de la elite financiera local con
los militares y los monopolios transnacionales fue la forma de imponer, a costa de una gran
represión, las políticas neoliberales. Por eso uno de los fines de la implementación del
terrorismo de Estado fue sofocar todo intento de resistencia al retroceso de las condiciones
de vida y de trabajo de los sectores populares. Así se procedió al exterminio de toda forma
de organización política y social, las estructuras y los cuadros del movimiento obrero y de
sus organizaciones sindicales; los centros de estudiantes universitarios y secundarios; los
militantes de los partidos políticos populares; los intelectuales y las asociaciones de
profesionales; los sectores comprometidos de la Iglesia y comunidades religiosas, todo ello
fue barrido por constituir peligros reales o potenciales para la implantación de aquel
proyecto.
El resultado del terrorismo de Estado entre 1976 y 1983 fue de 30 mil ciudadanos
desaparecidos; 12 mil muertos; 500 niños nacidos en cautiverio; más de 15 mil
encarcelados; miles de secuestrados y torturados; decenas de miles de exiliados por
razones políticas; 2 millones de desocupados; 43 mil millones de dólares de deuda externa
ilegal.
Se estima que de todas las personas que estuvieron desaparecidas en los 340 campos de
concentración-exterminio que funcionaron en el territorio nacional sobrevivió menos de un
10 por ciento. Ellos fueron quienes dieron testimonio del horror.
21

CAPITULO III. ACCIONES DE PODER DE LA DICTADURA
LAS ESTRATEGIAS
El Estado terrorista argentino llevó a cabo dos maniobras simultáneas. Una tendiente a
lograr que una mayoría de los habitantes tenga una idea de país que avale el proyecto de
sociedad excluyente en la que estaba embarcada; y otra tendiente a debilitar, fragmentar y
aniquilar a los sectores populares que resistían dicho proyecto.
Para poner en práctica estas maniobras, el gobierno militar utilizó dos tipos de
tecnologías de poder, que si bien se ubican en distintos niveles y actúan en campos
específicos, no se anulan sino que se integran. Estas tecnologías son las que le permiten
desarrollar un sistema de vigilancia global e individualizante al mismo tiempo. Foucault
las denomina anatomopolítica y biopolítica (Foucault, 1983).
La anatomopolítica es una técnica disciplinaria de adiestramiento individual que procura
regir la multiplicidad de los cuerpos individuales. A partir del registro detallado del
cuerpo, hace circular los efectos de poder a través de canales cada vez más finos, hasta
alcanzar a los propios individuos, sus gestos y cada una de las habilidades cotidianas.
Entiende al cuerpo como un objeto manipulable al que el poder puede darle forma,
educarlo, disciplinarlo. La utilidad y la docilidad se convertirán en características
específicas de los cuerpos ya que un cuerpo dócil es un cuerpo útil. Esta tecnología
individualizante abrirá el camino al ejercicio de una microfísica del poder que terminará
cubriendo a todo el cuerpo social.
La otra tecnología de poder es la biopolítica. Ésta no es una tecnología disciplinaria sino
reguladora. Aunque también se dirige hacia la multiplicidad de los hombres ya no lo hará
en tanto hombres-cuerpos sino como hombres-especie. La biopolítica intentará actuar
“por medio de mecanismos globales para obtener estados totales de equilibrio y
regularidad” (Foucault, 1983: 255) que aseguren la reproducción social.
La construcción de una “sociedad de normalización”, será para Foucault la que articule y
ordene a estas dos tecnologías. Uno de sus objetivos es educar a la multitud de cuerpos con
el fin de apaciguar y neutralizar a todo el cuerpo social, concientes de que las explosiones
23

espontáneas pueden amenazar el orden. En tanto poder disciplinario (anatomopolítica), el
sujeto va a ser normal si es un cuerpo útil, y en tanto poder no disciplinario (biopolítica), el
cuerpo social va a ser normal si se constituye como sano. Esta diferenciación entre lo
normal/anormal permite distinguir entre una mayoría de sectores normalizados, que acatan
la norma, y una minoría de sectores desviados, en tanto “inútiles y enfermos”. La dictadura
englobará a estos sectores bajo el estigma de “subversivos”.
Las cárceles y los centros clandestinos de detención fueron los espacios privilegiados para
aislar a los sectores anómalos de la sociedad. De esta manera las dos tecnologías se
complementan: se intentará controlar a los cuerpos desviados mediante la separación de
éstos de la masa normalizada, a su vez que esta separación permitirá la reproducción y
prolongación de esa sociedad “sana” que pretende la dictadura. Foucault dirá que cuantos
más individuos anormales sean eliminados, menos degenerados habrá en la especie. De
esta manera la idea de “subversivo” justificó e impulsó la diferenciación de lo otro; ese
otro anormal que se debe aniquilar. El militante político será, para la dictadura, el síntoma
de enfermedad social susceptible de ser eliminado ya que se empeñaba en relacionarse
socialmente sin mediación del poder dominante haciendo un uso autónomo de su cuerpo.
Los “subversivos” eran capaces de pensarse y defender una lógica de poder diferente a la
que la dictadura les intentaba imponer. Esta capacidad de cuestionar el orden dado, de
poner abiertamente en tela de juicio la propia ley de existencia, su representación del
mundo, su propia institución, es lo que Castoriadis denomina autonomía (Castoriadis,
1983). La idea de autonomía está en las antípodas de todo totalitarismo, ya que éste lo que
intenta justamente es construir una sociedad heterónoma, donde rijan de una vez y para
siempre los principios, valores, leyes, normas y significaciones de una manera en que
pareciera que la sociedad no tiene posibilidad de obrar sobre ellos.
Si el sujeto logra ser atrapado bajo esta lógica, se experimenta un estado de alienación. Lo
instituido parece autonomizarse y tener inercia y lógica propia. La alienación se manifiesta,
entonces, como masa de condiciones de privación y de opresión, como estructura
solidificada global, material e institucional que permite la reproducción de un orden ya
dado.
24

Castoriadis dirá que “lo esencial de la heteronomía o de la alienación es el dominio por un
imaginario automatizado que se arrogó la función de definir para el sujeto tanto la realidad
como su deseo” (Castoriadis, 1983: 175).
Para ordenar el análisis de las distintas estrategias que desarrolló la dictadura vamos a
distinguir tres momentos del proceso genocida, aclarando que no se trata de momentos
temporales consecutivos, sino de niveles que actuaron de manera integral y
complementaria.
En un primer nivel la estrategia estuvo dirigida a la construcción de una otredad negativa.
En un segundo, esta frontera entre un nosotros/ellos se materializó con la exclusión y el
aislamiento espacial de los cuerpos dentro de las instituciones totalizadoras (cárceles y
centros). Llamaremos de coacción múltiple a un tercer nivel en el que se implementaron
una serie de estrategias para controlar los espacios, regular los desplazamientos e imponer
una nueva racionalidad a cuerpos y conciencias, quebrando todo intento de resistencia y
llegando, incluso, a la eliminación física de ese otro.
CONSTRUCCIÓN DE UNA OTREDAD NEGATIVA
“Aquí libramos una guerra...
no desaparecieron personas sino subversivos”
(Coronel Ramón Camps) 4
Alejandro Grimson sostiene que la producción de la diferencia es constitutiva de toda
relación de desigualdad y que no hay identidad fuera de relaciones de poder (Grimson,
2000). Para legitimar y conservar intacto su espacio de poder, la dictadura intentó construir
la imagen de un otro negativo, al tiempo que intentaba establecer una coherencia identitaria
hacia adentro.
Este establecimiento de un nosotros y de un ellos fue una de las estrategias que utilizó la
dictadura para homogeneizar al conjunto de la sociedad y volver heterogéneos en ella a
los sectores que no aceptaban su subordinación incondicional. La frontera entre ese
4 Jefe de la Policía de la provincia de Buenos Aires durante la dictadura
25

nosotros/ellos se estableció de manera material y simbólica. En la práctica, los dos tipos
de exclusión funcionaron de manera complementaria reforzándose una a la otra.
La violencia física se desplegó para apresar, aislar, controlar y aniquilar a esos cuerpos
anómalos. La que operó simbólicamente funcionó como legitimadora y hasta justificadora
de la violencia material. Al construir a un otro negativo, se busca transpolar la intención de
saneamiento como deseo de la sociedad. Esta necesidad de complementar la violencia
física con la simbólica demostraría que el poder se ejerce no sólo negativamente desde la
coerción, sino que produce, de manera positiva, efectos al nivel del deseo.
Las identificaciones se establecieron, entonces, a partir de los intereses de la dictadura y a
sus necesidades de organización social. Tal como sostiene Foucault, toda categorización
es una intervención política y por lo tanto no puede ser descripta como desinteresada.
“Son en definitiva circunstancias sociales y políticas, y el modo en que los actores viven
esas circunstancias en el marco de contextos relacionales específicos, los que definen si
una dimensión resulta diferenciadora o aglutinadora” (Grimson, 2000: 103).
Para llevar a cabo esta construcción imaginaria de un otro amenazante, “el poder retoma
símbolos y características existentes en el imaginario colectivo, construye nuevos
símbolos y mitos, refuerza los prejuicios latentes” (Feierstein, 2000: 38).
A través de un proceso de enmascaramiento-fragmentación-unificación se busca alcanzar
la legitimidad y el asentimiento de una nueva construcción imaginaria. La operación de
enmascaramiento oculta y reprime los cimientos antagonistas del sistema, despojando al
militante de su carácter de luchador político. Mediante la coherencia o unidad imaginaria
se establece una nueva totalidad ideológica que homogeneiza aquello que separó como
otro negativo. Cristaliza bajo el término “subversivo” a ese otro amenazante, pero de
manera intencionalmente amplia, con límites imprecisos que permitían dejar abierta la
posibilidad de cualquier arbitrariedad.
LAS METÁFORAS COMO VIOLENCIA SIMBÓLICA
Una de las estrategias que pone en funcionamiento la biopolítica es la construcción
discursiva a través del juego de metáforas de invasión e impacto.
26

Las estrategias retóricas tienen una singular eficacia persuasiva cuando se basan en una
metáfora directriz que articula y da coherencia a toda una orientación discursiva. Esta
eficacia es aún mayor cuando esa metáfora, por lo habitual de su uso, ya no se percibe
como tal sino como expresión de las cosas tal y como son.
Al olvidarse su origen metafórico, el concepto queda fosilizado y endurecido, adquiriendo
consistencia propia. No somos nosotros quienes las decimos, son ellas las que nos dicen y
dicen el mundo. Aquellas metáforas, aquellas negociaciones de significado, aquellos
pulsos de poder que estaban en el origen de los conceptos quedan en el más absoluto
olvido, pierden su condición de maneras de hablar y de hacer, para imponerse como la
única manera de decir la realidad.
A estos conceptos fosilizados, S. Zizek los llamará designantes o significantes rígidos
(Zizek, 1992). A la instancia de significación cerrada y rígida, que se percibe como punto
de plenitud o de saturación del significado, se llega por lo que el autor llama proceso de
acolchonamiento. Este acolchonamiento suspende la flotación de los significantes (cuya
identidad está siempre abierta) mediante la intervención de un determinado punto nodal
que detiene su deslizamiento y en el que finalmente adquieren su significación.
Los designantes rígidos, al actuar como punto de referencia y fijación del sentido,
constituyen una red estructurada de significados que totalizan una ideología determinada.
Por lo tanto, este punto que se percibe como saturación del significado, termina “dando
significado” a todos los demás y totalizando al campo del significado. Como modelan
nuestra percepción, nuestro pensamiento y nuestras acciones, lo que está en juego en toda
lucha ideológica es cuál de los puntos nodales totalizará e incluirá en su serie de
equivalencias a esos elementos flotantes.
La dictadura utilizó las metáforas del impacto y de la invasión (Lizcano, 1996) para
construir a ese otro negativo y legitimar su accionar represivo contra él. La utilización de
esas metáforas de gran eficacia persuasiva tuvo como objetivo disputar en el terreno
ideológico un nuevo punto nodal que cristalizara en el concepto “subversivo” la imagen
del “enemigo” que intentaban instalar en la sociedad.
27

EL GOLPE: “DESTINO” ARGENTINO
En todo impacto hay un agente y un paciente. El agente se caracteriza por su dureza y
rotundidad, está dotado de potencia y dinamismo propio, de una inercia fatal, de un
destino: una vez lanzado, cumplirá su trayectoria inevitable para que pueda hablarse de
impacto. Ni el agente puede refrenar su impulso ni al paciente le cabe otra actitud que la
espera pasiva del golpe.
En la dialéctica de esta metáfora, el rol del paciente recayó sobre la sociedad, quien debió
limitarse a sufrir el impacto del golpe de Estado. La aparición de los militares para derrocar
un gobierno democrático se construyó como destino inexorable, como mera manifestación
de la dura realidad, expresión impersonal de la necesidad.
Sin embargo, existían en la sociedad algunos sectores que se empeñaban en reaccionar y
cuestionar el papel inerte que se pretendía de ellos. Esto era una anomalía para la
coherencia metafórica y demostraba que la retórica del impacto no había sido del todo
eficaz en la cohesión de la sociedad. Por ello la dictadura introdujo otra metáfora, la de la
invasión, para complementar la anterior y justificar la separación de estos grupos
anómalos. Buscaba a través de estas operaciones legitimarse como el defensor del interés
general, lo único racional y universalmente válido.
La oposición de ambas metáforas se integró en un discurso que presentó a los agentes
respectivos en bandos antagónicos. El énfasis puesto en la retórica de la invasión
contribuyó a legitimar su status para defenderse del intrusismo de “los invasores”.
Tanto en la invasión como en el impacto es la sociedad quien padece la agresión de un
agente externo. Sin embargo, en uno y otro caso el agente agresor es muy distinto, y por lo
tanto, también serán diferentes las reacciones inducidas.
El agente de la invasión se construye como múltiple y difuso en contraposición con el
impacto que es compacto y homogéneo. El invasor más que un objeto es un proceso, es
algo inestable, amorfo y heterogéneo que, justamente por eso, es percibido como una
amenaza por el paciente. Éticamente, lo asocia con el mal y estéticamente, lo mueve a la
repulsión ya que evoca imperfección.
28

El impacto es el resultado final de la trayectoria que sigue un cuerpo; por lo tanto, su
incidencia es inevitable. Su llegada puede entonces hasta aliviar. Una invasión, en cambio,
puede aparecer en cualquier momento sobre la superficie del cuerpo social, de manera
difusa, fractal y caótica, sin haber alcanzado la forma ni el volumen que puede adquirir
luego. Las reacciones de temor y de defensa quedan, entonces, sobradamente justificadas.
Una invasión puede evitarse y para ello no sólo cabe la lucha sino que parece la única
actitud posible, pues ahora es todo el cuerpo el amenazado.
Plan de Acción psicológica (Secreto). Documento reservado elaborado
en el marco de la estrategia “antisubversiva”
Número de orden: 2
Objetivo: provocar en la población una reacción favorable a la
intervención del Ejército.
Temas a desarrollar:
1) La lucha contra la subversión requiere de la participación de toda la
fuerza de la comunidad, que son igualmente agredidas por el accionar
subversivo.
2) La intervención del Ejército en materia de seguridad interior, defiende
los legítimos intereses del pueblo frente a quienes desconocen sus
derechos esenciales.
3) La defensa del gobierno no popular es una tarea de todos los
argentinos. Combatir a los enemigos del pueblo se convierte en un
objetivo imperativo de la hora actual.
Ejecuta: Comando General Ejecutivo.
Frente al destino inexorable del impacto, en cambio, sólo cabe minimizar los efectos
negativos que pudiera ocasionar. La dictadura era conciente de ello y por eso formuló una
política para que la sociedad entendiera y aceptara esos “daños colaterales” de la lucha
contra la subversión.
Plan de Acción psicológica (Secreto). Documento reservado elaborado
en el marco de la estrategia “antisubversiva”
29

Número de orden: 5
Objetivo: Lograr la aprobación por parte de la sociedad del accionar de
la Fuerza, a fin de lograr una situación anímica favorable para
sobrellevar los inconvenientes que ello produzca.
Temas a desarrollar:
1) El accionar del Ejército producirá algunos inconvenientes a la
población, los que se tratará que se reduzcan a lo mínimo indispensable.
Los inconvenientes y molestias que la población deba sufrir hoy, es un
mínimo atributo que todos debemos aportar para lograr la seguridad y
tranquilidad del mañana.
2) Las operaciones podrían producir daños involuntarios en propiedades
privadas o cultivos de zonas rurales, durante sus acciones para cumplir
la misión impuesta por el gobierno nacional. Se efectuarán todas las
reparaciones o compensaciones que correspondan y que tienen derecho
los ciudadanos damnificados.
Ejecutará: Cuerpo Ejecutivo III
El invasor es considerado como un virtual peligro y por lo tanto el cuerpo social debe
armarse para enfrentarlo en cualquier momento y lugar. Esta peligrosidad se apoya en lo
que los individuos “son capaces de hacer, están dispuestos a hacer o están a punto de
hacer” (Foucault, 1980a: 105).
“Todo individuo que pretenda trastornar los valores fundamentales de la
sociedad es un subversivo, un enemigo potencial de la sociedad, y es
indispensable impedirle que haga daño” (General Jorge Videla).
Frente al anonimato y dispersión de sus oponentes, los militares se quieren mostrar como
un grupo compacto, coherente y perfectamente identificable. No como una institución
emergente (como aquéllas) sino como algo que está ahí desde siempre, como exterior a lo
social, como entidad que cumple su mandato “natural” de proteger a la sociedad en su
conjunto.
30

Finalmente, una tercera metáfora contribuye a distribuir en bandos antagónicos todo el
complejo de prácticas sociales y representaciones que entran en juego en las dos anteriores.
Ante posibles incoherencias metafóricas, como que un sector de la sociedad reaccione o
que el Golpe sea visto como una invasión, la metáfora bélica impone una lógica binaria
que termina reordenando el campo social. En una situación definida de esta manera, la
hegemonía se construye a la defensiva y se presenta como atacada por “anticuerpos
anómalos” al sistema. Instalar este imaginario le permite instituirse con fuerte consenso en
amplias capas de la sociedad, como víctima de la “subversión” del orden establecido.
En mayo de 1977, el Episcopado Argentino se dirigía a la Junta Militar
de entonces en estos términos. “...Reconocemos en verdad la situación
excepcional por la que pasa el país. Sabemos de la amenaza a la vida
nacional que la subversión ha significado y significa. Comprendemos
que quienes son los responsables del “bienestar del país” se hayan
vistos precisados a tomar medidas extraordinarias (...) Conocemos y
valoramos el esfuerzo de gobernantes y funcionarios, de su entrega y
desinterés al servicio de la Patria.
“En ciertas situaciones la autodefensa exige tomar determinadas
actitudes, con lo que en este caso habría que respetar el derecho hasta
donde se pueda....”. (Monseñor Pío Laghi, Diario la Nación, 27 de junio
de 1976).
La construcción de la otredad negativa deviene, entonces, en una estigmatización que recae
sobre aquellos “otros” que cuestionan la realidad oficial. “La clase dominante busca
adjudicar al signo ideológico un carácter eterno y pretende apagar y reducir al interior la
lucha de valoraciones sociales que se verifica en él, trata de convertirlo en signo
monoacentual”. (Voloshinov, 1976: 49-50).
Estigmatizar al otro como amenazante es propio de las lógicas totalitarias que conciben al
mundo como dos campos enfrentados. Al denominar a los militantes políticos como Banda
de Delincuentes Subversivos (BDS), por ejemplo, se opera una clausura negativa sobre el
otro que lo delimita de una manera total, sin permitir la diversidad, imponiéndose como
una realidad única. “Además de creer que todo lo que no es idéntico a sí mismo es parte de
31

un otro amenazante, el pensamiento totalizador entiende que lo diferente constituye un
peligro inminente o latente que es preciso conjurar”(Calveiro, 2001: 88).
La utilización del término BDS funcionó, además, para desviar la atención de las
exigencias de los militantes. Reconocer su identidad de luchador social hubiera
deslegitimado la metodología represiva. Las tres palabras refuerzan el grado de
peligrosidad: no sólo se subvierte un orden sino que se hace de manera organizada (banda)
e ilegal (delincuente).
OTRO RECURSO RETÓRICO: LOS EUFEMISMOS
Eufemismo: Sustitución de un término o frase que tiene connotaciones
desagradables o indecorosas por otros más delicados o inofensivos.
Sirve en muchos casos como refuerzo de la doble moral y atenuación de
los prejuicios. 5
Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión
sería dura o malsonante. 6
Además de las metáforas, la dictadura utilizó los eufemismos para enmascarar sus
prácticas genocidas. Este recurso retórico funciona cosméticamente para embellecer
aspectos del poder que no se pueden negar pero que pueden convertirse en un problema si
se declaran de manera explícita. Los eufemismos operan transformando en inofensivos o
esterilizados aquellos hechos que, al no poderlos ocultar, necesita legitimar.
Podría decirse que el primer eufemismo que utilizó la dictadura fue la autodenominación
“Proceso de Reorganización Nacional”. La Junta no habló jamás de Golpe de Estado
contra un gobierno democrático, sino de una intervención que, como todo “proceso”, se da
en un período de tiempo determinado y no eternamente. El objetivo de esta interrupción de
la democracia también está explícito: los militares llegaron para reorganizar a un país. Al
hablar de “reorganizar” dan por hecho que se encuentra en medio de un caos. Utilizar el
nombre de PRN, entonces, tuvo como fin borrar las huellas de la coerción que implica todo
golpe.
5 Enciclopedia Microsoft Encarta 2000
32

Este recurso de reemplazar una palabra por otras más “inofensiva” también fue utilizado
dentro de las Fuerzas Armadas con el objetivo de burocratizar, rutinizar y naturalizar
internamente su accionar. Al mismo tiempo, los eufemismos facilitaron el flujo de la
obediencia y diluyeron las responsabilidades de quienes ejecutaban las torturas, los
secuestros, las vejaciones y hasta el asesinato de personas.
No se secuestra, se “chupa”. No se tortura, se “interroga”, y en consecuencia los
torturadores son “interrogadores”. No hay picanas, hay “máquinas” o “susanas”; no hay
asfixia, hay “submarino”. No se mata, se “manda para arriba”, se “manda al pozo” o “se
hace la boleta”. No hay masacres colectivas, hay “traslados, cochecitos, ventiladores”. No
hay asesinatos, hay “enfrentamientos” o “aplicación de la ley de fuga”. También se evita
toda mención a la humanidad del prisionero. Por lo general no se habla de personas,
hombres o militantes, sino de “bultos”, “paquetes” o “subversivos”.
El uso de palabras sustitutas denota no sólo la búsqueda de deshumanización de las
víctimas, sino que también tiene un objetivo “tranquilizador” que inocentiza las acciones
más penadas por el código penal de la sociedad como matar y torturar, y en este sentido
ayuda a “aliviar” la responsabilidad del personal militar.
“Todos los días venían miembros de inteligencia del Batallón 141.
Cuando lo hacían por la noche, generalmente traían “paquetes”, como
se denominaba comúnmente a los detenidos. Cuando los llevaban a
interrogar a veces nos ordenaban que los “ablandásemos”, lo cual
consistía en someterlos a duros castigos en un terreno ubicado en las
proximidades del río” (Testimonio del gendarme Carlos Beltrán, quien
actuó en el CCD “Campo La Ribera” en Córdoba. Leg 4213)
LA MATERIALIZACIÓN DE LA FRONTERA
“Es difícil separar en una prisión lo que es el edificio de lo que es el régimen
6 Diccionario de la Real Academia Española
ya que son concebidos ambos para una vigencia armónica.
33

La estructura edilicia de nuestras cárceles muestra, desde los cimientos,
la determinación de ese criterio represivo.”
(Testimonio de un ex preso político de Rawson)
La sociedad “sana” que pretendía la dictadura sólo era posible aislando a los sectores
enfermos y anómalos que impedían la concreción de su proyecto. La reclusión dentro de
las instituciones totalizadoras buscó ordenar espacialmente a la sociedad, delimitando de
forma material la frontera del nosotros/ellos que se venía imponiendo de una manera
simbólica. Esta separación intentará mantener a los cuerpos desviados lejos del conjunto
normalizado para lograr la reproducción de la sociedad deseada. Se instalará también como
amenaza latente para todo aquel que osara desafiar el nuevo Orden. Las cárceles y los
centros clandestinos fueron los dos núcleos duros del poder donde se llevó a la práctica la
estrategia de separación, control y aniquilamiento de esos cuerpos.
Cada una de estas instituciones totalizadoras tendrá características y objetivos específicos
pero a la vez complementarios.
Tradicionalmente, las cárceles fueron espacios donde se condenó a todo aquel que
cometiera un delito. Mediante sanciones legales estatales, se castiga al delincuente
separándolo del resto de la sociedad y recluyéndolo en un espacio donde se lo somete a
un control permanente. Más allá de su objetivo inicial de penar a quienes violaran la ley,
las cárceles se transformaron con el tiempo en espacios que sirvieron para encerrar
también por razones políticas. Algunos años antes del golpe de 1976, el gobierno
democrático comenzó a perseguir y encarcelar a militantes de diferentes organizaciones
políticas y guerrilleras. Por lo general, quedaban presos bajo la figura “a disposición del
Poder Ejecutivo Nacional (PEN)”, lo que significaba la inexistencia de juicio alguno que
demostrara su culpabilidad y por lo tanto, la ausencia de pena. Luego del golpe, quienes
estaban en esta situación permanecieron detenidos pero sujetos a la arbitrariedad de los
militares. Así, en las cárceles se aplicaron mecanismos y métodos de coerción y represión
agravados por la impunidad y protección “legal” con la que contaban.
Si bien existió la llamada “ley de fuga” detrás de la cual se enmascararon cientos de
fusilamientos de presos políticos, el ocupar un lugar de cierta “legalidad” y constituirse
34

en vidriera ante el mundo, impidió que el aniquilamiento físico fuera el fin principal de
las cárceles. Por ello, lo central de la agresión y de la represión apuntó a destruir la
conciencia de liberación de los militantes apresados, lograr su despersonalización
política, desocialización y deshumanización. A obtener individuos y cuerpos dóciles y
amorfos.
En cambio, los centros clandestinos de detención implicaron una nueva metodología
represiva basada en el terror. Si las cárceles, a pesar de la arbitrariedad, seguían
constituyendo los espacios “legales” y “visibles” utilizados para separar a los individuos
que se apartaran de las normas que pretendía la dictadura, los centros de concentración-
exterminio operaron desde un lugar de clandestinidad que les sirvió para diseminar el
terror entre la sociedad y lograr su anonadamiento. Fueron una máquina hecha para
torturar, extraer información, aterrorizar y finalmente matar. Constituyeron una nueva
forma de circulación del poder, en la que el intento totalizador del Estado logró
sumergirse en la sociedad y nutrirse de ella.
Paralizar a la sociedad y eliminar a sus cuerpos anómalos fueron los dos objetivos finales
de la dictadura. Pero esa maquinaria de terror, ese mecanismo infernal, pretendía ser
alimentado por la información que se le quería “arrancar” a los detenidos-desaparecidos.
El círculo se cerraba cuando a través de la tortura se los intentaba vaciar y deshumanizar.
Borrarles toda capacidad de resistencia para que se incorporen a ese horroroso engranaje
y lo volvieran más eficiente. “Este quiebre era el producto más preciado de la tortura,
alcanzarlo era el mayor desafío para el dispositivo concentracionario y la prueba
evidente, insoslayable, del poder del interrogador” (Calveiro, 2001: 69).
Foucault sostiene que la disciplina produce ante todo una nueva distribución de los
individuos en el tiempo y en el espacio, generando emplazamientos funcionales. Por lo
tanto, la exclusión no es más que una forma de inclusión, inclusión de lo disfuncional en el
lugar que se le asigna. Se podría afirmar que la dictadura desterritorializó a los cuerpos que
consideró anómalos y disfuncionales a su proyecto. Pero no se trató de un pasaje hacia la
nada. “Decir “espacio vacío” sería un contrasentido, a no ser que se realice un esfuerzo de
comprensión de esa ausencia” (Ortiz, 1996: 53). Lo que hizo fue poner en otro lado a esos
cuerpos para convertirlos en un mensaje para esos mismos individuos y para la sociedad.
35

De esta manera, lo disfuncional fue refuncionalizado y más que de una desterritorialización
se trata de una reterritorialización.
A diferencia de los presos políticos que, detenidos en las cárceles, tenían una condición de
visibilidad, los secuestrados en los centros ocupaban un espacio oculto pero evidente. En
tanto realidad negada-sabida, en tanto secreto a voces, la idea de “desaparecido”
funcionaba de manera eficiente en la diseminación del terror. Pilar Calveiro sostiene que
“el poder siempre muestra y esconde, y se revela a sí mismo tanto en lo que exhibe como
en lo que oculta” (Calviero, 2001: 25). Al mostrar sólo una fracción de lo oculto, se busca
producir en la sociedad su inmovilidad y silencio. “Aterroriza lo que se sabe a medias, lo
que entraña un secreto que no se puede develar” (Calveiro, 2001: 147). En este sentido, un
verdadero secreto no lograría la parálisis y el anonadamiento que engendra esa amenaza
constante, incierta y generalizada que mantiene prisionera a toda la sociedad. En esa
parálisis, todos quedan, además, comprometidos en cierta complicidad involuntaria que
intenta diluir responsabilidades de parte del gobierno militar.
La diseminación del terror en la sociedad también se logró con la arbitrariedad en los
secuestros y las desapariciones. Si bien en su mayoría se aplicó sobre militantes políticos,
también necesitó de víctimas “casuales” para reforzar el mensaje de poder que actúa sobre
las virtualidades mucho más que sobre lo que efectivamente se hace. Con la instalación de
centros clandestinos, los militares no sólo tenían como objetivo el exterminio de lo
disfuncional, sino que además buscaban demostrar la omnipotencia de su poder capaz de
decidir sobre la vida y la muerte de cualquier persona, fuera militante o no.
COACCIÓN MÚLTIPLE
LA VIOLENCIA DENTRO DE LAS INSTITUCIONES TOTALIZADORAS
“Uno de los represores dijo:
‘Tienen que tener en claro que el mundo de afuera ya no existe para ustedes.
Este es un mundo subterráneo, oculto, sin leyes ni protección de ninguna especie.
Han caído en una fosa donde ya no son personas’”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la Mansión Seré)
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En este apartado analizaremos el funcionamiento dentro de las instituciones totalizadoras
que, en su intento de ser totales, desplegaron una serie de estrategias que buscaron
transformar en cuerpos dóciles a los detenidos. Lo entenderemos como la instancia en
donde se agudiza el deterioro de las condiciones subjetivas de existencia, y donde a través
de prácticas violentas, de humillación y coercitivas, se intentará quebrar la frontera de
resistencia.
Porque entendemos que una vez establecida la dominación no persiste ni se sostiene por
inercia propia, es que requiere de constantes esfuerzos de consolidación, perpetuación y
adaptación. Una buena parte de ese trabajo de sostenimiento consiste en simbolizar la
dominación con manifestaciones y demostraciones de poder. Cada uso visible, externo de
poder es un gesto simbólico que sirve para reforzar la dominación.
En las cárceles y los centros, los militares elaboraron un sistema complejo y multilateral de
destrucción psicofísica donde quedaba manifiesta su pretensión de poder. “Aquí dentro
somos Dios”, repetían constantemente los represores. Ser Dios es tener un poder total
sobre los sujetos. No sólo sobre su muerte, “lo que completa y cierra el círculo haciéndolo
total, es el ejercicio de un supuesto ‘poder de vida’. No ya la simple capacidad asesina de
decidir quién muere, cuándo y cómo, sino más aún de determinar quién sobrevive”
(Calveiro, 2001: 56) y en qué condiciones.
En los centros clandestinos la presencia de médicos en las sesiones de tortura fue una
constante. Su función era indicar a los torturadores el umbral de tolerancia de cada
detenido para que no se les muriera, o “revivir” a quienes sufrían paros
cardiorrespiratorios. “Salvar de la muerte” a un secuestrado no sólo les era de utilidad para
continuar en su tarea de extraer información y seguir ejerciendo un control sobre los
cuerpos; era una forma de reforzar su poder supremo. Sólo ellos podrían decidir cuándo y
cómo moría un detenido.
Prolongar una vida más allá del deseo de quien la vive. Con ese objetivo también
intentaban evitar los suicidios. Que un secuestrado decidiera poner fin a su vida entorpecía
37

los designios del campo, debilitaba su aparente omnipotencia, les arrebataba su deseo de
poder absoluto, silenciaba para siempre la información que cada uno de ellos poseía.
“Algunos pensaban cómo suicidarse. A ellos los ponía muy locos el
hecho de que uno decidiera sobre su muerte” (Testimonio de un ex
detenido-desparecido de la ESMA).
“Aquí adentro nadie es dueño de su vida, ni de su muerte –le dijo uno de
los militares-. No podrás morirte por lo que quieras. Vas a vivir todo el
tiempo que se nos ocurra. Aquí adentro somos Dios” (Testimonio de un
ex detenido-desparecido de La Perla).
Para provocar el “quiebre” de los militantes políticos, sin llegar al límite de la muerte, se
minó la salud física del prisionero mediante la mala alimentación, los calabozos, las
torturas, las golpizas, el hambre, el frío, la desatención médica, la tensión permanente y la
interrupción del sueño. Se impuso un vacío sensorial, mediante la capucha, el tabique y la
ausencia de ventanas. Se suprimió toda fuente de información y comunicación; se
prohibieron las expresiones emocionales como reír, silbar, cantar. Se machacó sobre la
voluntad de los prisioneros buscando debilitarla para someter a la persona a la voluntad de
sus verdugos. Se buscó la parálisis del espíritu reprimiendo toda actividad intelectual y
creadora, prohibiendo pensar, escribir y leer.
Para lograr una subordinación involuntaria se necesitó también que los detenidos estén
atomizados y bajo estrecha vigilancia para abolir la existencia de cualquier ámbito social
de relativa libertad discursiva. Con la intención de eliminar las condiciones sociales en las
cuales se pudiera conformar una resistencia, se limitó y reprimió toda actividad en grupo
aunque estas fueran simplemente recreativas o festivas. Todo debía ser estrictamente
individual, de modo que el prisionero replegado y recluido sobre sí mismo quedara solo
ante sus represores.
“Cuando llegué a Coronda me dijeron: ‘Acá en el pabellón los que
mandamos somos nosotros. Le digo las cosas que no puede hacer. Bah,
mejor le digo lo que puede hacer, que son las menos. No, mejor
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ahorramos y entienda: todo está prohibido’” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
“Estaba prohibido todo. Un perfecto hijo de puta me dijo “aquí está
prohibido leer, hacer gimnasia, cantar, hablar por la ventana, hablar
con el lenguaje de las señas, acostarse en la cama después de las 6 de la
mañana y antes de las 10 de la noche. Todo lo que no esté explícitamente
permitido está prohibido” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
Pero “si el poder no fuera más que represivo, si no hiciera nunca otra cosa que decir no,
¿realmente se le obedecería?” (Foucault, 1979: 182), se preguntó alguna vez Foucault.
Aunque quizás sí se le obedecería, los militares entendieron que “el ejercicio del poder
supremo consiste en hacer que otros tengan los deseos que uno quiere que tengan, en
obtener su acatamiento mediante el control de sus pensamientos y deseos” (Lukes, 1997:
41).
Lo que realmente garantizaría un poder total sería que las coacciones terminen siendo
internalizadas de forma tal que el individuo se autolimite más allá de la orden explícita.
Cuando el deseo del otro se introduce en el propio deseo se restringe el umbral de visión de
totalidad, entrando en una red productiva que disminuye la posibilidad de accionar
políticamente y de cuestionar las normas. Más que por una instancia negativa que tiene
como función reprimir, la heteronomía es alcanzada una vez que se logra producir “efectos
positivos a nivel del deseo” (Foucault, 1982: 107).
En las instituciones totalizadoras se solían impartir órdenes arbitrarias y muchas veces
contradictorias que enredaban al detenido en un juego de concesiones-prohibiciones.
Cualquier transgresión a una norma arbitraria actuaba como justificación para imponer
todo tipo de sanción. Por lo tanto, más que imponer disciplina lo que busca es crear pánico
en el detenido, quien en medio de esa constante arbitrariedad y contradicción puede llegar
a dudar de su capacidad para analizar la situación. Si esto lo lleva a un estado de pasividad
o de locura puede quebrarse en él la actitud política que le permite cuestionar las normas
instituidas.
39

Inmerso en esta violenta lógica-sin-lógica el detenido puede intentar no ser sancionado
adelantándose a órdenes que todavía no se dieron, lo que le implicaría entrar en la lógica
del pensamiento del represor. La batalla del represor estará ganada si el reprimido adopta
el punto de vista de su enemigo y se ve con sus ojos. Si pierde la visión de totalidad que le
permite entender, en perspectiva, que algunas concesiones son parte de la coerción.
Era más fácil lograr una práctica automatizada y sumisa, y garantizar la internalización del
deseo del represor, atomizando los cuerpos e impidiendo la organización y las prácticas
grupales. Concientes de que allí nacía la semilla de su resistencia se intentó recluir a los
prisioneros en su propia individualidad buscando sumergirlos en una indefensión total.
“Nuestro mayor miedo era ser confinados en solitario indefinidamente.
La soledad nos aterraba, aún más que la posibilidad de ser torturados.
Hubiera preferido una sesión de máquina a ser tirado en un cuarto sin
compañía ninguna” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de
Mansión Seré).
“Cuando lo liberan a Mario y yo sigo secuestrado, estoy sumido en una
profunda tiniebla anímica. Por primera vez, me siento desprotegido entre
las paredes sucias y opacas del cuarto. No tengo con quien hablar, no
consigo ordenar mis ideas, no sé cómo conducirme para volver a
reconquistar la vida que me han quitado” (Testimonio de un ex detenido-
desparecido de Mansión Seré).
“Subirse a la ventana tenía que ver con la comunicación entre los
pabellones. Era el objetivo central fervientemente reprimido por el
penal, querían desarticular la organización colectiva de toda la cárcel
aislando los pabellones entre sí” (Testimonio de un ex preso político de
Rawson).
La estrategia de individualización no sólo se implementó aislando a los cuerpos sino que
precisó que, en los momentos que compartían, primara la desconfianza, la competencia y la
delación para que no pudiera articularse una red de vínculos afectivos. La confrontación
entre los detenidos se buscó de diferentes maneras: La imposición de “jerarquías” que
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arbitrariamente determinaban ciertos beneficios, o que les obligaba a dar “órdenes” a sus
propios compañeros; la relación de “apadrinamiento” que establecían los militares con
algunos detenidos-desaparecidos, que generaba un manto de sospecha sobre el elegido; o
utilizar a quienes colaboraban para infiltrarse y delatar las prácticas clandestinas de sus
compañeros, fueron algunas de las formas a través de las cuales se intentó impedir la
cohesión grupal.
“Los torturadores querían mostrarnos que todos estaban destruidos y
que eran instrumentos de ellos. Permanentemente éramos llevados a las
oficinas, a veces sin motivo, como método de confusión y para sembrar
desconfianza” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de La Perla).
“Reforzaban las diferencias entre los presos, ya sea en el tratamiento, o
en la obtención de algunas mejoras. Se trataba de lograr que en la poca
relación que pudiera haber entre los secuestrados primara la
desconfianza y el recelo” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de
La Perla).
En las cárceles, incluso, se llegó a establecer por decreto la disposición de dividir a los
presos políticos según tres criterios arbitrarios. La diferencia entre “recuperables”, “poco
recuperables” e “irrecuperables” y su ubicación en distintos pabellones buscó, según
cuentan los propios detenidos, “crear la mutua desconfianza, quebrar nuestra organización
y destruirnos moral, política y psicológicamente” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
La política de incomunicación, planificada y aplicada rígidamente, aparece como una
constante en los testimonios de ex presos políticos y de detenidos-desparecidos. La
coerción y el control sobre los cuerpos fueron tan fuertes en los centros clandestinos, que la
dificultad para comunicarse fue aún más mayor que en las cárceles. Salvo los detenidos
que estaban en el staff 7 , a quienes les era permitido una mayor movilidad, el resto de los
detenidos estaban en una condición en la que sus movimientos se limitaban en ir al baño,
en ser llevados a la sala de torturas o en ser trasladados hacia la muerte. La
7 Se le llamaba staff al grupo de detenidos que realizaba tareas como mantenimiento, imprenta, archivo, etc.
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compartimentación de los cuerpos se imponía rígidamente, manteniéndolos durante largos
períodos encapuchados, sentados o acostados, y sin hablar ni moverse. Este empeño se
debía a que los represores consideraban que el factor aislamiento era la base central de la
destrucción individual y colectiva.
“Capucha era utilizada para mantener a los secuestrados acostados en
el suelo, encapuchados, engrillados y separados entre sí por tabiques de
aglomerado de un metro de altura. (...) El aislamiento era una estrategia
que los represores usaban para hacernos sucumbir, para quebrarnos”
(Testimonio de un ex detenido-desparecido de la ESMA).
“Muchas veces no sabíamos quién estaba en la colchoneta ubicada a
nuestro lado” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de La Perla).
Cuando el saber surge, circula y se reproduce en la interacción, no sólo permite construir
conocimiento sobre las cosas, sobre los otros y sobre sí mismos, sino que deviene en un
universo simbólico que tiende a conformar una identidad grupal. A su vez, la construcción
de este saber colectivo implica la construcción de un espacio de poder. Esto es lo que nos
dice Foucault cuando sostiene que “hay que admitir que el poder produce saber y que no
existe relación de poder sin una construcción correlativa de un campo de saber, ni de saber
que no suponga y no constituya, al mismo tiempo, unas relaciones de poder” (Foucault,
1989: 34). Lo que se pone en disputa en la incomunicación es entonces, un espacio de
poder-saber en el que se entablará “una lucha por encerrar al otro en un comportamiento
determinado”, reservando para sí el mayor margen de imprevisibilidad (Crozier, 1970: 30).
El sistema totalizador de las cárceles y los centros buscó por todos los medios que el saber
estuviera siempre en manos de los represores para impedir la conformación de cualquier
tipo de resistencia. Para lograr reservarse el mayor grado de imprevisibilidad, los militares
llevaron a sus últimos extremos mecanismos que aseguraran una distancia máxima entre su
propio saber y la ignorancia de los detenidos. Para ello, fue determinante la arbitrariedad
de sus acciones. A su vez, para que no pudiera construirse un saber colectivo se puso
especial énfasis en bloquear la comunicación entre los detenidos, y así intentar neutralizar
esa valiosa arma e impedir que el poder de ese discurso se ejerciera.
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“Creo que los guardias, los responsables de la prisión, siempre tuvieron
miedo, terror a todo lo que no pudieran controlar: una idea, un libro,
nuestra inteligencia” (Testimonio de un ex preso de Coronda).
Dentro de las cárceles se puso en funcionamiento una maquinaria que intentó bloquear la
comunicación entre los detenidos y hacia fuera del penal, y la circulación de todo tipo de
información. Las medidas impuestas por el sistema carcelario se fueron profundizando con
el trascurso de la dictadura. Las requisas periódicas a las celdas en las que les quitaban
cartas, cuadernos y lapiceras; la prohibición de tener libros, salvo la Biblia, de acceder a
medios como la radio y los periódicos, y hasta de recibir visitas por largos períodos, son
algunas de los ejemplos que se mencionan en los testimonios como métodos para impedir
todo contacto con el mundo exterior.
También se puso gran empeño en evitar que los presos se comunicaran entre sí. Era una
norma explícita por cualquier vía -código morse, hablar por la ventana o por el pasaplato,
lenguaje de manos- cuando estaban dentro de las celdas. Además del control de los
guardias, muchas veces se dejaba una celda de por medio vacía para dificultar la
circulación de las noticias. Ya fuera de las celdas, se los obligaba a marchar en fila y con la
cabeza gacha y no conformar grupos en los recreos, con el propósito de hacer más difícil la
obtención de información adicional.
“Llegar a asomarte para comunicarte con el que tenías enfrente podía
significar 15 o 20 días de castigo y pérdida de los beneficios del
pabellón” (Testimonio de un ex preso político de la cárcel de La Plata).
“El empeoramiento del régimen nos restaba cada vez más movilidad.
Después del golpe pasamos un tiempo sin recreo. Al reestablecerlos, nos
encontramos con que la salida al patio debía hacerse por alas y que una
vez afuera teníamos que caminar unos detrás del otro, terminando así
con las ruedas de charlas y el ‘funcionamiento’ en el patio” (Testimonio
de un ex preso político de Coronda).
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SIN ROSTRO
“El régimen de terror imperante, la falta de referencias, la pérdida
de identidad al ser designados con un número, la incertidumbre y
las vejaciones permanentes, constituían una constante”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido del Vesubio)
“La omnipotencia de estos dioses-torturadores iba más allá
de decidir sobre la vida y la muerte. Disponían a diario
de esas ‘cosas’ humanas para descargar sus sádicas veleidades
individuales de poder o para ser objeto de sus diversiones”
(Testimonio de un ex detenido-desparecido de La Perla)
El cuerpo es alma y mente. Es el territorio de nuestro deseo, nuestro placer y nuestro dolor.
Es quien dibuja los mapas de nuestras relaciones, quien baila sus ceremonias y rituales. Es
quien nos da un mundo. Somos por él. Es quien construye su infinito universo de
significantes. Es la fuente inagotable de un crear y recrear. Es la fuerza moral y material de
la lucha.
Son cuerpos los que sufren la tortura y la explotación que los deforma o los inutiliza. Son
cuerpos los tabicados y los encerrados. Los fusilados y los trasladados. Son cuerpos los que
desaparecen y son cuerpos los que los hacen desaparecer. Pero también son cuerpos los
que se fugan, los que vulneran la vigilancia, los que se organizan, los que no callan, los que
gritan, los que se abrazan, los que ríen y lloran... los que resisten.
Blanco del poder. Eso será finalmente. Porque el cuerpo está inmerso en un campo político
es que el poder intentará cercarlo, marcarlo y domarlo, exigiendo de él unos signos. Sobre
los cuerpos que en libertad se autodeterminaron es que recayó un sistema de sujeción que
intentó apaciguarlos y convertirlos en dóciles. Una docilidad que, según Foucault, está
relacionada con la utilidad. Utilidad que está íntimamente ligada a lo funcional. Para la
dictadura era funcional un cuerpo sometido, amorfo, sin voluntad, sin pensamientos ni
sentimientos propios, convertido en un instrumento pasivo, neutro, capaz de responder
automáticamente y con docilidad a la voluntad y puntos de vista de los representantes del
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sistema instaurado, contrarios a los propios. “El cuerpo sólo se convierte en fuerza útil
cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido” (Foucault, 1989: 33).
A través de la anatomopolítica los militares intentaron apropiarse de esos cuerpos
confinados en las instituciones totalizadoras. El minucioso registro de sus elementos, sus
gestos y sus comportamientos fue parte de una política de coerción destinada a manipular
a los cuerpos en tanto masa moldeable. Un mecanismo que explora, desarticula y
finalmente recompone a los sujetos conformando uno nuevo, más obediente y funcional.
La finalidad de esta disciplina impuesta sobre los cuerpos, será para Foucault, aumentar
sus fuerzas en términos económicos de utilidad y disminuirlas en términos políticos de
obediencia, disociando de esta manera el poder de los cuerpos de los sometidos
(Foucault, 1989: 140).
En la búsqueda de una eficacia absoluta,
se llegó a estudiar los cuerpos desde una
racionalidad científica. De esto da cuenta
uno de los testimonios de sobrevivientes
de los centros cuando dice que “en una de
las oficinas-interrogatorios había un
gráfico explicativo del ciclo de torturas y
objetivos perseguidos, como elemento
‘didáctico’ para el personal de menor
experiencia” (Testimonio de un ex
detenido-desparecido de La Perla).
La tortura fue uno de los métodos a los que se sometió a los detenidos tanto en las cárceles
como en los centros clandestinos. A diferencia de lo que ocurría en los penales donde se
aplicaba para castigar a los presos, en los campos fue la metodología por excelencia para
extraer información que pudiera ser útil para los represores. En ambos, funcionó como
mecanismo para quebrar la voluntad de los militantes, destruir su resistencia y modelar un
nuevo sujeto adecuado a la dinámica del horror.
“Luego de diez días de tortura sentís que no sos nada, que no valés un
penique. Esa sensación de que estás en la muerte, de que sos muerte, es
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palpable. Querés que te maten y tratás de provocarlos para que lo
hagan” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
En los centros clandestinos la práctica de la tortura tuvo como característica su uso
irrestricto, reiterado e ilimitado. A la tortura física que se aplicaba desde el primer
momento se agregaba la psicológica que continuaba a lo largo del cautiverio. Las
vejaciones y degradaciones ilimitadas también fueron claves en la diseminación del terror
entre los detenidos.
“Entró la patota en la pieza para llevarme a una sesión de tortura,
haciendo mucho escándalo, con el fin de crear un clima de terror y
pánico a su alrededor...” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de
Mansión Seré).
“Cuando no estaba en sesión de tortura soñaba con ella. A veces
despierto y otras en sueño”( Testimonio de un ex detenido-desparecido).
“Si al salir del cautiverio me hubieran preguntado ¿te torturaron
mucho?, les habría contestado: sí, los tres meses sin parar” (Testimonio
de un ex detenido-desparecido).
“Cuando me venían a buscar para una nueva sesión lo hacían gritando.
Entraban a la celda pateando la puerta y golpeando lo que encontraran.
Por eso, antes de que se acercaran a mí ya sabía que me tocaba. Por eso
también vivía pendiente del momento en que se iban a acercar para
buscarme” (Testimonio de un ex detenido-desparecido).
La violencia instrumentada por la dictadura sobre los cuerpos de los detenidos fue una
forma de llevarlos a un terreno en el que no sólo se los desarticuló y modeló sino que
además se les negó toda cualidad sensible. La desnudez, la capucha que escondía el rostro,
las ataduras y mordazas, la tortura y degradación permanente fueron signos de un mundo
en el que propia humanidad entró en suspenso.
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“Lo primero que me dicen es que me olvidara de quién era, que a partir
de ese momento tendría un número con el cual me manejaría, que para
mí el mundo terminaba allí” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido
de Campo de Mayo).
Este complejo dispositivo de regulación buscó arrancar el deseo del prisionero y con él, su
subjetividad. Sus nombres quedaban fuera de la celda y del centro. Desde el momento en
que atravesaban la puerta se convertían en un número, “nombre propio del cuerpo
desposeído de deseo” (Ricciardino, 2004). La deshumanización va minando la resistencia
de los prisioneros, “aumenta su indefensión, expresa la voluntad de hacerlo transparente,
de violar su intimidad, de apoderarse de su secreto” (Calveiro, 2001: 62).
En los centros clandestinos, la capucha y los tabiques formaban parte del mismo proceso.
Sus caras quedan borradas, los detenidos son vistos sin que puedan ver. Aquí se da una
doble negación de la humanidad de la víctima: frente a sí misma y frente a quienes lo
atormentan. “Los torturadores no ven la cara de su víctima. Castigan cuerpos sin rostro,
castigan subversivos no hombres” (Calveiro, 2001: 62).
“El objetivo de las esposas, los grilletes, la capucha no era que no nos
escapáramos. Tener los grilletes obviamente dificultaba el
desplazamiento, no tenías libertad para moverte. Pero era también para
poder llevarte y traerte como un paquete. Ellos gritaban: ‘¡Va paquete!’,
y el paquete era uno de nosotros” (Testimonio de un ex detenido-
desparecido de la ESMA).
La escasa comida, el deterioro del aseo personal, la perturbación del sueño, la ropa sucia y
desgastada, la falta de atención médica, la casi total inmovilidad corporal, el estrés
permanente, el aislamiento y las torturas, provocaban en los detenidos una degradación
tanto física como psicológica, tanto externa como interna, que generaba un
desmoronamiento del sentimiento de autoestima y sumían a los sujetos en una gran
situación de impotencia.
“¿Se dan cuenta que ustedes están muertos desde que cayeron aquí?
¿Que son muertos que caminan? Con esas palabras el sargento Elpidio
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Tejada recibía a los detenidos que, luego de la tortura, eran alojados en
“la cuadra” de La Perla” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de
La Perla).
“En cada uno de nosotros se iba produciendo un cambio. Flacos,
barbudos, ojerosos, algo encorvados, el caminar apresurado, muy
brillante la mirada, el rostro rígido, la ropa hecha girones. Así nos
veíamos al cruzarnos por el pabellón cuando nos sacaban al baño, o en
las furtivas contemplaciones que cada uno se permitía en el espejo roto
del baño” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
Al intentar deshumanizar a los detenidos y dejar de lado su subjetividad, los cuerpos son
interpelados en tanto máquinas. Se descarta todo lo que no pueda medirse, cuantificarse,
explotarse y controlarse. Son paquetes, bultos, números, una sigla (BDS) y por lo tanto, no
deben reír, ni llorar, pensar ni sentir.
“En la ESMA estaba prohibido llorar por el otro, no había que
manifestar dolor... Cuando se produce el primer traslado desde que
había caído, empiezo a llorar como una loca. Se me acercan dos
compañeras y me dicen: ‘Te estás cavando la fosa, no llores, acá no se
puede llorar’” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de la ESMA).
“La imagen que había que dar allí era que nadie quería a nadie”
(Testimonio de un ex detenido-desparecido de La Perla).
“Hasta la mera expresión de nuestros sentimientos ante lo que allí
sucedía era peligroso” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de La
Perla).
La desnudez, la observación permanente, la suciedad y las torturas despojaron la intimidad
de los detenidos. Esta constante exposición y desprotección del cuerpo, provocó que hasta
los sentimientos más primarios fueran dejados a un lado, quizás como una forma de
autodefensa.
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“Ahí adentro el pudor se desdibujaba por completo. Nos hacían bañar
con la puerta abierta y con los guardias presentes… en realidad el
guardia contaba poco, lo más doloroso era el ultraje de la intimidad,
verse así de expuesta, como en carne viva” (Testimonio de un ex
detenido-desparecido de la ESMA).
“Yo tenía miedo de exponerme, de mostrar mi femeneidad. No mi
belleza, mi femeneidad la tenía oculta, no existía” (Testimonio de un ex
detenido-desparecido de la ESMA).
“No tenía registro de mi sexualidad. Estuve enamorada de un
compañero pero con un amor totalmente infantil, sin atracción física.
Una noche intentó darme un beso y yo me aterroricé. Las cámaras de
control, los guardias, el lugar, no podía imaginarme una situación
romántica allí, todo me parecía obsceno” (Testimonio de un ex detenido-
desparecido de la ESMA).
“Me quito la última prenda. Desaparece la única coraza protectora, el
último garante de mi dignidad. Sin ropa mi sensación de desprotección
es total” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de Mansión Seré).
El poder destructivo que se desplegó en las instituciones totalizadoras fue también una
forma de humillación de los sujetos, a quienes intentaban negarles toda condición humana.
La arbitrariedad, la denigración y la violencia sobre los detenidos no fueron los únicos
métodos que se utilizaron para lograr este objetivo. Con la omnipotencia que se arrogaban
los represores se llegó incluso a la pretensión de animalizar a esos cuerpos buscando su
quiebre a través de prácticas humillantes. Obligar a las personas a exhibirse y permanecer
desnudas ante extraños, hacerlas adoptar posturas ridículas, como correr estando
encapuchados o atarlos del cuello como si fueran perros, sumirlos en un terror que los haga
temblar, forzarlos a pelear entre sí con las capuchas puestas, llevarlos hasta la
desesperación por el hambre para que sólo piensen en la comida y luego devoren el
alimento como bestias, hacer que una mujer desnuda y con los ojos vendados tenga un
parto en medio de insultos, son algunas de las prácticas que constan en los testimonios y
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que se usaron para inducir un comportamiento aparentemente animal que justificara el trato
contra ellos como si realmente no fueran seres humanos.
PASAJE
“Estar atados de pies y manos tenía un valor simbólico. Como un animal
recién domado, significaba que controlaban nuestros cuerpos y
movimientos aún en ausencia” (Testimonio de un ex detenido-
desparecido de la ESMA).
“La higiene era importante porque sabíamos que la prohibían para
degradarnos con la suciedad y otro tanto con la ropa, porque una
persona sucia, hedionda se parece más a un animal y así es más fácil
torturarlo, denigrarlo” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“Desnudos, rapados a cero, durmiendo como animales atados,
vivenciamos una dimensión más profunda en la humillación de nuestro
cautiverio. Un nuevo descenso en el infierno que no habíamos podido
imaginar antes” (Testimonio de un ex detenido-desparecido de Mansión
Seré).
Como todo dispositivo, el poder establece un conjunto de códigos que regulan, controlan y
delimitan un tipo de territorialidad. El poder construye una particular concepción de
espacialidad y a través de ella intenta controlar otro territorio: el de la subjetividad.
Tanto los centros clandestinos como las cárceles funcionaban a partir de una organización
física cuyo objetivo era guardar y controlar cuerpos. Lo primero que necesitó fue organizar
un espacio que le permitiera una visibilidad total, un escenario que no tuviera sombras en
los que pudiera fugarse algo de su control. Un sistema panóptico en el que incluso sin
coacciones físicas, bastara una mirada para que los cuerpos, “sintiéndola pesar sobre sí,
terminen por interiorizarla hasta el punto de vigilarse a sí mismo” (Foucault, 1980b: 6).
Este sistema, vuelve a recaer en las virtualidades del hacer, de forma que “ni siquiera
puedan actuar mal en la medida en que se sentirían sumergidas, inmersas, en un campo de
visibilidad total” (Foucault, 1980b: 5).
50

El sistema panóptico se fundamenta en una mirada omnisciente que controla todo, pero no
puede ser controlada, ve todo pero no es vista por nadie. Se quiere omnipotente. El control
del espacio se pone en juego en la lucha por el poder. Los testimonios dan cuenta de esta
clausura visual impuesta por la dictadura dentro de los centros y cárceles: en la ESMA
funcionaba un circuito cerrado de video las 24 horas que controlaba el sector que se
denominaba El Altillo. En las cárceles, ninguna ventana de los lugares por donde circulan
los presos permiten ver hacia el otro lado, pero los detenidos pueden ser observados
permanentemente por los guardias a través de las mirillas de las puertas de la celda.
“Estaba conversando en voz baja con dos compañeros de otra celdas.
Intercambiamos comentarios y ‘noticias’, novedades, fue todo muy
breve. En eso estaba cuando siento a mis espaldas –y digo siento y no
escuché, porque lo percibí con todo mi cuerpo- siento que suena la
mirilla a mis espaldas. Salté de la mesada, pero ya era tarde. Me vieron.
Debía prepararme” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“El paredón. La frontera entre el adentro y el afuera. Una custodia
infernal. Las garitas, las ametralladoras apuntando a nuestro pabellón,
todos los días, todas las horas. Un panóptico mensurable, parte del
paisaje”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
Otro de los objetivos fue imponer en el cuerpo una experiencia del mundo en términos
narcóticos. Es decir, lograr un cuerpo que se moviera pasivamente, desensibilizado en el
espacio, hacia destinos situados en una geografía fragmentada y discontinua. La
espacialidad del cuerpo, dirá Merleau Ponty, no es una espacialidad de posición, sino en
situación (M. Ponty, 1957). Es decir que es en movimiento y asumiendo activamente el
espacio, la manera en que el cuerpo habita y es en el mundo. Por eso, no sólo el espacio fue
controlado sino que también se intentó disciplinar los movimientos de los detenidos. Si la
inmovilidad buscaba anular un mundo, el control de los movimientos se propuso
domesticar el cuerpo imponiéndoles otro mundo, un mundo regulado por el poder.
51

“He vivido un año completo, 1978, con los ojos vendados, atado y
esposado las manos y a veces también los pies, en calabozos oscuros de
dos por uno, o en cuadras de tropa, en colchonetas de paja, sin hablar,
mirar o moverme” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La
Perla).
“Quien está aquí alojado durante años, repite también durante años, sin
posibilidad de alternativas, sus movimientos, que son los mismos que
hacía el primer preso que estuvo aquí. Cada lugar, cada cosa está tan
rígidamente pensada que aunque está mal es así, funciona así, se hace
así y no de otra forma” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“Los recreos eran al mejor estilo de los campos de concentración nazis:
había que caminar en fila india, sin mirar a los costados, sin hablar con
nadie, girando en círculo alrededor de un pequeño sector del patio, sin
siquiera detenerse ¿qué sentido tenía el recreo en esas condiciones?. Se
transformaron así en otra pesada carga psicológica. Ellos intentaban
recluirnos en nuestro propio cerebro para que rechazáramos la vida”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
En este intento por controlar el espacio y los movimientos, en los centros de detención no
sólo se alojaron los cuerpos en celdas o compartimentos en su tránsito hacia la muerte, sino
que se los intentó desterritorializar, incluso del espacio más inmediato, a través de la
capucha y el tabique. El objetivo era recluirlos en su propio mundo generando una angustia
provocada por la nada.
“La capucha procura la desesperación, la angustia, la locura. Tomás
plena conciencia de que el contacto con el mundo exterior no existe.
Nada te protege la soledad es total. El sólo hecho de no poder ver, va
socavando la moral, disminuyendo la resistencia” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido).
“En el primer tiempo el secuestrado no tiene idea del lugar que lo rodea.
Unos los habíamos imaginado redondo, otros como una especie de
52

estadio de fútbol, con la guardia girando sobre las cabezas” (Testimonio
de un ex detenido-desaparecido).
“No sabíamos en qué sentido estaban nuestros cuerpos, de qué lado
estaba la cabeza y hacia dónde los pies. Recuerdo haberme aferrado a la
colchoneta con todas mis fuerzas para no caerme, a pesar de que sabía
que estaba en el suelo” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido).
La situación de “desaparecidos” que sufrían los detenidos en los campos de concentración
y exterminio sumaba a la desterritorialización material, una simbólica. Ese no-lugar que
representaban frente a la sociedad también operaba sobre los secuestrados, quienes se
sentían habitando un espacio que “no está, no existe”.
“Inicialmente estábamos perdidos en el tiempo y en el espacio tras la
oscuridad de la venda. Totalmente aislados. Separados del resto de la
humanidad. Viviendo el horror y el dolor tremendo de saber que eso era
real, pero al mismo tiempo no lo era, porque en el exterior, para el resto
de la gente, para nuestros familiares y amigos eso no existía. Estábamos
en un territorio inexpugnable en manos de dioses monstruosos”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La Perla).
“Ser desaparecido no es lo mismo que estar muerto. El desaparecido es
una persona a la que uno deja de ver, no ve nunca más, pero no está en
ningún lugar, para mi flota en el espacio” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de la ESMA).
“Siempre hemos hablado de que estábamos secuestrados y no me cabe
duda de que era así. Pero para el resto de la humanidad éramos
desaparecidos y hay una gran diferencia. Estábamos secuestrados por la
Marina, pero para los 33 millones de habitantes del país éramos
desaparecidos, algo que en nosotros también funcionaba. Me pregunto
entonces qué sentíamos al mirar por la ventana y saber que los que
estaban afuera creían que no existíamos” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
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“Para mí era enloquecedor que mi nombre figurara en una lista de
desaparecidos. Yo tenía muy clara la diferencia entre mi nombre y el del
resto de los mortales. El mío era un nombre ‘chupado’. Entre el resto de
los seres humanos y los que estábamos adentro había un profundo
abismo. Eran dos mundos” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido
de la ESMA).
ENTRE SIEMPRE Y JAMÁS
“Para nosotros todos los días eran iguales.
En esa monotonía de robarnos hasta el calendario
quedaba suspendida la referencia del tiempo”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda)
La organización y utilización del tiempo comunican en planos múltiples. Para reforzar su
estrategia de poder, la dictadura necesitó manipular el tiempo. Controlar y cronometrar
cada una de las acciones de los detenidos, vaciar de sentido la temporalidad para buscar
imponer un “presente continuo” que anulara toda idea de futuro, fueron algunas de las
estrategias que se desplegaron dentro de las instituciones totalizadoras.
Tanto en las cárceles como en los centros existió un control minucioso del uso que podían
hacer los detenidos del tiempo. Dormir, despertarse, comer, ir al baño, trabajar, cada
actividad debía realizarse en un determinado momento impuesto. De esta manera, se
intentó producir un cambio en la producción y distribución de los deseos, e incluso de las
necesidades biológicas. El cuerpo se transformó en una máquina, una cosa, regulada y
cronometrada.
“El silbato es el crono del preso, las marcas de su tiempo, la obligación
de la norma de cumplir los actos humanos-biológicos del buen orden. El
silbato te levanta, te ordena la comida y te despide” (Testimonio de un
ex preso político de Coronda).
54

En todos los testimonios de sobrevivientes de centros clandestinos, se hace referencia al
particular empeño que ponían los militares para borrar toda huella del paso del tiempo. La
falta de referencia externa no sólo se garantizaba a través de la capucha sino que los
lugares de encierro mantenían la luz encendida permanentemente.
“No había luz natural en ningún lugar del Sótano, que era iluminado
con tubos fluorescentes las 24 horas” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
“Sobre la puerta de entrada, hay un aparato eléctrico adosado a la
pared con una bombilla de alto voltaje que permanece encendida día y
noche” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de Mansión Seré).
“No existían días ni noches. La luz estaba siempre prendida. Entre el día
y la noche no había gran diferencia” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de La Perla).
El tiempo no es una dimensión abstracta sino que es en relación a los acontecimientos
vividos por los sujetos; no está fuera como algo objetivo y contable, sino que se trata de
una experiencia. No contiene los acontecimientos sino que está hecho por los
acontecimientos mismos. No es un flujo continuo, regular, exterior a nosotros sino que se
relaciona con la intensidad vivida de sensaciones. Es por todo esto que puede entenderse la
razón por la cual los militares intentaron imponerle a los detenidos una noción de tiempo
en suspenso a partir de la inmovilidad de sus cuerpos, la clausura de toda referencia
externa, la prohibición de realizar actividades de cualquier índole, el castigo en sótanos en
condiciones infrahumanas durante semanas. Estas imposiciones apuntaron a que la
experiencia del tiempo sólo se perciba llena de angustia, dolor o nada.
“La apuesta del sistema era que las 15 horas ‘libres’ (en realidad
presos) en las que te quedabas encerrado en la celda fueran las que te
destruyeran, que te deprimieras hasta el punto de enfermarte y que la
pérdida de esperanza en un horizonte mejor te llevara a abjurar del
pasado, que te arrepientas de tu militancia” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
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“En Campo de Mayo a los prisioneros se los obligaba a permanecer
sentados, sin respaldo y en el suelo, es decir sin apoyarse en la pared,
desde que se levantaban a las 6 hasta que se acostaban a las 20. Sin
hablar y sin moverse. Sin hablar quiere decir sin pronunciar palabra
durante todo el día y sin moverse quiere decir sin siquiera girar la
cabeza... un compañero dejó de figurar en la lista de los interrogadores
por alguna causa y de esta forma quedó ‘olvidado’... estuvo sentado,
encapuchado, sin hablar y sin moverse durante 6 meses, esperando la
muerte” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de Campo de
Mayo).
“En ese lugar, la privación de libertad no parecía medirse en horas, sino
en semanas y meses. El tiempo de los habitantes de la casa marchaba a
un ritmo distinto al del mundo exterior. Esa percepción acentuó mi
sensación de impotencia. Sentí que ingresaba a una nueva dimensión
temporal” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de Mansión
Seré).
“En esa posición, literalmente colgado a una distancia aproximada de
30 centímetros del piso, estuve por un espacio de tiempo que no es
posible determinar en horas, sino en dolor. Se pierde, por el gran
sufrimiento que causa esta forma de tortura, toda noción de tiempo
formal” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido).
Vaciar de sentido el presente fue una de las pretensiones de los militares. Anular toda idea
de futuro en los detenidos, era la otra intención íntimamente ligada y complementaria a
ésta. Ambas estrategias buscaban quebrar la resistencia. La muerte como un horizonte
inmediato -más cerca en los centros y algo más lejano, pero posibilidad cierta en las
cárceles- tendía a provocar la parálisis en ese presente en el que no se sabía qué ocurriría
un día, un minuto, un instante después. Ese destino de la muerte como inapelable y al
mismo tiempo incierto impuso una inmensa angustia en los detenidos. “Cuando la muerte
se administra a voluntad, haciendo exhibición de una arbitrariedad intencional, el poder se
afirma como absoluto e inapelable” (Calveiro, 2001: 54).
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“El único mundo era el presente, sin expectativa de futuro. El hoy
absoluto sin proyecto” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la
ESMA).
“El tiempo allí adentro, por la proximidad de la muerte, no tenía la
duración habitual” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La
Perla).
“Yo no podía pensar en la vida o la muerte. Era una masa de tiempo
suspendida para siempre, era como el fin de la historia. Después de eso,
nada nunca más” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la
ESMA).
“Pensaba que sería triste morirme a los 19, sin haber llegado a ser lo
que había soñado en la vida, sin haber tenido hijos” (Testimonio de un
ex detenido-desaparecido de la ESMA).
“Nuestro futuro estaba totalmente cerrado. Nada podíamos hacer para
modificar esa realidad. No sabíamos lo que sucedería en el día o tal vez
en el momento siguiente” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de
La Perla).
En las cárceles, los presos políticos a disposición del PEN no fueron enjuiciados y por lo
tanto no tenían condena. “Era como estar preso a la eternidad”, asegura uno de los
detenidos de la cárcel de Coronda. En este caso, la incertidumbre del fututo bloquea uno de
los principales mecanismos de supervivencia que posee cualquier preso común:
contabilizar el tiempo sabiendo que cada día es un día menos.
LA MÁQUINA
La magnitud de las transformaciones que proyectaron los golpistas a nivel económico, con
el objetivo de profundizar el sistema de producción capitalista, tuvo un directo correlato en
las políticas que se aplicaron dentro de las instituciones totalizadoras. Este modelo
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económico se enmarcaba en una concepción del trabajo en el que cada sujeto funciona
como un engranaje de esa gran maquinaria que planifica racionalmente pautas rigurosas de
tiempo y movimiento. A través de una línea de montaje en la que cada individuo debe
realizar una tarea específica, con una clara separación entre dirección, concepción,
ejecución y control de calidad del proceso de trabajo, se lograba obtener la mercancía. En
las instituciones totalizadoras “el plusvalor obtenido no sería del orden de lo material sino
de lo político y de lo simbólico: la derrota humana y política del sujeto, como materia
prima que debe ser transformada en una mercancía funcional y obediente al nuevo sistema
que la dictadura estaba construyendo en la Argentina” (Ricciardino, 2004). Incluso los
eufemismos utilizados por los militares como “chupar”, “mandar para arriba”, “mandar al
pozo”, “traslado”, “bultos”, “paquetes” o “casa operativa” refuerzan esta idea de los
centros clandestinos como una gran máquina en funcionamiento.
Si bien ni los centros ni las cárceles se constituyeron como espacios destinados al trabajo
esclavo, como lo fueron los campos de concentración nazis, sí se impusieron ciertas tareas
que los detenidos estaban obligados a cumplir. En el caso de los centros en ello se jugaba
la posibilidad de permanecer más tiempo con vida, como aparece en los testimonios que
hablan de la conformación de “staffs”. En las cárceles los trabajos estaban orientados al
mantenimiento y al “buen” funcionamiento del penal. En ambas instituciones se impuso
una racionalidad y tratamiento del cuerpo en términos productivos, y al mismo tiempo, se
utilizó el trabajo para humillar, denigrar y castigar a los prisioneros, lo que constituía un
nuevo espacio para reforzar su poder.
“Trabajar era prolongar la vida. Verónica me había dicho que me iban
a ofrecer trabajar y que yo debía aceptar, porque era la única
posibilidad de sobrevivir y poder contar luego lo que había pasado allí
dentro” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
Muchos testimonios de sobrevivientes de distintos centros dan cuenta de que se diferenció
a los detenidos según tres destinos: una inmensa mayoría que seguían “la ruta” secuestro-
tortura-permanencia-muerte; otra mínima que fueron seleccionados y aceptaron ser parte
constitutiva del grupo de tareas colaborando directamente en la represión, interrogando y
torturando a otros “compañeros”; y una tercera, también ínfima, que por su historia
política, capacidad personal o nivel intelectual cumplieron funciones de diversa utilidad
58

como recopilación de recortes periodísticos, clasificación de los elementos robados en los
operativos, mantenimiento del campo como electricidad, carpintería.
La existencia de estos pequeños grupos de trabajo no fue una política generalizada en todos
los centros, pero sí se dio excepcionalmente en algunos. Cuando los secuestrados eran
incorporados a algunos de los dos grupos de trabajo, generalmente llamados mini-staff y
staff, les eran mejoradas gradualmente sus condiciones de permanencia a partir de cambios
en las comidas, mejora de los lugares para dormir, el retiro progresivo de la capucha y
hasta el contacto con el exterior. Incorporándolos a esta dinámica los militares buscaban
“reeducar” y “remodelar” a los militantes. Esto mostraba la omnipotencia
concentracionaria en acción, a tal punto que hasta la elección de quienes debían integrar
esos grupos era muchas veces arbitraria.
“El único hilo conductor que encuentro en la selección de la gente para
trabajar (en el staff) es la arbitrariedad. Sobre eso puedo asentar las
características personales, las habilidades, el ser alguien con cierto nivel
político dentro de la organización, el momento de la caída, pero siempre
partiendo de la arbitrariedad. Eran dueños absolutos de los
secuestrados. Podían elegir qué hacer y con quién” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de la ESMA).
Por otra parte el establecer una diferenciación entre los detenidos instauraba una trama de
insidias y desconfianzas que minaban posibles redes de relaciones. El imaginario que
recaía sobre quien era incorporado a algunas de estas tareas se asociaba directamente con
la traición, la delación y el quiebre. Pero como al mismo tiempo integrar esos grupos
alimentaba la esperanza de sobrevivir, aunque no fuera ninguna garantía real, y le daba un
halo de humanidad a su situación, generaba una contradicción y una angustia en quienes
tenían la posibilidad de incorporarse.
“Me habían dicho que me iban a ofrecer trabajar. (...) A mí me parecía
indigno, una contradicción en una militante que se veía tan
comprometida, dura y firme” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
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“Cuando se presentó la oportunidad de incorporarme a trabajar no me
resultó fácil disociarlo de la idea de colaboración, después entendí que
era una forma de poder circular” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
El trabajo bajo la racionalidad capitalista opera como una fuerza homogeneizadora que
intenta reducir al individuo a mero instrumento, a un producto calculado y deliberado de la
subordinación y el control. El trabajo abstractamente medido en tiempo y dinero subsume
todo bajo la forma de objetividad de lo utilizable. Todo uso soberano de la potencia
creadora del cuerpo o liberación de su subjetividad, queda excluida de ese sistema que,
como afirma Lewis Mumford, es autoritario y se caracteriza por un control político
centralizado donde “el centro de la autoridad ya no es una persona visible sino el propio
sistema, invisible pero omnipresente” (Mumford, 1989: 129).
Este cerco político del cuerpo va unido, de acuerdo con unas relaciones complejas y
recíprocas, a la utilización económica del cuerpo como fuerza de producción. Pero su
constitución como fuerza de trabajo sólo es posible, según Foucault, “si se halla prendido
en un sistema de sujeción en el que la necesidad es también un instrumento político
cuidadosamente dispuesto, calculado, utilizado” (Foucault, 1989: 32).
En las cárceles el trabajo al que estaban obligados algunos de los presos fue utilizado para
imponer una práctica individual y como vehículo para la división e incluso el
enfrentamiento entre los compañeros.
“La fajina debía ser hecha por dos compañeros rotativamente durante
una semana. Incluso se intentaba ‘institucionalizarlos’ como
transmisores de órdenes vejatorias y represoras contra los compañeros,
respondiendo ellos, so pena de castigo, cuando no ocurriera así. Los
militares buscaban destruir la solidaridad organizada de los presos y el
apoyo mutuo y alentar el egoísmo, la salida individual y la delación. Por
ejemplo cuando ordenaban: ‘dígale a sus iguales que bajen la voz’ o
‘avise que no se pueden reunir en grupos mayores de tres’” (Testimonio
de un ex preso político de Rawson).
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El trabajo es una necesidad esencial que provee el sustento del hombre y es el factor
determinante de su humanización y de su realización como persona. El hombre que no
trabaja se siente inútil. Contradictoriamente, muchas de las tareas que se imponían a los
presos carecían de sentido. Su valor no era una mercancía material. No se producía nada.
En realidad sí, el trabajo “irracional” producía otro tipo de plusvalor: la humillación y la
frustración.
“¡Todo el mundo a limpiar pisos, paredes, zócalos, puertas, ventiletes,
mesadas! Nos obligaban a fregar y limpiar diariamente, hasta cuatro
veces aunque estuviera limpio, sin elementos de limpieza o dándonos
escobas con un mango de 40 centímetros para tener que hacerlo en
cuclillas. Sobre lo que limpiábamos ellos escupían o tiraban basura para
que lo hagamos nuevamente” (Testimonio de un ex preso político de
Rawson).
El objetivo del trabajo sin sentido y denigrante desgasta al preso, quien comprende que
está haciendo algo que no sirve y que además no desea hacer, pero que igual debe realizar.
La repetición de este tipo de trabajo busca que se acepte algo frustrante y denigrante como
si fuera natural y finalmente busca su sumisión dejando bien claro quién es el que manda.
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CAPITULO IV. INFRAPOLÍTICA
LA RESISTENCIA
“Ningún orden social dominante y por lo tanto ninguna cultura dominante
verdaderamente incluye o agota toda práctica humana,
toda la energía humana y toda la intención humana”
(Raymond Williams)
“Un acto, un gesto, una palabra bastan
para cambiar cualquier constelación”
(Hannah Arendt)
Hasta aquí dimos cuenta de las estrategias que elaboró la dictadura para lograr un
despliegue tal de su poder que borrara cualquier oposición al proyecto de país que quería
imponer. Sus métodos dentro de las instituciones totalizadoras intentaron transformar a los
cuerpos en dóciles y funcionales. Así como indagamos las tecnologías de la dominación, es
necesario y hasta imprescindible que analicemos las formas y los contenidos en los que se
manifestó la resistencia de sujetos que se negaron a ser manipulados y demostraron su
capacidad soberana de determinación.
Como ya dijimos, no existen relaciones de dominación sin resistencia, aunque el poder
intente aparecer -y ésa es justamente una de sus pretensiones- como total. La sumisión
nunca es total. Siempre hay algo que se escapa al control absoluto que pretende el poder.
Entre esas grietas se fugan prácticas. Habría que analizar si estas prácticas sólo surgen
como capitalización de esos instantes, de esos espacios vacíos que no logra totalizar el
poder, o si se trata también de espacios que se conquistan, construyen y defienden en la
lucha por la apropiación de un territorio en disputa.
Ya sea que las prácticas de resistencia se originen en los puntos de fuga, en los agujeros
negros del poder, o se den de manera organizada, conciente y colectiva como verdaderas
acciones políticas que disputan y construyen un nuevo territorio, de cualquier manera, se
caracterizarán por ser ocultas a un poder que -de ser evidentes- las intentaría destruir. La
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epresión golpea esencialmente sobre la apariencia pero pocas veces alcanza lo que
discurre como un río subterráneo.
Bajo las condiciones en las que estuvieron los detenidos en las instituciones totalizadoras
la única manera en la que podía manifestarse la resistencia era a través de prácticas ocultas
ya que el poder siempre intentará avanzar sobre todo lo que perciba que se le fugue. Lo que
aún no podríamos afirmar es si su carácter de ocultas convierte a estas prácticas en meros
espacios de evasión frente a las condiciones de dominación, es decir, si constituyen sólo
una inversión simbólica que alivia tensiones sin cuestionar y por tanto sin intentar
modificar la realidad que se le impone; o si por el contrario, ese ocultamiento constituye
una estrategia -conciente y planificada- de la resistencia para garantizar un terreno concreto
que permita el ejercicio de una vida política clandestina.
Esta resistencia oculta, sin embargo, no es inasible, ya que existe sólo en la medida en que
es practicada, articulada y manifestada. Por lo tanto, tomaremos esas prácticas visibles para
analizar la forma que tomó la resistencia en cada una de esas instituciones. Las
estudiaremos allí donde toman cuerpo en técnicas e instrumentos de acción material porque
es allí donde producen sus efectos concretos y porque su ejercicio es más real y eficaz
dentro de las mismas relaciones de poder.
Si entendemos que el poder no se posee sino que se ejerce, que nunca está en manos de
alguien ni se aplica a los individuos sino que transita a través de ellos, que funciona y se
realiza a través de una organización reticular, donde los individuos no sólo están puestos
en la condición de sufrirlo sino de ejercerlo, comprenderemos que no habrá relación de
dominación si no hay un dominado que asuma su sujeción. Como el individuo no es un
blanco inerte del poder, es que puede constituirse como fuerza opositora de resistencia
para boicotear al dominante. “Que no se pueda estar fuera del poder no quiere decir que se
está de todas formas atrapado”, dice Foucault (Foucault, 1979: 170).
“La inmovilidad significaba la derrota. Así se entendió y se vivió la
política, a través de una estrategia de desobediencia que contemplaba la
posibilidad de modificar la situación en tanto no se la visualizaba como
de fatalidad inmodificable” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
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Al constituirse como una forma de interpretar y obrar sobre el mundo, estas prácticas de
resistencia se instituyen como discursos que ponen en movimiento un accionar político.
Por lo tanto, no podemos disociar la producción de discursos de las relaciones de poder.
Pero estos discursos no se manifiestan únicamente a través del lenguaje sino que forman
parte de una inmensa gama de prácticas que confieren sentido y que, al abrir campos de lo
posible, permiten una acción sobre la realidad.
A través de estas prácticas, los sujetos instituyen sentido en nuevos discursos en los que sin
embargo existe una permeabilidad de sentidos anteriores, ya instituidos. Las
significaciones del pasado funcionarían, en términos de Raymond Williams, como
elementos residuales, es decir, como elementos que habiendo sido formados con
anterioridad todavía se hallan en actividad dentro del proceso cultural como efectivos
elementos del presente (Williams, 1980). Esas narrativas del pasado son reasumidas por el
sujeto en cada una de sus prácticas actuales. Teniendo en cuenta este repertorio que
indefectiblemente forma parte de las prácticas emergentes, no podemos ignorar cómo la
militancia política que traían las personas detenidas en las instituciones totalizadoras tendrá
incidencia en la conformación de la resistencia.
“La gente que se volvía más loca era la que estaba ahí sin saber por qué.
Se podía soportar más lo que se vivía si se estaba preparado
ideológicamente. Si comprendías que te reprimían porque eras una
amenaza para el sistema” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido
de la ESMA).
“Los militantes populares y los trabajadores, más acostumbrados a
esperar acciones represivas, captaban más rápidamente los peligros”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La Perla).
“El tipo de militancia que teníamos a medida que avanzaba la represión
nos llevó a una práctica de simulación ante los demás que luego nos
sirvió para resistir dentro de la ESMA. Tal vez por eso pudimos
desarrollar la estrategia de fingir para defendernos de los marinos”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
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“Éramos militantes populares: estudiantes, campesinos, trabajadores,
intelectuales. El sistema de organización que existía en las agrupaciones
políticas, existió en nuestra concientización de la lucha, en mantener la
identidad (dentro de la cárcel)” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
El motor de esa militancia había sido la construcción de un proyecto de país movilizada
por una utopía. Bronislaw Baczko sostiene que “los sueños sociales toman consistencia en
y gracias a las utopías (porque es desde ella que) se organizan conjuntos coherentes de
ideas-imágenes de una sociedad-otra, en oposición y en ruptura con el orden dominante”
(Colombo, 1982: 223).
En esta utopía lo que entraba en juego era una determinada circulación de valores, un
determinado sentido de las prácticas en el que la actividad singular de cada uno era
organizada para la emancipación de todos. La construcción de este proyecto suponía
también la construcción de un “hombre nuevo” cuyos principios básicos eran la
solidaridad, el compañerismo, la libertad, la igualdad, la justicia y la dignidad.
André Gorz sostiene que “si una utopía se hunde lo que entra en crisis es toda la
circulación de los valores que regulan la dinámica social y el sentido de las prácticas”
(Gorz, 1991, 20). Por eso consideramos que es necesario tener en cuenta que la etapa
histórica que atravesaba el proyecto de emancipación al momento de detención los presos
políticos era diferente que la que existía cuando miles de personas fueron secuestradas y
llevadas a centros clandestinos.
Como ya hemos destacado, la mayoría de los presos políticos fueron detenidos uno o hasta
dos años antes del golpe militar, es decir en un momento en que las organizaciones
políticas y guerrilleras estaban en pleno funcionamiento ya que aún no habían sido
desarticuladas.
“Para muchos compañeros de las distintas organizaciones que poblamos
las cárceles de Argentina existía la fuerte convicción de transitar por un
proceso histórico de grandes cambios, del que éramos protagonistas
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directos. Vivíamos la detención y el encarcelamiento como una situación
transitoria. Ocuparía sólo un espacio limitado de nuestras vidas, ya que
la posibilidad de llegar al poder como máxima aspiración revolucionaria
estaba en curso. De ese proceso no podíamos estar ausentes. Para ello
debíamos estar siempre preparados. Si hay un signo distintivo de esta
generación es la determinación para vencer todos los obstáculos que el
enemigo nos pondría en el camino de la transformación de nuestra
patria. Y la cárcel era uno de ellos” (Testimonio de un ex preso político
de Coronda).
Esta moral de victoria con la que cayeron presos los militantes entre 1974 y 1976 fue
sostenida dentro de la cárcel durante varios años más. El golpe de marzo no los afectó de
una manera tan fuerte como a los que estaban aún militando afuera. Si bien la política de
aislamiento era una medida para quebrar a los presos políticos, en este caso,
paradójicamente, permitió que la magnitud de la derrota y el desmembramiento de las
organizaciones no llegaran hasta las celdas.
“Creo que mucho contribuyó el propio aislamiento que aplicaba el
enemigo, que hacía que prácticamente todo el proceso externo de
derrota que se vivió desde el año 76 hasta el 80 no se trasladara hacia
adentro de la cárcel, porque había una escasez de información que
imposibilitaba tomar conciencia de la magnitud de la derrota. Entonces,
me parece que había un estado de ánimo que reflejaba toda una etapa
anterior donde había luchas, resistencia, donde había una ilusión de que
se avanzaba hacia la revolución y una fuerte vida colectiva interna que
posibilitó una moral realmente ejemplar” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
“El proceso de toma de conciencia de nuestra derrota fue largo, lento y
desgarrador. Tardamos tres años o más, hasta 1980, en asimilar no sólo
nuestro fracaso sino en comprender también el profundo repliegue en el
que se habían sumido las más amplias masas argentinas (…) lo cual nos
permitió resistir y preservarnos con dignidad” (Testimonio de un ex
preso político de Rawson).
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Los presos transformaron la cárcel en una retaguardia de su lucha. Sus acciones dentro del
penal fueron organizadas gracias a que aún persistía en ellos un proyecto colectivo. Las
prácticas en este nuevo territorio se constituyeron sobre la misma base que ellas habían
adquirido en libertad. A pesar de las condiciones desequilibrantes de la cárcel, reordenaron
su ámbito de acción con la certeza de que, justamente, las relaciones sociales solidarias
eran el blanco de la dictadura. Allí donde los militares apuntaron para desarticular la lucha,
organizaron la resistencia.
Sin embargo no basta con esta historia de militancia para dar cuenta de porqué se
estructuró de manera colectiva la resistencia. El momento de caída, las condiciones
políticas en las que se encontraba el país en ese momento, la fuerte convicción de que su
proyecto de revolución era posible, la plena confianza en el funcionamiento y apoyo de las
organizaciones a las que pertenecían, la situación de “legalidad” que implicaba estar presos
en una cárcel y, finalmente, el aislamiento en el penal que les permitió ser menos
permeables a la derrota de ese proyecto, fueron factores que permitieron reactualizar
aquellas prácticas políticas basadas en un modo de funcionamiento orgánico. Así las
prácticas emergentes que los presos políticos pusieron en marcha estuvieron
indefectiblemente teñidas por las características de la etapa histórica previa a su detención.
“Nuestra organización se mantuvo a través de mecanismos más
clandestinos. La coordinación entre las distintas fuerzas, el concertar las
políticas, el consensuar las campañas, el acordar las denuncias que se
hacían hacia fuera, posibilitó que el pabellón 5 de los presos políticos
continuara teniendo un muy alto nivel de vida política y de resistencia”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“La Coordinadora era el organismo clandestino que representaba a
todos los presos del pabellón. Ahí se discutían todos los problemas y se
formulaban las políticas respaldadas y llevadas a la práctica por todos
en la lucha por la resistencia al penal y la dictadura. Ahí se
determinaban las tareas abiertas o encubiertas que, basadas en la
solidaridad y unidad ante el enemigo común, nos permitía sobrevivir
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mediante una vida, una práctica social paralela” (Testimonio de un ex
preso político de Rawson).
Si bien el plan de desaparición de personas había comenzado a funcionar desde 1975, fue
recién después del golpe que cobró tan enormes dimensiones. Este recrudecimiento de la
represión también modificó el sentimiento y la capacidad de reacción de los militantes. Si
hasta entonces el temor venía operando de tal manera que permitía una previsión
calculadora del peligro y, por lo tanto, la elaboración de estrategias de cautela; a partir de
la llegada de los militares al gobierno el miedo se transformó en terror. La arbitrariedad y
la imprevisibilidad que desplegó la dictadura generaron sobre los individuos un pánico que
bloqueó el control que tenían sobre sí mismos y activó la incertidumbre.
En ese sentido, los testimonios dan cuenta de que en el momento de caída en los centros
clandestinos existía un alto grado de deterioro en los militantes provocado por el acelerado
desmembramiento de las organizaciones revolucionarias que, con el aumento y la
sistematización de la represión, debieron pasar a la clandestinidad. Sus integrantes entraron
así en una rueda de pérdida de amigos, viviendas, y todo punto de referencia que los sumió
en una gran soledad. Aunque esta situación provocó que muchos dejaran la militancia no
evitó la necesidad de mantenerse clandestinos para preservar su vida. Estos son algunos de
los motivos que permiten entender porqué aún antes de ser detenidos vivían una sensación
de derrota.
“No estábamos militando, teníamos el estigma de haberlo hecho y
sentíamos la obligación moral, el deseo, la necesidad y el compromiso de
militar sabiendo que no podíamos. Eso favoreció las caídas. Uno estaba
como muerto en vida, sin militancia y sin proyecto alguno…habíamos
bajado los brazos, era tanta la soledad” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
“Me parece que, desde el punto de vista del deterioro una cosa era caer
en el ‘76, otra en el ’78 y otra en el ’80. En el ’74 y ’75 la gente que caía
casi nunca cantaba, el deterioro era mucho menor porque existía esa
cosa que uno tenía adentro: ese fuego, esa confianza en la victoria, la
69

sensación de tener la utopía al alcance de la mano” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de la ESMA).
“Yo creo que caer fue como decir: bueno, ya está. A medida que pasaban
los años, uno iba resistiendo más tiempo y desgastándose más. Si
hubiera sido en el 73 ó 74, nuestro ánimo habría sido otro, la
hubiéramos peleado diferente. Cuando caímos, ya teníamos una moral
de derrota. Estábamos derrotados internamente” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de la ESMA).
Para entender la forma que asumió la resistencia dentro de los campos, debemos analizar
esta sensación de derrota en el marco de las múltiples condiciones de deterioro físico y
psíquico que sufrieron los militantes en los centros y la sensación certera de un destino de
muerte. Lo principal era, entonces, sobrevivir y recuperar la humanidad que pretendían
aniquilar los represores.
“Cuando caí, pasados los primeros días, sentí de alguna manera un
alivio. Sentía que algo peor que eso ya no podía pasarme. Lo único peor
era la muerte y allí era donde uno ponía el siguiente límite. Ahí aparece
la locura del después, de cómo sobrevivir. Pero el fantasma de no saber
dónde vivir, dónde dormir, de que en cualquier momento te chuparan, se
había esfumado” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la
ESMA).
Más allá de preservar la vida, los detenidos de ambas instituciones expresan en sus
testimonios la necesidad de no dejarse arrasar como sujetos. Pero la forma que asumió la
resistencia no fue la misma en uno y otro lugar, ya que también fue distinta la manera en
que construyeron su identidad dentro cada uno de los lugares de detención. Si entendemos
que “las personas y los grupos se identifican de ciertas maneras o de otras en contextos
históricos específicos y en el marco de relaciones localizadas” (Grimson, 2000: 29)
comprenderemos cómo incidieron para la conformación de un “nosotros” en uno y otro
lugar, el momento de caída, las condiciones materiales a las que fueron sometidos, y las
relaciones con los compañeros y los represores.
70

Antes de describir las condiciones en las que se dieron estas relaciones, es importante
aclarar que la conformación de redes estables en los centros fue mucho más difícil que en
las cárceles. Al ser los centros un mero lugar de tránsito hacia la muerte, los traslados
rompían permanentemente los vínculos interpersonales que se podían establecer. Si bien en
las cárceles existían derivaciones a otros penales, la permanencia en cada uno era
prolongada y en la mayoría de los casos convivían durante meses o años.
Si las identidades se construyen en el marco de un territorio tanto material como simbólico
que delimita un nosotros/ellos, vemos que en los centros clandestinos, una de las primeras
dificultades para esta delimitación lo constituía la falta de reja. La convivencia represores-
reprimidos en un espacio difuso, agravada en el caso de los detenidos que ingresaban a
trabajar en el staff, hacía que territorialmente no pudiera delimitarse una frontera que en el
caso de los presos políticos se dibujaba muy clara. Para ellos la celda era el terreno que
dibujaba un límite preciso que los separaba de sus verdugos. En los centros, la no
delimitación influyó en la constitución de otro tipo de vínculo con los militares y con los
propios compañeros.
“Una de las cosas más difíciles de sobrellevar fue la relación perversa
con los represores. Nosotros éramos secuestrados, los marinos eran
dueños de nuestra vida, pero circulábamos y debíamos hablarles como si
nada pasara, como si la cotidianeidad en el campo fuera lo normal”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
Los detenidos asumían un rol que creían les garantizaría mantenerse con vida por más
tiempo. Esta simulación para ser realmente eficaz debía sostenerse también frente a los
compañeros. Aparentar estar “recuperado” ante los ojos del represor implicaba muchas
veces el riesgo de que los compañeros lo vieran como un “colaborador”. Esto generaba una
desconfianza que dificultaba las relaciones y por tanto la conformación de grupo.
“El objetivo era durar; esto dependía de los interrogadores. Se debían
establecer relaciones personales con ellos para no pasar desapercibido
como un simple número. Para eso era necesario mantener una
simulación permanente a través de la cual uno se mostrara
71

“reeducado”, teniendo que aparentar colaboración” (Testimonio de un
ex detenido-desaparecido de La Perla).
“El marco de la relación humana entre la mayoría de nosotros era la
desconfianza. Permanentemente había que simular entre todos y ante
todos. No se sabía cuáles podían ser las reacciones posteriores ante
nuevas presiones. Hasta la mera expresión de nuestros sentimiento ante
lo que allí sucedía era peligroso” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de La Perla).
“Siento que primaba la desconfianza. Por ahí existían miradas con
cierta complicidad, pero no recuerdo entre nosotros grandes gestos
solidarios. Si bien el trato era cordial, no parecíamos compañeros que
poco tiempo antes habían estado peleando por un ideal común”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
La simulación no sólo proyectaba un sujeto recuperado sino también un sujeto sin historia,
sin vínculos con el pasado. La asunción de este “disfraz”, bajo el cual podía jugarse la
vida, terminaba afectando hasta la propia personalidad. La constante simulación sumada a
la desconfianza (no existían certezas de que todos realmente estuvieran simulando)
provocaba la sensación de estar bajo un control total que hasta llegaba a internalizarse en
los detenidos. Esta situación donde el Gran Ojo parece multiplicarse en cada individuo
puede homologarse a la plenitud de la función panóptica de la que habla Foucault, en la
cual “cada uno según su puesto, está vigilado por todos los demás, o al menos, por alguno
de ellos; se está en presencia de un aparato de desconfianza total y circular porque carece
de un punto absoluto. La perfección de la vigilancia es una suma de insidias” (Foucault,
1980b: 8).
“En La Perla lo ‘correcto’ era ser instrumento de ellos y el que no lo era
debía simular muy bien que lo era” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de La Perla).
“Un día trajeron a una compañera para verme. Me agarró un alegrón
porque la conocía de La Plata y sentía que podía aferrarme a esa cara.
72

Yo le decía ‘no te acordás?’ y ella ‘no, la verdad es que no’. Yo no
entendía nada. Después entendí que era mejor simular no conocerse
para que no pudieran cruzar datos y encontrar contradicciones entre las
mentiras que cada uno había dicho” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
“Si se quería sobrevivir había que fingir ante los represores que los
incesantes chupes, los gritos de los interrogados, los traslados no
significaban nada, no conmovían” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
“Todos teníamos distintas estrategias de sobrevivencia. Cada uno
asumía un rol, un personaje. Internamente, tal vez de modo instintivo,
uno percibía por qué lo habían seleccionado para trabajar y se adaptaba
a eso, se anquilosaba, se acomodaba en ese rol. Pero no sólo el rol en
cuanto al trabajo, sino que esa adaptación comprometía nuestro mundo
interno, nuestra personalidad. Toda nuestra subjetividad se acomodaba
a esa relación con ellos. Debías adaptarte día a día a lo que te parecía
que no les molestaba, tratar de ser lo que ellos esperaban de uno”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
En los centros la posibilidad de sobrevivir parecía depender de destacarse individualmente
del grupo -por una habilidad o una capacidad- y diferenciarse del resto, para ganar la
atención de alguno de los represores y lograr su “apadrinamiento”. Las estrategias que
pudieron desplegarse en ese sentido fueron principalmente individuales. Si bien algunos
testimonios dan cuenta de que entre compañeros se transmitió cierto saber sobre qué
actitudes eran convenientes adoptar, lo cierto es que cada uno de los detenidos buscó su
propia manera de establecer ese vínculo con el represor.
“Los ‘padrinos’ intentaban llevar adelante su plan para liberar a su
apadrinado, y cada uno de nosotros aprovechaba las circunstancias
tratando de fortalecer en la mente de los militares la idea de nuestra
‘recuperación’, para generar hechos consumados que hicieran
73

irreversibles las concesiones” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de La Perla).
“La Chiqui enseguida me dijo: tratá de pedir ropa limpia, nosotras te
vamos a prestar, vamos a darte maquillaje para que vean que estás
mejor. A mí me parecía un delirio, pero ese era un código interno y ella
me lo revelaba” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la
ESMA).
“Vos orejeabas ¿a ver cómo me tienen catalogado?, ¿cómo les resulto
funcional y simpático? y seguías por ese carril. (...) Nuestra estrategia de
superviviencia tenía que ver con la imagen que ellos se habían formado
de nosotros que, tal vez, oscura e indirectamente, tuviera que ver con el
criterio de selección” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la
ESMA).
En las cárceles, en cambio, destacarse del resto no modificaba la situación del detenido. Si
bien existió un régimen por el que se dividía a los presos en “recuperables”, “poco
recuperables” o “no recuperables”, la pertenencia a estos sectores no dependía de actitudes
personales dentro del penal sino, más bien, de la caracterización basada en una supuesta
“peligrosidad” que los militares hacían según la historia de militancia y la jerarquía que
habían ocupado dentro de las organizaciones. En los testimonios sólo aparece la
simulación como una estrategia colectiva frente a las Juntas de Calificación que
determinaban a qué sector del penal se era destinado. En realidad, más que evaluar la
recuperación o no del preso, estos militares, en su mayoría preparados para hacer
inteligencia, buscaban obtener información sobre las actividades del pabellón y la conducta
de otros compañeros.
“Uno de los componentes principales de la defensa colectiva del
pabellón era lograr comportamientos homogéneos para evitar que los
carceleros pudieran diferenciar a algún compañero para centrar su
hostigamiento allí. Por ejemplo, si un compañero termina último de
comer el celador le dirá ‘por qué usted termina último, sus compañeros
ya terminaron todos’” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
74

En la vida carcelaria individualizarse podía implicar ser blanco de mayores castigos por
parte de los carceleros y, al mismo tiempo, un aislamiento del resto de los compañeros. La
mayoría de las acciones de los detenidos estaban organizadas en función de todo el
conjunto ya que entendían que si la represión recaía sobre las individualidades sería mucho
más efectiva. La mejor forma de resistir era apoyándose en la contención del grupo, en
soledad se era más frágil y vulnerable.
“Procurábamos que fueran concientes de que el ofrecimiento de mejorar
las condiciones de vida y trato eran mentiras y que debían defender su
dignidad, que la conservación de la salud física, psíquica y moral
individual sólo era posible contribuyendo a fortalecer el organismo
colectivo, defendiendo la integridad y luchando por los derechos de los
presos políticos” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“Los servicios de inteligencia de Santa Fe que a partir del 77
comenzaron a sacar presos para ampliar su indagatoria por medio de la
tortura, se asombraban al ver que gente que al ser detenida había sido
doblegada y había aportado datos, llegaba ahora mucho más dura y
decidida a enfrentar cualquier cosa” (Testimonio de un ex preso político
de Coronda).
“Fue como haber entendido enseguida, instantáneamente, casi
intuitivamente, de que solos, cada uno por su lado, no íbamos a ningún
lado, y que teníamos que contar con los que estaban alrededor nuestro y
seguir ese rumbo organizativo para sobrevivir” (Testimonio de un ex
preso político de Coronda).
INSURRECCIONES CONTRA LA MIRADA
“La celda es un territorio en lucha para el preso,
porque no es de su propiedad pero vive en ella,
no alquila, pero la piensa y la vive como propia.
75

Sus lugares visibles e invisibles, sus secretos,
son el resquicio para construir su resistencia”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda)
“El rebelde puede hacerle, con la uña, una rayita al muro.
Después viene otro rebelde y descubre la rayita y la ahonda.
Así pasan unos y otros.
El muro se va debilitando y alguna vez
terminará por resquebrajarse”
(Subcomandante Marcos)
“Del otro lado de la reja está la realidad,
de este lado de la reja también está la realidad;
la única irreal es la reja”
(Francisco Urondo)
La dictadura impuso en las cárceles y los centros una determinada organización territorial
con el objetivo de controlar la totalidad de los cuerpos y sumirlos en un campo de
visibilidad tal que hiciera imposible todo resquicio para la resistencia. Encerrar a los
cuerpos en esas instituciones totalizadoras llevaba la intención de desterritorializarlos, no
sólo de un espacio exterior, es decir de la sociedad, sino incluso simbólicamente de una
praxis política.
Pero los cuerpos no fueron tan sumisos como pretendió la dictadura. El espacio se
convirtió en el territorio en el que se dio una lucha por alterar las relaciones de poder
impuestas. Frente a la desterritorialización, los detenidos intentaron re-localizarse, avanzar
en la posesión de ciertos lugares significativos y re-actualizarlos desde una dimensión
social. La experiencia en este espacio cobrará sentido entrelazada con otros campos de la
experiencia asumidos activamente. Burlando el control y la regularidad cotidiana,
produjeron una nueva sociabilidad, una nueva vida comunitaria.
Frente a la compartimentación y el aislamiento, los detenidos buscaron recomponer el
territorio desgajado. Sus cuerpos traspasaron muros, tabiques y prohibiciones, vencieron la
quietud, rompieron la soledad. Miraron a pesar de la oscuridad de sus capuchas,
escucharon detrás de las gruesas paredes. Sus sentidos no entraron en un estado de latencia,
76

sino que se potenciaron. Lo que sus ojos no podían ver, sus oídos lo identificaban; cuando
la voz fue silencio, el tacto se hizo caricia. Ante la desidia que la reclusión pretendía
instalar en los cuerpos, pequeños movimientos recrearon un espacio propio y provocaron
nuevos encuentros.
“Cualquier actitud que sirviera para burlar a los represores,
para no adaptarnos y transformarnos en lo que ellos querían,
nos hacía reafirmar nuestra condición de seres humanos”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La Perla).
“A medida que pasaban los días uno intentaba reubicarse en el
horror cotidiano de esa situación. Había que aprender a moverse
dentro de la inmovilidad para que el cuerpo no se entumeciera; a
caminar sin tambalearse, perdiendo el miedo a caer o tropezar
con objetos invisibles cuando éramos llevados por la guardia al
baño. Agudizar el oído para reconocer ruidos, escuchar un
murmullo o volvernos sordos ante los gritos desgarradores de los
torturados, o comer de memoria, ubicando el plato y alzando la
mano exactamente hasta la altura de la boca” (Testimonio de un
ex detenido-desaparecido de La Perla).
“Los ruidos eran un indicador importante para nosotros, y saber
reconocerlos se hacía sustancial para nuestra supervivencia. Un
golpecito en la pared anunciaba que el pabellón estaba ‘limpio’ y
podíamos dedicarnos tranquilamente a nuestras tareas. Dos
golpecitos era la ‘isa’, indicando que la calma había terminado y
algún yuga se paseaba por los pasillos. En los horarios en que no
estábamos protegidos por nuestro sistema de seguridad,
aguzábamos el oído tratando de escuchar los pasos de los botones
y hasta podíamos detectar el susurrar casi imperceptible de la
mirilla al deslizarse, lo que delataba la presencia de un yuga
espiándonos” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
77

“En esa lucha tremenda, libertad significaba a veces pasarse
horas enteras levantándose levemente la venda, con movimientos
de nariz. O abrazarnos a escondidas en el baño a modo de
reencuentro o despedida, con algún compañero que habíamos
simulado no conocer” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de La Perla).
“Los gestos de solidaridad entre muchos secuestrados fueron
múltiples, y esto en cierta medida permitió a quienes de una u otra
forma compartimos esos gestos, mantener un mundo propio y no
sucumbir en el proceso de enajenación al que estábamos
sometidos” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La
Perla).
La dictadura organizó los espacios bajo su pretensión de visibilidad total de los cuerpos.
Para escapar a esa mirada los detenidos pusieron en práctica un sistema de
despanoptización y en algunos casos de contra-panóptico. Si la despanoptización funcionó
como práctica silenciosa y oculta para garantizar un despliegue subterráneo de relaciones y
acciones, el contra-panóptico buscó invertir la vigilancia del represor y conocer sus
tiempos y movimientos, sus opiniones personales y políticas, o cualquier información que
se considerara relevante. Ambas “fueron la base para enfrentar y deconstruir el espacio
impuesto por el régimen como un espacio de dominio, destrucción y aislamiento”
(Ricciardino, 2004).
“Saco mi periscopio por una de los agujeritos de la puerta. Paso el OK:
tac-tac-tac y comienza mi turno de vigilancia. (…) El periscopio me
refleja movimientos en la ‘jaula’, se llena todo el espacio de visión de
uniformes, muchos uniformes que cruzan la puerta. Paso el ‘isa’ con los
nudillos, tac-tac a la derecha, tac-tac a la izquierda. Vuelve todo el
silencio. (…) Apenas se cierra nuevamente la puerta de la jaula el tac-
tac de despejado se repite como un eco obstinado de una punta a la otra
del pabellón. Vuelve el funcionamiento” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
78

“La necesidad de preverlo todo es imperiosa en estas situaciones. De
este modo no sólo uno evitaba las incertidumbres, las sorpresas, sino
que era lo único que a uno le permitía ‘funcionar en paralelo’, es decir,
tener en cuenta todo lo que iba sucediendo en el pabellón, y si era
posible en el penal, mientras uno se dedicaba a lo que quería”
(Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“La cerradura en desuso se fue convirtiendo día tras día en el arma
principal de los cautivos contra la acción de los torturadores. Por ese
telégrafo improvisado nos alentábamos mutuamente para poder seguir
soportando nuestro martirio. Nuestra estrategia de supervivencia se fue
gestando, entre susurros, en una red de intrigas y temores compartidos a
través del ojo de una cerradura en desuso” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de Mansión Seré).
La des-panoptización se constituyó como uno de los planos que permitió una apropiación y
resignificación de los espacios, una re-territorialización. Eludiendo la mirada y el control
de los represores se construyó un espacio de organización clandestina que puso en acción
toda una serie de prácticas sociales. Así como el sistema formalizaba progresivamente un
territorio para la reproducción del control, de la misma manera la resistencia desorganizaba
y reorganizaba esos espacios en sus acciones cotidianas.
Pero las disposiciones materiales del espacio no sólo constituyeron un límite objetivo, sino
que también permitieron la construcción de una nueva espacialidad simbólica. En las
cárceles la existencia de la reja, como clara frontera que delimitaba un nosotros/ellos, fue
lo que confirió a esta re-territorialización unas características particulares. La apropiación
del espacio se construyó colectivamente a partir de intereses y necesidades compartidas,
apoyadas en la pertenencia a un colectivo que se autodefinió como “presos políticos”, y
que incluso permitió superar las diferencias políticas que primaban afuera.
“Aprendimos a transformar a ese grupo de presos aislados, solos en su
terrible derrota, en un colectivo que resista como pueda. Aprendimos a
valorar los puntos de unidad y a dejar de lado las diferencias
secundarias. Costó mucho internalizar que lo que nos unía era mucho
79

más que lo que nos separaba pero cuando lo aprendimos transformamos
las cárceles en puntos de resistencia, en trincheras avanzadas en
territorio enemigo. Por eso los carceleros odiaban tanto a los ‘barrios’,
a esas comunas de presos políticos que de un modo casi absurdo se
concentraban en organizar un curso de instalación eléctrica o de
historia de la Revolución Rusa o de estrategias ofensivas en el básquet”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“Apenas llegué a Coronda otro compañero se acercó y me dijo: ‘arriba
tuyo hay otro camarada, pero ahora está castigado y se tiene que cuidar.
Después te va a hablar por el caño del inodoro’. No éramos sólo un
número. Seguíamos siendo militantes populares resistiendo en la
trinchera que nos tocaba defender, la de nuestra propia identidad”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
Los presos redefinieron su sentido de pertenencia en función de constituir una identidad
fuerte y cohesionada que enfrentara a ese otro que representaba el represor. Esto fue
posible porque las identificaciones no se dan de una vez y para siempre, sino que se
redefinen en relación a contextos e intereses específicos, donde los rasgos compartidos
pueden mutar o ser acentuados de forma diferente.
La distribución que impuso la dictadura en las cárceles a través de la diferenciación entre
“recuperables”, “poco recuperables” y “no recuperables”, no fue sólo material sino que
tuvo implicancias a nivel simbólico. La división espacial que buscaba generar desconfianza
y competencia entre los presos, fue resignificada por ellos. Superando esta categorización
arbitraria se reapropiaron de esos espacios y crearon una nueva forma organizativa que
dividió al penal en barrios. Esta diferenciación más que confrontar ayudó a un mejor
funcionamiento y articulación de las actividades de cada grupo. Como en cualquier
sociedad los barrios tienen una lógica dentro de la totalidad, en el mismo sentido, la
división del penal en barrios no aislaba a cada sector sino que le daba a cada uno de los que
lo integraban un marco de pertenencia autodeterminado.
“Cada doce celdas los presos constituimos una forma organizativa,
como unidades territoriales de vida y funcionamiento, llamadas barrios
80

por contigüidad en la vida doméstica. Cada ‘barrio’ tenía su nombre
emulando la vida del afuera: Barrio ‘Los malvones’, ‘Villa Manuelita’,
entre otros. Cada barrio era una expresión organizativa como el
holograma de la totalidad del pabellón” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
Pero ningún grupo se constituye si no es en relación a otro que se percibe y se define como
diferente. Por eso en el caso de los centros, la ausencia de la reja, de una frontera material
que separara a las víctimas de sus verdugos, generó un espacio borroso donde se hizo más
difícil la construcción y delimitación identitaria de un nosotros/ellos.
“Todo era mucho más claro cuando uno estaba en el Sótano o en
Capucha. Uno sabía: este es un represor y yo una secuestrada. Cuando
te sacaban, modificaban toda la situación, te colocaban en el lugar de un
par. Y teníamos que comportarnos de manera sumisa en ambas
situaciones. Para mi era un examen, yo lo sentía así. Si lo reprobabas, te
mandaban para arriba. Nos observaban todo el tiempo. Esa situación
era un castigo. La contradicción que te generaba jugaba a favor de ellos.
Seguían sometiéndote” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de
la ESMA).
“El acercamiento entre prisioneros y suboficiales era inevitable. Un día
transmitían por televisión una carrera automovilística en la que corría
Reuteman. A mi lado, los dos guardias más jóvenes se abrazan. Mi
compañero se suma. Uno de los guardias me toma de un brazo y me
incorpora al festejo. Ante la mirada incrédula de otro guardia
empezamos a saltar los cuatro mientras gritábamos a coro ¡Argentina!
¡Argentina! La atmósfera en la cocina es delirante. Cautivos y captores
se abrazan y festejan” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de
Mansión Seré).
La reja que permitía diferenciar material y simbólicamente al represor del reprimido era
tan difusa que algunos detenidos buscaron reconstruirla. En el testimonio que
transcribimos a continuación observamos cómo lo que había sido impuesto para
81

deshumanizar y borrar la identidad de los detenidos es resignificado y utilizado como
frontera simbólica para diferenciarse de los represores.
“Nos ponían un número y nos identificaban de esa forma… a mí me
daba tranquilidad, yo necesitaba sentir que era un presa, era una forma
de tomar distancia de los oficiales, la necesidad de la reja… Entre todas
las otras cosas que te hacían, que te llamaran por el número era lo de
menos. Estabas inventariado y te la bancabas. Pero tenía que ver con la
identidad perdida” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la
ESMA).
CONTRATIEMPO Y PASATIEMPO
Cada día podía ser uno más o uno menos.
“La historia está medida por otro tiempo, no por un tiempo cíclico,
no por el tiempo de la repetición, sino por el tiempo de la esperanza”
(Anónimo)
“Nos guiaba la convicción de que un solo acto
de lucha en pos de la libertad, vale siempre más
que una monótona eternidad”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda)
Para cualquier preso, ese que tacha números del calendario en la pared de su celda, cada
noche es un día menos de encierro. Pero los presos políticos no son cualquier preso. Sin
condena, cada día es uno más de ese eterno presente, de esa masa suspendida de tiempo
inalterable.
Para los detenidos-desaparecidos la certeza de la muerte convertía cada día vivido en un
día más de sobrevida, aunque paradójicamente, era también un día menos para un destino
que se presentía inmodificable.
82

En este apartado, analizaremos cómo los detenidos resistieron las estrategias que la
dictadura desplegó por un lado, para borrar toda huella del paso del tiempo, clausurando
toda referencia externa e imponiendo un vacío a través de la inmovilidad y la prohibición
de realizar cualquier actividad; por el otro, para anular toda idea de futuro en los detenidos
para que el destino que se presenta como inalterable (así sea la muerte o el eterno encierro)
borre toda capacidad de acción en el hoy; y por el último para imponer nuevos y rigurosos
tiempos a cada acto de la vida humana.
En toda acción se reanudan prácticas anteriores y, al mismo tiempo, se instituye sentido
para las futuras. Toda temporalidad es retención del pasado en tanto en cada nueva práctica
se reasumen experiencias previas que son condición originaria de sentido de las actuales.
Asimismo, el presente proyecta un futuro que confiere sentido a la acción. Evitar la
anulación de esta “estructura de horizonte” sin perder referencias del pasado y del futuro,
les permitió a los detenidos no caer en un presente continuo que desdibujara no sólo su
memoria sino cualquier utopía que les permitiera construir y avanzar hacia un futuro (M.
Ponty, 1957).
En los testimonios de presos políticos y de detenidos-desaparecidos aparece esta necesidad
de recordar el pasado. Pero mantener las referencias del pasado no es posible tan sólo a
partir de rememorar acontecimientos vividos sino que es necesario reanudarlos en actos
presentes, en prácticas actuales. Es decir el pasado sólo adquirirá sentido si es
reactualizado en el presente. Reactualizarlo será, por ejemplo, pararse frente a la ventana
de la celda para dar una clase de historia o para explicar cómo se construye una pared y no
tan sólo contarle a los compañeros que alguna vez se fue profesor o albañil.
“Uno buscaba todo tipo de salida para evadirse de la vivencia
permanente de ese infierno. A veces, con el que teníamos al lado nos
pasábamos horas relatando la historia de nuestras vidas, recordando
cosas. Uno se iba de ahí aunque sea un poco imaginariamente.
Inventábamos juegos de palabras. A partir de esos momentos a veces se
profundizaba una amistad, todo eso contribuía a mantener un mundo
propio y los puntos de referencia con el pasado” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de La Perla).
83

“Con la técnica de hablar por la ventana y retransmitir, organizamos
una escuela donde todos eran profesores y todos eran alumnos. La idea
era que todos sabían algo de interés para los compañeros: algunos
sabían de historia, filosofía o política; otros de mecánica, de electricidad
o de deportes. Cada uno tenía su cátedra y tenía el mismo tiempo para
hablar” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
La anulación de futuro se proponía quebrantar o doblegar las resistencias morales y la
voluntad de los militantes por transformar su situación. Al intervenir sobre la noción de
tiempo, los represores intervienen también sobre la capacidad de acción. “Nuestro futuro
estaba totalmente cerrado. Nada podíamos hacer para modificar esa realidad” (Testimonio
de un ex detenido-desaparecido de La Perla). Esta idea de futuro inmodificable y previsible
es lo que puede provocar una esterilización del hoy.
Uno de los mecanismos que pusieron en práctica los detenidos para contrarrestar esta
situación, fue trazar metas que iban desde la elaboración de un plan de fuga hasta la
creación imaginaria de un tiempo determinado para su encierro. El mecanismo de poner un
límite virtual a esa situación permitía disminuir la angustia que generaba un eterno
presente.
“Mi gran fantasma era cuánto tiempo iba a estar presa, el tema era a
qué edad iba a salir de ahí adentro, y había decidido que iban a darme
20 años. Entonces, las pocas veces que intentaba pensar en mi vida,
decía ¿cómo se organiza la vida de una persona que empieza a los 40?.
No sé por qué creía que todo se resolvía con 20 años, sería por la letra
del tango, ‘que 20 años no es nada’. Había decidido que la gente
desaparecía y aparecía a los 20 años, por lo tanto, a mí me parecía lo
mismo” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
“Yo asumí que el modo de sobrevivir era estar preparado para salir
mañana, y eso te daba optimismo, confianza en que sobreviviría; y que
también podía ocurrir que me pasara años adentro por lo que convenía
pensar proyectos de largo aliento” (Testimonio de un ex preso político
de Coronda).
84

“Están por hacernos de goma y a nadie se le ocurre quejarse. Lección
número uno del manual de prisionero: para que no duelan los golpes,
urdir un plan de escape” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de
Mansión Seré).
El vacío de la celda y el tabique, las prolongadas horas de encierro, la prohibición de
realizar cualquier actividad, el aislamiento. Fue contra toda esa nada que pretendía
desestructurar psíquicamente al detenido, que se reinstituyó una nueva temporalidad. Un
tiempo de prácticas clandestinas, susurrantes, donde se vencía el ostracismo y se reasumía
una actividad social. Un tiempo que vencía la pasividad y construía un nuevo mundo
dentro de la cotidianeidad. En las horas muertas de encierro se inventó un otro-tiempo,
algo más “libre y vivido”.
Esta resignificación de la temporalidad implicaba cierta determinación soberana que
confrontaba al tiempo disciplinador y hacía posible sentirse “dueños de nuestro tiempo y
de nuestros actos”. Esas horas se aprovecharon para organizar actividades “que resultaban
vertebradoras de la resistencia” (Ricciardino, 2004). Charlas, juegos, peñas, trabajos, toda
práctica prohibida devolvía la vida escamoteada por la represión y la violencia. Este uso
“evasivo” del tiempo sería para Bataille (Habermas, 1989) una manera de liberar la
subjetividad. La transgresión y el rebasamiento de los límites, a través de lo que el autor
denomina gasto improductivo, pueden posibilitarle al hombre recuperar y confirmar su
soberanía.
“La primer estrategia de supervivencia es romper la soledad del preso,
romper la estrategia del enemigo de aislarte para quebrarte. Y por eso la
boludez del ajedrez o de los cursos, o el negarse a hacer lo que se les
canta las bolas y también porque sí. Porque sí, cantar cuando está
prohibido. Porque sí, caminar juntos aunque ellos digan que hay que
hacerlo de a uno en la fila del recreo. Y porque sí, transformar a ese
grupo de presos aislados, solos en su terrible derrota, en un colectivo
que resista” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
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“Uno de los factores que contribuía a crear esa atmósfera de
mancomunión dentro del cuarto era la poesía. Por las noches, después
de la cena, tenían lugar verdaderas veladas literarias” (Testimonio de
un ex detenido-desaparecido de Mansión Seré).
“Cuando me trajeron un compañero a la celda ya la vida se pudo
organizar mejor. Yo le enseñé canciones sobre la guerra civil española y
él me enseñó el himno de los montos y algunas de rock nacional.
También podíamos organizar excursiones por toda la provincia.
Calculábamos cuántos kilómetros había hasta Rafaela, para conocer a
su familia, o hasta Rosario, para comer en lo de mi vieja; después lo
traducíamos en pasos y en recorridos en diagonal de la celda. Uno
caminaba de una punta a la otra y el otro hacía lo mismo al revés.
También podíamos hablar por horas o vigilar mientras el otro hacía
alguna artesanía en hueso porque estaba prohibido” (Testimonio de un
ex preso político de Coronda).
“Cuando existía la posibilidad, los secuestrados inventábamos
actividades que permitían usar las manos, la cabeza y la imaginación.
Hacer objetos de miga de pan con la capucha puesta, jugar a las cartas
en silencio con naipes hechos en pequeños pedacitos de papel o
interminables partidas mentales de ajedrez” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de la ESMA).
Aunque muchas de las actividades que llenaban ese vacío del tiempo eran recreativas, al
mismo tiempo tenían una función social, política, creadora, educativa y hasta terapéutica
ya que favorecían la integración, elevaban el estado de ánimo y “potenciaban la auto
conciencia identificatoria al saberse pertenecientes a esa comunidad colectiva de
contención y protección” (Ricciardino, 2004). Si bien se las puede considerar como una
evasión se organizaban bajo la conciencia de que lo que pretendían los represores al
“vaciar” el tiempo era, justamente, destruir todo sesgo de resistencia, apurar el proceso de
aniquilamiento. “Lo hacíamos para evadirnos planificada y temporariamente del peso del
aislamiento y la soledad aniquiladora” (Ricciardino, 2004), recuerda un detenido de
Coronda.
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“Hay que estar muy atento y activo, no hay que ‘achancharse’, no
sólo es lo peor, es lo que ellos persiguen. Es un criterio a largo plazo.
Cueste lo que cueste hay que estar activo física y mentalmente. En
estos casos, cuando uno está solo, encerrado, aislado y verdugueado
lo peor que puede hacer es dejarse estar. Lo mínimo que debe tratar
es de mantenerse como ser social y procurar por todos los medios
evitar el aislamiento de los demás compañeros” (Testimonio de un ex
preso político de Rawson).
La capucha, la oscuridad o la luz encendida las 24 horas, no impidieron que los detenidos
en los centros encontraran marcas que destruyeran esa atemporalidad, que superaran la
ausencia de toda referencia del tiempo. Sonidos y silencios, movimientos y hasta el clima
se convirtieron en indicios que les permitieron reconstruir el paso de las semanas, los días,
las horas, los momentos.
“Los días transcurren uniformes y no se diferencian unos de otros. Sólo
la llegada de la patota y el cambio de guardia eran los hechos que podían
dar una característica especial a una jornada y hacerla distinta de las
demás” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de Mansión Seré).
“No existían días ni noches. La luz estaba siempre prendida. Entre el día
y la noche no había gran diferencia. Los parámetros eran otros”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La Perla).
“Apareció todo un sistema de ritmos que la memoria almacenó
minuciosamente (…) En esos ritmos eran esenciales los cambios de
guardias, los pasos de aviones o de trenes, las horas habituales de
tortura” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido).
Si bien la falta de condena borraba la proyección de una temporalidad finita, al mismo
tiempo era apropiada por los presos políticos como una de las condiciones que jugaban a
su favor para reestructurar la resistencia o desplegar actividades creativas que
contribuyeran al mantenimiento de su dignidad. “Perder el tiempo era un despropósito que
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contribuía al triunfo de la represión” (Ricciardino, 2004). La construcción de objetos, la
creación de nuevos códigos comunicativos, la escritura de una carta o un curso de filosofía.
Cada instante era puesto al servicio de la producción de un proyecto colectivo. Disponían
de todo el tiempo para pensarlos, organizarlos y ejecutarlos.
“El estado de privación de información en que nos encontrábamos y
el tiempo que disponíamos favoreció la elaboración indispensable al
proceso de aprendizaje” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
“Cuánto tiempo puede durar una charla sobre el surgimiento del
pensamiento marxista en la facultad? Una hora, una hora y media. En
Coronda dura una semana o dos por lo menos” (Testimonio de un ex
preso político de Coronda).
PRODUCIENDO LIBERTAD
“Trabajar no es producir solamente riquezas económicas,
es siempre también una manera de producirse”
(André Gorz)
“La sutileza, el engaño, la inteligencia, la imprevisibilidad,
el ingenio, la habilidad, la astucia, la predisposición,
la convicción y la voluntad fueron algunas de las características
de las armas morales y simbólicas de esa resistencia”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda)
Frente a una concepción del trabajo que reduce al individuo a un mero instrumento
funcional a una racionalidad en términos productivos y que se rige por un poder
centralizado que impone pautas automatizadas y autoritarias, existe la posibilidad de
definirlo en términos de una poiesis colectiva. Esta concepción abandona la idea del
trabajo como labor de individuos serializados y especializados, y la piensa como actividad
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autónoma de sujetos que colaboran de manera conciente y organizada en busca de un fin
común.
Bajo esta concepción la actividad personal autónoma y el trabajo social coincidirán cuando
el individuo se identifique personalmente con el conjunto y encuentre en esta identificación
su realización personal total. Esto es lo que Gorz llama utopía de la autogestión. Lo
utópico consiste en “asociarse universalmente con el fin de hacer racional y voluntaria la
colaboración y de producir juntos mediante una misma praxis en común” (Gorz, 1991: 43-
45). Cuando a partir de su propia motivación, el conjunto de las acciones logra recuperar la
unidad del trabajo y la vida, es que pueden ser suprimidas las rigideces y coacciones físicas
de las concepciones autoritarias. Esto le permite al individuo acceder a la dignidad de
sujeto universal y a la plenitud personal mediante el desarrollo de todas sus facultades.
Si hiciéramos una analogía con lo que los griegos definieron como techné, podríamos
pensar al trabajo como una potencia originadora de cambio en las cosas o en el individuo
mismo, quien es un ser autocreador y autoproductivo. En la techné, los antiguos ya
superaban la idea de técnica como mera reproducción automática o como utilización de
instrumentos para lograr un fin y rescataban la dimensión creativa y social de la actividad.
Se buscaba a través de esta práctica definida como poiética, ser libre aunque no en el
sentido pasivo de la palabra, sino en tanto liberación de sí mismo y del resto de la
comunidad.
La concepción moderna de trabajo con su gran fuerza homogeneizadora intenta arrasar con
la subjetividad ya que necesita que el sujeto cumpla tan sólo su función de engranaje
automatizado. La soberanía se opone al principio de la razón cosificante, instrumental, que
brota de esta idea. Ser soberano significa no dejarse reducir al estado de una cosa, sino
desencadenar la subjetividad, la espontaneidad de las pulsiones proscriptas y los deseos de
autorrealización.
Finalmente, el trabajo se convertirá en una actividad autónoma cuando se pongan en
funcionamiento mecanismos de autoorganización en base a una decisión colectiva.
Teniendo en cuenta el bien común y las potencialidades de cada integrante, el conjunto
acordará la división de tareas y de responsabilidades. El aporte de cada uno se integrará a
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un proyecto en el que los productos no serán apropiados personalmente sino capitalizados
y distribuidos según las necesidades de quienes lo conformen.
Esta idea de que el individuo puede recuperar en y por su trabajo el dominio soberano de
sus condiciones de existencia, reviste una importancia central para entender porqué
funcionó como práctica articuladora de la resistencia dentro de las instituciones
totalizadoras. Dadas las diferentes condiciones de existencia de los detenidos, en cada caso
tomó características y modalidades específicas.
En los centros clandestinos un pequeño sector de detenidos era obligado a realizar tareas
que iban desde el mantenimiento del lugar hasta la inteligencia. Nos centraremos en
analizar si los detenidos no hacían más que la tarea que se les imponía, o si también
existieron actividades autónomas que se apropiaron de ese espacio para desarrollar algún
tipo de resistencia.
De los testimonios se desprende que para muchos de los que realizaban estas tareas, el
trabajo abría posibilidades impensadas en otros sectores del centro donde la inmovilidad, el
silencio y el control total eran la regla.
Los espacios destinados al trabajo sufrían un control sensiblemente menor que el resto.
Para cualquiera de las tareas que fueran asignadas era necesario que los cuerpos tuvieran
cierta libertad de movimiento y de visibilidad. Estas “concesiones” fueron aprovechadas
por los detenidos para construir relaciones interpersonales, basadas en ciertas
complicidades, que con el tiempo permitieron poner en funcionamiento mecanismos
concientes y, más o menos, colectivos.
Si bien la “recuperación” que muchos detenidos simularon -apostando a una mayor
posibilidad de sobrevida- limitó la construcción de redes de organización entre compañeros
–sobre todo por la desconfianza-, permitió construir con el paso del tiempo una relación de
confianza con los captores que era capitalizada para influir sobre sus decisiones, obtener
mayor información y aumentar el margen para incidir sobre las situaciones de otros
detenidos. Muchas veces los miembros del staff lograban tener contactos con personas
recién capturadas y, aprovechando el conocimiento con que contaban, intentaban
prevenirlos de la conducta que les convenía adoptar frente a los captores.
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Como formar parte del staff aumentaba, supuestamente, las posibilidades de sobrevivir, los
detenidos que tenían influencias sobre los represores intentaron convencerlos de la
necesidad de incluir dentro de este grupo a un número mayor de detenidos.
“Un grupo de secuestrados influyó sobre los marinos para generar un
espacio donde pudieran trabajar los chupados. Alentaron el plan político
de Massera para que hubiera cada vez mayor necesidad de mano de
obra, eso significaba la posibilidad de salvar más vidas” (Testimonio de
un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
“Cuando comenzó el conflicto con Chile por el Canal de Beagle, ese
mismo grupo de secuestrados alentó a los marinos a participar para que
según decían, desplazaran su atención de los secuestros y la
concentraran en resolver el tema con los chilenos” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de la ESMA).
A través de las redes que se conformaron dentro de los miembros del staff se llegaron a
pactar ciertas líneas de actitud. Acordaron por ejemplo no proporcionar ningún tipo de
información de utilidad operativa en los materiales escritos que debían elaborar; que era
importante reforzar la idea de que sólo con el abandono del accionar represivo se abrirían
posibilidades políticas para la dictadura. Se insistía en el costo político de las
desapariciones y en la necesidad de cesar esas prácticas.
“Un día nos dieron un trabajo de inteligencia que consistía en localizar
la casa de un compañero. Era terrible, porque no querías colaborar en el
secuestro, pero tampoco podías arriesgarte a que se dieran cuenta de lo
que te sucedía. Con una serie de datos, nosotras teníamos que localizar
en un plano de dónde había salido el compañero. En el informe
describimos que el auto había circulado no sé cómo y que el radio de
desplazamiento tal cosa, al diablo iban a parar. Cuando vieron nuestro
informe dijeron: ‘Esto es un desastre, para esto no sirven, a la cocina!’”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
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Tener acceso a mejores condiciones de vida les dio la posibilidad de repartir o hacer
circular entre los compañeros que vivían en peores condiciones, comida, libros,
información y otro tipo de materiales que podían conseguir. Esto también era aprovechado
por los que realizaban tareas de limpieza o de distribución de la comida para establecer
vínculos con otros detenidos y tratar de obtener la mayor cantidad posible de información
que permitiera entender mejor la lógica del centro.
“Atila se abre a mi y me revela, generosa, sus secretos. Aprovecho
para registrar detalles de la casa y sus alrededores. Cumplimos con
los trabajos de limpieza como si se tratara de una tarea de
inteligencia” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de Mansión
Seré).
Todas estas prácticas resignificaron el objetivo que se les había impuesto a través de
ciertos trabajos. Si bien no podían dejar de cumplir las órdenes, estos desvíos y
resignificaciones permitían construir espacios de cierta autonomía y escapar de las rígidas
determinaciones del sistema. Por ser casi el único espacio de acción y de relación con otros
compañeros es que fue ahí donde se llevaron a cabo los principales movimientos para la
resistencia. Un ejemplo de esto, es el caso de un detenido que realizaba tareas de
mantenimiento eléctrico del centro clandestino El Banco:
“Una vez se descompuso la picana. Colores me la trajo al taller de
electrónica que me habían hecho montar para reparar los artefactos
robados, pidiéndome que la repare. Le dije que no podía hacerlo. Me
dijo que creía que sí, que yo había reparado cosas más complicadas. Le
dije que no era por falta de conocimiento, sino que no podía reparar un
instrumento de tortura (temblaba de miedo por el riesgo que corría al
negarme). Se retiró y a partir de allí empezó a torturar con un ‘varivolt’
(transformador variable) que resulta mucho más dañino que la picana
por no tener limitación de corriente. Los torturados empezaron a entrar
más frecuentemente en coma, muriendo varios. Cuando las víctimas eran
llevadas de la sala de tortura a la enfermería, se ocupaban de hacerlas
pasar frente a la puerta del taller para que yo las viera. Pasados unos 15
días no soporté más la situación y le dije ‘traeme la picana que te la
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eparo’. Lo hice, era un relé que funcionaba mal, pero yo le dije que
había que cambiar un capacitor, que era el que determinaba la energía
de la chispa y le puse uno de menor valor. Si no habían sido capaces de
repararla, menos iban a darse cuenta del cambio. Fue para mí una
decisión difícil pero disminuyó las entradas en coma” (Testimonio de un
ex detenido-desaparecido sobreviviente de cinco centros clandestinos de
detención).
Estos espacios también fueron aprovechados para organizar tareas clandestinas que, por las
complicidades que ponía en juego, permitía cohesionar al conjunto de los detenidos. Se ve
así como la forma privilegiada de la resistencia dentro de los centros clandestinos se basó
en la simulación y el engaño, acciones que presuponen una inversión de la situación de
poder. Más allá de que muchos de ellos sean actos individuales, sus consecuencias
trascienden lo personal. Fortalece al que lo realiza quien contabiliza cada uno de estos
actos como una batalla al campo concentracionario, y al mismo tiempo a quienes lo saben.
“Desde el momento en que el secuestrado conspira su vida cambia, comienza a pertenecer
a algo distinto del campo y opuesto a él desde dentro. Las personas envían mensajes,
realizan acuerdos, acumulan información, la comparten, intentan entorpecer el dispositivo,
sostienen a los más vencidos, crean otra sociabilidad” (Calveiro, 2001: 117).
“Se acercaba el día de la madre y los que manejábamos el tema
fotografía y dibujo decidimos hacer una tarjeta para todas las
compañeras que eran madres. Nos decidimos por un dibujo de Picasso,
una mujer que sostiene a un bebé, y sobreimpreso colocamos un
fragmento de un poema de José Pedroni. Jugábamos con el límite,
todos sabíamos muy bien quién era Pedroni y por qué lo habíamos
elegido, los marinos probablemente no” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
“En la navidad de 1977 hicimos unos libritos con la forma de una
revista Patoruzú para regalar entre nosotros y a la gente de Capucha.
Habíamos recortado de los diarios historietas como Clemente, Inodoro
Pereyra, Diógenes y el linyera y con esas tiras armamos el libro”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
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A diferencia de lo que ocurría en los centros, en las cárceles el único trabajo que se les
impuso a los presos estaba relacionado con el mantenimiento del penal, quizá porque el
objetivo de los represores era más bien imponer una inactividad. Más que utilizarlos como
mano de obra esclava, les interesó mantenerlos en un tiempo vacío que fuera el que
desestructurara su estabilidad psíquica y así su resistencia. Estaba prohibido todo. Tal vez
por eso, además de resignificar el trabajo, lo que hicieron los presos fundamentalmente fue
apropiarse de ese tiempo vacío y clandestinamente realizar tareas para el conjunto.
“Los fajineros, por ese raro privilegio de ir y venir dentro del
pabellón mientras cumplen con sus ‘funciones específicas’ (limpiar el
pabellón, servir las comidas, repartir los medicamentos), ofician de
correo y periódico, recogen información aquí y allá, escuchan los
diálogos de los guardias, y luego, diseminan lo recogido”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“La fajina del pabellón era una actividad de los presos y organizada
por ellos (higiene del pabellón y de los baños, servir la comida, el
mate). Este trabajo era gratificante y pleno de sentido como toda
actividad que uno hace para los compañeros. Su organización
voluntaria mostraba la solidaridad que existía entre nosotros.
Además de las tareas de limpieza, estos compañeros actuaban como
delegados del pabellón ante la guardia” (Testimonio de un ex preso
político de Rawson).
Esta solidaridad y organización que se pusieron en práctica en la resignificación de los
trabajos obligatorios también fueron los principios que rigieron las actividades que ellos
mismos se determinaban. El trabajo como práctica de cohesión grupal no sólo apuntó a
producir y consolidar la resistencia sino que constituía en sí mismo una forma de
resistencia.
“El pabellón era un especie de gran oficina de trabajo, con
responsabilidades perfectamente compartidas, con organización de
horarios, con diferentes tipos de tareas, donde prácticamente no
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quedaba nadie afuera, teniendo particularmente en cuenta a los que
estaban más dañados por la situación” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de Coronda).
En un nivel simbólico constituyó en sí misma una forma de resistencia porque se estructuró
bajo una lógica de distribución de tareas que articuló las capacidades y las necesidades de
cada uno en función del conjunto. Es decir, nadie producía para sí mismo sino que formaba
parte de un amplio colectivo con un objetivo común. Organizar ese gran taller necesitó de
una conciente colaboración voluntaria que les permitiera transformar el trabajo en una
fuerza política con poder y valor capaz de alterar las relaciones opresivas y aniquiladoras.
Cada logro contribuyó a reproducir esa fuerza simbólica necesaria para convertir la cárcel
en un ámbito de lucha y de resistencia.
Desde el punto de vista material, los productos que resultaban de ese trabajo colectivo
fueron instrumentos destinados a frustrar la vigilancia permanente a la que eran sometidos
y así garantizar el “funcionamiento” del conjunto, pilar de su resistencia. En celdas
despojadas de todo tipo de elementos, los detenidos tuvieron la capacidad de crear una
gran cantidad de objetos como lápices hechos del grafito de las pilas, o los calentadores
eléctricos para el agua, que construían con cable, hojas de afeitar y plástico. El extenso
tiempo “muerto”, el ingenio y la buena utilización de las posibilidades y saberes de cada
uno, permitieron la invención de complicadísimas tecnologías funcionales a sus objetivos.
Los periscopios consistían en un trozo muy pequeño de vidrio oscurecido con ceniza para
convertirlo en espejo, que era pegado sobre masa de pan o encapsulado en el plástico de las
tapitas del tubo de dentífrico y sostenido por una paja de escoba. Era el instrumento de
vigilancia contra-panóptica por excelencia cuando se sacaba por los agujeros de la parte
inferior de la puerta para controlar los movimientos del personal penitenciario. Era un
objeto diminuto, fácilmente digerible y ocultable ya que perderlo significaba no sólo
perder el elemento en sí, sino que con él se iban horas de trabajo, materiales y todo un
sistema secreto de funcionamiento. Su pérdida representaba, entonces, toda una derrota
simbólica ante el enemigo.
En los testimonios de la cárcel de Coronda se detalla la elaboración del “submarino”, una
complicada tecnología destinada a bucear las cloacas del penal para determinar su tamaño,
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extensión y recorrido pensando en una posible fuga. En realidad, la construcción de este
complejo dispositivo contribuyó mucho más a esa necesidad de mantenerse activos y
organizados que a la ejecución del escape en sí, del que la mayoría descreía. El plan de
fuga también funcionó como una utopía, un proyecto común de cara al mañana. Una
manera de “fugarse” de una racionalidad concentracionaria, de andar por un camino
distinto al de la lógica de los carceleros pero sin moverse de la celda. De no aceptar los
designios que impone el encierro. De construir su libertad. “Cuantas más horas se
trabajaba, más libertad se producía colectivamente” (Ricciardino, 2004).
“El Heraclio (así llamaban en Coronda al plan de fuga) fue un ítem
más que contribuyó a confeccionar objetos, llenar silencios, mantener
la organización, imaginar el armado de una gran operación, es decir,
una gran invención para el futuro” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
Al construir cada uno de estos instrumentos no sólo se producía un objeto en tanto valor de
uso, sino también en tanto signo. Más allá de la utilidad que revestía cada una de sus
construcciones, el proceso de producción estaba de por sí inmerso en un campo de
relaciones productoras de sentido. Ser parte de esa “cadena de producción” significaba
constituirse en un colectivo que tenía un objetivo común: ganar espacios de libertad y de
autodeterminación en un medio en el que se pretendía un control y pasividad total. La
creación de cada uno de los objetos significaba una batalla ganada por la resistencia.
Implicaba burlar la mirada, el aislamiento, las prohibiciones, todo ese inmenso control que
intentaba el represor.
LA CELEBRACIÓN DE LA VOZ
Silencio. Aislamiento. Control. Todo estuvo dirigido a acallar la palabra, el pensamiento
propio, el grito de la resistencia.
La dictadura militar procuró que las personas recluidas en las instituciones totalizadoras
estuvieran aisladas e incomunicadas tanto del mundo exterior como entre los propios
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detenidos. La prohibición que abarcó el habla, la escucha, la lectura y la escritura, tenía la
intención de impedir mucho más que la manifestación de la voz. Sin el acto de
comunicación no existe la posibilidad de construir nuevos sentidos y significaciones
imaginarias que posibiliten la apertura de un terreno político en el que un entramado de
voces construyeran la resistencia.
La voz, el lenguaje, no son meros instrumentos de comunicación. Son ellos mismos una
concepción del mundo, portadores de un universo simbólico, que permiten la construcción
de una identidad común. En la comunicación se relacionan los cuerpos y es en esa relación
donde se funda el sentido. Por lo tanto, no hay producción de sentido que esté por fuera de
la intersubjetividad (M. Ponty, 1957).
La forma en que nombramos nos remite a una representación del mundo y por lo tanto a
una relación particular del hombre con las cosas. Hablar es un acto de significación por el
cual aparece el sentido, es una acción que nos abre o nos cierra posibilidades; crea frente a
nosotros un horizonte de acciones posibles. Por eso, como dice Hannah Arendt, sin el
discurso la acción perdería todo carácter revelador (Arendt, 1995).
Cuando hablamos actuamos, y cuando actuamos cambiamos la realidad, generamos una
nueva. Luego de que alguien dice algo, nuevas posibilidades emergen y antiguas
posibilidades dejan de existir. Este proceso dinámico de apertura de lo posible, requiere e
implica la participación de un otro. La institución de sentido para mí, nace de esta relación
con el otro. Sólo habrá sentido propio si existe antes un sentido común.
A la violencia contra el cuerpo, la dictadura sumó dentro de las instituciones totalizadoras
una violencia más sutil y no menos sistemática: la incomunicación. Pero a pesar de este
estricto control sobre la voz y su circulación, los sujetos rompieron el silencio. Gritos,
susurros, cartas, canciones, golpes en la pared, señas. La comunicación traspasó tabiques,
rejas y muros y, organizadamente o no, abrió nuevas realidades, nuevos mundos dentro de
aquel mudo infierno.
La primera frontera que transgredió la palabra fue el aislamiento de la reclusión. La
comunicación con el exterior se estableció tanto desde los centros como las cárceles, pero
ese contacto dependió, en ambos lugares, de la decisión del represor. A un grupo muy
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pequeño de desaparecidos les fue permitido, luego de un tiempo de cautiverio y por tanto
de sobrevivencia, realizar llamados por teléfono, escribir cartas o hacer visitas a casa de
familiares; en todos los casos controlados por los militares. En las cárceles el contacto con
el afuera se daba a través de las visitas que correspondían por reglamento -aunque estas
muchas veces eran interrumpidas por largos períodos de tiempo-, y por el ingreso de
nuevos presos que podían comunicar la situación fuera del penal.
En el caso de los “desparecidos”, la comunicación con el afuera era vivida como un
progresivo “blanqueo” de su situación, por lo tanto como un pivote que podría significar
mayores posibilidades de sobrevivir. Sin embargo, la mayoría de las veces, en cada
contacto actuaba el terror de cometer “algún error” en el que se jugaba la vida. Por ello, los
detenidos seguían inmersos en la dinámica de la simulación. Cualquier “falla” podía no
sólo comprometer aún más su propia situación, sino poner en riesgo a familiares,
compañeros y amigos.
Sin embargo, a pesar del terror existieron acciones que conciente y planificadamente
superaron la parálisis para aprovechar ese espacio de “cierta libertad” y hacer algo por los
compañeros. Una detenida de la ESMA cuenta que “recogía números de teléfonos de los
que estaban en Capucha para cuando salía poder llamar a los familiares y decirles que
estaban secuestrados en la ESMA”. Otro testimonio dice que: “Antes de salir de la ESMA
por primera vez todos los detenidos tenían en claro que sus compañeros de cautiverio
quedaban como rehenes. La fuga durante una visita podía significar la matanza de los
demás detenidos y represalias salvajes contra la familia del fugado”.
La comunicación de los presos políticos con el exterior se dio de una manera diferente que
en los centros. Su condición de institución “legal” otorgaba normativamente el derecho de
ser visitados por sus familiares y de intercambiar correspondencia con ellos. Estos
derechos que supuestamente tenían todos los detenidos desde el momento de ingreso,
fueron restringidos progresivamente e incluso suspendidos por largos períodos de tiempo
en los que la represión se profundizó. Incluso llegaron a ser, más que derechos, beneficios
que se otorgaban en base a una arbitraria calificación del comportamiento. Además, tanto
las conversaciones como las cartas eran sometidas a un control que censuraba la libre
comunicación. El valor que los presos daban a las visitas por la contención afectiva que
significaban y la posibilidad de recibir información de lo que ocurría en el país, fue
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captado por los represores y por ello era uno de los primeros beneficios que se cortaban
como castigo. No poder contactarse por largo tiempo, hacerlo bajo la mirada y el oído del
carcelero o tener que elegir a quién escribir por las restricciones que se imponían, buscaba
crear angustia y ansiedad en los detenidos.
“Sólo podíamos escribir una carta de una hoja por semana, pero se
hacía aún más difícil la comunicación con la familia por la
reglamentación que sólo se podía escribir a aquellos familiares que
comprobaran vínculos. Esto tenía el objetivo de aislarnos, limitar
nuestra comunicación, porque muchos familiares se intimidaban ante
el requerimiento de los papeles, otros no tenían o no podían
sacarlos” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“Primero fue la suspensión de correspondencia y visitas. Sólo nos
dejaron dos vistas a la vieja usanza, con carácter extraordinario,
para Navidad y Año Nuevo. Recién en febrero empezó un régimen de
vista individual de una hora en la oficina de la conserjería. Después
del Golpe se anularon totalmente por más de un año” (Testimonio de
un ex preso político de Coronda).
Este fuerte control no impidió que se filtrara información de afuera hacia adentro y de
adentro hacia fuera del penal. Había una particular preocupación de los detenidos por
burlar la incomunicación. Por eso crearon y perfeccionaron métodos escritos y verbales
que hacían circular las voces más allá de los muros. Cuando un preso recibía una visita éste
se convertía en el centro de atención para el resto de los compañeros, a quienes luego les
eran retransmitidas las novedades. Más allá de las cuestiones personales, los familiares
traían información leída en los diarios, recogida en los barrios o en sus lugares de trabajo,
que les facilitaba a los detenidos hacerse un panorama de la situación política, económica y
social del país. Esto también les permitió planificar y organizar tácticamente la resistencia
previendo lo que podía ser más conveniente según la coyuntura. Un ejemplo de esto fue la
decisión de modificar una acción que venían poniendo en práctica los presos de Rawson, al
enterarse que los militares habían matado y herido a muchos detenidos políticos
argumentando un falso motín. Con este dato, abandonaron momentáneamente la medida
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acordada de organizar jarreos colectivos ante la tortura de algún compañero ya que podía
ser una excusa para la represión.
“Los familiares fueron una de las principales fuentes. Ellos eran
nuestros ojos y oídos para conocer lo que acontecía fuera de estos
muros. La mayoría de ellos no tenían el hábito de la lectura de los
diarios, y mucho menos el de la sistematización de lo leído. Tratando de
extraer lo más importante y lo de mayor interés para nosotros, poco a
poco con su esfuerzo, paciencia y cariño fuimos recibiendo un caudal
importante de noticias” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“El mantenimiento y perfeccionamiento de los métodos de comunicación
hacia fuera fue una preocupación constante, a través de medios escritos
y verbales, siguiendo pautas de seguridad estrictas” (Testimonio de un
ex preso político de Coronda).
“Recién regresado de una visita, el recién visitado se convertía por unos
breves instantes en redactor estrella del noticiero interno” (Testimonio
de un ex preso político de Coronda).
Además de este tipo de información, los familiares que tenían permitido las visitas eran
muchas veces vehículo de noticias, documentos e indicaciones que provenían de las
organizaciones políticas. Este material, que luego era discutido adentro, actuaba como
contención política y al mismo tiempo los hacía sentir parte de una resistencia organizada
de manera más general. Esta “retaguardia” de las organizaciones muchas veces funcionaba
articulada con las distintas cárceles y permitía elaborar acciones coordinadas y, por lo
tanto, estratégicamente más fuertes.
También fue importante para los presos la tarea inversa, es decir que la información interna
llegara a oídos de sus familiares y de las organizaciones para que éstos gestionaran hábeas
corpus en el caso de que algún detenido fuera trasladado sin motivo, y para denunciar ante
organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanas o la
Cruz Roja las condiciones en las que se encontraban los presos o la existencia de
asesinatos encubiertos bajo la ley de fuga.
100

“Con la visita de mi vieja recibí algunas ideas políticas que los
compañeros del Partido le pidieron que nos hicieran llegar. A la
vuelta empezamos a organizar la transmisión del informe”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“Cuando empezaron a sacar compañeros para interrogatorios luego
del Golpe, nos propusimos garantizar su seguridad a través de hacer
conocer la novedad a sus familiares. Se puso en práctica un sistema
específico: cada compañero conocía de memoria un contacto de
afuera de otros tres compañeros. De esa manera, garantizábamos una
red tal que aunque el traslado fuese masivo siempre alguno quedaba
con la información. Ante la ‘sacada’ de alguien, la novedad circulaba
dentro del pabellón y de unos a otros, por los agujeritos de las
puertas, con las manos, en Morse, hasta terminar en algún
compañero que ese día tenía visita. El nombre y el número de teléfono
salían ‘en libertad’ en cuestión de horas” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
“Teníamos una lógica de funcionamiento interno, de forma de no
enloquecernos: hacer siempre algo y mantenernos ligados a la
Orga, a la Tripa, a la lucha contra los milicos” (Testimonio de un
ex preso político de Coronda).
“Una vez, a través de nuestras vías de comunicación, nos llegó la
información de que las autoridades del penal estaban preparando
una fuerte provocación. La misma consistiría en arrojar dentro del
pabellón, algún armamento con el objeto de hacer creer que
intentábamos fugarnos y producir una masacre. Corroboramos la
fuente de origen y verificamos lo certero de los datos.
Efectivamente, provenían de personal penitenciario que no estaba
dispuesto a prestarse a tal disposición asesina. La noticia se
transmitió a los familiares y su movilización resultó sin duda
101

determinante para frustrar estos intentos” (Testimonio de un ex
preso político de Coronda).
La voz de la resistencia también traspasó el aislamiento interno. A pesar de la
compartimentación y la prohibición de comunicarse libremente, los detenidos buscaron
diferentes maneras para interrelacionarse. Aquí también encontramos formas disímiles en
las que esta comunicación se desarrolló en los centros clandestinos y cárceles.
Para poder entender el origen de algunas de estas diferencias hemos tomado la concepción
desarrollada por Rafael Echeverría sobre la comunicación. Más allá de las diferentes
teorías que se han elaborado a lo largo de la historia acerca de la comunicación, un hecho
ineludible es que para que esta sea posible debe existir por lo menos un emisor y un
receptor. Echeverría destacará como factor fundamental del lenguaje la escucha ya que,
según el autor, es ésta la que valida y confiere sentido al acto del hablar (Echeverría,
1994). Para que este proceso se dé de manera efectiva, considera que deben darse por lo
menos dos condiciones: una apertura hacia el otro y un dominio de confianza. Además, la
interacción comunicativa estará permeada por el contexto de la conversación, los estados
de ánimo, la historia personal y el trasfondo histórico.
El autor afirma que “al hablar nos abrimos a la posibilidad de exponer el ser que somos” y
que, al mismo tiempo, esta apertura debe estar “en cuanto acogida en quien escucha”
(Echeverría, 1994: 170). Analizando lo que ocurrió en las instituciones totalizadoras,
observamos que en los centros esta condición estuvo limitada por la constante simulación
que existió, incluso entre compañeros. La apertura hacia el otro podía implicar un riesgo y,
por lo tanto, se tenía sumo cuidado en qué y a quién se decían las cosas. Muchos
testimonios afirman que nunca podían expresar todo lo que sentían, pensaban y sabían.
“Allí adentro tuvimos que poner en práctica la intuición. Era parte
de la supervivencia intuir con quién podías hablar y con quién no,
con quién podías sincerarte y con quién tenías que cuidarte, qué y
cómo debías hablar con cada uno” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
102

“Personalmente nunca sentí que pudiera sincerarme con alguien.
Jamás hablé en serio ni profundamente con nadie ahí adentro. No
sé si era desconfianza, me salió así. Fue un esfuerzo terrible, fueron
catorce meses en los que estuve encapsulada, aislada de todo lo que
me rodeaba” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la
ESMA).
Durante días, semanas, meses y años los presos convivían en una misma celda. Abrirse
hacia ese otro les permitía compartir sensaciones y experiencias que hacían más tolerable
la estadía en la cárcel. Pero no sólo eso. También permitía construir los lazos necesarios
para crear un espacio de solidaridad, de trabajo comunitario, de complicidad, de estrecha
confianza, de conspiración contra el carcelero. Esta relación de mayor intimidad con el
compañero abre en cada preso la posibilidad de constituirse a sí mismo a partir de
reconocerse en el otro, de conformar un mundo común de sentido que lo hace más fuerte
en el aislamiento.
“El compañero de celda es valioso porque ha leído libros, porque
tiene una historia de amor para contar, porque tiene experiencias
para relatar, angustias y miedos para compartir. Compartís las
privaciones, que son muchas. Al cabo de un tiempo casi lo conocés
como a vos mismo y a veces podés reflexionar sobre su vida más
que sobre la tuya” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“Cuando llegué al Pabellón 6 me pusieron solo en la celda. Al cabo
de un mes ya tenía compañero. Al principio no lo tomás del todo
bien, no sabés quién es, cómo es, cómo será la convivencia y uno
siente que se rompe su intimidad. Pero luego de unos días te das
cuenta que es lo mejor que te puede haber pasado. Desde las seis de
la mañana hasta las ocho de la noche te quedás con tu compañero
de celda: él es tu escucha, tu confidente, tu receptor y tu emisor.
Vos sos él y él sos vos. Le contás películas, te narra libros, le
transmitís una historia, te enseña cosas” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
103

“En la celda somos dos. Ser dos significa que esas 23 horas diarias
sean más tolerables. Significa que el territorio de la celda, ese
territorio interno que es parte tuya, también sea parte del otro.
Aprendes a compartirlo. Compartida con otro se hace mucho más
que 112 baldosas” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
La existencia de un espacio de apertura hacia el otro es lo que permite que se construya un
ámbito de confianza, en la que se pone en juego la credibilidad de lo que se transmite y,
por lo tanto, la forma en que el otro lo escucha. En este sentido, Echeverría afirma que si
no confiamos en la persona con quien establecemos una comunicación “la brecha crítica
entre lo que decimos y cómo ello es escuchado se agranda” (Echeverría, 1994: 179). El
dominio de la confianza será, entonces, otro aspecto que tendrá especial influencia en la
conformación de redes de comunicación.
Como ya hemos destacado, en las relaciones entre los detenidos de los centros clandestinos
no se lograba desarrollar un ambiente de plena confianza. Esto condicionó fuertemente las
posibilidades de sostener una fluida práctica comunicativa. En los vínculos en las cárceles,
en cambio, primaba un ámbito de confianza que sembró el terreno para un mejor
funcionamiento grupal.
El contexto en el que se conformaron estas redes, el trasfondo histórico, la historia personal
y el estado emocional de los detenidos también influyeron en el tipo de comunicación que
se generó en una y otra institución. El terror, la simulación, la desconfianza, la sensación
de estar derrotados que afectaron a los secuestrados en los centros dieron lugar a una
comunicación mucho más interpersonal y menos organizada que lo que ocurrió en las
cárceles. Al mismo tiempo, el contenido político en estas conversaciones no se hacía tan
explícito. Solían charlar más sobre cuestiones cotidianas o historias personales que sobre
aspectos ligados con su pasado militante.
En las cárceles, en cambio, la primera identificación con el resto de los compañeros se
daba a partir del hecho de reconocerse abiertamente como militantes populares más allá de
la proveniencia de distintas tendencias. Esta condición de “militante” se tradujo
inmediatamente en prácticas que adoptaron este carácter. Así, “en este mundo donde los
signos están prohibidos o rigurosamente controlados, todo es signo y mensaje; todo es
104

inevitable y enfáticamente significante” (De Ipola, 1983: 198). Tanto las comunicaciones
con el compañero de celda, como las que se daban con el resto de los detenidos se
convertían en prácticas políticas que abiertamente tenían como principal objetivo
estructurar la resistencia. Por ello, los presos políticos se organizaban para hacer fluir una
comunicación cuyo principal objetivo era resistir.
“Era necesario ser objetivos, no perderse adentro de uno mismo.
Había que recurrir asiduamente a las reservas morales: la justicia
de la causa popular, los valores morales del pueblo, la conciencia
histórica que queremos encarnar, y principalmente aún aislados
cada uno en su soledad física, actuar siempre como grupo,
socialmente” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
La confianza en la fuerza transformadora de las acciones colectivas, la reactualización de
la práctica política, el énfasis en mantener la organización y determinar todas las
actividades desde ella, fueron los factores bajo los cuales se generaron identidades
colectivas que se constituyeron en si mismas como nuevos campos de generación de
sentido.
“La política es el terreno principal de la voz, que adquiere diversos
dispositivos de expresión. La voz y la necesidad de articularla para que
sea reconocida tanto por el contendiente como hacia el interior de la
fuerza propia, potenció las reservas de poder e influencias que
normalmente estaban latentes, ya que al ser atacados intereses vitales-
en este caso la vida- la opción por ella demandó construir una
organización de conjunto, la mezcla produjo, aunque con mayor
tiempo, una circulación de voces dispares que precisaron del acuerdo
porque las condiciones macro represivas así lo demandaron con
urgencia y para todos por igual” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
Podríamos decir, entonces, que la organización asumió la forma de fenómeno político y
comunicacional, donde el entramado de compromisos recurrentes expresados por medio de
redes conversacionales, estructuró la resistencia. En este sentido, la circulación de la voz
105

pudo constituirse en algo más que una “ciega necesidad mecánica para llegar a ser una
‘necesidad libre’ (…) conciente y deseada” (Voloshinov, 1976: 137).
La manifestación de la voz se invistió de una horizontalidad que amalgamaba la pluralidad
de voces. A su vez, esta forma de manifestar la voz era la que articulaba la institución de
un “colectivo congregacional y comunitario como identidad social de pertenencia”
(Ricciardino, 2004). La voz que circulaba a pesar de la prohibición, la vigilancia y la
compartimentación se convirtió así en la acción política por excelencia.
Esta acción que se puso en práctica colectiva y organizadamente, partía de la concepción
política que supone el cuestionamiento de toda norma. Esta actitud les permitió romper el
mecanismo de interiorización de la norma a partir de hacerla evidente y de
desnaturalizarla. Si bien la mayoría de las veces no podían negarse a cumplir las órdenes
por más arbitrarias que fueran, se acordaron conjuntamente ciertas actitudes a implementar
ante ellas. Por ejemplo, una de ellas consistía en no adelantarse a las imposiciones que
solían ordenar los guardias. Es decir, esperar a que se dé la orden para cumplirla y de esta
manera conservar una dignidad que se quería doblegar. “Obediencia entonces, pero
resistiendo, tratando de acérrima la norma, ejecutar un desdoblamiento conciente,
reflexionando ‘esto que me ordenan es parte del régimen, yo obedezco a medias, pero mi
conducta la controlo y regulo yo. También haré otras cosas que no me ordenen ellos y eso
me fortalecerá’” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“Ser dueños de nuestros actos, de nuestro tiempo, pensar siempre
antes de cumplir las órdenes era la forma en que tratábamos de
mediatizar las agresiones, verdaderos estímulos destructivos.
Defensas individuales y grupales de nuestra integridad personal,
humana, política e ideológica” (Testimonio de un ex preso político de
Rawson).
“’Párese con las manos atrás mirando al suelo’, ordenó el guardia.
Entonces nos paramos con naturalidad mirando al frente. El celador
repitió la orden ‘mire al suelo’. Obedecí, sonriendo interiormente
porque no me había anticipado a su orden, había obtenido un
106

pequeño triunfo consiguiendo que la norma no me pertenezca, que
sea ajena a mí” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“Uno se va acostumbrando a todas estas cosas, pero ese necesario
acostumbramiento no significa aceptación. Cuando esto ha sucedido,
sobreviene la derrota moral, que es la total derrota de un hombre. En
la mayoría de nosotros siempre hubo un sentimiento y pensamiento
más claro que todos los demás, lo constituye un profundo amor por la
dignidad esencialmente humana, y el profundo repudio y asco que nos
producen las injusticias, el rechazo visceral de todo lo que denigra,
degrada y destruye a la persona” (Testimonio de un ex preso político
de Rawson).
Pero, como “la circulación de la palabra como discursividad del imaginario fue la piedra
angular de la resistencia; su duración, su mantenimiento y su modo de encriptarse fueron
esenciales” (Ricciardino, 2004). Ahí donde el poder identificara una voz que subvirtiera su
orden acentuaría la represión y el control. Por ello, los militantes decidieron clandestinizar
sus prácticas discursivas y para ello utilizaron la imaginación a partir de la cual crearon y
recrearon alternativas para la comunicación.
Mediante un código lingüístico, un dialecto y unos gestos incomprensibles para los
represores circularon infinidad de mensajes. El código morse (en su versión de golpes a
través de la pared, parpadeos, o movimientos con el pie); el lenguaje mudo mediante señas
con las manos; la voz convertida en susurro; y la jerga, cifraban el mensaje. Los canales
más utilizados en la circulación de la voz lo constituyeron las letrinas (para la
comunicación con otros pisos) y las ventanas, a través de las cuales “viajaban las
palomas”, es decir, todo tipo de cosas que mediante un pequeño hilo pasaban de celda en
celda.
“El 15 de junio del 76 una gran requisa nos quitó todo. Comprendimos
entonces que el único medio de continuar una vida social, política y
humana, era utilizar las ventanas. Con el tiempo, fue la forma de
relacionarnos por excelencia. Cuando por épocas nos prohibieron abrirlas,
con la cobertura que nos daban las vigilias permanentes que realizábamos
107

por turnos con la ayuda de los periscopios, guardias a las que nos
referíamos como tener las ‘luces prendidas’ o las ‘flores puestas’ la vida
social bullía a través de ellas” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
“Cuando nos obligaron a mantener las ventanas permanentemente
cerradas, los ‘escenarios’ ya no eran las rejas sino los inodoros que
comunicaban a través de sus cañerías a todo un cuadrante: tres pares de
celdas superpuestos en tres pisos” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
“Ché, los del fondo piden un Ventolín, manden urgente con la ‘Paloma’.
Pasada la voz de alerta, desafiando a los castigos y sus duras
consecuencias, el mensaje se difundía por las ventanas, y del bolsillo de
algún colega asmático venía el aerosol de ventana en ventana, de paloma
en paloma” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“El idioma de las manos o idioma mudo era uno de nuestros medios de
comunicación más usado. Tenía la ventaja de ser rápido y silencioso y con
el que se podía hablar a largas distancias. Era el método apropiado para
comunicaciones entre pabellones, cuando estábamos fuera del pabellón, en
los traslados, o en cualquier circunstancia que la guardia se descuidaba”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“El morse adquirió gran utilización durante la época del encanute
posterior al golpe. El aprendizaje del código fue de carácter obligatorio a
través de una resolución de la Tripa” (Testimonio de un ex preso político
de Coronda).
“Me llevan a los chanchos y al rato escucho un casi imperceptible susurro.
Eran los compañeros que estaban castigados en la celda de al lado.
Pregunto: ‘¿se puede funcionar?’, ‘si, hablando con la garganta, la
mayoría de los días funcionamos un rato por la mañana, otro por la
tarde’” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
108

La información más “sensible” y por ello comprometedora asumía la forma de
“caramelos”. Estos consistían en minúsculos documentos políticos u organizativos que,
escritos con letra microscópica sobre hojitas de papel de cigarrillos y cuidadosamente
plegados eran envueltos en celofán y encapsulados en plástico con sellado térmico. De
tamaño adecuado, estos “caramelos” que circulaban de boca en boca, podían tragarse en
caso de requisa y ser recuperados en la defecación.
“A pedido de los montos empecé a escribir un curso de filosofía marxista
en una tira de papel que me pasaban ellos y un grafito que también me
dieron. Yo escribía de noche, cuando se apagaba la luz pero había un
resplandor que venía desde la muralla desde donde los gendarmes nos
iluminaban con un reflector toda la noche. Lo que iba escribiendo lo
pasaba como ‘caramelo’ en el recreo diario a un compañero que se ponía
a mi lado y caminaba conmigo una parte del recreo” (Testimonio de un
ex preso político de Coronda).
Estos documentos políticos y todo objeto prohibido, como lapiceras y papeles, podían
constituir un gran riesgo para todos los detenidos. Por ello, se buscaron resquicios, se
cavaron túneles y se recurrió al ingenio para atesorarlos y que pudieran seguir circulando
entre los presos.
“Me agaché en la rejilla, el embute no había saltado. Mis apuntes de
historia, de materialismo dialéctico, minuciosas réplicas de las clases del
Nono que retransmitíamos por la ventana, estaban ahí, intactos, bajo el
plomo de la caja de agua cuya rejilla sucia apenas dejaba ver el brillo
del bronce. El embute era un hueco chiquito y seco, donde cabía un pomo
de crema dental, entre la caja de agua y el contrapiso, cuya entrada
estaba sellada por una gruesa capa de mugre falsa, que se preparaba con
masa de pan y cenizas de cigarrillos” (Testimonio de un ex preso político
de Coronda).
“Adentro del biorsi está la radio, la ‘Cotorra’. Me la pasaron hace como
6 meses y es mi compañera de todas las noches, en la que escucho los
109

informativos y lo poco de noticias que pasan las emisoras. Todas las
noches hay que levantar el inodoro, sacarla, escuchar debajo de la
almohada y guardarla nuevamente. Nos quedan dos radios en el
pabellón” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“A mediados de febrero del 76 recibimos información confiable de
afuera, anticipando la inminencia del Golpe. Entonces comenzamos a
prepararnos para resistir, haciendo lo poco que podíamos. Con letra
microscópica en papel muy fino, confeccionamos apuntes de todo lo que
nos pareció valioso. Los fuimos escondiendo junto con papel en blanco,
lápices y biromes. La fabricación de ‘embutes’ o ‘canutos’ era otra de las
armas de la resistencia. Baldosas, paredes, piletas, inodoros, rejillas,
puertas, todo era ‘tocado’ con mucha habilidad y paciencia para hacer
un hueco grande o choco y volver a dejarlo como estaba. Los materiales
se envolvían en plásticos, se sellaban a fuego con fósforos o cigarrillos
para protegerlos de la humedad” (Testimonio de un ex preso político de
Coronda).
La circulación de información y de distintos saberes entre los detenidos tanto en la cárcel
como en los centros clandestinos fue de vital importancia para enfrentar la incertidumbre
del aislamiento y la violencia de la incomunicación implementada por los represores. La
voz, pasaje volátil de mensajes, que más allá del instante tenía la ventaja de no dejar
huellas que pudieran ser identificadas con posterioridad por el dictador, fue el principal
alimento de la esperanza, el exorcismo contra la ignorancia, la desinformación y el miedo.
Por sus condiciones de detención, para los secuestrados en los centros, la transmisión oral
fue casi la única manera de comunicación posible. Por esta vía y burlando el oído y la
vigilancia del represor, los detenidos se pasaban información, se murmuraban algún dato o
se decían sus nombres verdaderos. Siempre encontraban algún instante para hacerlo. El
momento de ir al baño, la distracción de un guardia para entrar a alguna habitación, un
agujerito en la puerta, una mirada o una seña en las penumbras.
110

“Lo que uno hacía era meterse cuando no había vigilancia para acercar
comida extra, calmar angustias, aclarar dudas cuando era posible”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
“La mayor parte de la comunicación tiene lugar a través del ‘telégrafo
de la selva’. Mediante el orificio de la cerradura de la puerta que
comunica con la habitación contigua construimos nuestra red interna
de información. A través de ella hablamos diariamente con los del otro
cuarto” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de Mansión Seré).
“A veces aparecía un libro en la cuadra que algún detenido había
logrado traer escondido de las oficinas. Lo hacíamos circular y lo
leíamos bajo las mantas en la colchoneta, hasta que venía una requisa,
lo descubrían y se lo llevaban” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de La Perla).
“Lo cambiaron de colchoneta y desde allí nos hacíamos señas y cuando
conseguía algún cigarrillo lo mandaba de regalo” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de La Perla).
“En las duchas ubicadas al fondo de la cuadra, mientras nos
bañábamos, nos comunicábamos más libremente; esto duraba cinco o
diez minutos” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de La
Perla).
“Los ‘veteranos’ juegan un papel especial en este proceso de
adaptación. Son ellos quienes con mensajes entre líneas y frases
entrecortadas nos proveen de información durante las salidas al baño”
(Testimonio de un ex detenido-desaparecido de Mansión Seré).
En esos resquicios por donde se filtraba la voz circulaban principalmente saberes
que a través el tiempo los detenidos habían ido adquiriendo. La transmisión de
estas experiencias cotidianas les permitió a los recién llegados conocer cuál era la
mejor manera de actuar frente a determinadas situaciones y así evitar
111

sufrimientos mayores. Los horarios de las guardias más duras y “permisivas”, la
recomendación de no tomar agua luego de una sesión de picana, o las claves para
mostrarse “recuperado” frente a los represores, fueron alguna de las
manifestaciones de solidaridad que acercaron a los detenidos.
“Uno de los prisioneros se había preocupado por tranquilizarme pero no
lo hacía con frases trilladas. Por alguna razón, él había percibido que la
mejor manera de calmarme era darme información y así trataba de
hacerlo cada vez que podía” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido
de Mansión Seré).
“Poco a poco se establecían relaciones con otros secuestrados, que nos
iban dando datos de cómo eran las cosas ahí, del ‘camión’, del ‘pozo’,
nombres de conocidos que estaban o habían estado” (Testimonio de un
ex detenido-desaparecido de La Perla).
“Uno seguía siendo una militante que recababa información para
utilizarla el día de mañana. Tratábamos de saber lo que estaba pasando
porque de ese poder dependía o uno suponía que dependía si seguiría
viviendo. Saber por ejemplo si el Tigre se había enojado, si Massera tenía
poder o ya no” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de la ESMA).
“Anunciándose previamente con un leve golpe en la puerta, los
‘veteranos’ nos pasan regularmente datos sobre los últimos
acontecimientos ocurridos en la casa. Además, nos hacen repetir los
números de teléfonos a los que tenemos que llamar en caso de ser
soltados” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de Mansión Seré).
“Si uno se escapaba jodía a los otros. Yo recuerdo conversaciones entre
presos con este planteo. Uno pensaba de modo colectivo, no individual.
Recuerdo que al primer compañero que dejaron hablar conmigo me dio
pauta de funcionamiento, me habló de que existía un acuerdo de no
intentar escaparse: ‘o nos salvamos todos o no se salva nadie, la fuga de
112

uno puede significar la muerte de todos’” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de la ESMA).
La forma más elemental en la que circuló la información en las cárceles fue la bemba.
Frases transmitidas de celda a celda, de pabellón a pabellón e incluso de prisión a prisión.
Comentadas, elaboradas, transformadas en los patios de recreo y en las visitas. Retenidas
tenazmente algunas, rechazadas otras. Emilio De Ipola la definió como “una información
relativa a la situación presente o futura de los presos políticos y carente de toda
confirmación oficial, lo que la diferencia de la información ‘posta’ que sí es verificada e
indiscutible. Si una bemba se confirma o se desmiente desaparece como tal” (De Ipola,
1983: 199-207).
Esta “ilusión de saber” que alivia aunque sea de forma momentánea la incertidumbre, deja
traslucir que, más que producir información, trataba de mantener, renovar y fortalecer los
circuitos clandestinos de comunicación que permitían el funcionamiento político
organizado. Su circulación era, entonces, productiva no sólo por el contenido que trasmitía
sino en tanto que debía recrear y reinventar constantemente sus redes de comunicación.
Cada vez que circulaba, la bemba se burlaba de la vigilancia del guardia, de las normas
institucionales y de las paredes de la celda. Redefine el espacio carcelario, lo desafía y lo
transgrede.
“Aprendimos a nutrirnos de la más breve noticia, del más ínfimo
triunfo. Aprendimos a procurar por todos los medios nuestro
fortalecimiento, porque en estas condiciones sólo hay dos
alternativas, el fortalecimiento colectivo o individual, o el
derrumbe” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“Por la noche hacíamos un balance con el compañero vecino de
celda, evaluábamos el comportamiento individual y de conjunto,
estudiábamos cómo actuaban los carceleros intentando prever
la evolución de la situación. Para ello buscábamos
comunicarnos por todos los medios imaginables. Esto último
hacía posible que en las condiciones más adversas, viajando
meses desde miles de kilómetros, recorriendo los más
113

insospechados vericuetos, recibiéramos la bemba, la noticia
muchas veces deformada e incluso falsa” (Testimonio de un ex
preso político de Rawson).
Pero para que una bemba circule, afirma De Ipola, deben reunirse ciertas condiciones.
Tendrá que ser verosímil pero al mismo tiempo no debe tener garantías demasiado sólidas,
ya que la confiabilidad total como el total escepticismo son mortales para las bembas. En
su enunciado no deberá aparecer ningún tipo de opinión ni huellas que hagan sospechar
que su transmisor es también la fuente originaria de la información. Es improbable que
circule entre desconocidos por lo que otra condición será la existencia de cierta
complicidad entre quienes fluye.
Otra de sus características es su “nomadismo discursivo”. No hay bembas que sobrevivan
en la memoria de un preso ya que son discursos desechables que sólo tienen sentido en el
instante en el que se enuncian. La brevedad de su existencia también se relaciona con el
hecho de que su producción, su circulación y su consumo se dan prácticamente de manera
simultánea.
“Para Pascua habrá 400 libertades”, “A fin de mes nos sacan los diarios”, “Están haciendo
submarino en los chanchos”, “Hay bronca entre Massera y Videla”, “Fueron asesinados
bajo la ley de fuga dos compañeros de Caseros”, “Parece que ‘chuparon’ a la mujer de
Juan”, son algunos ejemplos de estos efímeros mensajes que llegaban a oídos de los
detenidos.
La voz de los presos también funcionó para transmitir los conocimientos de los que cada
uno era portador. Esta socialización del saber fue fundamental para reforzar los lazos que
mantenían los detenidos, para mantenerse activos y para fortalecer un espacio político y
organizado. Por lo general, las “clases y cursos” circulaban de celda en celda a través de la
ventana. Quizás durante horas y gracias a la vigilancia de otros compañeros para no ser
sorprendidos por los carceleros, las voces formaban una extensa cadena que extendía el
mensaje más allá del alcance que podía darle el primer emisor. De ventana a ventana la
clase podía llegar a otro pabellón algunos días después y hasta algo distorsionada.
114

“Las actividades las desarrollábamos por barrios. Cada barrio
estaba constituido por 6 celdas. Se elegía la temática según los
intereses del grupo y según los conocimientos de cada sector. Muchas
veces se coordinaban actividades interbarriales con un sistema de
retransmisión. Era algo así como lo que ahora llamaríamos un club
de trueque del saber. El albañil enseñaba cómo se preparaba un
hormigón, y el ingeniero cómo se calcula la resistencia de un
material” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“Hicimos un curso de filosofía, contamos películas, hablamos de la
estructura económico social argentina, de los partidos políticos y con
alguna bemba hacíamos sesudos análisis de la situación nacional y la
represión” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
La comunicación se transformó en muchas ocasiones en un instrumento de defensa y
resistencia. Cuando los presos eran castigados se los encerraba en los “chanchos” o
“tumbas” donde se los aislaba totalmente y permanecían por largos períodos de tiempo en
condiciones infrahumanas. Solitarios, a oscuras, sucios y con una mínima ración de
comida, los detenidos confinados en estos espacios corrían el riesgo de caer en un estado
de desestructuración psíquica. Pero la resistencia colectiva también llegó hasta esos
sótanos. Con golpecitos de Morse o susurros apenas audibles, los castigados de las celdas
contiguas le transmitían al recién llegado información de utilidad para su larga estadía. Si
bien podría interpretarse que transmitir las normas y rutinas impuestas por los militares
implicaba la incorporación en el preso de la voluntad del régimen, en realidad se
fundamenta en un análisis de economía de preservación física, psíquica y moral.
“Me llevan a los chanchos. Doy unos golpecitos en la pared y no
responde nadie. Sé que conmigo somos tres los compañeros del
pabellón que estamos ahí. Escucho un susurro que dice ‘sigamos’,
otro pregunta ‘a quién trajeron’. Contesto orientando mi voz al
ventanuco. ‘Hablá más bajo, con la garganta, por qué te trajeron?’,
le contesto ‘me estaban pegando, grité por incitación’. ‘¿firmaste el
papel?’. ‘No’. Un compañero me susurra ‘aquí hay golpes, antes de
las 8 de la noche te sacan toda la ropa, te cagan a palos, te tiran
115

agua fría y te dejan desnudo hasta el otro día a las 7. La comida
que te dan es día de por medio, una, dos o tres cucharadas y un
dedo de mate por la mañana. Sacan poco al baño, verduguean todo
el día y de noche. Como quedamos cumplimos todas las órdenes
menos las que repugnan nuestra moral’” (Testimonio de un ex
preso político de Rawson).
Cuando se llevaban a un preso del pabellón también se activaban inmediatamente
mecanismos de comunicación para identificar si el compañero había sido alojado en una
celda de castigo o si lo habían sacado del penal, con el riesgo latente de su asesinato bajo la
ley de fuga.
“Aún estando en los ‘chanchos’ nos sentíamos cubiertos. Los
compañeros gritaban los nombres y nosotros tirábamos una miga de
pan, a través del hueco de la ventilación, lo que demostraba que nos
habían ‘chupado’” (Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“Mientras camino en mi primer día en los ‘chanchos’ escucho
toser, estornudo, algún sonoro bostezo, compañeros que se aclaran
la garganta ruidosamente. Es curioso, se produce como una
reacción en cadena. Estornudo entonces con todas mis fuerzas,
varios compañeros hacen otro tanto. Hemos comenzado a
comunicarnos, ‘estamos todos’, como quien dice, ‘hay buen
ánimo’” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“La tumba es una celda alejada del pabellón. Al cerrarse la puerta
pesada queda completamente a oscuras. Quien es llevado allí queda
incomunicado y sin saber cuánto tiempo permanecerá. Pierde la
habitual conciencia espaciotemporal. No obstante, es posible
contarlo diciendo ‘nadie sale mal de allí’. ¿Cómo se explica?
Quienes habitan las celdas de los pabellones harán lo imposible por
hacerlo saber entre ellos y hacia fuera a través de la visitas. Uno se
sostiene en tanto y sólo si puede confiar en la cadena de
transmisión que pone en marcha, en la circulación del hecho hacia
116

fuera. La represión no logra dejar identificado al sujeto al secreto.
No logra clausurar un mensaje de vida” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
La información que era considerada más valiosa llegó, en algunas cárceles, a tomar forma
de boletín o periódico clandestino. La mayoría de las noticias provenían de las visitas, a
quienes se les encargaba leer de manera profunda los diarios, especialmente las secciones
de política y economía. A mano y en pequeños trozos de papel cada uno de los presos
sistematizaba en la oscuridad de la noche la información que le había tocado, lo que luego
era sumado a lo que producían otros compañeros y puesto en circulación. Estos boletines
les permitía realizar análisis con una mayor objetividad que cuando la noticia llegaba de
boca en boca por una bemba. Al mismo tiempo, fortalecía la organización y la solidaridad
interna (y externa con los familiares) de los presos en la tarea de articulación de las
noticias. Discutirlas acercaba los diversos puntos de vista políticos y hacía más tolerables
las diferencias, lo que permitía una mayor integración.
“Pese a los riesgos que se corrían al emprender algo expresamente
prohibido y por lo tanto inevitablemente clandestino, existió la
predisposición y compromiso a participar surgida de la necesidad
de estar informado. El Boletín Liberación fue producto del trabajo
unitario, independiente de la posición política e ideológica de los
que colaboraban en él” (Testimonio de un ex preso político de
Rawson).
El canto colectivo como trinchera de la resistencia fue una manifestación de la vida, el
retorno de lo humano, la re-creación de una caricia, la alegría, el llanto. En su
ensanchamiento, gritaba lo que no podía decir, la palabra innombrable que tomaba cuerpo
y potencia en un canto. Suma de voces, superposición de sentidos que se estrechaban para
romper un mundo de clausura. Reunión de aquello que estaba profundamente
interconectado, más allá de rejas y capuchas.
“Una noche la guardia permitió que nos levantáramos las vendas y nos
sentáramos. Se juntaron las parejas que estaban separadas, se hizo una
ronda, cada uno cantó una canción, hubo distensión general,
117

emociones, risas y charlas (…) La repetición de estos hechos servía
para que nos juntáramos, para que compartiéramos momentos, para
que de alguna manera nos cohesionáramos” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de La Perla).
“Frente a los rostros desconcertados y desencajados de nuestros
guardianes, Monseñor Zaspe nos propuso cantar un canto de iglesia en
el que se invitaba a la virgen María a caminar. Los compañeros
creyentes, seguramente la habrán dado el sentido religioso que tenía.
Otros más agnósticos muy probablemente se imaginaron a otra María
caminando a su lado. Para todos fue una experiencia imborrable.
Después de tanta represión sobre todo aquello que tuviera el más leve
rasgo de actividad social, el canto al unísono, a voz plena, casi gritado
en el salón central del pabellón, invadió nuestros oídos y estalló en los
de nuestros verdugos, impotentes para impedirlo” (Testimonio de un ex
preso político de Coronda).
“Una noche de reyes un guardia les regaló permitirles que se sentaran.
Los que eran parejas los dejó reunirse, estar uno al lado del oto. Todos
contaban cuentos en voz muy alta para que todos escucharan. Y reían.
Al día siguiente todo volvía a la normalidad” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de la ESMA).
“Cantábamos mucho. Nos reuníamos en la pecera o en el comedor y
cuando festejábamos algún cumpleaños la celebración era cantar (…)
por suerte nunca perdimos la risa y el canto” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de la ESMA).
Una conversación, una bemba, un susurro, una seña. Cuánto más fuerte cuando son todas o
ninguna. Cuando las voces se suman en un canto o cuando un mismo silencio une decenas
de gritos contenidos, cuando cada uno de aquellos sufrimientos individuales se subsumen
en una sola expresión. Allí resiste la libertad de callar o de decir a viva voz, allí surge la
rebeldía contra una violencia que quiere arrancar por la fuerza una palabra, su palabra, o
amordazar la manifestación de un sentimiento.
118

“Cuando se cumplió un año de la muerte del Gringo Voisard, sentimos
la necesidad de rendirle un homenaje y decidimos mantener un silencio
absoluto durante 24 horas. Ese día no pusimos ‘flores’, no funcionamos
por la ventana. Cuando salimos a barrer un silencio sepulcral inundó el
pabellón, reemplazando al estrépito de voces y risas habituales. Ese
silencio me emocionó, y aunque no pude ver a los botones, supongo que
se habrán estremecido, agobiados por ese mudo grito de protesta, una
manifestación de odio, pero también una amenaza, era el rugido de un
león enjaulado, una demostración de poder de parte de un enemigo que,
aunque sometido, no perdía su ferocidad ni su espíritu de lucha”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda).
“Un carcelero me confesó que mi mujer había tenido familia, que era
una nena y que las dos estaban bien. Agregó que si abría la boca sería
castigado. Una vez más la palabra ‘abrir la boca’, comunicar,
informar, aunque fuese la pura alegría de la paternidad merecía el más
duro castigo. Abrir la boca era la única pero poderosa arma. Recuerdo
haber sentido una extraña y gran fuerza, un poderoso impulso y una
rara sensación de libertad, al gritar por la ventana de la celda, lo más
fuerte que pude a los ‘vecinos de mi barrio’, el motivo de mi alegría.
Un acto fundamental de libertad, que implicaba preparar mis huesos y
mi alma para el seguro traslado a la celda de castigo a la que partí
luego de un rato. Aquella experiencia me marcó para toda la vida, a la
vez que significó con claridad que la conciencia y la capacidad de
elección es ejercitable en un nivel esencial de dignidad” (Testimonio de
un ex preso político de Coronda).
Contra el golpe y la tortura, mil gritos. Sonidos metálicos que acercan un mensaje al
cuerpo sometido. En medio de la oscuridad de los chanchos, bajo los palazos del guardia
de turno, la soledad no lograba instalarse en el cuerpo y se llenaba de voces que lo
ayudaban a resistir el dolor. Los jarros contra las rejas transforman la queja en una protesta
organizada que amenaza al verdugo. Ya no debe enfrentar a un solo hombre sino a decenas
de voces rebeldes.
119

“Me dan una tremenda paliza y cuando los golpes sobrepasan un
límite grito “basta de torturas”, que era en lo que habíamos quedado.
Los compañeros responden con un tremendo griterío “verdugos,
basta de torturas” y golpean las puertas. Esto los paraliza, me
encierran y se van” (Testimonio de un ex preso político de Rawson).
“Cuando se llevaban compañeras en traslados donde corrían peligro
sus vidas organizábamos jarreos, es decir que con las jarras de mate
cocido les pegábamos a las rejas y advertíamos a los gritos a los
vecinos de Villa Devoto. Cuando murió Alicia País de un ataque de
asma en el hospital, hicimos una devolución del almuerzo en masa”
(Testimonio de una ex presa política de la cárcel de Devoto).
“Cuando empezamos a escuchar los gritos que provenían de los
calabozos nos dimos cuenta de que algo grave estaba pasando.
Inmediatamente y al unísono desde los pabellones cada compañero en
cada celda abrió su ventana y comenzó a golpear contra la reja con
su jarro, a la vez que gritábamos a pleno pulmón ‘Basta de torturas’.
Era nuestra única autodefensa en estos casos, en los que
procurábamos detener las torturas que les estuvieran aplicando a los
compañeros. Jarreamos y gritamos a coro, minutos eternos, cuando
los compañeros de los calabozos callaron, nosotros también”
(Testimonio de un ex preso político de Rawson).
También el silencio desafió a la tortura. La voz se convirtió en el terreno en disputa cada
vez que la picana intentó arrancar información. Aquí el campo y sus represores se
enfrentaron a su zona de impotencia. Porque al callar también se dice, porque el silencio
también envuelve un mensaje. Los cuerpos se enmudecieron y guardaron en algún rincón
el tesoro más preciado del torturador. Una pequeña batalla ganada a la máquina. La
limitación del poder.
120

“El prisionero es un objeto, una cosa, un número, pero con algo
valiosísimo en su interior: información” (Testimonio de un ex
detenido-desaparecido de La Perla).
“Libertad significaba no darles información y que no pudieran
violar nuestras mentes y nuestros sentimientos: que nuestras
creencias se mantuvieran aunque fuera en silencio, porque el
silencio fue la más generalizada forma de resistencia en el campo
de concentración” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de
La Perla).
“En medio de la asfixia por el submarino, de la picana, del dolor,
uno pensaba cómo mentir, cómo proteger a los compañeros que
quedaban afuera” (Testimonio de un ex detenido-desaparecido de
la ESMA).
Una sobreviviente de La Perla relata que una madre, dirigiéndose a
su hija mientras las torturaban a ambas, le gritaba “no hablés,
nena; a estos hijos de puta ni una palabra”.
LA BURLA AL MIEDO
“Cuando la defensa de la libertad se lleva a cabo en el último límite,
surge la tentación de llevar consigo un talismán,
sea la risa, sea el acto gratuito; surge la necesidad de aferrarse de él, y de creer que,
mientras uno lo tiene en su mano, la libertad no está perdida”
(Mijaíl Bajtín)
“Para reírse, como para hacer el amor,
hacen falta por lo menos dos”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda)
121

La risa como gesto de esos cuerpos que se resisten al principio de la razón instrumental y
cosificante, la risa como mensaje de vida, como liberación de la subjetividad, la risa que
brota de esas bocas que callan o dicen, la risa deviene también en mensaje.
En tanto acontecimiento, es apenas un destello, un gesto efímero. No se trata de un estado
permanente, dice Bajtín, sino de una transición, cuyo encanto, pero cuyo sentido consiste a
la vez, en su carácter momentáneo. Constituye un pasaje, una “transición de una cierta falta
de libertad a una cierta libertad” (Averintsev, 2000: 16).
Pero el tránsito hacia la libertad no es lo mismo que la libertad, o estar en libertad. La risa
es liberación porque tiene la capacidad de hacer que el poder pierda, aunque sólo sea por
un breve instante, su función de administrador del miedo. La risa liberada, esta que no les
cabe a los resignados, rompe el mito de un poder absoluto. No se escabulle de los miedos,
les planta la cara, los arranca del orden mítico, del miedo cósmico y se burla de todo, hasta
de los miedos propios. La risa soberana que se ríe del tirano, subvierte el instante trágico y
se ríe de sí misma, de su miedo al tirano.
En esta risa se abren los discursos, se disuelven verdades irrefutables, las cosas adquieren
significados nuevos y múltiples. La actitud de la risa no es en sí misma una revuelta contra
el poder, pero hace posible la revuelta. La risa es al mismo tiempo interior y exterior,
comprende elementos del orden reinante y construye a partir de él un nuevo sistema de
signos, una nueva explicación del mundo. Es el movimiento mismo de expresión, quien
proyecta hacia fuera las significaciones dándoles un lugar.
La risa y la ironía fueron otras de las formas que tomó la resistencia de esos hombres y
mujeres que reafirmaban la vida cuando el poder pretendía que se entregaran a la muerte.
Dibujaron nuevos márgenes en el territorio para superar la lógica binaria de la vida o la
muerte. Y desde allí, tomaron cierta distancia para resignificar el mundo pero sin ponerse
fuera de él, “sin perder el compromiso con aquello mismo que causa nuestra risa”
(Testimonio de un ex preso político de Coronda). Con ellas no sólo reafirmaban su
humanidad, sino que develaban la del represor, rompiendo así su pretensión divina y
desvaneciendo de un golpe su omnipotencia.
122

“Una detenida cuenta que cuando sus interrogadores, que la habían
castigado intentando que revelara sus más íntimos secretos, se
negaron a que les dijera por quién había votado, aduciendo que ‘el
voto es secreto’, ella lanzó una carcajada y ‘desde ese instante
perdieron para mí la imagen de lobos feroces, de tragamujeres y de
infalibles represores’” (Testimonio de una ex detenida-desaparecida).
“Con el Golpe comenzó el corte de beneficios. Nos prohibieron la
correspondencia, las visitas, el ingreso de comida, ropa, libros,
diarios y revistas.. A partir de entonces, comenzamos a utilizar la que
habría de ser una da las principales armas contra la represión: el
buen humor. Todo era motivo de chiste y risa, y cuanto más nos
apretaban más nos reíamos, lo que exasperaba a los guardias y nos
daba muy buen ánimo a nosotros.” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
“La ironía, la alegría y las bromas les resultaba intolerable a los
guardias, su función de torturadores y represores parecía encontrar
razón de ser en el logro de sus objetivos, pero la alegría y la risa eran
la elocuente señal del fracaso de su función, y por lo tanto lo ponían
ridículamente de manifiesto” (Testimonio de un ex preso político de
Rawson).
La risa y el humor como sortilegios contra la muerte y el dolor implicaron también
aproximación. Una risa dibujada en otra retina enlazaba complicidades, tendía puentes
entre unos y otros. Junto al canto, bailaron una danza al unísono y por breves pero intensos
momentos liberaron a las voces y a los cuerpos de su encierro.
“Pero en ese contexto terrible hubo espacio para la risa, para la broma
que no es otra cosa sino la búsqueda inconsciente del hombre por
recuperar la humanidad destrozada por la tortura... Ocurría durante
momentos muy breves, donde la vida se metía en La Perla para librar un
combate desigual con la muerte. Cuando la vida se metía por alguna
rendija descuidada y transformaba al campo de concentración en una
123

fiesta efímera, puntual, instantánea” (Testimonio de un ex detenido-
desaparecido de La Perla).
“La comunicación y el humor, ese humor negro, sano y vital, rayando en
el absurdo, que nunca nos abandonó, aún en las situaciones más críticas
y desesperante, hacían su aporte a nuestra salud mental” (Testimonio de
un ex preso político de Coronda).
“Si el cuerpo del detenido estuvo obligadamente sedentarizado, tuvo la
libertad de un nomadismo simbólico” (Testimonio de un ex preso
político de Coronda).
124

CAPITULO V
NOTAS FINALES
Cuando la voz de esos testimonios se revela, la palabra asume un valor que nos trasciende.
¿Hay algo que no digan ellas mismas?
También nos preguntamos si queda todo dicho en esos relatos. Sabemos que la memoria
devela sus propios mecanismos, olvidos, silencios, distorsiones. Recuerdos que implican lo
que el recordis de su etimología nos dice: volver a pasar por el corazón.
Hubo resistencia.
Frente a un sistema de vigilancia, la invención de sombras para mirarse. Frente a la
imposición de una tarea, márgenes para producir algo distinto. Frente a la inmovilidad de
las ataduras, pequeños movimientos. Frente al aislamiento, cruces de palabras, gestos,
golpecitos en la pared. Frente a la pretensión de instalar un eterno presente, defensa de la
memoria, imaginación de un futuro. Frente a la fragmentación, la organización. Frente a la
incomunicación, las bembas. Frente al dolor, el canto. Frente al miedo, la risa. Frente al
silencio, los gritos. Frente a la tortura, el silencio.
Hubo resistencia clandestina.
Porque para hablar debió hacerlo en un susurro. Para moverse debió simular sumisión.
Para guardar un secreto inventó el caramelo. Para el abrazo tuvo la paciencia de la espera.
Para superar las paredes creó canales que traspasaran los muros.
Hubo resistencia individual.
Porque el hombre siempre encuentra resquicios. Porque existe una potencia que no se
agota. Porque hay un instinto por sobrevivir pero esa pulsión se vuelve algo más cuando lo
hace sin entregarse, sin dejarse arrasar, sin decir todo lo que sabe.
Hubo resistencia colectiva y organizada.
Porque conspiró contra la mirada que se quería omnipresente. Porque estableció
complicidades para armar un mensaje a los compañeros de Capucha. Porque unos ponían
“flores” para que otros “funcionaran”. Porque si se llevaban a alguien del pabellón, en 24
125

horas se enteraba su familia. Porque se alzaron voces convertidas en jarreos para detener la
mano del represor. Porque a pesar de la prohibición de compartir, circularon libros,
lapiceras, medicamentos, ropa, cigarrillos. Porque se hicieron balances colectivos cada
noche. Porque la fuga de un centro ni se pensaba porque ponía en peligro a los
compañeros. Porque se acordó no adelantarse a las órdenes para evitar su internalización.
Nuestra primera pregunta no fue pregunta. Fue buscar lo que intuíamos, fue rastrear lo que
pensábamos, fue confirmar una ilusión.
Pero hubo mucho más y hubo mucho menos. Aún hoy después de meses de investigación
creemos que nunca vamos a poder captar la dimensión del horror que se desplegó sobre
aquellos hombres y mujeres. Aún hoy creemos que no llegamos a percibir completamente
la inmensa capacidad de resistencia de quienes continuaron la lucha.
Pero estamos unos pasos más adentro. Después de tantas tardes escuchando recuerdos, sus
voces nos llevaron a una dimensión donde su resistencia se nos hizo menos abstracta y más
humana. Más grande y menos heroica. Más cotidiana, más sutil, más cercana.
Y nuestra ilusión volvió a hacerse pregunta.
¿Fueron evasiones del horror? ¿Fueron retaguardias de la lucha? ¿Fueron actos solidarios?
¿Fueron defensas individuales? ¿Fueron acciones políticas? ¿Fue todo aquello o nada de
eso?
La sumisión nunca es total. Porque la dominación nunca es total. A pesar de su enorme
despliegue de violencia, de su bestial control sobre los cuerpos, de su perpetua mirada, las
paredes del horror tienen grietas. Resquicios por donde se fugan movimientos, voces,
engaños. Espacios donde el poder se reorganiza, fluye subterráneamente, permite mantener
redes de sociabilidad.
Sobre esas grietas, inevitables agujeros negros del poder, los hombres no sólo escurren sus
palabras. Sus palabras ensanchan esas grietas y abren nuevas. Hay un resquicio que se
aprovecha y otro que se gana. Hay puntos de fuga, capitalización de instantes, escape de
126

actos individuales y colectivos, espontáneos y organizados. Intersticios donde se inscriben
como sujetos, interpelan y producen sentido.
Pensar que a la resistencia sólo le basta con escurrirse por esas grietas y ocupar los
espacios abandonados por la dominación, significaría ignorar la lucha que gana, ocupa,
construye y defiende esos lugares. Las grietas que excavan con sus propias manos
conquistan un nuevo territorio oculto, disfrazado y secreto pero en la cara del poder. Esas
son las acciones políticas que cuestionan lo que se les impone, interrogan a la injusticia,
alteran el orden. Son las prácticas organizadas que reflexionan y deliberan sobre lo
instituido y sobre lo que ellas son capaces de instituir.
Ya sea que las prácticas se filtren por los puntos de fuga o abran nuevas grietas, su
invisibilidad será el resultado de una decisión que, conciente del peligro, se funda en una
economía del cuerpo y de sus fuerzas. El discurso oculto de la resistencia pierde y gana
terreno concreto en cada uno de sus actos. Está siempre ejerciendo presión, probando y
cuestionando los límites de lo permisible. Tiene avances y retrocesos, repliegues pero no
abandonos.
En un pasaje de la investigación nos preguntamos si ese carácter de oculta convertía a esas
prácticas en válvulas de escape, en pequeños actos de evasión que hicieran más soportable
la situación de dominación a la que estaban sometidos. O si por el contrario, ese
ocultamiento fue la forma de garantizar una vida política colectiva y clandestina.
Fueron las dos cosas. Se constituyeron como prácticas complementarias que en todos los
casos intentaron evitar el arrasamiento y el mecanismo succionador del poder. Algunas
fueron acciones individuales, minúsculos actos cotidianos que rechazaron el orden
concentracionario y que se tradujeron en compromisos hacia otros compañeros, incluso
poniendo en juego su vida. Otros fueron actos que se podrían leer como intrascendentes
pero que en realidad fortalecieron a los detenidos, juegos que les permitieron mantenerse
unidos y burlar el aislamiento y la soledad aniquiladora. Que les permitió sumar una
pequeña victoria para hacerse más fuertes frente al represor. También hubo prácticas
planificadas, ejercicios políticos que organizadamente se reapropiaron del espacio y del
tiempo para transformarlos en su propio territorio de lucha. Acciones grupales que se
127

estructuraron para cuestionar e intentar modificar la realidad a la que estaban sometidos.
Para resignificar las representaciones y las determinaciones que se les intentaba imponer.
Podría llegar a decirse que los discursos ocultos, al aliviar las tensiones generadas por las
relaciones de dominación, y no alterarlas, sirven para consolidar el statu quo. Que esa
resistencia práctica, como el discurso que refleja y sostiene, no es sino un mecanismo
trivial que busca soportar la situación de poder sin alterarla prácticamente de una manera
decisiva. Se podría seguir diciendo que no se trata de una resistencia real, como cuando se
sostiene que una oposición simbólica velada no es una disidencia ideológica real.
En un nivel, estos argumentos son ciertos, aunque irrelevantes. Porque nosotras tratamos
de mostrar que ésas son las formas que adopta la lucha política cuando la realidad del
poder hace imposible cualquier ataque frontal.
Consideramos que entre el discurso oculto y la resistencia práctica existe una dialéctica
importante. Las prácticas discursivas fuera de escena mantienen la resistencia. En ese
sentido, podemos ver al discurso oculto como un terreno que lucha por imponer, superando
grandes obstáculos, ciertas formas de conducta y resistencia en las relaciones con los
dominadores. Concebimos el discurso oculto como una condición de la resistencia práctica
y no como un sustituto de ella. “En las condiciones de tiranía y persecución, la infrapolítica
es vida política” (Scott, 2000: 237).
Esta discusión nos lleva a retomar aquel interrogante que nos hicimos al principio del
trabajo sobre si las prácticas de la resistencia dentro de las cárceles y de los centros
clandestinos sólo pueden constituirse como tácticas, en términos de De Certeau, o si trató
de la implementación de estrategias.
Si partimos de la definición que da el autor, que sostiene que la estrategia sólo puede darse
cuando se tiene un control absoluto del tiempo y del espacio, desde donde se logra una
visión de totalidad; las acciones de los detenidos tendrían carácter de tácticas que no parten
de un lugar propio y que para actuar aprovechan los instantes y los espacios que
encuentran en los resquicios. Tácticas que sólo disponen del terreno del otro para actuar.
128

Según estas definiciones de De Certeau, entonces, a través de las tácticas, la resistencia no
transformaría estructuralmente ningún sistema. Incluso, al hacer más soportables las
relaciones de poder y no modificarlas, terminarían por reproducirlas.
A través de nuestra investigación, observamos que aunque no hubo una apropiación física
del espacio, que siguió en manos de la represión, sí existió una subversión de ese tiempo y
espacio que querían imponerles, construyendo así otro territorio, un nuevo universo de
significaciones, que rompió el control absoluto. Estas reapropiaciones simbólicas, si bien
no conllevaron automáticamente a provocar cambios sociales, sí transformaron,
reinterpretaron y reutilizaron los fundamentos del poder y hasta, incluso, en muchos
momentos llegaron a anular sus estrategias.
A una visión parcial, propia de las tácticas, que sólo se ajusta al instante, las prácticas de
resistencia superaron, en la mayoría de los casos, la necesidad de sobrevivir, y se
determinaron como acciones para evitar ser arrasados y transformados por la máquina
represiva, como actos para conservar la moral y la dignidad. Incluso mantuvieron y
reprodujeron una praxis política, sin perder el sentido crítico, la solidaridad, la
socialización y las convicciones. No fueron acciones aisladas e inconscientes. Estuvieron
asociadas a una estrategia conciente que articulada con otras conformaron una red de
resistencia políticamente efectiva. Podemos arriesgar, entonces, que en estos casos se trató
de una “estrategia de las tácticas”.
Organización, comunicación, convicción. Formas que los presos políticos dieron a su
resistencia.
Solidaridad, conversación, dignidad, silencio. Las que encontraron los detenidos-
desaparecidos para seguir de pie hasta el final.
El sujeto no es igual a lo que quieren hacer de él. Aunque se lo mutile, atrofie, corrija y
discipline, él mismo seguirá portando en cada nuevo cuerpo el germen de la resistencia.
129

Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
- ¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? -pregunta Kublai Kan-
- El puente no esta sostenido por esta piedra o por aquella, - responde Marco-, sino por la
línea del arco que aquellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
- ¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco.
Marco responde:
- Sin piedras no hay arco.
Italo Calvino
130

No morirá la flor de la palabra,
podrá morir el rostro oculto de quien la nombra hoy
pero la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la tierra,
ya no será arrancada por la soberbia del poder.
Nosotros nacimos de la noche
en ella vivimos, moriremos en ella,
pero la luz será mañana para los demás,
para todos aquellos que hoy lloran la noche,
para quienes se les niega el día,
para quienes es regalo la muerte,
para quienes está prohibida la vida.
Para todos la luz, para todos todo.
Para nosotros la alegre rebeldía.
Para nosotros nada.
Nuestra lucha es por la vida,
y el mal gobierno oferta muerte como futuro.
Nuestra lucha es por la justicia,
y el mal gobierno se llena de criminales y asesinos.
Nuestra lucha es por la historia,
y el mal gobierno propone olvido.
Nuestra lucha es por la paz,
y el mal gobierno anuncia guerra y destrucción.
Aquí estamos, somos la dignidad rebelde,
el corazón olvidado de la patria.
E.Z.L.N.
131

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