Educación sexual y salud en la infancia - HIV/AIDS Clearinghouse

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08.05.2013 Views

docentes, la tenemos completamente interiorizada. Aunque nos duela, dice Graciela Sapriza en un análisis del racismo en Uruguay y en el mundo, José Pedro Varela en la legislación escolar en 1876, infl uido por el pensamiento positivista, sostuvo que la idea de la igualdad de las razas era falsa. Y yendo más lejos, el argentino Domingo Faustino Sarmiento alabó el extermino de los guaraníes en la guerra del Paraguay, o de los gauchos cuya sangre sólo servía para abonar la tierra. Y esto forma parte de nuestro acervo cultural. Estas afi rmaciones del pensamiento positivista han imbuido toda la cultura educativa, los textos, las formas en las cuales incorporamos, por supuesto que no podemos afi rmar, ni nadie afi rmaría hoy lo de Sarmiento de esa forma, ni afi rmaría de la misma manera y con las mismas palabras lo que en 1876 decía José Pedro Varela. Pero yo quería relacionar esto con la defi nición de lo humano, la construcción de lo humano ha sido y es una construcción histórica permanente. Porque no todos los humanos han sido considerados humanos. Y en esta construcción histórica nos encontramos con este enorme desafío de aceptar la ampliación del concepto de lo humano, justamente a todas las personas, a todos los sujetos, a todos los actores. Y tal vez este es el principal eje de la educación en derechos humanos. De qué forma se posiciona la escuela en relación a la desigualdad y la diferencia. Aquí me gustaría hacer una precisión también en cuanto a los conceptos. Ustedes saben que las palabras y los conceptos también se ponen de moda, y entonces hablamos de diversidad equiparando o subsumiendo la desigualdad en la diversidad. Y es una importante precisión porque la diversidad podría estar simplemente partiendo del hecho de que todas las personas somos diferentes. Pero la diversidad conlleva también una forma de desigualdad que 396 ahora vamos a tratar de analizar, porque no todas las personas tienen la posibilidad de defi nir y defi nirse a sí mismas frente a los otros. La escuela, y esto también es importante porque la escuela es una institución normativa, es una institución reproductora de la cultura, muchas veces niega o hace invisible la desigualdad. Esto también viene del pensamiento positivista del siglo XIX, y está imbuido también en nuestra cultura, de considerarnos, sobre todo en Uruguay, una sociedad integrada e integradora, una sociedad de iguales, una sociedad donde la diferencia también por eso es mal vista, o es considerada un elemento negativo. La clasifi cación de la población escolar conforma formas de exclusión, indisciplinados, desertores, desmotivados, problemáticos, etcétera. Muchas veces las estrategias siguen siendo homogeneizadas en torno a una solución técnica, cuando en realidad los problemas no tienen nada de técnicos e interpelan acerca de una pregunta mucho más profunda que es: ¿Para qué educamos?, ¿qué esperamos de ese proceso educativo? Por lo tanto la siguiente pregunta es cómo puede contribuir la escuela en el desarrollo de identidades diversas siendo una institución nacida para normalizar. Y cuando acá decimos normalizar estamos partiendo de una serie de categorías conceptuales en las cuales la educación está centrada, o parte de la base de la integración de la formación de futuros ciudadanos y ciudadanas, que deja fuera la consideración de lo que ese sujeto es en realidad, de dónde viene, su historia, sus culturas, sus formas de pensar. La normalización supone pasar de la barbarie a la educación y está compuesta por esas parejas dicotómicas en las cuales se basa justamente todo el pensamiento positivista. Guacira López Louro, una pedagoga brasileña que trabaja e investiga sobre sexualidad y educación, plantea la forma en que las más diversas culturas hacen de

nosotros y construye con nosotros patrones de moralidad, de higiene, de salud, de belleza, de vigor. Y esos patrones no son ajenos al grupo al que pertenecemos. En estos procesos de identifi cación es donde atribuimos también las diferencias. Quien no se ajusta a ese patrón –de niña, de niño– con determinadas conductas, determinadas formas de actuar, determinadas formas de vestir, porque nada es ajeno, nuestro cuerpo es parte del habla, la forma en que nos vestimos, en que nos paramos, en que hablamos, en que nos entonamos, forma parte de esos sistemas de clasifi cación. Esas clasifi caciones no aparecen a través exclusivamente del lenguaje, aparecen en las formas subjetivas en que nos relacionamos con esos cuerpos que hablan. Y, por lo tanto, cuando establecemos que un niño o una niña es lindo, feo, es obediente, desobediente, estamos aplicando ese acervo cultural ya que traemos de las formas de clasifi car a los humanos. Las diferencias no son neutras en la sociedad, se inscriben en un sistema jerárquico de clasifi cación implicada con las redes de poder existentes en la sociedad. Cuando en la escuela se dice, esa niña es un marimacho; cuando un niño o una niña le dice a otro, marica. En esas formas están expresadas relaciones de poder, de exclusión y muchas veces para los docentes, no es fácil intervenir. En este punto sí me detengo en un aspecto que hemos considerado que no es nuestra responsabilidad, intervenir en esos preconceptos, en esos prejuicios y en esas formas de violencia simbólica de la cual la escuela es un ejemplo cotidiano. Basta con que tengamos el oído atento y la mirada certera para recoger miles de testimonios diarios en nuestras prácticas de aula. El tema es, ¿debemos intervenir los docentes?, ¿de qué manera?, ¿cómo?, qué pasa frente a esa perturbación, porque eso es establecer la norma, repetir la norma, consagrar la norma. Y esta pregunta tiene que ver, la voy a retomar al fi nal con algunas propuestas en relación a nuestro rol, en el sentido del cambio profundo de la educación, pero sobre todo más que de la educación, del sentido del ejercicio real de los derechos humanos en el aula. Entonces, cómo se establecen estos patrones de belleza, de salud, de la norma aplicada, en este caso en la institución escolar, podríamos hablar de la cultura en general. Los grupos sociales que ocupan posiciones centrales normales, sea de género, de sexualidad, de raza, de clase, de religión, etcétera, son aquellos que tienen la posibilidad no sólo de representarse a sí mismos, sino también de representar a otros. Cuando se dice el hombre, para defi nir a los humanos es una forma de subsumir el hecho de que la humanidad está compuesta por hombres y mujeres. Y así sucesivamente. Por lo tanto nuestro lenguaje es una prisión y también una disputa, porque por algo tratamos de cambiar ese lenguaje. El cuerpo es una fuente de diferencias y también de desigualdades. El racismo y el sexismo son desigualdades que han sido naturalizadas. ¿En qué sentido?, en que se considera que tales comportamientos corresponden a una mujer y que tales otros corresponden a los hombres y que si se es blanco o negro, eso defi ne el lugar a ocupar en la sociedad. Tenemos el lenguaje, voy a decir solamente algunos ejemplos, pero todavía decimos, trabajar como negro, y eso forma parte de nuestro lenguaje cotidiano. Nuestro lenguaje es profundamente racista, de la misma manera que es profundamente sexista. Entonces, durante siglos la defi nición del sujeto relevante fue un recorte de poder del círculo androcéntrico. Los criterios de pertenencia ponían las condiciones normativas del sujeto moral, para el sujeto moral está la teología. El sujeto epistémico, es decir aquel sujeto del cual la ciencia se ocupa, y el sujeto de la ciudadanía del cual 397

nosotros y construye con nosotros patrones<br />

de moralidad, de higi<strong>en</strong>e, de <strong>salud</strong>, de<br />

belleza, de vigor. Y esos patrones no son<br />

aj<strong>en</strong>os al grupo al que pert<strong>en</strong>ecemos. En<br />

estos procesos de id<strong>en</strong>tifi cación es donde<br />

atribuimos también <strong>la</strong>s difer<strong>en</strong>cias. Qui<strong>en</strong><br />

no se ajusta a ese patrón –de niña, de niño–<br />

con determinadas conductas, determinadas<br />

formas de actuar, determinadas formas<br />

de vestir, porque nada es aj<strong>en</strong>o, nuestro<br />

cuerpo es parte del hab<strong>la</strong>, <strong>la</strong> forma <strong>en</strong> que<br />

nos vestimos, <strong>en</strong> que nos paramos, <strong>en</strong> que<br />

hab<strong>la</strong>mos, <strong>en</strong> que nos <strong>en</strong>tonamos, forma<br />

parte de esos sistemas de c<strong>la</strong>sifi cación.<br />

Esas c<strong>la</strong>sifi caciones no aparec<strong>en</strong> a través<br />

exclusivam<strong>en</strong>te del l<strong>en</strong>guaje, aparec<strong>en</strong> <strong>en</strong><br />

<strong>la</strong>s formas subjetivas <strong>en</strong> que nos re<strong>la</strong>cionamos<br />

con esos cuerpos que hab<strong>la</strong>n. Y, por<br />

lo tanto, cuando establecemos que un niño<br />

o una niña es lindo, feo, es obedi<strong>en</strong>te, desobedi<strong>en</strong>te,<br />

estamos aplicando ese acervo<br />

cultural ya que traemos de <strong>la</strong>s formas de<br />

c<strong>la</strong>sifi car a los humanos.<br />

Las difer<strong>en</strong>cias no son neutras <strong>en</strong> <strong>la</strong> sociedad,<br />

se inscrib<strong>en</strong> <strong>en</strong> un sistema jerárquico<br />

de c<strong>la</strong>sifi cación implicada con <strong>la</strong>s redes de<br />

poder exist<strong>en</strong>tes <strong>en</strong> <strong>la</strong> sociedad. Cuando <strong>en</strong><br />

<strong>la</strong> escue<strong>la</strong> se dice, esa niña es un marimacho;<br />

cuando un niño o una niña le dice a<br />

otro, marica. En esas formas están expresadas<br />

re<strong>la</strong>ciones de poder, de exclusión y<br />

muchas veces para los doc<strong>en</strong>tes, no es fácil<br />

interv<strong>en</strong>ir. En este punto sí me det<strong>en</strong>go <strong>en</strong><br />

un aspecto que hemos considerado que no<br />

es nuestra responsabilidad, interv<strong>en</strong>ir <strong>en</strong><br />

esos preconceptos, <strong>en</strong> esos prejuicios y <strong>en</strong><br />

esas formas de viol<strong>en</strong>cia simbólica de <strong>la</strong><br />

cual <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> es un ejemplo cotidiano.<br />

Basta con que t<strong>en</strong>gamos el oído at<strong>en</strong>to y<br />

<strong>la</strong> mirada certera para recoger miles de<br />

testimonios diarios <strong>en</strong> nuestras prácticas<br />

de au<strong>la</strong>. El tema es, ¿debemos interv<strong>en</strong>ir<br />

los doc<strong>en</strong>tes?, ¿de qué manera?, ¿cómo?,<br />

qué pasa fr<strong>en</strong>te a esa perturbación, porque<br />

eso es establecer <strong>la</strong> norma, repetir <strong>la</strong> norma,<br />

consagrar <strong>la</strong> norma. Y esta pregunta<br />

ti<strong>en</strong>e que ver, <strong>la</strong> voy a retomar al fi nal con<br />

algunas propuestas <strong>en</strong> re<strong>la</strong>ción a nuestro<br />

rol, <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido del cambio profundo de<br />

<strong>la</strong> educación, pero sobre todo más que de<br />

<strong>la</strong> educación, del s<strong>en</strong>tido del ejercicio real<br />

de los derechos humanos <strong>en</strong> el au<strong>la</strong>.<br />

Entonces, cómo se establec<strong>en</strong> estos patrones<br />

de belleza, de <strong>salud</strong>, de <strong>la</strong> norma aplicada,<br />

<strong>en</strong> este caso <strong>en</strong> <strong>la</strong> institución esco<strong>la</strong>r,<br />

podríamos hab<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> cultura <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral.<br />

Los grupos sociales que ocupan posiciones<br />

c<strong>en</strong>trales normales, sea de género, de <strong>sexual</strong>idad,<br />

de raza, de c<strong>la</strong>se, de religión, etcétera,<br />

son aquellos que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>la</strong> posibilidad no<br />

sólo de repres<strong>en</strong>tarse a sí mismos, sino<br />

también de repres<strong>en</strong>tar a otros. Cuando se<br />

dice el hombre, para defi nir a los humanos<br />

es una forma de subsumir el hecho de que<br />

<strong>la</strong> humanidad está compuesta por hombres<br />

y mujeres. Y así sucesivam<strong>en</strong>te. Por lo tanto<br />

nuestro l<strong>en</strong>guaje es una prisión y también<br />

una disputa, porque por algo tratamos de<br />

cambiar ese l<strong>en</strong>guaje.<br />

El cuerpo es una fu<strong>en</strong>te de difer<strong>en</strong>cias y<br />

también de desigualdades. El racismo y el<br />

sexismo son desigualdades que han sido<br />

naturalizadas. ¿En qué s<strong>en</strong>tido?, <strong>en</strong> que<br />

se considera que tales comportami<strong>en</strong>tos<br />

correspond<strong>en</strong> a una mujer y que tales otros<br />

correspond<strong>en</strong> a los hombres y que si se es<br />

b<strong>la</strong>nco o negro, eso defi ne el lugar a ocupar<br />

<strong>en</strong> <strong>la</strong> sociedad. T<strong>en</strong>emos el l<strong>en</strong>guaje,<br />

voy a decir so<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te algunos ejemplos,<br />

pero todavía decimos, trabajar como negro,<br />

y eso forma parte de nuestro l<strong>en</strong>guaje<br />

cotidiano. Nuestro l<strong>en</strong>guaje es profundam<strong>en</strong>te<br />

racista, de <strong>la</strong> misma manera que es<br />

profundam<strong>en</strong>te sexista.<br />

Entonces, durante siglos <strong>la</strong> defi nición del<br />

sujeto relevante fue un recorte de poder<br />

del círculo androcéntrico. Los criterios<br />

de pert<strong>en</strong><strong>en</strong>cia ponían <strong>la</strong>s condiciones<br />

normativas del sujeto moral, para el sujeto<br />

moral está <strong>la</strong> teología. El sujeto epistémico,<br />

es decir aquel sujeto del cual <strong>la</strong> ci<strong>en</strong>cia se<br />

ocupa, y el sujeto de <strong>la</strong> ciudadanía del cual<br />

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