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08.05.2013 Views

monstruo imperialista. Terminaban muchos de ellos ahogados o en las mandíbulas de los tiburones que infestaban el estrecho de la Florida. Y aún así no fue lo peor: Ya se había tomado la medida dramática de la despenalización del dólar. Conoció mi pueblo esa sutil injusticia económica y medular que es la injusticia del mundo. El que tiene y el que no tiene. El que es dueño y el que no lo es. La pequeña propiedad privada se apoderaba con sus extraños resortes de las esperanzas familiares y de pronto parecían triunfadores los más hábiles en contar dinero, y pobres los médicos y los maestros. Si hubo de ser fuerte la revolución cubana alguna vez; si exhibió su mayoría de edad y se ganó el título de decana de las revoluciones, fue por saber llorar en silencio estas medidas, en saber explicarlas al pueblo, y engendrar de manera inmediata los antídotos especiales para la mordida de esta vieja serpiente. El costo de encender las luces en las ciudades cubanas fue la desigualdad por vez primera, estableciéndose dentro de la isla elementos de ese sistema oprobioso y mutilador de esperanzas del cual creímos habernos librado para siempre: el capitalismo. La grandeza de Fidel en esos años sobrepasó con creces cualquier episodio anterior y fue recompensado. Ocurrió algo en aquel año justo antes de navidad. Como si la providencia le concediera una pequeña esperanza a esta revolución socialista que es sin dudas ya la más duradera de la historia: Fidel Castro recibía con honores de jefe de estado a un joven militar que llegaba desde Caracas después de ser liberado, por haber promovido una rebelión contra una democracia establecida. Nada más y nada menos que la democracia de Carlos Andrés Pérez. Hugo Chávez, aquel teniente coronel, jefe de un batallón de paracaidistas, había decidido formar el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200; y usar las armas 62

del ejército para librar al pueblo de Bolívar de aquella farsa corrupta. Esa misma democracia que quisieron imponer los imperialistas en mi patria en esos mismos años al verse apoyados por el fenecido muro de Berlín. Una revolución verdadera como es la revolución cubana se concibe precisamente con estos vínculos. Donde parece terminar es... donde está empezando. Y mi revolución continuó en el despertar de aquellos hechos poco difundidos del 4 de febrero de 1992. En Venezuela fue reeditado el Moncada tan solo un año después del bicentenario del natalicio de Simón Bolívar. La solución de la revolución cubana misteriosamente se nos develó en aquella apagada navidad de 1994. ¡Sí! estábamos en lo correcto. ¡Sí! Fidel no se equivocaba al ser el único hombre en el mundo que decidió comprometerse so pena de errar con aquel soldado que tal como él recurrió a la vía armada para encontrar justicia. Tal como él hacía 50 años atrás fracasó en el intento. Tal como él a los pocos años era el presidente de una verdadera revolución. Fidel y lo mejor de la juventud cubana salvaron a José Martí en 1953, justo en el año de su Centenario, asaltando con viejas escopetas de caza al segundo cuartel de la tiranía de Batista. Chávez y los mejores oficiales de Venezuela salvaron a Bolívar apenas un año antes de su Bicentenario. Chávez era aquel joven soldado que en un cerro cerca de Caracas, a través de un viejo equipo de radio había escuchado decir al Comandante Fidel en 1973 que de haber entregado las armas a los obreros y campesinos en Chile no habría fracasado la revolución que Salvador Allende pretendía hacer. No entendieron muchos que Fidel recibiera a Chávez aquel diciembre en plena escalerilla del avión. Hugo Chávez era para muchos apenas un expresidiario. Pero siempre nos sucede lo mismo con Fidel. Se nos adelanta irremisiblemente Y es porque la sinapsis de sus neuronas es más veloz que la luz 63

monstruo imperialista. Terminaban muchos de ellos ahogados<br />

o en las mandíbulas de los tiburones que infestaban el<br />

estrecho de la Florida.<br />

Y aún así no fue lo peor: Ya se había tomado la medida dramática<br />

de la despenalización <strong>del</strong> dólar. Conoció mi pueblo esa<br />

sutil injusticia económica y medular que es la injusticia <strong>del</strong><br />

mundo. El que tiene y el que no tiene. El que es dueño y el que<br />

no lo es. La pequeña propiedad privada se apoderaba con sus<br />

extraños resortes de las esperanzas familiares y de pronto parecían<br />

triunfadores los más hábiles en contar dinero, y pobres<br />

los médicos y los maestros. Si hubo de ser fuerte la revolución<br />

cubana alguna vez; si exhibió su mayoría de edad y se ganó el<br />

título de decana de las revoluciones, fue por saber llorar en silencio<br />

estas medidas, en saber explicarlas al pueblo, y engendrar<br />

de manera inmediata los antídotos especiales para la<br />

mordida de esta vieja serpiente.<br />

El costo de encender las luces en las ciudades cubanas fue<br />

la desigualdad por vez primera, estableciéndose dentro de la<br />

isla elementos de ese sistema oprobioso y mutilador de esperanzas<br />

<strong>del</strong> cual creímos habernos librado para siempre: el capitalismo.<br />

La grandeza de Fi<strong>del</strong> en esos años sobrepasó con creces<br />

cualquier episodio anterior y fue recompensado.<br />

Ocurrió algo en aquel año justo antes de navidad. Como si<br />

la providencia le concediera una pequeña esperanza a esta revolución<br />

socialista que es sin dudas ya la más duradera de la<br />

historia: Fi<strong>del</strong> Castro recibía con honores de jefe de estado a<br />

un joven militar que llegaba desde Caracas después de ser liberado,<br />

por haber promovido una rebelión contra una democracia<br />

establecida. Nada más y nada menos que la democracia<br />

de Carlos Andrés Pérez. Hugo Chávez, aquel teniente coronel,<br />

jefe de un batallón de paracaidistas, había decidido formar el<br />

Movimiento Bolivariano Revolucionario 200; y usar las armas<br />

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