Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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ecompensas y alegrías, nada es más natural que complete el<br />
círculo vicioso exacerbando su aislamiento y dándole la espalda<br />
al mundo. “Lo que es preciso recalcar es un hecho muy sencillo<br />
—escribe George Steiner en su libro sobre el campeonato mundial<br />
entre Fischer y Spassky, Campos de fuerza—: un genio <strong>del</strong><br />
ajedrez es un ser humano que concentra dones mentales vastísimos,<br />
poco y mal comprendidos hasta ahora, y que se desvive<br />
por lograr la culminación de una empresa en definitiva trivial.<br />
De un modo casi inevitable, esa concentración genera síntomas<br />
patológicos de estrés nervioso, de irrealidad”.<br />
En una página célebre el ensayista inglés Joseph Addison escribe<br />
que las ruinas de Babilonia no son un espectáculo tan conmovedor<br />
como la mente humana desbaratada por la locura. Pero quizás<br />
haya un espectáculo aun más conmovedor, y es el instante en que<br />
la mente de un ajedrecista, después de adentrarse en el laberinto de<br />
combinaciones que representa un nuevo movimiento —un laberinto<br />
en cierta medida familiar pero a la vez aterradoramente desconocido,<br />
lleno de trampas y salientes súbitas y callejones sin salida—, logra<br />
sortear los desfiladeros de la locura, y sostenido por algo tan <strong>del</strong>icado<br />
como un cabello, se las arregla para desandar el camino de sus<br />
pensamientos hasta volver a la realidad.<br />
Cada tanto, lo mismo en los torneos de alto nivel que en las partidas<br />
entre aficionados, se da uno de esos trances de pasividad<br />
introspectiva en que la disposición de las piezas produce un<br />
inadvertido laberinto sobre el tablero, un laberinto capaz de<br />
eclipsar por completo el mundo —y al tablero que ha fungido de<br />
entrada— mientras el reloj avanza con el sonido maquinal de una<br />
condena. El espejismo de una jugada brillante, un sacrificio que<br />
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