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Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario

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No se trata únicamente de que a lo largo de la partida de ajedrez<br />

el jugador concentre toda su creatividad y energía analítica al<br />

cometido, si se quiere estéril, de acorralar al rey contrario, ni de<br />

que durante las horas que dedica a su entrenamiento la realidad<br />

se nuble y pierda sus colores hasta reducirse a una contienda de<br />

fuerzas negras y blancas, entretejidas según la lógica <strong>del</strong> instinto<br />

asesino, que es una lógica más obsesionante y primitiva que la que<br />

impera en la búsqueda de belleza y aun de perfección; se trata de<br />

que la imagen <strong>del</strong> tablero acompaña al jugador en todo momento,<br />

día y noche, como una sombra maléfica incluso cuando se supone<br />

que debería descansar, cuando el sueño debería disolver el estremecimiento<br />

que experimentó tras una ligera vacilación en su<br />

estrategia y el enemigo podía capitalizar una fisura apenas vislumbrada;<br />

se trata de esa pregunta que todo gran ajedrecista se<br />

plantea sin descanso, ya no digamos al comienzo de cada torneo<br />

importante, sino cuando coloca las piezas para una nueva partida,<br />

no importa qué tan formal; esa pregunta en apariencia sencilla y<br />

se diría excesiva, pero de consecuencias imprevisibles cuando se<br />

formula de manera espontánea, y que Vladimir Nabokov coloca<br />

en el centro de su novela La defensa: “¿Qué otra cosa existe en el<br />

mundo fuera <strong>del</strong> ajedrez?”<br />

Una de las razones por las que este juego milenario (este “triste<br />

desperdicio de cerebros” como lo denominó Walter Scott), puede<br />

ser tan absorbente, tan tentador y a su manera tiránico, radica<br />

en que aun la partida más breve se sitúa en un punto limítrofe<br />

entre la armonía y el vértigo. Hay una plasticidad elemental,<br />

pero al mismo tiempo inagotable, en ese enfrentamiento de<br />

fuerzas simétricas que tanto se parece a la lucha siempre seductora<br />

de la mano izquierda contra la derecha; pero también hay<br />

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