Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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mejillas a producir unas fibras ásperas que no tenía más remedio<br />
que aceptar como pelos, y que con tanto sigilo como dedicación<br />
arrancaba con unas pincitas de plata durante las primeras luces <strong>del</strong><br />
alba. Aprovechando su encierro, y decidida a convertirse en botín<br />
de guerra sólo a condición de que fuera amargo y repulsivo, simplemente<br />
se dejó crecer la barba en el momento apropiado, como<br />
después harían muchas otras mujeres para escapar de sus maridos,<br />
pero también para salvarlos.<br />
Ya fuera por avaricia o por amor o quizá por costumbre,<br />
Theodore Lent no se alejó nunca <strong>del</strong> poder magnético <strong>del</strong> hirsutismo,<br />
ni siquiera tras la muerte de Julia. Aunque después de<br />
ser convertida en momia la pelambre de su mujer rendía importantes<br />
dividendos en las ferias más prestigiadas de Europa,<br />
llenando teatros macabros en los que era exhibida al lado de<br />
su hijo malogrado, el señor Lent no traicionó su memoria sino<br />
hasta encontrar a una doble, otra mujer cuyo cutis inusual no<br />
le recordara el abdomen de los sapos. Durante una gira en la<br />
que cargaba a cuestas los cuerpos embalsamados de sus seres<br />
queridos como si se trataran de trofeos de caza, Lent pidió la<br />
mano de una señorita encerrada en el jardín de una mansión en<br />
Karlsbad, Suecia; y pese a la promesa de no lucrar con su ensortijada<br />
barba, pronto la convenció de que se olvidara para siempre<br />
de los utensilios con los que todos los días se afeitaba. Pero así<br />
como el pelaje de Zenora era un burdo remedo, tanto en abundancia<br />
como en lustre e intensidad, <strong>del</strong> que cubría la piel de su<br />
primera esposa, la satisfacción de Lent a su lado fue pálida y a<br />
fin de cuentas desgraciada.<br />
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