Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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Clémentine Delait La secreta sensualidad de la barba en el rostro de la mujer quizá sea un vestigio de épocas más peludas en la evolución humana, cuando el crecimiento y el cuidado del pelo en regiones entonces habituales del cuerpo debió de ser un poderoso atributo erótico. Y aunque la gran mayoría de los consortes y pretendientes aseguran estar “orgullosos” de las excrecencias de sus amadas —sentimiento que no está precisamente cerca de la voluptuosidad—, es fácil adivinar una fascinación oculta, misteriosa y acaso inconfesable, en donde el magnetismo de los rostros ambiguos y de género incierto se asociaría tal vez con una fantasía salvaje, una herejía estética que colinda con la parafilia. Por lo demás, hay razones para sospechar que el antecedente más lejano en lo que se refiere a la atracción por el hirsutismo femenino se remonta hasta Adán: en la iglesia francesa de Saint-Savin, un fresco románico representa a una desconcertante Eva barbuda en el Paraíso. Y no hay que olvidar que en algún tiempo existió en el Mediterráneo el culto a una Venus barbuda, un culto que en el templo de Amatunta, Chipre, quedó increíblemente fundido con el de la Venus calva. 7 8
A la izquierda, creación de Eva. En el centro, una Eva barbuda es presentada a Adán. A la derecha, sin tanta barba, Eva conversa con la serpiente. Iglesia de Saint-Savin, Francia (siglo XII). La barba femenina entendida como una reminiscencia de primitivismo, con todo lo que sugiere de fiereza, ignorancia y desbocamiento, es quizá la explicación de buena parte del rechazo hacia las mujeres barbudas, pero también de la fascinación que ejercen en algunos hombres, muchos de los cuales no han dudado en acosarlas con un celo que se diría animal. Durante la evolución humana, en la medida en que la expresión a través de gestos demostró su importancia para el establecimiento de lazos emocionales que contribuían a la supervivencia del clan, el rostro se despobló poco a poco de pelo, sobre todo en el caso de las mujeres, cuyo contacto con los hijos pequeños dependía —y depende aún— de esta forma de comunicación no verbal. La cara descubierta, limpia de filamentos o pelusa, como una página en blanco en la que ha de dibujarse la alegría y el temor, la rabia y la sorpresa, se impuso a la tosca apariencia de los demás antropoides, y no es descabellado 7 9
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Clémentine Delait<br />
La secreta sensualidad de la barba en el rostro de la mujer quizá<br />
sea un vestigio de épocas más peludas en la evolución humana,<br />
cuando el crecimiento y el cuidado <strong>del</strong> pelo en regiones entonces<br />
habituales <strong>del</strong> cuerpo debió de ser un poderoso atributo erótico.<br />
Y aunque la gran mayoría de los consortes y pretendientes<br />
aseguran estar “orgullosos” de las excrecencias de sus amadas<br />
—sentimiento que no está precisamente cerca de la voluptuosidad—,<br />
es fácil adivinar una fascinación oculta, misteriosa y acaso<br />
inconfesable, en donde el magnetismo de los rostros ambiguos<br />
y de género incierto se asociaría tal vez con una fantasía salvaje,<br />
una herejía estética que colinda con la parafilia.<br />
Por lo demás, hay razones para sospechar que el antecedente más<br />
lejano en lo que se refiere a la atracción por el hirsutismo femenino se<br />
remonta hasta Adán: en la iglesia francesa de Saint-Savin, un fresco<br />
románico representa a una desconcertante Eva barbuda en el Paraíso.<br />
Y no hay que olvidar que en algún tiempo existió en el Mediterráneo<br />
el culto a una Venus barbuda, un culto que en el templo de Amatunta,<br />
Chipre, quedó increíblemente fundido con el de la Venus calva.<br />
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