Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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y cenas privadas con aristócratas que Theodore Lent concertaba a cambio de fuertes sumas de dinero, Julia se complacía en ser el centro de atención, y al parecer tomaba como un desafío lograr por unos instantes el milagro de que su apariencia pasara a segundo plano y la apreciaran por su conversación y sus dotes para tocar la guitarra y la armónica. Aun cuando el señor Lent no le permitía salir de día pues consideraba que ser vista por gente que no pagaba redundaría negativamente en el impacto de su atractivo —y por ende en el estado de sus finanzas—, Julia interpretaba esa prohibición como una variedad retorcida de los celos, de manera que aguardaban la protección de la noche para asistir al circo en calidad de espectadores, ella cubierta por un espeso velo negro, él dispuesto a contemplarse en la sala de los espejos deformantes y así experimentar por unos segundos el sobresalto de la deformidad. Disfrutaban mucho de las funciones y se reían y saludaban de lejos a todos sus conocidos, en especial a los fenómenos, y cualquiera que los hubiese visto volver tomados de la mano, caminando apaciblemente hacia su casa mientras se disolvían entre la niebla de Londres, habría jurado que se trataba de una pareja perfecta. Todo lo que se presenta como indefinible, híbrido, intersticial, que es mitad bestia y mitad humano, que subvierte la división de los géneros y escapa a las leyes de la uniformidad, tiende a ser desplazado hacia el margen, ocultado y perseguido, como si fuera un emblema de lo impuro, de lo degradado, un resquicio en el tejido de la naturaleza por el que se atisba el desorden, lo abisal, y también el peligro. Lo monstruoso es la encarnación de nuestros miedos, es decir, de nuestras posibilidades no 6 6
desarrolladas; como una irrupción al mismo tiempo obsesionante y terrible, el monstruo condensa en una figura grotesca —y obscena por su atrevimiento— lo que hemos querido tachar, lo que nos hemos prometido olvidar para siempre. Disonancia en medio de una armonía reconocible, aberración que emerge de entre la placidez de lo homogéneo, bestialidad que pervierte la identidad de lo humano, el fenómeno destroza nuestras inercias clasificatorias y se convierte en excepción, en amenaza; un representante del error que viene a trastocar el orden que creíamos permanente, y ante el cual reaccionamos con espanto pero también con violencia: a tal grado nos aferramos a la seguridad categorial que el monstruo niega, a tal grado hemos interiorizado la negatividad estética y moral que implica su diferencia, que pertrechados en la deshilachada bandera de la norma hacemos todo lo posible por garantizar su devaluación, cuando no su eliminación sistemática. Ya sea de origen fantástico o plenamente documentada en informes médicos y fotografías, una modalidad recurrente del monstruo es la que involucra la indeterminación de fronteras entre las especies y géneros, en donde ya sea por transformación o desplazamiento, por confusión o mestizaje, conviven en una misma figura elementos disímbolos cuya conjunción se antoja repugnante y desproporcionada: sirenas, centauros, hermafroditas, hombres-lobo, quimeras, vampiros, faunos, esfinges, etc. La incoherencia de unos miembros concebidos para volar aliados a una cola marina, o bien la yuxtaposición de caracteres masculinos y femeninos en una sola criatura viviente, desconciertan por lo que tienen de imprevisible y aleatorio, como si fueran fruto de un collage delirante entre 6 7
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desarrolladas; como una irrupción al mismo tiempo obsesionante<br />
y terrible, el monstruo condensa en una figura grotesca<br />
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lo que nos hemos prometido olvidar para siempre. Disonancia<br />
en medio de una armonía reconocible, aberración que emerge<br />
de entre la placidez de lo homogéneo, bestialidad que pervierte<br />
la identidad de lo humano, el fenómeno destroza nuestras inercias<br />
clasificatorias y se convierte en excepción, en amenaza; un<br />
representante <strong>del</strong> error que viene a trastocar el orden que creíamos<br />
permanente, y ante el cual reaccionamos con espanto pero<br />
también con violencia: a tal grado nos aferramos a la seguridad<br />
categorial que el monstruo niega, a tal grado hemos interiorizado<br />
la negatividad estética y moral que implica su diferencia,<br />
que pertrechados en la deshilachada bandera de la norma hacemos<br />
todo lo posible por garantizar su devaluación, cuando no<br />
su eliminación sistemática.<br />
Ya sea de origen fantástico o plenamente documentada en<br />
informes médicos y fotografías, una modalidad recurrente <strong>del</strong><br />
monstruo es la que involucra la indeterminación de fronteras<br />
entre las especies y géneros, en donde ya sea por transformación<br />
o desplazamiento, por confusión o mestizaje, conviven<br />
en una misma figura elementos disímbolos cuya conjunción<br />
se antoja repugnante y desproporcionada: sirenas, centauros,<br />
hermafroditas, hombres-lobo, quimeras, vampiros, faunos,<br />
esfinges, etc. La incoherencia de unos miembros concebidos<br />
para volar aliados a una cola marina, o bien la yuxtaposición<br />
de caracteres masculinos y femeninos en una sola criatura<br />
viviente, desconciertan por lo que tienen de imprevisible y<br />
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