Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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hubiera incluido a Thomas Lloyd con su rebuscada alimentación libresca? ¿Después de cuántos años habría muerto, rebautizado como el hombre del papel, con los intestinos convertidos en una masa informe de cartón viscoso? La pulpa de maderas ricas en celulosa es la materia prima del papel, y suele extraerse de árboles como el pino y el eucalipto, aunque para su manufactura también se utiliza el algodón. En los siglos pasados prácticamente todos los libros se elaboraban a partir del cáñamo, cuyas fibras correosas garantizaban un papel duradero, de textura dócil y plegable, parcialmente resistente al agua. Al arrancar un soneto de las obras de Shakespeare y llevárselo a la boca, Thomas Lloyd estaba con toda seguridad comiendo cáñamo. Su dieta no era cien por ciento rigurosa, y aunque no rechazaba el tabaco y se sabe que con frecuencia se ayudaba de unos tragos de vino a fin de que el papel resbalara por la garganta, no deja de ser asombroso que un hombre se las arregle para subsistir bajo tales condiciones alimenticias y todavía acumule fuerzas para consagrarse al arte poético. Ignoro cuántos años vivió Thomas Lloyd y por cuánto tiempo se extendió su estrafalaria dieta. Quizá fue un hombre longevo, que al descubrir que un kilo de libros puede ser tan provechoso para el cuerpo como un kilo de carne, sustituyó para siempre las visitas al mercado por las visitas a la librería, contribuyendo con ello a nivelar su economía. Como quiera que sea, las posibles y más bien inciertas propiedades nutritivas del papel no hacen de él un material especialmente propicio para despertar la imaginación, tampoco lo suficientemente embriagador o euforizante como para transportar a quien lo ingiere a las cimas desoladas 5 4
de la alta poesía. El cáñamo, una vez procesado, no contiene un solo gramo de la sustancia psicoactiva de la marihuana (el tetrahidrocanabidol), por lo que es del todo inverosímil que Lloyd, adelantándose a Rimbaud, haya compuesto su obra bajo los efectos de esta droga, efectos que en cualquier caso debieron ser moderados. Y aunque no debe descartarse que la tinta empleada en aquel entonces en las imprentas inglesas contuviera ingredientes tóxicos o psicotrópicos en algún grado, el bardo inglés recurría al inaudito ritual de comer papel impreso para entrar en comunión y asimilar a sus autores predilectos desde sus entrañas, es decir, como un recurso de orden espiritual, en el que la participación de los jugos gástricos no cancelaba su naturaleza simbólica. Ya fuera por sugestión o decadentismo, intoxicación leve o una revitalización de prácticas alquímicas, la dieta de papel ocasionaba en Thomas Lloyd un genuino proceso de transustanciación literaria, gracias al cual las esferas separadas de la carne y la conciencia se reconciliaban en un punto imponderable, a la manera de una ostia profana, haciendo eclosión a lo largo de su espinazo en beneficio de la poesía. A diferencia de la bibliofagia como condena o penitencia, en la que un individuo es obligado a tragarse sus palabras de la manera más cruel y literal, cocinando en un caldero de sopa los textos que ha tenido el descaro de dar a la imprenta (Philipp Andreas Oldenburger, historiador y abogado del siglo XVII, debió comerse todos los ejemplares de un opúsculo incendiario, no del agrado de las autoridades, mientras sufría entre una cucharada y otra indecibles castigos corporales y azotes), la bibliofagia por placer —también llamada “propiciatoria”— cabe asociarla con un rito de generación y continuidad, a través del cual 5 5
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de la alta poesía. El cáñamo, una vez procesado, no contiene<br />
un solo gramo de la sustancia psicoactiva de la marihuana (el<br />
tetrahidrocanabidol), por lo que es <strong>del</strong> todo inverosímil que Lloyd,<br />
a<strong>del</strong>antándose a Rimbaud, haya compuesto su obra bajo los efectos<br />
de esta droga, efectos que en cualquier caso debieron ser moderados.<br />
Y aunque no debe descartarse que la tinta empleada en aquel<br />
entonces en las imprentas inglesas contuviera ingredientes<br />
tóxicos o psicotrópicos en algún grado, el bardo inglés recurría al<br />
inaudito ritual de comer papel impreso para entrar en comunión<br />
y asimilar a sus autores predilectos desde sus entrañas,<br />
es decir, como un recurso de orden espiritual, en el que la<br />
participación de los jugos gástricos no cancelaba su naturaleza<br />
simbólica.<br />
Ya fuera por sugestión o decadentismo, intoxicación leve o una<br />
revitalización de prácticas alquímicas, la dieta de papel ocasionaba<br />
en Thomas Lloyd un genuino proceso de transustanciación<br />
literaria, gracias al cual las esferas separadas de la carne y la<br />
conciencia se reconciliaban en un punto imponderable, a la<br />
manera de una ostia profana, haciendo eclosión a lo largo de su<br />
espinazo en beneficio de la poesía. A diferencia de la bibliofagia<br />
como condena o penitencia, en la que un individuo es obligado a<br />
tragarse sus palabras de la manera más cruel y literal, cocinando<br />
en un caldero de sopa los textos que ha tenido el descaro de dar a<br />
la imprenta (Philipp Andreas Oldenburger, historiador y abogado<br />
<strong>del</strong> siglo XVII, debió comerse todos los ejemplares de un opúsculo<br />
incendiario, no <strong>del</strong> agrado de las autoridades, mientras sufría<br />
entre una cucharada y otra indecibles castigos corporales y azotes),<br />
la bibliofagia por placer —también llamada “propiciatoria”— cabe<br />
asociarla con un rito de generación y continuidad, a través <strong>del</strong> cual<br />
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