Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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desiertos y encharcados se confundía cada vez más con la nostalgia,<br />
con esa sensación de vacío que produce en nuestro ánimo<br />
la misión cumplida con demasiada facilidad. Entonces no fue<br />
capaz de explicárselo a sí mismo, pero a pesar de que por primera<br />
vez había sorteado el trámite <strong>del</strong> racionamiento en pocos minutos,<br />
su sentimiento dominante era la decepción.<br />
Al día siguiente, el cielo amaneció encapotado pero más sereno,<br />
y la cola recuperó su longitud habitual. Gracias a que la llovizna<br />
persistía, los paraguas creaban un paisaje pintoresco, a su modo<br />
fotogénico, que visto desde arriba podría crear la ilusión de un<br />
animal fantástico, un ciempiés acorazado y negro, pero que desde<br />
la perspectiva de un hombre semejaba más bien la sala de urgencias<br />
de un taller de reparaciones improvisado como hospital:<br />
paraguas parchados, entablillados, parapléjicos; hombres desconsolados<br />
y hambrientos que tal vez tosían, sin duda refunfuñaban.<br />
En el momento de situarse en uno de los lugares más infelices<br />
sobre la faz <strong>del</strong> planeta, John Connish sonrió satisfecho, como si<br />
ser el último de la fila —de una fila sin esperanza— lo llenara de<br />
regocijo, de un orgullo incomprensible, quién sabe si malsano, a<br />
todas luces excéntrico. Tres horas más tarde, su rostro, dando la<br />
espalda al mundo, era el único que resplandecía bajo la sombra<br />
lúgubre de los paraguas.<br />
Las noticias de la rendición de Alemania y <strong>del</strong> fin de la guerra<br />
sumieron a Connish en un desconcierto inmóvil parecido a la<br />
postración, en el que más de uno quiso ver la falta de patriotismo<br />
y casi todos, el comienzo de la locura. Encerrado en su cuarto,<br />
vencido por la fiebre y sin probar bocado, clamaba a gritos la<br />
reconquista de Estados Unidos, la invasión <strong>del</strong> territorio chino,<br />
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