Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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para ser más exactos, cuyos anillos vendríamos a ser precisamente<br />
nosotros, quienes a causa de la rabia o el hastío siempre estamos<br />
a punto de fracturar el cuerpo <strong>del</strong> gusano largándonos<br />
muy dignos gritando: “¡es el colmo!”, lo cual en vez de dolor o<br />
sufrimiento produce en la masa ordenada una especie de alivio<br />
y en ocasiones aplausos, quizá por la ilusión de movimiento.<br />
Pero aunque el anélido se recomponga y siga creciendo en<br />
proporción directa a la ineptitud de la señorita, que nadie sabe<br />
si atiende en la tierra prometida de la ventanilla, el orden que<br />
instaura la cola es bastante precario y, acorde con su estructura<br />
filiforme, pende sólo de un hilo.<br />
“Todo orden —escribió Walter Benjamin— no es sino una situación<br />
columpiándose al borde <strong>del</strong> abismo”. Basta que el tiempo<br />
muerto se convierta en desesperación para que el orden incipiente<br />
de la cola se rompa y nos precipitemos en el abismo<br />
de agolparnos con nuestros semejantes frente a una puerta<br />
cerrada, formando un puño humano que nunca se contenta con<br />
reclamar educadamente que alguien abra de una buena vez, y<br />
que en realidad quiere matar algo más que tiempo.<br />
Lo primero en encenderse es la queja, sus detonantes son insospechados<br />
y variopintos, y si se quiere, minúsculos o arbitrarios:<br />
desde una falsa viejita que está intentando colarse, hasta el feo<br />
espectáculo de la nuca sudorosa <strong>del</strong> calvo que nos tocó <strong>del</strong>ante.<br />
La queja tiene la cualidad de viajar como un escalofrío y luego<br />
regresar como un espasmo a todo lo largo de la lombriz, reproduciendo<br />
las maneras <strong>del</strong> viento sobre los juncos, lo cual pronto<br />
da lugar a la confusión y a los empellones, mientras sigue creciendo<br />
el reclamo de ¡portazo, portazo!, ese grito de guerra <strong>del</strong><br />
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