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Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario

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el país que ha elevado la consigna de matar el tiempo y consumir<br />

baratijas a la altura de precepto moral: Estados Unidos.<br />

Si nos remontáramos a la Edad Media es muy probable que<br />

consiguiéramos redactar una lista semejante referida a cualquier<br />

monje o copista recluido en un monasterio. Pero ese acto<br />

de malabarismo con el tiempo sería un ejercicio <strong>del</strong> todo estéril,<br />

algo tan descabellado como señalar que el dependiente de la<br />

tienda de abarrotes nunca ha viajado a la luna. Para un escribiente<br />

medieval, como por lo demás para la mayoría de los<br />

hombres que han poblado el planeta antes que nosotros, palabras<br />

como “yate”, “tabaco” o “futbol” no representarían más<br />

que balbuceos, flatus vocis desligados de cualquier tentación<br />

genuina. En cambio, como si su figura hubiera de representar<br />

una suerte de mancha o agujero en medio de una página abarrotada,<br />

la juventud de Roy Robert Smith transcurrió en una época<br />

signada por el despilfarro y la despreocupación, una época alegre<br />

y afirmativa que ha terminado por conocerse como los “fabulosos<br />

años veinte” o, de manera más sugestiva, “la era <strong>del</strong> jazz”.<br />

Si comparamos el estilo de vida austero de ese perfeccionista en<br />

el desdén con el de un contemporáneo como Scott Fitzgerald,<br />

que se levantaba todas las mañanas bajo el lema de brillar a toda<br />

costa y producir revuelo (no importa si más tarde, a la manera de<br />

un fuego pirotécnico, ello implicara explotar, apagarse como un<br />

tizón en las aguas de la debacle y la ruina), Smith se envuelve,<br />

por efecto <strong>del</strong> contraste, en capas más espesas de enigma, soledad<br />

y misantropía, fiel a una rutina quién sabe si monástica o<br />

simplemente apartada y sobria; que en todo caso estuvo señalada<br />

desde un comienzo por la lisura, por una uniformidad libre de<br />

estridencias y estallidos. A la edad de 36 años Fitzgerald, héroe<br />

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