Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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jugador, lo cual hacía que las contiendas se prolongaran<br />
durante semanas e incluyeran prácticas propias <strong>del</strong> Zen y<br />
numerosos aplazamientos.<br />
Con su reputación de jugador absorto y solemne, de auténtico<br />
quelonio <strong>del</strong> ajedrez, Paulsen no sólo provocó la ira y a veces el<br />
abandono de sus rivales, sino que dio lugar a toda clase de equívocos<br />
sobre las reglas de etiqueta que habían de guardarse frente<br />
al tablero, y no faltó quien se preguntara si el genio alemán dominaba<br />
el arte de quedarse dormido con los ojos abiertos. En una de<br />
las anécdotas más famosas <strong>del</strong> ajedrez —la anécdota favorita de<br />
Bobby Fischer— Paulsen se sume en una de sus colosales meditaciones<br />
en una partida contra Paul Morphy, cuya maestría para el<br />
juego abierto era tan audaz como relampagueante, y que a partir<br />
de que le asestara uno de los sacrificios de Dama más espectaculares<br />
de todos los tiempos bien podía ser considerado su Némesis.<br />
Al cabo de cinco horas, Morphy, un caballero habituado a compases<br />
de espera inhumanos, en los que evitaba a toda costa mesarse<br />
los cabellos de hastío o importunar a su contrario con un bostezo,<br />
se decide tímidamente a romper el silencio y exclama: “Perdone,<br />
¿pero por qué no juega de una vez?” Y ante esa pregunta que resonó<br />
con un timbre acerado que pertenecía a otro mundo, a un mundo<br />
distante donde todavía existía el cambio y la variación, y que atravesó<br />
el cuarto de un extremo a otro como lo haría una daga en un<br />
globo henchido de sopor, Paulsen volvió en sí con una sacudida y<br />
repuso: “¡Oh!, ¿en verdad es mi turno?”<br />
No está de más preguntarse si episodios como éste no desatarían<br />
la perturbación mental que aquejaría a Morphy con el paso de<br />
los años, un oscurecimiento de sus capacidades intelectuales<br />
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