Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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tampoco sobresalía en celeridad: “¡Elijah, no se supone que estés<br />
allí simplemente sentado, se supone que debes estar allí sentado<br />
y ponerte a pensar!”, le gritó. Pocos movimientos más tarde, y<br />
tras varias horas de presuntos análisis quién sabe qué tan profundos<br />
pero en cualquier caso irritantes, Staunton estalló. <strong>Los</strong><br />
modales victorianos de ese gran caballero que defendía el espíritu<br />
deportivo <strong>del</strong> más civilizado de los juegos se hicieron de<br />
pronto añicos ante el ritmo acompasado de aquel individuo que<br />
parecía estar hecho de mármol y que no le importaba aplazar<br />
hasta lo indecible la hora <strong>del</strong> té. Aunque ese gesto habría de costarle<br />
uno de los primeros puestos, Staunton abandonó la partida<br />
con una declaración infamante: “¡Yo no admito la lentitud de la<br />
mediocridad!” Elijah, con una sonrisa diabólica que tardó varios<br />
segundos en formarse, saboreó como nunca la victoria.<br />
Pero llevar el Giuoco piano hasta las fronteras de la inmovilidad presenta<br />
el inconveniente de que nada obliga al rival al apresuramiento,<br />
y en realidad se expone a que éste le pague con la misma moneda<br />
de la lentitud. En su duelo con el desconocido James Mucklow, El<br />
perezoso se enfrentó con un espejo, apenas un poco menos pausado<br />
y abúlico, al punto de que entre los bostezos que reinaban en la sala<br />
se formó la hipótesis de que los contendientes se habían aficionado<br />
al opio. Staunton, cuya actitud hacia las partidas que rebasaban<br />
las diez horas pasó de la indulgencia a la mala voluntad y luego a la<br />
reacción alérgica (no por nada se convertiría en el principal promotor<br />
<strong>del</strong> reloj de arena como tercero en discordia) describió los aportes de<br />
Williams y Mucklow a la historia <strong>del</strong> ajedrez en los siguientes términos:<br />
“No es necesario subrayar que sus partidas, de la primera<br />
a la última, son notables únicamente por su invariable y nunca<br />
antes conocida somnolencia”.<br />
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