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Pero Dios puede más. El Espíritu no deja de latir sobre las aguas del mundo. La fuerza<br />
de su viento sigue empujando la barca de Pedro, las velas multicolores de todos los<br />
creyentes. De una parte, por la efusión y la potencia del Espíritu Santo, los pecados nos<br />
son perdonados en el bautismo y en la penitencia. Por otra parte, el Paráclito nos<br />
ilumina, nos consuela, nos transforma, nos lanza como brasas encendidas en el mundo<br />
apagado y frío. Por eso, a pesar de todo, la aventura de amar y redimir, como lo hizo<br />
Cristo, sigue siendo una realidad palpitante y gozosa, una llamada urgente a todos los<br />
hombres, para que prendan el fuego de Dios en el universo entero.<br />
El Espíritu Santo, que Dios había prometido a los profetas para cambiar el corazón de<br />
los hombres, ha llegado. Ahora conocemos a fondo a Jesús y nuestra conducta cambia.<br />
Ahora no sólo hablamos de Jesús sino que obramos como Jesús. Hemos sido<br />
transfiormados, conocemos la voluntad de Dios y poseemos la fuerza para dar<br />
testimonio del Evangelio. Tenemos una misión que cumplir en el mundo y contamos<br />
con la fuerza suficiente para llevarla a cabo. El Espíritu Santo es el amor que nos<br />
estrecha con el Padre, con Jesucristo y entre nosotros. Ya no caben aislamientos,<br />
segregaciones, sino comunión en el amor. No divisiones, sino unidad. San Agustín nos<br />
recuerda que «cada uno de nosotros puede saber cuánto posee del Espíritu de Dios,<br />
según el amor que siente por la Iglesia». Aún con lodo, nuestro poseer el Espíritu Santo<br />
no es tanto una realidad acabada, cuanto una semilla en evolución que alcanzará su<br />
plena madurez cuando seamos definitivamente transformados en Cristo.<br />
El Señor dijo a los discípulos: Id y y sed los maestros de todas las naciones; bautizadlas<br />
en el nombre del Padre y del Hijo Y del Espíritu Santo. Con este mandato les daba el<br />
poder de regenerar a los hombres en Dios.<br />
Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su<br />
Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto descendió el<br />
Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del hombre, para así,<br />
permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir<br />
en la obra plasmada por las manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del<br />
Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.<br />
Y Lucas nos narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió<br />
sobre los discípulos el día de Pentecostés,<br />
con el poder de dar a todos los hombres entrada en la vida y para dar su plenitud a la<br />
nueva alianza; por esto, todos a una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas<br />
al reducir el Espíritu a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de<br />
todas las naciones.<br />
Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Abogado que nos haría capaces de<br />
Dios.Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa<br />
compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos<br />
muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que<br />
baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no recibe el agua, así también<br />
nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida,<br />
sin esta gratuita lluvia de la alto.<br />
Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la<br />
incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.<br />
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