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doctrina social cristiana - Ordo Socialis

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3. Escasez y necesidad de economizar. La experiencia enseña que la mayoría de los bienes<br />

necesarios no existen en abundancia ilimitada, como existe por ejemplo el aire, sino que son<br />

limitados. Comparados con las necesidades humanas, son escasos. Están además sometidos al<br />

desgaste y al consumo, y el ser humano tiene que esforzarse continuamente para producirlos.<br />

A ello se añade que las exigencias humanas de bienes materiales no están fisiológicamente<br />

limitadas como en el animal, sino que –a causa de la espiritualidad de la persona– hay que<br />

llamarlas ilimitadas e ilimitables. En los Estados Unidos de América, el cincuenta por ciento<br />

de los trabajadores se ocupan de producir y vender bienes de los que en 1914 no se conocía ni<br />

el nombre. Jamás ha existido una edad de oro como la que Don Quijote pinta en su célebre<br />

discurso a los cabreros: "Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos<br />

pusieron nombre de dorados..., porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos<br />

palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes, a nadie le era<br />

necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle<br />

de las robustas encinas que liberalmente les estaban convidando con su dulce fruto"188.<br />

De la tensión entre las necesidades y los escasos bienes existentes resulta normalmente un<br />

concreto comportamiento de la persona: trata de administrar ahorrativa y económicamente los<br />

escasos bienes, es decir, de "economizar" para sacar la mayor "utilidad" posible a los bienes<br />

disponibles.<br />

En la era industrial se han derrochado, sin duda, bienes económicos como, por ejemplo, las<br />

fuentes de energía. En el futuro se hace necesario el ahorro de las mismas (carbón, petróleo,<br />

gas natural, madera, fuerza hidráulica, energía nuclear) y, por tanto, una utilización más<br />

reflexiva. El crecimiento económico ha de ser dirigido y controlado.<br />

4. División del trabajo y cooperación. Como el ser humano es impotente por sí solo frente a<br />

los poderes de la naturaleza y apenas puede cubrir del modo más elemental sus necesidades<br />

básicas de bienes necesarios para la vida, se unió desde el principio a otros para conseguir esta<br />

finalidad. La esencial ordenación de la persona al tú y a la sociedad se manifiesta<br />

notablemente en el terreno de la economía. Actualmente la comunidad de la actividad<br />

económica abarca toda la tierra. Con una admirable colaboración de las diversas ramas de la<br />

economía, de los diversos pueblos y continentes, la gentes tratan de explotar cada vez más<br />

perfectamente los tesoros y energías de la tierra, y así ha sido posible elevar el nivel material<br />

de vida de un modo inimaginable en épocas anteriores. Hasta qué punto aumenta la<br />

producción de bienes con la división del trabajo lo describió intuitivamente Adam Smith a<br />

comienzos del desarrollo industrial (1776): un trabajador no especializado, por sí solo,<br />

"trabajando con extrema asiduidad apenas podría producir un alfiler, y de seguro no<br />

produciría veinte". Pero ahora, "uno arrastra el alambre, otro lo estira, el tercero lo corta, el<br />

cuarto lo afila, el quinto lo aguza por el extremo opuesto a donde es puesta la cabeza, etc. He<br />

visto una pequeña fábrica de este tipo, donde sólo trabajaban diez hombres: podían, si se<br />

dedicaban diligentemente a ello(...), producir más de cuarenta y ocho mil alfileres por<br />

día»189.<br />

La división del trabajo y el intercambio comercial presuponen inevitablemente el dinero como<br />

medio de compra y venta, de valoración y de crédito, el cual debe ser ordenado desde una<br />

política monetaria dirigida al bien común, de modo que la estabilidad de los precios, los<br />

ingresos y el nivel de empleo estén garantizados.<br />

188M. de Cervantes Saavedra, Don Quijote, t. I, Madrid, 1927, 326 y s.<br />

189 A. Smith, Der Reichtum der Nationen, t. I, Leipzig, 1924, 5 y s.<br />

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