doctrina social cristiana - Ordo Socialis
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hacen sentir claramente hasta la actualidad y especialmente en el derecho matrimonial. El<br />
principio de la disolución del matrimonio, del año 1792, fue incluido, por ejemplo en el<br />
derecho matrimonial (nacional-<strong>social</strong>ista) alemán, en 1938. Aunque el individualismo liberal -<br />
al menos en su ideología consecuente- había socavado la institución del matrimonio, pronto<br />
tuvo que admitir que las relaciones entre varón y mujer no pueden abandonarse al capricho.<br />
Así se explica que el Estado, instancia que la concepción individualista de la sociedad había<br />
opuesto al individuo como poder ilimitado, reclamara para sí la estructuración del derecho<br />
matrimonial y sometiera a sus leyes la institución del matrimonio. Es significativo que José II<br />
bajo la influencia de la Ilustración, declarara en la Patente matrimonial de 16 de enero de<br />
1783, que el matrimonio recibía "su carácter especial, fuerza y definición, total y únicamente<br />
de nuestras leyes territoriales", concepción que durante los siglos XIX y XX ha encontrado<br />
cada vez mayor difusión117.<br />
2. Hoy toda institución, incluida la del matrimonio, es sospechosa para muchos de ser un<br />
entorpecimiento, una coacción sistemática y un freno y, por ese motivo, objeto de rechazo.<br />
Esa fobia institucional depende de una ideología emancipatoria desmedida. Quien destruye la<br />
institución, pone al matrimonio y a la familia en manos del “aparato” administrativo.<br />
Entonces, en el lugar del amor personal y de la autoridad de los padres se coloca el poder de<br />
los funcionarios, en cuyas manos el aparato es una dócil herramienta. Una emancipación<br />
llevada más allá de sus límites conduce a la manipulación.<br />
Frente a todos los intentos de relativizar el matrimonio y de ponerlo en manos del poder<br />
político, la fe <strong>cristiana</strong> mantiene la naturaleza y estructura esencial de esa institución.<br />
"Ninguna ley humana" -se dice en la encíclica "Rerum novarum"- "puede limitar en modo<br />
alguno el sentido capital del matrimonio fijado por la autoridad de Dios en los umbrales de la<br />
historia humana"; el matrimonio "es más antiguo que el Estado; por eso le competen derechos<br />
y deberes peculiares que en modo alguno dependen del Estado" (RN 9).<br />
§ 10. El matrimonio como sacramento<br />
En el matrimonio resplandece el misterio de la salvación divina. Dios ha salvado y santificado<br />
a la persona "no individualmente, independiente de toda unión recíproca", sino sellando una<br />
alianza con las personas y "haciéndolas un pueblo" (LG 9). A esta alianza, para expresarnos<br />
su amor hasta el extremo, la llama Dios alianza matrimonial: "Entones, dice Yavé, tu me<br />
llamarás: Esposo! ... y te desposaré para siempre" (Os 2, 18-21). "Pasé yo junto a ti y te miré.<br />
Era tu tiempo el tiempo del amor, y tendí sobre ti mi manto, cubrí tu desnudez, me ligué a ti<br />
con juramento e hice alianza contigo, dice el Señor, Yavé, y fuiste mía" (Ez 16, 8). "Porque tu<br />
marido es tu creador" (Is 54, 5). El matrimonio era ya en la Antigua Alianza símbolo del amor<br />
de Dios a su querido pueblo. En la Nueva Alianza, Cristo elevó el matrimonio a sacramento,<br />
es decir, lo convirtió en signo eficaz de la gracia, de forma que entre bautizados no puede<br />
haber verdadero matrimonio que no sea sacramento. Esposa y esposo se administran<br />
mutuamente el sacramento al pactar entre sí el matrimonio. En el matrimonio cristiano brilla<br />
el misterio pascual de los desposorios de Cristo con la Iglesia: "Gran misterio éste, pero yo lo<br />
aplico a Cristo y a la Iglesia" (Eph 5, 32). En el esposo encuentra la mujer a Cristo que se<br />
entrega por la Iglesia, y en la mujer encuentra el esposo a la Iglesia, amante de Dios. Tanto el<br />
hombre como la mujer encuentran en su matrimonio a Cristo, al prometido de la Iglesia, que<br />
permanece con ellos en el sacramento del matrimonio "para que los esposos a través de la<br />
117 Ibidem, 348 y ss.<br />
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