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doctrina social cristiana - Ordo Socialis

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En los años treinta de nuestro siglo105, pero principalmente tras el Concilio Vaticano II106,<br />

ha sido vivamente discutida la cuestión en torno a los fines del matrimonio. Si se pregunta por<br />

el sentido inherente al matrimonio como institución natural habrá que citar en primer término<br />

el despertar de una nueva vida, la propagación de la vida. Pero el matrimonio como<br />

institución tiene también el sentido inherente de ser una comunidad de amor y vida entre<br />

hombre y mujer. El matrimonio, como declara el Concilio Vaticano II, "no ha sido instituido<br />

únicamente para la procreación". También en los matrimonios infecundos "sigue en pie el<br />

matrimonio como intimidad y comunión total de vida" (GS 50). Revela, por lo demás, poco<br />

sentido histórico imputar a la antigua teología el que haya entendido al matrimonio<br />

exclusivamente como institución para procrear, y no como una comunidad de amor. Hace ya<br />

cuatrocientos años se publicó, por encargo del Concilio de Trento, el Catecismo Romano, en<br />

el que se lee que el motivo fundamental por el que se encuentran marido y mujer es "la<br />

comunidad entre los dos sexos". Ninguna otra amistad es tan profunda como el amor<br />

conyugal, pues como réplica fiel de la estrechísima unión de Cristo con su Iglesia, enlaza a<br />

"hombre y mujer en el amor y afecto más íntimos". En eso consiste ante todo “la entrega<br />

conyugal”, en que la mujer “después de Dios, a nadie ha de amar más profundamente que a su<br />

marido"107.<br />

En la sociedad moderna, los esposos no suelen cerrar su contrato matrimonial con la mirada<br />

puesta en la nueva vida a engendrar. El deseo de tener una comunidad de vida espiritual y<br />

corporal, y de un amor que busca y regala felicidad, complemento y perfección, reconducen el<br />

uno al otro. También la Sagrada Escritura cita en primer lugar este devenir uno de los<br />

esposos: "Adán exclamó: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne (...) Por<br />

eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer y vendrán a ser los dos<br />

una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne" (Gen 2, 23-24). Cristo<br />

recogió estas palabras: "¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra?<br />

Y dijo: Por eso dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer y serán los dos<br />

una sola carne" (Mat 9, 4-5). También San Pablo describe el matrimonio como comunidad de<br />

amor: "Vosotros los maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se<br />

entregó por ella" (Eph 5, 25). La procreación de una nueva vida, el hijo, no se cita<br />

expresamente en estos textos. Más bien ponen en el centro, como fuerza que impulsa a ambos<br />

sexos uno hacia el otro, el anhelo de unidad espiritual y corporal. En este sentido hay que<br />

entender también las palabras de la encíclica „Casti connubii“, del 31 de diciembre de 1930:<br />

"Esta mutua formación interior de los cónyuges, este asiduo cuidado de su mutuo<br />

perfeccionamiento, puede también llamarse en cierto sentido muy verdadero, como señala el<br />

Catecismo Romano, causa y razón primaria del matrimonio, cuando no se toma estrictamente<br />

como una institución para procrear y educar convenientemente a la prole, sino, en sentido más<br />

amplio, como plena comunidad de vida". [AAS 22 (1930) 548 y ss.].<br />

Por supuesto que los esposos de sana sensibilidad albergarán también en su comunidad de<br />

amor un fuerte deseo de tener hijos, si bien no hay que perder de vista que el matrimonio tiene<br />

una unidad de sentido, dado que la felicidad, plenitud y desarrollo personales se realizan al<br />

traer al mundo una vida y educarla. En este sentido, para la comunidad de vida y amor de los<br />

esposos, los hijos tienen una importancia incalculable. Por eso debe llenar de honda<br />

preocupación, el que muchos esposos cristianos rechacen los hijos, o que la joven madre que<br />

105 Ver, N. Rocholl, Die Ehe als geweihtes Leben, Dülmen, 1935, 61.<br />

106 Ver J. David, Neue Aspekte der kirchlichen Ehelehre, Bergen-Enkheim, 1966, 2ª ed.<br />

107 Catecismo para párrocos según el decreto del Concilio de Trento (1566), trad. de A. Machuca, 1901,<br />

reedición de Magisterio Español, Madrid, 1972. II, 8, Nº 13, 15, 27.<br />

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