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doctrina social cristiana - Ordo Socialis

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industria y capital. Como la competencia es garante del bien común, el deseo de muchos<br />

comerciantes de recibir subvenciones del Estado para conseguir privilegios monopolísticos<br />

debe ser impugnado a toda costa. La supresión de la competencia acarrea sin duda ventajas a<br />

los interesados. Sin embargo, siempre es "contraria a los intereses de la mayoría"201.<br />

2. La realidad capitalista. Los padres espirituales del liberalismo económico fueron de todo<br />

menos explotadores sin conciencia. Raras veces se han puesto en la economía tan grandes y a<br />

la vez pseudo-teológicas esperanzas como a comienzos de la era industrial. Con optimismo<br />

conmovedor creyeron los viejos liberales que al introducir la libre competencia comenzaría<br />

para todas las clases del pueblo una era dominada por el signo del bienestar general y de la<br />

fraternidad. La armonía preestablecida del mercado conduciría automáticamente a la<br />

realización de la justicia <strong>social</strong>.<br />

La era industrial tuvo, de hecho, enormes éxitos económicos. El mercado y la competencia<br />

tienen ciertamente su dinámica. Basado en las ciencias naturales y seducido por las<br />

posibilidades nuevas de la libre competencia en el mercado, el ser humano se apoderó<br />

sistemáticamente de las energías de la naturaleza hasta ahora ocultas. Las encadenó a la<br />

técnica física, química y biológica, la cual en tormentoso desarrollo se convirtió en<br />

fundamento de la economía moderna y en esqueleto de nuestra civilización. Los inventos y<br />

descubrimientos se sucedieron unos a otros. La vida media de las personas subió de treinta y<br />

cinco a setenta años. El nivel de vida se elevó considerablemente, incluso entre las clases<br />

bajas.<br />

Sin embargo, la era del liberalismo económico condujo a un peligroso malestar <strong>social</strong> y<br />

provocó la cuestión <strong>social</strong>. Los obreros sin propiedades y al principio no asociados todavía en<br />

sindicatos, no pudieron competir en el mercado con algún tipo de patrimonio, sino sólo con<br />

sus energías de trabajo. Sorprende que el mismo Adam Smith aludiera en un conmovedor<br />

texto de su obra principal, a esta desigualdad en el punto de partida. Escribe lo siguiente sobre<br />

la lucha entre obreros y empresarios: "No es sin embargo difícil de prever cuál de los dos<br />

partidos ganará esta lucha, en circunstancias normales, y obligará al otro a conformarse con<br />

sus condiciones (...) En todas estas luchas los señores pueden resistir por mucho más tiempo<br />

(...); pueden, aunque no tengan ni un solo obrero, vivir del capital uno o dos años (...) En<br />

cambio, muchos obreros no podrán vivir una semana, muy pocos podrán vivir un mes y<br />

apenas habrá uno que pueda vivir un año sin trabajo"202.<br />

Para burla de todas las optimistas esperanzas les sobrevino a los obreros una indecible<br />

miseria, precisamente en la primera mitad del siglo XIX. "Uno de los viejos titanes" –<br />

escribían las Historisch-politische Blätter de 1847– "se ha rebelado en secreto y con callado<br />

paso ha entrado en la confusión de este tiempo presente (...): el proletariado"203. Un<br />

"capitalismo primitivo", que equipara las personas "al total de los medios materiales de<br />

producción" y las trata "como un instrumento", contradice -como dice el Papa Juan Pablo II-<br />

la dignidad de la persona. Por eso la "corriente de solidaridad" que se alzó en el siglo XIX<br />

contra la "degradación de la persona" y contra la "inaudita y concomitante explotación en el<br />

campo de las ganancias, de las condiciones de trabajo y de providencia hacia la persona del<br />

obrero", está "justificada <strong>social</strong> y moralmente" (LE 7-8).<br />

Un justo juicio del destino del proletariado en aquella época no debería, por lo demás, echar la<br />

culpa únicamente a la libre competencia, sino que tendría que tener en cuenta que a la vista<br />

201 A. Smith, IV, 7.<br />

202 A. Smith, I, 8.<br />

203 Historisch-politische Blätter 19 (1847), 522 y ss.<br />

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