Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff
Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff
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PREMIO FONDO NACIONAL DE LAS ARTES<br />
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Una novela <strong>de</strong><br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong>
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Una novela <strong>de</strong><br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong>
© El Cid Editor SAE<br />
ISBN: 84 85745-05-1<br />
Primera edición: 1980<br />
Segunda edición (formato digital):<br />
© 2012, <strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
gloria.gitaroff@gmail.com<br />
www.gloriagitaroff.com.ar
SE NECESITAN<br />
ESTUDIANTES<br />
UNIVERSITARIOS/AS<br />
con buen do<strong>mi</strong>nio <strong>de</strong>l lenguaje<br />
e imaginación, para trabajar con<br />
un equipo <strong>de</strong> redacción muy creativo.<br />
pue<strong>de</strong> establecerse un trabajo <strong>de</strong><br />
acuerdo con el interesado.<br />
Referencias <strong>de</strong> aptitud lo más <strong>de</strong>tallada posible<br />
Escribir carta manuscrita a<br />
AOR Sucre 621 Capital
6<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong>
Buenos Aires, 24 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong>…<br />
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Gran<strong>de</strong>s dudas me asaltan: ¿cuál será la palabra justa? ¿cuál la virtud<br />
esperada, la innecesaria, la que me falta? ¿Cuáles entre <strong>mi</strong>s cosas les<br />
convendría saber? ¿Cuáles no? En fin, tendré que correr el riesgo.<br />
Estudiantes universitarios/as<br />
Soy una estudiante reinci<strong>de</strong>nte, a saber:<br />
Ciencias Econó<strong>mi</strong>cas: un año. Abandoné porque no me gustaban<br />
los números.<br />
Derecho: un año. Abandoné porque no me gustaban las leyes.<br />
Psicología: estoy en el último año. Esta vez no voy a abandonar porque<br />
ya no soy una adolescente que duda. Soy una adulta que duda.<br />
Buen do<strong>mi</strong>nio <strong>de</strong>l lenguaje e imaginación<br />
Les puedo asegurar que sé todos los verbos en todos los tiempos,<br />
incluyendo el subjuntivo y el pluscuamperfecto, aún <strong>de</strong> los verbos irregulares.<br />
También sé otros lenguajes en grados diversos: inglés, francés,<br />
italiano y por supuesto, el lenguaje <strong>de</strong>l inconsciente.<br />
Con todo esto que sé escribí lo que nadie leyó, cartas que <strong>de</strong>leitaron<br />
a <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos, composiciones que <strong>de</strong>leitaron a <strong>mi</strong>s maestras, y también<br />
innúmeras monografías para la Facultad (en realidad, digamos<br />
que fueron dos) en impecable español y riguroso método hipotético<strong>de</strong>ductivo.<br />
En cuanto a la imaginación, les aseguro que soy capaz <strong>de</strong><br />
escribir cualquier cosa, tan sólo necesito que me digan qué.<br />
7
8<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Para trabajar con equipo <strong>de</strong> redacción muy creativo.<br />
Esto implica que si el equipo es muy creativo, no hace falta que<br />
yo también lo sea.<br />
Datos personales<br />
Me llamo Inés; soy argentina, tengo treinta y cinco años (bueno,<br />
la verdad es que tengo cuarenta y uno, pero nadie se da cuenta).<br />
Les puedo ofrecer libreta cívica, libreta universitaria y libreta <strong>de</strong> casa<strong>mi</strong>ento.<br />
Referencias <strong>de</strong> aptitud lo más <strong>de</strong>tallada posible.<br />
Sé leer y escribir a máquina o a mano; tengo buena letra (cuando<br />
me lo propongo), sé contabilidad, sé coser y cocinar, especialmente<br />
co<strong>mi</strong>da francesa, sabía tocar el piano pero me olvidé, sé pintar al óleo<br />
y a rodillo. Sé hacer artesanías y cerá<strong>mi</strong>cas, vitreaux <strong>de</strong> acrílico, lógica,<br />
metodología, empapelo, arreglo flores en los floreros y en los jardines<br />
y seguramente sé algo más, pero ahora no me acuerdo.<br />
Me muero <strong>de</strong> curiosidad por saber qué es eso tan creativo que uste<strong>de</strong>s<br />
hacen. ¿Me lo van a contar?
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
1.<br />
Llegué a la dirección indicada. Todo me parecía muy raro; el aviso,<br />
la casa en ese lugar, Sucre y Alcorta, la hora (las ocho <strong>de</strong> la mañana)<br />
y por sobre todo me inquietaba que no fuera una oficina, como<br />
era <strong>de</strong> esperar.<br />
Me abrió la puerta una mucama que no era ni vieja ni joven, ni alta<br />
ni baja y me hizo pasar a un gran living con tres <strong>de</strong>sniveles. Mi <strong>de</strong>sconfianza<br />
crecía. Pensé en la casa <strong>de</strong> algún dueño <strong>de</strong> casinos <strong>de</strong> Las<br />
Vegas. Noté que todo era nuevo, que tenía poco uso y pensé que quizás<br />
habrían alquilado la casa para esa cosa tan rara que se habían propuesto<br />
y que no alcanzaba a imaginar. Allí, en suma, no vivía nadie.<br />
—La señora se fue a llevar a los chicos al colegio; si quiere pue<strong>de</strong><br />
esperarla —me había dicho la mucama, y yo había sentido <strong>mi</strong>edo. Las<br />
clases, al menos las <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos, habían ter<strong>mi</strong>nado la semana anterior.<br />
Pero la tentación era tan gran<strong>de</strong> que no salí corriendo, como hubiese<br />
querido.<br />
Me senté en uno <strong>de</strong> los sillones y traté <strong>de</strong> no encontrar más indicios<br />
adversos. En eso estaba, cuando apareció la supuesta señora, que<br />
puso a prueba <strong>mi</strong> perspicacia, porque, como la mucama, tampoco<br />
cara <strong>de</strong> nada en especial. Me indicó una silla <strong>de</strong>l comedor y se ubicó<br />
en otra frente a mí. Sobre la mesa había varias cartas, y entre ellas alcancé<br />
a distinguir la mía.<br />
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10<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Me quedé esperando, porque realmente no sabía qué <strong>de</strong>cir. Una<br />
carta se pue<strong>de</strong> retocar si uno se equivoca, pero lo que se dice no. La<br />
mujer me <strong>mi</strong>ró y dijo con un acento algo aburrido, quizás <strong>de</strong> tanto<br />
repetir lo <strong>mi</strong>smo:<br />
—Estamos buscando una persona sin ninguna experiencia en publicidad,<br />
para que integre un equipo creativo y se vaya formando en<br />
nuestra agencia. Preten<strong>de</strong>mos que sea muy imaginativa pero también<br />
que sea capaz <strong>de</strong> escribir lo que imagina. La redacción es fundamental<br />
(yo le dije que sí con la cabeza y con una mano, con un gesto supuestamente<br />
apropiado para las circunstancias). Las i<strong>de</strong>as tienen que<br />
servir para un aviso gráfico, <strong>de</strong> televisión o <strong>de</strong> cualquier otro medio.<br />
También tiene que ser capaz <strong>de</strong> dirigir un equipo <strong>de</strong> dibujantes, locutores,<br />
escenógrafos y todo lo que sea necesario para llevar sus i<strong>de</strong>as<br />
a la práctica…<br />
Empecé a tener más <strong>mi</strong>edo todavía; o era una broma, o iría a ter<strong>mi</strong>nar<br />
como en las novelas <strong>de</strong> Ágatha Christie, pobrecita yo, hecha<br />
una víctima.<br />
—Necesitamos que nos <strong>de</strong>muestre su capacidad para esta tarea, por<br />
lo tanto, usted va tener que hacer unos avisos…<br />
Empecé a anotar en un papelito que rebusqué en la cartera, con<br />
una letra ininteligible aún para mí <strong>mi</strong>sma, los avisos que la buena señora<br />
me pedía, y <strong>de</strong>bí poner tal cara <strong>de</strong> que en la perra vida podría<br />
hacer una cosa así, que ella me preguntó:<br />
—¿Hay algo que la preocupa?<br />
Si yo me hubiera <strong>de</strong>tenido siquiera un momento en pensar la respuesta,<br />
seguramente no le hubiera contestado como lo hice. Pero es<br />
evi<strong>de</strong>nte que si jamás pienso en lo que digo antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo, ése no<br />
era momento para ponerme a hacer excepciones:<br />
—Me parece que soy incapaz <strong>de</strong> hacer todo esto.<br />
No pensar me dio resultado, ya que la señora pareció complacida<br />
cuando me contestó:<br />
—Lo que usted dice es un buen indicio: la gente que se cree muy<br />
creativa, es justamente la que es incapaz <strong>de</strong> crear nada. I<strong>de</strong>as buenas<br />
tenemos todos, lo difícil es escribirlas.<br />
Y me fui con <strong>mi</strong> papelito garabateado. Aunque seguía pensando
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
que era absolutamente incapaz <strong>de</strong> hacer uno solo <strong>de</strong> los “<strong>de</strong>beres”<br />
que se me pedían, al llegar a la esquina ya era la redactora – jefa, ya<br />
había viajado por todo el mundo, y tenía un placard que no se podía<br />
cerrar <strong>de</strong> la cantidad increíble <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>los exclusivos que colgaban<br />
<strong>de</strong> sus perchas.<br />
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12<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
2.<br />
Así que tenía que hacer avisos… Quién me lo hubiera dicho: yo,<br />
haciendo avisos. No pu<strong>de</strong> esperar a llegar a casa y en el ca<strong>mi</strong>no me<br />
puse a pensar en el aviso <strong>de</strong> ropa <strong>de</strong> trabajo. Por poco me tragué el<br />
auto <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante, que había frenado, como correspon<strong>de</strong>, en el semáforo;<br />
tan ocupada estaba tratando <strong>de</strong> encontrar algo que nadie hubiese<br />
dicho antes sobre esa ropa. Seguí pensando <strong>mi</strong>entras estacionaba,<br />
<strong>mi</strong>entras me duchaba y bastante tiempo más, hasta que me di cuenta<br />
<strong>de</strong> que si nadie lo había dicho antes <strong>de</strong>bía ser porque no valía la pena<br />
<strong>de</strong>cirlo o, lisa y llanamente, era una estupi<strong>de</strong>z.<br />
Abandoné <strong>mi</strong>s pretensiones <strong>de</strong> exclusivida<strong>de</strong>s geniales y empecé a buscar<br />
por el lado <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir lo <strong>mi</strong>smo que todos, sólo que <strong>de</strong> una manera diferente.<br />
Sentí alivio porque había dado un paso importante… Pero aún<br />
así, la ropa <strong>de</strong> trabajo no me inspiraba para nada, y entonces intenté tentar<br />
suerte con “frases <strong>de</strong> 20 palabras, producto: tollas, medio: radio”.<br />
Así fue como pensé en Marcos Mundstock y esa voz tan honda que<br />
tiene, seguro para compensar porque no es tan alto como le hubiera gustado.<br />
A ver… ¿qué podría <strong>de</strong>cir Mundstock <strong>de</strong> unas toallas? <strong>Te</strong>ndría que<br />
ser algo ceremonioso, como él, algo como “A sus pies, toallas Tal”. Aquí<br />
haría una larga pausa para causar efecto. Después no vendría mal un poco<br />
<strong>de</strong> picardía: “…a sus pies, a sus manos, a su todo… toallas Tal.”<br />
Lo imaginaba <strong>de</strong> smoking, en una película muda, dándole besitos
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
a una corpulenta dama: besitos en la mano, un ca<strong>mi</strong>nito <strong>de</strong> besitos<br />
por el brazo, hasta llegar al hombro y <strong>de</strong>spués al cuello, los ojos muy<br />
negros, muy maquillados que <strong>mi</strong>ran para otro lado, pero se ve que le<br />
gusta y corte y a otra cosa, que la moral <strong>de</strong> 1910 te vigila.<br />
Después quise hacer algo por el lado <strong>de</strong> los inconvenientes, unas<br />
toallas que encojan, que se <strong>de</strong>stiñan, que no sequen y que encima<br />
cuesten caras. Cuando les mostré el aviso a <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gas a ninguna le<br />
gustó, y como yo me <strong>de</strong>bo a <strong>mi</strong> público, tiré el aviso al canasto, aunque<br />
con cierta pena, porque le había tomado cariño a las pobres toallas<br />
que no pegaban una.<br />
¿Y por el lado <strong>de</strong> las ventajas? Si esas toallas fueran lindas, tibias,<br />
cariñosas, ¿qué haría con ellas? Pues las usaría mucho, y podría <strong>de</strong>cir<br />
algo así como “Hoy me bañé cinco veces. Me encanta secarme con<br />
toallas Tal”.<br />
Bueno, basta <strong>de</strong> toallas. A pensar en el aviso para un Banco. ¿Qué<br />
se podía hacer con un Banco? Guardar plata, afanarlo, que te atiendan<br />
bien, que te <strong>de</strong>n buenos intereses. ¿qué otra cosa se me ocurría<br />
cuando pensaba en un Banco? Pensaba en una plaza. No; eso no sería.<br />
En una buena atención; tampoco servía. Porque total la atención<br />
parecía poco importante en un Banco, don<strong>de</strong> todos pasan, ponen o<br />
sacan plata y se van.<br />
¿Para qué se precisa un Banco? Para que no te roben la plata <strong>de</strong> un<br />
colchón, para dor<strong>mi</strong>r tranquila, para tener seguridad. Eso era; seguridad,<br />
porque la falta <strong>de</strong> seguridad es lo peor que hay. Cuando una no<br />
tiene seguridad, se asusta, se preocupa. Mejor <strong>de</strong>cir stress.<br />
Me acordé que lo había estudiado en alguna parte. Busqué en <strong>mi</strong>s<br />
libros, y por fin encontré una larga lista <strong>de</strong> causas <strong>de</strong>l stress don<strong>de</strong><br />
existía prácticamente todo lo que nos pasa todos los días. Pero la inseguridad<br />
no figuraba. Bueno, claro, por ahí se la olvidaron, porque<br />
por supuesto que la inseguridad tiene que causar stress.<br />
Ya sabía lo que diría: que el Profesor Sleyle, <strong>de</strong> Montreal, había andado<br />
estudiando el stress, y que una <strong>de</strong> las causas <strong>de</strong>l stress era la intranquilidad.<br />
(¿No es cierto don Sleyle que no está en su lista porque usted se<br />
me la olvidó? Y que el Banco Tal, al protegerlo <strong>de</strong> la intranquilidad, lo<br />
salvaría <strong>de</strong>l stress. Parecía mentira lo que era capaz <strong>de</strong> hacer ese Banco.<br />
13
14<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Para entonces, ya que tenía un poco <strong>de</strong> práctica (había que ver que<br />
ya había hecho como cuatro avisos). Esperé a tener más suerte con<br />
la ropa <strong>de</strong> trabajo, a pesar <strong>de</strong> que era tan poco sentadora, sin ningún<br />
<strong>de</strong>talle original, sin nada para <strong>de</strong>cir.<br />
¿Y si yo hubiese sido la mujer <strong>de</strong> alguien que usara ropa <strong>de</strong> trabajo?<br />
¿Qué esperaría yo <strong>de</strong> esa ropa? Y… supongo que querría que no<br />
sobrecargara las tareas <strong>de</strong>scosiéndose, por ejemplo. Porque hay que<br />
ver, vecina, que <strong>mi</strong> marido tiene solamente dos juegos <strong>de</strong> ropa y cuando<br />
se saca uno, hay que ir preparándolo para cuando se le ensucie el<br />
otro; se imaginará que tengo que apurarme, no puedo andar perdiendo<br />
el tiempo, cosiéndola a cada rato.<br />
Por poco me había convencido <strong>de</strong> que la ropa <strong>de</strong> <strong>mi</strong> marido me<br />
tenía cansada, cuando me di cuenta <strong>de</strong> que en realidad <strong>de</strong> lo que se<br />
trataba era nada más que <strong>de</strong> hacer un aviso para la televisión.<br />
Entonces, algo bueno para <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> una ropa <strong>de</strong> trabajo, era que<br />
no tenía costuras que se <strong>de</strong>scosieran. Claro, como la <strong>de</strong> los hombres<br />
rana, que no tienen costuras… y por lo tanto no se pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>scoser.<br />
Pero qué absurdo. ¿Qué tienen que ver los hombres – rana aquí, en<br />
una fábrica? Sin embargo eso, lo absurdo, está bien. Veamos, trajes <strong>de</strong><br />
hombres-rana en una fábrica para que no se le <strong>de</strong>scosan las costuras, y<br />
así habría lugar para que alguien llegase y le dijese a la mujer, que en<br />
<strong>de</strong>finitiva es a la que le importan las costuras, que no hacía falta una<br />
solución tan extrema, porque la ropa <strong>de</strong> trabajo Tal no tenía costuras<br />
que se <strong>de</strong>scosieran: La ropa <strong>de</strong> trabajo Tal no da trabajo.<br />
Empecé a ponerme ansiosa. Es que ya estaba tomando color, lo <strong>de</strong><br />
la publicidad. Los tipos <strong>de</strong> la máquina se amontonaban en el medio,<br />
porque apretaba las teclas <strong>de</strong> a muchas a la vez, y a cada momento las<br />
tenía que <strong>de</strong>senredar, ensuciándome todos los <strong>de</strong>dos.<br />
Tan ansiosa estaba que ter<strong>mi</strong>né haciendo un bollo con lo que quería<br />
guardar, así que vuelta a escribirlo y cosas por el estilo, porque es sabido<br />
que la máquina <strong>de</strong> escribir se aprovecha <strong>de</strong> los estados <strong>de</strong> ánimo<br />
como este, y empieza a hacer <strong>de</strong> las suyas, y cuando vi que escribía rapa<br />
<strong>de</strong> trabojo, trujes <strong>de</strong> hombres rana y como la aceleración se hacía cada vez<br />
mayor, y pronto llegaría a ser insoportable, y mejor me voy a dor<strong>mi</strong>r.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
3.<br />
Pero no podía dor<strong>mi</strong>r. Estaba muy excitada, excitada <strong>de</strong> creación.<br />
Es que era como un <strong>mi</strong>lagro encontrar <strong>de</strong>ntro mío algo que quizás<br />
siempre había existido, aunque sin ocasión <strong>de</strong> aflorar.<br />
Habían aparecido primero dos o tres i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>sdibujadas que fueron<br />
creciendo, tomando forma, entrelazándose. Por momentos hicieron<br />
alianzas, o bien se enfrentaron, hasta que por fin, algunas se volvieron<br />
más nítidas que otras; más “claras y distintas” (¿Descartes era<br />
que lo <strong>de</strong>cía?)<br />
Como con un rompecabezas, al principio no se entendía nada.<br />
Después <strong>de</strong> unir dos o tres piezas y teniéndolas ya unidas, había podido<br />
lograr una parte tan consi<strong>de</strong>rable <strong>de</strong>l dibujo, que quedaron apenas<br />
huecos, que pu<strong>de</strong> llenar con facilidad.<br />
Me hice un café. Mientras lo tomaba, pensaba en el único aviso que<br />
faltaba, el aviso libre, el <strong>de</strong> “producto y medio a elección”. Al principio,<br />
libre me había parecido más fácil que ropa <strong>de</strong> trabajo, que Bancos,<br />
o que toallas, y por eso lo había <strong>de</strong>jado para el final, pero <strong>de</strong>spués,<br />
como pasa siempre, no supe qué hacer con tanta libertad.<br />
Entonces pensé qué era lo que a mí me gustaba más que nada en<br />
el mundo, porque si lo encontraba, si encontraba algo que a mí me<br />
gustara mucho, iba a tener argumentos para convencer a los <strong>de</strong>más.<br />
Bueno, lo que más me gustaba era viajar en barco.<br />
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16<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Me acordé <strong>de</strong> nuestro viaje <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el y <strong>de</strong>l diario que todas<br />
las mañanas pasaban <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l camarote, que traía una<br />
lista <strong>de</strong> las activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l día. Lo leíamos puntualmente, y nos <strong>de</strong>cíamos,<br />
riendo, que habría que salir <strong>de</strong> tanto en tanto <strong>de</strong>l camarote.<br />
Pero sucedía que nuestro mundo, el <strong>de</strong> los dos, era tan inmenso que<br />
no necesitábamos otra cosa que estar juntos todo el tiempo. Ya bastante<br />
con que saliéramos a comer, qué tanto.<br />
Volví a sentir, nítidamente, el ruido que hacía el diario al pasar bajo<br />
la puerta, hasta que me di cuenta que estaba llorando. Me dolía acordarme<br />
<strong>de</strong> esas cosas, cuando ya… Sí, Inés, vas a tener que acostumbrarte<br />
a <strong>de</strong>cirlo… te separaste <strong>de</strong> Fernando.<br />
Recordaba exactamente el color azul <strong>de</strong>l camarote, como si no hubiera<br />
pasado tanto tiempo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel viaje; recordaba el brillo <strong>de</strong><br />
los cubiertos, el roce <strong>de</strong> las servilletas al<strong>mi</strong>donadas, el ruido <strong>de</strong>l mar<br />
mezclado con el ronroneo <strong>de</strong> las máquinas.<br />
Eso; ofrecería un viaje <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el, un viaje en barco, como el<br />
que nosotros habíamos hecho y no lo llamaría crucero, claro que no,<br />
porque la palabra viaje es mucho más hermosa. Y no haría un aviso,<br />
sino una campaña completa, en diarios, cine, televisión, en las pare<strong>de</strong>s<br />
<strong>de</strong> la ciudad, a los cuatro vientos: señores, les ofrezco un viaje <strong>de</strong><br />
luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el.<br />
Ya sabía como tenía que empezar el aviso: “…el placer <strong>de</strong> viajar en<br />
barco, co<strong>mi</strong>enza todas las mañanas, con el roce <strong>de</strong>l diario que se <strong>de</strong>sliza<br />
bajo la puerta <strong>de</strong> su camarote…”<br />
Después, vendrían todas las activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l día. Y abajo, bien abajo,<br />
los haría cómplices: “…lástima que viajábamos en luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el”.<br />
Para el cine, una pareja joven, en la orilla <strong>de</strong>l lago <strong>de</strong> Palermo, <strong>mi</strong>entras<br />
su hijito, pecoso y pícaro, tiraba al lago un barquito <strong>de</strong> papel. Después,<br />
se daba vuelta para preguntarles: “Papi, ma<strong>mi</strong>… ¿es lindo viajar<br />
en barco? Ellos se <strong>mi</strong>rarían, se tomarían <strong>de</strong> la mano, y el papá le contaría<br />
al nene lo <strong>de</strong>l diario, con todos los juegos, el cine y las diversiones<br />
que había para cada día.<br />
—“¿Todo ese montón <strong>de</strong> cosas hacían uste<strong>de</strong>s? —Los padres, riendo,<br />
le contestarían:<br />
Y… nosotros estábamos en viaje <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Primer plano al nene, que se quedaría pensando que la gente gran<strong>de</strong><br />
es muy difícil <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r.<br />
Cuando ter<strong>mi</strong>né estaba triste, cansada y satisfecha. Ya clareaba. Había<br />
pasado el sábado, día <strong>de</strong> soledad, día que se había vuelto te<strong>mi</strong>ble<br />
para mí y había pasado con su noche y todo.<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
4.<br />
El do<strong>mi</strong>ngo dormí hasta el mediodía y el resto <strong>de</strong>l tiempo lo ocupé<br />
en pasar todo en limpio. Me dio un trabajo terrible, porque quería<br />
que los avisos estuviesen bien presentados y, algo especialmente<br />
difícil para mí, que los <strong>de</strong>dos cayeran en las letras que necesitaba, en<br />
lugar <strong>de</strong> caer en la tecla <strong>de</strong> al lado, o <strong>de</strong>sparramar acentos fuera <strong>de</strong> lugar.<br />
Cada vez que me equivocaba, cambiaba <strong>de</strong> hoja, hasta que viendo<br />
que corría el riesgo <strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>nar con <strong>mi</strong> resma <strong>de</strong> papel, <strong>de</strong>cidí que<br />
no se trataba <strong>de</strong> un concurso <strong>de</strong> dactilógrafas. Ese pensa<strong>mi</strong>ento bastó<br />
para tranquilizarme y no equivocarme tanto.<br />
Recorté una cartulina blanca y formé una carpeta. Al día siguiente,<br />
le pedí a <strong>mi</strong> vecino el tintorero su robusta abrochadora, coloqué unos<br />
ganchitos y los tapé con una cinta adhesiva <strong>de</strong> color ver<strong>de</strong> oscuro.<br />
Quería darles una última <strong>mi</strong>rada: les había tomado cariño a <strong>mi</strong>s<br />
avisos. Fue una suerte que yo fuera tan cariñosa. Me había olvidado<br />
<strong>de</strong> la penúltima hoja. Vuelta a <strong>de</strong>sarmar todo, vuelta a lo <strong>de</strong>l tintorero,<br />
vuelta a poner la cinta ver<strong>de</strong>.<br />
Resignada por fin a <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rme <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s trabajos volví con ellos<br />
a la casa <strong>de</strong> la calle Sucre. No encontré a nadie. Toqué el timbre una<br />
y otra vez, pero nadie contestaba. Cuando ya me iba, apareció por<br />
fin una mujer con pinta <strong>de</strong> poco astuta, abrió la puerta y entró pero a<br />
ella no me gustó nada confiarle <strong>mi</strong> tesoro. Esperé un rato y <strong>de</strong>jé una
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
nota con <strong>mi</strong> teléfono así podían avisarme cuándo habría alguien para<br />
recibir <strong>mi</strong>s trabajos.<br />
Llamaron a la tar<strong>de</strong>, diciéndome que volviera esa noche a las nueve.<br />
No gano para sustos, ese barrio se empeora a esa hora <strong>de</strong> la noche,<br />
se vuelve solitario y oscuro. Mejor no llevar el auto y pedirle al<br />
taxista que me espere.<br />
Resultó ser un taxista gran<strong>de</strong> y bonachón, así que me animé a contarle<br />
que tenía <strong>mi</strong>edo.<br />
—Vaya tranquila, señora. Usted pega un grito, y yo me bajo con el<br />
fierro.<br />
Afortunadamente, el fierro no hizo falta. En el living no sólo estaba<br />
la mujer <strong>de</strong>l primer día, y también un chico escuchando música,<br />
lo que me tranquilizó bastante.<br />
Miré con ansiedad la cara <strong>de</strong> <strong>mi</strong> anfitriona <strong>mi</strong>entras ella leía los avisos,<br />
y como me daba vergüenza preguntarle si estaban bien, le pregunté<br />
en cambio si habían recibido muchos avisos buenos.<br />
—Algunos buenos hay, pero muchos tuvimos que <strong>de</strong>scartarlos, porque<br />
estaban influenciados por la televisión. Claro que ellos ni se dan<br />
cuenta <strong>de</strong> esa influencia, pero es así.<br />
Respiré tranquila. Por ese lado no corría ningún peligro; hacía muchísimo<br />
tiempo que ya no veía televisión. Empecé a sentirme un poco<br />
incómoda, allí parada, sin saber qué hacer <strong>mi</strong>entras ella seguía leyendo,<br />
con su cara <strong>de</strong> nada.<br />
—A mí me gustan sus trabajos —dijo por fin, con todo el énfasis que<br />
su apagada manera <strong>de</strong> ser le per<strong>mi</strong>tía y casi enseguida, como si se hubiera<br />
arrepentido, agregó:<br />
—Claro que yo no soy la que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>.<br />
Aunque ella no <strong>de</strong>cidiera, me gustó que le gustaran. Ya era algo;<br />
éramos dos. Le pregunté cómo me iba a enterar <strong>de</strong>l resultado y me<br />
contestó que si había alguna respuesta, sería <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una semana.<br />
Hizo una pausa y dijo:<br />
—Si para entonces no la llaman… (cruz diablo, pensé yo.)<br />
La semana no pasaba nunca. Les recomendé a los chicos una y otra<br />
vez que prestaran atención, por si llamaban, pero el llamado no se<br />
produjo. <strong>Te</strong>nía muchas ganas <strong>de</strong> ir a preguntar qué había pasado, pero<br />
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20<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
<strong>de</strong>sistí al compren<strong>de</strong>r que si no me llamaron… no había nada que hacer.<br />
Mis avisos no habrían sido tan buenos como yo había creído.<br />
A medida que pasaba el tiempo, hacía como que no me importaba,<br />
quería convencerme <strong>de</strong> que si me habían llamado por <strong>mi</strong> carta<br />
con eso ya tenía que darme por contenta. Eso quería <strong>de</strong>cir que sabía<br />
escribir y en cambio lo que no sabía, era hacer publicidad…<br />
Buahhhhhhhh. Cómo me hubiese gustado que me llamaran,<br />
buah.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
5.<br />
Era una linda tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> sol. Salí a dar una vuelta en bicicleta, porque<br />
quería que el solcito calentara un poco esa pobre alma mía, tan aterida<br />
en los últimos tiempos. El pedaleo, el viento y el sol empezaban a<br />
hacerme sentir mejor, cuando escuché <strong>mi</strong> nombre. Era Laura que me<br />
llamaba, con su voz grave y sexy. Laura, que con su aspecto aniñado,<br />
no es ni sexy ni aniñada y tiene una niña <strong>de</strong> catorce años cuando ella<br />
tiene sólo treinta y dos. Una hija que crió sola, porque su matrimonio<br />
ni siquiera pudo durar hasta que naciera su hija.<br />
Parecía muy feliz. Enseguida supe por qué; se casaba. Me alegré, la<br />
besé, nos reímos. Me contó algunas cosas frívolas <strong>de</strong> ésas que acompañan<br />
todas las bodas.<br />
—Aunque no lo creas, pensaba llamarte hoy –me dijo.<br />
—Mirá Laura que hace mucho que te conozco…<br />
—Esta vez es cierto. Quería <strong>de</strong>cirte que <strong>de</strong>jo el puesto <strong>de</strong> secretaria<br />
<strong>de</strong> Omar… y te propuse en <strong>mi</strong> lugar.<br />
Omar Boyadjian había sido <strong>mi</strong> profesor. Ser su secretaría significaba<br />
entre otras cosas, <strong>de</strong>sgrabar sus sesiones y por lo tanto, escucharlo<br />
interpretar. En suma, una manera <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r psicoanálisis <strong>de</strong> alguien<br />
que sabía mucho.<br />
Por un momento me quedé callada. Después, vinieron las exclamaciones,<br />
hasta que Laura dijo algo más: Omar pensaba que no se-<br />
21
22<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
ría conveniente que yo trabajara con él, porque como estaba a punto<br />
<strong>de</strong> recibirme, pronto lo abandonaría para <strong>de</strong>dicarme a <strong>mi</strong> profesión.<br />
Mi alegría <strong>de</strong>sapareció enseguida, pero reapareció al menos en parte<br />
cuando Laura me aconsejó que lo llamara <strong>de</strong> todos modos y le insistiera<br />
un poco, ella estaba segura que iba a resultar.<br />
Por supuesto que lo llamé, aunque por esa mezcla <strong>de</strong> amor y respeto<br />
que sentía por él sólo alcancé a <strong>de</strong>cirle algunas pocas pavadas,<br />
en nada parecidas al brillante discurso que había preparado, con tanto<br />
cuidado, para la ocasión.<br />
—Omar, me muero <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong> trabajar con vos.<br />
También es cierto que él tampoco colaboró para que sacara a relucir<br />
<strong>mi</strong> discurso, porque me interrumpió casi enseguida diciéndome<br />
que fuera a verlo al día siguiente.<br />
Cuando me vio, farfulló en su particular español, algo así como<br />
“no me gusta cambiar <strong>de</strong> secretaria todos los años” y yo otra vez a<br />
darlo todo por perdido. Con un resto <strong>de</strong> fuerzas que me quedaban,<br />
le repetí que tenía ganas <strong>de</strong> trabajar con él, y también <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r estando<br />
a su lado. Lo que no le dije era qué iba a pasar cuando me recibiera,<br />
porque realmente no lo sabía. Lo que sí le dije fue con cuánto<br />
empeño haría el trabajo.<br />
Nunca llegué a saber si Omar era hosco, tí<strong>mi</strong>do o qué, lo cierto es<br />
que su manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarle cariño a la gente no era <strong>de</strong>l tipo convencional.<br />
Se levantó sin <strong>de</strong>cirme nada y le pidió a Laura que fuera<br />
con él a su consultorio.<br />
Me quedé sola en el escritorio, <strong>mi</strong>ré los libros que había en la biblioteca,<br />
la gran cantidad <strong>de</strong> carpetas numeradas y <strong>de</strong>spués me <strong>de</strong>diqué<br />
a esperar. A medida que el tiempo pasaba, iba perdiendo, una a<br />
una, todas <strong>mi</strong>s esperanzas. Cuando Laura volvió, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme<br />
que me fuera me dijo que Omar le había encargado que me enseñara<br />
el trabajo.<br />
—¿<strong>Te</strong> parece que eso quiere <strong>de</strong>cir que sí? —le pregunté.<br />
Laura me <strong>mi</strong>ró divertida.<br />
—Vamos, Inés, ¿para qué te parece que Omar quiere que te enseñe<br />
lo que hay que hacer?<br />
Enseguida apareció un problema gran<strong>de</strong>: la máquina <strong>de</strong> escribir,
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
porque era la primera máquina eléctrica <strong>de</strong> <strong>mi</strong> vida. <strong>Te</strong>nía muchas letras<br />
cambiadas <strong>de</strong> lugar; empezando por los acentos, y cuando se apretaba<br />
una letra con fuerza la repetía. En lugar <strong>de</strong> correr el carro, no sé<br />
qué diablos correría. Para colmo <strong>de</strong> males, hacía un zumbido impaciente,<br />
como si me estuviera diciendo que me apurara.<br />
El grabador también era un problema. Yo no entendía nada <strong>de</strong> lo<br />
que <strong>de</strong>cía la paciente, ni <strong>de</strong> lo que Omar le interpretaba y cada vez<br />
me ponía más nerviosa. Laura intentaba consolarme diciéndome que<br />
ella hacía dos años que lo escuchaba hablar a Omar, que ya me iba a<br />
acostumbrar.<br />
En eso estábamos cuando llegó Roberto, el hijo <strong>de</strong> Omar y psicoanalista<br />
como él. Laura me presentó:<br />
—Inés, tu nueva colaboradora.<br />
La cosa se estaba poniendo seria: Laura se portaba como si el puesto<br />
fuera mío y yo, como si no lo fuera. <strong>Te</strong>nía que echar a correr sin <strong>de</strong>mora:<br />
a lo mejor Laura tenía razón. Me pasaba como la paciente <strong>de</strong><br />
Omar que era muy hermosa, y que se analizaba justamente por eso,<br />
porque no podía soportar ser tan hermosa. Como a ella, me costaba<br />
mucho aceptar <strong>mi</strong>s cosas buenas. Nunca había tomado en serio que<br />
<strong>mi</strong>s ojos fueran lindos, a pesar que cada tanto alguien me los recordaba.<br />
Prefería “disfrutar” <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s manos huesudas. En general siempre<br />
me sentó mejor el sufri<strong>mi</strong>ento. “Mi mamá tiene ojos ver<strong>de</strong>s con una<br />
gota <strong>de</strong> amarillo” había escrito una vez Andrea, composición tema<br />
“La madre”. Ni con eso había dado el brazo a torcer.<br />
Y si poco o nada podía haber hecho por el color <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s ojos y sin<br />
embargo me costaba aceptarlos, con más razón entonces, cómo no<br />
me iba a costar aceptar aquellas cosas que había logrado a fuerza <strong>de</strong><br />
paciencia y trabajo. No tenía más remedio que atribuirlo a la suerte,<br />
a la casualidad, a la oferta y la <strong>de</strong>manda, o al solsticio <strong>de</strong> verano.<br />
Después <strong>de</strong> un rato, cuando Laura juzgó suficiente <strong>mi</strong> entrena<strong>mi</strong>ento<br />
con la máquina y el grabador, escribió ella una carta para que yo<br />
viese cómo lo hacía. Omar quería pedirle una lista <strong>de</strong> profesores al<br />
secretario <strong>de</strong> la Universidad. La máquina no parecía la <strong>mi</strong>sma, Laura<br />
escribía más rápido y los acentos caían todos en su correspondiente<br />
lugar.<br />
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24<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Para ter<strong>mi</strong>nar, le agregó por su cuenta un saludo <strong>de</strong> fin <strong>de</strong> año cosa<br />
en la que seguramente ni por asomo había pensado Omar, que quedaría<br />
<strong>de</strong> lo más atento.<br />
La eficiencia <strong>de</strong> Laura fue <strong>de</strong>masiada para mí. Pretexté cualquier<br />
cosa y salí disparando. Me acompañó hasta la puerta <strong>mi</strong>entras me <strong>de</strong>cía<br />
que volviera al día siguiente. Apenas si la escuché, porque lo único<br />
que quería hacer era irme, convencida <strong>de</strong> que la máquina eléctrica<br />
había triunfado sobre mí, y que por lo visto nunca sería capaz <strong>de</strong><br />
hacer bien el trabajo.<br />
Unas ganas <strong>de</strong> correr tan intensas empezaron a parecerme sospechosas.<br />
¿No estaría exagerando un poco <strong>mi</strong> incapacidad para ese trabajo<br />
y para asu<strong>mi</strong>r responsabilida<strong>de</strong>s?<br />
A las tres cuadras, me di cuenta <strong>de</strong> qué me pasaba. No era el mío<br />
un <strong>mi</strong>edo a no po<strong>de</strong>r hacer lo que Omar esperaba <strong>de</strong> mí. Claro que<br />
podía. ¿Acaso no era capaz <strong>de</strong> escribir cualquier cosa? ¿Acaso no me<br />
habían llamado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la agencia al menos para hacer avisos gracias a<br />
<strong>mi</strong> loca carta?<br />
Seguramente, el mío era <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r. De todos modos, no volví.<br />
Había sido <strong>de</strong>masiado para mí ese día.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
6.<br />
La conferencia <strong>de</strong>l psiquiatra notable resultó ser un plomo. Yo ya<br />
me lo había imaginado, pero había <strong>de</strong>cidido ir igual, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
que Fernando se había ido <strong>de</strong> casa, cada noche me resultaba más insoportable<br />
que la anterior y necesitaba salir.<br />
Antes <strong>de</strong> empezar a leer, había dicho que se trataba <strong>de</strong> algo que había<br />
escrito tiempo atrás y que ya no estaba totalmente <strong>de</strong> acuerdo con<br />
algunas <strong>de</strong> esas i<strong>de</strong>as. Lo que no había dicho, era que seguramente le<br />
habrían pedido como un favor que hablara esa noche y que su cuota<br />
<strong>de</strong> a<strong>mi</strong>stad no le había alcanzado más que para revolver viejos papeles<br />
a último momento.<br />
Su falta <strong>de</strong> convicción y su <strong>de</strong>sgano ter<strong>mi</strong>naron por contagiarnos a<br />
todos. Me distraje, empecé a <strong>mi</strong>rar a <strong>mi</strong> alre<strong>de</strong>dor y en eso <strong>de</strong>scubrí a<br />
Guido. El también me vio, y me sonrió con una linda sonrisa <strong>de</strong> travesura<br />
compartida. Me hizo un gesto con las cejas, como diciéndome<br />
qué pesado es este tipo, qué le vamos a hacer.<br />
La conferencia seguía, cada vez más lenta y monótona. Yo tenía<br />
sueño y ganas <strong>de</strong> irme, me distraía pensando en Fernando y en los<br />
chicos, y <strong>de</strong> pronto escuché <strong>de</strong>cir “Muchas gracias”: había ter<strong>mi</strong>nado.<br />
<strong>Te</strong>nía planeado irme antes <strong>de</strong> que empezara el <strong>de</strong>bate, pero vi que<br />
Guido se anotaba para participar y cambié <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a; por curiosidad me<br />
quedé a escucharlo<br />
25
26<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
El <strong>de</strong>bate resultó tan chato como la conferencia. Casi toda la gente<br />
que intervenía, lo hacía para hacerse notar, por abrir la boca, o para<br />
quedar bien con el tipo, que era un “capo”. Él por su parte, contestaba<br />
sin contestar. Si alguien lo llevaba a un terreno más concreto,<br />
se escabullía por cualquier atajo, con tanta habilidad que hasta parecía<br />
que la pregunta quedaba contestada y todo, sin haber dicho nada<br />
en realidad.<br />
Finalmente le tocó el turno a Guido. Con voz tranquila y pausada,<br />
recogió algo <strong>de</strong> lo que el otro había dicho, y fue tejiendo una especie<br />
<strong>de</strong> red con un argumento, y luego otro, y otro… Empecé a interesarme<br />
cada vez más en lo que <strong>de</strong>cía, porque no podía imaginarme<br />
a dón<strong>de</strong> quería llegar.<br />
Como si hubiera sorteado uno a uno los escollos que él <strong>mi</strong>smo había<br />
creado y hubiera llegado sano y salvo a la otra orilla, ter<strong>mi</strong>nó impecablemente,<br />
<strong>de</strong>jando bien en claro que el psiquiatra estaba equivocado.<br />
El conferencista, sin embargo, no acusó recibo. Apeló <strong>de</strong> nuevo<br />
a su sonrisa y su larga práctica y empezó por elogiar a su adversario,<br />
cosa que a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> hacerlo quedar bien, le daba tiempo para pensar,<br />
o quizás ni siquiera lo necesitaba. Habló con <strong>de</strong>senvoltura, y aunque<br />
apenas si rozó el tema en cuestión, tenía una sonrisa satisfecha, como<br />
si hubiese hecho polvo a Guido, a quien, sin embargo, se lo veía muy<br />
bien y muy entero.<br />
Decidí quedarme. Cuando ter<strong>mi</strong>nó la noche me acerqué a Guido<br />
y lo felicité con entusiasmo. Le dije que lo suyo me había parecido lo<br />
más sensato que había escuchado. Pero me arrepentí enseguida. <strong>Te</strong>mí<br />
que <strong>mi</strong> entusiasmo no le pareciera verda<strong>de</strong>ro, por lo exagerado, teniendo<br />
en cuenta lo que se acostumbra en esos casos: los elogios –si los<br />
hay- suelen ser sumamente mesurados. Parece ser que la envidia, los<br />
celos profesionales y otras yerbas son las causantes <strong>de</strong> tanta mesura.<br />
Fuimos juntos hacia la salida. En el ca<strong>mi</strong>no me preguntó por la<br />
Facultad, y yo le conté que la semana siguiente tenía que dar un examen.<br />
Después, se ofreció a llevarme a casa.<br />
Guido manejaba como si estuviera muy apurado. Yo temía que chocáramos<br />
en cada esquina y sobre todo cuando yo le hablaba y él me
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
<strong>mi</strong>raba, en lugar <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rar para a<strong>de</strong>lante. Le pedí que no fuera tan rápido,<br />
tratando <strong>de</strong> no mostrarle, en lo posible, cuánto <strong>mi</strong>edo me daba.<br />
Se sonrió, me pidió disculpas y bajó la velocidad. Se notaba que le<br />
costaba mucho andar <strong>de</strong>spacio.<br />
Después <strong>de</strong> un largo silencio, me dijo en voz baja:<br />
—Me enteré <strong>de</strong> que te separaste, Inés.<br />
Había algo <strong>de</strong> tanta cali<strong>de</strong>z en la manera como me lo dijo que yo,<br />
que andaba necesitada <strong>de</strong> ternura, me eché a llorar.<br />
Guido no supo bien qué hacer con<strong>mi</strong>go y optó por seguir manejando<br />
<strong>de</strong>spacio y en silencio. Me fui calmando, hasta que él, al verme<br />
mejor, me dijo que lo sentía. Me puse a llorar otra vez.<br />
Entonces Guido <strong>de</strong>tuvo el auto, me acarició la mejilla y me dijo<br />
en voz más baja todavía:<br />
—Es muy reciente lo tuyo.<br />
Entendí que según él, yo tenía motivos para llorar y me sentí<br />
menos ridícula. Lloré otro poco, <strong>mi</strong>entras Guido me <strong>mi</strong>raba sin <strong>de</strong>cir<br />
nada, haciéndome compañía. Cuando <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> llorar puso una<br />
mano comprensiva sobre <strong>mi</strong> hombro y me preguntó si podía llevarme<br />
a casa.<br />
Cuando llegamos, le dije que a partir <strong>de</strong> ahí no se iba a ofrecer a<br />
llevar a una mujer a su casa sin pensarlo dos veces. Guido no me respondió,<br />
pero en cambio me tomó la cara con las dos manos y me<br />
besó suavemente en la mejilla.<br />
—Suerte para tu examen —me dijo, y yo me bajé <strong>de</strong>l auto.<br />
Encontré la casa llena <strong>de</strong> gente. Estaba <strong>mi</strong> hermano con su ex-mujer,<br />
con la que se lleva muy bien <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se separaron, unos meses<br />
antes. Estaba Fernando y a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos algunos chicos más,<br />
porque como la casa es gran<strong>de</strong> el corazón es enorme.<br />
Me sentí confundida; dos matrimonios que ya no lo eran más, reunidos<br />
sin embargo como si no hubiese pasado nada. Verlo a Fernando<br />
me perturbó; no lo esperaba. Por un momento parecía una noche<br />
cualquiera como las <strong>de</strong> antes, pero pronto me di cuenta <strong>de</strong> que<br />
Fernando tenía el saco puesto y la corbata con el nudo flojo. Eso me<br />
hizo volver a la realidad; hacía una semana que se había ido <strong>de</strong> casa.<br />
De esa casa que ya no era la suya, la <strong>de</strong> ponerse al llegar los jeans y la<br />
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28<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
ca<strong>mi</strong>sa vieja y <strong>de</strong>steñida, a la que quería con lealtad total. Estaba solamente<br />
<strong>de</strong> visita.<br />
—Tuve ganas <strong>de</strong> ver a los chicos —me dijo apenas me vio.<br />
Mientras lo acompañaba a la puerta, le recordé que habíamos convenido<br />
que no vendría sin avisarme. Enseguida me arrepentí. Después<br />
<strong>de</strong> todo, era bueno para los chicos y para él que se vieran cuando tenían<br />
ganas, aunque no fuera bueno para mí.<br />
Se quedó <strong>mi</strong>rándome, parado junto a la puerta y el corazón me<br />
empezó a latir como un loco, esperando que él hablara.<br />
—¿Sabés Inés? La primera noche que pasé solo creí que no lo iba a<br />
po<strong>de</strong>r soportar. Me parecía que estaba como un astronauta, perdido<br />
en el espacio…Pero pu<strong>de</strong>.<br />
Me dio un beso y se fue. Cerré la puerta y me quedé con ella frente<br />
a mí, como una gruesa ma<strong>de</strong>ra que me separaba <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s ilusiones.<br />
Si podía vivir solo, tal vez nunca volviera con<strong>mi</strong>go. Cómo me hubiera<br />
gustado que me dijera: —Inés… creí que no lo iba a po<strong>de</strong>r soportar…<br />
y no pu<strong>de</strong>.<br />
Cuando logré tranquilizarme volví al comedor, don<strong>de</strong> estaban todos,<br />
menos él.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
7.<br />
Era <strong>de</strong> mañana, y yo estaba sentada en la cama, trataba <strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezar<br />
un dobladillo que alguien había <strong>de</strong>sviado al planchar con <strong>de</strong>masiado<br />
brío y poca habilidad. Tarea aciaga si las hay y <strong>de</strong> resultado<br />
siempre incierto.<br />
Escuchaba <strong>mi</strong>entras tanto la voz <strong>de</strong> un locutor leyendo el aviso <strong>de</strong><br />
un auto como si fueran versos <strong>de</strong> amor, cuando sonó el teléfono, afónico<br />
por estar tapado por un montón <strong>de</strong> cosas que había puesto encima.<br />
Dejé la aguja, aparté el montón <strong>de</strong> cosas, sonó más fuerte. Apareció<br />
por el tubo una voz casi tan dulce como la <strong>de</strong>l locutor, pero en<br />
una versión femenina, que me dijo:<br />
—Le hablo <strong>de</strong> Réplica.<br />
Pensé que me llamaban <strong>de</strong> la librería, cosa poco probable porque<br />
a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> llamarse Letra Gótica allí nadie sabe <strong>mi</strong> número <strong>de</strong> teléfono.<br />
Bastó una fracción <strong>de</strong> segundo para darme cuenta <strong>de</strong> que no<br />
tenía la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> me hablaban, así que opté por preguntarlo.<br />
Me dijeron que Réplica era la agencia <strong>de</strong> publicidad don<strong>de</strong><br />
yo había mandado <strong>mi</strong>s avisos y que querían entrevistarse con<strong>mi</strong>go<br />
esa tar<strong>de</strong>.<br />
No sé quién siguió la conversación porque, lo que era yo, estaba<br />
ocupada en no salir <strong>de</strong> <strong>mi</strong> asombro. Me habían dicho que si en una<br />
semana no me llamaban que me olvidara <strong>de</strong>l asunto. Como habían<br />
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30<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
pasado casi dos, yo, obedientemente, lo había olvidado. Algo sin embargo<br />
quedó escrito en un papel <strong>de</strong> lo conversado: una hora (las tres)<br />
una dirección (cerca <strong>de</strong>l obelisco) y un nombre, Beatriz.<br />
Ya no podía seguir cosiendo, no podía hacer nada. Me quedé sentada,<br />
<strong>mi</strong>rando el dobladillo sin ter<strong>mi</strong>nar. Tocaron el timbre. Era María<br />
Rosa, ni me acordaba que ella me había propuesto un rato antes<br />
cambiar una conversación telefónica que ya nos estaba entumeciendo<br />
el brazo <strong>de</strong>recho y también el izquierdo por una sencilla, directa<br />
y econó<strong>mi</strong>ca visita do<strong>mi</strong>ciliaria.<br />
Llegó en el momento justo para que yo <strong>de</strong>sparramara sobre ella<br />
<strong>mi</strong> enorme euforia y en eso estábamos, cuando sonó otra vez el teléfono.<br />
Cambiaron <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a, pensé yo, pero no. Esta vez era Alfonso,<br />
que me pedía que lo fuera a buscar a la casa <strong>de</strong> los abuelos, porque<br />
se habían vuelto insoportables y lo criticaban por todo. No quise<br />
averiguar qué era lo que le criticaban: me parecía afligido y eso<br />
era suficiente.<br />
Aunque a los doce años hubo uno que se vino <strong>de</strong> los Apeninos a<br />
los An<strong>de</strong>s, y Alfonso ya andaba por los catorce, <strong>de</strong>cidí <strong>de</strong> todos modos<br />
ir a buscarlo, no a los An<strong>de</strong>s sino a Adrogué, don<strong>de</strong> estaba. <strong>Te</strong>nía<br />
que apurarme, porque entre ir y volver iba a tardar como dos horas<br />
y tenía que llegar a tiempo para ir a la agencia, así que, con María<br />
Rosa incluida me fui no más, porque madre hay una sola y la única<br />
que tenía ese chico venía a ser yo.<br />
En eso me acordé que el capot <strong>de</strong>l auto estaba la<strong>de</strong>ado, que tenía<br />
rota las supongo que se llaman bisagras que lo sostienen. Empecé a<br />
mal<strong>de</strong>cir por <strong>mi</strong> <strong>de</strong>ja<strong>de</strong>z, por no haberlo hecho arreglar la semana pasada,<br />
es <strong>de</strong>cir enseguida que se rompió. Como no servía <strong>de</strong> nada lamentarse,<br />
se me ocurrió algo mejor, que fue pasar por el taller para<br />
preguntarle al mecánico si era cierto que se podía volar el capot. Esperaba<br />
que me dijera que no y listo.<br />
Pero no fue una buena i<strong>de</strong>a; en la esquina <strong>de</strong>l taller choqué un poco<br />
con un taxi, <strong>de</strong> la manera más idiota que se pue<strong>de</strong> chocar, si bien es cierto<br />
que nunca se ha visto un choque que fuera hecho inteligentemente.<br />
Pedí <strong>mi</strong>l perdones, hicimos las anotaciones correspondientes cada<br />
uno <strong>de</strong> los datos <strong>de</strong>l otro y al taller. En el taller confirmaron <strong>mi</strong>s sos-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
pechas, y para que no corriera el riesgo <strong>de</strong> que se volara, me recomendaron<br />
que en lugar <strong>de</strong> ir por la autopista, que se iba como un tiro, fuera<br />
en lo posible por la ciudad y luego por la colectora.<br />
Lo que había logrado fundamentalmente, era saber que <strong>mi</strong> <strong>mi</strong>edo<br />
no era neurótico sino real lo cual, a esa altura <strong>de</strong>l partido, no me servía<br />
<strong>de</strong> mucho.<br />
Los abuelos no me <strong>mi</strong>raron con buena cara cuando les dije para<br />
qué me había ido hasta allá. Pensaban que yo lo malcriaba a él y a<br />
sus hermanas, (cosa <strong>de</strong> la que yo tenía plena conciencia pero no me<br />
importaba). Tampoco les pareció bien que no me quedara a comer y<br />
menos sin <strong>de</strong>cirles por qué. Pero <strong>mi</strong> vieja superstición <strong>de</strong> uso privado<br />
no me lo per<strong>mi</strong>tía. Si les contaba <strong>mi</strong>s planes, entonces lo <strong>de</strong> la publicidad<br />
se iría al diablo.<br />
Tuve que apelar a toda <strong>mi</strong> capacidad <strong>de</strong> control para no empezar a<br />
los gritos con Alfonso. Tal capacidad parece que fue suficiente, porque<br />
sólo un ligero tono <strong>de</strong> impaciencia se alcanzó a vislumbrar en<br />
<strong>mi</strong> voz:<br />
—No pensarás que nos llevemos todo eso, ¿verdad?<br />
La pregunta estaba <strong>de</strong> más. El redoblante y el chárleston estaban ya<br />
en el baúl. Los platillos y el taburete, al lado <strong>de</strong>l auto. Entonces entendí<br />
por qué me había llamado Alfonso. Su madre era imprescindible:<br />
no podía volverse en tren con su batería.<br />
Cuando llegamos a casa eran las dos. <strong>Te</strong>nía que bañarme, cambiarme,<br />
comer algo y estar a las tres en el centro, con <strong>mi</strong> vestido nuevo<br />
y <strong>mi</strong> blusa <strong>de</strong> seda violeta, que con María Rosa habíamos convenido<br />
que era <strong>mi</strong> ropa más sentadora, aunque un poco calurosa para una<br />
tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> diciembre.<br />
Me la puse, <strong>de</strong> todos modos. Era la primera vez en <strong>mi</strong> vida que iba<br />
a buscar trabajo y quería estar elegante a cualquier precio.<br />
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32<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
8.<br />
Me encontré con una oficina en plena instalación. Había teléfonos<br />
por todas partes, pero <strong>de</strong>sconectados; la chica <strong>de</strong> la recepción compartía<br />
su silla con otra chica, para evitar que una <strong>de</strong> las dos se quedara<br />
sin asiento. Los acondicionadores también estaban en el suelo, esperando<br />
que los colocaran en su lugar.<br />
Beatriz, una mujer joven que parecía más vieja por lo apurada y<br />
ceñuda, me había dicho que esperara un momento, lo que para ella,<br />
<strong>de</strong>scubrí <strong>de</strong>spués, era igual a <strong>de</strong>cir más <strong>de</strong> una hora.<br />
Inicié una conversación con la chica <strong>de</strong>l conmutador, salpicada <strong>de</strong><br />
“Réplica buenas tar<strong>de</strong>s, ya lo comunico”, y cosas por el estilo. Yo trataba<br />
<strong>de</strong> hacer las frases cada vez más cortas para po<strong>de</strong>r ter<strong>mi</strong>narlas entre<br />
una y otra interrupción, pero cuando llegó la hora pico, tuvimos<br />
que <strong>de</strong>sistir. En los huecos ya no cabían más que monosílabos.<br />
A pesar <strong>de</strong> esos inconvenientes me enteré que en la agencia son<br />
un amor; los compañeros te tratan bien, marcar tarjeta es cargante, y<br />
en otras agencias no marcan nada, pero bueno en otras no te toman<br />
si tenés hijos y en esta sí.<br />
—¡Ojalá te tomen!<br />
La solidaridad <strong>de</strong> Silvia me hizo bien. Como tenía que esperar, me<br />
trajeron un banco alto. Qué suerte. Estaba cansada y muerta <strong>de</strong> calor,<br />
con <strong>mi</strong> conjunto bárbaro, pero para setiembre.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Me sentía tan sola allí sentada, como una cantante en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong>l<br />
enorme escenario <strong>de</strong>l Gran Rex, sola con su <strong>mi</strong>crófono, y en un banco<br />
como ese. Mi imaginación borraba <strong>de</strong> un plumazo el hecho <strong>de</strong> que<br />
alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l banco no había un Gran Rex sino un cuarto <strong>mi</strong>núsculo<br />
y atestado <strong>de</strong> cosas.<br />
—El que pasó recién es Cossio, es un pesado; ese es Freddy, un<br />
amor, ¿tenés chicos? Yo tengo uno que va a cumplir un año, lástima<br />
que hoy me olvidé la foto —Silvia, en cuanto podía, me hacía olvidar<br />
<strong>de</strong>l Gran Rex.<br />
Por fin apareció Beatriz, y fui con ella a otra oficina don<strong>de</strong>, sobre el<br />
escritorio estaban <strong>mi</strong> carta y <strong>mi</strong>s avisos. Empezó a preguntarme cosas<br />
que ni me acuerdo, y que yo le contestaba al tanteo. Entre una pregunta<br />
y otra, entraba alguien también a preguntar, pero a ella, si Fulano<br />
o Mengano estaban por ahí, cosa más que imposible; apenas cabíamos<br />
ella y yo en esa oficina.<br />
Se levantó <strong>de</strong> pronto y me dijo “Seguime”. Salimos a la calle para<br />
ir a otra oficina, en otro edificio. Al pasar al lado <strong>de</strong> Silvia, ella me<br />
alentó con un mohín.<br />
Tuve que volver a esperar. Si bien esta vez había sillones don<strong>de</strong><br />
sentarse, la acumulación <strong>de</strong> esperas se hacía cansadora. Cuando me<br />
llamaron por fin, yo ya no tenía más ganas <strong>de</strong> contestar preguntas y<br />
si las contesté, fue porque eran fáciles: cuántos años, cuántos hijos,<br />
cuántos años <strong>de</strong> casada, alguna vez trabajó en publicidad, ahora va a<br />
hablar con el señor Stafford, el dueño <strong>de</strong> la agencia.<br />
Era un hombre joven y alto que me presentó primero a Freddy, ese<br />
que era un amor a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> redactor, <strong>de</strong>spués a un dibujante, que no<br />
entendí cómo se llamaba, a otro que no entendí qué hacía, pero se<br />
que se llamaba D’Alessandro y por último a Miguel, que venía a ser<br />
otro pobre que estaba como yo, porque también había mandado su<br />
carta a la casa <strong>de</strong> la calle Sucre.<br />
Stafford me <strong>mi</strong>ró y me dijo directamente cuándo podía empezar<br />
a trabajar. Me sobresalté. Entonces, el puesto era mío. ¿Pero yo quería<br />
realmente trabajar?<br />
Porque ya tenía un trabajo como secretaria <strong>de</strong> Omar… De todos<br />
modos, no era el momento para <strong>de</strong>cirle que no. Me preguntarían por<br />
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34<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
qué había mandado la carta, si <strong>mi</strong>entras tanto yo había conseguido<br />
otro trabajo, entonces tendría que explicarles para qué había ido a la<br />
entrevista. Eran preguntas que no podía contestar, ni contestarme.<br />
Había que ganar tiempo:<br />
—La semana próxima – le dije, pensando que casualmente, también<br />
era el año próximo.<br />
—No. ¿<strong>Te</strong>nés dos horas <strong>de</strong> tiempo ahora? —Yo tenía.<br />
—Entonces, quedate ahora y empezamos ya.<br />
Abrí la boca para <strong>de</strong>cir algo, aunque no sabía bien qué, pero Stafford<br />
no me <strong>de</strong>jó <strong>de</strong>cir nada.<br />
—Los problemas ad<strong>mi</strong>nistrativos, <strong>de</strong> horarios y <strong>de</strong> lo que sea, los<br />
hablás mañana con Hugo. – me dijo.<br />
Trajeron café. Empezaron a <strong>de</strong>splegar enormes carpetas. Pedí un<br />
vaso <strong>de</strong> agua, alguien lo trajo. Lo tomé <strong>de</strong> un tirón.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
9.<br />
Stafford empezó a explicarnos a Miguel y a mí el asunto <strong>de</strong> las<br />
campañas. Yo trataba <strong>de</strong> concentrarme, pero me costaba mucho esfuerzo;<br />
el calor, la sorpresa, la espera, las entrevistas previas, no me<br />
<strong>de</strong>jaban.<br />
Parece que hacía bastante tiempo que cierto cliente no se había<br />
acordado <strong>de</strong> hacer un poco <strong>de</strong> publicidad sobre la ropa <strong>de</strong> trabajo, y<br />
en ese momento no sabía bien si quería hacerla junto con los guardapolvos<br />
(lo otro que también fabricaba) o si sólo guardapolvos o sólo<br />
ropa, aunque en estos dos casos, como al pasar, mencionar también<br />
el otro producto.<br />
Para ayudarlo a <strong>de</strong>cidir la agencia había <strong>de</strong>cidido presentarle cuatro<br />
campañas: una, todo ropa; otra, todo guardapolvos, y en el medio,<br />
como un abanico, las otras dos campañas, cada vez más guardapolvos<br />
y menos ropa.<br />
Bueno; hasta ahí había entendido: yo no era la única que no sabía<br />
qué quería.<br />
Stafford abrió la carpeta, revolvió entre los papeles y le alcanzó un<br />
aviso a Miguel. Era el <strong>de</strong> ropa <strong>de</strong> trabajo que había entregado, como<br />
yo, a la mujer con cara <strong>de</strong> nada. Le dijo que lo leyera para todos, y<br />
Miguel se disculpó diciendo que era apenas un esbozo <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a, o<br />
algo así. Leyó lo mejor que pudo, que no fue mucho. Después me<br />
35
36<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
tocó el turno a mí. Me sentía muy incómoda, leyendo <strong>mi</strong> aviso <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong> todos ellos.<br />
Cuando ter<strong>mi</strong>né, Stafford, con cara <strong>de</strong> ejecutivo satisfecho por su<br />
eficacia para <strong>de</strong>salentar novatos nos dijo que no servía ninguno <strong>de</strong><br />
los dos, porque como podíamos darnos cuenta solos, no se ajustaban<br />
a lo que hacía falta, según nos acababan <strong>de</strong> explicar. Algo <strong>de</strong> nuestra<br />
<strong>de</strong>sazón le habrá llegado, sin embargo, porque un poco menos sonriente<br />
agregó:<br />
–Bueno, no olvi<strong>de</strong>n que <strong>de</strong> todas maneras sus avisos les sirvieron<br />
para llegar hasta acá y conseguir trabajo.<br />
Después <strong>de</strong> su repentino interés por lo que nosotros sentíamos, nacido<br />
más que nada <strong>de</strong> su cursos <strong>de</strong> management (aunque faltó a algunas<br />
clases, por lo visto) siguió con su explicación:<br />
—<strong>Te</strong>níamos pensado enfocar la campaña por el lado <strong>de</strong> “La ropa<br />
<strong>de</strong> trabajo se parece a Ud.” que trabaja, digamos <strong>de</strong> soldador y la foto<br />
<strong>de</strong> un soldador trabajando.<br />
Aquí dije, sin que nadie me hubiera preguntado nada, que esa<br />
campaña me parecía horrible porque no me hubiera gustado nada<br />
que me compararan con una ropa <strong>de</strong> trabajo. Ahora que pasó el<br />
tiempo, me fui dando cuenta <strong>de</strong> <strong>mi</strong> inconsciencia, claro que <strong>de</strong> la<br />
que ya pasó; <strong>de</strong> la que vendrá, que seguro vendrá alguna, tampoco<br />
me daré cuenta.<br />
Decirle al dueño <strong>de</strong> la agencia que su campaña era horrible, nada<br />
menos que yo, que en <strong>mi</strong> vida había hecho publicidad, podría calificarse,<br />
aún con cierta caridad, <strong>de</strong> una absoluta y total inconsciencia.<br />
Lo cierto es que Stafford se tomó muy en serio <strong>mi</strong>s palabras, porque<br />
se puso a explicarme, a disculparse casi, <strong>de</strong> que esa campaña estaba<br />
apoyada en investigaciones <strong>de</strong> marketing, que <strong>de</strong>mostraban que el trabajador<br />
solía i<strong>de</strong>ntificarse con la ropa que usaba, que le daba un cierto<br />
y <strong>de</strong>ter<strong>mi</strong>nado status. Pero yo seguía firme: a mí no me gustaba.<br />
—No se preocupe, trabaje con las otras i<strong>de</strong>as, si ésta no le gusta.<br />
Me dijo por fin.<br />
Cada vez que me acuerdo, siento la ti<strong>mi</strong><strong>de</strong>z y vergüenza que tendría<br />
que haber sentido en aquel momento. Sin embargo, eso no fue<br />
todo. Hasta me animé a <strong>de</strong>cirle que no me podía quedar más tiempo
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
y la reunión se levantó por <strong>mi</strong> causa. Es que habían pasado más <strong>de</strong><br />
dos horas y yo no quería llegar tar<strong>de</strong> a <strong>mi</strong> análisis.<br />
Los taxis pasaban todos ocupados y ya no me alcanzaba el tiempo<br />
para tomar un colectivo. Un taxi paró al lado mío, y le dije al señor<br />
que estaba por subir si le molestaba que lo compartiéramos. Me<br />
<strong>mi</strong>ró extrañado (era un señor muy formal) y una vez en viaje, me dijo<br />
qué buena i<strong>de</strong>a la mía <strong>de</strong> compartir el taxi; a él, nunca se le hubiera<br />
ocurrido. Yo le dije que tampoco, <strong>de</strong> no haber empezado a trabajar<br />
en publicidad.<br />
Así fue que el pobre señor no sólo compartió el taxi con<strong>mi</strong>go, sino<br />
que no tuvo más remedio que escuchar todo lo que me había pasado<br />
esa tar<strong>de</strong>.<br />
Me parece que no me creyó <strong>de</strong>l todo. Sin embargo, cuando le pregunté<br />
qué haría él, <strong>de</strong> haber estado en <strong>mi</strong> lugar, me contestó amablemente<br />
que le parecía una buena oportunidad y que él hubiera aceptado.<br />
El taxista, que hasta ese momento parecía estar en lo suyo, se dio<br />
vuelta con gran <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong>l señor formal, porque no hacía lo<br />
que <strong>de</strong>bía, es <strong>de</strong>cir <strong>mi</strong>rar para a<strong>de</strong>lante como todo el mundo al manejar,<br />
y me dijo:<br />
—Yo que usted, no lo pensaba dos veces, qué quiere que le diga.<br />
Así fue que empezó la encuesta.<br />
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38<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
10.<br />
Estaba totalmente exaltada. Sentía que la sangre me corría por las<br />
venas al doble <strong>de</strong> su velocidad habitual. Apenas me recosté en el diván,<br />
inicié un relato atolondrado y vertiginoso <strong>de</strong> todo lo que me había<br />
pasado esa tar<strong>de</strong>. Me sentía como un torrente, precipitándome<br />
cuesta abajo entre las montañas, <strong>de</strong> tal manera que podía llegar a arrasar<br />
con todo, hasta con <strong>mi</strong> analista y su sillón.<br />
A medida que iba transcurriendo el tiempo y yo podía comprobar<br />
que sin embargo él se mantenía en su sitio y que no nos precipitábamos<br />
juntos a ningún abismo, empecé a tranquilizarme un poco y a hablar<br />
más <strong>de</strong>spacio. Fue entonces que se acabó la sesión. Como siempre, se<br />
había acabado en lo mejor. O quizás lo mejor fue cuando me dijo:<br />
—Qué curioso, esto suce<strong>de</strong> cuando creías que todo estaba ter<strong>mi</strong>nado<br />
para vos.<br />
Cuando llegué a casa, le conté las noveda<strong>de</strong>s a los chicos. Marina,<br />
que por momentos no parece <strong>mi</strong> hija, sino una mamá inteligente<br />
y mundana, me <strong>mi</strong>ró con todo el aire <strong>de</strong> suficiencia <strong>de</strong> que se pue<strong>de</strong><br />
ser capaz a los catorce años:<br />
—Si no agarrás ese trabajo sos… bueno, ya sabés lo que sos.<br />
Mamá, la <strong>de</strong> verdad, estuvo <strong>de</strong> acuerdo con que las oportunida<strong>de</strong>s<br />
no se <strong>de</strong>jan pasar, porque aquello <strong>de</strong> que son calvas. Llamé por teléfono<br />
a media docena <strong>de</strong> a<strong>mi</strong>gas y todas coincidieron en que tenía<br />
que aceptar, o aceptar.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Esa noche casi no dormí. Seguía muy excitada, y aunque tenía unas<br />
ganas tremendas <strong>de</strong> trabajar en la agencia, me parecía que no <strong>de</strong>bía,<br />
porque tener dos trabajos era estar <strong>de</strong>masiado tiempo fuera <strong>de</strong> casa.<br />
Pero por otra parte, entre los dos trabajos completaba un poco más<br />
<strong>de</strong> seis horas, y a<strong>de</strong>más los horarios me per<strong>mi</strong>tían estar a tiempo para<br />
almorzar con los chicos…<br />
A la mañana temprano lo llamé a Fernando y le pedí que tomáramos<br />
juntos un café. Me arreglé bien, me perfumé, nos encontramos.<br />
No pu<strong>de</strong> sentirme triste al verlo, ni nostálgica, ni coquetear con él,<br />
porque la agencia me ocupaba toda.<br />
Le conté lo más serenamente que pu<strong>de</strong> lo que me pasaba, y <strong>mi</strong>s dudas<br />
para aceptar ese trabajo. El me dijo que no me preocupara por los<br />
chicos, y que si era necesario, el podría pasar más tiempo con ellos.<br />
Me quedé muy sorprendida. ¿Cómo era posible que Fernando hubiese<br />
cambiado tanto, en tan poco tiempo? Siempre me había dicho<br />
que no a casi todo que no fuera las “labores propias <strong>de</strong> su sexo” (como<br />
se ponía en otro tiempo en los formularios, para no <strong>de</strong>cir lisa y llanamente<br />
que la que los llenaba era ama <strong>de</strong> casa).<br />
Me acordé <strong>de</strong> aquella conversación que habíamos tenido el día en<br />
que yo, con muchos ro<strong>de</strong>os, le había hablado <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s planes <strong>de</strong> estudiar<br />
<strong>de</strong> nuevo, ya que los chicos estaban un poco más gran<strong>de</strong>s y no<br />
me necesitaban tanto y <strong>de</strong> la frase final:<br />
-Si querés estudiar, hacelo, pero acordate que a mí me molesta.<br />
Y vaya si le había molestado, por más que yo trataba <strong>de</strong> no estudiar<br />
cuando él estaba en casa, y <strong>de</strong> no hablarle <strong>de</strong> la Facultad.<br />
Pensé también que yo nunca había trabajado, a pesar <strong>de</strong> que siempre<br />
había tenido ganas <strong>de</strong> hacerlo. Primero había sido papá el que se<br />
había opuesto, “para qué vas a estudiar si yo te puedo dar todo lo que<br />
necesitás. Dedicate a estudiar”, me había dicho. Y <strong>de</strong>spués fue Fernando<br />
el que no me <strong>de</strong>jaba: me quería toda para él.<br />
No creo que papá se imaginara que yo quería probar <strong>mi</strong>s alas lejos<br />
<strong>de</strong> su protección, sobre todo porque nunca se lo había dicho. Es que,<br />
como le oí <strong>de</strong>cir siendo chica a mamá una noche en que ella creía que<br />
yo dormía: “Pobre Inés, es tan buena… Nunca pi<strong>de</strong> nada. Y yo había<br />
llorado, sobre todo por lo <strong>de</strong> pobre.<br />
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40<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Por eso un día Fernando me regaló un jueguito <strong>de</strong> té <strong>de</strong> porcelana,<br />
porque siempre había querido tener uno. Cuando mamá lo vio, se enteró<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong> viejo <strong>de</strong>seo y me dijo: “Con habérmelo pedido…”<br />
Y yo se lo había pedido, pero con tan poca fuerza, que no le dije<br />
que lo quería <strong>de</strong> porcelana, y ella me había comprado uno <strong>de</strong> lata pintada.<br />
Tuvieron que pasar mucho años, tantos como para que yo llegara<br />
a ser madre también, para que me diera cuenta <strong>de</strong> todo lo que hubiera<br />
tenido, si tan sólo me hubiera animado a pedirlas. Tuve ganas<br />
<strong>de</strong> ponerme a llorar, no por el té, sino también por el café, la mermelada<br />
y las galletitas que también me había perdido.<br />
Pero… ¿Qué le pasaba a Fernando? Yo no lo podía creer. Me sentí<br />
agra<strong>de</strong>cida y le di un beso y un abrazo que él recibió un poco incómodo<br />
y sorprendido y hasta le dije que era un amor. En ese momento<br />
me di cuenta que no me estaba portando como una mujer, ni siquiera<br />
como una ex–mujer. Ese beso, ese agra<strong>de</strong>ci<strong>mi</strong>ento, se parecían<br />
mucho más a papá ¿me das per<strong>mi</strong>so para trabajar? Sí. Gracias, papá,<br />
sos muy bueno.<br />
Cuántas cosas estaba <strong>de</strong>scubriendo que pasaban entre Fernando y<br />
yo al no seguir estando juntos. Me reconocí a mí <strong>mi</strong>sma en aquella<br />
actitud, una y otra vez, sobre todo aquellas veces que “papá” no me<br />
había dado per<strong>mi</strong>so y yo, obediente y sin insistir casi, había renunciado<br />
a <strong>mi</strong>s <strong>de</strong>seos.<br />
Fernando siguió hablando. Alcancé a escucharle <strong>de</strong>cir que lo que<br />
sí podía era <strong>de</strong>jar el trabajo con Omar, porque total, en cualquier momento<br />
podría conseguir algo así.<br />
Entonces no había cambiado. Me negaba lo que más quería, aún<br />
antes <strong>de</strong> empezar. ¿Cómo había podido ocurrírsele que yo <strong>de</strong>jara <strong>de</strong><br />
ser secretaria <strong>de</strong> Omar, si tanto me gustaba? ¿Cómo se me ocurrió seguir<br />
pidiéndole per<strong>mi</strong>so?<br />
Fernando <strong>mi</strong>ró el reloj con impaciencia y yo me di cuenta que el<br />
encuentro se ter<strong>mi</strong>naba. Le agra<strong>de</strong>cí sus consejos, que me habían servido<br />
para tomar una <strong>de</strong>cisión, aunque no la que él esperaba: me quedaría<br />
con los dos trabajos.<br />
Esta vez, “la pobre Inés” tendría dos juegos <strong>de</strong> té, en lugar <strong>de</strong><br />
uno.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
11.<br />
Cuando llegué a la agencia Silvia, la telefonista, me recibió con<br />
una sonrisa y muchos pestañeos y me preguntó si me habían tomado.<br />
Cuando le dije que sí se puso tan contenta que me hizo sentir bien y<br />
contenta a mí también.<br />
Le pedí que me acompañara hasta don<strong>de</strong> estaba Freddy, como me<br />
había dicho Beatriz que hiciera. Pasamos por una sala ocupada por<br />
dos tableros <strong>de</strong> dibujo, don<strong>de</strong> trabajaban dos dibujantes en los avisos<br />
<strong>de</strong> ropa <strong>de</strong> trabajo. Había papeles por el suelo y muchos otros pegados<br />
en las pare<strong>de</strong>s.<br />
Freddy estaba muy atareado y apenas si me saludó. Con un cronómetro<br />
en la mano, leía un aviso en voz alta. Parece que le sobraban<br />
palabras, porque tachaba algunas, volvía a controlar el tiempo y así<br />
varias veces. Cuando ter<strong>mi</strong>nó, me <strong>mi</strong>ró y me saludó <strong>de</strong> nuevo. Ni se<br />
acordaba <strong>de</strong> que ya me había saludado antes.<br />
Me dijo que pensara en alguna película para televisión para la campaña<br />
<strong>de</strong> “todo ropa <strong>de</strong> trabajo” <strong>de</strong> acuerdo con lo que habíamos hablado<br />
el día anterior. Que separara la página por la <strong>mi</strong>tad, que pusiera<br />
en la columna <strong>de</strong> la izquierda las imágenes, y en la <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha<br />
la locución, y me mostró algunas para que me hiciese una i<strong>de</strong>a<br />
<strong>de</strong> cómo hacerlas.<br />
Traté <strong>de</strong> escribir algo, pero no se me ocurría absolutamente nada.<br />
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42<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Me sentía muy incómoda; no quería molestar al pobre Freddy, que<br />
parecía tan atareado.<br />
Cuando llegó Miguel, apenas si lo <strong>mi</strong>ró y le dijo que yo le iba a explicar<br />
lo que tenía que hacer. Miguel creyó que tenía más experiencia<br />
que él y aunque le dije que no era así, venía a cada rato a consultarme.<br />
Yo le contestaba lo que me parecía, con tal <strong>de</strong> no molestar a Freddy.<br />
<strong>Te</strong>r<strong>mi</strong>né las dos películas y cuando se las mostré a Freddy me dijo<br />
que no servían porque eran <strong>de</strong>masiado caras, pero que las impri<strong>mi</strong>era<br />
igual, para que “arriba” vieran que yo había trabajado.<br />
Me hubiera gustado saber por qué eran tan caras, o cómo se podía<br />
hacer para que salieran más baratas, pero Freddy había vuelto a olvidarse<br />
<strong>de</strong> mí y seguía con lo suyo. Emergió <strong>de</strong> pronto y nos dijo que<br />
lo disculpáramos por no llevarnos el apunte, porque tenía que entregar<br />
sin falta. Después <strong>de</strong> eso, salió con un montón <strong>de</strong> papeles.<br />
Miguel y yo nos <strong>mi</strong>ramos; si Freddy se iba, no tendríamos nada<br />
para hacer, como no fuera ponernos a charlar. Nos sentíamos hermanados<br />
por la situación compartida: habíamos mandado una carta;<br />
nos habían elegido entre doscientos postulantes y allí estábamos.<br />
Pero en cuanto hablamos un rato, advertí que era casi lo único que<br />
teníamos en común.<br />
Le conté que tenía cuatro hijos, que nunca había trabajado y cuando<br />
le dije que era casi psicóloga, sentí en él un cambio <strong>de</strong> actitud.<br />
Reconocí bien esa sensación; la que tantas veces había sentido yo<br />
<strong>mi</strong>sma al encontrarme con <strong>mi</strong> vecino el psicoanalista, en aquella época<br />
en que en que ni soñaba con estudiar psicología ni en analizarme.<br />
Mientras compartíamos el ascensor, yo no sabía <strong>de</strong> qué hablar, cuando<br />
precisamente quedarme callada nunca fue <strong>mi</strong> fuerte. Me parecía<br />
que cualquier cosa que le dijera le serviría para adivinar <strong>mi</strong>s pensa<strong>mi</strong>entos,<br />
incluso los que yo todavía no había pensado.<br />
Después <strong>de</strong>l primer momento <strong>de</strong> recelo <strong>de</strong> Miguel a causa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s<br />
supuestos “po<strong>de</strong>res”, entonces vino lo otro: las ganas <strong>de</strong> contarme qué<br />
le pasaba. Me contó que en su carta había escrito que sus aptitu<strong>de</strong>s<br />
eran tan magras como su CV, por lo cual ni por asomo era la persona<br />
que la agencia necesitaba. Ellos lo habían tomado como una broma<br />
ingeniosa, cuando en realidad Miguel hablaba muy en serio.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Como la carta, todo en él anunciaba algo <strong>de</strong> poca fe en sí <strong>mi</strong>smo.<br />
No sé si era su actitud, su postura, la barba espesa que le ocultaba la<br />
cara, o todo a la vez. <strong>Te</strong>nía veintiséis años y había trabajado los últimos<br />
seis en un puesto público, don<strong>de</strong> le pagaban poco y estaba a<br />
disgusto, sin haberse atrevido a <strong>de</strong>jarlo, apenas si había pedido licencia,<br />
por las dudas. Había empezado a estudiar filosofía, pero avanzaba<br />
muy poco a pesar <strong>de</strong> que le sobraba el tiempo, que empleaba en<br />
dor<strong>mi</strong>r concienzudamente.<br />
Miguel me trans<strong>mi</strong>tía la sensación <strong>de</strong> no haber nacido todavía. De<br />
necesitar <strong>de</strong> algo que lo pusiera en marcha. Le faltaba que alguien le<br />
diera una mano, un per<strong>mi</strong>so, un algo para avanzar.<br />
Después me preguntó si yo me analizaba y siguió haciéndome preguntas:<br />
qué clase <strong>de</strong> análisis era el mío, qué diferencia había entre un<br />
psiquiatra y un psicoanalista… Enseguida supe dón<strong>de</strong> quería llegar y<br />
cuánto le costaba. ¡Qué ganas <strong>de</strong> analizarse tenía! Pero también cuántas<br />
dificulta<strong>de</strong>s; tantas como los ro<strong>de</strong>os que estaba dando.<br />
Finalmente lo dijo: se daba cuenta <strong>de</strong> que tenía problemas; un a<strong>mi</strong>go<br />
suyo que se analizaba había progresado mucho, y él… bueno, si<br />
yo creía que le convendría analizarse.<br />
Yo le dije que parecía ser que sí, ya que él <strong>mi</strong>smo veía sus dificulta<strong>de</strong>s,<br />
pero no agregué más nada. En otro tiempo, yo hubiese hecho la<br />
apología <strong>de</strong>l psicoanálisis. Vean, señores, la octava maravilla <strong>de</strong>l mundo,<br />
vean qué bien que estoy yo ahora, ¿por qué no estarlo también<br />
uste<strong>de</strong>s? Pero aquella era otra época, cuando recién empezaba a analizarme<br />
y creía haber <strong>de</strong>scubierto América antes que el propio Colón.<br />
Nos quedamos un rato callados, abandonados <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> Dios,<br />
<strong>de</strong> Freddy, <strong>de</strong> los lares <strong>de</strong>l lugar. Yo pensaba en que <strong>mi</strong> primer día <strong>de</strong><br />
publicitaria había transcurrido hablando <strong>de</strong>l análisis y Miguel vaya a<br />
saber en qué, cuando llegó la hora <strong>de</strong> salida. Freddy no había vuelto,<br />
y nosotros nos fuimos, un poco cabizbajos.<br />
¿Así que era esto trabajar en publicidad?<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
12.<br />
La mañana en la agencia me había <strong>de</strong>jado triste; <strong>mi</strong> nuevo trabajo<br />
no era como yo esperaba. A la tar<strong>de</strong> tenía que dar <strong>mi</strong> último examen<br />
<strong>de</strong>l año. Casi no había estudiado, no me podía concentrar, pero<br />
no era difícil y quería tirarme un lance. Porque como siempre se dice<br />
en esos casos para darse ánimo, no se pier<strong>de</strong> nada. Hasta que se pier<strong>de</strong><br />
la materia.<br />
Por un momento tuve ganas <strong>de</strong> mandar todo al diablo y aumentar<br />
con un motivo más <strong>mi</strong> tristeza, cuando me enterara <strong>de</strong> que todo<br />
el mundo daba el examen menos yo, pero Irene, que siempre aparecía<br />
en el momento oportuno, me pasó a buscar y me dijo que yo tenía<br />
que ir, porque lo iba a dar bien y que esto y que aquello.<br />
Lo cierto es que aprobé. Un poco por lo que <strong>mi</strong>s compañeros me<br />
habían contado antes <strong>de</strong>l examen, otro poco por lo que había aprendido<br />
escuchando los exámenes <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más y el tercer poco lo saqué<br />
<strong>de</strong> todo lo que había aprendido en la facultad durante cuatro años.<br />
Sin embargo fue como si le hubiese pasado a otra persona, lo <strong>de</strong><br />
aprobar, y no a mí. Des<strong>de</strong> que Fernando se había ido, todo lo <strong>de</strong>más<br />
parecía sin importancia. De todos modos, creo que Irene tenía razón,<br />
la tristeza pasa y el examen queda.<br />
Cuando llegué a casa estaba sonando el teléfono que por supuesto<br />
los chicos no se molestaban en aten<strong>de</strong>r. Dejé la cartera y los libros y
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
corrí a aten<strong>de</strong>r por pura curiosidad, o por si era Fernando, o porque<br />
siempre me pone nerviosa un teléfono que nadie contesta.<br />
Resultó ser Guido que me preguntaba por el examen. Me sorprendió<br />
que se acordase. Se lo agra<strong>de</strong>cí, y le pregunté cómo sabía <strong>mi</strong> número<br />
<strong>de</strong> teléfono. El me dijo que estaba en la guía, y me di cuenta <strong>de</strong><br />
lo tonto <strong>de</strong> <strong>mi</strong> pregunta. Es que me sentía incómoda acordándome<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong> llanto <strong>de</strong>l día <strong>de</strong> la conferencia.<br />
—¿Estás bien? – él también se acordaba.<br />
Le dije que sí. Hubo una pausa, como si Guido esperara que le dijese<br />
algo más, pero a mí no se me ocurrió qué.<br />
Finalmente habló él. Se alegraba por las dos cosas, por <strong>mi</strong> examen<br />
y porque me sentía bien. Antes <strong>de</strong> cortar me dijo que volvería a llamar.<br />
Me quedé pensando por qué me habría llamado y por qué me<br />
había dicho que iba a volver a llamar.<br />
Hacía tiempo que lo conocía. La última vez que lo había visto antes<br />
<strong>de</strong> la conferencia había sido en una reunión <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lia. Una <strong>de</strong><br />
esas reuniones don<strong>de</strong> todo el mundo se aburre y una se pregunta para<br />
qué va, por qué los <strong>de</strong>más las hacen y finalmente, por qué en esos casos<br />
no ser valiente y quedarse en su casa.<br />
Yo tenía algunas causas adicionales para sentirme mal; había engordado<br />
un poco más y como la pollera no me cerraba había tenido<br />
que <strong>de</strong>jar el cierre a medio subir y taparlo con la blusa.<br />
En esa época Fernando ya se iba alejando <strong>de</strong> mí, lo cual me hacía<br />
mucho mal. Cualquier cosa que hacíamos juntos era sólo una<br />
apariencia y para mí era muy extraño que estuviera en casa sin estar<br />
o que manejara a <strong>mi</strong> lado en el auto y nos separara semejante<br />
distancia.<br />
En cuanto llegamos él se fue a un rincón a charlar con el resto <strong>de</strong><br />
los hombres, acerca <strong>de</strong> una ley nueva que a nadie el convenía. De tanto<br />
en tanto yo lo <strong>mi</strong>raba y veía que por mucho, era el más buen mozo<br />
<strong>de</strong> todos. Y a<strong>de</strong>más, el único que no tenía panza.<br />
No me había quedado otro remedio que unirme a las mujeres, que<br />
estaban hablando <strong>de</strong>l colegio <strong>de</strong> los chicos. Era un tema que me disgustaba.<br />
Siempre había pensado que el colegio es un mal necesario<br />
<strong>de</strong>l que, a pesar <strong>de</strong> todo, los chicos salían airosos. Por otro lado, tam-<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
poco creía que se pudiesen cambiar las instituciones y menos las pedagógicas,<br />
como ellas proponían.<br />
—Mamá, tengo sed. Busqué un vaso y <strong>mi</strong>ré alre<strong>de</strong>dor, tratando <strong>de</strong><br />
encontrar algo con qué llenarlo.<br />
—¿Qué querés que te sirva? – Guido había abandonado el rincón<br />
masculino, para ser gentil con<strong>mi</strong>go.<br />
—Naranja, por favor – le dije. El se sonrió y yo le aclaré que era<br />
para Andrea, que como tenía siete años, era aficionada a las bebidas<br />
sin alcohol.<br />
—Entonces, como el vaso es gran<strong>de</strong>, lo vamos a llenar hasta la<br />
<strong>mi</strong>tad.<br />
—Tomá Andrea – le dije alcanzándole el vaso que Guido había servido.<br />
—Ya tomé, mamá. La tía me dio.<br />
—Me reí, <strong>mi</strong>rándolo a Guido.<br />
—Los chicos tienen esas cosas – le dije, como disculpándome por la<br />
parte que me correspondía en el asunto, que era haberla dado a luz.<br />
—Nos quedamos un momento callados, hasta que él me preguntó:<br />
—¿Qué hacés?<br />
—Me aburro.<br />
—Yo también.<br />
—Vos no serás uno <strong>de</strong> los que organizaron la fiesta, ¿verdad? Le pregunté,<br />
repentinamente alarmada.<br />
—Yo no hago esas cosas – me dijo muy serio.<br />
Nos reímos; empecé a sentirme bien y la reunión <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> parecerme<br />
aburrida. Guido y yo nos habíamos encontrado muchas veces en<br />
reuniones parecidas y nunca habíamos hablado más que trivialida<strong>de</strong>s<br />
y aún así, pocas <strong>de</strong> ellas.<br />
Esa vez en cambio, charlamos mucho. Cuando llegó el momento <strong>de</strong><br />
irnos sentí lástima. Habría tenido ganas <strong>de</strong> quedarme un poco más.<br />
Es que hacía mucho tiempo que nadie se ocupaba <strong>de</strong> mí, con<br />
sus pequeñas galanterías, esos pequeños gestos que a mí me gustaban<br />
tanto. Después, la pena se llevó el momento y no me acordé<br />
más <strong>de</strong> él.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
13.<br />
Fui a comer a lo <strong>de</strong> Norma. Me había parecido una buena i<strong>de</strong>a<br />
porque los jueves Fernando se llevaba a los chicos para almorzar y yo<br />
me sentía perdida. No me gustaba comer sola en la casa silenciosa;<br />
los extrañaba mucho.<br />
Fue una buena i<strong>de</strong>a… hasta que fui. Cuando vi a Norma, a Rodolfo<br />
y a los hijos sentados a la mesa, se me hizo un nudo en la garganta.<br />
Quise irme en ese <strong>mi</strong>smo momento pero no lo hice, a pesar <strong>de</strong> lo<br />
que me dolía ver una fa<strong>mi</strong>lia reunida.<br />
Rodolfo protestó todo el tiempo, la co<strong>mi</strong>da no estaba <strong>de</strong>masiado<br />
buena, los chicos se peleaban, apenas si con tanto lío habíamos podido<br />
cambiar algunas palabras. No se parecía en nada a un paraíso,<br />
ni mucho menos. Sin embargo, yo tuve ganas <strong>de</strong> cambiar toda <strong>mi</strong> libertad,<br />
<strong>mi</strong>s dos empleos, <strong>mi</strong> carrera y todo lo que tenía, por volver a<br />
ver entera a <strong>mi</strong> fa<strong>mi</strong>lia.<br />
En esa mesa era yo la que <strong>de</strong>sentonaba, por impar. Me pregunté<br />
qué estaba haciendo ahí y no supe qué contestar.<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
14.<br />
Cuando llegué a la agencia Freddy no estaba. Miguel no había llegado,<br />
la oficina estaba vacía. Cada vez me sentía más triste. <strong>Te</strong>nía ganas<br />
<strong>de</strong> irme; otra vez tuve que preguntarme qué hacía en un lugar don<strong>de</strong><br />
estaba <strong>de</strong> más, don<strong>de</strong> en realidad nadie sabía si yo estaba o no. ¿Y si<br />
me iba? A casa, con los chicos, los extrañaba mucho, a tirarme en la<br />
cama y <strong>de</strong>scansar; hacía tanto calor… Si por lo menos hubiese tenido<br />
un libro para leer.<br />
Habían traído dos máquinas <strong>de</strong> escribir más en la oficina <strong>de</strong> Freddy.<br />
Algunas tenían colocada el papel, como listas para ser usadas. Me senté<br />
frente a una <strong>de</strong> ellas y <strong>de</strong> puro aburrida empecé a escribir. Primero<br />
<strong>mi</strong> nombre, <strong>de</strong>spués una serie <strong>de</strong> puntos y rayas, <strong>de</strong>spués la fecha,<br />
otra vez <strong>mi</strong> nombre.<br />
Después empecé a escribir que, al llegar a la agencia Freddy no estaba…<br />
y cosas <strong>de</strong> ese mundo tan <strong>de</strong>sconocido <strong>de</strong> la publicidad y también<br />
<strong>de</strong>l otro no menos especial, el <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, el <strong>de</strong>l psicoanalista.<br />
¿Y si escribiera un libro?<br />
Todo lo que estaba conociendo me llenaba <strong>de</strong> asombro, ¿por qué<br />
no contarlo? Un libro… que bien sonaba. Mi libro… sonaba mejor<br />
todavía.<br />
Podría ser la historia <strong>de</strong> <strong>mi</strong> fugaz paso por la publicidad, porque<br />
seguramente sería fugaz; cuando a fines <strong>de</strong> marzo empezaran las cla-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
ses en la Facultad me daría cuenta <strong>de</strong> que <strong>mi</strong> verda<strong>de</strong>ro ca<strong>mi</strong>no no<br />
era la publicidad, sino al que me quería <strong>de</strong>dicar cuando ter<strong>mi</strong>nara <strong>de</strong><br />
estudiar, que todo no había sido más que un juego que ter<strong>mi</strong>naría<br />
con el verano.<br />
Bueno: ya tenía el final. ¿Y si lo llamara Réplica, como la agencia?<br />
Pero claro, a lo mejor había que pedir alguna clase <strong>de</strong> per<strong>mi</strong>so y por<br />
ahí no me lo daban. De todos modos, yo no podía escribir lo que se<br />
me ocurriese. <strong>Te</strong>ndría que censurarme, para no molestar a nadie, que<br />
guardarme, para que la gente no supiera cosas <strong>de</strong> mí, al menos no <strong>de</strong>masiadas.<br />
Empecé a cambiar un poco los <strong>de</strong>talles, pero no lo esencial.<br />
Pero me sentía frenada. Constantemente tenía que luchar para<br />
no escribir cosas que tuviesen que ver con Fernando. No; lo mío, lo<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong> separación, nada que ver.<br />
A pesar <strong>de</strong> tantas li<strong>mi</strong>taciones, escribí sin tregua y cuando llegó Miguel,<br />
tar<strong>de</strong>, como siempre, apenas si lo saludé; era un ataque el mío.<br />
Mientras escribía, también pensaba si alguien lo leería alguna vez,<br />
si lo llegaran a publicar. Si harían <strong>de</strong>spués una película y con quien.<br />
A ver, qué actor buen mozo y serio se parece a Fernando…<br />
Freddy no apareció en toda la mañana. Cuando llegó era casi la una<br />
y no tuve ganas <strong>de</strong> irme para seguir escribiendo. Recién al incorporarme<br />
sentí que la espalda me dolía terriblemente y también la nuca;<br />
a<strong>de</strong>más no había co<strong>mi</strong>do nada en toda la mañana.<br />
<strong>Te</strong>nía hambre y calor, pero sin embargo estaba contenta. Siempre<br />
había tenido ganas <strong>de</strong> escribir, pero nunca había sabido qué. <strong>Te</strong>nía<br />
ganas, tenía qué <strong>de</strong>cir, un trabajo que me daba tiempo, una máquina<br />
<strong>de</strong> escribir a <strong>mi</strong> disposición y ninguna otra cosa para hacer.<br />
Realmente, no me podía negar.<br />
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50<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
15.<br />
Por la locura <strong>de</strong> la campaña todos estaban <strong>de</strong>masiado atareados para<br />
ocuparse <strong>de</strong> Miguel y <strong>de</strong> mí. No me gustaba estar sin hacer nada, a<br />
pesar <strong>de</strong> <strong>mi</strong> ataque <strong>de</strong> escribir. Es que no había ido a la agencia a escribir<br />
<strong>mi</strong>s cosas sino a trabajar y eso era lo que yo quería hacer: trabajar.<br />
Me fastidiaba mucho pensar que los chicos estuvieran sin mí para<br />
que yo no hiciera nada.<br />
Miguel tenía ganas <strong>de</strong> charlar con<strong>mi</strong>go pero yo estaba <strong>de</strong> mal humor<br />
y apenas si le contestaba, así que se cansó y se <strong>de</strong>dicó a <strong>mi</strong>rar<br />
por la ventana.<br />
Freddy llegó a media mañana. <strong>Te</strong>nía un traje azul que le quedaba<br />
muy bien, pero que le duró bien poco. Se sacó el saco, <strong>de</strong>spués la corbata,<br />
se <strong>de</strong>sabrochó los dos primeros botones <strong>de</strong> la ca<strong>mi</strong>sa y se subió<br />
las mangas, sin <strong>mi</strong>rarnos ni una sola vez. Después giró su silla, puso<br />
los pies sobre la ventana, y se quedó <strong>mi</strong>rando los autos, o el obelisco,<br />
o los avisos <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la avenida, o a lo mejor, nada.<br />
Miguel y yo lo <strong>mi</strong>ramos para ver si nos hablaba, pero como seguía<br />
inmóvil nos sentamos, yo en <strong>mi</strong> silla y él sobre el escritorio y nos quedamos<br />
callados.<br />
Con la llegada <strong>de</strong> Stafford, Miguel se paró bruscamente: no quería<br />
que lo viese sentado sobre el escritorio. Stafford, siempre con esas<br />
ca<strong>mi</strong>sas horribles <strong>de</strong> rayas gruesas en lucha tremenda con sus corba-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
tas <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s dibujos, apenas si nos saludó. Se lo veía muy entusiasmado<br />
<strong>mi</strong>entras avanzaba hacia Freddy, que se levantó y a recibir <strong>de</strong><br />
Stafford unas edificantes palmadas en la espalda.<br />
Freddy hizo un gesto como para dar a enten<strong>de</strong>r que no tenía importancia,<br />
valiente, no se hubiera molestado, <strong>mi</strong> vida por la agencia, esto<br />
no fue nada, cualquiera en <strong>mi</strong> lugar hubiera hecho lo <strong>mi</strong>smo… Parece<br />
mentira todo lo que pue<strong>de</strong> llegar a querer <strong>de</strong>cir un solo gesto.<br />
Por fin Stafford se fue, siempre con su aire <strong>de</strong> triunfador <strong>de</strong> universidad<br />
privada para empresarios y recién Freddy se acordó <strong>de</strong> nosotros.<br />
Nos explicó el por qué <strong>de</strong> tanta euforia: habían logrado con<br />
su astucia convencer al cliente <strong>de</strong> elegir la campaña más conveniente<br />
para la agencia, porque les costaba menos y ganaban igual y encima,<br />
el cliente se había quedado con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que el que la había elegido<br />
era él.<br />
Lo <strong>mi</strong>ré sorprendida y le pregunté si la agencia no trataba <strong>de</strong> hacer<br />
las cosas bien en lugar <strong>de</strong> hacerlas más baratas para ganar más.<br />
—La publicidad no es beneficencia – me contestó, sin parar <strong>de</strong> reírse;<br />
sólo una nueva, no, sólo vos, podés <strong>de</strong>cir una cosa así.<br />
Después se sentó <strong>de</strong> nuevo, esa vez con los pies sobre el escritorio,<br />
fumando y echando el humo hacia arriba, como los periodistas en la<br />
redacción <strong>de</strong>l diario en las películas policiales. Al rato me dijo:<br />
—Ya vas a apren<strong>de</strong>r. No es difícil el oficio, pero tiene sus vueltas,<br />
como todo. Lo primero que tenés que saber, es que el valor <strong>de</strong> lo que<br />
hagas no está en que te lo aprueben o no. Hay tantas cosas en juego…<br />
El costo, la competencia, el humor bueno o malo <strong>de</strong>l tipo que<br />
lo lee, las exigencias muchas veces absurdas <strong>de</strong>l cliente porque es el<br />
que paga. Por eso, hay que guardase para uno. Esto es un laburo y<br />
chau. Si te querés realizar buscate otra cosa, porque con esto podés<br />
ganar plata, pero te hacés mucha mala sangre.<br />
Freddy no ter<strong>mi</strong>nó la frase. Qué lástima verlo tan amargado. Con<br />
el tiempo le di la razón, la publicidad era muy ávida, y las i<strong>de</strong>as se gastaban<br />
<strong>de</strong>masiado rápido, a nadie le importaba la genialidad, los laureles<br />
se los llevaba la agencia.<br />
Freddy siguió, como si hablara para sí <strong>mi</strong>smo:<br />
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52<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—Se te tienen que ocurrir cosas todos los días, buenas o malas, todos<br />
los días, me entendés?<br />
—De pronto, pareció acordarse <strong>de</strong> que nosotros recién empezábamos<br />
y cambió el tono:<br />
—Bueno chicos, tranquilícense. No me hagan caso. Ahora que ter<strong>mi</strong>nó<br />
el incendio…<br />
—¿Qué? —preguntamos a la vez.<br />
—… la campaña, voy a po<strong>de</strong>r ocuparme <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s. Pero mañana,<br />
¿eh? Ahora estoy muerto —y vuelta a <strong>mi</strong>rar por la ventana.<br />
Decidimos irnos antes <strong>de</strong> hora y Freddy se encogió <strong>de</strong> hombros<br />
cuando se lo preguntamos; cualquier cosa él se haría cargo, pero no<br />
creía que pudiera pasar nada. La bronca se me pasó cuando llegué a<br />
casa, pero el cansancio no.<br />
Al día siguiente Freddy no apareció; se había tomado un feriado<br />
post-campaña y <strong>de</strong> penúltimo día <strong>de</strong>l año. Envalentonados con el<br />
éxito <strong>de</strong> nuestra huída anterior, le fuimos a preguntar a Beatriz si podíamos<br />
irnos antes, pero con ella no resultó. Otra vez el senti<strong>mi</strong>ento<br />
<strong>de</strong> estar <strong>de</strong> más.<br />
Empezaron a caer papeles <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong> las oficinas. Pocos al<br />
principio, se multiplicaban a medida que avanzaba la mañana. Me<br />
emocionaba verlos caer, revoloteando en manadas, mezclándose con<br />
los rollos <strong>de</strong> las máquinas <strong>de</strong> calcular que hacían bucles sobre las veredas,<br />
crujiendo como hojas secas al enredarse en los pies <strong>de</strong> la gente<br />
que pasaba.<br />
No sentía que formara parte; estaba como <strong>de</strong> prestado y no sabía<br />
siquiera por cuánto tiempo.<br />
En los bares <strong>de</strong> la vereda la gente se reunía para brindar por el nuevo<br />
año, o por el viejo, quizás. Silvia nos había invitado a ir nosotros<br />
también a brindar con ella y los <strong>de</strong>más ad<strong>mi</strong>nistrativos cuando llegara<br />
el mediodía. Pero no quise ir. Si brindaban por el año que ter<strong>mi</strong>naba,<br />
había sido terrible para mí; si lo hacían por el que estaba por<br />
llegar, tenía <strong>mi</strong>s dudas. Era una enorme página en blanco y no sabía<br />
con qué se iría a llenar.<br />
Extraño fin <strong>de</strong> año el mío, viendo caer los papelitos que brillaban<br />
al sol, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una agencia <strong>de</strong> publicidad.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
El viento atrajo hacia nuestra ventana una cinta <strong>de</strong> papel. Miguel<br />
y yo nos inclinamos para agarrarla, y nos encontramos que alguien<br />
trataba <strong>de</strong> hacer lo <strong>mi</strong>smo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana contigua.<br />
—Hola —le dije, y el me contestó:<br />
—Yo, Julián, ¿y vos?<br />
—Yo, Inés.<br />
—Yo dibujante ¿y vos?<br />
—Yo redactora, buen, bah, junior. —me sonó raro hasta para mí <strong>mi</strong>sma,<br />
pero era así como me habían presentado <strong>de</strong> la ventana para a<strong>de</strong>ntro<br />
cada vez que había llegado la ocasión, ¿De dón<strong>de</strong> sacaban que yo<br />
era redactora? Estaba por verse.<br />
Julián se sonrió, simpático. Ayudado por el viento, me alcanzó la<br />
cinta que había logrado por fin atrapar y se fue para a<strong>de</strong>ntro.<br />
Los papelitos caían y caían; por fin el año estaba por ter<strong>mi</strong>nar.<br />
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54<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
16.<br />
Si bien en algún momento habíamos pensado en esperar a que pasaran<br />
las fiestas para que Fernando se fuera <strong>de</strong> casa, nos pareció cruel<br />
posponer por un largo mes algo que <strong>de</strong> todos modos tenía que suce<strong>de</strong>r,<br />
que ya estaba sucediendo aunque él no se fuera. Después <strong>de</strong> todo<br />
quizás no hubiera maneras mejores <strong>de</strong> separarse, todas son tristes.<br />
Cuando llegó la Navidad, supusimos que tal vez para los chicos<br />
era mejor por ese año no cambiar lo que siempre hacíamos. Reunirnos<br />
con la fa<strong>mi</strong>lia en la casa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s suegros, primero la cena, con co<strong>mi</strong>da<br />
<strong>de</strong> todas clases y en cantidad tres veces mayor <strong>de</strong> la necesaria.<br />
Al llegar las doce, los chicos y los no tan chicos, se iban con alguna<br />
tía a dar una vuelta. Nosotros, entretanto, corríamos a <strong>de</strong>jar los regalos<br />
bajo el gran pino lleno <strong>de</strong> luces que se encendían cuando llegaba<br />
Papá Noel, con su traje rojo, acomodándose la barba <strong>de</strong> algodón,<br />
y agitando la campanilla. Pronto el suelo se llenaba <strong>de</strong> papeles <strong>de</strong> colores<br />
que los chicos les habían arrancado a los paquetes, ansiosos por<br />
ver “qué les había traído Papá Noel”.<br />
Fue muy duro estar juntos esa noche. Sentarnos en los <strong>mi</strong>smos lugares<br />
<strong>de</strong> siempre. Lo habíamos hecho por los chicos, si bien no sabíamos<br />
<strong>de</strong>l todo qué era lo mejor para ellos. No habíamos pensado<br />
en nuestros padres, que tenían una tremenda cara <strong>de</strong> dolor, por momentos<br />
lagrimeaban, en otros momentos nos hacían reproches, o nos
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
preguntaban por qué “les hacíamos esto”. Sí; era todo muy reciente;<br />
también había sido duro para ellos, tanto que se olvidaban <strong>de</strong> pensar<br />
cuánto sufríamos Fernando y yo.<br />
En cuanto se ter<strong>mi</strong>naron <strong>de</strong> abrir los regalos <strong>de</strong>cidí irme con Marina.<br />
Los <strong>de</strong>más chicos se quedaron con Fernando. La <strong>de</strong>spedida fue<br />
triste.<br />
Me costaba ir directamente a casa, por eso le pregunté a Marina si<br />
quería que fuésemos a tomar algo a algún lugar, pero encontramos<br />
todo cerrado. Ca<strong>mi</strong>namos entonces por la avenida Santa Fe y como<br />
comenzó a llover, nos volvimos al auto cuando un hombre joven se<br />
acercó a hablarnos. Marina se puso nerviosa. Le dije a <strong>mi</strong> hija que no<br />
se preocupara, tratando <strong>de</strong> que no advirtiera que yo también lo estaba;<br />
calculé que había bastante gente ca<strong>mi</strong>nando a la vuelta <strong>de</strong> sus festejos,<br />
<strong>mi</strong>entras me arrepentía por no haber vuelto a casa directamente<br />
y le pedí al muchacho que se fuera.<br />
Era la primera vez que nos pasaba algo así, tal vez porque nunca<br />
habíamos salido juntas tan tar<strong>de</strong> a la noche. Me sentí muy extraña;<br />
tenía una hija tan gran<strong>de</strong> como para que vinieran a hablarnos a las<br />
dos. En ese momento ya no éramos madre e hija, sino dos mujeres.<br />
De golpe la hija es una mujer. ¡Y qué golpe!<br />
Eso había sucedido el 25, así que cuando llegó el 31 <strong>de</strong> diciembre,<br />
no habíamos querido repetir la <strong>mi</strong>sma historia y <strong>de</strong>cidimos, por primera<br />
vez, pasar la noche <strong>de</strong>l 31 sin nadie más que nosotros, Fernando,<br />
yo y los chicos.<br />
Cuando volví <strong>de</strong> la agencia me <strong>de</strong>diqué a cocinar. Preparé una torta<br />
<strong>de</strong> chocolate, un plato frío, lomos con champignons, puse las bebidas<br />
a helar. La señora que estaba con nosotros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía muchos<br />
años me había ofrecido <strong>de</strong>jar todo preparado antes <strong>de</strong> irse, pero le había<br />
dicho que no. Quería ocuparme yo <strong>mi</strong>sma.<br />
Cuando llegó Fernando la casa estaba llena <strong>de</strong> flores, la mesa tendida<br />
con el mejor mantel, yo tenía puesto un hermoso vestido largo<br />
y escotado, las luces todas encendidas. Los chicos refunfuñaron un<br />
poco, pero logré que se vistieran como para una fiesta. <strong>Te</strong>nía la ilusión<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>slumbrar a Fernando y <strong>de</strong> que mágicamente se diera cuenta<br />
<strong>de</strong> todo lo que había perdido al irse. De pronto tuve tanta fe en<br />
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56<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
<strong>mi</strong> amor, que era tan gran<strong>de</strong>, que me parecía que podía alcanzar para<br />
hacerlo volver.<br />
La fe se <strong>de</strong>svaneció cuando, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> la escalera, lo vi irse.<br />
Los chicos lo acompañaron hasta la puerta y <strong>de</strong>spués, cansados, se<br />
fueron a acostar. Les di un beso a cada uno y salí al balcón. La luna,<br />
redonda y llena ilu<strong>mi</strong>naba la calle <strong>mi</strong>entras los ruidos <strong>de</strong> los festejos<br />
se iban acabando. Qué se había hecho <strong>de</strong> aquél Fernando que en la<br />
luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el, al hacer escala en Rio, quiso que nos diéramos un baño<br />
apresurado en el mar <strong>de</strong> Copacabana, seguramente cien veces mejor<br />
que el obligado paseo por la ciudad.<br />
El <strong>mi</strong>smo que al ver relumbrar la nieve en la oscuridad <strong>de</strong> la noche<br />
se le ocurrió bajar <strong>de</strong>l tren que nos llevaba <strong>de</strong> Florencia a París, para<br />
ofrecérmela a mí, que no la conocía. El que se hizo enten<strong>de</strong>r por señas<br />
para que el guarda nos <strong>de</strong>jara bajar en la próxima estación, sin tener<br />
la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cuál era.<br />
Resultó ser Göschenen, una al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> tarjeta postal. Nos vimos solos<br />
en la estación <strong>de</strong>sierta con <strong>mi</strong>s zapatos <strong>de</strong> taco alto hundiéndose<br />
en la nieve y él se las ingenió para que abrieran un negocio para ven<strong>de</strong>rme<br />
botas forradas <strong>de</strong> piel.<br />
Dejamos las valijas y salimos a ca<strong>mi</strong>nar. Entramos en una iglesia<br />
para escuchar los cánticos <strong>de</strong> la gente <strong>de</strong>l lugar, que sonaban muy diáfanos<br />
en la tranquilidad y el silencio <strong>de</strong> la noche nevada.<br />
¿Y el que llegaba a casa con flores, o el que inventaba nombres<br />
amorosos para mí? ¿Y aquel Fernando que con aquella Inés no se cansaba<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong>rar esos <strong>de</strong>ditos pequeñitos, esos piecitos sonrojados, ese<br />
<strong>mi</strong>lagro repetido y cada vez único <strong>de</strong> los hijos?<br />
Me pregunté en qué momento él había pasado <strong>de</strong>l “todo lo tuyo<br />
me gusta” al “todo lo tuyo me molesta”; cuándo habrían <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />
ser graciosos <strong>mi</strong>s olvidos, <strong>mi</strong>s tonterías, <strong>mi</strong> manera <strong>de</strong> hablar. Cómo<br />
fue que se llegó al <strong>de</strong>samor, la frialdad, la indiferencia, y no se me<br />
ocurrió ninguna respuesta.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
17.<br />
Pasado fin <strong>de</strong> año, la mudanza <strong>de</strong> Réplica continuó. Yo <strong>mi</strong>raba hacer<br />
y <strong>de</strong>shacer, poner y sacar muebles <strong>de</strong> lugar, transpirar, protestar,<br />
rayar el piso acabado <strong>de</strong> pulir, no sabía dón<strong>de</strong> ponerme y me cansaba<br />
<strong>de</strong> sólo <strong>mi</strong>rar. Beatriz dirigía la operación. Cossio opinaba sin que<br />
nadie se lo pidiera, hasta que ella se cansó y le dijo que se fuera al diablo,<br />
cosa que por supuesto él no hizo. Lo que tampoco hizo fue <strong>de</strong>jar<br />
<strong>de</strong> opinar, lo cual hubiera simplificado mucho la mudanza.<br />
Silvia me explicó que estaban tratando <strong>de</strong> armar tres oficinas separadas<br />
por mamparas <strong>de</strong> vidrio, <strong>de</strong> modo que en cada una <strong>de</strong> ellas<br />
trabajara un equipo compuesto por cinco personas, sus escritorios y<br />
computadoras.<br />
Las oficinas resultantes eran chicas para tanto mueble y tanta gente,<br />
pero al final se logró un resultado medianamente aceptable. Cuando<br />
ter<strong>mi</strong>naron, Beatriz quedó satisfecha por un segundo, y <strong>de</strong>sarrugó<br />
apenas el entrecejo. Enseguida volvió a su cara, la que solía ponerse<br />
todas las mañanas antes <strong>de</strong> entrar en la agencia. Por lo visto allí todas<br />
eran dificulta<strong>de</strong>s a resolver, y yo era una <strong>de</strong> ellas.<br />
—Vos, vení con<strong>mi</strong>go. ( me sonó como a “Chicho, chicho, vaya a la<br />
cucha”). Vos, quedate con Freddy (Martín Pescador… ¿me <strong>de</strong>jará pasar?)<br />
– le dijo a Miguel. Tuve ganas <strong>de</strong> pedirle que me <strong>de</strong>jara a mí con<br />
Freddy, pero no me animé.<br />
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58<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—Vas a trabajar aquí, con Bolkan – me lo presentó.<br />
Flaquito, serio, gran<strong>de</strong>s bigotes negros, anteojos <strong>de</strong> armazón oscuro,<br />
impresionantes ojos negros. Empezaba a trabajar ese día y venía<br />
<strong>de</strong> otra agencia. Parece que siempre hay otra agencia antes y no como<br />
yo, que no venía <strong>de</strong> ningún lado, cosa ‘e locos, invento <strong>de</strong> Stafford<br />
para ver si volvía a <strong>de</strong>scubrir, como había hecho con Pedro Mazza,<br />
al publicitario <strong>de</strong>l año. Yo por <strong>mi</strong> parte esperaba que no le pasara lo<br />
<strong>de</strong> segundas partes, no por Stafford sino por mí, que era la que había<br />
llegado segunda.<br />
Estaba triste. Hacía apenas cuatro días que había empezado en la<br />
agencia y ya me abandonaban y a mí, que ya me sentía abandonada,<br />
no me resultaba fácil <strong>de</strong> soportar. Pensaba en Freddy y en su linda<br />
sonrisa y en cambio tenía que trabajar con ese presu<strong>mi</strong>do <strong>de</strong> Bolkan<br />
que apenas si me saludó, <strong>de</strong> qué se la daba, con su pelo largo y pulsera<br />
<strong>de</strong> cuero. La antipatía fue instantánea y mutua; la <strong>de</strong> él vaya a saber<br />
por qué y la mía porque él no era Freddy. Bolkan, por su parte,<br />
no se mostró nada agradable con<strong>mi</strong>go: estaba como en otra cosa.<br />
Preguntó cuál era su escritorio; abrió los cajones, probó la llave para<br />
comprobar si servía y la agregó a su llavero. Levantó el vidrio para<br />
poner dos fotografías. Sacó <strong>de</strong> su mochila <strong>de</strong> cuero un estuche con<br />
un juego <strong>de</strong> lapiceras, lo <strong>de</strong>jó abierto sobre su escritorio y sin <strong>de</strong>cir<br />
una palabra, se fue.<br />
Al rato llegó el bocetista, que venía a ser Julián, el <strong>de</strong> la ventana.<br />
Yo respiré aliviada, porque pensé que por lo menos con él me iba a<br />
llevar bien.<br />
No había acabado <strong>de</strong> respirar cuando me presentaron al “contacto”<br />
el “pesado” <strong>de</strong> Cossio. Me dio la mano con tanta fuerza, que me<br />
hicieron ruido los huesos. Le pregunté qué era ser “contacto”. Se rió<br />
y me dijo:<br />
—¡Ah, cierto! Vos sos el “chiche” <strong>de</strong> Stafford; a él le encanta <strong>de</strong>scubrir<br />
talentos y apadrinar juniors.<br />
Me explicó que se la pasaba yendo <strong>de</strong>l cliente a la agencia y <strong>de</strong> la<br />
agencia al cliente tratando <strong>de</strong> conformar a los dos y que por eso casi<br />
siempre ter<strong>mi</strong>naba quedando como el reverendo…<br />
¿Vos me entendés, ¿no?
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Largó una carcajada que hizo temblar los vidrios <strong>de</strong> la ventana. Después<br />
se explayó en una larga y sonora explicación acerca <strong>de</strong> lo que<br />
pasaba cuando el cliente le pedía un aviso: él le explicaba a la agencia<br />
lo que el cliente quería, y la agencia se lo hacía. Entonces él se lo<br />
llevaba al cliente tratando <strong>de</strong> convencerlo. Si no lo convencía, volvía<br />
a la agencia…. El resto no lo escuché; me había mareado con tanto<br />
ir y venir.<br />
Cossio se fue por fin y Julián me dijo:<br />
Hablar con Cossio es como hablar con una patota.<br />
Al rato volvió la patota con un cartel para la puerta con nuestros<br />
nombres. Al lado <strong>de</strong>l mío <strong>de</strong>cía “redactora” (¿lo <strong>de</strong> junior se lo habría<br />
olvidado, o es que no le alcanzó el lugar?)<br />
Bolkan volvió diez <strong>mi</strong>nutos <strong>de</strong>spués y se zambulló en el diario hasta<br />
el mediodía. Tanto como para empezar, le pregunté su nombre.<br />
—Juan Fernando —me dijo.<br />
Me dio bronca que se llamara Fernando, como <strong>mi</strong> marido y entonces<br />
le dije:<br />
—¿No te <strong>de</strong>cidiste a elegir?<br />
¿Elegir qué? —(le molestó no enten<strong>de</strong>r qué le preguntaba)<br />
—Quedarte con uno <strong>de</strong> los dos, con Juan o con Fernando – le dije<br />
con naturalidad, como haciéndole ver que era sumamente fácil <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r,<br />
caramba.<br />
—Llamame como quieras – me contestó fastidiado.<br />
—Entonces te voy a llamar Juan —le dije y me libré <strong>de</strong>l Fernando. Se<br />
veía que yo a esa altura le resultaba insoportable; no me contestó.<br />
Siguió leyendo el diario sin <strong>mi</strong>rarme ni hablarme. Tampoco le importaba<br />
que a su alre<strong>de</strong>dor siguieran acomodando cosas, conectando<br />
cables y haciendo ruido. Cuando llegó la una, cerró el estuche <strong>de</strong><br />
las lapiceras, las guardó en el cajón <strong>de</strong>l escritorio, lo cerró con llave<br />
y se fue.<br />
Hasta mañana – dijo secamente cuando pasó a <strong>mi</strong> lado.<br />
Y pensar que iba a tener que trabajar con él. Estuve un rato dudando<br />
si renunciaba o no; finalmente <strong>de</strong>cidí quedarme al menos un<br />
día más.<br />
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60<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
18.<br />
Esa <strong>mi</strong>sma tar<strong>de</strong> empecé a trabajar con Omar. Fue más difícil que en<br />
la agencia, tan vertiginosa. Cuando toqué el timbre, alguien me abrió<br />
la puerta y se quedó <strong>mi</strong>rándome, <strong>de</strong> modo que me di a conocer:<br />
Soy Inés.<br />
Ah, sí.<br />
Abrió la puerta <strong>de</strong>l todo y una vez que entré, la cerró y se fue, <strong>de</strong>jándome<br />
parada en el hall. Miré a <strong>mi</strong> alre<strong>de</strong>dor, encontré un espejo y<br />
me <strong>mi</strong>ré: me gusté y <strong>de</strong>spués pensé que lo mejor sería ir hasta el escritorio.<br />
Allí me encontré con una cariñosa carta <strong>de</strong> Laura, con instrucciones<br />
y buenos <strong>de</strong>seos, que me dio un poco <strong>de</strong> ánimo.<br />
Me senté en la silla giratoria, la moví hacia un lado, hacia el otro.<br />
Todo era muy serio, formal y enorme, empezando por el escritorio y<br />
los dos sillones negros. La formalidad resultó contagiosa: estaba sentada<br />
con la espalda muy <strong>de</strong>recha.<br />
Por fin llegó Omar.<br />
¿Cómo estás? —me saludó.<br />
No tuve otro remedio que contestarle que estaba bien. Explicarle<br />
<strong>de</strong> verdad cómo estaba hubiera sido muy complicado.<br />
Me dio una lista <strong>de</strong> llamados y se fue a aten<strong>de</strong>r a su primer paciente<br />
<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, un señor tí<strong>mi</strong>do y serio que vi pasar sin <strong>mi</strong>rar para ningún<br />
lado, como con <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> ver quién estaba en el escritorio.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Nunca se llegó a enterar, porque nunca <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rar hacia a<strong>de</strong>lante,<br />
hacia la puerta <strong>de</strong>l consultorio al llegar y hacia la puerta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento<br />
al irse.<br />
—Le hablo <strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l Dr. Boyaldjian —empecé diciendo. En los<br />
llamados siguientes me animé un poco más:<br />
Le habla la secretaria <strong>de</strong>l Dr. Boyaldjian.<br />
Me sentía importante y a la vez como jugando al juego <strong>de</strong> la secretaria.<br />
También rara, como con el cartel <strong>de</strong> redactora en la puerta<br />
<strong>de</strong> la oficina.<br />
Quise que el escritorio se volviera un poco mío, siguiendo el ejemplo<br />
<strong>de</strong> Juan. Saqué cosas <strong>de</strong> encima, porque había <strong>de</strong>masiadas para <strong>mi</strong><br />
gusto. Al día siguiente traería un florero para que el color <strong>de</strong> las flores<br />
alegraran esas pare<strong>de</strong>s ver<strong>de</strong> oscuro y la alfombra <strong>de</strong> un ver<strong>de</strong> más oscuro<br />
todavía. Or<strong>de</strong>né los cajones y tiré papeles viejos.<br />
Cuando ter<strong>mi</strong>nó la sesión <strong>de</strong>l señor tí<strong>mi</strong>do, Omar volvió con un grabador.<br />
<strong>Te</strong>ndría que escuchar una sesión y pasarla a máquina, es <strong>de</strong>cir,<br />
<strong>de</strong>sgrabarla. Al rato Martha, su mujer, me trajo un café y me dio la bienvenida.<br />
Era una mujer muy dulce, muy pacífica, siempre sonriente.<br />
Era extraño estar en la casa <strong>de</strong> Omar, <strong>mi</strong> ex profesor. Encontré su<br />
currículum, <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> un libro que crecía año a año. En la pared,<br />
la foto <strong>de</strong> sus hijos. Al llegar había alcanzado a ver un ángulo <strong>de</strong><br />
su consultorio a través <strong>de</strong> la puerta entreabierta.<br />
Quise encen<strong>de</strong>r la máquina <strong>de</strong> escribir, porque la <strong>de</strong> Omar era eléctrica,<br />
no como las <strong>de</strong> la agencia y la <strong>de</strong> <strong>mi</strong> casa. Apreté el botón, pero<br />
no funcionaba. Encontré que estaba <strong>de</strong>senchufada. Ah, era por eso.<br />
La enchufé, pero tampoco. Empecé a revisarla por todas partes para<br />
ver si se <strong>de</strong>cidía a arrancar, pero la muy infame, nada. Se estaba allí,<br />
quieta y muda. Me parecía un mal co<strong>mi</strong>enzo empezar preguntándole<br />
a Omar cómo se hacía para encen<strong>de</strong>rla. Por suerte llegó Martha para<br />
avisarme que había un corte <strong>de</strong> luz.<br />
Como siempre, había pensado que era yo quien no servía. No podía<br />
haber un corte <strong>de</strong> luz, no podía fallar la máquina; la única que<br />
siempre fallaba venía a ser yo. Cómo me cansaba estar siempre en <strong>mi</strong><br />
contra. Qué cosa soy, Dios mío, no sé cómo me puedo soportar a mí<br />
<strong>mi</strong>sma, y encima vivir siempre con<strong>mi</strong>go.<br />
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62<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
No tenía nada que hacer: no podía hacer nada si no había luz.<br />
Como en la agencia, empezaba a trabajar sin trabajar. Pero en lo <strong>de</strong><br />
Omar todo era distinto, porque nadie interrumpía <strong>mi</strong>s pensa<strong>mi</strong>entos,<br />
lo cual, dadas las circunstancias, no era muy recomendable. Sólo<br />
el sonido <strong>de</strong>l timbre cada cincuenta <strong>mi</strong>nutos, los pasos <strong>de</strong> los pacientes<br />
silenciados por la alfombra, alguna que otra vez el sonido <strong>de</strong>l teléfono<br />
y nada más.<br />
El zumbido <strong>de</strong> la máquina me sobresaltó. El corte <strong>de</strong> luz había ter<strong>mi</strong>nado<br />
pero ya era hora <strong>de</strong> irme. <strong>Te</strong>nía que ir a buscar a Andrea al jardín,<br />
así que el trabajo, lo que se <strong>de</strong>cía el trabajo, tendría que comenzar<br />
recién el día siguiente.<br />
Omar estaba atendiendo a un paciente; no sabía dón<strong>de</strong> estaba Martha,<br />
así que <strong>de</strong>sconecté la máquina y sin tener <strong>de</strong> quién <strong>de</strong>spedirme<br />
cerré la puerta tratando <strong>de</strong> no hacer ruido y me fui.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
19.<br />
Era sábado y estaba sola; así empezaban a ser <strong>mi</strong>s sábados. Él en<br />
la quinta con los chicos y yo ahí, ca<strong>mi</strong>no al Tigre, más por ganas <strong>de</strong><br />
emplear el tiempo que <strong>de</strong> ir a algún lugar, <strong>mi</strong>entras trataba <strong>de</strong> recuperar<br />
lentamente aquellas partes mías que le había dado y que tenía<br />
que volver a mí.<br />
Qué difícil se me hacía todo. A veces me sentía valiente y fuerte<br />
pero otras no tenía más remedio que flaquear y lloraba y todos los ca<strong>mi</strong>nos<br />
parecían cerrados.<br />
Des<strong>de</strong> <strong>mi</strong> separación, inexplicablemente había empezado a tener algunos<br />
<strong>mi</strong>edos, como el <strong>de</strong> viajar en subte, por ejemplo. Había dudado<br />
bastante antes <strong>de</strong> tomar uno, pero por fin me había <strong>de</strong>cidido, porque el<br />
colectivo tardaría más <strong>de</strong>l doble <strong>de</strong> tiempo y yo estaba muy cansada.<br />
Tuve buen cuidado <strong>de</strong> subir a un vagón <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l medio; me parecía<br />
que en caso <strong>de</strong> que chocáramos se dañaría menos que el primero<br />
o el último. Cada vez que llegábamos a una estación, me sorprendía<br />
comprobar que no había sucedido ninguna tragedia.<br />
Miré a <strong>mi</strong>s compañeros <strong>de</strong> viaje con pena; no sabían que iban a<br />
morir con<strong>mi</strong>go. Menos mal que no había ninguno lo bastante simpático<br />
como para afligirme por él un poco más.<br />
Subieron unos chicos. <strong>Te</strong>nían la <strong>mi</strong>sma edad que Alfonso, el <strong>mi</strong>smo<br />
llavero tintineante con un montón <strong>de</strong> llaves. Como a él, algunas<br />
63
64<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
le servirían para abrir las puertas y las <strong>de</strong>más para hacerse los importantes.<br />
Es que Alfonso había crecido: tenía catorce años. Era gran<strong>de</strong> y<br />
eso era bueno para él. Era gran<strong>de</strong> y eso no era tan bueno para mí, sobre<br />
todo cuando se me daba por añorar la época en que era <strong>mi</strong> bebé.<br />
El ruido <strong>de</strong> las ruedas me volvió al problema <strong>de</strong>l subte. Cuando<br />
aceleraba aparecía una puntada en el estómago. Me sentía tan estúpida<br />
no viajando en subte como haciéndolo en esas <strong>mi</strong>serables condiciones.<br />
Cuando llegamos a Retiro me sentí aliviada. Cuantos años hacía<br />
que no andaba por ahí. Tantos como los que hacía que me había casado.<br />
Por entonces, exagerada como siempre, (nada <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r como<br />
todo el mundo haciendo y preguntando, tirando <strong>de</strong> vez en cuando lo<br />
que salía mal y volviendo a empezar) se me había ocurrido ir a apren<strong>de</strong>r<br />
cocina a una escuela profesional, una escuela secundaria, bah.<br />
Me divertía volver a ponerme el <strong>de</strong>lantal blanco, cuando ya hacía<br />
rato que había ter<strong>mi</strong>nado el secundario. Parecía una nena, sin pintura<br />
y con zapatos bajos. Tomaba el subte todos los días y por entonces<br />
no sólo no tenía <strong>mi</strong>edo sino que a<strong>de</strong>más me gustaba. También me<br />
divertía volver a escuchar las porquerías que tradicionalmente les <strong>de</strong>dican<br />
a las más chicas, por el placer <strong>de</strong> verlas turbarse. Me <strong>de</strong>cían las<br />
<strong>mi</strong>smas cosas que a los catorce, cuando me hacían sentir que era la<br />
peor y más indigna <strong>de</strong> las mujeres por inspirar semejantes cosas. No<br />
se me hubiera ocurrido en ese momento qué poco tenía yo que ver<br />
con lo que me <strong>de</strong>cían esos pobres hombres, para lograr un mísero regocijo,<br />
sólo que yo no lo sabía.<br />
En Retiro todos ca<strong>mi</strong>nábamos al <strong>mi</strong>smo ritmo. No sé quién era el<br />
que marcaba el paso, pero lo cierto era que todos aún sin querer, ca<strong>mi</strong>nábamos<br />
apurados: los que tenían apuro y los que no.<br />
Una pareja bajaba las escaleras cuando yo las subía. El, cincuentón.<br />
Ella, jovencita. El la llevaba <strong>de</strong> la cintura con esmero. Ella lo <strong>mi</strong>raba<br />
<strong>de</strong>slumbrado.<br />
Por ejemplo, un muchacho joven…<br />
No alcancé a oír el resto <strong>de</strong> la frase, pero la imaginé: que ella no<br />
podía estar con chicos <strong>de</strong> su edad, tan tontos todos; que en realidad<br />
siempre se había sentido mal con ellos, no como con él, etcétera. Pen-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
sé en Fernando… me sentí muy triste. Agobié un poco más la espalda,<br />
si es que todavía era posible.<br />
Qué extraña sensación la <strong>de</strong> sentirme sola. Sola <strong>de</strong> soledad, pero<br />
también sola como única, <strong>de</strong>spegada, como una persona, y no como<br />
antes, siempre acompañada si estaba con Fernando y siempre incompleta<br />
cuando no estaba con él.<br />
Saqué el boleto y fui al tren. Sentí <strong>mi</strong>edo porque estaba oscuro y<br />
vacío. Todavía faltaba para la hora <strong>de</strong> la salida. Ca<strong>mi</strong>né entonces por<br />
la estación, gran<strong>de</strong>, ruidosa, sucia. Fui a comprar una revista, pero<br />
cambié <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a. No quería distraerme, sino estar con<strong>mi</strong>go y pensar.<br />
Volví al tren. Todavía quedaban algunos asientos vacíos al lado <strong>de</strong> la<br />
ventanilla.<br />
Elegí uno y me senté.<br />
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66<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
20.<br />
—Vení que te explico algo que tenés que hacer… me dijo Cossio.<br />
Al fin me pedían que hiciera algo. Por un momento me alegré. Al<br />
siguiente temí no po<strong>de</strong>r.<br />
Es para un chocolate dietético, para una revista médica.<br />
Se me hizo un gran vacío, un charco, un lago, una laguna. Era la <strong>mi</strong>sma<br />
sensación <strong>de</strong> la calle Sucre cuando escuché lo <strong>de</strong> “avisos para…”<br />
Con el tiempo empezaría a confiar en que a una siempre se le ocurre<br />
algo, pero a pesar <strong>de</strong> saber que es así, la sensación primera cuando<br />
te pi<strong>de</strong>n un trabajo es la <strong>mi</strong>sma.<br />
Me senté a escribir; tal vez una palabra traería a la otra y al final se<br />
iba a armar no una pelea a trompadas sino un aviso bueno, regular o<br />
malo, pero aviso al fin.<br />
Cossio me había dado un texto que había que volver a redactar y<br />
luego agregarle un título que quisiera <strong>de</strong>cir que el chocolate no engorda,<br />
pero <strong>de</strong> otra manera más atractiva y sugerente ¿pero cuál?<br />
La redacción no me costó <strong>de</strong>masiado, pero el titular sí. Cuando se<br />
me ocurrió al fin uno fui a mostrárselo a Cossio.<br />
¿<strong>Te</strong> gusta?<br />
No; es muy largo.<br />
Escribí otros dos más cortos y se los mostré uno por uno:<br />
No; <strong>de</strong>masiado corto.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
¿Y este otro?<br />
—No tiene gancho —me dijo y al ver <strong>mi</strong> cara <strong>de</strong> qué diablos era el<br />
gancho me explicó… ¿me explicó?<br />
—Gancho, que te da curiosidad, ganas <strong>de</strong> seguir leyendo. Mirá, para<br />
que te hagas una i<strong>de</strong>a, te diré que a los médicos les gustan las cosas<br />
bien sintéticas. Me acuerdo por ejemplo <strong>de</strong> un aviso para un dilatador<br />
para el parto. Arriba, un barquito a<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un frasco con las velas<br />
plegadas. Abajo, el <strong>mi</strong>smo frasco, pero el barquito con las velas <strong>de</strong>splegadas<br />
y el tapón saltando hacia fuera. ¿No te parece una maravilla<br />
<strong>de</strong> síntesis? Bueno, una cosa así es la que hace falta.<br />
Después <strong>de</strong> todo lo que me dijo, no sólo no me hice ninguna i<strong>de</strong>a,<br />
sino que se me habían ido todas las que tenía. Le pregunté cuál era el<br />
titular <strong>de</strong>l aviso <strong>de</strong>l frasquito y me dijo:<br />
Eso no importa; pensá en el que tenés que hacer vos.<br />
Tanto como para practicar, me entretuve pensando algún titular<br />
para el aviso <strong>de</strong>l dilatador. “Qué tal, vea como salta el tapón cuando<br />
el barquito crece”. No; muy largo. Ah, ya sé: “¡Pum!” No; muy corto.<br />
Cuando llegué a “No hay tapón que se le resista” empecé a temer<br />
por <strong>mi</strong> salud mental.<br />
Cossio se había ido y <strong>de</strong>cidí pedirle a Juan que me ayudase. Cuando<br />
me acerqué, ocultó lo que estaba escribiendo como si yo lo fuera<br />
a leer, maldito si me importaba lo que escribía el melenudo ese, bah,<br />
hizo bien, yo no hubiera resistido la tentación <strong>de</strong> leerlo.<br />
¿Vos querés ser redactora? Entonces, redactá. —y me siguió diciendo<br />
otro montón <strong>de</strong> cosas por el estilo, que a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ponerme muy<br />
mal no me sirvieron para nada para el titular que estaba tratando <strong>de</strong><br />
escribir.<br />
Seguí luchando y luchando. Cada tanto le llevaba a Cossio los resultados<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong> lucha con la esperanza cada vez más <strong>de</strong>sesperanzada<br />
<strong>de</strong> que me diera el sí. “Ahora no está prohibido comer chocolate” no<br />
le gustó porque, según me dijo, había una regla <strong>de</strong> oro en publicidad,<br />
por la cual hay que <strong>de</strong>cir a todo que sí. De los “no”, ni hablar. “Mime<br />
a su paciente diabético”: muy ingenuo. “Nada <strong>de</strong> sentirse diferente”:<br />
“nada” equivale a “no”, entonces no. Y así, toda la mañana.<br />
67
68<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Por fin, antes <strong>de</strong> irme le alargué, cansada, el papel con todo lo que<br />
se me había ocurrido a lo largo <strong>de</strong> la mañana.<br />
Apenas si lo <strong>mi</strong>ró y me dijo:<br />
—El texto está bien. Ponele como titular “Diabetes” y listo.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
21.<br />
Estaba triste. Me había afectado mucho lo que me había dicho Juan<br />
el día anterior y no había ido contenta a la agencia, como todas las<br />
mañanas. Para colmo, me había llevado a casa las variantes <strong>de</strong> avisos<br />
que había hecho el día anterior y me los olvidé.<br />
Traté sin éxito <strong>de</strong> acordarme lo que había escrito y no me quedó<br />
otra alternativa que volver a empezar <strong>de</strong> cero.<br />
En eso estaba, cuando apareció Stafford para discutir unos avisos<br />
con Juan. No tenía ganas <strong>de</strong> escuchar lo que <strong>de</strong>cían, pero hablaban<br />
muy fuerte y no me <strong>de</strong>jaban pensar con ese barullo y malditas las ganas<br />
que tenía.<br />
Fui a refugiarme a la oficina <strong>de</strong> Freddy. Necesitaba <strong>de</strong> su voz suave<br />
y su buen humor, pero no estaba. Me consolé pensando que no<br />
habría ido muy lejos, que en cualquier momento volvería. Me senté<br />
a esperarlo.<br />
Llegó por fin, anteojos oscuros, tostado por el sol, con aire <strong>de</strong> no<br />
tomarse nada <strong>de</strong>masiado en serio y me <strong>mi</strong>ró sonriente.<br />
—Freddy… te necesito –le dije.<br />
Me animé porque Freddy no era Juan y supuse que en ese momento<br />
<strong>de</strong>bía inspirarle lástima, la <strong>mi</strong>sma que yo me tenía.<br />
—Contame cómo se hace un aviso– le pregunté.<br />
—Vení, sentate aquí, al lado mío y <strong>de</strong>cime en qué campaña estás.<br />
69
70<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—No, Freddy, no se trata <strong>de</strong> eso; necesito consejos en general (yo<br />
me tenía cada vez más lástima) Me dijeron cosas…<br />
—¿Quién te las dijo?<br />
—Juan.<br />
–Si Juan te las dijo, escuchalo. Juan es muy capaz, es más capaz que<br />
yo, así que seguro que tiene razón.<br />
—Bueno, Freddy, él pue<strong>de</strong> ser el mejor publicitario <strong>de</strong>l planeta, pero<br />
me lo dijo <strong>de</strong> una manera…<br />
—A ver, ¿qué te dijo Juan? – me hizo sentir chiquita, como una nena<br />
que se raspó la rodilla y le pi<strong>de</strong> a su papá que la consuele. Me acordé<br />
<strong>de</strong> Juan y me sentí mal <strong>de</strong> nuevo.<br />
—Me dijo que <strong>mi</strong> trabajo era <strong>de</strong>sprolijo, que así no se lo podía mostrar<br />
a nadie, que tenía que mejorarlo, trabajarlo más, presentarlo ter<strong>mi</strong>nado<br />
y sin errores <strong>de</strong> puntuación.<br />
—Freddy se puso serio:<br />
—Está bien lo que te dijo: así con las cosas.<br />
—Pero Freddy, yo no voy a trabajar una mañana entera para que<br />
<strong>de</strong>spués me lo rechacen casi sin <strong>mi</strong>rarlo.<br />
—Freddy se sonrió <strong>de</strong> nuevo:<br />
—Claro; vos querés asegurarte. Hacés una frasecita y me preguntás:<br />
“¿qué te parece, pongo “es la mejor” o “es la más conveniente?” y yo<br />
qué sé, así, no te puedo <strong>de</strong>cir. Por ahí para salir <strong>de</strong>l paso te digo que<br />
pongas “es la mejor” y entonces agregás la palabra “<strong>de</strong>cisión” y me<br />
preguntás <strong>de</strong> nuevo “¿<strong>de</strong>cisión te parece bien?” Así no ter<strong>mi</strong>nás más,<br />
ni me <strong>de</strong>jás trabajar a mí tampoco.<br />
Yo le dije que sí con la cabeza, pero todavía no estaba convencida,<br />
o quizás me gustaba que siguiera consolándome. Seguí con <strong>mi</strong>s<br />
quejas:<br />
—También me dijo que <strong>de</strong>fendiera lo que hago, que a él nadie le<br />
discute ni siquiera una coma, porque a un redactor no se le discute<br />
lo que redacta, pero yo…<br />
Freddy me interrumpió:<br />
—Y tiene razón, vos tenés que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r lo tuyo. Si te bochan un<br />
texto, que te lo bochen entero.<br />
Abrí la boca para <strong>de</strong>cir algo, pero él siguió hablando:
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—Sí, ya sé lo que me vas a <strong>de</strong>cir, que sos nueva, que no sabés, pero<br />
yo te digo que vas a apren<strong>de</strong>r: cuando te lo acepten, sabrás que es porque<br />
lo hiciste bien, y cuando te lo rechacen, vas a ir dándote cuenta<br />
lo que está mal y lo que está bien. Así cada vez vas a hacer menos cosas<br />
que te rechacen. Esa es la única manera <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r.<br />
—<strong>Te</strong>nés que apren<strong>de</strong>r que este trabajo es así; nada <strong>de</strong> enamorarte <strong>de</strong><br />
lo que hacés, porque vas a sufrir mucho. Por ahí uno hace algo hermoso,<br />
el mejor comercial <strong>de</strong> su vida y no les gusta. Otra vez, cuando<br />
hacés algo tan malo que te da vergüenza mostrarlo, eso va.<br />
Hizo una pausa y <strong>de</strong>spués abandonó el tono enfático que traía y<br />
me dijo en voz más baja:<br />
—Vos sabés escribir; lo que te falta es escribir para publicidad.<br />
Me gustó mucho que Freddy me dijera que yo sabía escribir. Si él<br />
lo <strong>de</strong>cía, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser cierto.<br />
Empezaba a sentirme mejor. Me animé a seguir preguntándole:<br />
—Pero <strong>de</strong>cime… ¿cómo se empieza? Supongo que con una i<strong>de</strong>a<br />
larga, larga y <strong>de</strong>spués se va acortándola.<br />
—La cosa es justamente al revés; primero buscás una i<strong>de</strong>a elemental,<br />
hasta tonta, te diría: “Este chocolate no tiene azúcar”. Como diría<br />
don Manolo, el almacenero <strong>de</strong> la esquina, si todavía quedaran almacenes.<br />
Después, a partir <strong>de</strong> ahí lo vas ampliando —Freddy siguió,<br />
con más entusiasmo todavía:<br />
—Sobre todo, no busques la i<strong>de</strong>a genial, porque las cosas geniales<br />
no se buscan, sino que se encuentran. A<strong>de</strong>más, si andás buscando la<br />
i<strong>de</strong>a genial, por ahí te perdés algo bárbaro que, como vos no estás en<br />
esto, no te das cuenta. Lo más sencillo es lo mejor. La cuestión es tener<br />
una i<strong>de</strong>a, que cuando uno la tiene y la dice, <strong>de</strong>spués pue<strong>de</strong> volar.<br />
Acordate: primero tenés la i<strong>de</strong>a y <strong>de</strong>spués volás.<br />
Creí que ya me lo había dicho todo, cuando Freddy, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
pensar un poco, me dijo <strong>mi</strong>entras me señalaba con el índice:<br />
Pero tenés que volar sin olvidarte que hay que buscar el título, el<br />
copy y el cierre y sentir que está completo: redondito. Hasta que no<br />
sentís que está redondito, no parás.<br />
A <strong>de</strong>cir verdad, ya me sentía muchísimo mejor, pero quería un<br />
poco más:<br />
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72<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—Freddy… ¿puedo venir a preguntarte, <strong>de</strong> vez en cuando?<br />
No.<br />
Me afligí. Pensé que se había cansado <strong>de</strong> ayudarme y que no me<br />
iba a ayudar nunca más, que me tenía que arreglar con lo que él me<br />
había dicho, que era mucho, pero no me alcanzaba.<br />
Me <strong>mi</strong>ró serio primero y <strong>de</strong>spués se fue sonriendo a medida que<br />
me <strong>de</strong>cía:<br />
–Podés venir todo lo que quieras, pero a visitarme, no a preguntar.<br />
Lo que tenés que hacer es trabajar, trabajar y trabajar. Ese es el único<br />
ca<strong>mi</strong>no.<br />
Volvió a poner lo pies arriba <strong>de</strong>l escritorio y ya completamente sonriente,<br />
me dijo cambiando la voz, haciéndola cómplice:<br />
–Andá y traeme un chocolate <strong>de</strong> esos que hay en tu oficina.<br />
Me sentí agra<strong>de</strong>cida; me estaba dando la oportunidad <strong>de</strong> que le diese<br />
algo a él. Él, que tenía consejos para mí y yo chocolates para él. El<br />
asunto es que no me animaba a entrar a <strong>mi</strong> oficina, porque Stafford<br />
seguía ahí:<br />
—No me animo a entrar; siguen en reunión.<br />
Otra vez reaparecía Freddy y su aire <strong>de</strong> play boy, Freddy, el que parecía<br />
no tomarse las cosas <strong>de</strong>masiado en serio, encogiéndose <strong>de</strong> hombros<br />
y diciéndome:<br />
—Bah, no te van a <strong>de</strong>cir nada.<br />
Volví con los chocolates y se los di.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
22.<br />
Creo que es cierto que en la <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> la vida se hace un alto en<br />
el ca<strong>mi</strong>no, se <strong>mi</strong>ra para atrás, hacia las cosas que no se hicieron y ya<br />
nunca podrán ser hechas, hacia las ilusiones que ya nunca podrán ser<br />
realidad. Y también es cierto que al <strong>mi</strong>rar hacia atrás hay cosas que<br />
no nos gustan. Pero es gran<strong>de</strong> la tentación <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlas como hasta entonces,<br />
porque una se siente segura en ellas. Segura porque pisa terreno<br />
conocido, por <strong>de</strong>sparejo que sea.<br />
Me parece que fui valiente cuando al <strong>mi</strong>rar para atrás me di cuenta<br />
que había luchado y mucho, por <strong>mi</strong> matrimonio; que había agotado<br />
todas las posibilida<strong>de</strong>s: había perdonado, confiado, esperado, rogado.<br />
Que también había sido valiente, para aceptar que si todo eso<br />
no había servido, lo único que quedaba era <strong>de</strong>cir basta.<br />
–Usted tiene una gran angustia– me había dicho el cardiólogo, y<br />
también me había dicho que <strong>mi</strong> corazón estaba sano, pero si la angustia<br />
seguía se iba a ter<strong>mi</strong>nar enfermando.<br />
—<strong>Te</strong>ndría que <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> tener angustia; claro que… —se disculpó —yo<br />
sé que no es tan fácil.<br />
Era la angustia <strong>de</strong> vivir una vida que se arrastraba, sin amor, sin<br />
satisfacciones, al lado <strong>de</strong> un hombre ausente y malhumorado. Pero<br />
los lazos son difíciles <strong>de</strong> <strong>de</strong>satar; un pasado feliz ata irre<strong>mi</strong>siblemente.<br />
Cuesta tanto compren<strong>de</strong>r que el amor pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer. Por eso,<br />
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74<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
en muchas noches <strong>de</strong> insomnio, había pensado en aquello <strong>de</strong> que los<br />
suspiros son aire y van al aire y las lágrimas van al mar y el amor que<br />
ter<strong>mi</strong>na… ¿dón<strong>de</strong> diablos va?<br />
No podía creer que <strong>mi</strong> amor se hubiera podido ter<strong>mi</strong>nar; pensaba<br />
que podría resistir todos los embates, aun a costa <strong>de</strong>l dolor en el pecho.<br />
Pero los embates fueron <strong>de</strong>masiados para mí y finalmente cedí:<br />
—Por favor, andate —le pedí— Andate ya.<br />
Había comprendido que la ilusión <strong>de</strong> seguir viviendo con el padre<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos en la hermosa casa que habíamos hecho entre los dos,<br />
podía ser un lindo sueño, pero una pésima realidad.<br />
De tanto en tanto, sin embargo, volvía a caer en el pasado y volvía<br />
a actuar como si nada hubiera cambiado, repitiendo gestos que ya no<br />
correspondía hacer, como los bebés cuando están aprendiendo a ca<strong>mi</strong>nar<br />
y <strong>de</strong> vez en cuando vuelven a gatear. Pero es sólo un momento,<br />
tal vez para cerciorarse <strong>de</strong> que ya no vale la pena volver atrás; para<br />
darse cuenta <strong>de</strong> lo bueno que es ca<strong>mi</strong>nar.<br />
Casi todos nuestros fines <strong>de</strong> semana durante veinte años, los habíamos<br />
pasado en la casa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s suegros. Era un revuelo irnos <strong>de</strong><br />
casa; había que colocar infinitas cosas en el auto, había que esperar<br />
que a los chicos se les ocurriera ir al baño a último momento, o<br />
buscar alguna cosa o bien, ya todos en el auto, era yo la que quería<br />
volver para cerciorarme <strong>de</strong> haber cerrado todas las ventanas. Había<br />
que parar en el ca<strong>mi</strong>no para comprar algo en los negocios repletos<br />
<strong>de</strong> gente. Había la cara ceñuda <strong>de</strong> un padre que nunca comprendió<br />
que organizar una salida para seis personas era seis veces más complicado<br />
que para una: él. Había las peleas <strong>de</strong> los chicos por los lugares<br />
en el auto (la cuenta era sencilla, cuatro chicos y dos ventanillas;<br />
no había sistema <strong>de</strong> sorteo por complicado que fuera, que <strong>de</strong>jara<br />
conforme a todos).<br />
Mis suegros contribuían a su manera; siempre les parecía que habíamos<br />
llegado <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> o <strong>de</strong>masiado temprano; que no habíamos<br />
llevado lo que hacía falta, o que justo se nos había ocurrido<br />
comprar lo <strong>mi</strong>smo que ellos.<br />
Hacía ya dos meses que eso se había acabado <strong>de</strong>finitivamente y<br />
yo, que había protestado siempre por la monotonía <strong>de</strong> esa salida re-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
petida, la añoraba. ¿No era el do<strong>mi</strong>ngo un día <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lia? Después <strong>de</strong><br />
todo, por qué no, si Fernando estaba <strong>de</strong> viaje. Quería pasarlo en fa<strong>mi</strong>lia,<br />
como todo el mundo.<br />
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76<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
23.<br />
Me vestí bien: iba <strong>de</strong> visita. Tostada por el sol, flaca por la falta <strong>de</strong><br />
ganas <strong>de</strong> comer, por las largas ca<strong>mi</strong>natas y por el insomnio, pero <strong>de</strong>saparecidas<br />
las ojeras <strong>de</strong>l llanto <strong>de</strong> los últimos tiempos, podía <strong>de</strong>cir que<br />
estaba casi linda, no había mayormente que preocuparse por mí.<br />
Al parecer, tanta ansia <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lia tenía, que <strong>de</strong>cidí también pasar<br />
antes a visitar a <strong>mi</strong>s padres. Cuando llegué, mamá, que funciona en<br />
dos tiempos, como primera cosa se enojó con<strong>mi</strong>go. Empezó a dar<br />
vueltas por la casa en recorridos inútiles que no significaban que tenía<br />
algo que hacer, sino algo que <strong>de</strong>mostrar: que su hija era una <strong>de</strong>salmada.<br />
Yo sabía que estaba enojada porque no la había llamado en<br />
toda la semana, y sabía que no la había llamado porque hablar con<br />
ella era a menudo, cuando no siempre, salir maltrecha.<br />
Su vida era una larga serie <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdichas, gran<strong>de</strong>s o pequeñas y yo<br />
casi nunca, o más bien nunca, podía hacer algo por ellas.<br />
Finalmente, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> hacer cosas y me habló:<br />
—No me llamaste ni una vez en toda la semana.<br />
—<strong>Te</strong> llamé, pero el teléfono no contestaba.<br />
—A mí no me vengas con cuentos.<br />
—Bueno mamá, si vos creés que son cuentos…<br />
Mi voz sonaba ofendida y hasta me ofendí realmente, a pesar <strong>de</strong><br />
que sí, eran cuentos. Preferí <strong>de</strong>jar las cosas como estaban y me puse
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
a hablar con papá y con <strong>mi</strong> hermano en los intervalos que los chicos<br />
nos <strong>de</strong>jaban hacerlo, <strong>mi</strong>entras me preguntaba por qué no le había podido<br />
<strong>de</strong>cir la verdad. Parecía tan simple haberle dicho:<br />
—Sí, mamá, no te llamé en toda la semana, pero hoy vine porque<br />
tenía muchas ganas <strong>de</strong> verte.<br />
Debe ser difícil <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser hija, sobre todo con la madre.<br />
Finalmente, la ceremonia <strong>de</strong> los chicos <strong>de</strong> “dénle un beso a los<br />
abuelos y al tío”. Mamá interrumpió su cara <strong>de</strong> ofendida con ellos,<br />
pero no con<strong>mi</strong>go, hasta que al <strong>de</strong>spedirse apareció el segundo tiempo<br />
y me dijo:<br />
—¡Qué suerte que viniste!<br />
Afortunadamente, en ese momento seguía siendo sábado, y yo no<br />
podía saber lo que mamá diría el lunes:<br />
—¡Ay, Inés, cuando te fuiste me abracé a tu hermano y lloré— <strong>mi</strong>s<br />
cejas le preguntarían por qué, y ella me iba a explicar:<br />
—Es que yo lloraba y le <strong>de</strong>cía: tu hermana se quedó tan poco tiempo<br />
que no le pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir lo linda que estaba, tostada y flaca.<br />
Los chicos y yo estábamos contentos <strong>mi</strong>entras manejaba ca<strong>mi</strong>no<br />
a la casa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s suegros. Cuando llegamos, me arrepentí inmediatamente<br />
<strong>de</strong> haber ido. Las cosas no eran las <strong>mi</strong>smas: allí había un dor<strong>mi</strong>torio<br />
al que no me atrevía a entrar <strong>de</strong> nuevo y sentí frío.<br />
La actitud <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s suegros no fue para nada cordial, a pesar <strong>de</strong> que<br />
me habían pedido que fuéramos a visitarlos. Es que habían tomado<br />
lo nuestro como una ofensa personal. No podíamos <strong>de</strong>shacer esa hermosa<br />
fa<strong>mi</strong>lia que ellos habían iniciado, y que era el elogio <strong>de</strong> todo<br />
el mundo. Padres, abuelos, hijos, nietos, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l pater – fa<strong>mi</strong>liae,<br />
precediéndola orgulloso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cabecera <strong>de</strong> la mesa, do<strong>mi</strong>ngo<br />
a do<strong>mi</strong>ngo.<br />
Por eso le resultaba difícil <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> lado la ofensa y pensar en todo<br />
lo que nosotros sufríamos, en lo que los chicos sufrían; pensar que en<br />
esa dolorosa <strong>de</strong>cisión que nos había llevado dos años tomar y en todo<br />
el tiempo que restaba aún para que pudiésemos reacomodar nuestras<br />
vidas, luego <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scalabro total. Los habíamos <strong>de</strong>fraudado.<br />
Pero ni una palabra <strong>de</strong>l tema. La realidad no existe si no se la nombra,<br />
pues no la nombremos. Pero la bronca sí existía, y trataba <strong>de</strong> sa-<br />
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78<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
lir a toda costa, y salió por un lado que no tenía nada que ver, pero<br />
dolía lo <strong>mi</strong>smo.<br />
—Mamá– pregunta Andrea —¿en qué año naciste?<br />
—Eso no se le pregunta a la mamá– dijo la abuela.<br />
—A mí no me importa que me pregunten la edad. —contesté sonriendo<br />
—En realidad, me encanta que lo hagan; siempre me dicen que<br />
parezco más joven.<br />
El abuelo se acomodó en la silla y yo ya me la vi venir:<br />
—Pues hija… —Mis sospechas se confirmaron: cuando te quiere herir,<br />
te trata <strong>de</strong> tú y pone un acento español que no sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> lo saca.<br />
—Eres una ilusa, querida. Yo, sin ir más lejos, me encontré esta mañana<br />
con el viejito Peralta, que tiene como ochenta años y que está<br />
a la <strong>mi</strong>seria, y por supuesto le dije: “Qué bien está, don Peralta” y el<br />
me contestó que yo también estaba muy bien. No vas a creer las cosas<br />
que te dicen. Es sabido que las gentes <strong>mi</strong>enten.<br />
Y siguió co<strong>mi</strong>endo y yo pensaba que hubiese preferido <strong>mi</strong>l veces<br />
que me dijera: “sos una hija <strong>de</strong> puta, <strong>mi</strong>rá lo que le hiciste a <strong>mi</strong> hijo,<br />
te pusiste a estudiar y el se pudrió y se fue.” Juro por Dios, lo hubiera<br />
preferido.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
24.<br />
Cada vez que sentía que me estaba reacomodando y <strong>mi</strong>s cosas se<br />
iban poniendo <strong>de</strong>spacito en su lugar, pasaba algo que, como una ráfaga,<br />
<strong>de</strong>sparramaba todo otra vez. Y a volver a empezar.<br />
Julián, el diseñador con cara <strong>de</strong> hermano bueno, tenía la culpa esta<br />
vez. Había estado hablando con él esa mañana y casi sin darme cuenta,<br />
qué cara <strong>de</strong> hermano bueno que tenía, ter<strong>mi</strong>né contándole que me<br />
había separado. Yo lo había ocultado en la agencia y por primera vez<br />
lo pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir sin sentirme molesta, como en falta.<br />
Con cara <strong>de</strong> experto, me dijo que él sabía <strong>de</strong> esas cosas, y que seguro<br />
que Fernando iba a volver. Con cara <strong>de</strong> experto también, me dijo que no<br />
estaba tan seguro <strong>de</strong> que, llegado ese momento, yo lo fuera a aceptar.<br />
Me encontré sacudiendo con fuerza la cabeza, como si hubiese tenido<br />
<strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> que, por <strong>de</strong>cirlo nada más, se convirtiese en realidad.<br />
–Claro, flaquita, vos <strong>de</strong>cís que no, pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un tiempo…<br />
<strong>Te</strong> están pasando cosas lindas, sos una tipa fenómena, no va a tardar<br />
en aparecer alguien que te sepa querer…<br />
No se me había ocurrido pensar en otro que no fuera Fernando.<br />
Yo lo querría a él eternamente, tal como me lo había propuesto a mí<br />
<strong>mi</strong>sma el día que lo conocí. Los príncipes azules no podían ser sino<br />
para toda la vida.<br />
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80<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
No; yo no podía llegar a querer que Fernando no volviese; seguro<br />
que eran cosas <strong>de</strong> Julián, y estaba por <strong>de</strong>círselo cuando llegó Juan:<br />
—¡Hermano mío <strong>de</strong>l alma!<br />
Apenas si me saludó con una <strong>mi</strong>rada <strong>de</strong> soslayo y se <strong>de</strong>dicó enseguida<br />
a palmotearse con Julián, como si no lo hubiese visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />
tercer aniversario <strong>de</strong> la Revolución <strong>de</strong> Mayo. Por fin Juan, simulando<br />
sacarle pelusitas <strong>de</strong> las imaginarias solapas <strong>de</strong>l inexistente saco <strong>de</strong> Julián<br />
le habló con voz muy afectada:<br />
—Bueno, querido, ya me toqueteaste bastante. Ahora <strong>de</strong>jame trabajar.<br />
Juan se reía por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los bigotes. Increíble. Entonces… sabía<br />
reírse; peor entonces: eso quería <strong>de</strong>cir que su antipatía era un honor<br />
que me <strong>de</strong>dicaba solamente a mí.<br />
Me molestaron esos alar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> maricón. Siempre me había molestado<br />
que a los hombres les gustara hacerse ese tipo <strong>de</strong> bromas. Como<br />
si pensaran que no había por que temer a las cosas <strong>de</strong> las que es posible<br />
reírse, como si no hubiera risas <strong>de</strong> puro <strong>mi</strong>edo.<br />
Pero qué me importaban sus alar<strong>de</strong>s. Dejar a Fernando, qué tristeza,<br />
pensaba <strong>mi</strong>entras <strong>mi</strong>raba por la ventana a los autos que pasaban<br />
por la avenida. Ver<strong>de</strong>s, blancos, grises, negros humo, todos a la <strong>mi</strong>sma<br />
velocidad… la máxima posible para no per<strong>de</strong>r la onda ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> los<br />
semáforos. El obelisco, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una perspectiva que nunca había visto<br />
antes <strong>de</strong> entrar a trabajar en la agencia, parecía diferente.<br />
Unas cuadras más allá, adivinaba la oficina <strong>de</strong> Fernando, esa que<br />
un día habíamos empapelado juntos y don<strong>de</strong> él ya había empezado<br />
otra historia, sin mí.<br />
Pero eso había sucedido a la mañana. Había llegado la tar<strong>de</strong> y tenía<br />
que ter<strong>mi</strong>nar <strong>de</strong> redactar la carta que Omar me había pedido, la primera<br />
que escribía para él y luego llevársela a firmar. No la leyó. La firmó<br />
y me la <strong>de</strong>volvió. Yo estaba tan triste, que no me pu<strong>de</strong> alegrar <strong>de</strong>masiado<br />
por la confianza que tuvo en <strong>mi</strong> manera <strong>de</strong> hacer las cosas.<br />
“Alguien que te sepa querer”. Las palabras <strong>de</strong> Julián volvían una y<br />
otra vez haciéndome ver qué ganas tenía <strong>de</strong> que alguien me quisiera.<br />
Pero <strong>de</strong> ahí a que, como él me dijo, yo no fuera a querer que Fernando<br />
volviera, cosas <strong>de</strong> Julián, seguro.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Como las viudas <strong>de</strong> la campiña española, yo vestiría <strong>de</strong> negro para<br />
toda la vida.<br />
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82<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
25.<br />
Hay ciertas cosas que no queda más remedio que aceptar. Como<br />
por ejemplo, que la máquina <strong>de</strong> escribir y yo nos llevamos muy mal.<br />
Yo no le tengo simpatía y ella, <strong>de</strong> tanto en tanto, me correspon<strong>de</strong> retirando<br />
su colaboración.<br />
Mi fama <strong>de</strong> inútil usuaria <strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong> escribir se extendió<br />
rápidamente por la agencia, <strong>de</strong> modo que cuando alguien pasaba<br />
y me veía entre furiosa y <strong>de</strong>salentada luchando con ella, me daba<br />
una mano.<br />
“En la ciudad <strong>de</strong> Buenos Aires, a los <strong>mi</strong>l días <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong>l cuerno,<br />
los aquí presentes, reunidos en dulce montón, para <strong>de</strong>clarar unánimemente<br />
que están recansados <strong>de</strong> ser servidores <strong>de</strong> las causas <strong>de</strong>l bien, y<br />
otras idioteces por el estilo. También <strong>de</strong>claran unánimemente su total<br />
y absoluta podredumbre moral, poniendo énfasis…”<br />
–Ya está, nena.<br />
Esta vez era Cossio que la había puesto en vereda y, siempre tan<br />
exuberante él, no le había alcanzado con poner el nombre o cualquier<br />
cosa breve, para probarla, como hacían los <strong>de</strong>más.<br />
Como le sobró energía, la empleó para hablarle a los gritos a Juan,<br />
como si estuviera parado en la otra cuadra y no al lado <strong>de</strong> él:<br />
–Juan, a vos seguramente te gustará Casona.<br />
Me imaginé allá abajo, cómo la gente que ca<strong>mi</strong>naba por la aveni-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
da, <strong>mi</strong>raría intrigada para arriba, tratando <strong>de</strong> ver qué pasaba con Casona<br />
en nuestro quinto piso.<br />
—Bueno, yo no diría tanto…– Juan le contestó con esa cautela<br />
suya.<br />
—¡Al fin! ¡Al fin encuentro alguien que piensa como yo! —le contestó<br />
Cossio con entusiasmo. Claro que si la respuesta hubiera sido<br />
sí, no, más o menos, no conozco a Casona, qué día es hoy, o cualquier<br />
otra cosa, Cossio se las hubiera arreglado a partir <strong>de</strong> ahí para<br />
<strong>de</strong>splegar en todo su fulgor su extraordinaria memoria, y <strong>de</strong>mostrar<br />
cuánto sabía <strong>de</strong> Casona, <strong>de</strong>l teatro, y <strong>de</strong> todo lo aledaño y conco<strong>mi</strong>tante<br />
al tema.<br />
Me zambullí en la máquina y tecleé con fuerza. Quería que quedase<br />
bien claro que yo no formaba parte <strong>de</strong> la conversación y asegurarme<br />
al <strong>mi</strong>smo tiempo, que Juan no se hiciera humo y me <strong>de</strong>jara sola<br />
a merced <strong>de</strong> Cossio.<br />
Cada tanto sonaba el teléfono <strong>de</strong> su escritorio, lo atendía <strong>de</strong> mal<br />
humor y su humor empeoraba por lo que escuchaba. Pero inmediatamente<br />
se rehacía, y seguía con su discurso solitario. Después <strong>de</strong> una<br />
llamada peor que las otras ya no pudo seguir. Agarró una carpeta con<br />
fuerza y se fue protestando, <strong>mi</strong>entras <strong>de</strong>splazaba aire como un ómnibus<br />
en ca<strong>mi</strong>no a la costa.<br />
Juan se quedó <strong>mi</strong>rando hacia la puerta por don<strong>de</strong> Cossio se había ido<br />
y con un gesto exagerado simuló secarse la frente con un pañuelo.<br />
En ese momento, algo cambió. Como en las tar<strong>de</strong>s calurosas <strong>de</strong> verano,<br />
en que no se sabe bien <strong>de</strong> dón<strong>de</strong>, aparece una brisa fresca y hay<br />
que ir a buscar un abrigo, así el aire se volvió más liviano.<br />
Juan me <strong>mi</strong>ró, creo que por primera vez a los ojos y volví a reparar<br />
lo hermosos que eran, oscuros, brillantes, expresivos.<br />
—¿Qué hacés vos aquí?– me preguntó.<br />
—Hace dos meses que me separé.<br />
—Ahora entiendo —me contestó.<br />
Los dos supimos que nos íbamos a enten<strong>de</strong>r.<br />
Hablamos mucho ese día. Hablamos <strong>de</strong> nosotros. El se rió con ganas<br />
cuando se enteró <strong>de</strong> que toda <strong>mi</strong> antipatía <strong>de</strong>l primer día se <strong>de</strong>bía<br />
a que él se llamaba Fernando; yo no me reí nada cuando me dijo<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
que su antipatía hacia mí se <strong>de</strong>bía a que yo estaba <strong>de</strong>masiado ansiosa,<br />
que era <strong>de</strong>masiado ingenua y lo que más le molestaba era que yo<br />
tratara <strong>de</strong> caerle bien, haciéndome la simpática.<br />
Me disculpé diciéndole que no estaba acostumbrada a tratar con hombres,<br />
que casi no había tratado con ninguno que no fuera Fernando y<br />
claro, un único hombre no sirve <strong>de</strong> mucho para tratar a los hombres.<br />
También hablamos <strong>de</strong> <strong>mi</strong> separación y <strong>de</strong> las dos suyas. Por momentos,<br />
yo no sabía <strong>de</strong> qué me estaba hablando; me quedaba escuchando<br />
el sonido <strong>de</strong> su hermosa voz y me olvidaba <strong>de</strong> prestar atención.<br />
Sin embargo, escuché claramente cuando me dijo:<br />
—¿Sabés una cosa? —Me gustas más así, cuando sos como sos.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
26.<br />
Trabajé todo el fin <strong>de</strong> semana eligiendo capítulos, puliéndolos, or<strong>de</strong>nándolos.<br />
Decidí que el libro empezaría abruptamente para que<br />
fuera como una explosión, una sorpresa.<br />
Primero, el aviso; <strong>de</strong>spués la carta y a partir <strong>de</strong> ahí, todo lo <strong>de</strong>más.<br />
Era la primera vez que pulía lo que había escrito.<br />
—¿Estás escribiendo un libro?— me había preguntado Juan.<br />
—¿Libro? —le contesté, incrédula.<br />
—Vamos, no me digas que esos no son manuscritos (otra palabra<br />
hermosa) Por algo los escondés cuando aparece alguien.<br />
Así que libro… ni confesiones, ni diario, ni catarsis… libro. Y era<br />
Juan quien lo <strong>de</strong>cía, no yo.<br />
–Y vos… —no sabía cómo pedírselo— ¿no querrías…?<br />
–Sí. —me contestó. No hizo falta ter<strong>mi</strong>nar la frase, él supo enseguida<br />
que yo quería que lo leyera.<br />
Era para Juan que lo pulía. Descubrí que pulir era muy diferente<br />
<strong>de</strong> escribir, más aburrido y por momentos más difícil. Había tantas<br />
cosas para tener en cuenta, que esto, que lo otro, que lo <strong>de</strong> más<br />
allá…<br />
<strong>Te</strong>r<strong>mi</strong>né agotada, a las once <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong>l do<strong>mi</strong>ngo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
que los chicos volvieran <strong>de</strong> pasar el fin <strong>de</strong> semana con el padre. Por<br />
suerte, ya habían co<strong>mi</strong>do, sólo faltaba la rutina <strong>de</strong> ir a la cama, que no<br />
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86<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
era menor por cierto, pero mejor así; no me hubieran quedado fuerzas<br />
para hervir unos fi<strong>de</strong>os, por más finitos que fueran.<br />
Cuando logré que por lo menos se fueran cada uno a su cuarto, le<br />
di una leída a todo. Estaba exhausta, excitada, espectante. Había pasado<br />
tan rápido ese fin <strong>de</strong> semana, que solía ser tan triste porque no<br />
tenía que ir a trabajar y <strong>mi</strong> casa se volvía silenciosa sin los chicos. Por<br />
no quedarme en casa iba un rato al club, iba sola, y se me daba por<br />
pensar en las cosas que más me dolían y por hacerme preguntas sin<br />
encontrar las respuestas.<br />
Ese lunes llegó rápido. Cuando lo vi a Juan, le di con un poco <strong>de</strong><br />
temor la carpeta que había preparado para él. Después, tuve <strong>mi</strong>edo.<br />
Juan <strong>de</strong>bía ser terrible en esos casos, pensé. A<strong>de</strong>más, su manera <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>cir lo que pensaba, sin vueltas, siempre me hacía tambalear. ¿Y si<br />
me <strong>de</strong>cía que era una porquería? No me iba a importar, yo iba a seguir<br />
escribiendo <strong>de</strong> todos modos. ¿Cómo que no me iba a importar?<br />
Sí que me importaba.<br />
En cuanto se la di, empezó a leer. Yo lo <strong>mi</strong>raba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>mi</strong> escritorio<br />
<strong>mi</strong>entras él leía. De tanto en tanto se reía, o se pasaba la mano por<br />
los bigotes, alisándolos.<br />
La impaciencia no me <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> impacientar, hasta que no pu<strong>de</strong><br />
más. Dije que salía a comprar galletitas y, llevándome por <strong>de</strong>lante las<br />
palomas, crucé la plaza Lavalle a toda velocidad en dirección a un<br />
kiosko que quedaba <strong>de</strong>l otro lado, en lugar <strong>de</strong>l que teníamos a dos<br />
pasos <strong>de</strong> la agencia. Después me llevé las galletitas a dar una vuelta a<br />
la manzana, porque no me atrevía a volver.<br />
Juan me entregó la carpeta sin <strong>de</strong>cir nada. Yo no le pregunté, porque<br />
no sabía que quería <strong>de</strong>cir que me la <strong>de</strong>volviera y no quería enterarme,<br />
tampoco. Prendió un cigarrillo y se <strong>de</strong>moró dándole la primera<br />
pitada; estoy segura que para causar efecto. Por fin dijo que estaba<br />
bien:<br />
—Está bien, está bien.<br />
—¡Qué alivio! Pensé que me ibas a <strong>de</strong>cir que lo tirara a la basura.<br />
—Jamás le diría a nadie una cosa así.<br />
—¿Y qué le dirías entonces?
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—Algo así como que siguiera trabajando un año más por lo menos<br />
y que <strong>de</strong>spués, lo volviera a escribir.<br />
—¿En serio te pareció bueno, o lo <strong>de</strong>cís por…?<br />
—A esta altura vos me conocés: jamás digo las cosas por. <strong>Te</strong> digo<br />
que tenés un estilo y que no sé si sabrás, pero hay gente que no llega<br />
a tenerlo nunca. El estilo sale <strong>de</strong> las tripas, es inevitable, no se pue<strong>de</strong><br />
fabricar.<br />
Lo que te falta es darte cuenta dón<strong>de</strong> está tu estilo y dón<strong>de</strong> no.<br />
Aquí por ejemplo, esta frase es muy rebuscada.<br />
—Justo era <strong>mi</strong> mejor frase. ¡Me había parecido tan literaria!<br />
—La veo antigua —me contestó y usando uno <strong>de</strong> sus más hermosos<br />
tonos graves, me dijo:<br />
–Esta otra, ésta y sobre todo ésta, (iba marcando los párrafos con<br />
el <strong>de</strong>do), aquí está tu estilo.<br />
No dijo nada más. Me <strong>de</strong>volvió la carpeta y se puso a leer el diario.<br />
Me quedé pensando en que las frases que él había marcado eran<br />
las que me habían surgido más espontáneamente. Había sentido que<br />
se me imponían, que nacían en mí con tanta fuerza que no me atrevía<br />
a cambiarles nada.<br />
Ya tenía un ca<strong>mi</strong>no seguro por don<strong>de</strong> seguir. Puse una hoja en la<br />
máquina y empecé <strong>de</strong> nuevo, a escribirlo todo otra vez. A escribir <strong>mi</strong><br />
verda<strong>de</strong>ro libro.<br />
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88<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
27.<br />
Salí <strong>de</strong> la agencia sintiéndome feliz. Feliz porque el día era lindo,<br />
feliz porque había sol, feliz porque yo respiraba, porque existía, en<br />
fin. La tristeza iba quedando atrás, aunque no <strong>de</strong>masiado atrás todavía.<br />
No me di vuelta por las dudas, no fuera cosa que me siguiera <strong>de</strong>masiado<br />
<strong>de</strong> cerca.<br />
Había dos colectivos parados en el semáforo y los dos me servían<br />
para ir a <strong>mi</strong> casa. Uno iba por Santa Fe y el otro por Las Heras. Titubée<br />
un momento; qué problema que es esta vida, siempre hay que<br />
estar eligiendo.<br />
Decidí subir al que iba por Santa Fe, pero como estaba muy lleno,<br />
subí al otro. Una vez arriba me acordé que me convenía más ir por<br />
Santa Fe para ir a comprar <strong>de</strong> pasada algunas cosas y bajé corriendo.<br />
En eso estaba, cuando un tipo sacó la cabeza por la ventanilla <strong>de</strong><br />
su auto y me dijo:<br />
—¿Para qué dudar tanto, si yo te puedo llevar?<br />
Me dio risa la ocurrencia, porque pensándolo bien, su razón tenía,<br />
pero no. Porque… qué va a <strong>de</strong>cir y quién será y habría que ver si tiene<br />
certificado <strong>de</strong> vacuna. Y subí al colectivo.<br />
Cuando bajé, cerca <strong>de</strong> casa, me encontré otra vez con el auto y por<br />
supuesto, con el tipo a<strong>de</strong>ntro.<br />
—¿Qué hacés acá? —le pregunté.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—¿No ves que te estoy siguiendo? Me contestó y yo me reí.<br />
Crucé la calle y apenas ca<strong>mi</strong>né media cuadra, cuando sentí que alguien<br />
ja<strong>de</strong>aba al lado mío:<br />
—¡Caramba, qué ligero ca<strong>mi</strong>nás! —Otra vez el tipo. No le contesté.<br />
—Fijate cuántas cosas que estoy haciendo por causa tuya —me dijo<br />
—Podrías ser más amable con<strong>mi</strong>go.<br />
—Yo en ningún momento <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> ser amable contigo. —me hice la<br />
tonta.<br />
–Vamos, vos entendés lo que te quiero <strong>de</strong>cir —él se dio cuenta.<br />
Llegamos al negocio y entré. Tardé bastante, porque siempre que<br />
voy a comprar alguna cosilla, ter<strong>mi</strong>no comprando un montón <strong>de</strong> otras,<br />
generalmente hasta don<strong>de</strong> me alcanza la plata que llevo.<br />
Pedí una caja para poner la compra y cuando salí, el buen hombre<br />
todavía me estaba esperando, dispuesto a cargar con la caja y todo.<br />
Me puse seria. Le dije que vivía por ahí cerca y que no quería que<br />
me acompañase. El también se puso serio; me dijo que no me quería<br />
causar problemas, pero que creía que bien podía darle una oportunidad<br />
<strong>de</strong> volver a verme, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todos los esfuerzos que había<br />
hecho por mí.<br />
Me pareció justo lo que <strong>de</strong>cía. Había hecho bastantes méritos, pero<br />
caramba, ¿cómo iba a yo a subir en el auto <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sconocido, por<br />
buen mozo que fuese? Eso venía a ser un levante, ¿no? Pero me daba<br />
no sé que mandarlo a pasear, tan amable, pobre, y a<strong>de</strong>más rubio, flaco,<br />
alto y tan prolijo.<br />
Salí <strong>de</strong>l paso como pu<strong>de</strong> y tanto como para no <strong>de</strong>fraudarlo le dije:<br />
—Todos los días tomo el colectivo a la <strong>mi</strong>sma hora.<br />
Me fui apurada. Los chicos me esperaban para comer y a<strong>de</strong>más,<br />
yo tenía hambre.<br />
Al día siguiente, cuando salí <strong>de</strong> la agencia ya me había olvidado totalmente<br />
<strong>de</strong>l tipo. Pero cuando llegué a la esquina, lo recordé <strong>de</strong> golpe.<br />
Allí estaba, esperándome. ¡Qué susto, Dios mío! Y ahora… ¿qué<br />
hago? Traté <strong>de</strong> pensar en algo y como siempre pasa, pensé en cualquier<br />
cosa, menos la que precisaba en ese momento <strong>de</strong> apuro. Me<br />
acordé <strong>de</strong> aquella vez, unos cuatro años antes cuando al cruzar la calle,<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>jado a Andrea en el jardín, me había dado<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
cuenta que se me había bajado el cierre <strong>de</strong>l pantalón. Me paré <strong>de</strong> golpe<br />
en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> la calle, olvidándome que las calles también son para<br />
que la usen los autos y subí el cierre.<br />
Un auto frenó <strong>de</strong> golpe, <strong>de</strong>bido a <strong>mi</strong> repentino ataque <strong>de</strong> pudor.<br />
Cuando oí el chirrido <strong>de</strong> los frenos, <strong>mi</strong>ré al conductor con cara <strong>de</strong><br />
qué tonta que soy, disculpe, pero nací así, no es una cuestión personal<br />
con usted. Me preparé para el insulto, que bien merecido lo tenía,<br />
pero resultó que en lugar <strong>de</strong>l insulto, el hombre que manejaba se<br />
rió y yo con él, aliviada.<br />
Y era un tipo… qué tipo, Dios mío, Un Richard Gere pero todavía<br />
mejor, más joven y sin humos con eso <strong>de</strong> ser actor. Una sonrisa<br />
llena <strong>de</strong> dientes, todos blancos.<br />
El esperó a que cruzara y yo, todavía sonriendo, subí a <strong>mi</strong> auto. Al<br />
llegar a la esquina, me <strong>de</strong>tuve en el semáforo. Richard puso el auto a<br />
la par <strong>de</strong>l mío, y con una voz… una voz <strong>de</strong> auténtico terciopelo veneciano,<br />
me dijo:<br />
—¿Tomarías un café con<strong>mi</strong>go?<br />
—No.<br />
—¿Por qué no?<br />
—Porque no.<br />
—¿Lo <strong>de</strong>cís en serio, o para que yo insista?<br />
—Es <strong>de</strong> verdad.<br />
Era pura mentira. Me moría <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong> ir a tomar un café con él,<br />
un inocente y puro café <strong>de</strong> Brasil, pero esas cosas no hacen las señoras<br />
casadas, porque están penadas por la moral, las buenas costumbres<br />
y el Código <strong>de</strong> Navegación por los ríos interiores.<br />
–Entonces, me voy. Chau, que estés bien.<br />
Chau y me fui a casa a estudiar, pero no estudié nada. Y por no<br />
ser un poquitín infiel, había cometido una infi<strong>de</strong>lidad mayor: nunca<br />
me pu<strong>de</strong> olvidar <strong>de</strong> él, y nunca había cesado <strong>de</strong> arrepentirme <strong>de</strong> no<br />
haber dicho que sí.<br />
Pero eso pertenecía a <strong>mi</strong> vida anterior, cuando yo era una señora<br />
casada. Ahora estaba separada y ca<strong>mi</strong>nando hacia un pobre tipo que<br />
me estaba esperando, pura y exclusivamente porque yo le había dicho<br />
que viniera, pensando en que él no iba a aparecer.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
28.<br />
No me quedaba más remedio que afrontar la situación y ca<strong>mi</strong>nar<br />
a su lado.<br />
Hicimos una cuadra y yo no podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pensar. ¿Y si salía alguien<br />
<strong>de</strong> la agencia y me veía? No, por ese lado no había <strong>de</strong>masiado<br />
peligro, yo era la única que se iba al mediodía. No, ahora que lo pienso,<br />
la única no, estaba Miguel, pero había salido antes que yo; a esas<br />
alturas andaría por la estación Lima <strong>de</strong>l subte.<br />
Se presentó, muy formal: Néstor, y me dio la mano. Elena, le mentí,<br />
en un intento <strong>de</strong> cuidarme, aunque no sabía muy bien <strong>de</strong> qué. Le<br />
dije que tenía apenas una hora para entrar en <strong>mi</strong> trabajo <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>,<br />
como un modo <strong>de</strong> hacerle ver que el encuentro duraría poco.<br />
Me dijo que nos alcanzaría para ir a comer algo, ca<strong>mi</strong>namos algunas<br />
cuadras más, y entramos en un restaurant.<br />
Después, como pronto supe suce<strong>de</strong> cuando dos personas, mejor dicho<br />
un hombre y una mujer se encuentran por primera vez, empezamos<br />
a darnos a conocer; algo así como una advertencia <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rá que<br />
yo soy así, me gustan tales y cuales cosas, andá teniéndolas en cuenta,<br />
para que sepas a qué atenerte.<br />
Néstor se auto<strong>de</strong>finió como “chapado a la antigua”. Que las mujeres,<br />
según él, no tenían que tomar la iniciativa, porque le gustaba sentir<br />
que el macho era él.<br />
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92<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—Claro que la mujer hace su parte. Sin eso… la cosa no va. Si vos<br />
no te hubieras sonreído la primera vez, no te seguía. Pero hasta ahí<br />
no más. Lo <strong>de</strong>más, me gusta que corra por <strong>mi</strong> cuenta.<br />
Sin querer, yo había hecho justo lo que a Néstor le gustaba, qué<br />
mala pata la mía. Ya no me parecía tan buen mozo, tal vez se afeó por<br />
lo <strong>de</strong>l machismo. Después, empezó a hablar <strong>de</strong> su trabajo. Según él,<br />
“ganaba buena plata”. <strong>Te</strong>nía varias casas <strong>de</strong> fotocopias, pero que yo<br />
no me creyera que eran esas comunes, que hay que matarse para hacer<br />
un mango. De puro atenta, le pregunté en qué eran diferentes, y<br />
me empezó a explicar y explicar, y yo no entendía nada <strong>de</strong> lo que me<br />
explicaba, ni tampoco me interesaba que lo aclarara. Lo último que<br />
escuché, en medio <strong>de</strong> <strong>mi</strong> distracción, era que los arquitectos <strong>de</strong>pendían<br />
<strong>de</strong> él, y me pareció más bien exagerado.<br />
Después me preguntó en qué trabajaba yo y <strong>mi</strong>entras le hablaba<br />
<strong>de</strong> la agencia, todo anduvo bien. Pero cuando oyó la palabra psicología<br />
me interrumpió.<br />
—Yo, en la psicología, no creo.<br />
—Yo, en la odontología, tampoco —tuve ganas <strong>de</strong> contestarle, pero<br />
me contuve, <strong>mi</strong>entras empezaba a darme cuenta por qué hubiera sido<br />
peligroso subir al auto <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sconocido: podía empezar a darte cátedra<br />
<strong>de</strong> psicología.<br />
Me preparé para lo que vendría. No era la primera vez que me hablaban<br />
<strong>de</strong> la psicología como <strong>de</strong> una religión, en la que se cree, o no<br />
se cree. Lo que diría <strong>de</strong>spués sería algo así como que sus problemas<br />
se los arreglaba solo, cosa enco<strong>mi</strong>able, si las hay. Salvo en el caso <strong>de</strong><br />
que te lo digan con cara <strong>de</strong> asco, lo cual quiere <strong>de</strong>cir que una es una<br />
infeliz, que no sabe hacer lo <strong>mi</strong>smo. No tardó en llegar a eso:<br />
–Yo pienso que en el hombre hay reservas suficientes como para<br />
resolver los propios problemas. Sin ir más lejos, yo, (acentuando el<br />
aire <strong>de</strong> suficiencia) me analizo solo.<br />
Néstor parecía esperar que me <strong>de</strong>smayara <strong>de</strong> ad<strong>mi</strong>ración por su entereza<br />
y sentido común; en cambio yo a esa altura estaba podrida <strong>de</strong><br />
su arenga y <strong>de</strong> que co<strong>mi</strong>era la ensalada directamente <strong>de</strong> la ensala<strong>de</strong>ra,<br />
cosa fea, sí señor, muy fea.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Tanto como para no traicionar <strong>mi</strong>s principios le dije, sin entusiasmo<br />
alguno:<br />
—Bueno, a mí me parece importante resolver los problemas uno<br />
<strong>mi</strong>smo, pero si se pue<strong>de</strong> contar con alguien que te ayu<strong>de</strong>, las cosas<br />
pue<strong>de</strong>n volverse más fáciles.<br />
Mejor no se me hubiera ocurrido hablar <strong>de</strong> facilidad. La reacción<br />
fue instantánea.<br />
—Ah, claro, los psicólogos la van por el ca<strong>mi</strong>no fácil.<br />
Era como si me estuviera diciendo:<br />
—Lo lindo, pero lo lindo, es sufrir como un loco.<br />
No dije más nada. Repasé lo que me había dicho: úlcera <strong>de</strong> estómago,<br />
cuarenta años, soltero, una sola pareja estable que le duró siete<br />
meses, profesional <strong>de</strong>l levante y, por lo que se veía, gran fumador.<br />
No parecía que arreglarse solo le sirviera <strong>de</strong> mucho.<br />
Por suerte, la bronca no le impidió cumplir su promesa <strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>nar<br />
el almuerzo para que llegara a tiempo a lo <strong>de</strong> Omar, y hasta sacrificó<br />
el postre para cumplirla. Me pidió el número <strong>de</strong> teléfono, y le<br />
propuse en cambio que me diera el suyo, que yo lo llamaría. Los dos<br />
sabíamos que no nos volveríamos a ver, pero teníamos que cumplir<br />
con el ritual. Me dio la mano y se fue.<br />
¡Dios, qué estaba haciendo! Encontrándome con un <strong>de</strong>sconocido.<br />
Si bien era una experiencia que me había faltado hacer, no había<br />
perdido gran cosa. No parecía algo tan tremendo. Tal vez lo tremendo<br />
era <strong>de</strong>scubrir que había una clase <strong>de</strong> hombre que vive buscando<br />
vaya a saber a qué mujer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el auto, y al parecer, nunca la encuentra,<br />
porque sigue estando solo.<br />
Hubiera tenido ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle, <strong>de</strong>já el auto, Néstor, que lo único<br />
que podés encontrar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el auto es una compañera <strong>de</strong> paso. Pero<br />
Néstor no me hubiera escuchado. Después <strong>de</strong> todo, ¿qué era yo para<br />
él? Nada más que una mujer.<br />
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94<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
29.<br />
Tres veces había ido, o al menos había pensado en ir a sacar el pasaje<br />
<strong>de</strong> vuelta. Por una u otra razón, no lo había hecho. ¿Y si volvía<br />
en avión? Entonces, era ese el motivo <strong>de</strong> tantas postergaciones. Lo<br />
que realmente quería era volver en avión.<br />
No. Siempre me digo primero que no. Pero por qué, me preguntaba.<br />
Porque es peligroso, porque es caro, porque tengo <strong>mi</strong>edo…No;<br />
porque a Fernando no le habría gustado. O ni siquiera eso. No porque<br />
no. Porque todo está prohibido. No, no, no.<br />
Averigüé cuanto costaba y por lo caro no era. Me senté un rato<br />
<strong>mi</strong>rando el mar, para pensar. No hacía mucho que había <strong>de</strong>scubierto<br />
que, cuando no sabía lo que quería, si me daba un poco <strong>de</strong> tiempo,<br />
por fin me enteraba. Esa vez no necesité <strong>de</strong>masiado tiempo<br />
para darme cuenta que lo que pasaba era que no, porque tenía muchas<br />
ganas <strong>de</strong> hacerlo; no, porque había en <strong>mi</strong> vida una larga historia<br />
<strong>de</strong> noes.<br />
Así que saqué el pasaje.<br />
Cuando subí al ómnibus para ir al aeropuerto, quedaba un solo<br />
asiento vacío, justo al lado <strong>de</strong> un hombre rubio, con jeans y una ca<strong>mi</strong>sa<br />
celeste abierta, por don<strong>de</strong> se asomaban los pelitos rubios también.<br />
Me <strong>de</strong>silusionó enseguida, porque abrió un paquete <strong>de</strong> chicles y,<br />
elemental Watson, tendría que haberme convidado, pero no. Miró
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
por la ventanilla todo el tiempo hasta que oscureció y el ómnibus<br />
<strong>de</strong>jó el mar atrás.<br />
Finalmente me olvidé <strong>de</strong>l tipo. Lo di por perdido y me <strong>de</strong>diqué a<br />
lamentarme para <strong>mi</strong>s a<strong>de</strong>ntros por el retraso <strong>de</strong>l avión. Ya no aterrizaría<br />
en Buenos Aires al anochecer, como me hubiera gustado, sino<br />
en plena noche.<br />
Cuando el ómnibus llegó al aeropuerto, <strong>mi</strong> vecino, sin previo aviso,<br />
bajó <strong>de</strong> la luna y me preguntó si yo sabía a qué hora iba a salir el<br />
avión. Me sorprendió. No pensaba que sabía hablar. Pero sabía, tan<br />
bien como sabía, seguramente que yo, lo <strong>mi</strong>smo que él, no podía tener<br />
la más pálida i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la hora <strong>de</strong> salida.<br />
Bajamos <strong>de</strong>l ómnibus y se puso a <strong>mi</strong> lado. Inexplicablemente, me<br />
pareció lo más natural <strong>de</strong>l mundo. No sé si fue él que acomodó sus<br />
pasos a los míos, o yo a los <strong>de</strong> él, pero llegamos juntos al mostrador,<br />
don<strong>de</strong> una azafata me preguntó qué asiento prefería. Me hice la displicente<br />
y le dije:<br />
—Me da lo <strong>mi</strong>smo—<strong>mi</strong>entras mal<strong>de</strong>cía por <strong>de</strong>ntro por no haber pedido<br />
un asiento al lado <strong>de</strong> la ventanilla, por pedante.<br />
El le dijo enseguida a la chica, también con displicencia:<br />
—A mí, al lado <strong>de</strong> la señora —y me <strong>mi</strong>ró con unos diáfanos ojos celestes,<br />
y una sonrisa que combinaba muy bien con los ojos y me dijo:<br />
—Así po<strong>de</strong>mos conversar.<br />
Se veía que era un experto; con toda naturalidad agarró <strong>mi</strong> ticket<br />
y el suyo, y los puso juntos en el bolsillo <strong>de</strong> su ca<strong>mi</strong>sa.<br />
Yo me preguntaba qué diablos le habría pasado para resucitar <strong>de</strong><br />
golpe. Me invitó a tomar un café, que fueron dos, tres y no tomamos<br />
más no porque no tuviéramos tiempo, sino porque no tuvimos<br />
ganas. El retraso siguió y nosotros hablamos mucho, pero nos dijimos<br />
poco.<br />
Subimos al avión y cuando empezó a ganar altura tuve mucho <strong>mi</strong>edo.<br />
Me faltaba el beso y la mano que Fernando me hubiera dado al<br />
<strong>de</strong>spegar.<br />
—<strong>Te</strong>nés <strong>mi</strong>edo. Dame la mano —Me dijo Marcelo y no esperó a que<br />
yo se la diera. Sentí tanto y tanto el contacto <strong>de</strong> su mano, que me pareció<br />
que me mareaba. Esta vez era yo la que había resucitado <strong>de</strong> gol-<br />
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96<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
pe y me asusté. ¿Había sentido algo así alguna vez? No me acordaba.<br />
Debía <strong>de</strong> haber sido hacía muchísimo tiempo.<br />
Retiré la mano y sintiéndome irre<strong>mi</strong>siblemente estúpida le dije:<br />
—Me da más <strong>mi</strong>edo tu mano que el avión.<br />
Y era verdad. Por suerte, Marcelo no prestó <strong>de</strong>masiada atención a<br />
lo que yo le <strong>de</strong>cía, o a lo mejor lo tomó como una broma.<br />
El viaje fue muy corto y entonces sí, hablamos <strong>de</strong> verdad. El me<br />
contó <strong>de</strong> su separación, que nunca ter<strong>mi</strong>naba <strong>de</strong> resolver <strong>de</strong>l todo y yo<br />
le hablé <strong>de</strong> la mía, que era tan nueva como para que necesitara pensar<br />
si Fernando aprobaría o no <strong>mi</strong> viaje, o que todavía corría a preguntarle<br />
si tenía que aceptar un trabajo o no. Lo que no le dije pero pensé<br />
que era tan nueva, que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir que había hombres en<br />
el mundo y que podía sentir cosas cuando me tocaban.<br />
Cuando llegamos, los chicos me estaban esperando con <strong>mi</strong> hermano<br />
en el Aeroparque. Marcelo, pru<strong>de</strong>ntemente, se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> mí<br />
cuando recogimos el equipaje. Quiso darme una tarjeta, pero por más<br />
que buscó en todos los bolsillos, no encontró ninguna. Fue para él un<br />
estúpido imprevisto, que le hizo per<strong>de</strong>r el aire seguro y conquistador<br />
que lo había acompañado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que había resucitado.<br />
Me preguntó <strong>mi</strong> número <strong>de</strong> teléfono, y le dije que prefería no dárselo.<br />
Buscó una lapicera, pero tampoco la encontró. Se rehizo un poco<br />
y volviendo a confiar en su encanto me pidió con aire hu<strong>mi</strong>l<strong>de</strong>:<br />
—Llamame vos, por favor. Mi número es fácil.<br />
Me lo dijo y era fácil. El problema era que jamás me acuerdo <strong>de</strong><br />
ningún número <strong>de</strong> teléfono y a veces hasta me olvido <strong>de</strong>l mío. Por<br />
eso, cuando Marcelo se fue, lo escribí en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l diario que me<br />
habían dado en el avión. Porque yo, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> tarjetas, siempre tengo<br />
una lapicera en la cartera.<br />
Lo que no sabía era si iba a tener coraje para llamarlo, porque cuando<br />
vio llegar la madrugada, Inés interrumpió la narración y discreta,<br />
se calló.
Querida Irene:<br />
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
30.<br />
Qué bueno que estés contenta y <strong>de</strong>scansando Creo que este año trabajaste mucho<br />
<strong>de</strong> psicóloga, esposa, mamá y muchas otras cosas también. Por los kilos <strong>de</strong><br />
más, en cualquier lugar que se <strong>de</strong>positen, no te preocupes <strong>de</strong>masiado. Cuando<br />
estés <strong>de</strong> vuelta, con todo ese montón <strong>de</strong> pacientes que te esperan para contarte sus<br />
cuitas y el trajín con los chicos volviendo a la escuela, vas a a<strong>de</strong>lgazar enseguida.<br />
¡Ay, a<strong>mi</strong>ga <strong>de</strong>l alma! <strong>Te</strong> extraño. De repente hay cosas que tendría ganas <strong>de</strong><br />
contarte, que necesito que sean tus orejas y no otras la que quiero que me escuchen,<br />
pero no estás. No me hagas caso. Estoy un poco mustia hoy. De vez en<br />
cuando me da por la tristeza y no puedo disfrutar bien <strong>de</strong> todas las cosas buenas<br />
que me pasan, como <strong>mi</strong> trabajo en la agencia en que cada día me siento<br />
mejor, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> pelearme con Juan, ese compañero que te conté. O<br />
como <strong>mi</strong> libro, que te cuento que Juan lo leyó y me dijo que tenía estilo, y que<br />
eso no cualquiera y entonces empecé a escribir y escribir y <strong>mi</strong> libro crece día a<br />
día como la panza <strong>de</strong> una embarazada. O como <strong>mi</strong> trabajo con Omar, que<br />
me gusta mucho.<br />
A<strong>de</strong>más, ¿Sabías que parece que una se vuelve muy atractiva, por el sólo<br />
hecho <strong>de</strong> estar sola? <strong>Te</strong>ndrías que haber visto a los policías ca<strong>mi</strong>neros, explicándome<br />
todos a un tiempo don<strong>de</strong> quedaba la parada <strong>de</strong> ómnibus para ir a<br />
la playa <strong>de</strong> las Grutas. Claro que algo <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber contribuido <strong>mi</strong> túnica<br />
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98<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
larga, y <strong>mi</strong> sombrero <strong>de</strong> cuero <strong>de</strong>l Senegal, una <strong>de</strong> las últimas compras para<br />
<strong>mi</strong>tigar <strong>mi</strong> <strong>de</strong>presión.<br />
Ni siquiera tuve que volver sola al hotel, sino en el auto <strong>de</strong> una pareja a<br />
quienes uno <strong>de</strong> los policías paró para que me llevara, maldito sea, casi me tiro<br />
por la ventanilla, porque iban a toda velocidad.<br />
Es que me fui a Punta <strong>de</strong>l Este sola el fin <strong>de</strong> semana pasado. A nadar a las<br />
ocho <strong>de</strong> la mañana, con la playa toda para mí, a ca<strong>mi</strong>nar al atar<strong>de</strong>cer por la<br />
orilla <strong>de</strong>l mar, a charlar con un arquitecto en el viaje <strong>de</strong> ida, y oh coinci<strong>de</strong>ncia,<br />
con otro a la vuelta, y algunas cosas más que ya te contaré.<br />
Mis chicos crecen, fuertes y robustos, a pesar <strong>de</strong> los problemas y dolores <strong>de</strong><br />
cabeza que le dan sus padres. Imaginate lo gran<strong>de</strong> que está Alfonso, que se fue<br />
<strong>de</strong> casa a visitar a su noviecita, porque la extrañaba. Con su valija, sus catorce<br />
años, y un poco <strong>de</strong> plata que se llevó. Nosotros no le habíamos dado per<strong>mi</strong>so,<br />
por supuesto, como te imaginarás.<br />
Cuando nos enteramos, Fernando viajó a Mar <strong>de</strong>l Plata para buscarlo, y<br />
estuvo bien, porque le dijo que tenía razón, que no habíamos sabido compren<strong>de</strong>r<br />
su necesidad <strong>de</strong> ir a ver a María, pero que pensara que él no había hecho<br />
otra cosa que escaparse, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirnos lo mucho que necesitaba verla.<br />
El tema es que se volvieron los dos a Buenos Aires, y la historia ter<strong>mi</strong>nó<br />
con Alfonso aterrizando en Aeroparque sentado al lado <strong>de</strong>l piloto, a pedido<br />
<strong>de</strong>l padre. “El obelisco se veía así <strong>de</strong> chiquitito” fue lo primero que me dijo<br />
cuando me vio.<br />
No se te ocurra <strong>de</strong>círselo, pero yo estoy orgullosa <strong>de</strong> él, porque se enamoró,<br />
porque Mar <strong>de</strong>l Plata queda lejos, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, todavía es un chico.<br />
De <strong>mi</strong>s momentos tristes, <strong>de</strong> que no puedo dor<strong>mi</strong>r, <strong>de</strong> <strong>mi</strong> falta <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong><br />
comer, prefiero no contarte <strong>de</strong>masiado, sos capaz <strong>de</strong> lagrimear y todo. Pero no<br />
te aflijas; las cosas son menos terribles <strong>de</strong> lo que yo esperaba. Y no comer es una<br />
ventaja. Una se vuelve flaca.<br />
Esta carta resultó un poco larga, quería ponerte al día. Por favor no vuelvas<br />
a preocuparte si no te escribo, porque, como dice el refrán no news, good<br />
news. Un beso, Inés.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
31.<br />
Omar no estaba. Había <strong>de</strong>jado la puerta <strong>de</strong> su consultorio entreabierta<br />
y yo tuve ganas <strong>de</strong> verlo mejor. Había estado allí varias veces,<br />
pero algún momento apenas, y siempre en presencia <strong>de</strong> Omar.<br />
¡Cuántos libros! En inglés, en francés, en alemán y por supuesto<br />
en español. Varias ediciones <strong>de</strong> Freud y también libros <strong>de</strong> arte, <strong>de</strong> <strong>mi</strong>tología,<br />
<strong>de</strong> medicina. Una figura <strong>de</strong> cerá<strong>mi</strong>ca con una puntita rota y<br />
unida con cinta adhesiva. Busqué cemento y la pegué. Leí el título<br />
<strong>de</strong> algunos libros.<br />
Después me senté, atrevida, en su sillón. Miré el diván vacío y pensé<br />
en las <strong>mi</strong>les <strong>de</strong> palabras que habían sido dichas en esa habitación.<br />
En las penas, los sufri<strong>mi</strong>entos y los logros que habrían pasado por allí.<br />
Pensé en mí <strong>mi</strong>sma, en que algún día estaría sentada en un sillón, <strong>mi</strong>rando<br />
a <strong>mi</strong> paciente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la arista <strong>de</strong> su nariz, escuchándolo <strong>de</strong>cir y<br />
no <strong>de</strong>cir, hablar, callar, tratando <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r sus palabras y sus silencios<br />
y <strong>de</strong> sentir y vibrar con él.<br />
Había una fotografía <strong>de</strong> Omar recibiendo un diploma. Omar, que<br />
me había enseñado a leer a Freud por primera vez. Después <strong>de</strong> dos<br />
años <strong>de</strong> Facultad, cansada ya <strong>de</strong> estadística, lógica, inglés y un montón<br />
<strong>de</strong> cosas más, que al parecer poco o nada tenían que ver con lo<br />
que a mí realmente me interesaba. Omar me había enseñado que era<br />
difícil leer a Freud, que el psicoanálisis se olvida una y otra vez, por-<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
que no es fácil meterse con la sexualidad, ni la propia ni la ajena. No<br />
quedaba otro ca<strong>mi</strong>no que estudiar y estudiar.<br />
Me había enseñado también un modo <strong>de</strong> vivir, comprendiendo en<br />
lugar <strong>de</strong> juzgar. Compren<strong>de</strong>r en lugar <strong>de</strong> juzgar… Y yo iba teniendo<br />
cada vez más paciencia con<strong>mi</strong>go y con los <strong>de</strong>más. Ni ellos ni yo hacemos<br />
lo que queremos, sino apenas lo que po<strong>de</strong>mos.<br />
Estaba tan absorbida por todo eso, que no lo oí llegar. Cuando lo<br />
vi me levanté enseguida <strong>de</strong> su sillón, pero él me hizo un gesto para<br />
que me quedara don<strong>de</strong> estaba. Se sentó frente a su escritorio y sacó<br />
una carpeta <strong>de</strong> un cajón.<br />
–Estoy escribiendo un libro –me dijo. –Va a tener cinco tomos y<br />
éste es el primero. ¿Quisieras ayudarme con la redacción?<br />
Yo… ayudar a Omar…<br />
No me acuerdo cómo llegué a casa. Logré reaccionar recién al escuchar<br />
la voz <strong>de</strong> Andrea que corría hacia mí, contenta porque yo había<br />
llegado.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
32.<br />
Me reconoció enseguida. Qué alivio. Hubiera sido complicado explicarle<br />
que el viaje, que el avión y aun así podía ser que <strong>de</strong> todas maneras<br />
no me recordara: dos semanas me había costado llamar.<br />
Fuimos a comer y <strong>de</strong>spués a tomar un café. Me dijo muchas cosas,<br />
entre ellas que yo le daba paz. Tal vez era cierto, me sentía extraordinariamente<br />
calma.<br />
Me gustaba que me <strong>mi</strong>rara, que me contara <strong>de</strong> su trabajo, <strong>de</strong> su infancia,<br />
<strong>de</strong> los lugares don<strong>de</strong> había estado, sonriéndose <strong>de</strong> tanto en tanto,<br />
con ese montón <strong>de</strong> plieguecitos simpáticos junto a los ojos. Qué<br />
diferente era <strong>de</strong> Fernando, siempre tan callado. O quizás no siempre<br />
había sido así, sino en los últimos tiempos. Qué distinta me sentía<br />
yo con él.<br />
Se disculpó porque no me daba tiempo para que yo hablara. A mí<br />
no me importaba, siempre había hablando tanto, para llenar los silencios<br />
cada vez más largos <strong>de</strong> Fernando, que me parecía hermoso<br />
no hacer otra cosa que escuchar. <strong>Te</strong>nía ganas <strong>de</strong> saber sobre la vida<br />
<strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, cómo se las arreglaban para vivir. Siempre había creído<br />
que había una sola manera <strong>de</strong> vivir, una sola verdad, una sola honra<strong>de</strong>z,<br />
una sola felicidad y estaba <strong>de</strong>scubriendo que entre el negro y<br />
el blanco cabían <strong>mi</strong>l matices <strong>de</strong> gris, y qué no <strong>de</strong>cir entre el azul y el<br />
rojo, el ver<strong>de</strong> y el amarillo.<br />
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102<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Pasamos muchas horas juntos. Después <strong>de</strong>l café fuimos a bailar<br />
y por fin, a ver salir el sol sobre el río. Marcelo me besó. Empecé a<br />
temblar.<br />
–<strong>Te</strong>nés frío– me dijo, me dio su saco y me pasó un brazo por los<br />
hombros.<br />
No era frío, sin embargo. Era un <strong>de</strong>spertar. Yo estaba viva. Acababa<br />
<strong>de</strong> darme cuenta que no había muerto el día que Fernando se fue<br />
sino muchísimo antes y <strong>de</strong> a poquito.<br />
Empecé a llorar. Marcelo no sabía qué hacer con<strong>mi</strong>go. Me acariciaba<br />
la cara, me pedía una y otra vez que le contara qué me pasaba.<br />
Se lo conté. Le conté mucho más <strong>de</strong> lo que hubiera querido. Le<br />
conté que Fernando había sido <strong>mi</strong> primer amor, <strong>mi</strong> único amor. Que<br />
había ido perdiendo a su lado las ganas <strong>de</strong> vivir y la alegría, pero lo<br />
seguía queriendo, a pesar <strong>de</strong> todo. Quería pasar <strong>mi</strong> vida con él, pero<br />
eso ya no podía ser, porque él se había enamorado <strong>de</strong> una chica joven,<br />
tan joven como era yo cuando lo conocí.<br />
Me había casado para toda la vida y toda la vida ya había pasado.<br />
Y así, le conté una a una <strong>mi</strong>s frustraciones, todos <strong>mi</strong>s sueños, <strong>mi</strong>s <strong>mi</strong>edos,<br />
<strong>mi</strong> vida con Fernando y sin él, montones y montones <strong>de</strong> cosas.<br />
—Pobrecita, que vulnerable sos —me <strong>de</strong>cía Marcelo, y me abrazaba<br />
contra su pecho. Yo me sentía cada vez peor, no podía parar <strong>de</strong> llorar<br />
y <strong>de</strong> hablar y <strong>de</strong> pedirle que me perdonara por las dos cosas. Después<br />
<strong>de</strong> todo, él no tenía por qué hacerse cargo <strong>de</strong> todo eso.<br />
Por fin me calmé. Entonces Marcelo me secó los ojos con su pañuelo,<br />
me arregló el pelo con las manos y me llevó a tomar otro café.<br />
Me sentía avergonzada. Se lo dije.<br />
—Estás muy lastimada todavía– me contestó.<br />
Tal vez se preguntara por qué justo a él le tenía que tocar viajar en<br />
avión con una mujer toda lastimada, pero <strong>de</strong> puro gentil, no me lo<br />
dijo.<br />
Hacía rato que había amanecido cuando Marcelo me <strong>de</strong>jó en la<br />
puerta <strong>de</strong> <strong>mi</strong> casa. Los porteros <strong>de</strong> la cuadra lavaban, medio dor<strong>mi</strong>dos,<br />
la vereda.<br />
Me acosté vestida. No tenía ni sueño, ni hambre, ni frío, ni nada.<br />
Estaba absolutamente bien y serena. Sus ojos, su sonrisa llena <strong>de</strong> plie-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
guecitos, estaban con<strong>mi</strong>go todavía. Podía hasta creer que bastaba que<br />
extendiera un poco la mano, para encontrarlo al lado mío. Por las dudas,<br />
no lo hice. Sin embargo, algo había cambiado en mí. No era la<br />
<strong>mi</strong>sma ya.<br />
–Quiero preguntarte algo, Juan. Por favor, quiero que hagas <strong>de</strong> cuenta<br />
que no soy yo sino tu hija, que no sabe nada <strong>de</strong> la vida, la que te<br />
pregunta qué es estar enamorada.<br />
Juan se puso serio. Me sentí agra<strong>de</strong>cida porque no se burlaba <strong>de</strong><br />
mí, y porque hasta se tomó un momento para pensar.<br />
—<strong>Te</strong> diría que estar enamorado es pensar en alguien sin querer.<br />
—¿Y pue<strong>de</strong> ser posible que una se enamore <strong>de</strong> golpe?<br />
—Tal vez. <strong>Te</strong> diría que primero es un gustar, un gustar mucho, y que<br />
el amor viene <strong>de</strong>spués.<br />
Juan seguía callado y yo pensaba que Marcelo me gustaba mucho.<br />
Me había acordado <strong>de</strong> él varias veces, sin querer. A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
haberlo conocido, ya no lo había llamado a Fernando con un pretexto<br />
cualquiera, para oir un poco su voz.<br />
Juan siguió:<br />
—En realidad, uno no se enamora nunca <strong>de</strong> la <strong>mi</strong>sma manera. A<br />
veces es un empezar <strong>de</strong>spacio, como distraído, como sin darse cuenta.<br />
Otras veces, lo sabés <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento.<br />
Pasó la semana entera. Marcelo no me llamó. Hice un paquetito<br />
con <strong>mi</strong>s prejuicios y <strong>mi</strong> sentido común, le puse un lindo moño y lo<br />
tiré bien lejos. No me importó el orgullo, que hay que hacerse valer,<br />
que si no aparece es porque no quiere. Y lo llamé.<br />
Fuimos a cenar. Otra vez el bienestar, otra vez su sonrisa con plieguecitos.<br />
Pero algo no era igual. Marcelo se mostraba seductor, pero<br />
intranquilo.<br />
—Pensé <strong>de</strong>masiado en vos esta semana…– eso parecía ser un inconveniente<br />
y por las dudas no me alegré, menos mal.<br />
—…y yo tengo una vida <strong>de</strong>masiado complicada, Inés. No quiero<br />
complicármela más. Porque vos no sos una <strong>mi</strong>na para pasarla bien<br />
una noche y chau.<br />
Nunca pu<strong>de</strong> saber si yo me había enamorado <strong>de</strong> él.<br />
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104<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
33.<br />
—Esto no es lo que te pedí, Inés.<br />
No podía creer lo que Omar me <strong>de</strong>cía; yo estaba segura que sí. Había<br />
trabajado horas y horas sobre el prólogo <strong>de</strong> su libro. Había buscado<br />
y vuelto a buscar la mejor forma, la palabra exacta, tratando <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>cir lo <strong>mi</strong>smo que él había escrito, pero mejor.<br />
–Yo tengo un estilo, Inés. Creo que vos no me entendiste. Mi estilo<br />
es éste, y quiero que se conserve. Sé que tengo dificulta<strong>de</strong>s con el<br />
español, que no conozco nada <strong>de</strong> gramática, pero sé escribir, sin embargo.<br />
Este no es <strong>mi</strong> primer libro, vos lo sabés. <strong>Te</strong> pido que te preocupes<br />
solamente por los verbos, la ortografía, los puntos, las comas,<br />
pero que no me cambies nada.<br />
Me sentí muy abatida, como si allí se ter<strong>mi</strong>nase todo, aunque Omar<br />
me hubiese propuesto que lo volviera a intentar y me había entregado<br />
también el primer capítulo.<br />
Una vez más, no había podido enten<strong>de</strong>r que las cosas que se hacen<br />
entre dos suelen llevar tiempo para hacerse bien. Cualquiera sea<br />
la cosa <strong>de</strong> que se trate. No sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> había sacado yo esa i<strong>de</strong>a tan<br />
malsana y que tantos dolores <strong>de</strong> cabeza me había traído, <strong>de</strong> que todo<br />
hay que hacerlo perfecto: ser madre, coser un botón, hacer el amor.<br />
Todo perfecto, y al primer intento.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Volví a <strong>mi</strong> escritorio muy <strong>de</strong>salentada. Que Omar hubiese rechazado<br />
<strong>mi</strong> trabajo, era casi como si me hubiese rechazado a mí.<br />
Traté <strong>de</strong> hacer lo que me había pedido. Cada frase era una lucha<br />
tremenda entre lo que Omar llamaba su estilo y las reglas <strong>de</strong> la gramática.<br />
Si respetaba el estilo, se iba al diablo la redacción; si lo redactaba<br />
bien, chau con el estilo. Era una lucha a muerte, que pronto me había<br />
<strong>de</strong>jado agotada, a mí que ya casi lo estaba, por lo mucho que hacía.<br />
Escribir <strong>mi</strong> novela hasta muy tar<strong>de</strong> a la noche. Levantarme temprano,<br />
ir a la agencia, ocuparme <strong>de</strong> los chicos y la casa, <strong>de</strong> <strong>mi</strong> pena por<br />
Fernando y por mí, <strong>de</strong> reacomodar <strong>mi</strong> vida, <strong>de</strong> sentir cosas nuevas,<br />
<strong>de</strong> ver qué me pasaba en ese mundo don<strong>de</strong> había tantos hombres, algunos<br />
<strong>de</strong> los cuales podían ocupar <strong>mi</strong>s pensa<strong>mi</strong>entos.<br />
El ruido <strong>de</strong> la puerta me <strong>de</strong>spertó. Me había quedado dor<strong>mi</strong>da, con<br />
la frente apoyada sobre el teclado. Era Martha que me traía un café.<br />
—¿<strong>Te</strong> pasa algo?<br />
—No, Martha, gracias. Solamente estoy cansada.<br />
Y era verdad. Ese día, yo estaba cansada <strong>de</strong> vivir.<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
34.<br />
El hall estaba oscuro. Alguien me preguntó qué quería y cuando<br />
le dije que buscaba a Juan, me dijo que estaba en la sala viendo el ensayo<br />
y que lo esperara afuera.<br />
Reparé entonces que otra gente también esperaba. Se oyó un tumulto<br />
y gritos: “Raúl, Raúl”. Primero creí que venían <strong>de</strong> la calle, porque<br />
también se escuchaba una sirena, pero finalmente me di cuenta<br />
que no tenía por qué temer: la sirena venía <strong>de</strong> la calle y se alejaba; los<br />
gritos en cambio llegaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sala.<br />
Me sentía incómoda. Me perturbaban los gritos, no conocía a nadie<br />
más que a Juan y él no estaba. Para acortar la espera y olvidar <strong>mi</strong><br />
incomodidad, saqué un papel cualquiera <strong>de</strong> <strong>mi</strong> cartera y me puse a<br />
escribir. Al principio no <strong>de</strong>masiado bien, como pasa siempre, y <strong>de</strong>spués<br />
con más seguridad.<br />
Levanté la vista. Una chica me estaba <strong>mi</strong>rando y me sentí importante.<br />
Tal vez ella se preguntaba qué era lo que escribía. Por suerte<br />
nunca sabré por qué me <strong>mi</strong>raba. A lo mejor le hacía acordar <strong>de</strong> una<br />
a<strong>mi</strong>ga con quien se peleó el año anterior, o estaba pensando que en<br />
su vida había visto a alguien tan idiota como yo, escribiendo en un<br />
papel arrugado y en la penumbra.<br />
Lo que pensaba no lo supe, pero lo que sí me prometí es que compraría<br />
una libreta como la gente para llevar en la cartera. Después <strong>de</strong>
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
todo, si estaba escribiendo una novela era una escritora, y todos los<br />
escritores llevan una libreta para anotar lo que se le ocurre. A lo mejor,<br />
algún día ven<strong>de</strong>rían esa libreta con <strong>mi</strong>s genialida<strong>de</strong>s, he aquí la<br />
primera libreta que se conoce <strong>de</strong>…<br />
Casi me disgustó que abrieran la sala y que nos dijeran que podíamos<br />
entrar. Justo estaba en lo mejor <strong>de</strong> la venta <strong>de</strong> <strong>mi</strong> libreta, cuando<br />
varios compradores pujaban por ella.<br />
Guardé el papel y reapareció la incomodidad. No me gustaba estar<br />
sola. Por suerte, encontré una cara conocida. Me costó ubicar quién<br />
era. La había visto algunas veces en la Facultad. Me esforcé un poco<br />
más y pu<strong>de</strong> acordarme que se llamaba Mara. Me senté al lado <strong>de</strong> ella<br />
en la primera fila. Ya no me parecía estar tan sola. Las chicas <strong>de</strong> su<br />
grupo la convidaron con pastillas y ella no me ofreció ninguna. Otra<br />
vez sola.<br />
Por fin apareció Juan, se acercó y me saludó con un beso. Me enteré<br />
así que sus bigotes eran ásperos y que fuera <strong>de</strong> la oficina las cosas<br />
eran diferentes. Al parecer él no necesitaba guardar distancia, como<br />
en la agencia, nada <strong>de</strong> tocarse, ni con la punta <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos.<br />
Empezó la obra. Yo estaba distraída. Siempre me cuesta empezar<br />
a ver una obra <strong>de</strong> teatro. No puedo <strong>de</strong>spojarme tan rápidamente <strong>de</strong><br />
mí ni <strong>de</strong> la realidad que me ro<strong>de</strong>a, para meterme en ese mundo raro.<br />
Un mundo don<strong>de</strong> la gente es <strong>de</strong> carne y hueso, pero todo lo <strong>de</strong>más<br />
no se sabe bien si es ficción o realidad. Las voces siempre suenan un<br />
poco falsas al principio.<br />
Los actores estaban haciendo flexiones, flexiones que eran <strong>de</strong> verdad,<br />
pero no eran ellos quienes las hacían, sino sus personajes. Pero<br />
tampoco se trataba <strong>de</strong> los personajes, porque simulaban estar en la<br />
conscripción, cuando en realidad estaban en un restaurant.<br />
Como espejos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> otros espejos y yo… ¿Quién era en <strong>de</strong>finitiva?<br />
¿Qué hubiera respondido si alguien <strong>de</strong> repente me hubiese<br />
preguntado en ese momento quién era yo? Mejor sería que no me lo<br />
preguntaran.<br />
Algo pasó con las luces y los personajes se volvieron personas otra<br />
vez. Ca<strong>mi</strong>naban <strong>de</strong> otra manera, hablaban con otra voz. El actor que<br />
había puesto la mesa, la levantó. Sacó el mantel y lo volvió a poner,<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
una y otra vez. La ficción se tejía y <strong>de</strong>stejía; se empezaba y se volvía<br />
a empezar.<br />
Finalmente se apagaron las luces y repitieron <strong>de</strong> nuevo la escena<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio. Yo para entonces estaba mejor preparada. No se me<br />
perdía nada <strong>de</strong> lo que hacían o <strong>de</strong>cían y me sorprendió la cantidad <strong>de</strong><br />
cosas en las que no había podido reparar la primera vez.<br />
Juan fumaba y fumaba, cada tanto se cambiaba <strong>de</strong> lugar. Me hubiera<br />
gustado saber qué pensaba, qué sentía viendo la obra que él había<br />
escrito. Si se parecía o no a la que había imaginado, si era mejor<br />
o peor, o simplemente distinta.<br />
Era una obra trágica. Una <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong> solteros, don<strong>de</strong> todos tenían<br />
piedra libre para hacer lo que nunca hubieran hecho en la oficina<br />
en que trabajaban. Piedra libre, tan sólo por encontrarse en otro<br />
lugar, a otra hora, vestidos <strong>de</strong> otra manera. Piedra que se volvía mucho<br />
más libre a medida que la bebida les iba ayudando a per<strong>de</strong>r todo<br />
lo que habían aprendido: a comportarse en sociedad, en fin. No hubo<br />
<strong>mi</strong>seria que no aflorara, apareció lo peor <strong>de</strong> cada uno. No había lugar<br />
para que nadie se salvara, ter<strong>mi</strong>naban matando al novio y violando<br />
a la novia sobre su cadáver.<br />
Pero Juan se había apiadado <strong>de</strong> nosotros. Los actores, cansados<br />
y sudorosos, se rehicieron <strong>de</strong> tanta violencia y se alejaron <strong>de</strong>l<br />
escenario bailando un tenue baile antiguo, tomados <strong>de</strong> la mano,<br />
como diciendo “no se asusten; era todo mentira, estamos bien,<br />
¿no lo ven? Aquí no ha pasado nada. Uste<strong>de</strong>s, hasta pue<strong>de</strong>n llegar<br />
a salvarse.<br />
Estaba abrumada. Me olvidé <strong>de</strong> Mara, no quería otra cosa que salir<br />
y respirar un poco <strong>de</strong> aire. Busqué a Juan para saludarlo y él me<br />
acompañó hasta el hall. Me preguntó que me había parecido la obra<br />
y yo le contesté que no podía <strong>de</strong>cirle nada, necesitaba primero reponerme.<br />
Le gustó <strong>mi</strong> respuesta porque significaba que su obra me había<br />
llegado. Era lo que se propuso al escribirla.<br />
Hablamos <strong>de</strong> algo más pero yo seguía con ganas <strong>de</strong> irme. Creo que<br />
me incomodaba salirme <strong>de</strong> lo cotidiano. A la gente <strong>de</strong> la oficina, era<br />
mejor verla en la oficina.<br />
Juan me agra<strong>de</strong>ció que hubiera ido y salí a la calle. Era tar<strong>de</strong>, ha-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
bía poca gente, Juan me había dado las gracias, cuando era yo que la<br />
me sentía agra<strong>de</strong>cida.<br />
Otra vez me costaba ad<strong>mi</strong>tir que los ca<strong>mi</strong>nos que unen a la gente<br />
se transitan <strong>de</strong> a dos; que los dos podíamos sentirnos agra<strong>de</strong>cidos<br />
y no sólo yo.<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
35.<br />
—Buenos días, Inés<br />
—Buenos días, Juan.<br />
No nos dijimos nada más. Había como un acuerdo tácito <strong>de</strong> no<br />
hablar <strong>de</strong> la noche anterior; no <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. Yo seguí escribiendo,<br />
Juan iba y venía, fumaba, se moría <strong>de</strong> sueño, no podía concentrase<br />
ni empezar a trabajar.<br />
De pronto Julián se fue y ter<strong>mi</strong>nó el acuerdo. Juan se acercó, me<br />
<strong>mi</strong>ró con sus ojos oscurísimos y me preguntó:<br />
—Ahora que te repusiste, ¿qué te pareció?<br />
Le dije que me había parecido buena, que la veía “redonda” sin altibajos,<br />
que trágica, que sin esperanzas, que la música, que la coreografía.<br />
Juan estaba extremadamente nervioso y con ganas <strong>de</strong> hablar. Me<br />
contó cómo los actores en cuanto pisan el teatro, sin darse cuenta casi,<br />
empiezan a llamarse por el nombre sus personajes, y que ya en hall,<br />
al final <strong>de</strong> la función, van recobrando sus nombres.<br />
Supuse que tal vez fuera su manera <strong>de</strong> mantener cierta cordura, en<br />
medio <strong>de</strong> ese continuo jugar a sentir, que tenía que ter<strong>mi</strong>nar en sentir<br />
sin juego. Olvidar qué se sentía y recién entonces empezar a actuar.<br />
Morir sin morirse, llorar sin sufrir. <strong>Te</strong>ner a<strong>de</strong>más presente que hay que<br />
pararse en el lugar exacto, y no olvidar lo que tenían que <strong>de</strong>cir.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Me pregunté qué podría pasarme a mí, que a veces no sabía bien<br />
quién era, cual es la parte mía que manda y cuál la que obe<strong>de</strong>ce, cuál<br />
la que me quiere bien y cuál la que me quiere mal al <strong>mi</strong>smo tiempo<br />
si a<strong>de</strong>más, noche a noche tuviese que ser Dora, o Susana, o…<br />
Juan volvió a su escritorio, recortaba los diarios, pegaba en un álbum<br />
los recortes que anunciaban la función, atendía llamados, muchos,<br />
<strong>de</strong>saparecía y reaparecía. Todo ese trajín parecía ayudarlo a olvidar<br />
que esa <strong>mi</strong>sma noche se estrenaría la obra.<br />
En una <strong>de</strong> sus idas y venidas, trajo una rosa.<br />
—Regalo <strong>de</strong> una mujer—me dijo.<br />
—Qué raro, a los hombres no se les regala flores —le dije.<br />
—A mí, sí— me contestó y la colocó en el florero junto a las mías,<br />
don<strong>de</strong> sobresalía por su tallo largo y su color intenso.<br />
Juan no estaba al mediodía, cuando me fui <strong>de</strong> la agencia. Lo llamé<br />
por teléfono esa tar<strong>de</strong> porque quería <strong>de</strong>searle suerte para el estreno,<br />
pero no lo encontré.<br />
Escribí esto y al día siguiente se lo di.<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
36.<br />
Bueno, te voy a pagar.<br />
Omar me tomó por sorpresa. Me pagó antes <strong>de</strong> tiempo, porque<br />
se iba <strong>de</strong> viaje. Puse los billetes en un cajón <strong>de</strong>l escritorio y cada tanto<br />
lo abría para <strong>mi</strong>rarlos. No se parecían en nada a los que había tenido<br />
hasta entonces. Eran míos. Había trabajado un mes para tenerlos.<br />
Me los había ganado.<br />
Me pareció importante gastarlos bien. Me compré un ca<strong>mi</strong>són muy<br />
suave, largo hasta los pies; ver<strong>de</strong>, para que hiciera juego con <strong>mi</strong>s ojos.<br />
Bello, para que ayudara a <strong>de</strong>jar atrás las noches <strong>de</strong> insomnio.<br />
—¡Qué barato!— le dije a la ven<strong>de</strong>dora, que seguramente creyó que<br />
le tomaba el pelo.<br />
Es que habría querido gastar todo <strong>mi</strong> sueldo en ese ca<strong>mi</strong>són. Pagué<br />
con billetes gran<strong>de</strong>s y me dieron multitud <strong>de</strong> billetes chicos a cambio<br />
que abultaron <strong>mi</strong> billetera y también <strong>mi</strong> corazón.<br />
A la mañana siguiente también me pagaron en la agencia. Hasta<br />
tuve que firmar un recibo y todo.<br />
—Esto no te alcanza ni para alfileres —me había dicho Cossio, sin<br />
darse cuenta que era cruel.<br />
Pero no lo gasté en alfileres, porque pinchan. Le compré un regalito<br />
a cada uno <strong>de</strong> los chicos y en media hora no quedaba nada <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s<br />
dos sueldos. No es cierto. Me quedaba el ca<strong>mi</strong>són.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
37.<br />
En cuanto me hago la ilusión <strong>de</strong> que empiezo a enten<strong>de</strong>rme surgen<br />
una a una las coherencias y ya no entiendo más nada.<br />
Esa noche me <strong>de</strong>spertó la lluvia y junto con el <strong>de</strong>spertar renacieron<br />
las i<strong>de</strong>as interrumpidas horas antes, con la llegada <strong>de</strong>l sueño. Guido<br />
me había dicho que me llamaría y no me había llamado. Esperaba<br />
esa llamada que podría suce<strong>de</strong>r en algún momento o nunca. Al<br />
fin y al cabo no sabía nada <strong>de</strong> él; no sabía cómo era su voz cuando<br />
estaba convencido <strong>de</strong> algo, cuando expresaba un <strong>de</strong>seo, una galantería,<br />
una mentira.<br />
Tampoco sabía si realmente me importaba que Guido me llamara,<br />
o si simplemente necesitaba tener algo que esperar.<br />
Y entonces, en esa enorme cama vacía, surgieron las incoherencias.<br />
Junto a la espera que la oscuridad volvía quizás <strong>de</strong>smesurada,<br />
apareció la nostalgia por Fernando, y por la tranquilidad por conocerlo<br />
tan bien que jamás hubiera podido sorpren<strong>de</strong>rme. Conocía cada<br />
gesto,cada respuesta, cada silencio suyo. Al menos eso creía, tan segura<br />
estaba <strong>de</strong> él.<br />
Con él no había lugar para la incertidumbre. Sabía que estaría con<strong>mi</strong>go<br />
noche a noche, que dor<strong>mi</strong>ría a <strong>mi</strong> lado, aunque su lado no me<br />
sirviera para <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sentirme sola.<br />
Cuando estaba dor<strong>mi</strong>do, me gustaba acercarme, apoyarme en su<br />
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114<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
hombro, como si el <strong>de</strong>samor <strong>de</strong> los últimos tiempos fuera un mal sueño.<br />
Como si no pasara nada. Pero no era fácil olvidarme <strong>de</strong> que sí pasaba<br />
y me volvía a <strong>mi</strong> rincón <strong>de</strong> la cama, lejos suyo.<br />
¿Era eso lo que añoraba? Los días siempre iguales, con su igualdad<br />
dolorosa, esa vida don<strong>de</strong> la alegría había <strong>de</strong>saparecido, sin que pudiera<br />
acordarme <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuándo.<br />
Me sentí in<strong>de</strong>fensa. Tuve <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> las trampas sutiles que podía<br />
llegar a ten<strong>de</strong>rme, <strong>de</strong> los daños que yo <strong>mi</strong>sma podía llegar a hacerme,<br />
justamente cuando creía estar cuidando <strong>de</strong> mí.<br />
Dios, qué frágiles hiciste a tus criaturas, qué <strong>de</strong>samparadas, qué in<strong>de</strong>fensas.<br />
Me gustaría saber si así las hiciste, para que no tuvieran más<br />
remedio que necesitarte.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
38.<br />
Se hizo un largo silencio. Después <strong>de</strong> todo, parecía tan sencillo.<br />
Si Guido me estaba llamando para <strong>de</strong>cirme que quería tomar un café<br />
con<strong>mi</strong>go algún día ¿por qué ese día no podía ser ese <strong>mi</strong>smo día, ya<br />
<strong>mi</strong>smo, en <strong>mi</strong> casa?<br />
Seguramente no esperaba que le dijera eso. Lo habitual hubiera<br />
sido <strong>de</strong>jarlo para otro momento, tal vez cuando él volviera <strong>de</strong> sus vacaciones<br />
<strong>de</strong> febrero, que estaban por comenzar.<br />
Abrí el placard. Me había dicho que iba a tardar media hora en llegar<br />
y ningún vestido me parecía para la ocasión. Hubiera querido salir<br />
a comprar uno especialmente, para lo cual hacían falta nada menos<br />
que dos cosas: que pudiera hacer la hazaña <strong>de</strong> comprarlo en media<br />
hora y que yo tuviese la plata para comprarlo.<br />
Decidí que el ver<strong>de</strong> era el color que más me gustaba <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />
azul y que a<strong>de</strong>más cualquiera sabe que queda bárbaro con la piel tostada.<br />
Y me puse el vestido azul. Me cercioré que los chicos estuvieran<br />
dor<strong>mi</strong>dos, y bajé a recoger algún que otro juguete olvidado por<br />
ahí, y a acomodar los almohadones.<br />
Me maquillé, me puse <strong>mi</strong> perfume francés, que había empezado<br />
a usar todos los días. Que <strong>de</strong>rroche, perfume francés para todos los<br />
días. Ma sí. Derroche el <strong>de</strong> antes, guardándolo siempre para alguna<br />
ocasión que al final nunca llegaba.<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
L’air du temps, nombre precioso que no sabía muy bien qué quería<br />
<strong>de</strong>cir, porque ¿qué aire tienen los tiempos?<br />
—Qué rico perfume.<br />
Guido se dio cuenta en cuanto llegó. Claro que yo siempre perfumo<br />
la mejilla que ofrezco para que me besen, pero igual.<br />
—Qué lindo vestido. —también reparó en <strong>mi</strong> vestido, poco <strong>de</strong>spués.<br />
—<strong>Te</strong> traje esto —ya no faltaba nada.<br />
Guido me <strong>mi</strong>raba, me escuchaba hablar. Sobre la mesita, los bombones.<br />
Yo le contaba <strong>mi</strong>s noveda<strong>de</strong>s, el trabajo en la agencia, el libro<br />
con Omar, la escapada <strong>de</strong> Alfonso a Mar <strong>de</strong>l Plata. Me <strong>mi</strong>raba <strong>de</strong> tal<br />
manera que me hacía sentir bien. Como si todo lo que le <strong>de</strong>cía le pareciera<br />
importante, y en consecuencia se volviera importante para mí.<br />
—Estás muy callado —le dije por fin.<br />
—<strong>Te</strong> estoy escuchando.<br />
Sí, me escuchaba. Nunca nadie me había escuchado así; nunca nadie<br />
me había <strong>mi</strong>rado <strong>de</strong> ese modo.<br />
Me sentía linda, inteligente. Cuando ter<strong>mi</strong>né <strong>de</strong> contarle <strong>mi</strong>s noveda<strong>de</strong>s<br />
yo también me quedé callada. Me turbó el silencio <strong>de</strong> los dos.<br />
Le pregunté tontamente por qué me <strong>mi</strong>raba <strong>de</strong> esa manera.<br />
—Porque me gustás mucho —me tomó la mano.<br />
Yo la retiré, no con la premura <strong>de</strong> aquella vez con Marcelo en el<br />
avión, pero igual la retiré.<br />
—Oh, perdón —lo dijo ceremoniosamente, aunque en broma.<br />
Nos quedamos un rato en silencio. El me siguió <strong>mi</strong>rando y yo sentía<br />
cada vez más su <strong>mi</strong>rada. No; nunca me habían <strong>mi</strong>rado así. Pensé<br />
en la <strong>mi</strong>rada celeste <strong>de</strong> Marcelo, que lo volvía seductor a él, no a mí.<br />
Traté <strong>de</strong> acordarme <strong>de</strong> la <strong>mi</strong>rada <strong>de</strong> Fernando pero sólo pudo llegar<br />
su <strong>mi</strong>rada distraída <strong>de</strong> los últimos tiempos.<br />
La <strong>de</strong> Guido era distinta: me hacía sentir femenina; era una sensación<br />
muy nueva.<br />
Esa vez no retiré la mano. La suya era tibia y me la daba con cuidado<br />
como si la mía fuera muy frágil. No <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> acariciármela y<br />
yo no tenía más remedio que volverme, toda yo, tan frágil como <strong>mi</strong><br />
mano.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Se acercó más a mí. Noté que sus ojos tenían el <strong>mi</strong>smo color <strong>de</strong><br />
los míos. Se acercó más todavía y me besó. Un beso muy, muy suave.<br />
Me aparté un poco: él también.<br />
—Sos muy dulce —me dijo.<br />
Estaba muy confundida. Había pensado varias veces esos días en<br />
Marcelo, en la forma como me había dicho “tenés <strong>mi</strong>edo…” en que<br />
me había sentido bien con él, y <strong>de</strong> pronto resultaba que también me<br />
podía sentir bien con Guido.<br />
Hacía tan poco tiempo que Fernando se había ido y ya habían aparecido<br />
dos hombres tan distintos y me podían gustar los dos.<br />
Me sentí mal. ¿Y la viuda <strong>de</strong> la campiña española? Guido se acercó<br />
para besarme, pero notó algo en mí, a pesar <strong>de</strong> que era imperceptible.<br />
—Todavía no ¿verdad?— me dijo.<br />
Qué razón tenía. Cuánto me costaba todo, qué <strong>de</strong>spacio podía<br />
avanzar. Guido había entendido.<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
39.<br />
Beatriz apareció por nuestra oficina especialmente para hablar con<strong>mi</strong>go,<br />
por primera vez en el mes que yo llevaba en la agencia. Me preguntó<br />
si había hecho el aviso <strong>de</strong> los triplex. Claro que lo había hecho<br />
yo. Era el primero que me publicaban, todo un aconteci<strong>mi</strong>ento. Porque<br />
con los avisos pasa como con las tortuguitas que nacen <strong>de</strong> los<br />
huevos que la tortuga madre pone en la arena: pocos, muy pocos, llegan<br />
al mar.<br />
Pero no me pasaba sólo a mí. El lugar para los avisos, los <strong>de</strong> Freddy,<br />
los <strong>de</strong> Juan, los <strong>de</strong>l mundo entero, sospecho, era la más <strong>de</strong> las veces<br />
el canasto <strong>de</strong> los papeles.<br />
Freddy me había aconsejado que no me enamorara <strong>de</strong> lo que escribía,<br />
pero encontré una manera mejor para no sufrir por culpa <strong>de</strong>l<br />
canasto. Trabajaba para mí, disfrutaba haciendo los avisos, corrigiéndolos<br />
una y otra vez, hasta que quedaban “redonditos”.<br />
Después, que los modificaran, los criticaran, los vetaran o los estropearan<br />
<strong>de</strong>finitivamente, no era cuestión mía. Lo que no había tenido<br />
en cuenta, era que <strong>de</strong> vez en cuando los publicaban.<br />
—Sí. —le contesté.<br />
Casi a un tiempo, como si se hubieran puesto <strong>de</strong> acuerdo, Juan y<br />
Cossio empezaron como en un contrapunto, a hablar bien <strong>de</strong> “ ’sta<br />
chica” (que venía a ser yo) Juan dijo, haciéndose el lunfa:
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
se me está portando bien, ‘sta chica, se me.<br />
—‘Sta chica te come? —le preguntó Beatriz, que ese día parecía otra,<br />
siguiendo el juego.<br />
—Me come, me trabaja, me anda bien, me anda. —contestó Juan y<br />
Cossio dijo también algo por el estilo.<br />
Al principio yo también me reí, pero como todos se seguían riendo<br />
ter<strong>mi</strong>né por ponerme colorada y ya no sabía dón<strong>de</strong> meterme. De<br />
todos modos los halagos me habían gustado y el lunfardo los hacía<br />
parecer más cariñosos todavía.<br />
Cuando Beatriz llegó a la puerta se volvió para <strong>de</strong>cirme que ya<br />
que me gustaban las plantas, que comprara algunas más y que le pasara<br />
el vale.<br />
Bueno, podía seguir regando <strong>mi</strong>s plantas tranquila y seguir llevando<br />
jaz<strong>mi</strong>nes a la agencia. Sentía que habían aceptado <strong>mi</strong> pedacito <strong>de</strong><br />
ama <strong>de</strong> casa, que no podía olvidar.<br />
La historia <strong>de</strong>l aviso había empezado cuando Cossio se apareció<br />
con unos planos <strong>de</strong> unos triplex en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong>l bosque, en Pinamar, cerca<br />
<strong>de</strong> la playa, con postigones <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, pare<strong>de</strong>s lustrosas y blancas,<br />
techos con gruesas vigas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y un <strong>de</strong>sván.<br />
Pensé entonces en los libros que había leído en <strong>mi</strong> infancia, don<strong>de</strong><br />
era infaltable el <strong>de</strong>sván. Pensé en la cabaña en la que habíamos estado<br />
con los chicos en Bariloche. Pensé en el bosque <strong>de</strong> Caperucita y<br />
el lobo, en las vacaciones en fa<strong>mi</strong>lia, esas que ya no tenía y con todo<br />
eso en <strong>mi</strong> cabeza, aunque sin <strong>de</strong>cir ninguna <strong>de</strong> ellas, hice <strong>mi</strong> aviso.<br />
Salió en La Nación <strong>de</strong>l do<strong>mi</strong>ngo. Me levanté temprano, nada más<br />
que para ir a comprar el diario. Fue emocionante verlo publicado. Parecía<br />
distinto. Lo recorté y lo pegué en <strong>mi</strong> carpeta <strong>de</strong> tapas naranjas.<br />
De tanto en tanto lo <strong>mi</strong>raba. Había tantas cosas mías encerradas<br />
en ese aviso…<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
40.<br />
Me <strong>de</strong>sperté en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> la noche. Escuché el silencio. Traté <strong>de</strong><br />
adivinar la hora, pero no pu<strong>de</strong>. Sin embargo sabía lo suficiente: faltaba<br />
mucho para levantarme y ya no me quedaba sueño para seguir<br />
dur<strong>mi</strong>endo.<br />
Empecé a pensar distraídamente. Vagué <strong>de</strong> un rostro a otro. Omar,<br />
Marcelo, Guido, Juan, Omar, todos diferentes.<br />
Me había <strong>de</strong>spertado un viejo sueño, <strong>mi</strong> predilecto, el que me gustaba<br />
soñar <strong>de</strong>spierta cuando era adolescente.<br />
Lo retocaba y lo corregía, pero siempre era el <strong>mi</strong>smo: soñaba que<br />
era la secretaria <strong>de</strong> un hombre famoso… que escribía una novela…<br />
Es curioso. Jamás había soñado con casarme y tener hijos.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
41.<br />
Los viernes nuestros humores no coincidían. Yo estaba triste porque<br />
el fin <strong>de</strong> semana me aterraba y él contento al no tener que trabajar<br />
al día siguiente. Tampoco coincidíamos los lunes, en que yo estaba<br />
contenta porque la agencia me ayudaba a no pensar en <strong>mi</strong>s penas<br />
y él mufado, por volver.<br />
Ese viernes me pareció más jovial que <strong>de</strong> costumbre. Bromeaba<br />
con todo el mundo y hasta se ofreció para hacer el café, quizás por<br />
primera vez en su historia.<br />
Me gustan los viernes porque estás <strong>de</strong> buen humor. —le dije.<br />
Juan se acercó bruscamente y quedamos muy cerca. Me <strong>mi</strong>ró y con<br />
voz baja y ronca me dijo:<br />
—Ayer me separé, Inés.<br />
Me sentí paralizada, no sé si por la sorpresa, o por su cercanía.<br />
—Decímelo otra vez.<br />
—Para qué, si me entendiste perfectamente. No quiero que nadie<br />
lo sepa.<br />
Me hice a un lado para <strong>de</strong>jarlo pasar y Juan se sentó frente a su escritorio.<br />
Nos <strong>de</strong>dicamos a disimular. Entró alguien y me preguntó:<br />
—¿<strong>Te</strong> pasa algo, Inés? —traté <strong>de</strong> disimular mejor.<br />
Cuando nos quedamos solos, él en su escritorio y yo en el mío,<br />
121
122<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
enfrentados y separados por nuestras máquinas <strong>de</strong> escribir, me asomé<br />
para preguntarle qué había pasado.<br />
El abrió las manos, sin nada para <strong>de</strong>cir.<br />
—No entiendo… <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l cuento que escribiste…<br />
—No confundas la literatura con la vida.<br />
—No era solamente un cuento. ¡Lo escribiste para ella!<br />
Lo escribió cuando su mujer se fue unos días a visitar a su fa<strong>mi</strong>lia.<br />
Decía que habría que inventar un seguro <strong>de</strong> soledad para esas ocasiones.<br />
El abandonado no iría a trabajar, se metería en la cama, y los<br />
a<strong>mi</strong>gos lo irían a visitar, llevándole libros o bombones, para que él<br />
se <strong>de</strong>dicara solamente a extrañar a su amada. Recién se levantaría <strong>de</strong><br />
la cama y se pondría su mejor atuendo el día en que fuera a buscarla<br />
a la estación.<br />
Cuando lo leí, pensé con un poco <strong>de</strong> envidia cómo me gustaría que<br />
alguien me quisiera tanto, pero también me hizo bien pensar que si<br />
a otros les sucedía, también podría pasarme a mí.<br />
Repuesta <strong>de</strong> la sorpresa, apareció otra preocupación. Hasta ese momento<br />
Juan podía parecerme muy atractivo, muy inteligente pero inocuo,<br />
porque estaba enamorado.<br />
De pronto se había quedado solo, tan solo como yo.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
42.<br />
Se lo contaba a todo el mundo, sin excepción, lo <strong>de</strong> escribir un libro<br />
con Omar, incluso se lo conté a Héctor, un conocido <strong>de</strong> Fernando<br />
que encontré por casualidad en la calle.<br />
Me dijo que era una coinci<strong>de</strong>ncia increíble, porque justamente estaba<br />
necesitando alguien para ayudarlo a redactar un informe para<br />
un laboratorio.<br />
Al principio me alegré, pero <strong>de</strong>spués resultó más difícil que el libro<br />
<strong>de</strong> Omar, porque Omar redactaba mal, pero redactaba. Héctor en<br />
cambio garabateaba en distintos papeles i<strong>de</strong>as sueltas, y era una hazaña<br />
poner or<strong>de</strong>n a ese caos.<br />
La única cosa a favor era cierta fa<strong>mi</strong>liaridad con el vocabulario, porque<br />
se relacionaba con la materia que acababa <strong>de</strong> rendir.<br />
A<strong>de</strong>más, la había dado dos veces, cosa inédita ya que, según Alfonso,<br />
enérgico <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong> aprobar raspando, soy una “traga”.<br />
El problema es que la profesora exigía el uso <strong>de</strong> la memoria, pobrecita<br />
yo, que tengo la peor <strong>de</strong> la ciudad y el Gran Buenos Aires.<br />
La segunda vez, con un esfuerzo sobrehumano, lo logré.<br />
—A ver, chiquita, (todas éramos “chiquitas” salvo los “chiquitos”) rápido,<br />
chiquita, no tengo toda la tar<strong>de</strong>: cretinismo en el niño —enanismo<br />
y retardo mental—, le contesté, obediente,<br />
123
124<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Entonces ella sacó pecho, que lo tenía, y mucho, porque yo había<br />
aprendido. Me sentí mucho peor todavía cuando le dijo a <strong>mi</strong>s pobres<br />
compañeros que todavía esperaban su turno:<br />
—Así es como se estudia.<br />
Sea como fuere, a Héctor le pareció bien el informe, al laboratorio<br />
también, y entonces me confesó que había sido una especie <strong>de</strong> prueba.<br />
Su intención era que escribiera para él un libro <strong>de</strong> su especialidad,<br />
porque no era capaz <strong>de</strong> escribir ni siquiera una composición para su<br />
hija, la <strong>de</strong> tercer grado.<br />
El sábado siguiente vino a <strong>mi</strong> casa para hablarle con gran entusiasmo<br />
al grabador y a mí, <strong>de</strong> su teoría <strong>de</strong> que la medicina tenía que<br />
volver a lo natural, intervenir lo menos posible, y respetar la biología<br />
sin invadirla.<br />
Lo <strong>mi</strong>ré con atención. Era aceptablemente buen mozo, buena ropa,<br />
buenos zapatos, manos cuidadas. Los ojos eran oscuros y brillantes,<br />
pero algo en la <strong>mi</strong>rada la volvía fría.<br />
Se <strong>de</strong>spidió diciéndome que le encantaba trabajar con<strong>mi</strong>go, que<br />
yo era estimulante, <strong>mi</strong> casa muy agradable y el café excelente. Ya en<br />
la puerta agregó:<br />
—Acordate, hacete valer, que sos muy valiosa.<br />
Me lo había dicho ya una vez, en un momento en que yo sentía<br />
que no valía nada, porque estaba a punto <strong>de</strong> quedarme sin marido,<br />
aunque él no lo sabía.<br />
Me gustó el entusiasmo con que emprendía su proyecto, el respeto<br />
y cuidado por sus pacientes, me olvidé <strong>de</strong> su <strong>mi</strong>rada fría y lo empecé<br />
a ad<strong>mi</strong>rar. Me sentí afortunada por trabajar con él.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
43.<br />
Mirá, flaquita, un aviso para vos: “Se necesitan redactores. La experiencia<br />
es conveniente; la creatividad, indispensable, Importante<br />
agencia <strong>de</strong> publicidad, escribir carta manuscrita a casilla <strong>de</strong> correo…<br />
Julián me guiñó el ojo y siguió diciendo:<br />
—… ya que escribís cartas tan piolas..<br />
—ya sé, querés que me vaya –lo interrumpí.<br />
—Tal cual, me tienen harto tus ojos bizcos, tus 120 kilos, tu voz <strong>de</strong><br />
papel <strong>de</strong> papel <strong>de</strong> lija…<br />
Le hice una mueca y seguí leyendo el diario, especialmente los<br />
avisos, que para algo una está en publicidad. Qué loco este Julián,<br />
<strong>mi</strong>rá si iba a <strong>de</strong>jar Réplica. Estaba bien don<strong>de</strong> estaba, ¿para qué querer<br />
cambiar?<br />
Sin embargo, no podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pensar en el aviso. Me hacían cosquillas<br />
los <strong>de</strong>dos, hasta que no aguanté más las cosquillas y escribí la<br />
carta. No era ni la <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> buena, ni la <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> ingeniosa que la <strong>de</strong><br />
la primera vez, pero tenía lo suyo. La pasé a mano, la llevé al buzón<br />
más cercano y antes <strong>de</strong> que tuviera tiempo <strong>de</strong> arrepentirme, la carta<br />
estuvo a<strong>de</strong>ntro: ya no me podía echar atrás.<br />
Llegué ja<strong>de</strong>ando a la agencia. Había corrido como si me persiguiera<br />
un enjambre completo <strong>de</strong> abejas africanas. Juan me preguntó qué<br />
125
126<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
me pasaba. Le conté y contrariamente a lo que esperaba, se quedó lo<br />
más tranquilo.<br />
—Juan… ¿no te parece que estoy un poco loca?<br />
—No.<br />
—¿Qué estoy haciendo?<br />
—Probando tus alas.<br />
—A<strong>de</strong>más, no te creas que es algo especial.<br />
Siguió haciendo aran<strong>de</strong>las <strong>de</strong> humo y <strong>mi</strong>rando como se <strong>de</strong>shacían<br />
al llegar al techo.<br />
Resucitó y me dijo:<br />
—Yo te conozco, no an<strong>de</strong>s creyendo que es un <strong>mi</strong>lagro, avisos como<br />
esos hay todos los días. El ambiente <strong>de</strong> publicidad se parece al juego<br />
<strong>de</strong> las sillas, todos cambian <strong>de</strong> lugar.<br />
Siempre arruinando ilusiones, este Juan. Aunque bah, para qué preocuparme<br />
si total no me iban a llamar.<br />
—Hablo <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> García Torres, <strong>de</strong> Salas y Asociados.<br />
Pero me llamaron.<br />
Corrí a contárselo a Silvia y ella abrió los ojos espantada:<br />
—¿Nada menos que De Salas te llamaron?<br />
—Sí. ¿qué tiene?<br />
Resultó ser una <strong>de</strong> las agencias más gran<strong>de</strong>s y en la que todo el mundo<br />
tenía ganas <strong>de</strong> entrar. “Trabajé en Salas” era una especie <strong>de</strong> pasaporte<br />
para cualquier otra agencia.<br />
—No me digas que no vas a ir —se alarmó.<br />
No; porque quieren que trabaje ocho horas.<br />
—Dios el da pan al que no tiene… Réplica Publicidad. Sí señor, le<br />
comunico —y siguió trabajando <strong>mi</strong>entras me <strong>mi</strong>raba con ojos <strong>de</strong> reproche.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
44.<br />
Podía escuchar los sollozos <strong>de</strong> Marina a través <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l<br />
baño.<br />
—Por favor, Marina, ¿qué te pasa?<br />
—Nada, nada.<br />
—Cómo nada, algo te pasa para encerrarte. Abrime la puerta por<br />
favor.<br />
—No, mamá, no te lo voy a contar.<br />
—No hace falta que me cuentes nada. Yo solamente quiero estar<br />
con vos.<br />
Abrió la puerta y la abracé. Tuve conciencia <strong>de</strong> lo que había crecido<br />
en los últimos tiempos y lamenté ser más baja que ella, una madre así<br />
no me parecía ser una protección suficiente a la hora <strong>de</strong> los abrazos.<br />
—¿<strong>Te</strong> peleaste con Pablo?<br />
—Es que siempre está pensando en “eso”.<br />
Como aquel día que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchos ro<strong>de</strong>os, yo me había atrevido<br />
a pedirle a <strong>mi</strong> madre que me enseñara a cuidarme, y ella se había<br />
sentido muy molesta, no fuera cosa que yo anduviese pensando en<br />
“eso”. Arreglarme por <strong>mi</strong> lado no fue lo mejor que me pudo pasar.<br />
Nunca le volví a preguntar nada. Pero qué otra cosa podía hacer<br />
<strong>mi</strong> mamá, si la abuela lo único que les dijo, cuando estuvieron “en<br />
edad <strong>de</strong> merecer” que si alguna <strong>de</strong> ellas (eran tres hermanas, todas en<br />
127
128<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
la “edad <strong>de</strong> merecer”) llegara “a quedar” que ni se apareciera por su<br />
casa: “se me atan una soga al cuello, con una buena piedra y se me<br />
tiran al río.”<br />
Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> acariciarla, le dije:<br />
—Marina “eso” es una forma <strong>de</strong> querer “Eso” se llama hacer el<br />
amor.<br />
—Para mí no, mamá.<br />
No todavía. Cuando se quiere a alguien se lo quiere para charlar, para<br />
estar juntos, para ir a pasear, para hacer el amor. Y Pablo te quiere.<br />
Seguimos charlando abrazadas un rato más hasta que <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> llorar.<br />
Cada tanto yo también caía en el “eso”. No me era fácil quebrar<br />
la larga ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> madres que no podíamos llamar a las cosas por su<br />
nombre, como si fuera lo <strong>mi</strong>smo <strong>de</strong>cir que hacer.<br />
Le prometí a Marina que hablaría con Pablo. Pobre, estaba sentado<br />
en la puerta <strong>de</strong> casa, muy afligido porque la había hecho llorar, sólo<br />
por una caricia que a ella no le había gustado. Le dije simplemente<br />
que cada uno tenía su tiempo y que a Marina no le había llegado el<br />
suyo. (Y el mío… ¿habría llegado?)
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
45.<br />
Cuando Héctor leyó las primeras páginas que yo había escrito se<br />
puso muy contento. Me dijo que él hubiera escrito exactamente así,<br />
<strong>de</strong> haber sabido cómo hacerlo.<br />
Mi problema empezó cuando tuve que <strong>de</strong>cirle cuánto le iba a cobrar.<br />
¿Acaso no era un trabajo? Y un trabajo largo, por cierto. El no<br />
era a<strong>mi</strong>go mío, así que todos estaban <strong>de</strong> acuerdo con que le cobrara,<br />
y coincidían bastante con la cifra: Juan, Julián, una periodista a<strong>mi</strong>ga<br />
a la que también consulté.<br />
Empecé a pensar en que para qué cobrarle, si a mí no me cuesta<br />
nada, y a<strong>de</strong>más me gusta hacerlo, pobre Héctor que iba a tener que<br />
trabajar para pagarme a mí. Cuantas cosas disfrazadas <strong>de</strong> plata <strong>de</strong>bía<br />
haber ahí. De esa plata con la que nunca me había llevado <strong>de</strong>masiado<br />
bien y que nunca había sentido mía. “Papá, me das para…”<br />
Fernando, necesito para…” Los dos habían sido generosos con<strong>mi</strong>go,<br />
apenas si rezongaban un poco <strong>de</strong> vez en cuando. Por eso trataba<br />
<strong>de</strong> no pedirles <strong>de</strong>masiado, para protegerlos por lo buenos que eran<br />
con<strong>mi</strong>go.<br />
Pero no solamente los había protegido a ellos. Siempre andaba protegiendo<br />
a los <strong>de</strong>más, sin pensar en protegerme yo. A los <strong>de</strong>más, que<br />
nunca me habían pedido que los protegiera. Quizás por eso Fernando<br />
me había reprochado ser <strong>de</strong>masiado maternal con él.<br />
129
130<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
En fin, que una está hecha <strong>de</strong> lo que le van diciendo que es. “Sos<br />
dulce”, me había dicho Guido; “sos vulnerable” me dijo Marcelo. Y<br />
parece que una se va acomodando a eso, como parece que se acomodó<br />
Freud a la predicción <strong>de</strong> la gitana al nacer, y fue un hombre importante,<br />
fue Freud.<br />
Papá había esperado todo <strong>de</strong> mí. Cualquier cosa que yo hiciera<br />
iba a estar bien, yo iba a hacer gran<strong>de</strong>s cosas, porque para él era linda,<br />
inteligente y buena. Era “Lucecita”, su luz. Pero no busqué a alguien<br />
como él, sino a Fernando, que no aceptaba <strong>mi</strong> manera <strong>de</strong> ser,<br />
que quería cambiarme.<br />
Cuando me cambió tanto, que yo no sabía más quién era, cuando<br />
no podía seguir viviendo siempre ansiosa, consolándome con la co<strong>mi</strong>da<br />
aunque co<strong>mi</strong>endo sin hambre, dur<strong>mi</strong>endo sin sueño; cuando<br />
<strong>mi</strong>s anginas se volvieron más y más dolorosas, empecé a analizarme.<br />
Entonces supe que, por complacer a Fernando, porque lo quería, había<br />
cambiado tanto, que no era más que su sombra, y yo quería seguir<br />
siendo una lucecita, no una sombra.<br />
Era una hermosa noche <strong>de</strong> verano. Había olor a jazmín. Fernando<br />
me había puesto una mano en la cintura, me había <strong>mi</strong>rado con infinita<br />
tristeza y me había dicho, muy <strong>de</strong>spacio, que había llegado el<br />
momento <strong>de</strong> pensar en separarnos.<br />
Me había abrazado y <strong>mi</strong>entras me acariciaba el pelo, me dijo al<br />
oído como aceptando un cruel <strong>de</strong>stino imposible <strong>de</strong> modificar, que<br />
yo ya no era la <strong>mi</strong>sma, que no era la <strong>de</strong> antes, que el análisis me había<br />
cambiado.<br />
—Pero Fernando —le dije entre lágrimas —me estaba enfermando<br />
por ser así.<br />
—No creo que estuvieras enferma, yo te prefería así.<br />
Qué trampa horrible; para po<strong>de</strong>r ser yo, para sentirme bien, tenía<br />
que per<strong>de</strong>r a Fernando. Para tenerlo, tenía que resignarme a sufrir y<br />
aún así, me parecía imposible volver el tiempo atrás.<br />
Estuvimos abrazados mucho tiempo. Los chicos venían <strong>de</strong> tanto<br />
en tanto a ver qué nos pasaba. Yo no podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> llorar, ni<br />
tampoco podía enten<strong>de</strong>r por qué las cosas tenían que ser <strong>de</strong> esa<br />
manera.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Fernando también lloró, pero ni sus lágrimas ni las mías sirvieron<br />
para nada.<br />
¿Qué había hecho yo con <strong>mi</strong>s ganas <strong>de</strong> vivir, <strong>de</strong> estar con gente,<br />
<strong>de</strong> estudiar? ¿Por qué Fernando me había buscado para cambiarme,<br />
para que me acomodara a sus horarios, a sus gustos, a su prolijidad?<br />
¿Por qué lo había elegido yo a él, para acomodarme y acomodarme,<br />
para claudicar y claudicar, para olvidar <strong>mi</strong>s proyectos, <strong>mi</strong> carrera, las<br />
ganas <strong>de</strong> divertirme y <strong>de</strong> reír?<br />
Había sido un extraño encuentro, el nuestro, porque había durado<br />
mucho tiempo, porque nos había per<strong>mi</strong>tido hacer tantas cosas<br />
juntos.<br />
Sobre todo, habíamos tenido esos cuatro hijos, que eran como cuatro<br />
soles, bellos, fuertes, sanos, nuestros.<br />
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132<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
46.<br />
Decidí aceptar la entrevista con García Torres, <strong>de</strong> Salas y Asociados,<br />
sin saber muy bien por qué. Tal vez quería conocerlo, o conocer<br />
cómo era otra agencia.<br />
Cuando llegué a Salas me encontré con un edificio entero, todo<br />
agencia, todo alfombra y luces direccionales. Pobrecita Réplica, qué<br />
agencia tan chiquita había resultado.<br />
—A<strong>de</strong>lante, el señor García Torres la espera —una <strong>de</strong> las recepcionistas<br />
me acompañó hasta la puerta <strong>de</strong> la oficina.<br />
Era lo menos parecido a un creativo <strong>de</strong> los que yo había visto hasta<br />
ese momento. No tenía ni el aire hippie <strong>de</strong> Juan, ni el displicente <strong>de</strong><br />
Freddy, sino el <strong>de</strong> un empleado ad<strong>mi</strong>nistrativo, sólo que en remera.<br />
Yo había preparado un discurso, lo había repasado bien. Se lo dije,<br />
tratando <strong>de</strong> que pareciera que se me acababa <strong>de</strong> ocurrir. No había ido<br />
a pedirle el puesto, sino simplemente a que me conociera y viera <strong>mi</strong>s<br />
trabajos, por si surgía alguna oportunidad para trabajar freelance.<br />
Abrió un cajón <strong>de</strong>l escritorio y sacó <strong>mi</strong> carta. <strong>Te</strong>nía escrito con marcador<br />
rojo “no pue<strong>de</strong> ocho horas”.<br />
García Torres, a <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> ca<strong>mi</strong>no entre el galanteo y la seriedad<br />
profesional, me dijo que no podía darme un trabajo <strong>de</strong> mediodía y<br />
yo volví a <strong>de</strong>cirle que no era un trabajo fijo lo que buscaba.<br />
—¿Por qué no pue<strong>de</strong> trabajar ocho horas?
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—Porque no quiero <strong>de</strong>jar a <strong>mi</strong>s chicos solos.<br />
—¿Son chicos?<br />
No, son gran<strong>de</strong>s —el arqueó las cejas, lo cual quería <strong>de</strong>cir “y entonces?”<br />
—Hace muy poco que me separé. No quiero <strong>de</strong>jarlos justo ahora.<br />
Después, se puso a hablar <strong>de</strong> qué genialida<strong>de</strong>s y para que marcas las<br />
había creado, que yo, que por el momento tenía tan poco que ver con<br />
la publicidad, apenas conocía, pero trataba <strong>de</strong> que no se diera cuenta.<br />
Cada tanto volvía, como quien no quiere la cosa, al tema <strong>de</strong>l trabajo.<br />
—¿Usted sabe el sueldo que le puedo ofrecer? —quiso tentarme<br />
—No tengo problemas econó<strong>mi</strong>cos —no me tentó.<br />
Habló otro rato <strong>de</strong> lo importante que era la agencia, <strong>de</strong> su fundador,<br />
<strong>de</strong> los creativos que habían pasado por ella, hasta que volvió a<br />
la carga:<br />
—¿Y si trabajara seis horas?<br />
—No puedo.<br />
—Mire que nadie en publicidad trabaja cuatro horas.<br />
—En Réplica trabajo medio día —le dije con una <strong>de</strong>liberada y encantadora<br />
sonrisa.<br />
Me pidió la carpeta. Era tan exigua que me dio vergüenza. Había<br />
que ver que no había cumplido todavía los dos meses, qué se podía<br />
esperar.<br />
—Esta frase es genial para un chocolate dietético: “Cui<strong>de</strong> su silueta,<br />
coma chocolate”.<br />
—¿Sí? —le dije <strong>mi</strong>entras pensaba que no era para tanto.<br />
Se quedó un rato <strong>mi</strong>rándome, como si se preguntara a sí <strong>mi</strong>smo,<br />
por alguna razón que seguramente no tenía nada que ver con <strong>mi</strong> supuesta<br />
genialidad, qué diablos podía hacer con esta <strong>mi</strong>na.<br />
Al fin, me preguntó si yo me animaría a hacer publicidad para una<br />
marca <strong>de</strong> tractores.<br />
Se me fue el alma a los pies, que cosa más aburrida. La levanté y le<br />
contesté por supuesto que sí.<br />
Llamó a alguien por el interno. Cuando vino, García Torres me lo<br />
presentó y yo, como correspon<strong>de</strong>, me quedé sin saber quién era. Le<br />
133
134<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
preguntó si le parecería bien que yo me encargase <strong>de</strong> Mc. Kinley. El<br />
otro dijo que sí. Le preguntó <strong>de</strong>spués que teniendo en cuenta el producto,<br />
si le importaba que yo fuese mujer, pregunta absurda, porque<br />
el otro no iba a <strong>de</strong>cir que sí <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, y probablemente García<br />
Torres no le iba a importar si al otro le importaba.<br />
—Hecho —me <strong>mi</strong>ró sonriendo.<br />
—¿Pue<strong>de</strong> empezar el lunes?<br />
Yo había dicho que no a todo; no iba a <strong>de</strong>cir que sí a último momento,<br />
por lo cual le dije que empezaría el martes, que era primero<br />
<strong>de</strong> mes. A esta altura, él ya estaba resignado.<br />
Después me habló <strong>de</strong>l sueldo, (usted compren<strong>de</strong>rá que no es el <strong>mi</strong>smo<br />
que le mencioné, me dijo convencido) Yo comprendía pero abandoné<br />
<strong>mi</strong> displicencia, esa que me había dado tanto resultado y le dije<br />
que me parecía poco. Le leí el pensa<strong>mi</strong>ento y me a<strong>de</strong>lanté, aclarándole<br />
que yo no tenía problemas econó<strong>mi</strong>cos, pero que a mí me gustaba<br />
ganar lo que me correspondía.<br />
García Torres se sonrió, lo aumentó un poco, con lo cual llegó casi<br />
al doble <strong>de</strong> lo que ganaba en Réplica.<br />
Cuando quise acordarme, ya estaba en el taxi, con un nuevo trabajo,<br />
que había conseguido diciendo a todo que no.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
47.<br />
—<strong>Te</strong>ngo <strong>mi</strong>edo, Freddy. Cuando fui a verlo a García Torres fui en<br />
triunfadora, total no tenía nada que per<strong>de</strong>r, pero cuando llegue el momento<br />
<strong>de</strong> trabajar… ¿qué pasa si no puedo?<br />
—Vamos, nena. ¿Acaso vos le mentiste en algo?<br />
—No; todo lo que le dije era verdad.<br />
—¿Y entonces?<br />
—Entonces… ¿qué pasa si no me sale hacer los avisos <strong>de</strong> tractores?<br />
Freddy se sacó los anteojos <strong>de</strong> sol para <strong>mi</strong>rarme y me dijo:<br />
—Ellos no te van a tirar una campaña <strong>de</strong> entrada, porque saben que<br />
sos nuevita. Van a empezar con cositas fáciles.<br />
Bien, eso parecía arreglado, o al menos un poco, pero había otras<br />
cosas que me preocupaban todavía:<br />
—¿Cómo hago para <strong>de</strong>cir que me voy?<br />
—Vas y <strong>de</strong>cís: me voy —hizo un gesto <strong>de</strong> ¿ves qué fácil?<br />
—¿A quién se lo tengo que <strong>de</strong>cir?<br />
Mirá: en todos los casos, es mejor hablar con el capo. A<strong>de</strong>más,<br />
Stafford es <strong>de</strong> lo mejorcito que tenemos.<br />
—¿Le puedo <strong>de</strong>cir que me voy a otra agencia? García Torres me había<br />
aconsejado no <strong>de</strong>cirlo. Freddy se encogió <strong>de</strong> hombros:<br />
—Cosas <strong>de</strong> él.<br />
135
136<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—¿Puedo <strong>de</strong>cirle también que no me gustó nada como lo trató a<br />
Miguel?<br />
—Nena, estás muerta <strong>de</strong> <strong>mi</strong>edo; ya sabés todo lo que necesitás y<br />
tengo que ponerme a trabajar.<br />
Le di las gracias, y cuando estaba en la puerta me dijo algo más.<br />
—Podés todo. Total te vas.<br />
<strong>Te</strong>nía razón. Yo estaba pálida. <strong>Te</strong>nía <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r lo que había<br />
logrado, <strong>de</strong> equivocarme, <strong>de</strong> que en el juego <strong>de</strong> la silla me tocara<br />
quedarme sin ninguna, <strong>de</strong> la agencia nueva y <strong>de</strong>sconocida, <strong>de</strong> enfrentar<br />
a Stafford.<br />
—Ah, y cuando estés con Stafford pensá en la panza que tiene, no me<br />
digas que le vas a tener <strong>mi</strong>edo a un hombre con semejante panza.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
48.<br />
Stafford me hizo pasar a su oficina, a su escritorio imponente, a su<br />
panza asomándose por encima <strong>de</strong>l cinturón. Me senté enfrente, en<br />
una silla giratoria que invitaba a hamacarse hacia un lado y el otro.<br />
Todo lo que hice a partir <strong>de</strong> ahí, fue abrir la boca. Me parece que a<br />
Freddy se le fue la mano en darme aliento y me lancé, sin saber qué<br />
iba a <strong>de</strong>cir. Empecé por agra<strong>de</strong>cerle por haberme aceptado en su agencia,<br />
don<strong>de</strong> yo había aprendido mucho, y sobre todo le agra<strong>de</strong>cía la<br />
oportunidad <strong>de</strong> enterarme que sabía escribir, a tal punto que estaba<br />
escribiendo dos libros para otras tantas personas.<br />
—¿Se pue<strong>de</strong> saber adón<strong>de</strong> te vas?<br />
Hice una pausa para lograr efecto y le dije, como restándole importancia:<br />
—A Salas y Asociados. —se hizo el burro, pero le impactó, seguro<br />
que sí.<br />
—¿Cuánto te pagan?<br />
Redondée la cifra un poco nada más, total una mentira tan pequeña<br />
como esa era casi una licencia poética.<br />
Puso una cara <strong>de</strong>spectiva y me dijo que no parecía ser <strong>de</strong>masiado,<br />
para trabajar ocho horas.<br />
Hice otra pausa para causar efecto, una buena sonrisa y le dije <strong>de</strong>spacio,<br />
letra por letra:<br />
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138<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—Por cuatro horas.<br />
Abandonó el aire canchero y dijo que le parecía una barbaridad y<br />
si ellos sabían que había estado solamente dos meses en Réplica.<br />
—Sí —le dije, pero él no me creyó. Tomé aire y seguí:<br />
—Mi <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> gratitud contigo me hubiera impedido intentar en<br />
otra agencia, si no hubiesen pasado cosas en Réplica que no me gustaron…<br />
Se mostró interesado y se acomodó en el asiento, lo cual me dio<br />
fuerzas para seguir:<br />
—… te diré que <strong>mi</strong>s compañeros son extraordinarios, aprendí mucho<br />
con ellos, no tengo nada <strong>de</strong> que quejarme, pero me dolió mucho<br />
lo <strong>de</strong> Miguel, le hiciste <strong>de</strong>jar su trabajo y ahora lo vas a echar.<br />
Como él no <strong>de</strong>cía nada, me subí a <strong>mi</strong> reivindicación y le dije:<br />
—¿Acaso la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> tomar gente sin experiencia no fue tuya?<br />
—Bueno, el asunto <strong>de</strong> Miguel… no lo voy a echar <strong>de</strong> la noche a la<br />
mañana. A<strong>de</strong>más, esta no es una Sociedad <strong>de</strong> Beneficencia; si alguien<br />
sirve, bien, y si no…<br />
—Stafford, por favor dale una oportunidad, dale tiempo para que<br />
te <strong>de</strong>muestre si sirve o no.<br />
Stafford pareció incómodo. Decidí que ya había dicho bastante,<br />
incluso mucho más <strong>de</strong> lo que pensaba, así que <strong>de</strong>cidí cambiar <strong>de</strong><br />
tema.<br />
—Quiero volver a agra<strong>de</strong>certe por haber confiado en mí, y <strong>de</strong>cirte<br />
que por eso elegí este ca<strong>mi</strong>no en lugar <strong>de</strong> hablarte <strong>de</strong> vagos problemas<br />
personales.<br />
Me levanté para <strong>de</strong>spedirme y agregué que consi<strong>de</strong>raba que él era<br />
un buen tipo y se merecía <strong>mi</strong> sinceridad.<br />
Como con García Torres, las cosas se habían dado vuelta y no se<br />
sabía muy bien quién <strong>de</strong>spedía a quién.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
49.<br />
Había vuelto a la Facultad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho tiempo, el <strong>de</strong> las vacaciones<br />
<strong>de</strong> verano. Me había vestido con cuidado; iba a estar con mujeres,<br />
<strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gas. Disfruté anticipadamente sus elogios, porque a cualquiera<br />
le sienta bien rebajar un poco <strong>de</strong> peso, y si mucho, mejor.<br />
Empezaban los exámenes <strong>de</strong> febrero y Claudia tenía que dar uno. Fuimos<br />
todas las <strong>de</strong>l grupo: grupo <strong>de</strong> estudio, <strong>de</strong> compañeras, <strong>de</strong> compinches.<br />
Era raro hablar <strong>de</strong> “el grupo” como si fuera algo palpable y real. “Al<br />
grupo le vendría bien”; “El grupo te apoya en tu <strong>de</strong>cisión”, <strong>de</strong>cíamos.<br />
Nos gustaba ir en patota a <strong>de</strong>scubrir una boutique don<strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>nan<br />
cobrándote más caro, o la ropa se <strong>de</strong>stiñe, y la compraste porque estabas<br />
contenta y en compañía. Al llegar a casa ya no parece tan linda,<br />
pero el momento fue bueno, y chau.<br />
Claudia me había acompañado en <strong>mi</strong>s penas <strong>de</strong> recién separada, y<br />
también había sido la primera persona con quien me había cruzado<br />
cuatro años antes, en la revisación médica para entrar en la Facultad.<br />
<strong>Te</strong>níamos que llenar unos formularios absurdos, para que la gente se<br />
viera obligada a mentir y la Universidad a no enterarse <strong>de</strong> nada. Nos<br />
<strong>mi</strong>ramos cómplices al ver las preguntas:<br />
¿Es o ha sido alcohólico? O bien ¿Ha consu<strong>mi</strong>do o consume drogas?<br />
Me imaginaba a la computadora rechazando el formulario que<br />
<strong>de</strong>cía que sí, por idiota.<br />
139
140<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Claudia leyó la siguiente: ¿Es usted neurótica? Y me dijo:<br />
—Están fritos si esperan que yo lo vaya a reconocer.<br />
Así empezó nuestra a<strong>mi</strong>stad, que duró <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. Me encantaba<br />
ir a su casa, una enorme casa llena <strong>de</strong> adolescentes a<strong>mi</strong>gos <strong>de</strong> sus<br />
hijos. Podía llegar en cualquier momento, quedarme a comer e incluso,<br />
cuando <strong>mi</strong>s hijos estaban con el padre, quedarme a dor<strong>mi</strong>r.<br />
A Claudia le fue bien en el examen; estaba radiante. A celebrar<br />
entonces, juntar las mesas en el bar <strong>de</strong> la esquina, tomar un cortado<br />
como no sirven en ningún otro lado, con medialunas crujientes y sabor<br />
a Facultad.<br />
Nos llamó la atención que Liliana, la ansiosa y apurada, siempre<br />
a punto <strong>de</strong> salir corriendo para algún lugar, no había dicho una sola<br />
palabra. Le preguntamos qué le pasaba.<br />
—Mi ex-marido me propuso volver.<br />
Se hizo un repentino silencio, a todas nos interesaba el asunto.<br />
—¿Y? ¿y? ¿y? le preguntamos varias.<br />
—<strong>Te</strong>ngo dispepsia; no hago más que comer papas hervidas.<br />
Hacía dos años que su marido se había ido <strong>de</strong> su casa para vivir<br />
con otra mujer. Liliana había llorado mucho, había intentado suicidarse,<br />
había abandonado a sus hijos para entregarse a su pena, había<br />
resurgido lentamente y con mucho esfuerzo, se le acercaron algunos<br />
hombres, a los que ella trató como su matrimonio la había tratado a<br />
ella y, <strong>de</strong> tanto en tanto, era la amante <strong>de</strong> su ex – marido.<br />
Entretanto había seguido estudiando, se había apoyado, como todas<br />
nosotras en “el grupo”, y como todas nosotras, se recibiría a fin<br />
<strong>de</strong> año.<br />
Sabíamos que ella seguía queriéndolo, que no se había podido <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r<br />
<strong>de</strong> él, como no se había <strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> su alianza. Todo lo<br />
que hacía tenía que ver con él: para vengarse, darle celos, o envidia,<br />
o bronca… o ganas <strong>de</strong> volver.<br />
Pensé en Fernando y en mí, eran tan distintas las cosas entre nosotros.<br />
Se ter<strong>mi</strong>nó y se ter<strong>mi</strong>nó. Lo había visto el día anterior, cuando<br />
acompañó a Andrea <strong>de</strong> vuelta a casa: tostado, sonriente, pero muy<br />
distraído y lejano.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
En cambio yo me estaba guardando para él, por si volvía, pero en<br />
dos años, quién podría <strong>de</strong>cir lo que iba a suce<strong>de</strong>r.<br />
—¿Qué pensás hacer? —le pregunté a Liliana, para ahuyentar la angustia<br />
que me provocaba el futuro.<br />
—<strong>Te</strong>rapia <strong>de</strong> pareja —me contestó, más ansiosa que <strong>de</strong> costumbre,<br />
con sus pelos rubios oscilando <strong>de</strong> aquí para allá.<br />
—Los chicos no tienen que saberlo. No po<strong>de</strong>mos jugar con ellos al<br />
vuelvo-no vuelvo. Ya sufrieron mucho con el me voy – no me voy.<br />
—¿Una especie <strong>de</strong> noviazgo?<br />
—Sí. Le voy a a dar la <strong>mi</strong>sma oportunidad que le doy a cualquier<br />
otro <strong>de</strong> que me conquiste.<br />
—¿Y si te conquista?<br />
—No sé, no sé. —sacudía la cabeza una y otra vez.<br />
Seguro que sabía. Pero era mejor hacer como que no, porque <strong>de</strong><br />
lo contrario chau terapia, chau noviazgo y al otro día el marido estaba<br />
instalado <strong>de</strong> nuevo en su casa. Y el orgullo <strong>de</strong> una, dón<strong>de</strong> queda,<br />
caramba.<br />
141
142<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
50.<br />
Al cruzar la avenida lo vi a Fernando hablando por teléfono junto<br />
a la ventana. En ese momento <strong>mi</strong>ró hacia afuera, saludó con la mano<br />
y me hizo señas <strong>de</strong> que lo esperara abajo.<br />
—Ahora ya no tengo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> subir a tu oficina —le dije en cuanto<br />
estuvo a <strong>mi</strong> lado.<br />
Me sorprendió escuchar <strong>mi</strong> propia voz, tan seca, tan resentida.<br />
El no pareció sorpren<strong>de</strong>rse y me contestó con cansancio que había<br />
bajado porque estaban arreglando los ascensores.<br />
Me arrepentí; se había ocupado <strong>de</strong> que yo, no hiciera el esfuerzo <strong>de</strong><br />
subir por la escalera. Su gesto se había ajado porque lo dirigió a alguien<br />
que no lo podía recibir, que lo malograba con su <strong>de</strong>sconfianza.<br />
Qué diferente hubiera sido si me hubiese encontrado con cualquier<br />
otro que no fuera Fernando. Primero hubiera confiado, esperado<br />
a saber el por qué <strong>de</strong> su actitud, le habría dado tiempo para que<br />
me explicara, <strong>de</strong>recho para tener <strong>mi</strong>l motivos y no el único cretino<br />
motivo que yo le atribuía.<br />
Sentí frío. Me pregunté cómo habíamos llegado a ese horror, cómo<br />
era posible que cada vez que uno <strong>de</strong> nosotros extendía su mano, el<br />
otro la cerraba.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
51.<br />
—Quisiera que charláramos un rato en un lugar neutral.<br />
Parece ser que tar<strong>de</strong> o temprano, cuando un hombre y una mujer<br />
se encuentran, sea por el motivo que sea, hay que cumplir con ciertos<br />
planteos inevitables.<br />
Le hice una pregunta ingenua, como para ganar tiempo:<br />
—¿Por qué “en un lugar neutral”?<br />
—En tu casa o en el consultorio, como hoy, siempre alguien nos<br />
interrumpe.<br />
Cambié <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a y <strong>de</strong>cidí que no valía la pena retrasar el trá<strong>mi</strong>te; lo<br />
mejor sería ter<strong>mi</strong>nar el asunto <strong>de</strong> una buena vez.<br />
Me sentía rara en el coche <strong>de</strong> Héctor y a la vez ridícula, pegada a<br />
la ventanilla, guardando el máximo <strong>de</strong> distancia. Por suerte era un coche<br />
gran<strong>de</strong>.<br />
—<strong>Te</strong> voy a llevar a un café que tiene un nombre muy a<strong>de</strong>cuado:<br />
A<strong>mi</strong>tié —me dijo ufano y con aires <strong>de</strong> conquistador.<br />
Por supuesto que él no pensaba hablar <strong>de</strong> a<strong>mi</strong>stad, pero preferí no a<strong>de</strong>lantarme,<br />
ni darle la oportunidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme que estaba equivocada.<br />
Quiso que brindásemos con algo fuerte “por el libro y nuestra a<strong>mi</strong>stad”.<br />
Le dije que no tomaba.<br />
—Vas a ver que sí, yo te voy a enseñar, no sabés lo que te perdés,<br />
—¡Mozo! traiga dos daikiris.<br />
143
144<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Le dije al mozo que prefería un café, pero ni así pu<strong>de</strong> convencer<br />
a Héctor.<br />
—Entonces, vas a tomar un poco <strong>de</strong>l mío.<br />
Me sentí avasallada y molesta y me negué con firmeza. El intentó<br />
otras vías.<br />
Habló <strong>de</strong> lo satisfecho que estaba con la marcha <strong>de</strong>l libro, luego <strong>de</strong><br />
banalida<strong>de</strong>s, el tiempo pasaba y a mí me empezaban a dolor los músculos<br />
<strong>de</strong> estar tensa. Quería ter<strong>mi</strong>nar <strong>de</strong> una vez, quería irme, <strong>de</strong>cidí<br />
tomar la iniciativa y <strong>de</strong>cirle lo más seria posible:<br />
—Me parece que no era <strong>de</strong> esto <strong>de</strong> lo que querías hablarme.<br />
Pareció aliviado. Se acomodó en la silla, se rió nervioso:<br />
—Acertaste. Lo que quiero <strong>de</strong>cirte es que sos una mujer excepcional,<br />
una mujer con mayúscula, que me gustás mucho. Siempre me<br />
gustaste, es más, hace tiempo que quería llamarte, pero me dijeron<br />
que con vos no, que Fernando era muy celoso.<br />
“Si con<strong>mi</strong>go no”, quería <strong>de</strong>cir que con muchas otras sí, alcancé a<br />
pensar, <strong>mi</strong>entras él abría la boca para juntar aire y seguir diciéndome<br />
que, cuando le dije que escribía se le ocurrió lo <strong>de</strong>l informe, sin imaginarse<br />
lo inteligente y atractiva que yo resulté ser.<br />
La patraña me <strong>de</strong>fraudó, sin duda por venir <strong>de</strong> él. Con otro quizás<br />
hubiera pensado que era una manera tan buena como cualquiera<br />
para acercarse a mí.<br />
Las ganas <strong>de</strong> irme crecieron hasta convertirse en una necesidad,<br />
que <strong>de</strong>spués se transformó en odio cuando me dijo que había presentado<br />
el informe como exclusivamente suyo. ¡Ay, Héctor, qué más<br />
me vas a <strong>de</strong>cir, pensé, <strong>mi</strong>entras él seguía hablando sin darse cuenta<br />
<strong>de</strong> cómo me sentía.<br />
—<strong>Te</strong> aseguro que nunca me pasó algo como lo que me pasa con<br />
vos.<br />
—Claro que no soy un santo, que <strong>mi</strong>s cositas he tenido, como todos,<br />
pero esta vez estoy metido en serio con vos, que no sos una <strong>mi</strong>na<br />
para pasar la noche y chau.<br />
Marcelo me había dicho algo parecido. Debía <strong>de</strong> ser un “verso”<br />
tradicional.<br />
—<strong>Te</strong> ofrezco algo en serio —ter<strong>mi</strong>nó diciendo.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—¿Y tu mujer?<br />
—¿Qué tiene que ver <strong>mi</strong> mujer en esto?—parecía genuinamente sorprendido<br />
por <strong>mi</strong> pregunta.<br />
—Y… que estás aquí, con<strong>mi</strong>go, en lugar <strong>de</strong> estar con ella.<br />
—Pero este no es un problema tuyo. En todo caso, podría ser un<br />
problema para mí, si lo fuera. A<strong>de</strong>más, no mezclemos. Son cosas distintas,<br />
ella es la madre <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos.<br />
A esta altura tuve ganas <strong>de</strong> pegarle. Para él todo estaba en or<strong>de</strong>n.<br />
<strong>Te</strong>ndría su mujer, sus hijos, su amante, ningún problema <strong>de</strong> conciencia,<br />
cada cosa en su lugar.<br />
<strong>Te</strong>nía que hablar cuanto antes. Me enojé con<strong>mi</strong>go por no <strong>de</strong>cirle<br />
<strong>mi</strong>rá pibe no me gustás, no me gusta como sos, no me gusta tu vida,<br />
no te quiero ver más. Pero no pu<strong>de</strong>, qué cosa soy, me pareció que lo<br />
iba a lastimar.<br />
—Me acabo <strong>de</strong> separar; no estoy para pensar en uniones. Lo que<br />
yo sentí por vos (elegí cuidadosamente el tiempo <strong>de</strong>l verbo) fue ad<strong>mi</strong>ración<br />
por tus i<strong>de</strong>as.<br />
No se inmutó:<br />
—Estaba seguro que me ibas a contestar eso—me dijo con aire triunfante;<br />
él tenía todo calculado.<br />
—¿Y si era así, ¿por qué me lo dijiste?<br />
—Porque tengo que cuidarme para que no me agarre una úlcera si<br />
no te lo digo y a<strong>de</strong>más, porque son <strong>mi</strong>s senti<strong>mi</strong>entos y yo no tengo<br />
la culpa por sentir como siento.<br />
Tuvo un momento <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z y por primera vez en toda la tar<strong>de</strong><br />
reparó en mí:<br />
—<strong>Te</strong> veo tan a la <strong>de</strong>fensiva, que no me atrevo siquiera a tocarte.<br />
Cuando volvimos (otra vez pegada a la ventanilla) Héctor me <strong>de</strong>cía,<br />
riéndose, que tenía unas ganas <strong>de</strong> enfilar el auto para Mar <strong>de</strong>l Plata,<br />
que el tanque estaba lleno, bastaba que le dijera que sí.<br />
Extraña i<strong>de</strong>a la suya, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que le acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir. Pero<br />
Héctor se lo había propuesto, y cómo él me había dicho un día, él lograba<br />
todo lo que se proponía. La clave era la perseverancia y, tar<strong>de</strong><br />
o temprano, lo iba a conseguir.<br />
—Creo que el libro… ahora ya no lo vamos a po<strong>de</strong>r hacer.<br />
145
146<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—Nada <strong>de</strong> eso; el libro no tiene nada que ver.<br />
Estaba claro: el libro no tenía nada que ver; la mujer, tampoco;<br />
yo, menos. El asunto era que él no se pescara una úlcera, por no po<strong>de</strong>r<br />
acostarse con una <strong>mi</strong>na <strong>de</strong> esas que no son para pasar una noche<br />
y chau.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
52.<br />
García Torres no estaba.<br />
—Yo soy Paula —me dijo Paula, que también era redactora, <strong>mi</strong>entras<br />
me alcanzaba una silla don<strong>de</strong> sentarme.<br />
Qué feo. No conocía a nadie ni tenía nada que hacer. Le pregunté<br />
a Paula, pero ella no sabía. García Torres estaba enfermo y Castelli, el<br />
director creativo, <strong>de</strong> vacaciones.<br />
Llegaron los dibujantes, me saludaron y se fueron para sus escritorios.<br />
Encontré unas revistas pero estaban escritas en alemán. Entraba<br />
y salía gente, me saludaban, se presentaban, preguntaban por García<br />
Torres, y se iban.<br />
<strong>Te</strong>nía ganas <strong>de</strong> irme. A esa hora en Réplica estarían peleándose por<br />
quien hacía el café, extrañaba sobre todo a Juan.<br />
Un bollito <strong>de</strong> papel cayó sobre el escritorio <strong>de</strong> Paula.<br />
—Andrés esta empezando a sentirse solo —me dijo.<br />
—¿Quién es Andrés? —le pregunté<br />
—Andrés soy yo.<br />
Entre la pared y el hueco que <strong>de</strong>jaba el tabique que separaba nuestra<br />
oficina con la <strong>de</strong> al lado, había aparecido una cara.<br />
—Me dicen “La flor azteca”. En realidad, en esta agencia lo único<br />
que les interesa es <strong>mi</strong> cabeza.<br />
A <strong>de</strong>cir verdad, era una linda cabeza, llena <strong>de</strong> pelos parados y du-<br />
147
148<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
ros, igual que los bigotes, y una sonrisa tan divertida como los ojos y<br />
los anteojos, <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>s.<br />
—Así, separada <strong>de</strong>l cuerpo es que quieren tu cabeza? —le pregunté<br />
y nos reímos. Quise conocerlo por entero y me fui a la oficina <strong>de</strong><br />
al lado.<br />
—Me llamo Inés.<br />
—yo, Andrés Maldonado.<br />
—¿El <strong>de</strong>l diario?<br />
—Sí.<br />
—¿Qué hacés aquí, tan famoso?<br />
Se rió. No quiso hablar <strong>de</strong> su fama, que a mí me parecía mucha y<br />
a él no tanta, y me preguntó qué estaba haciendo ahí y yo sentí que<br />
a él no tenía por qué ocultarla, y le conté <strong>mi</strong> historia: la separación,<br />
la carta, Réplica, García Torres.<br />
El disfrutaba, se reía y su forma <strong>de</strong> escucharme me volvía ingeniosa<br />
y divertida.<br />
—<strong>Te</strong>nés que escribir todo esto.<br />
—Ya lo escribí.<br />
—¿Así, como me lo contaste?<br />
—Tal cual.<br />
—Lo quiero leer, pronto.<br />
—Está en borrador.<br />
—No me importa. A<strong>de</strong>más quiero que vos, que escribís tan lindas<br />
cartas, me escribas una.<br />
No pudimos seguir. Alguien vino a pedirle un aviso y me levanté<br />
para volver a <strong>mi</strong> oficina.<br />
—Quiero <strong>de</strong>cirte algo antes <strong>de</strong> que te vayas: No <strong>de</strong>berías ser tan extrovertida.<br />
Cuidate.<br />
—¿Cuidarme <strong>de</strong> qué?<br />
—De que te lastimen.<br />
No supe quién podría querer lastimarme, ni cómo hacer para cuidarme,<br />
pero no me preocupé; estaba pensando en la carta para él.<br />
La agencia ya no me pareció tan gran<strong>de</strong>, ni tal hostil.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
53.<br />
Querido Andrés:<br />
Ayer, cuando llegué aquí, estaba muy triste. Al <strong>de</strong>jar<br />
Réplica, <strong>de</strong>jaba también a Juan, un compañero inteligente<br />
y pintón, y gracias a él <strong>mi</strong>s mañanas merecían ser pasadas<br />
en la agencia. Extrañaba sus consejos, su voz, su presencia,<br />
y tenía el temor <strong>de</strong> que su a<strong>mi</strong>stad hubiera nacido<br />
solamente <strong>de</strong>l trabajo en común y nada más.<br />
Pero suce<strong>de</strong> que vengo y me encuentro con una flor azteca<br />
<strong>de</strong> nombre ilustre y me doy cuenta enseguida que vamos<br />
a congeniar.<br />
Es que yo a la gente la quiero o no la quiero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer<br />
<strong>mi</strong>nuto, y nunca me equivoco.<br />
Si me encuentro con alguien y sé enseguida que me gusta,<br />
para qué esperar más para confiar. Tiempo perdido, como<br />
diría Proust. Bueno, a veces me doy cuenta un montón <strong>de</strong><br />
años <strong>de</strong>spués, pero that’s another story.<br />
Y me encontré con vos, que me dijiste que no fuera extrovertida<br />
con todos. No, Andrés. Yo no soy extrovertida,<br />
sino con unos pocos.<br />
En <strong>de</strong>finitiva, ni vos ni yo somos los <strong>mi</strong>smos con todo<br />
el mundo. Yo soy yo, con otro u otra. Si te hablaba <strong>de</strong> una<br />
149
150<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
manera especial, si podía mostrarte lo mejor <strong>de</strong> mí, era porque<br />
me escuchabas <strong>de</strong> una manera especial.<br />
Ya no me asusta la agencia, ni los tractores y su potencia<br />
hidráulica. Ahora tengo con quien hablar.<br />
Inés
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
54.<br />
Era temprano todavía y Andrés no había llegado. Entré en su oficina,<br />
y le <strong>de</strong>jé <strong>mi</strong> carta. Cuando lo vi pasar se lo dije:<br />
—<strong>Te</strong> trajeron una carta esta mañana. Está <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> tu máquina <strong>de</strong><br />
escribir.<br />
García Torres seguía enfermo y me resultaba casi insoportable no<br />
tener nada para hacer. Se me ocurrió ir a buscar al alguien que no le<br />
importaba que yo fuese mujer. El alguien se llamaba Juan José y era el<br />
contacto <strong>de</strong> los tractores Mc. Kinley. Era joven, buen mozo y la vida le<br />
sonreía como él me sonreía a mí en la oficina que tenía para él solo.<br />
Me dio muchos folletos para que me fuera poniendo al tanto <strong>de</strong> lo<br />
que se había hecho hasta ese momento. Me encargó un aviso para una<br />
rastra, como uno que me mostró, con el <strong>mi</strong>smo número <strong>de</strong> caracteres,<br />
pero variando un poco el texto para que pareciera distinto.<br />
Las cosas mejoraban; al menos tenía algo para hacer, aunque García<br />
Torres no apareciera.<br />
Me enteré que la rastra Mc. Kinley mo<strong>de</strong>lo F contaba con 26 discos<br />
<strong>de</strong> la<strong>mi</strong>nación ¡nada menos que cruzada! y por ese tecnológico<br />
motivo, gozaba <strong>de</strong> la inefable ventaja <strong>de</strong> no correr el te<strong>mi</strong>ble riesgo<br />
<strong>de</strong> sufrir antipáticas rajaduras radiales. Trataba <strong>de</strong> divertirme escribiéndolo<br />
<strong>de</strong> esa manera, al menos para mí, porque me resultaba mortalmente<br />
aburrido.<br />
151
152<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
A<strong>de</strong>más, enterarme era una manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir. No tenía la menor<br />
i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que significaba todo eso.<br />
Anduve a la rastra toda la mañana; Andrés apareció una sola vez,<br />
para darme un papel doblado en dos: la contestación a <strong>mi</strong> carta.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
55.<br />
la pucha.<br />
Qué linda carta para esta mañana, para este día, para<br />
este año y sin exagerar, para esta vida tan dura.<br />
Sinceridad va, sinceridad viene, te diré que vos también<br />
me gustás, te encuentro algo vital, sí, sí, muy vital.<br />
Me encanta charlar con vos y (me interrumpieron, no<br />
me acuerdo…) ah, sí, me da bronca que te que<strong>de</strong>s sólo cuatro<br />
horas, y si bien es lo mejor que te pue<strong>de</strong> pasar, nos impi<strong>de</strong><br />
charlar largamente.<br />
<strong>Te</strong> parecerá raro, por lo rápido, pero <strong>mi</strong>entras hablabas<br />
me imaginé (tipo rápidas películas pasadas por el bocho)<br />
situaciones tiernas entre vos y yo. No creas que te asedio,<br />
simplemente te siento tan sincera que me parece natural<br />
que yo también lo sea en este <strong>de</strong>but epistolar-laboral. Tomalo<br />
como el lógico <strong>de</strong>slumbra<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong> encontrarse con un<br />
igual en el mundo.<br />
Lo <strong>de</strong> la extroversión no tiene que ver con<strong>mi</strong>go, sino<br />
con los tomates machucados que te vas a encontrar en tu<br />
ca<strong>mi</strong>no.<br />
<strong>Te</strong> pregunto: ¿por qué no cuidarse? Salas no es la casa <strong>de</strong><br />
uno, qué va. <strong>Te</strong> lo digo porque podrías caer en ese error.<br />
153
154<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Por cierto que aspiro a que con<strong>mi</strong>go sigas siendo como<br />
sos: dulce, pícara, seductora, divertida, coherente y todo lo<br />
<strong>de</strong>más.<br />
Siempre estoy a la búsqueda <strong>de</strong> nuevos a<strong>mi</strong>gos <strong>de</strong> quienes<br />
recibir un cierto tipo <strong>de</strong> <strong>mi</strong>radas y reconoci<strong>mi</strong>entos que <strong>de</strong><br />
vez en cuando me hagan sentir el rey <strong>de</strong> la Creación. Creo<br />
que está todo dicho.<br />
O sea: lo nuestro ha ter<strong>mi</strong>nado. Es doloroso <strong>de</strong>cirlo,<br />
pero es así.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
56.<br />
El año anterior, al cumplir cuarenta, <strong>de</strong>cidí nacer. Aunque todo me<br />
fuera como me iba. A pesar <strong>de</strong> los kilos <strong>de</strong> más, <strong>de</strong> un matrimonio que<br />
se hacía trizas, <strong>de</strong> una Inés que no me gustaba, con su vida solemne,<br />
monótona y con poco lugar para la risa. Si había humor, era intelectual<br />
y medido. Esa era la palabra: medida para todo.<br />
Entonces, cuando nada había cambiado todavía, sentía ya el rumor<br />
<strong>de</strong> las brisas alegres que ese cambio traería y los <strong>de</strong>más, sin saberlo,<br />
contribuyeron a que Inés empezara a ser Inés. Ese año me regalaron<br />
rosas: no libros, no bombones, no jaz<strong>mi</strong>nes, sino rosas, hasta que se<br />
acabaron los floreros y tuve que improvisar algunos más.<br />
La casa se llenó con su perfume.<br />
Me había puesto <strong>mi</strong> más bonito vestido, hice una cena espléndida,<br />
preparé yo <strong>mi</strong>sma la torta, la mejor que hice en <strong>mi</strong> vida.<br />
No sabía bien por qué lo estaba haciendo, pero quería festejar <strong>mi</strong><br />
cumpleaños. Por haber vivido todo ese tiempo, porque había hecho<br />
muchas cosas y porque a pesar <strong>de</strong> haberme equivocado, tenía esperanzas.<br />
Había llegado otra vez <strong>mi</strong> cumpleaños y tenía <strong>mi</strong>edo. Cuarenta y<br />
uno no parecía ser un número tan bueno como cuarenta y andaba<br />
con ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>pri<strong>mi</strong>rme un poco. Para que ese poco no se convirtiera<br />
en un mucho, fui a la peluquería y cediendo al entusiasmo <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />
155
156<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
peluquero, “Mirá que no es tintura sino apenas reflejos, te va a quedar<br />
bárbaro, dale, animate….” Y me animé.<br />
Cuando salí <strong>de</strong>l secador quedé fascinada. Sin notarse, el cambio<br />
estaba. Era yo <strong>mi</strong>sma, pero mejor. El pelo más claro me volvía ver<strong>de</strong>s<br />
los ojos, que siempre había creído marrones. A partir <strong>de</strong> ahí iban a<br />
ser ver<strong>de</strong>s, porque los iba a tratar como ver<strong>de</strong>s, a pintarlos como ver<strong>de</strong>s<br />
y sobre todo, porque siempre habían sido ver<strong>de</strong>s.<br />
Es que, con el entrecejo fruncido <strong>de</strong> otros tiempos, los colores oscuros<br />
que usaba, el convenci<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong> que eran marrones, los pobres<br />
no tuvieron más remedio que serlo.<br />
El día <strong>de</strong> <strong>mi</strong> cumpleaños me levanté temprano y feliz. Elegí una<br />
ropa <strong>de</strong> color… qué se yo que color era. Roja, no. Fucsia, tampoco.<br />
Bueno, era un color en serio, que alegraba la vida y el corazón. Me<br />
perfumé, y me fui para la agencia.<br />
Fui en auto esa mañana; me había llevado a pasear en coche, y di<br />
una larga vuelta por la Costanera en lugar <strong>de</strong>l ca<strong>mi</strong>no <strong>de</strong> todos los<br />
días. “Porque te quiero a ti” cantaba Serrat <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la radio, y me quería<br />
a mí. Si Serrat me lo <strong>de</strong>cía, estaba segura que alguien me lo iba a<br />
<strong>de</strong>cir alguna vez.<br />
Compré rosas y tiré el papel. Quería sentirlas en <strong>mi</strong> mano, como<br />
si las hubiese cortado yo <strong>mi</strong>sma esa mañana. Las llevé a la agencia,<br />
le conté a Andrés a qué se <strong>de</strong>bían. Me regaló un paquete <strong>de</strong> caramelos,<br />
y me hizo feliz.<br />
No podía trabajar; más bien no quería. Se me ocurrió ir a visitar a<br />
<strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos <strong>de</strong> Réplica; nada <strong>de</strong> hacerle caso a Andrés con lo <strong>de</strong> “nena,<br />
cuidá tu trabajo” ¿Quién podría negarle a una que fuera a pasear un<br />
ratito el día <strong>de</strong> su cumpleaños?<br />
Volví a comprar rosas, una para cada uno. Cuando se la di a Juan,<br />
la agitó cual Cyrano <strong>de</strong> Bergerac su pañuelo <strong>de</strong> encaje y me dijo con<br />
picardía:<br />
—¿No era que a los hombres no se le regalan flores?<br />
—Sí; pero también era que las mujeres nos pasamos la vida cambiando<br />
<strong>de</strong> opinión —le contesté.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
57.<br />
Rinnnn (timbre)<br />
Jorgelina: (<strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la puerta): ¿Quién es?<br />
Yo: (<strong>de</strong> este lado <strong>de</strong> la puerta) Ma<strong>mi</strong>.<br />
Jorgelina: ¿La mamá <strong>de</strong> quién?<br />
Yo: la ma<strong>mi</strong> tuya.<br />
Jorgelina: ¿la que se olvidó la llave? (me abrió la puerta, por eso entré)<br />
Yo: (distribuyendo besos) Hola, hola, Andrea, te traje la revista que<br />
me pediste.<br />
Jorgelina: La invité a María <strong>Te</strong>resa a comer.<br />
Yo: (a María <strong>Te</strong>resa) ¿Comés poquito, vos?<br />
Jorgelina: (hace como que protesta) Ma<strong>mi</strong>, que te pue<strong>de</strong> oír.<br />
María <strong>Te</strong>resa (se ríe) Sí.<br />
Yo: Entonces te podés quedar.<br />
Apareció la nietita <strong>de</strong> la mucama, y le empecé a hablar como se<br />
supone que se habla a los niños <strong>de</strong> dos años: ¿Cómo está la nena má<br />
linda, má linda? Ella, <strong>de</strong> puro cumplida, se fue sin <strong>de</strong>cirme la opinión<br />
sobre mí y los gran<strong>de</strong>s en general.<br />
Antes <strong>de</strong> sentarnos a la mesa, tuve que convencer a Andrea para<br />
que <strong>de</strong>jara la revista para <strong>de</strong>spués, le di más besos, porque tenía ganas<br />
(yo, no ella) y empecé a servir las <strong>mi</strong>lanesas y el puré.<br />
157
158<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Cuando le tocó el turno a Alfonso, elegí una <strong>mi</strong>lanesa <strong>mi</strong>núscula<br />
y le dije:<br />
—¿<strong>Te</strong> gusta ésta, o querés una más chica?<br />
Marina me dijo entre risas: —<strong>Te</strong> contagiaste <strong>de</strong> Andrés, que estás<br />
tan chistosa?<br />
Andrés… qué linda mañana habíamos pasado, corriendo los dos<br />
para ver quién llegaba al teléfono para aten<strong>de</strong>r. Andrés, parodiando a<br />
García Torres y yo haciéndole señas <strong>de</strong>sesperadas para avisarle que lo<br />
veía venir por el pasillo, cuando no era verdad.<br />
—¡ Mamaaaaaaá!<br />
—¡Qué te pasa, Marina!<br />
—Es la tercera vez que te llamo—esperó que yo aterrizara y me<br />
dijo:<br />
—¿Sabés que salió un artículo <strong>de</strong> Andrés en el suplemento <strong>de</strong>l do<strong>mi</strong>ngo?<br />
—¿Sí?<br />
—Escribe bien —agregó con absoluta suficiencia adolescente.<br />
Les había contado, junto con las peripecias en la nueva agencia,<br />
cuánto me ayudaba que Andrés me hiciera las cosas más fáciles y divertidas.<br />
Tomé el comentario <strong>de</strong> Marina como un signo <strong>de</strong> aprobación<br />
más general.<br />
Todos hablaban a un tiempo, <strong>mi</strong>entras yo, haciendo uso <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />
intensa práctica <strong>de</strong> la maternidad pensaba en <strong>mi</strong>s cosas, cuando <strong>de</strong><br />
pronto me acordé:<br />
—Alfonso… ¿le diste la tostadora al cerrajero?<br />
Todos se rieron y empezaron a preguntar uno tras otro qué tostadora<br />
y qué cerrajero.<br />
Les hice una morisqueta, como las que nos hacíamos Andrés y yo<br />
y me reí con ellos, contagiándonos unos a otros, secándonos las lágrimas<br />
<strong>de</strong> tanto reírnos. Ya nadie sabía <strong>de</strong> qué nos reíamos, y tampoco<br />
nos importaba. ¡Ay, Andrés, hacía tantísimo tiempo que no me<br />
reía <strong>de</strong> ese modo!<br />
Marina me amenazó entre risas con escribirle una carta <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>ci<strong>mi</strong>ento<br />
a Andrés porque, según ella, yo me había vuelto muy divertida<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo había conocido.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Pensé que no era más que una broma, pero al rato se apareció con<br />
la carta y me la dio.<br />
Al día siguiente <strong>de</strong>jé su carta bajo el teclado <strong>de</strong> Andrés.<br />
Marina:<br />
Hoy Inés me dio tu cartita, que me gustó mucho, te la<br />
agra<strong>de</strong>zco, y me hizo pensar cosas que quiero contarte.<br />
Creo que tu vieja es otra, no porque un día entró en Salas,<br />
sino porque se <strong>de</strong>cidió a ser otra y se bancó una cantidad<br />
<strong>de</strong> cambios fundamentales.<br />
Al fin <strong>de</strong> cuentas, siempre tuvo el <strong>mi</strong>smo corazón, el<br />
<strong>mi</strong>smo sentido <strong>de</strong>l humor, sólo que no se lo per<strong>mi</strong>tía y ahora<br />
sí.<br />
También pensé que no tenía que aceptar que me dijeras<br />
que soy un genio, porque fijate que para nada lo soy.<br />
Lo único que hice fue escuchar a tu mamá <strong>de</strong>cir (y escribir)<br />
las cosas tal como las dice y <strong>de</strong>scubrí, como vos ahora,<br />
que es bárbara.<br />
Gracias por escribirme<br />
Andrés<br />
159
160<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
58.<br />
Finalmente me cansó charlar por escrito. Pregunta va, respuesta viene,<br />
se cruzan tractores y cuestiones como ¿qué nombre les viene bien<br />
a estas copas? ¿Bistró?¿Cronos? ¿Delicat? Alguien que llega y pregunta<br />
pavadas. Traen el café, suena el teléfono, es para vos, es para mí,<br />
otro preguntando si García Torres sigue enfermo…<br />
<strong>Te</strong>nía muchas ganas <strong>de</strong> hablar con Andrés <strong>de</strong> <strong>mi</strong> libro. Me propuso<br />
ir al Tortoni a la salida <strong>de</strong> la agencia, y a mí me pareció <strong>de</strong> buen augurio<br />
elegir un lugar <strong>de</strong> reunión <strong>de</strong> los escritores en otras épocas.<br />
Mientras ca<strong>mi</strong>nábamos <strong>de</strong>scubrí que en las veredas <strong>de</strong>l centro había<br />
muchas piedritas para patear, y que él las pateaba. Me divertían<br />
sus cosas <strong>de</strong> chico, como cuando atendía el teléfono y una vez <strong>de</strong>cía<br />
“Pronto”, otra “Aló” siempre <strong>de</strong> manera diferente. De vez en cuando,<br />
inventaba frases como “Si usted me dice que me he equivocado, no<br />
tendré más remedio que creerle, señora.”<br />
Esa mañana dijo: —Creo que no está, ya se ha retirado— y enseguida.<br />
—Es para vos, Inés.<br />
Eran vacaciones que se tomaba, porque, cómo el <strong>de</strong>cía, era duro<br />
ser una persona adulta todo el día.<br />
Si el bar era <strong>de</strong> 1900, los mozos también. Retraducían los pedidos,<br />
or<strong>de</strong>nándolos <strong>de</strong> otra manera, porque si no, se hacían lío.<br />
—Dos tostados <strong>de</strong> queso y jamón –pidió Andrés.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—Cómo no, señor. Dos tostados <strong>de</strong> queso y jamón.<br />
¿Por qué el queso tenía que ir primero? Me pregunté <strong>mi</strong>entras esperaba<br />
que Andrés volviera <strong>de</strong> su galaxia. Como lo conocía un poco<br />
más, sabía que era su forma <strong>de</strong> pensar, siempre repentina. Ya me enteraría;<br />
el se iba a encargar <strong>de</strong> <strong>de</strong>círmelo.<br />
—<strong>Te</strong>nés que seguir escribiendo, no aflojes. Al principio, uno borronea,<br />
<strong>de</strong>spués lo pasa en limpio. Pero primero hay que escribir lo que<br />
te salga, sobre todo vos, que <strong>de</strong>cís cosas sencillas, profundas y emocionantes,<br />
vos, valiosa, vital. —sacudía entusiasmado la cabeza.<br />
—<strong>Te</strong> digo, lo tuyo no es literatura culta, pero ¡cómo me gusta, caray!<br />
Se me hume<strong>de</strong>cieron los ojos. Andrés seguía asintiendo convencido,<br />
con la cabeza. Pensó un poco más y siguió:<br />
—Así, sin pulir, igual cala hondo esta historia <strong>de</strong> una mujer que<br />
a partir <strong>de</strong> una <strong>de</strong>cisión fundamental empieza a cambiar. Descubre<br />
cómo es la vida, tiene éxito en lo que hace, trata <strong>de</strong> salir sin magullones,<br />
aparta lo feo y siempre encuentra el lado bueno a las cosas.<br />
<strong>Te</strong>nés que ver el libro como un todo, pensar en un plan, en un final.<br />
No lo sigas in<strong>de</strong>finidamente porque, como todo, en algún momento<br />
tiene que ter<strong>mi</strong>nar.<br />
Libro, plan, ter<strong>mi</strong>nar, no se me había ocurrido antes. Los capítulos<br />
se sucedían unos a otros, Andrés daba pasos más largos que los<br />
míos, pero si él lo <strong>de</strong>cía…<br />
Yo había creído que <strong>mi</strong> libro abarcaría el tiempo <strong>de</strong> las vacaciones<br />
<strong>de</strong> verano y la publicidad no sería más que un <strong>de</strong>svío divertido <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />
verda<strong>de</strong>ro ca<strong>mi</strong>no, que era <strong>de</strong>dicarme al psicoanálisis. <strong>Te</strong>r<strong>mi</strong>nadas las<br />
vacaciones, chau agencia, seguiría con Omar y empezaría el último<br />
año <strong>de</strong> Facultad.<br />
Pero eso era antes, cuando recién empecé a escribir. No me resignaba<br />
a <strong>de</strong>jar nada <strong>de</strong> lado, todo me interesaba, y todo me daba placer: escribir<br />
<strong>mi</strong> libro, los <strong>de</strong> los otros, la publicidad, la Facultad. A<strong>de</strong>más, no<br />
tenía ganas <strong>de</strong> inventar finales. Quería vivir el final y luego escribirlo.<br />
Andrés no estuvo <strong>de</strong> acuerdo: si yo no me <strong>de</strong>cidía a pensar en un<br />
final, el libro iba a per<strong>de</strong>r la fuerza <strong>de</strong>l primer impulso, el vigor y la<br />
frescura que según él eran lo más valioso que tenía.<br />
161
162<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
No me gustaba hablar <strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>narlo. Era <strong>mi</strong> compañía, lo veía crecer<br />
todos los días, no me resignaba a quedarme sin él, aunque corriera<br />
el riesgo <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>jarlo nunca.<br />
Por otra parte, poco o nada me importaba la realidad. A esa altura<br />
el libro tenía vida propia y tomaba <strong>de</strong>cisiones por mí. <strong>Te</strong>nía necesida<strong>de</strong>s<br />
que yo no podía <strong>de</strong>soír, que venían <strong>de</strong> lo ya escrito. Aparecían<br />
problemas <strong>de</strong> coherencia, no podía escribir lo que se me venía<br />
en gana. <strong>Te</strong>nía su lenguaje, sus personajes, que se perfilaban <strong>de</strong> una<br />
manera y no <strong>de</strong> otra, y por otra parte la vida es a menudo increíble,<br />
y las novelas como la mía, no pue<strong>de</strong>n serlo también.<br />
Mientras yo le <strong>de</strong>cía todo esto, Andrés me escuchaba con mucha<br />
atención, aunque le costaba ponerse <strong>de</strong> acuerdo con<strong>mi</strong>go. De pronto,<br />
como siempre hacía las cosas, corrió la mesa con mármol y todo<br />
haciendo tambalear la vajilla. Creí que se iba, lo <strong>mi</strong>ré sorprendida.<br />
—Siempre tengo el <strong>mi</strong>smo problema, me falta lugar para <strong>mi</strong>s piernas.<br />
—Ah, era eso. A mí no me pasa, aunque me gustaría, ser alta tiene<br />
sus ventajas.<br />
Le toqué tí<strong>mi</strong>damente el brazo. No es que fuera tí<strong>mi</strong>da, lo era con<br />
él, con quien podíamos reír, bromear, inventar <strong>mi</strong>nijuegos <strong>de</strong> palabras<br />
o <strong>de</strong> gestos, con Andrés sí. A <strong>de</strong>cir verdad, él tampoco me ayudaba.<br />
—Me abrumás: me emocionás, no puedo creer todo lo que me dijiste.<br />
—Pues créelo, muchacha —dijo i<strong>mi</strong>tando la voz <strong>de</strong>l doblaje <strong>de</strong> las<br />
películas <strong>de</strong>l Oeste. Cortó su tostado, me dio la <strong>mi</strong>tad, y apuntándome<br />
con la otra <strong>mi</strong>tad, me dijo:<br />
—Dale, ter<strong>mi</strong>ná tu libro, que yo voy a ver si te lo hago publicar.<br />
Cuando voy en ascensor, en los automáticos que hacen tapar los<br />
oídos, y una siente que la tiran hacia arriba o hacia abajo, vaya a saber,<br />
y el zumbido <strong>de</strong>l arranque y ese modo brusco con que frenan…<br />
<strong>mi</strong>entras él, ajeno al ascensor, lo <strong>de</strong>cía con total displicencia, como si<br />
publicar un libro fuera algo simple y al alcance <strong>de</strong> cualquiera.<br />
—Pero vos… ¿te das cuenta lo que me estás ofreciendo?<br />
—Y sí, que <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos… —Andrés se interrumpió para darle un<br />
mordisco a su tostado.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—No Andrés, escuchá lo que me estas diciendo: <strong>Te</strong>ngo un <strong>Stradivarius</strong>,<br />
si querés, te lo <strong>presto</strong>.<br />
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164<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
59.<br />
—Me vengo a vivir con vos.<br />
Acomodé <strong>mi</strong>s papeles, <strong>mi</strong>s lápices y <strong>mi</strong> florero en el escritorio frente<br />
al suyo. No podía soportar más las ganas <strong>de</strong> charlar con Andrés, ni<br />
escuchar el sonido <strong>de</strong> su teclado <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong>l tabique. Al diablo<br />
lo que pensaran. Al diablo lo que dijeran, basta <strong>de</strong> disimular con mensajes<br />
que iban y venían, tenía necesidad <strong>de</strong> saber <strong>de</strong> su vida, <strong>de</strong> contarle<br />
la mía, y si me llegaban a echar por eso, no me importaba.<br />
Aunque Andrés le hubiera escrito a Marina que él no tenía nada<br />
que ver con <strong>mi</strong>s cambios, yo estaba segura que sí. Des<strong>de</strong> que lo había<br />
conocido escribía <strong>de</strong>saforadamente. Le escribía cartas a él, escribía<br />
<strong>mi</strong> novela. Me acostaba tardísimo y sólo <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> escribir cuando<br />
el dolor <strong>de</strong> espalda no me <strong>de</strong>jaba continuar.<br />
Él me había dicho que yo lo había convertido en un hicha <strong>de</strong> Inés,<br />
con el pañuelo con cuatro nudos en la cabeza, y salía a tirar papelitos<br />
a la salida <strong>de</strong>l túnel, al grito <strong>de</strong> Inés, y dale dale… Era natural que semejante<br />
<strong>de</strong>claración a <strong>mi</strong> favor me hiciera un efecto bienhechor.<br />
A<strong>de</strong>más me había convencido <strong>de</strong> que valía la pena que siguiera escribiendo,<br />
y me auguraba que un día, como le pasaba a él, alguien me<br />
iba a parar en la calle para <strong>de</strong>cirme que hubiera escrito exactamente<br />
eso, si lo hubiera sabido hacer.<br />
Todas las noches <strong>mi</strong>s <strong>de</strong>dos se paseaban por el teclado, y yo me en-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
teraba junto con ellos <strong>de</strong> lo que estaba escribiendo. Vivía en una exaltación<br />
continua, apenas dormía, no quería per<strong>de</strong>r tiempo en comer,<br />
ni en ninguna otra cosa. Lo único que quería hacer era escribir.<br />
Todas las mañanas le llevaba a Andrés lo que había escrito la noche<br />
anterior, o cumplía obedientemente con la “tarea para el hogar”:<br />
que escribiera en libertad, y no como si fuera la página ter<strong>mi</strong>nada,<br />
que para corregir tenía tiempo.<br />
Cuando le entregué unas páginas con una nueva versión valiente<br />
y sin censuras previas me dijo:<br />
Muy bien, Inés. Es usted muy aplicada. Sientesé. Tiene un nueve.<br />
Me senté, juiciosa y obediente, siguiendo con el juego. Andrés se<br />
acercó y estuvo <strong>de</strong> pronto muy, muy cerca <strong>de</strong> mí.<br />
No sé bien qué sentí. Estábamos tan cerca ya por otras cosas, me<br />
había sentido bien tratada, querida, comprendida, no necesitaba nada<br />
más. ¿No necesitaba nada más?<br />
Él volvió a su escritorio. Nos quedamos callados los dos.<br />
—<strong>Te</strong>nemos que pensar qué hacemos —me dijo por fin.<br />
—¿Qué hacemos con qué?<br />
—Con todo esto.<br />
¿Qué se podía hacer? No lo sabía; nunca me había pasado algo así,<br />
como tantas otras. No era muy ducha en estas cuestiones <strong>de</strong> la vida.<br />
Sentía tanta alegría por pasar la mañana con Andrés, <strong>de</strong> cómo nos alcanzaba<br />
una palabra para enten<strong>de</strong>rnos, y a veces ni siquiera una, shh,<br />
no digas nada que ya te entendí.<br />
Se había incorporado a <strong>mi</strong> vida como si siempre lo hubiera estado,<br />
aunque apenas compartiéramos los mínimos ratos que quedaban<br />
entre su trabajo y el mío, aunque nos hubiéramos escrito más <strong>de</strong> lo<br />
que nos habíamos visto o hablado.<br />
De pronto Andrés se acordaba <strong>de</strong> que éramos un hombre y una<br />
mujer. Quizás yo no <strong>de</strong>bía haberme olvidado. ¿Qué se hacía? ¿Un<br />
<strong>de</strong>sbarajuste universal, o podíamos ad<strong>mi</strong>tir que teníamos otras cosas<br />
para darnos, que nuestra relación había empezado así y podía seguir<br />
así? ¿O había empezado así para mí solamente?<br />
Andrés se sonrió, y me <strong>de</strong>speinó jugando para que <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> estar<br />
tan seria.<br />
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166<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
60.<br />
Me hacía bien recurrir a Juan, que sabía más <strong>de</strong> la vida que yo, había<br />
vivido más en menos tiempo, y también me hacía bien comprobar<br />
que nuestra a<strong>mi</strong>stad no se había ter<strong>mi</strong>nado, como yo había te<strong>mi</strong>do,<br />
el día en que me había ido <strong>de</strong> Réplica.<br />
Esperamos que el mozo se alejase con el pedido y que volviera para<br />
traerlo, antes <strong>de</strong> empezar <strong>de</strong> veras a hablar.<br />
—<strong>Te</strong> quiero hacer una pregunta existencial —le dije con fingida solemnidad,<br />
para ocultar la solemnidad real.<br />
Se sonrió apenas <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sus bigotes y me alentó con un gesto.<br />
—Quiero que me digas qué opinás <strong>de</strong> un hombre casado que te<br />
dice que le gustás o bueno, algo así.<br />
—A mí, que no me lo diga.<br />
—Pero no, tonto, a mí, que me lo diga a mí.<br />
—¿Es por eso que se te ve tan bien y contenta?<br />
—Digamos que por eso pero multiplicado por tres. Esta semana me<br />
lo dijeron tres veces.<br />
—Caramba, consi<strong>de</strong>remos que hoy es jueves; vamos a ver que pasa<br />
hasta el lunes que viene —bromeó; yo sentí alivio y me animé a seguir.<br />
—Vos que sabés <strong>de</strong> estas cuestiones… ¿te parece que yo seré tan<br />
atractiva, o será que los hombres se lo dicen a todas las mujeres con<br />
que se encuentran en el ca<strong>mi</strong>no?
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—Las dos cosas son ciertas, pero eso no es todo. —abrió el sobre <strong>de</strong>l<br />
azúcar, endulzó el café y lo revolvió con parsimonia, <strong>mi</strong>entras pensaba<br />
en lo que me iba a <strong>de</strong>cir.<br />
—<strong>Te</strong> diré que no sos el tipo <strong>de</strong> mujer que me atrae… —hacía tiempo<br />
que me había dado cuenta; igual, no me gustó escuchárselo <strong>de</strong>cir.<br />
—… pero tenés atractivos <strong>de</strong> sobra para atraer a otros. Por un lado<br />
es cierto que algunos hombres suelen andar por el mundo conquistando<br />
mujeres. A<strong>de</strong>más, vos sos libre y no estás <strong>de</strong>samparada.<br />
—¿Y entonces?<br />
Es muy tranquilizante para ellos, te diré. A<strong>de</strong>más, sos una piba sensata,<br />
podés darles paz, entre otras cosas, claro. Como los hombres están<br />
siempre llenos <strong>de</strong> problemas, les gustan las mujeres in<strong>de</strong>pendientes<br />
que no les traigan más problemas, que hacen lo que les gusta, que<br />
están contentas… como vos.<br />
—<strong>Te</strong>ngo que pensar lo que me <strong>de</strong>cís, todo es muy nuevo para mí.<br />
Juan me <strong>mi</strong>ró muy, pero muy serio:<br />
—Inés, no pienses que está mal que se quieran acostar con vos—yo<br />
me turbé.<br />
—Pero Juan, son egoístas, qué me ofrecen, retacitos <strong>de</strong> tiempo, <strong>de</strong><br />
afecto, los que le sobra… son casados.<br />
—Ni ellos saben qué te ofrecen. <strong>Te</strong> ofrecen el presente, el mañana<br />
¿quién lo pue<strong>de</strong> saber?<br />
No me convenció, él se dio cuenta y me animó a seguir:<br />
—Explicame más.<br />
—El asunto es así: no sé si me gustan.<br />
—Alguno te <strong>de</strong>be gustar.<br />
—Bueno, uno.<br />
—¿y?<br />
—Ese es el casado.<br />
—¿Se lleva bien con la mujer?<br />
—No sé.<br />
—Si se llevara mal, siempre se pue<strong>de</strong> separar.<br />
—Yo que sé, me extraña, Juan, que lo digas así, vos que sabés tan<br />
bien como yo que tampoco es fácil separarse en el supuesto que quisiera.<br />
167
168<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—Escuchame, nena, aquí vinimos para hablar <strong>de</strong> vos, no <strong>de</strong> mí, ni<br />
<strong>de</strong> que <strong>mi</strong> mujer quiere volver.<br />
—¿Me alegro o no me alegro?<br />
—Qué se yo. Pero volvamos a vos. El que tiene el problema, si es<br />
que lo tiene, es él. No te sientas tan po<strong>de</strong>rosa como para <strong>de</strong>struir un<br />
matrimonio. Los matrimonios siempre se <strong>de</strong>struyen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro.<br />
No apareciste porque sí, algo andaba mal entre ellos.<br />
Juan hablaba con total convicción, <strong>mi</strong>entras yo sentía que él iba<br />
<strong>de</strong>masiado rápido, que era <strong>de</strong>masiado concreto y no era eso lo que<br />
yo, una señora <strong>de</strong> su casa, había ido a buscar. Con más convicción<br />
todavía me dijo:<br />
—En última instancia, si ella lo quiere, que lo <strong>de</strong>fienda como una<br />
tigra parida, qué embromar —<strong>mi</strong>ró el reloj y llamó al mozo.<br />
—Me voy a tener que ir o me van a echar <strong>de</strong> la agencia. —él se dio<br />
cuenta que me escapaba porque no quería escuchar mucho más, pero<br />
escuché:<br />
—Mirá Inés, la vida hay que vivirla con todo, meterse hasta acá, (se<br />
puso la mano en el cuello como si se ahogara) Y sobre todo no tener<br />
pereza <strong>de</strong> vivir.<br />
—¿Y si se sufre?<br />
Bajó la voz y la volvió más grave:<br />
—<strong>Te</strong> jodés. —le pagó la cuenta al mozo y antes <strong>de</strong> irnos me señaló<br />
con el índice:<br />
—<strong>Te</strong> digo más: hay un proverbio árabe que dice que si no cortás la<br />
rosa, se marchita. Entonces, a cortarla, nos vemos, nena.<br />
Y nos fuimos, cada cual para su lado.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
61.<br />
Guido volvió <strong>de</strong> sus vacaciones. Cuando nos encontramos necesité<br />
contarle y a la vez contarme lo que me estaba pasando. A pesar<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong>s cuarenta y un años, <strong>mi</strong> largo matrimonio, los hijos, sentía que<br />
empezaba <strong>de</strong> nuevo. Como si fuera <strong>de</strong> nuevo adolescente y saliera<br />
por primera vez. El <strong>mi</strong>smo <strong>mi</strong>edo, la <strong>mi</strong>sma <strong>de</strong>sconfianza, las <strong>mi</strong>smas<br />
dudas <strong>de</strong> entonces.<br />
¿Quiénes serían esos <strong>de</strong> los que, según <strong>mi</strong> vieja, había que <strong>de</strong>sconfiar?<br />
“Todos los hombres son iguales” ¿Iguales a qué? Habría que <strong>de</strong>scubrirlo.<br />
Entonces Guido se ofreció para acompañarme. Me ofreció su tiempo,<br />
su paciencia, su discreción, porque yo no quería que <strong>mi</strong>s chicos<br />
se enteraran, qué iban a <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> su mamá…<br />
Hicimos muchas cosas juntos a partir <strong>de</strong> ese día. Des<strong>de</strong> hablarnos<br />
por teléfono a cada rato y por cualquier motivo hasta ir al cine, a pasear<br />
<strong>de</strong> la mano, a sentarnos en una plaza sombría, a <strong>de</strong>scubrir barrios<br />
que no conocíamos.<br />
Cada tanto Guido me preguntaba si todavía necesitaba <strong>de</strong> su paciencia<br />
y yo le seguía diciendo que sí pero cada vez el sí se parecía<br />
más a un no.<br />
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170<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
62.<br />
Estaba preocupada. Ese día volvían los dos directores creativos:<br />
García Torres, <strong>de</strong> su enfermedad, y Castelli <strong>de</strong> sus vacaciones.<br />
En ese tiempo muchos me habían preguntado si yo estaba a prueba.<br />
Suponía que no, porque García Torres no me había mencionado<br />
ninguna prueba y a<strong>de</strong>más me había hecho <strong>de</strong>jar Réplica.<br />
De todos modos me inquietaba la pregunta, la sombra <strong>de</strong> lo sucedido<br />
con Stafford y Miguel caía sobre <strong>mi</strong>s espaldas, y el escepticismo<br />
<strong>de</strong> los <strong>de</strong>más con respecto a Torres también.<br />
Estas preocupaciones me acompañaron hasta el ascensor. Subí con<br />
un hombre que no conocía.<br />
Alto, flaco, tostado por el sol, me preguntó:<br />
—¿Piso?<br />
—<strong>Te</strong>rcero.<br />
—¿Sos nueva, vos?<br />
—Sí. —le contesté con toda la cautela que <strong>mi</strong> papel <strong>de</strong> “nueva” exigía.<br />
—¿Con quién estás?<br />
—No sé.<br />
—¿Cómo no sé, con alguien tenés que estar —parecía ser un hombre<br />
enérgico, que a él no le vinieran con pavadas.<br />
—Des<strong>de</strong> que entré, García Torres estuvo enfermo y no lo vi más.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Se rió con una risa breve, econó<strong>mi</strong>ca, y me dijo que no me fuera a<br />
creer que Torres se enfermó por eso. Le contesté con seriedad:<br />
—Sí; estoy segura que fue por <strong>mi</strong> culpa. Vos no sabés cómo soy<br />
yo.<br />
—Ja, ja. ¿y entonces?<br />
—Entonces que no sé si trabajo con Torres o con Castelli.<br />
—Se rió <strong>de</strong> nuevo, con un poco menos <strong>de</strong> economía:<br />
—Castelli soy yo; quedate tranquila, que con<strong>mi</strong>go no estás.<br />
—Encantada.<br />
—¿Por qué siempre tenía que conocer a la gente <strong>de</strong> un modo no<br />
convencional? ¿De vez en cuando no podía ser más fácil, te presento<br />
a Fulana, te presento a Mengano y chau?<br />
—¿A vos quién te invitó? —fue lo primero que le dije a Fernando<br />
cuando lo vi por primera vez.<br />
—A <strong>mi</strong> nadie; yo ofrecí <strong>mi</strong> casa.<br />
Cómo me había gustado; alto, buen mozo, bailaba bien. Intercambiamos<br />
una sarta <strong>de</strong> mentiras y exageraciones sobre cómo éramos y<br />
qué cosas nos gustaban, que no creímos ninguno <strong>de</strong> los dos, hasta<br />
que nos enamoramos y creímos todo.<br />
Pero qué tenía que meterse Fernando en el medio, lo pasado pisado.<br />
Buen mozo sigue siendo, pero para qué me sirve que me acuer<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> aquellos tiempos que ya pasaron, y para qué, como las golondrinas<br />
vuelven <strong>de</strong> tu balcón los nidos a colgar y si llega a volver, yo<br />
como Liliana qué hago, Dios mío, qué hago.<br />
La impresión <strong>de</strong> reciedumbre que tuve <strong>de</strong> Castelli en el ascensor<br />
se fue mejorando con las horas, pasó a ser un buen tipo, tal vez un<br />
poco directo, enjuto, escueto, tal como su aspecto, sin <strong>de</strong>sperdicio,<br />
al pan, pan y al vino, vino, y yo me estaba lamentando por no trabajar<br />
con él, cuando se mató <strong>de</strong> risa y hasta se sonrojó porque tuvo un<br />
terrible lapsus: en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme “te alcanzo una silla” me dijo “te<br />
alcanzo una cama”.<br />
Volví a la intranquilidad: García Torres no me había llamado a su<br />
oficina y finalmente, al llegar la hora <strong>de</strong> irme, <strong>de</strong>cidí ir yo.<br />
Se mostró <strong>de</strong>masiado serio con<strong>mi</strong>go. No se parecía en nada al <strong>de</strong> la<br />
primera vez, el que quería a toda costa que me quedara a trabajar.<br />
171
172<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Me habían dicho que en la agencia todo se sabía, y quizás le había<br />
caído mal que me instalara en la oficina <strong>de</strong> al lado, aunque yo por las<br />
dudas me había vuelto a mudar esa mañana.<br />
Intenté mostrarle lo que había trabajado para los tractores <strong>mi</strong>entras<br />
él estaba enfermo, pero me dijo que lo <strong>de</strong>jara para el día siguiente,<br />
tenía otras cosas más urgentes que aten<strong>de</strong>r.<br />
Me pregunté dón<strong>de</strong> habría quedado el García Torres galante <strong>de</strong>l<br />
primer día, y me resistí a pensar que el cambio sólo se <strong>de</strong>biera a su úlcera<br />
estropeada. Empecé a sentir olor a tormenta.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
63.<br />
Ay, Andrés, ay, ay….<br />
Un choque <strong>de</strong> trenes a toda velocidad, <strong>de</strong> aviones, <strong>de</strong> satélites,<br />
<strong>de</strong> galaxias. Un golpe, una inundación <strong>de</strong> adrenalina.<br />
Primero no lo pu<strong>de</strong> creer. Después, el atonta<strong>mi</strong>ento. Entonces,<br />
la rabia, la impotencia, la parálisis y por fin, la rebelión.<br />
“Hoy es 16; trabajaste hasta hoy”, me dijo Torres y no le<br />
alcanzó con eso, me dijo a<strong>de</strong>más “andate ya y no te <strong>de</strong>spidas<br />
<strong>de</strong> nadie, me hacen mal las <strong>de</strong>spedidas”.<br />
Qué sencillo: andá y <strong>de</strong>saparecé sin <strong>de</strong>jar rastros.<br />
Mirá lo que me pasa, a esta edad… pero no lo voy a <strong>de</strong>jar<br />
así, le voy a escribir una carta a Salas pidiéndole una<br />
entrevista para que se entere.<br />
Así que esa era la vida, la que yo no conocía y quería<br />
conocer.<br />
No sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> saqué fuerzas para <strong>de</strong>cirle a Torres que no<br />
me iba a ir antes <strong>de</strong> fin <strong>de</strong> mes; tenía que buscar otro trabajo.<br />
No se lo esperaba el muy cretino, me dijo que sí.<br />
Como te imaginarás no era para buscar trabajo sino para<br />
no abandonar <strong>de</strong> golpe todo lo que vos y yo nos damos en<br />
las mañanitas, para <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> a poco.<br />
173
174<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Ahora entiendo cuando hablabas <strong>de</strong> cuidarme. Desparramar<br />
alegría tiene un precio, la envidia <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más.<br />
Inés.<br />
Le <strong>de</strong>jé la carta en el escondite <strong>de</strong> siempre y fui a buscar a Andrea<br />
a la escuela. Estuve un rato jugando con ella y en un acto <strong>de</strong> amor a<br />
mí <strong>mi</strong>sma, me fui a dor<strong>mi</strong>r. Un choque <strong>de</strong> trenes <strong>de</strong>ja extenuado a<br />
cualquiera.<br />
Como me dijo una vez Andrés, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las penas, poco a poco<br />
aparecen las i<strong>de</strong>as. No quería irme <strong>de</strong> la agencia sin pelear. Iba a ir a<br />
ver a Salas. Le iba a <strong>de</strong>cir <strong>mi</strong>re lo que me pasa, <strong>mi</strong>re cómo me han<br />
lastimado.<br />
Me sentí un poco mejor. Haría algo, aunque no diera ningún resultado,<br />
con tal <strong>de</strong> no hacerle el juego al <strong>de</strong>sgraciado <strong>de</strong> Torres. Todos<br />
se iban a enterar <strong>de</strong> su canallada.<br />
Llegaron Jorgelina y Alfonso <strong>de</strong>l colegio y me preguntaron qué me<br />
pasaba. Traté <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> lado el choque <strong>de</strong> trenes, pero no pu<strong>de</strong> evitar<br />
lagrimear. Marina me dijo que no me afligiera si tenía que trabajar<br />
todo el día; ellos se iban a arreglar.<br />
Andrea se acurrucó como un pollito mojado en el fondo <strong>de</strong>l sillón.<br />
—¿Qué te pasa, tesoro?<br />
—Nada, nada me pasa. —me contestó con una trompita <strong>mi</strong>tad triste<br />
y <strong>mi</strong>tad enojada. Le ofrecí que <strong>mi</strong>ráramos juntas el cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong><br />
clase pero siguió seria, hasta que no pudo guardarse por más tiempo<br />
lo que le pasaba.<br />
Jorgelina es una tonta, quiere que trabajes todo el día y no te vea<br />
nunca, y que no vengas a comer con<strong>mi</strong>go —me dijo en un mar <strong>de</strong> lágrimas.<br />
—No llores Andrea no va a hacer falta que trabaje todo el día, yo<br />
siempre te voy a ir a buscar, vení, estudiemos juntas la poesía: “Mi<br />
barrio es como un cuento/ que me sé <strong>de</strong> memoria/ Cada casa en <strong>mi</strong><br />
barrio/me ha contado su historia.”<br />
Después llegó Marina llorando.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—Otra más que llora—dijo Alfonso buscando pen<strong>de</strong>ncia.<br />
—Callate estúpido qué te metés.<br />
—Basta, los dos. ¿Por qué llorás?—tuve que intervenir.<br />
—Las chicas me llenaron la cabeza y me ter<strong>mi</strong>né peleando con Pablo.<br />
—A ver, ¿vos querías pelearte?—otro problema en puerta, pensé.<br />
—No, no quería.<br />
—¿No te parece que tenés que hacer lo que vos querés, no lo que<br />
dicen tus a<strong>mi</strong>gas?<br />
Parecía sencillo <strong>de</strong>círselo a ella pero yo ¿sabía lo que quería? A<strong>de</strong>más,<br />
¿el nido tibio que trataba <strong>de</strong> crear para los chicos los protegerían<br />
<strong>de</strong> las cosas feas, como las que me estaban pasando?<br />
Marina se fue a su cuarto y no quiso cenar. Por una vez, <strong>de</strong>cidí que<br />
no la malcriaba si le llevaba la co<strong>mi</strong>da a la cama.<br />
Al fin logré, exhausta, que todos se fueran a dor<strong>mi</strong>r, tarea ardua y<br />
prolongada, y pu<strong>de</strong> pensar en la entrevista que le iba a pedir a Salas.<br />
Si no daba resultado, me volvería a ocupar <strong>de</strong> lo mío. Así surgió el<br />
último problema <strong>de</strong> ese día: ¿Cómo saber qué era lo mío? ¿La publicidad,<br />
la literatura, la psicología, o qué?<br />
Me costaba dor<strong>mi</strong>r; pensé qué me hubiera dicho Fernando si supiera<br />
lo que me pasaba y casi tuve ganas <strong>de</strong> llamarlo y contárselo,<br />
pero no lo hice. <strong>Te</strong>ndría que apren<strong>de</strong>r a vivir sin él, y al <strong>mi</strong>smo tiempo<br />
arreglármelas con el dolor <strong>de</strong> que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber vivido juntos<br />
tanto tiempo, yo tuviera que buscar consuelo en otra gente.<br />
Cuando Fernando se enteró (por los chicos, no por mí) <strong>de</strong> <strong>mi</strong> <strong>de</strong>spido,<br />
si es que se pue<strong>de</strong> llamar <strong>de</strong>spido el <strong>de</strong> alguien que nunca empezó<br />
a trabajar, me llamó preocupado. Pero no me dijo qué pena, o<br />
qué mal te sentirás, o ahora comprendo por qué el raspón <strong>de</strong>l auto,<br />
sino sencillamente:<br />
—¿No te advertí que el ambiente <strong>de</strong> la publicidad…?<br />
—Sí, sabelotodo, me lo dijiste, sabelotodo menos ¡ay! Sabelo<strong>de</strong>mí.<br />
Como me dijo Guido, a los hombres les lleva mucho tiempo enten<strong>de</strong>r<br />
a las mujeres y cuando por fin lo apren<strong>de</strong>n, a veces ya no es posible<br />
con la <strong>mi</strong>sma mujer. A<strong>de</strong>más… ¿esa mujer tan mujer, que Gui-<br />
175
176<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
do <strong>de</strong>spertaba en mí, era la <strong>mi</strong>sma, aquélla, la que había sido la mujer<br />
<strong>de</strong> Fernando?
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
64.<br />
Ibamos para la escuela, muy <strong>de</strong> mañana, Jorgelina, Andrea y yo,<br />
muy calladas las tres. Ellas, porque tenían sueño y yo también. Hasta<br />
el auto parecía somnoliento, iba tan <strong>de</strong>spacio que parecía que en<br />
cualquier esquina se iba a parar a echarse un sueñito.<br />
Un largo día me esperaba, un día en que tenía que luchar por lo<br />
mío y quizás no supiera hacerlo bien. A <strong>mi</strong> alre<strong>de</strong>dor todo tenía el<br />
color sin color <strong>de</strong> las cosas cuando no se las ve.<br />
Las nenas me dieron un beso y se bajaron en la puerta <strong>de</strong> la escuela. Doblé<br />
la esquina y apareció un auto blanco que se puso a la par <strong>de</strong>l mío.<br />
—Guido… —dije y sentí gran<strong>de</strong> <strong>mi</strong> sonrisa inundándome la cara.<br />
Las cosas recobraron su color.<br />
—Quería verte aunque sólo fueran cinco <strong>mi</strong>nutos —me dijo Guido<br />
<strong>mi</strong>entras nos protestaban los bocinazos.<br />
Estacionamos los autos, Guido se pasó al mío, me abrazó, me besó:<br />
—No entiendo cómo alguien pudo echarte, <strong>de</strong>be ser ciego y sordo,<br />
para hacerte una cosa así.<br />
Me hizo reír, los cinco <strong>mi</strong>nutos pasaron pronto, fueron sólo cinco<br />
<strong>mi</strong>nutos y parecieron apenas dos.<br />
Guido me dio un último, rápido beso y se fue a aten<strong>de</strong>r a sus pacientes.<br />
Yo me fui para la agencia y la mañana ya no me pareció tan<br />
gris.<br />
177
178<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
65.<br />
Cuando Castelli me vio tristísima, por lo <strong>de</strong> García Torres, en lugar<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme cosas que me hubieran puesto peor, al estilo <strong>de</strong> pobre,<br />
qué injusticia y <strong>de</strong>más, me contó un cuento chino <strong>de</strong> un chino<br />
muy viejo que vivía en una montaña con su yegua y su nieto. Resulta<br />
que un día se le escapó la yegua y todos se afligieron, pobre chino<br />
sin yegua, qué iba a ser <strong>de</strong> él.<br />
Pero el viejo, tan oriental como era, no se apuró a preocuparse y<br />
les dijo que había que esperar a ver qué pasaba.<br />
Y lo que pasó fue que dio la buena suerte que la yegua resultó muy<br />
querendona y que sabía revolear los ojos con maestría equina, por<br />
lo cual apareció poco <strong>de</strong>spués seguida <strong>de</strong> unos cuantos galanes <strong>de</strong> su<br />
<strong>mi</strong>sma raza y condición.<br />
—Entonces, Inés, lo que hoy te parece tan malo… mañana andá a<br />
saber.<br />
—¿No me estarás diciendo que por ahí mañana le voy a tener que<br />
dar las gracias a Torres por lo que me hizo?<br />
—Y, quién te dice…<br />
—Ah, no, Castelli, eso sí que no, las gracias no se las doy.<br />
Andrés me escribió una carta y en un <strong>de</strong>scuido <strong>de</strong> Castelli me la<br />
dio.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Inés hace lo que pue<strong>de</strong>, te escribí una vez y hasta te lo propuse<br />
para título <strong>de</strong> tu broli. <strong>Te</strong> veo, chiquita, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna<br />
que el guionista <strong>de</strong> la “película” puso para que te escondieras<br />
y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahí <strong>mi</strong>raras asombrada y <strong>de</strong> reojo.<br />
“Mirá lo que me pasa, a esta edad” Nunca es tar<strong>de</strong>, pichona.<br />
Venir a <strong>de</strong>scubrir que lo que te hacen es lo que genéricamente<br />
se llama injusticia y le suce<strong>de</strong> cientos <strong>de</strong> veces a<br />
cientos <strong>de</strong> personas por día.<br />
Estás haciendo todo bien, la carta a Salas es durísima, no<br />
le falta ni le sobra nada: “me tomó sin conocerme, y sin conocerme<br />
me echó” es <strong>de</strong>teriorante para quien bien se lo merece.<br />
Suce<strong>de</strong> que es el primer revés <strong>de</strong> tu nueva vida, serán muchos<br />
más, queridísima a<strong>mi</strong>ga. Es <strong>de</strong> sabios apren<strong>de</strong>r esa clase<br />
<strong>de</strong> realidad para po<strong>de</strong>r transitarla.<br />
Pero también te pasaron cosas buenas. Encontraste comprensión<br />
en varias personas empezando por tus hijos. Andrea<br />
tiene poca edad, no te pue<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r. Sos vos la que tenés<br />
que <strong>de</strong>cidir si trabajás o no ocho horas, y no ellos. Cuando<br />
estés segura vas y se los <strong>de</strong>cís.<br />
El tiempo, ese bocina, ya dirá que va a pasar con esos dos<br />
que se divierten, se entien<strong>de</strong>n y se ayudan tanto en la oficina<br />
en tus cuatro horitas, si nuestro interés y esas cosas…<br />
Hay algo mío que a lo mejor te sirve: ¿qué es lo <strong>de</strong> uno?<br />
Descubrí que me puedo emperrar en que no me echen <strong>de</strong> Salas<br />
y Asociados y hasta lograrlo y entonces quedarme en la<br />
publicidad, pero creo que “lo <strong>de</strong> uno” es cualquier cosa que<br />
uno se proponga.<br />
Lo tuyo es ser esposa tradicional, y <strong>mi</strong>nón separada, es<br />
ser madre como hay pocas, lo tuyo está en la psicología, en<br />
la literatura, en las relaciones públicas, en la publicidad. En<br />
lo que te propongas, como quieras y cuando quieras.<br />
Y si no, fijate que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo <strong>de</strong> Torres encontraste<br />
otros espejos don<strong>de</strong> reflejar tu encanto, espejos a quienes interrogar<br />
quién es la más linda, la más inteligente, y todas<br />
esas cosas más.<br />
179
180<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Ayer a la tar<strong>de</strong> Castelli estuvo hablando maravillas <strong>de</strong><br />
vos. Creo que lo sedujiste al gruñón ese y como te imaginarás,<br />
no lo contradije en lo más mínimo.<br />
No te asombres que los tipos se te acerquen, porque sos<br />
atractiva, sin necesidad <strong>de</strong> ser una piba <strong>de</strong> veinte y secretaria.<br />
En rigor, siempre te <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber pasado, sólo que estabas<br />
ciega, tu corazón no lo registraba, porque para tu corazón<br />
usabas braille, pero habías aprendido por correspon<strong>de</strong>ncia<br />
y por ese tiempo había huelga <strong>de</strong> carteros.<br />
A.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
66.<br />
Castelli me regaló su libro <strong>de</strong> poemas. “Por un tiempo <strong>de</strong> publicidad,<br />
<strong>de</strong> a<strong>mi</strong>stad y asombro” escribió en la primera hoja. Así que era<br />
poeta…<br />
—Me encariñé con vos, piba. —me dijo, como disculpándose <strong>de</strong> su<br />
<strong>de</strong>bilidad.<br />
Me ofreció que me quedara en su oficina hasta el fin <strong>de</strong> mes; la situación<br />
con Torres era muy tensa y peor todavía porque no sé cómo<br />
fue a enterarse que yo le había pedido una entrevista a Salas.<br />
—Quedate con nosotros, si querés; yo me encargo —me dijo Castelli<br />
con su vozarrón. —Por ahí, con suerte, hasta nos das una mano.<br />
Ahí estábamos, Andrés, Castelli y yo, esperando la semana que faltaba<br />
para fin <strong>de</strong> mes, esperando que Salas me recibiera; ninguno <strong>de</strong><br />
los tres creíamos que hablar con él iba a servir <strong>de</strong> mucho. En eso apareció<br />
él gordo Olivera:<br />
—¿Cómo te va, libélula?<br />
El me llamaba así, porque <strong>de</strong>cía que yo andaba revoloteando <strong>de</strong><br />
aquí para allá. Me dio un sonoro beso en la mejilla y aprovechó para<br />
<strong>mi</strong>rar <strong>de</strong> reojo la hoja <strong>de</strong> “<strong>mi</strong>” máquina <strong>de</strong> escribir.<br />
—¿Siempre escribiendo tu novela?<br />
—<strong>Te</strong>né cuidado con lo que hacés, gordo. Mirá que enseguida Inés<br />
va y te escribe —le dijo Castelli.<br />
181
182<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Olivero me echó una <strong>mi</strong>rada con sus ojitos redondos y afables y le<br />
contestó <strong>de</strong> un tirón:<br />
—Mirá que es linda, <strong>mi</strong>rá qué dulce, <strong>mi</strong>rá qué talento… ¿te conté<br />
el cuento <strong>de</strong> la negrita que el negro le dice “che, ¿vamos a encamarnos?”<br />
y entonces la negrita ofendida le dice “andate negro sinvergüenza,<br />
más respeto con<strong>mi</strong>go, qué es eso <strong>de</strong> ché?”.<br />
Antes <strong>de</strong> que le contestáramos Olivero siguió:<br />
—¿Y aquel otro <strong>de</strong>l abuelito que le dice a la abuelita que le está trayendo<br />
un platazo enorme pero enorme <strong>de</strong> sopa: “para quién es ese<br />
platazo?” y cuando la abuelita le dice que es para él entonces el abuelito<br />
le dice: “¿para mí ese platito?”.<br />
Habíamos perdido la cuenta <strong>de</strong> las veces que nos lo había contado,<br />
siempre el <strong>mi</strong>smo cuento, siempre <strong>de</strong> un tirón sin puntos ni comas,<br />
que al final <strong>de</strong> tanto repetirlo nos hacía reír.<br />
Con el tiempo lo fue abreviando, y <strong>de</strong> tanto en tanto se asomaba<br />
por la puerta <strong>de</strong> la oficina y <strong>de</strong>cía solamente el final, con voz aguda<br />
y temblorosa:<br />
—¿Para mí ese platitito?<br />
Esa vez el gordo, buenazo él, quería acortarme el tiempo <strong>de</strong> la espera<br />
contando el cuento entero. Después me dijo:<br />
—Mirá que te la hicieron bien fiera, Libélula. Pero vos hacés bien,<br />
peleala hasta el final.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
67.<br />
Estoy <strong>de</strong>pri<strong>mi</strong>do y triste.<br />
No sé por qué.<br />
En estos momentos en que vas a irte… vamos, te lo digo:<br />
más te necesito, para acortar las mañanas.<br />
A veces me parece que no aguanto más en esta agencia.<br />
Pero tengo que aguantar. <strong>Te</strong>ngo necesida<strong>de</strong>s econó<strong>mi</strong>cas no<br />
resueltas y tengo que aguantar.<br />
Claro que a veces esto se convierte en un castigo.<br />
Siento pocas posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> elegir.<br />
Necesito que me hables bien <strong>de</strong> mí.<br />
Bueno, nena, chau.<br />
A.<br />
Querido a<strong>mi</strong>go <strong>de</strong>l alma:<br />
Vamos a ver, qué le digo este hombre, que me escribió una<br />
cartita pidiéndome auxilio, a este hombre que lo tienen a<br />
prueba aquí y nunca lo ter<strong>mi</strong>nan <strong>de</strong> probar.<br />
Cumplo con tu pedido.<br />
Si recorrieras las muchas cartas que te he escrito, verás, pri-<br />
183
184<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
mero y ante todo, que sos una buena persona. ¿Qué pue<strong>de</strong><br />
haber más importante?<br />
Si alguien me llegara a preguntar qué espero <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos, yo<br />
diría eso <strong>mi</strong>smo: que sean, ante todo, buenas personas.<br />
¿Qué más? Que estás hecho <strong>de</strong> buena ma<strong>de</strong>ra, que tenés<br />
ojos para ver lo bueno y no lo feo, boca para <strong>de</strong>cirle a los<br />
<strong>de</strong>más lo mejor que se te ocurre <strong>de</strong> ellos… y pies para patear<br />
piedritas.<br />
Que sos inteligente, y mucho. Que sabés <strong>mi</strong>rar alre<strong>de</strong>dor y<br />
escribir lo que ves, con ese lujo <strong>de</strong> adjetivos combinados <strong>de</strong><br />
insólita manera.<br />
<strong>Te</strong> veo periodista, como lo fuiste siempre, que ve y luego lo<br />
cuenta <strong>de</strong> una manera que quien te lee no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>scubrir algo que no vio y ter<strong>mi</strong>na pensando que tenés razón<br />
en lo que <strong>de</strong>cís. ¿Un ejemplo? ¿Se pue<strong>de</strong> pedir en este<br />
país <strong>de</strong> lugares comunes algo más sensato que lo que dijiste<br />
ayer a Castelli que la Argentina crea talentos pero no se<br />
los pue<strong>de</strong> bancar?<br />
Ahora estás <strong>de</strong> capa caída, <strong>de</strong> calcentines caídos, <strong>de</strong> alma<br />
caída. Se te ha dado por cuestionarte y cuestionarte, andá<br />
a saber por qué.<br />
Me siento tentada a hacer ejercicio ilegal <strong>de</strong> la profesión -<br />
cosa que nunca hago, pero tu carta me envalentona – y <strong>de</strong>cirte<br />
algo, que a la vez que intuyo lo creo sin el más mínimo<br />
temor a equivocarme:<br />
¿No será que te cuestionás la publicidad, hermana frívola <strong>de</strong>l<br />
periodismo, ese que llevás en el alma más <strong>de</strong> lo que creés?<br />
Y necesito <strong>de</strong>cirte algo más, me haría mal no <strong>de</strong>círtelo. Cuanto<br />
más te conozco y más me convenzo <strong>de</strong> cuánto valés pienso<br />
que tu inteligencia y tu fuerza no está en marcha aquí.<br />
Este no es tu lugar.<br />
Todo eso me hace pensar que, perdoname si soy un poco fanática,<br />
pero a <strong>mi</strong> me parece, bah, estoy segura que un poquito,<br />
un retoquecito <strong>de</strong> análisis no te vendría mal.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Inés<br />
No sé que te habré hecho para que me trates tan mal. Sé que<br />
me querés, me respetés, incluso me ad<strong>mi</strong>rás, querés lo mejor<br />
<strong>de</strong> mí, pero esa buena persona que <strong>de</strong>cís que soy necesita<br />
otra cosa <strong>de</strong> esa buena persona que sos vos.<br />
Lo último que necesito es leer que necesito más análisis,<br />
cuando hace rato que lo ter<strong>mi</strong>né. En tren <strong>de</strong> analizarme<br />
podría seguir dos, seis, veintisiete años más, hasta llegar<br />
a ser el más analizado <strong>de</strong> la Argentina, <strong>de</strong> América y <strong>de</strong>l<br />
mundo entero.<br />
Pero no hace falta. Sé todo <strong>de</strong> mí y <strong>de</strong> una realidad que a veces<br />
hay que aceptar, aunque se me vuelva difícil como ahora.<br />
Menos me sirve todavía que no me digas que no me ves haciendo<br />
publicidad, cuando es una elección dolorosa porque<br />
implica <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> lado lo que realmente quiero: hacer periodismo.<br />
Perdoname pero me parece que todavía no aprobaste “Discri<strong>mi</strong>naciones<br />
II”<br />
Me quedo sin embargo con algunos <strong>de</strong> los exquisitos gestos<br />
tuyos <strong>de</strong> este breve tiempo que nos conocemos, y también <strong>de</strong><br />
los afectos, bancadas, apoyos y <strong>de</strong>más yerbas.<br />
A.<br />
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186<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
68.<br />
Andrea tenía unas líneas <strong>de</strong> fiebre y no fue a la escuela. Castelli me<br />
volvió a <strong>de</strong>cir “yo me encargo” y en lugar <strong>de</strong> ir a la agencia me quedé<br />
con ella.<br />
Empecé a arrepentirme <strong>de</strong> la carta que le había escrito a Andrés,<br />
quizás tendría que habérselo dicho y no escrito. Pero también era cierto<br />
que si él había elegido escribirme, era lógico contestarle <strong>de</strong> la <strong>mi</strong>sma<br />
manera. O directamente no <strong>de</strong>círselo.<br />
A<strong>de</strong>más, Andrés siempre <strong>de</strong>cía que hay que esperar un poco, porque<br />
<strong>de</strong> los arrepenti<strong>mi</strong>entos uno también se arrepiente.<br />
Cuando llegué al día siguiente, Andrés no estaba pero su carta sí:<br />
Mi ex-analista me espera el viernes. No me pienso volver<br />
a analizar pero ella me conoce como nadie y tal vez pueda<br />
<strong>de</strong>cirme qué me está pasando para sentirme tan mal.<br />
A.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
69.<br />
—¿Cómo estás Juan?<br />
Juan se alisaba el bigote, un bigote como el <strong>de</strong> <strong>mi</strong> abuelo, a lo Palacios.<br />
Los dos se los alisaban cuando estaba satisfechos por algo. Mi<br />
abuelo a menudo lo hacía por mí, que era, por lejos, su nieta preferida.<br />
—Vuelvo con <strong>mi</strong> mujer—me dijo repentinamente Juan.<br />
—¿y la mujer <strong>de</strong> tu a<strong>mi</strong>go?<br />
—Fue bueno <strong>mi</strong>entras duró. A<strong>de</strong>más, no era una mujer con quien<br />
yo pudiera vivir.<br />
El otro día me había dicho que había que meterse hasta acá, con<br />
todo. Se había metido, no resultó, hizo marcha atrás. Era su estilo. No<br />
me parecía bueno para mí y, pensándolo un poco, para él tampoco.<br />
Sin embargo, en otras cosas tenía razón, como aquel día que me<br />
dijo que no tuviera pereza <strong>de</strong> vivir, y eso era lo que trataba <strong>de</strong> hacer<br />
todos los días.<br />
En su momento lo sentí como un sacudón, ¿a mí me lo <strong>de</strong>cía? Pero<br />
<strong>de</strong>spués le di la razón y entonces, basta <strong>de</strong> protegerme <strong>de</strong> la vida, <strong>de</strong>jando<br />
<strong>de</strong> vivir por <strong>mi</strong>edo al sufri<strong>mi</strong>ento. Basta <strong>de</strong> protegerme <strong>de</strong> la<br />
vida, por <strong>mi</strong>edo a sufrir, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> vivirla. Basta <strong>de</strong> Richard Geres<br />
sembrados por aquí y por allá para no saber nunca, pero nunca, lo<br />
que podía haber pasado. Pero tampoco lo <strong>de</strong> Juan. No tener pereza<br />
187
188<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
<strong>de</strong> vivir pero no inventar la vida, no andar como Juan siempre a la<br />
búsqueda <strong>de</strong> más vida <strong>de</strong> la que nos tocaba vivir.<br />
—Bueno, ahora contame vos.<br />
—Estoy preocupada por el libro. Andrés y Castelli me apuran para<br />
que lo ter<strong>mi</strong>ne, me dicen que si me quedara algo por <strong>de</strong>cir, iría a otro<br />
libro y si no va, es porque la i<strong>de</strong>a no vale <strong>de</strong>masiado. Están convencidos<br />
<strong>de</strong> que aquí no ter<strong>mi</strong>na la cosa, que voy a seguir escribiendo.<br />
No sé que tengo que hacer.<br />
—Yo tampoco sé que tenés que hacer. A lo sumo sé lo que yo haría.<br />
Creo que publicar es importante y grato. Verlo impreso (¿te acordás<br />
cuando viste tu primer aviso en el diario?) grato como es que la<br />
gente lo lea y te haga comentarios, que lo encuentres en las vidrieras<br />
<strong>de</strong> las librerías…<br />
No te preocupes; nadie mejor que vos va a saber cuando esté ter<strong>mi</strong>nado.<br />
Lo vas a sentir, como sentiste que tenía que tener ese título<br />
y no otro, o como sentiste que tomó forma y los personajes se in<strong>de</strong>pendizaron<br />
y empezaron a <strong>de</strong>cidir por ellos.<br />
Sentí un gran alivio; Juan recuperaba el libro <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> los<br />
<strong>de</strong>más, a quienes yo se lo había entregado.<br />
<strong>Te</strong>nía ganas <strong>de</strong> compartir muchas cosas <strong>de</strong> las que me sucedían<br />
con el libro, pero por pru<strong>de</strong>ncia me contuve. Le dije sin embargo lo<br />
más importante: había perdido la preocupación por la verdad <strong>de</strong> lo<br />
que escribía, <strong>de</strong>scubierto que la realidad era apenas un pretexto para<br />
tejer una historia que hablara <strong>de</strong> lo que yo quería hablar en ese momento<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong> vida.<br />
—¿<strong>Te</strong> acordás que me dijiste una vez que no confundiera realidad<br />
con literatura? Soy una buena alumna, y ya no la confundo… casi.<br />
—Bien, bien, con que sea verosí<strong>mi</strong>l alcanza. —Juan <strong>mi</strong>ró el reloj.<br />
—Juan, quiero <strong>de</strong>cirte algo más: <strong>mi</strong> libro fue libro cuando vos me<br />
lo dijiste, tomó forma cuando Andrés me dijo…<br />
—… y se va a ter<strong>mi</strong>nar cuando lo <strong>de</strong>cidas. ¿entendido? —Juan le<br />
hizo al mozo la seña universal <strong>de</strong> “haceme la cuenta”.<br />
—No te olvi<strong>de</strong>s, nena que espero que me lo traigas cuando lo publiques.<br />
—Prometido.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
70.<br />
Como en Réplica aquí también <strong>de</strong>jan todo para último momento,<br />
para el momento <strong>de</strong>l “incendio”, como lo llaman. Justo yo había<br />
pedido ver a Salas en pleno apogeo <strong>de</strong> una campaña. Quizás por eso<br />
no me había recibido, cuando <strong>de</strong>cían que nunca se negaba cuando<br />
alguien quería verlo.<br />
Eran las doce <strong>de</strong>l viernes, tenían el story board <strong>de</strong>l comercial <strong>de</strong>l auto<br />
que tenía que pasar divertidamente en apenas unos segundos frente a<br />
la cámara por lo menos dos veces o tres pero no los convencía.<br />
A<strong>de</strong>más, el folleto no estaba ter<strong>mi</strong>nado, era muy difícil explicar<br />
tipo jardín <strong>de</strong> infantes y sin espantar al cliente una complicada<br />
financiación, teniendo en cuenta que a Castelli le había costado<br />
un montón enten<strong>de</strong>rla cuando un experto se llegó a la agencia<br />
expresamente para explicársela. Creo que el problema en realidad<br />
no era cómo <strong>de</strong>cirlo sino más bien lo que no había <strong>de</strong> ningún<br />
modo que <strong>de</strong>cir.<br />
A todos se los llevaban los vientos, nada <strong>de</strong> almuerzo, la perspectiva<br />
<strong>de</strong> trabajar el sábado y quizás el do<strong>mi</strong>ngo para llegar a tiempo los<br />
ponía <strong>de</strong> mal humor. Los papeles arrugados se acumulaban alre<strong>de</strong>dor<br />
<strong>de</strong> los canastos, había continuos llamados por los internos y unos y<br />
otros salían disparados hacia la Dirección, llevando textos, bocetos o<br />
solamente su <strong>de</strong>sesperación y su cansancio.<br />
189
190<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Andrés y yo dábamos nuestra ayuda en tiempos normales, pero en<br />
el incendio más bien estorbábamos, éramos apenas pichones <strong>de</strong> publicistas.<br />
Al gordo Olivero se le había ocurrido el titular “Diga”. Corto, impactante,<br />
genial. ¿no les parece? Se pavoneaba por ahí.<br />
Debajo <strong>de</strong>l titular había que <strong>de</strong>cir que los ocho mo<strong>de</strong>los nuevos eran<br />
el orgullo <strong>de</strong> la marca, una marca garantía en el mercado, etc. etc.<br />
Es <strong>de</strong>cir, un choclo <strong>de</strong> 20 líneas por lo menos, compri<strong>mi</strong>do en dos,<br />
<strong>de</strong> modo que resultara corto, fácil, original, eficaz, convincente… y<br />
a<strong>de</strong>más, inventarlo para ese <strong>mi</strong>smo día.<br />
Castelli, <strong>de</strong>senchufado <strong>de</strong>l mundo, <strong>mi</strong>raba la hoja <strong>de</strong> la máquina<br />
fijamente y le gritaba ¡diga! Y, señalándola con el <strong>de</strong>do le daba ór<strong>de</strong>nes<br />
“A ver, <strong>de</strong>sgraciada qué se te ocurre que sigue a esto: ¡diga!<br />
El gordo Olivero contaba chistes pésimos pero al menos nuevos,<br />
Andrés y y Paula se reían más <strong>de</strong> lo que los chistes merecían. Me dio<br />
pena el pobre único laburante <strong>de</strong>l momento.<br />
—Castelli—le dije.<br />
Dio vuelta la cabeza y me <strong>mi</strong>ró sin verme. Tuve que levantar la voz.<br />
—Castelli, escuchá esto que se me ocurrió para <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la marca<br />
y los ocho mo<strong>de</strong>los: “cualquier elección es buena, la financiación,<br />
optima”.<br />
Castelli se agarró la cabeza con las dos manos con tanta exageración<br />
que todos le preguntamos qué le pasaba.<br />
—Las vaquitas.<br />
—¿qué vaquitas?<br />
—¡Cómo qué vaquitas! —dijo sumamente ofendido.<br />
—Las mías, <strong>mi</strong>s vaquitas que ya cae el sol, y todavía están en el campo,<br />
seguro que pisando la tierra arada, y éste —señaló a Andrés —no<br />
me las quiso ir a buscar, ya me vas a pedir un favor, vos, vas a ver con<br />
qué moneda te pago.<br />
—Pero si yo te dije que mandé al peoncito —le dijo Andrés que pescó<br />
la broma al vuelo.<br />
—Ma qué peoncito ni peoncito—Castelli parecía realmente enojado—A<br />
vos te mandé, no al peoncito. Mis vaquitas, si les pasa algo, <strong>de</strong>cime<br />
cómo hago para mandarlas a la Rural…
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Se pasó el pañuelo por la cara, secándose un sudor inexistente y<br />
siguió:<br />
—Para colmo, se me mamó la ternera.<br />
—De don<strong>de</strong> sacó vino? —le pregunté.<br />
—Cómo se ve que no sos <strong>de</strong>l campo, vos.<br />
—Se-ma-mó. Tomó tanta leche que <strong>de</strong>jó seca a la vaca.<br />
—¿La vaca es tonta y no se da cuenta?<br />
—Ma sí, es boba. Pero vos no. Me sirve la i<strong>de</strong>a piba, me sirve.<br />
Andrés se divertía y Castelli, tan imprevistamente como había empezado<br />
a bromear se <strong>de</strong>sconectó <strong>de</strong> nuevo y volvió a hablarle a la hoja<br />
<strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong> escribir:<br />
A ver qué te parece esto: Diga –marca– mo<strong>de</strong>los - cualquier elección<br />
es…<br />
191
192<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
71.<br />
Mi suegro tenía ganas <strong>de</strong> verme. Después <strong>de</strong> la bronca inicial, <strong>de</strong><br />
aquella franqueza mía pidiéndole que <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> agredirme, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> un período <strong>de</strong> silencio, le parecía que se podía retomar el cauce <strong>de</strong><br />
la vida y volver a vernos. Me invitaba a su cumpleaños. Vacilé. Luego<br />
le dije que iríamos, con <strong>mi</strong> vieja costumbre <strong>de</strong> hacerle el gusto a<br />
los <strong>de</strong>más, sobre todo cuando no coincidía con el mío. Pobre <strong>mi</strong> suegro,<br />
quería verme. ¿Y pobre Inés, que no quería? Sabía que me iba a<br />
sentir sola, si retornaba a <strong>mi</strong> fa<strong>mi</strong>lia política, que se encargó <strong>de</strong> invitarme<br />
cuando Fernando estaba <strong>de</strong> viaje, quizás para mostrarme que<br />
me aceptaba aún sin él.<br />
No me escuché a mí <strong>mi</strong>sma y fui. Los chicos estaban contentos por<br />
volver al restaurant <strong>de</strong> siempre, con los cal<strong>de</strong>ros humeantes y don<strong>de</strong><br />
ellos <strong>mi</strong>smos podían sacar el pan <strong>de</strong>l horno con largas palas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />
Iban y venían, servían vino o cerveza <strong>de</strong> los barriles, y disfrutaban <strong>de</strong> las<br />
gaseosas a voluntad. La mesa se llenó <strong>de</strong> botellas. Creo que nunca co<strong>mi</strong>eron<br />
ni tomaron tanto, salvo Andrea, en pleno ataque <strong>de</strong> ti<strong>mi</strong><strong>de</strong>z.<br />
Vino el dueño a saludar a <strong>mi</strong> suegro, cliente asiduo con sus a<strong>mi</strong>gos<br />
y <strong>de</strong>más cumpliendo años.<br />
—¡Qué lindos chicos!<br />
—Mis nietos —dijo <strong>mi</strong> suegro con orgullo. Después, las presentaciones,<br />
<strong>mi</strong> hija, <strong>mi</strong> nuera… y se produjo un gran vacío. El dueño dijo
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
lo que tantas veces había escuchado <strong>de</strong>cir, que me <strong>de</strong>bía haber casado<br />
muy joven para tener hijos tan gran<strong>de</strong>s.<br />
La frase habitual se volvió triste; me lo <strong>de</strong>cía a mí sola, y la ausencia<br />
se hizo más gran<strong>de</strong>. Por un momento temí que preguntara por el<br />
padre <strong>de</strong> los chicos, lo cual era absurdo, los dueños <strong>de</strong> restaurantes<br />
están vacunados contra toda indiscreción.<br />
La alegría <strong>de</strong> los chicos y <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más invitados, la ropa medieval<br />
<strong>de</strong> los músicos, con sus flautas, pan<strong>de</strong>retas y laú<strong>de</strong>s, hicieron grato el<br />
momento. Buena i<strong>de</strong>a la <strong>de</strong> <strong>mi</strong> suegro <strong>de</strong> no festejar en su casa.<br />
Mi suegra se inclinó hacia mí y me dijo en voz muy baja, como si<br />
se lo dijera más a ella que a mí:<br />
—¿Cómo hacés para acostumbrarte a esto? —lo tomé como un reproche.<br />
—Me parece que la que no se acostumbra sos vos. —Se le llenaron<br />
los ojos <strong>de</strong> lágrimas, perdí <strong>mi</strong> enojo y le dije en voz tan baja que quizás<br />
no me oyó:<br />
—Yo tampoco me puedo acostumbrar.<br />
No <strong>de</strong>bía haber aceptado ir. El pasado no tenía remedio, los chicos<br />
seguían siendo sus nietos, pero yo no era más su nuera, no tenía<br />
que estar ahí, volviendo también a otros pasados, a aquel remoto <strong>de</strong><br />
“no vas a <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> comer el postre, que la abuelita lo preparó con tanto<br />
cariño para vos” don<strong>de</strong> no importaba si yo quería o no ese postre,<br />
sino que la abuelita no se frustrara. El pasado <strong>de</strong> “qué va a <strong>de</strong>cir<br />
la gente”, ese monstruo in<strong>de</strong>finido que siempre tenía algo que <strong>de</strong>cir<br />
para congelar <strong>mi</strong>s alegrías.<br />
No había duda. Los más débiles, los más necesitados, siempre me<br />
parecían los <strong>de</strong>más. Pobre <strong>mi</strong> suegro, tiene ganas <strong>de</strong> verte. Nada <strong>de</strong><br />
pobre Inés, que tiene ganas <strong>de</strong> estar con Guido. Qué absurdo, entre<br />
el abrazo <strong>de</strong> Guido y <strong>mi</strong> suegra llorando, elegí a <strong>mi</strong> suegra.<br />
Después llegó el turno <strong>de</strong> los cantantes, que fueron abandonando<br />
lo medieval y se volvieron contemporáneos, pero antes pasaron por<br />
aquello que siempre escuchábamos en los festejos, aquello <strong>de</strong> “Vamos,<br />
subiendo la cuesta que arriba <strong>mi</strong> calle se vistió <strong>de</strong> fiesta” en honor a<br />
<strong>mi</strong> suegro que, como siempre, lo pidió.<br />
Me sentí irre<strong>mi</strong>siblemente sola. Me encontré repitiendo un gesto<br />
193
194<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
maquinal que ya no tenía razón <strong>de</strong> ser, tratando <strong>de</strong> girar una alianza<br />
<strong>de</strong> la que no quedaba más que el hilo fino <strong>de</strong> una marca que se resistía<br />
a <strong>de</strong>saparecer.<br />
La separación no era brusca y tremenda como yo había creído, apenas<br />
si se separaban las presencias, lo <strong>de</strong>más se iba dando gota a gota,<br />
como sucesivos alfilercitos que se clavaban en la piel en el momento<br />
menos esperado, y cómo dolían, cómo.<br />
No pu<strong>de</strong> más y le dije a los chicos que nos íbamos. Afronté como<br />
pu<strong>de</strong> el temporal <strong>de</strong> sus protestas, y las <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, las <strong>de</strong> cómo, ya<br />
te vas, es temprano, y me los llevé <strong>de</strong> vuelta a casa. Logré que se acostaran<br />
y ya sola en <strong>mi</strong> cama, lloré por el pasado que yo había <strong>de</strong>jado<br />
retornar esa noche con toda su fuerza. Apenas si me consoló pensar<br />
que era un error que, estaba segura, no iba a repetir.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
72.<br />
Se acercaba el co<strong>mi</strong>enzo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> último año <strong>de</strong> Facultad.<br />
—Señorita, necesito cambiar <strong>de</strong> turno—en <strong>mi</strong> nueva vida, por un<br />
motivo o por otro, nada podía quedar igual.<br />
—Si no es por cuestiones laborales, no se pue<strong>de</strong>. Vuelva con el certificado<br />
<strong>de</strong> trabajo. —me dijo la chica que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la holganza <strong>de</strong><br />
los meses <strong>de</strong> vacaciones, estaba seguramente fastidiada <strong>de</strong> tener que<br />
volver al ritmo invernal.<br />
No estaba el horno para bollos en la agencia como para pedir ningún<br />
certificado, así que recurrí a <strong>mi</strong> viejo.<br />
—Qué bueno, así que ahora trabajás con<strong>mi</strong>go —me dijo contento,<br />
como siempre, cuando le daba oportunidad por hacer algo por mí.<br />
Volví a la Facultad, llené la solicitud y se la entregué a la <strong>mi</strong>sma chica.<br />
La leyó y me preguntó un poco más malhumorada todavía:<br />
—¿En qué año está?<br />
—En el último.<br />
—¿Entonces por qué aquí figura quinto año?<br />
—¿No son cinco años? —le pregunté perdiendo lentamente los buenos<br />
modos.<br />
—Si, pero no se llama quinto.<br />
—¿cómo se llama? —el uf me lo guardé a duras penas.<br />
—¿Ud. no sabe?<br />
195
196<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—No.<br />
—Entonces lo escribo yo.<br />
Con aire <strong>de</strong> reina ofendida escribió con parsimonia “segundo superior”<br />
<strong>mi</strong>entras <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí la cola no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> crecer y yo sentía<br />
en la espalda la impaciencia <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más.<br />
Arriba me esperaban <strong>mi</strong>s compañeros, con el halo bienhechor que<br />
todavía les duraba <strong>de</strong> las vacaciones y al verlos pensé que era una pena<br />
cambiar el horario, si total en Salas no iba a trabajar más, así que <strong>de</strong>cidí<br />
esperar a otro momento y a otra empleada también.<br />
La clase ter<strong>mi</strong>nó temprano y nos fuimos todos a tomar un café.<br />
Recibí infinitos elogios, por los kilos <strong>de</strong> menos, por el color <strong>de</strong> pelo,<br />
por haber empezado a trabajar…<br />
Les conté que estaba escribiendo una novela, y como siempre andaba<br />
con algún manuscrito encima, les leí el que tenía con<strong>mi</strong>go. “Me<br />
sentí sola en el teatro; me encontré con Mara, me senté a su lado y<br />
estuve un poco menos sola; sus a<strong>mi</strong>gas la convidaron con pastillas y<br />
a mí no me ofreció. De nuevo sola…”<br />
Sucedió que antes, mucho antes <strong>de</strong> lo que podía suponer, se cumplió<br />
lo que me dijo Andrés:<br />
Yo lo siento así; pero no lo sabría escribir. —me dijeron.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
73.<br />
Después <strong>de</strong> mucho tiempo, volví a la calle <strong>de</strong> la oficina <strong>de</strong> Fernando.<br />
Cuántas veces había hecho ese recorrido, para que los chicos fueran<br />
a visitar a su papá, a jugar con los teléfonos, a buscarlo para una<br />
salida en fa<strong>mi</strong>lia.<br />
Andrea se bajó <strong>de</strong>l auto y subió corriendo por las escaleras; le gustaban<br />
más que el ascensor. Miré hacia arriba. Fernando estaba <strong>de</strong> espaldas,<br />
hablando por teléfono. El recorte <strong>de</strong> la nuca, la forma <strong>de</strong> la<br />
cabeza amada, el pelo oscuro en el que me gustaba hundir los <strong>de</strong>dos.<br />
Fernando sintió <strong>mi</strong> <strong>mi</strong>rada, se dio vuelta y me saludó con la mano.<br />
Se me llenaron los ojos <strong>de</strong> lágrimas. ¿Qué me pasaba que la pena volvía?<br />
Si poco a poco creía estar segura <strong>de</strong> que no querría abandonar <strong>mi</strong><br />
vida nueva, tan sorpren<strong>de</strong>nte, don<strong>de</strong> cada día <strong>de</strong>scubría que el mundo<br />
era ancho y azul, enorme como el mar. Si no quería volver a meterme<br />
<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> caparazón, en un cuadrado don<strong>de</strong> había cacerolas,<br />
libros y reuniones <strong>de</strong> padres.<br />
Andrea se asomó a la ventana; había llegado y ya podía irme.<br />
Por uno <strong>de</strong> esos gestos compasivos <strong>de</strong> Dios, en esos días en que se<br />
<strong>de</strong>dica a cuidar a los irresponsables que manejan tristes, distraídos,<br />
cansados, y se ocupa <strong>de</strong> evitarles cualquier contratiempo porque sabe<br />
que no lo podrían soportar. Por una <strong>de</strong> esas cosas <strong>de</strong> Dios, digo, no<br />
choqué con nadie cuando puse primera y sin <strong>mi</strong>rar atrás, me lancé<br />
197
198<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
con ímpetu calle abajo, hacia la Plaza <strong>de</strong> Mayo, último retazo con sol<br />
<strong>mi</strong>entras las calles se iban oscureciendo.<br />
El tráfico era terrible; me había metido sin necesidad en las calles<br />
atascadas, quizás para seguir teniendo en las pupilas el perfil que tanto<br />
había amado… y que seguía queriendo.<br />
Hacía tiempo que no lloraba por él. Ese día no tenía fuerzas; <strong>de</strong>scubría<br />
lo que había tratado <strong>de</strong> negar, que era él quien me había <strong>de</strong>jado<br />
y no yo. Se había ido con otra, cuando nunca imaginé siquiera<br />
que tal cosa podría llegar a suce<strong>de</strong>r.<br />
Había necesitado todo ese tiempo para animarme a pensarlo. Si un<br />
hombre nos abandona, qué poca cosa hemos <strong>de</strong> ser, si sólo se abandona<br />
lo que no sirve.<br />
Me daba cuenta <strong>de</strong> lo absurdo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> razona<strong>mi</strong>ento; también alguien<br />
podía patear una piedra en la calle sin darse cuenta <strong>de</strong> que era<br />
un diamante y no por eso sería menos diamante. Ese día no había<br />
consuelo posible, me sentía como un pobre trapito viejo que se tira<br />
y ya está.<br />
Quizás la vida chata, gris, aburrida y siempre igual que llevábamos<br />
se le ilu<strong>mi</strong>nó a Fernando con otra presencia, don<strong>de</strong> todo era nuevo<br />
y los malos entendidos, las perspicacias y el resenti<strong>mi</strong>ento no tenían<br />
cabida. Como en el poema <strong>de</strong> Castelli, cuando le tocó vivir aquel <strong>de</strong>l<br />
“<strong>de</strong>sbarajuste <strong>de</strong> los horarios, <strong>de</strong> las reglas y los días”, <strong>de</strong> la inundación<br />
<strong>de</strong> luz y color que significa enamorarse. Me sobresalté: ¿qué estaba<br />
haciendo? ¿Lo estaba justificando a Fernando otra vez?<br />
Pero es que por momentos me parecía enten<strong>de</strong>rlo y más aún <strong>de</strong>spués<br />
que Castelli me contó su lucha tremenda por no <strong>de</strong>jar a su mujer,<br />
a quien quería, y fue cuando aparecieron los versos tristes y la <strong>de</strong>sesperación,<br />
pero finalmente no pudo, por más que quiso, renunciar a<br />
la causante <strong>de</strong>l hermoso <strong>de</strong>sbarajuste.<br />
Lo comprendí a Castelli pero a Fernando no quería compren<strong>de</strong>rlo,<br />
ni rogarle ni pedirle que volviera simplemente porque no podía estar<br />
sin él. Qué duro me resultaba vivir. Cuando creía que se me acomodaban<br />
un poco las cosas, llegaba algún duen<strong>de</strong> maligno que, con<br />
sólo soplar un poco, las <strong>de</strong>sacomodaba otra vez.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
74.<br />
Castelli andaba escribiendo en papeles sueltos esas listas que hacía<br />
y rehacía para no olvidarse <strong>de</strong> nada. Le <strong>de</strong>volví un libro que me había<br />
prestado y él tachó ufano algo <strong>de</strong> su lista. Es que Castelli necesitaba<br />
estar haciendo siempre algo.<br />
El gordo Olivero le dijo, tomándole el pelo:<br />
—Qué vital sos, hermano.<br />
El no le llevó el apunte, porque cuando uno es tan “vital” no presta<br />
atención a su alre<strong>de</strong>dor.<br />
—¿Sabés Inés que la última vez que Castellli se <strong>de</strong>pri<strong>mi</strong>ó fue… esperate<br />
que me acuer<strong>de</strong>, fue hace 23 años? —dijo Andrés.<br />
—Qué va, la última vez fue ayer, cuando las vaquitas —contestó Castelli<br />
y volvió a sus listas.<br />
—Oíme, Castelli, si Salas me dice que me que<strong>de</strong>, ¿me puedo quedar<br />
con vos? —le pregunté, segura <strong>de</strong> la respuesta, pero otra vez me<br />
equivoqué.<br />
—No. –me dijo sin levantar la vista <strong>de</strong> sus papeles. Antes <strong>de</strong> que alcanzara<br />
a preguntarle por qué, él me lo dijo:<br />
—No puedo tener dos redactores a <strong>mi</strong> cargo. Esto fue una emergencia.<br />
Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Quien era Castelli? “Sos una<br />
adulta prodigio” me había dicho, se entusiasmó con <strong>mi</strong> novela, me<br />
199
200<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
regaló sus poemas, y cuando realmente lo necesitaba me <strong>de</strong>cía que<br />
no.<br />
Entonces, no había otra posibilidad que ir a trabajar con Santiago,<br />
una especie <strong>de</strong> insoportable adolescente gran<strong>de</strong> que se le había subido<br />
a la cabeza la publicidad y se encerraba en su oficina a tocar la guitarra<br />
“para buscar inspiración” mínima rebeldía consentida que lo hacía<br />
sentir especial y post mo<strong>de</strong>rno, sin darse cuenta que el maltrato que<br />
cultivaba <strong>mi</strong>nuciosamente era tan viejo como el mundo.<br />
Tanto lío que me hacía y estaba por verse si me quedaba, no <strong>de</strong>pendía<br />
<strong>de</strong> mí sino <strong>de</strong> Salas, pero <strong>de</strong> todos modos, cuando yo quería<br />
quedarme, Castelli no me ayudaba. No era como yo había creído,<br />
más allá <strong>de</strong> su testaru<strong>de</strong>z, <strong>de</strong> su impaciencia, me había parecía un<br />
buen tipo.<br />
Me equivocaba a cada rato, ponía el cariño don<strong>de</strong> no <strong>de</strong>bía y <strong>de</strong>spués<br />
tenía que sacarlo para llevarlo a otro lugar y seguro me equivocaba<br />
<strong>de</strong> nuevo y así, vuelta a empezar. Tuve <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> que, con tantos<br />
traspasos, se me fueran <strong>de</strong>sparramando pedacitos <strong>de</strong> cariño por el<br />
ca<strong>mi</strong>no y ter<strong>mi</strong>nara por quedarme <strong>de</strong> nuevo sola.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
75.<br />
De pronto me acordé <strong>de</strong> Fornari. Lo había visto pocas veces porque<br />
él no tenía la oficina en nuestro piso, pero siempre que alguien<br />
hablaba <strong>de</strong> Fornari, ter<strong>mi</strong>naba diciendo “es un señor” y yo justamente<br />
necesitaba un señor para que me tratara como a una señora. Así<br />
que <strong>mi</strong>entras esperaba la audiencia con Salas, si es que alguna vez me<br />
iba a recibir, le fui a preguntar a él si no necesitaba un redactor, bah,<br />
si no me necesitaba a mí.<br />
Golpée la puerta. Me dijo que pasara, sin preguntarme nada. Levantó<br />
la vista <strong>de</strong>l papel en el que escribía con una lapicera <strong>de</strong> colección<br />
y me vio. Se levantó solícito <strong>de</strong> su silla y me señaló una enfrente<br />
suyo, escritorio <strong>de</strong> por medio. Esperó que me sentara y recién en<br />
entonces se volvió a sentar.<br />
—Usted dirá, señora.<br />
Nadie me había dicho antes “señora” en la agencia; entonces no<br />
me había equivocado: para él, yo era una señora. Le conté lo sucedido<br />
con Torres <strong>de</strong> la manera más serena que pu<strong>de</strong> y le pregunté si me<br />
aceptaría para trabajar en su equipo, en el supuesto caso <strong>de</strong> que las<br />
cosas se resolvieran. En lugar <strong>de</strong> contestarme, me preguntó por qué<br />
quería trabajar con él.<br />
—Porque intuyo que con usted no sólo voy a apren<strong>de</strong>r publicidad,<br />
sino que también me va a tratar bien.<br />
201
202<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Me pareció que se sintió halagado, más aún, creo que hasta se emocionó,<br />
y me dijo galantemente que le asombraba que alguien pudiera<br />
tratarme mal, y que él tenía la seguridad <strong>de</strong> que yo podría trabajar<br />
a gusto con él y su equipo.<br />
No pu<strong>de</strong> celebrar su respuesta; todavía faltaba <strong>de</strong>cirle lo peor, el<br />
bendito asunto <strong>de</strong> las cuatro horas. Apreté <strong>mi</strong> carpeta naranja contra<br />
el pecho buscando las palabras; él no me había pedido ni siquiera<br />
ver <strong>mi</strong>s trabajos, como supongo hubiera hecho cualquier otro en<br />
su lugar.<br />
—Sr. Fornari… hay un pequeño problema que le quiero plantear,<br />
el tema es que yo… trabajo medio día.<br />
Contuve la respiración, todo se vendría abajo. Me preguntó por<br />
qué, y le dije la verdad: por <strong>mi</strong>s hijos, no quería estar fuera <strong>de</strong> <strong>mi</strong> caso<br />
tanto tiempo. Me preguntó por el padre y tuve que <strong>de</strong>cirle que estaba<br />
separada. Creo que bajé la voz.<br />
Entonces él, muy serio, muy ceremonioso, opinó que estaba muy<br />
bien lo que hacía, que los hijos tienen que estar primero.<br />
Se me hume<strong>de</strong>cieron los ojos, por encontrarme con alguien que,<br />
a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> trabajar en publicidad, tenía hijos. Había un lugar al sol<br />
en la agencia.<br />
Me aseguró que haría todo lo que estuviera a su alcance para que<br />
fuera posible. Alto, muy flaco, con un traje oscuro impecable, Fornari<br />
me acompañó hasta la puerta <strong>de</strong> su oficina y me dio la mano:<br />
Ha sido un placer conocerla, señora.<br />
También para mí, señor Fornari. —le contesté, y no fue para nada<br />
una formalidad.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
76.<br />
Andrés se sentó, <strong>de</strong>jó la cartera sobre la mesa, pidió un té para él<br />
y un café para mí, acomodó como siempre sus piernas largas al espacio<br />
pequeño, y se dispuso a escucharme.<br />
Eché azúcar en el café, un poco a<strong>de</strong>ntro y otro poco afuera, como<br />
siempre me pasa.<br />
—Necesito hablar con vos, Andrés. Castellli está malhumorado<br />
con vos porque no habías siquiera empezado el vi<strong>de</strong>o para Japón<br />
que te encargó hace una semana, que no estás haciendo buena<br />
letra, justo ahora que Torres va a <strong>de</strong>cidir si te confirma o no en<br />
el trabajo.<br />
—Le di dos o tres i<strong>de</strong>as, pero no ter<strong>mi</strong>no <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r qué diablos<br />
quiere —me dijo Andrés, muy <strong>de</strong>salenado.<br />
—Yo traté <strong>de</strong> ayudarte, pensé algunas i<strong>de</strong>as que le propuse a Castelli<br />
para que las usara como si fueran tuyas…<br />
—¿En serio?<br />
—Sí, pero no le gustó ninguna. Siguió con esa bobada <strong>de</strong> la cámara<br />
<strong>de</strong> fotos colgada al hombro <strong>de</strong>l reportero que iba opinando sobre los<br />
lugares por los que pasaba. Entonces le dije que era un castrador, que<br />
presentara tus i<strong>de</strong>as y no las <strong>de</strong> él, que tampoco era tan excepcional.<br />
—¿Eso le dijiste? —se asombró Andrés.<br />
203
204<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
—Sí, y me contestó que tenía razón, que era bastante castrador y<br />
no sabés la cara que puso cuando me dijo que lo peor era cuando se<br />
castraba a sí <strong>mi</strong>smo, pero ni caso que me hizo.<br />
—<strong>Te</strong> van a echar <strong>de</strong> la agencia si seguís así. —Andrés se rió aliviado.<br />
Su broma me entristeció.<br />
—Je, je —le dije y él se entristeció también.<br />
—Tomá Andrés, no podés ir con las manos vacías, acá tenés el archivo<br />
<strong>de</strong>l guión que yo escribí, llevalo mañana a la agencia como tuyo.<br />
Le pedí disculpas por meterme en sus cosas; <strong>mi</strong> manía maternal a<br />
veces hacía <strong>de</strong>sastres cuando se <strong>de</strong>sparramaba más allá <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos.<br />
—Sin vos no hubiera podido soportar esto, los manejos <strong>de</strong> la agencia<br />
me están resultado insoportables.<br />
No me pu<strong>de</strong> sentir bien por ayudarlo. Andrés, el escritor, el periodista,<br />
el autor <strong>de</strong> guiones para películas en serio necesitaba <strong>de</strong> mí,<br />
cuando aquel hombre que yo tanto amaba, me había <strong>de</strong>clarado innecesaria.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
77.<br />
A Guido le hacía gracia no pasarme a buscar por casa, no sea<br />
cosa que <strong>mi</strong>s chicos me vieran salir con él y yo lo esperaba en una<br />
esquina a tres cuadras. A mí todo me costaba mucho, sobre todo<br />
empezar <strong>de</strong> nuevo, por momentos me sentía un poco ridícula,<br />
pero no lo podía evitar. Fiel a su promesa, él me daba su tiempo<br />
y su paciencia.<br />
Esa noche quería llevarme a comer a un lugar especial; manejaba<br />
por Libertador con su manera tan distinta a la mía que, a <strong>de</strong>cir verdad,<br />
me daba un poco <strong>de</strong> <strong>mi</strong>edo. Sentía placer por calcular las distancia,<br />
por pasar entre los autos cuando parecía que no pero sí. De vez<br />
en cuando le pedía que bajara la velocidad y el accedía, pero no por<br />
mucho tiempo, no era su ritmo.<br />
Sin embargo, poco a poco le empecé a tomar el gusto a la velocidad,<br />
a que él no <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> escucharme <strong>mi</strong>entras manejaba, que <strong>de</strong> tanto<br />
en tanto me acariciara, que me diera algún beso <strong>mi</strong>entras esperaba<br />
que abriera el semáforo.<br />
Llegamos al Libertador don<strong>de</strong> empiezan los chalets, las casas <strong>de</strong> náutica,<br />
las boîtes. Me molestaba acordarme <strong>de</strong> Fernando, pero las comparaciones<br />
surgían, inevitables. Con él, me sentía como la Cenicienta,<br />
la que en algún momento le iban a dar las doce, y él era el príncipe,<br />
pero sin horarios para eso <strong>de</strong> ser príncipe. Con Guido, en cam-<br />
205
206<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
bio, ni él ni yo éramos príncipes, ni falta que nos hacía. Nos sentíamos<br />
bien por estar juntos, y eso era todo.<br />
Realmente era un lugar especial. Como si fuera la primera vez en<br />
<strong>mi</strong> vida que iba a comer a un lugar así, todo me llamaba la atención,<br />
todo me gustaba: las pare<strong>de</strong>s ásperas, las luces tenues en las mesas, el<br />
vino suave y perfumado que Guido había elegido…<br />
Casi no hablé, me <strong>de</strong>diqué a escucharlo, hasta que él me dijo, sorprendido,<br />
que no se acordaba <strong>de</strong> haber hablando tanto alguna vez,<br />
él, que era tan callado. Me reí muchísimo, no le creí.<br />
—Sos vos que me cambiás tanto—me dijo.<br />
El también me volvía distinta. Me sentía feliz, segura <strong>de</strong> mí, <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />
manera <strong>de</strong> ser mujer, pero sobre todo, me sentía querida.<br />
Cuando llegó el café nos sentamos en unos sillones cerca <strong>de</strong> los ventanales<br />
que daban al jardín y allí nos quedamos hasta que vino el mozo<br />
y, con una amabilidad extrema, nos dijo que estaban por cerrar.<br />
—Vayamos al Tigre—dijo Andrés.<br />
—¿Ahora? —la Inés anterior se sobresaltó. No eran esas horas <strong>de</strong><br />
andar por ahí, pero la nueva se preguntó si había horas para hacer lo<br />
que uno quiere.<br />
—¿<strong>Te</strong> molestaría prestarme el coche? —le pregunté.<br />
Guido no me contestó; simplemente me dio las llaves <strong>de</strong>l auto y<br />
surgió otra vez Fernando entre los dos. A él no le gustaba que yo manejara<br />
cuando íbamos juntos, pero Guido reapareció:<br />
—Qué bueno que vos manejes; así puedo <strong>mi</strong>rarte todo el tiempo.<br />
—No me las <strong>de</strong>s; creo que me alcanza con que me las hayas ofrecido.<br />
Nunca había estado en el Tigre a esa hora. De todos modos, daba<br />
lo <strong>mi</strong>smo que se tratara <strong>de</strong> cosas que nunca había hecho, o <strong>de</strong> las que<br />
hacía todos los días. Con Guido siempre era como si fuera la primera<br />
vez que las hacía en <strong>mi</strong> vida.<br />
Encontramos una casa preciosa. <strong>Te</strong>nía leones <strong>de</strong> mármol recostados<br />
al pie <strong>de</strong> los escalones <strong>de</strong> la entrada, el escudo <strong>de</strong> Venecia sobre<br />
la puerta y estatuas <strong>de</strong> moros que sostenían luces en forma <strong>de</strong> antorchas<br />
ilu<strong>mi</strong>nando el jardín.<br />
Quise alcanzar a ver el nombre, pero la verja estaba a oscuras. Gui-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
do hizo entonces una maniobra para ilu<strong>mi</strong>narla con las luces <strong>de</strong>l auto<br />
y se oyó un ruido terrible, como a panza <strong>de</strong>strozada contra el piso.<br />
Nos bajamos los dos para ver qué había pasado; se había llevado<br />
por <strong>de</strong>lante el cordón <strong>de</strong> la vereda, que no se veía en la oscuridad.<br />
Yo estaba muy afligida, él parecía enojado, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo la culpa<br />
había sido mía por habérseme ocurrido ver el nombre <strong>de</strong> la casa…<br />
Guido <strong>mi</strong>ró el auto y dijo que iba a tener que usar el crique. Abrió<br />
la puerta el baúl, y antes <strong>de</strong> sacarlo, me besó.<br />
—¿Estás enojado?<br />
—Sí, pero no con vos.<br />
Creo que fue en ese <strong>mi</strong>smo momento que lo empecé a querer.<br />
207
208<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
78.<br />
Nos reímos tanto haciendo el audiovisual, que Castelli nos preguntó<br />
si estábamos haciendo una película có<strong>mi</strong>ca.<br />
A mí me venía bien reírme un poco, un mucho, un muchísimo,<br />
porque se apoximaba fin <strong>de</strong> mes y el corazoncito se me estrujaba todo,<br />
pensando en que tendría que irme <strong>de</strong> la agencia. No más mañanas<br />
con Andrés para mí.<br />
Salas no me había recibido, faltaban solamente dos días y lo único<br />
que yo podía hacer, y lo hacía montones <strong>de</strong> veces, era ir a ver a su<br />
secretaria y pedirle que le recordara a Salas que yo existía.<br />
Con Andres tuvimos que elegir los nombres para la pareja que viajaría<br />
al Japón. Para eso, yo le había pedido al tintorero una lista <strong>de</strong><br />
nombres, con lo que querían <strong>de</strong>cir. A él le costó mucho traducirlos,<br />
porque según me dijo “ploblema mío, castellano”.<br />
Decidimos que el viajero sería argentino, lo llamamos Alberto, y a<br />
ella, japonesa, Haru<strong>mi</strong>, que quería <strong>de</strong>cir Primavera hermosa.<br />
—Ya sé, Andrés, podríamos <strong>de</strong>cir que Haru<strong>mi</strong>, con todo recato…<br />
qué linda palabra, recato, ¿no te parece?<br />
—Y recoleto, ¿no te gusta la palabra recoleto?<br />
—Me encanta, me parece que puedo darla vuelta por la boca, como<br />
si fuera un caramelo: re-co-le-to.<br />
—Bueno, Inés, apurate a ter<strong>mi</strong>nar tu caramelo y hagamos que Al-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
berto y Haru<strong>mi</strong> se vayan <strong>de</strong> Tokio; ya hace mucho que los <strong>de</strong>jamos<br />
ahí.<br />
—Pero, occi<strong>de</strong>ntal impaciente, ¿cómo querés que se vayan si todavía<br />
nos quedan como veinte sli<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Tokio? Hagamos algo con eso.<br />
—Ah, ya sé, nos falta <strong>de</strong>cir algo <strong>de</strong> los restaurantes.<br />
Andrés revolvió una montaña <strong>de</strong> papeles y encontró el nombre<br />
<strong>de</strong> algunas co<strong>mi</strong>das, con la traducción al lado, que nos iban a servir<br />
para el sli<strong>de</strong> <strong>de</strong>l cocinero, y yo dije que hiciéramos que Haru<strong>mi</strong> le recomendaba<br />
a Alberto el menú: primero, sukiyaki y <strong>de</strong>spués, tempuras,<br />
pero Andrés me interrumpió:<br />
—Haru<strong>mi</strong>, no me digas que me vas a dar un guiso, sabés que no lo<br />
puedo ni ver.<br />
—Probá un poco, vas a ver que no es un guiso cualquiera.<br />
Andrés hizo como que lo probaba, y poco a poco la cara se le iba<br />
transformando, y diciendo “stá bueno” se fue a su máquina <strong>de</strong> escribir,<br />
don<strong>de</strong> tecleó, como siempre, con tanta fuerza, que iba agujereando<br />
el papel con cada letra o.<br />
Ya teníamos dos platos y nos faltaba el postre. Yo propuse una<br />
frutita blanca, lee-chee, pero Andrés me dijo que era japonesa, no<br />
china.<br />
Castelli emergió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su máquina y nos gritó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la otra punta<br />
<strong>de</strong> la oficina, que él ya tenía el postre: fresco y batata.<br />
Alguien se apareció a la hora <strong>de</strong>l café con un paquetón <strong>de</strong> facturas,<br />
qué festejamos porque ché, que River está por salir campeón, dijo<br />
el generoso, y el gordo Olivero encontró la ocasión justa para <strong>de</strong>cir,<br />
con vos finita:<br />
—¿Para mí, ese paquetito?<br />
Un rato <strong>de</strong>spués Paula vino a buscar una medialuna y a avisar que<br />
tuviéramos cuidado con los festejos porque Salas estaba en nuestro<br />
piso supervisando la marcha <strong>de</strong> la campaña.<br />
Yo no di más y fui a buscarlo. Me acerqué para esperar un momento<br />
propicio y con más aplomo que nadie y yo menos que nadie podía<br />
esperar <strong>de</strong> mí, le dije que me disculpara por abordarlo <strong>de</strong> esa manera,<br />
pero que yo hacía días que le había pedido una entrevista…<br />
Me interrumpió preguntándome si yo era Inés, y como lo era, le<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
dije que sí y me dijo que fuera a verlo en cinco <strong>mi</strong>nutos y que lo esperara<br />
en la recepción <strong>de</strong> su piso.<br />
El piso se fue vaciando. Ya no quedaba nadie más que yo, esperando<br />
ante su puerta. Igual que Carlitos, esperando afuera con el frío,<br />
<strong>mi</strong>rándose la punta <strong>de</strong> sus zapatones y revoleando la nariz, siempre<br />
atacada <strong>de</strong> picazón.<br />
Se abrió la puerta. Yo <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> ser Carlitos y volví a ser Inés, dispuesta a<br />
pelear por ella a capa, espada, perfume y todo lo que tuviera a mano.<br />
Salas estuvo muy atento con<strong>mi</strong>go. Hasta me pidió disculpas por<br />
no haberme recibido antes; la campaña tenía la culpa. Yo traté <strong>de</strong> ser<br />
medida y contarle lo sucedido con ecuani<strong>mi</strong>dad. Sólo que, al llegar<br />
a lo <strong>de</strong>l libro, que en rigor no tenía nada que ver con el asunto, no<br />
pu<strong>de</strong> con <strong>mi</strong> genio y exageré un poco. Le dije que estaba en tratos<br />
nada menos que con Sudamericana para que me lo editaran. Lo cierto<br />
es que el a<strong>mi</strong>go <strong>de</strong> Andrés trabajaba en la editorial, había leído algunos<br />
capítulos y aunque le habían gustado, no entendía mucho <strong>de</strong><br />
esas cosas, y la verdad que él en Sudamericana, lo que se dice no cortaba<br />
ni pinchaba.<br />
No creo que eso fuera estar en tratos, pero era una frase tan linda<br />
que era una pena no usarla. Volviendo al tema, le dije, para ter<strong>mi</strong>nar,<br />
que lo único que yo pretendía era tener la oportunidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar<br />
lo que sabía, ya que García Torres no me la había dado.<br />
Salas hojeó <strong>mi</strong> carpeta y me hizo algunas preguntas. Yo no me quería<br />
ilusionar <strong>de</strong>masiado mucho, pero tampoco poco, así que al final<br />
me ilusioné bastante.<br />
Cuando Salas llegó a la última hoja, es <strong>de</strong>cir enseguida, cerró <strong>de</strong>spacio<br />
la carpeta, me la entregó y me dijo que se veía que yo recién<br />
estaba empezando, pero también se veía que tenía condiciones. Me<br />
dijo también que Fornari le había hablado <strong>de</strong> mí y que yo iba a trabajar<br />
con él <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el próximo lunes.<br />
No me acuerdo qué le contesté. Bajé corriendo los pisos y cuando<br />
llegué a la puerta <strong>de</strong> calle me largué a llorar sin importarme que la gente<br />
que pasaba me <strong>mi</strong>rara. Todos los nervios acumulados en la entrevista,<br />
que me había cuidado muy bien <strong>de</strong> sentir, aparecían por fin.<br />
En el parabrisas <strong>de</strong>l auto me encontré con una nota que me ha-
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
bía <strong>de</strong>jado Andrés, y que <strong>de</strong>cía: “Vamos Inés, todavía, todos te queremos,<br />
A.”<br />
Dejé <strong>de</strong> llorar. Me parecía que llovían violetas azules, prímulas celestes,<br />
amapolas <strong>de</strong>l color <strong>de</strong> las amapolas.<br />
En realidad, no fue eso lo que me pareció, pero <strong>de</strong> todas maneras<br />
empecé a sentirme infinitamente bien.<br />
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212<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
79.<br />
Guido se había puesto serio <strong>de</strong> golpe y me dijo que <strong>de</strong>jaríamos <strong>de</strong><br />
vernos por un tiempo, tal como yo quería.<br />
Tal vez me hubiera gustado que él me insistiera, que me dijera que<br />
necesitaba verme, pero no dijo nada. No era la primera vez que <strong>de</strong>seaba<br />
que me obligara un poquito, que me forzara nada más que un<br />
poco, <strong>de</strong> tanto en tanto, a hacer las cosas que yo no quería, pero nunca<br />
lo hacía.<br />
Yo tenía muchas dudas. Guido era tan atento con<strong>mi</strong>go, tan dulce,<br />
tan afectuoso; había llegado en un momento en que yo me sentía<br />
muy sola. Mi soledad había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nos veíamos, o<br />
me hablaba por teléfono, o yo pensaba en el, o simplemente porque<br />
sabía que él existía para mí.<br />
—Quisiera al menos saber por qué —su voz sonaba diferente.<br />
—Es que tengo <strong>mi</strong>edo—me costaba explicárselo—Miedo <strong>de</strong> que yo…<br />
en fin, que esta relación nuestra…sea una manera <strong>de</strong> solucionar <strong>mi</strong><br />
soledad y no algo que sienta por vos.<br />
No dijo nada. Inmediatamente tuve ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle que se olvidara<br />
<strong>de</strong> todo, que eran tonterías mías, que no me hiciera caso. Pero<br />
no lo hice.<br />
—¿Estás enojado?<br />
—No.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—Entonces ¿qué te pasa?<br />
—Nada, sólo que no me gusta <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> verte.<br />
—A mí tampoco.<br />
—¿Y entonces?<br />
—Ya te lo expliqué.<br />
¿Se lo había explicado, en realidad? ¿Me lo había explicado a mí<br />
<strong>mi</strong>sma?<br />
Me llevó a casa. Casi no hablamos, él se <strong>de</strong>dicaba a manejar y yo<br />
a <strong>mi</strong>rarlo. Cuando entré en casa, salí <strong>de</strong> nuevo a la puerta y alcancé a<br />
ver cómo su auto doblaba la esquina. Volví a entrar.<br />
Sobre la mesa estaba la azalea que me había regalado. Me saqué el<br />
pañuelo <strong>de</strong>l cuello, me gustan tus pañuelos, me había dicho. Me sobresaltó<br />
el sonido <strong>de</strong>l teléfono. No era Guido. Me saqué los zapatos<br />
y me senté a escribir, pero no tuve ganas. Llamé a una a<strong>mi</strong>ga, pero<br />
corté antes <strong>de</strong> que atendiera. <strong>Te</strong>nía que ser fuerte, si no, no iba a saber<br />
nunca qué quería.<br />
La casa estaba triste y callada. Los chicos habían ido a pasear con<br />
el padre. Pensé en que Fernando era “el padre”; no más “<strong>mi</strong> marido”,<br />
sólo el padre <strong>de</strong> los chicos.<br />
Llovía con esa lluvia muy fina que augura que va a tardar mucho<br />
en ter<strong>mi</strong>nar. Me acosté a pensar. Pensé mucho, dormí algo, tuve mucho<br />
frío, me abrigué, no me sirvió <strong>de</strong> nada.<br />
Me prometí no llamarlo. Necesitaba primero saber si <strong>mi</strong> <strong>mi</strong>edo era<br />
<strong>mi</strong>edo a la soledad, o <strong>mi</strong>edo a enamorarme, a sufrir, a volver a equivocarme…<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
80.<br />
—Andrés, tengo dos noticias para vos—dijo Castelli —una buena y<br />
una mala. ¿Cuál querés que te diga primero?<br />
—La buena.<br />
—<strong>Te</strong> confirmaron en la agencia.<br />
—¿Y la mala?<br />
—<strong>Te</strong> rebajan el sueldo.<br />
Andrés se puso pálido. Después se empezó a reír <strong>de</strong> una manera<br />
tan rara que me dio <strong>mi</strong>edo. Parecía un ataque, como si nunca fuera<br />
a parar <strong>de</strong> reírse.<br />
—¿Se pue<strong>de</strong> rebajar el sueldo?—pregunté yo, que creía que no se<br />
podía.<br />
—Es que, como Andrés estaba a prueba, no se consi<strong>de</strong>ra un sueldo—me<br />
contestó Castelli, molesto por el triste papel en que lo había<br />
metido la agencia.<br />
—¿Se pue<strong>de</strong> saber por qué? —preguntó Andrés con bronca y <strong>de</strong>saliento<br />
a la vez.<br />
Castelli se encogió <strong>de</strong> hombros, <strong>de</strong>slindando responsabilida<strong>de</strong>s.<br />
—A García Torres le parecía que no podía ser que ganaras tanto<br />
como él.<br />
—¿Y por qué no pidió que le aumentaran su sueldo en lugar <strong>de</strong> rebajarle<br />
a Andrés?—pregunté, pero nadie me supo contestar.
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
81.<br />
La niebla es muy rara en Buenos Aires, al menos esa clase <strong>de</strong> niebla<br />
tan espesa que, cuando me asomé a la ventana apenas si podía<br />
distinguir la vereda <strong>de</strong> enfrente. Esa mañana tan triste, no podía haber<br />
sido una mañana <strong>de</strong> sol.<br />
De ca<strong>mi</strong>no para la escuela ninguna <strong>de</strong> las tres hablaba. Ellas, las<br />
chicas, porque era lunes y la mufa <strong>de</strong> ir a la escuela, y el sueño y las<br />
ganas <strong>de</strong> hacerse la rabona. Yo, porque <strong>de</strong>scubría que había siete <strong>mi</strong>llones<br />
<strong>de</strong> Peugeots blancos por la ciudad, y que casi todos se cruzaban<br />
en <strong>mi</strong> ca<strong>mi</strong>no, menos el <strong>de</strong> Guido.<br />
Yo sabía bien que no me iba a encontrar con él; yo <strong>mi</strong>sma se lo había<br />
dicho. Pero lo esperaba en cada esquina. Como aquel día que me<br />
había dado la sorpresa <strong>de</strong> esperarme cerca <strong>de</strong> la escuela, como esas<br />
otras mañanas <strong>de</strong> lunes que habíamos <strong>de</strong>sayunados juntos frente a la<br />
Plaza Libertad.<br />
Llegamos. Andrea, <strong>mi</strong>mosa, quiso que ese día la acompañara hasta<br />
el aula. Después seguí viaje, <strong>mi</strong>entras me venían, una y otra vez,<br />
las caras <strong>de</strong> Guido. La <strong>de</strong> verme llegar, la <strong>de</strong> encontrarse con<strong>mi</strong>go, la<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirse con pena.<br />
Mientras esperaba que cambiara la luz <strong>de</strong>l semáforo, me encontré<br />
frotando las palmas <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s manos una contra otra, y la otra era la <strong>de</strong><br />
él. Pasé por una esquina y en ese bar habíamos tomado un café un día.<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Encendí la radio: Do you know where you’re going to? Claro que no sé<br />
dón<strong>de</strong> voy. La última vez que escuché ese tema, estábamos juntos.<br />
Basta, quería pensar en otra cosa. Me concentré en el manejo, pero<br />
no fue suficiente. Subí la radio, cambié el dial, busqué noticias, pero no<br />
las escuché. Venía a mí su voz: hola, que linda sos; te quiero Inés.<br />
Llegué a la agencia. Como era lunes, todavía no había llegado nadie.<br />
Todos se retrasaban los lunes, era humano. Todos menos yo, que<br />
ese día me había más <strong>de</strong>spertado más temprano que el <strong>de</strong>spertador,<br />
me había <strong>de</strong>spertado pensando en Guido y no en que esa no era más<br />
<strong>mi</strong> oficina, ni esos <strong>mi</strong>s compañeros.<br />
Hacía frío, o tal vez era yo la que tenía frío. Pasé al lado <strong>de</strong>l teléfono<br />
y me dije que no. Las rosas, esas que Guido me había regalado, estaban<br />
marchitas por haber estado solas el fin <strong>de</strong> semana, daban pena,<br />
pobres. Habían estado tan solas como yo. Las tiré al canasto y se <strong>de</strong>shicieron<br />
en pétalos antes <strong>de</strong> caer.<br />
Dejé la carta bajo la máquina <strong>de</strong> escribir <strong>de</strong> Andrés, y me fui con<br />
<strong>mi</strong> florero, <strong>mi</strong>s lapiceras y <strong>mi</strong>s fotos al piso <strong>de</strong> Fornari.<br />
Querido Andrés:<br />
En tantas y tantas cartas como te he escrito, te he dicho todo<br />
lo que significa para mí haberte conocido. Ahora quiero <strong>de</strong>cirte<br />
que presentarme al editor, a modo <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida, es <strong>de</strong>jarme<br />
tu protección antes <strong>de</strong> irte tan lejos, <strong>de</strong> e<strong>mi</strong>grar para<br />
buscar, por fin, tu ca<strong>mi</strong>no, periodista <strong>de</strong> <strong>mi</strong> alma metido<br />
a publicitario.<br />
<strong>Te</strong> quiero, Andrés, y te quiero bien. Este momento, no lo siento<br />
como una <strong>de</strong>spedida, sino apenas como una circunstancia.<br />
Aunque no tiene explicación, como no tienen los senti<strong>mi</strong>entos,<br />
sé que volveremos a encontrarnos en un cruce <strong>de</strong><br />
ca<strong>mi</strong>nos y, qué cosa, no me imagino que estaré haciendo yo<br />
para ese entonces. Tampoco creo que <strong>mi</strong> ca<strong>mi</strong>no sea éste, el<br />
<strong>de</strong> la publicidad.<br />
¿<strong>Te</strong> fijaste que volvemos a empezar? Sólo que nuestras cartas<br />
ahora tendrán estampillas. ¿<strong>Te</strong> acordás? ¿Andrés Maldonado,<br />
el <strong>de</strong>l diario? ¿Qué hacés aquí, tan famoso?
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
Me parece, sin exagerar, que lo que hacías aquí, era darme<br />
la oportunidad <strong>de</strong> conocerte.<br />
Inés<br />
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<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
82.<br />
El hall <strong>de</strong>l hotel estaba lleno <strong>de</strong> gente. Valijas por todos lados, botones.<br />
Se escuchaba hablar en inglés, en brasileño, en francés y la gente<br />
estaba vestida <strong>de</strong> todas las maneras posibles.<br />
Me sentí en otro país, aunque sin saber bien en cuál. Me tranquilizó<br />
un poco pensar que ahí nadie me reconocería.<br />
El murmullo <strong>de</strong>l hall subía hasta el bar, don<strong>de</strong> había apenas dos señoras<br />
tomando el té, un mozo a la espera y otro <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la barra.<br />
Guido se levantó al verme; el mozo se aproximó.<br />
—¿Querés un café?<br />
—Bueno.<br />
—Un café para la señora y otro para mí.<br />
Guido se quedó <strong>mi</strong>rándome, puso una mano sobre la mía.<br />
—¿Cómo te sentís?<br />
—Rara.<br />
—¿Seguís teniendo ganas <strong>de</strong> que estemos solos y tranquilos?<br />
—Sí; no sé, sí.<br />
Apretó un poco más <strong>mi</strong> mano, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rarme a los ojos. Fue<br />
bueno para mí sentir que él no tenía apuro, que al parecer teníamos<br />
toda una vida por <strong>de</strong>lante. Tomé el café y un sorbo <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>spués.<br />
—Es una habitación hermosa. Tiene la alfombra azul y por la ventana<br />
se ve el obelisco. ¿Querés verla?
<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />
—Sí.<br />
—Me parece mejor que te espere allá.<br />
—Bueno.<br />
—¿<strong>Te</strong> vas a acordar? Ochocientos veintiséis.<br />
Apretó una vez más <strong>mi</strong> mano, me dio un beso leve y se fue.<br />
Golpée apenas la puerta. Guido abrió enseguida; la cerró tras <strong>de</strong> mí<br />
y me llevó <strong>de</strong> la mano hacia la ventana. Era cierto, se veía el obelisco;<br />
también los autos, pocos, allá abajo. Eran las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Era sábado.<br />
La tela <strong>de</strong> las cortinas se movía apenas con el viento.<br />
Me tomó también la otra mano y me giró hacia él. Se quedó un<br />
momento <strong>mi</strong>rándome y luego, bromeando, me dijo:<br />
—De pronto estoy tan cansado…recostémonos un poco.<br />
Me saqué los zapatos y Guido también. Nos recostamos uno al<br />
lado <strong>de</strong>l otro. Pasó su brazo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> hombro y recorrió con su<br />
<strong>de</strong>do <strong>mi</strong> perfil, una y otra vez, con mucha suavidad.<br />
De tanto en tanto, él se apartaba un poco para <strong>mi</strong>rarme y yo me<br />
sentía frágil, <strong>mi</strong>mada, querida, protegida, y cada vez más <strong>de</strong>seada bajo<br />
su <strong>mi</strong>rada.<br />
Empezó a nacer una inti<strong>mi</strong>dad nueva entre su cuerpo y el mío, que<br />
no se conocían <strong>de</strong>masiado todavía. Su forma se acomodaba a la mía,<br />
o yo a la <strong>de</strong> él, no sé bien.<br />
Me tomó la barbilla con su mano, la acercó a su boca y me besó.<br />
Fue un beso suave, al que le siguió otro, otro y otro más, hasta que<br />
yo quise uno más fuerte, más. Enseguida se dio cuenta <strong>de</strong> que su respuesta<br />
había ido más allá, que había sido <strong>de</strong>masiado para mí y volvió<br />
a los besos suaves y sabios.<br />
En un avanzar y retroce<strong>de</strong>r en <strong>mi</strong> ti<strong>mi</strong><strong>de</strong>z, en <strong>mi</strong> <strong>mi</strong>edo, en <strong>mi</strong><br />
asombro, en la ropa que iba cayendo <strong>de</strong> a poco, me hizo sentir que<br />
iba a estar acompañándome, que marcharía a <strong>mi</strong> lado, sin forzarme,<br />
sin que yo tuviera que sentirme mal ni arrepentirme y así fuimos recorriendo<br />
un ca<strong>mi</strong>no que hicimos entre los dos.<br />
Guido abandonó la cautela cuando yo sentí una urgencia que no<br />
podía esperar, me hizo esperar sin embargo para que creciera aún más,<br />
hasta que los dos coincidimos en un mundo al que nunca había podido<br />
llegar.<br />
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220<br />
<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />
Nos <strong>de</strong>jamos estar, <strong>de</strong> nuevo uno al lado <strong>de</strong>l otro, y pasamos <strong>de</strong>l<br />
silencio a la solemnidad, <strong>de</strong>spués al <strong>de</strong>slumbra<strong>mi</strong>ento, a la incredulidad<br />
<strong>de</strong> lo que nos estaba pasando, a la alegría <strong>de</strong> estar juntos, <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir<br />
al otro y <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrirse. <strong>Te</strong>níamos ganas <strong>de</strong> jugar, <strong>de</strong> divertirnos,<br />
<strong>de</strong> hablar. Nos contábamos cosas que aparecían así, sin avisar.<br />
Pasó la tar<strong>de</strong>, afuera los autos empezaron a ser muchos, muchísimos,<br />
se encendieron los letreros lu<strong>mi</strong>nosos, las calles se llenaron <strong>de</strong><br />
gente.<br />
Tuvimos ganas <strong>de</strong> cantar y cantamos, <strong>de</strong>spués tuvimos hambre y<br />
co<strong>mi</strong>mos, tuvimos ganas <strong>de</strong> salir al balcón y <strong>de</strong> hacernos bromas; nos<br />
reímos como chicos, o como gran<strong>de</strong>s cuando <strong>de</strong> veras se ríen, tuvimos<br />
ganas <strong>de</strong> volver a abrazarnos y <strong>de</strong>jarnos estar.<br />
De pronto, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> acariciarme, Guido me dijo:<br />
—¿Sabés una cosa, Inés? tengo <strong>mi</strong>edo… Hoy significás tanto para<br />
mí y mañana… mañana no sé qué va a pasar.<br />
—No te preocupes, Guido. Yo tampoco lo sé.<br />
Llegó la madrugada. Los autos fueron cada vez menos. De tanto en<br />
tanto, llegaban <strong>de</strong> la calle los bocinazos alborotados <strong>de</strong> alguna <strong>de</strong>spedida<br />
<strong>de</strong> soltero. Después, los autos se fueron haciendo más espaciados,<br />
hasta casi <strong>de</strong>saparecer.<br />
No teníamos sueño. Pasábamos <strong>de</strong>l silencio a la risa, <strong>de</strong> las <strong>mi</strong>radas<br />
a las caricias y <strong>de</strong> nuevo al fervor hasta que al fin, yo me quedé<br />
dor<strong>mi</strong>da.<br />
Cuando me <strong>de</strong>sperté, Guido me estaba <strong>mi</strong>rando.<br />
—¿Me estuviste <strong>mi</strong>rando todo el tiempo?<br />
—Sí.<br />
Empezó a salir el sol. Se apagaron, uno a uno, los letreros lu<strong>mi</strong>nosos,<br />
y nosotros seguíamos abrazados.<br />
* * *