08.05.2013 Views

Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff

Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff

Te presto mi Stradivarius, de Gloria Gitaroff

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

PREMIO FONDO NACIONAL DE LAS ARTES<br />

<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Una novela <strong>de</strong><br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong>


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Una novela <strong>de</strong><br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong>


© El Cid Editor SAE<br />

ISBN: 84 85745-05-1<br />

Primera edición: 1980<br />

Segunda edición (formato digital):<br />

© 2012, <strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

gloria.gitaroff@gmail.com<br />

www.gloriagitaroff.com.ar


SE NECESITAN<br />

ESTUDIANTES<br />

UNIVERSITARIOS/AS<br />

con buen do<strong>mi</strong>nio <strong>de</strong>l lenguaje<br />

e imaginación, para trabajar con<br />

un equipo <strong>de</strong> redacción muy creativo.<br />

pue<strong>de</strong> establecerse un trabajo <strong>de</strong><br />

acuerdo con el interesado.<br />

Referencias <strong>de</strong> aptitud lo más <strong>de</strong>tallada posible<br />

Escribir carta manuscrita a<br />

AOR Sucre 621 Capital


6<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong>


Buenos Aires, 24 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong>…<br />

<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Gran<strong>de</strong>s dudas me asaltan: ¿cuál será la palabra justa? ¿cuál la virtud<br />

esperada, la innecesaria, la que me falta? ¿Cuáles entre <strong>mi</strong>s cosas les<br />

convendría saber? ¿Cuáles no? En fin, tendré que correr el riesgo.<br />

Estudiantes universitarios/as<br />

Soy una estudiante reinci<strong>de</strong>nte, a saber:<br />

Ciencias Econó<strong>mi</strong>cas: un año. Abandoné porque no me gustaban<br />

los números.<br />

Derecho: un año. Abandoné porque no me gustaban las leyes.<br />

Psicología: estoy en el último año. Esta vez no voy a abandonar porque<br />

ya no soy una adolescente que duda. Soy una adulta que duda.<br />

Buen do<strong>mi</strong>nio <strong>de</strong>l lenguaje e imaginación<br />

Les puedo asegurar que sé todos los verbos en todos los tiempos,<br />

incluyendo el subjuntivo y el pluscuamperfecto, aún <strong>de</strong> los verbos irregulares.<br />

También sé otros lenguajes en grados diversos: inglés, francés,<br />

italiano y por supuesto, el lenguaje <strong>de</strong>l inconsciente.<br />

Con todo esto que sé escribí lo que nadie leyó, cartas que <strong>de</strong>leitaron<br />

a <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos, composiciones que <strong>de</strong>leitaron a <strong>mi</strong>s maestras, y también<br />

innúmeras monografías para la Facultad (en realidad, digamos<br />

que fueron dos) en impecable español y riguroso método hipotético<strong>de</strong>ductivo.<br />

En cuanto a la imaginación, les aseguro que soy capaz <strong>de</strong><br />

escribir cualquier cosa, tan sólo necesito que me digan qué.<br />

7


8<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Para trabajar con equipo <strong>de</strong> redacción muy creativo.<br />

Esto implica que si el equipo es muy creativo, no hace falta que<br />

yo también lo sea.<br />

Datos personales<br />

Me llamo Inés; soy argentina, tengo treinta y cinco años (bueno,<br />

la verdad es que tengo cuarenta y uno, pero nadie se da cuenta).<br />

Les puedo ofrecer libreta cívica, libreta universitaria y libreta <strong>de</strong> casa<strong>mi</strong>ento.<br />

Referencias <strong>de</strong> aptitud lo más <strong>de</strong>tallada posible.<br />

Sé leer y escribir a máquina o a mano; tengo buena letra (cuando<br />

me lo propongo), sé contabilidad, sé coser y cocinar, especialmente<br />

co<strong>mi</strong>da francesa, sabía tocar el piano pero me olvidé, sé pintar al óleo<br />

y a rodillo. Sé hacer artesanías y cerá<strong>mi</strong>cas, vitreaux <strong>de</strong> acrílico, lógica,<br />

metodología, empapelo, arreglo flores en los floreros y en los jardines<br />

y seguramente sé algo más, pero ahora no me acuerdo.<br />

Me muero <strong>de</strong> curiosidad por saber qué es eso tan creativo que uste<strong>de</strong>s<br />

hacen. ¿Me lo van a contar?


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

1.<br />

Llegué a la dirección indicada. Todo me parecía muy raro; el aviso,<br />

la casa en ese lugar, Sucre y Alcorta, la hora (las ocho <strong>de</strong> la mañana)<br />

y por sobre todo me inquietaba que no fuera una oficina, como<br />

era <strong>de</strong> esperar.<br />

Me abrió la puerta una mucama que no era ni vieja ni joven, ni alta<br />

ni baja y me hizo pasar a un gran living con tres <strong>de</strong>sniveles. Mi <strong>de</strong>sconfianza<br />

crecía. Pensé en la casa <strong>de</strong> algún dueño <strong>de</strong> casinos <strong>de</strong> Las<br />

Vegas. Noté que todo era nuevo, que tenía poco uso y pensé que quizás<br />

habrían alquilado la casa para esa cosa tan rara que se habían propuesto<br />

y que no alcanzaba a imaginar. Allí, en suma, no vivía nadie.<br />

—La señora se fue a llevar a los chicos al colegio; si quiere pue<strong>de</strong><br />

esperarla —me había dicho la mucama, y yo había sentido <strong>mi</strong>edo. Las<br />

clases, al menos las <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos, habían ter<strong>mi</strong>nado la semana anterior.<br />

Pero la tentación era tan gran<strong>de</strong> que no salí corriendo, como hubiese<br />

querido.<br />

Me senté en uno <strong>de</strong> los sillones y traté <strong>de</strong> no encontrar más indicios<br />

adversos. En eso estaba, cuando apareció la supuesta señora, que<br />

puso a prueba <strong>mi</strong> perspicacia, porque, como la mucama, tampoco<br />

cara <strong>de</strong> nada en especial. Me indicó una silla <strong>de</strong>l comedor y se ubicó<br />

en otra frente a mí. Sobre la mesa había varias cartas, y entre ellas alcancé<br />

a distinguir la mía.<br />

9


10<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Me quedé esperando, porque realmente no sabía qué <strong>de</strong>cir. Una<br />

carta se pue<strong>de</strong> retocar si uno se equivoca, pero lo que se dice no. La<br />

mujer me <strong>mi</strong>ró y dijo con un acento algo aburrido, quizás <strong>de</strong> tanto<br />

repetir lo <strong>mi</strong>smo:<br />

—Estamos buscando una persona sin ninguna experiencia en publicidad,<br />

para que integre un equipo creativo y se vaya formando en<br />

nuestra agencia. Preten<strong>de</strong>mos que sea muy imaginativa pero también<br />

que sea capaz <strong>de</strong> escribir lo que imagina. La redacción es fundamental<br />

(yo le dije que sí con la cabeza y con una mano, con un gesto supuestamente<br />

apropiado para las circunstancias). Las i<strong>de</strong>as tienen que<br />

servir para un aviso gráfico, <strong>de</strong> televisión o <strong>de</strong> cualquier otro medio.<br />

También tiene que ser capaz <strong>de</strong> dirigir un equipo <strong>de</strong> dibujantes, locutores,<br />

escenógrafos y todo lo que sea necesario para llevar sus i<strong>de</strong>as<br />

a la práctica…<br />

Empecé a tener más <strong>mi</strong>edo todavía; o era una broma, o iría a ter<strong>mi</strong>nar<br />

como en las novelas <strong>de</strong> Ágatha Christie, pobrecita yo, hecha<br />

una víctima.<br />

—Necesitamos que nos <strong>de</strong>muestre su capacidad para esta tarea, por<br />

lo tanto, usted va tener que hacer unos avisos…<br />

Empecé a anotar en un papelito que rebusqué en la cartera, con<br />

una letra ininteligible aún para mí <strong>mi</strong>sma, los avisos que la buena señora<br />

me pedía, y <strong>de</strong>bí poner tal cara <strong>de</strong> que en la perra vida podría<br />

hacer una cosa así, que ella me preguntó:<br />

—¿Hay algo que la preocupa?<br />

Si yo me hubiera <strong>de</strong>tenido siquiera un momento en pensar la respuesta,<br />

seguramente no le hubiera contestado como lo hice. Pero es<br />

evi<strong>de</strong>nte que si jamás pienso en lo que digo antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo, ése no<br />

era momento para ponerme a hacer excepciones:<br />

—Me parece que soy incapaz <strong>de</strong> hacer todo esto.<br />

No pensar me dio resultado, ya que la señora pareció complacida<br />

cuando me contestó:<br />

—Lo que usted dice es un buen indicio: la gente que se cree muy<br />

creativa, es justamente la que es incapaz <strong>de</strong> crear nada. I<strong>de</strong>as buenas<br />

tenemos todos, lo difícil es escribirlas.<br />

Y me fui con <strong>mi</strong> papelito garabateado. Aunque seguía pensando


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

que era absolutamente incapaz <strong>de</strong> hacer uno solo <strong>de</strong> los “<strong>de</strong>beres”<br />

que se me pedían, al llegar a la esquina ya era la redactora – jefa, ya<br />

había viajado por todo el mundo, y tenía un placard que no se podía<br />

cerrar <strong>de</strong> la cantidad increíble <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>los exclusivos que colgaban<br />

<strong>de</strong> sus perchas.<br />

11


12<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

2.<br />

Así que tenía que hacer avisos… Quién me lo hubiera dicho: yo,<br />

haciendo avisos. No pu<strong>de</strong> esperar a llegar a casa y en el ca<strong>mi</strong>no me<br />

puse a pensar en el aviso <strong>de</strong> ropa <strong>de</strong> trabajo. Por poco me tragué el<br />

auto <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lante, que había frenado, como correspon<strong>de</strong>, en el semáforo;<br />

tan ocupada estaba tratando <strong>de</strong> encontrar algo que nadie hubiese<br />

dicho antes sobre esa ropa. Seguí pensando <strong>mi</strong>entras estacionaba,<br />

<strong>mi</strong>entras me duchaba y bastante tiempo más, hasta que me di cuenta<br />

<strong>de</strong> que si nadie lo había dicho antes <strong>de</strong>bía ser porque no valía la pena<br />

<strong>de</strong>cirlo o, lisa y llanamente, era una estupi<strong>de</strong>z.<br />

Abandoné <strong>mi</strong>s pretensiones <strong>de</strong> exclusivida<strong>de</strong>s geniales y empecé a buscar<br />

por el lado <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir lo <strong>mi</strong>smo que todos, sólo que <strong>de</strong> una manera diferente.<br />

Sentí alivio porque había dado un paso importante… Pero aún<br />

así, la ropa <strong>de</strong> trabajo no me inspiraba para nada, y entonces intenté tentar<br />

suerte con “frases <strong>de</strong> 20 palabras, producto: tollas, medio: radio”.<br />

Así fue como pensé en Marcos Mundstock y esa voz tan honda que<br />

tiene, seguro para compensar porque no es tan alto como le hubiera gustado.<br />

A ver… ¿qué podría <strong>de</strong>cir Mundstock <strong>de</strong> unas toallas? <strong>Te</strong>ndría que<br />

ser algo ceremonioso, como él, algo como “A sus pies, toallas Tal”. Aquí<br />

haría una larga pausa para causar efecto. Después no vendría mal un poco<br />

<strong>de</strong> picardía: “…a sus pies, a sus manos, a su todo… toallas Tal.”<br />

Lo imaginaba <strong>de</strong> smoking, en una película muda, dándole besitos


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

a una corpulenta dama: besitos en la mano, un ca<strong>mi</strong>nito <strong>de</strong> besitos<br />

por el brazo, hasta llegar al hombro y <strong>de</strong>spués al cuello, los ojos muy<br />

negros, muy maquillados que <strong>mi</strong>ran para otro lado, pero se ve que le<br />

gusta y corte y a otra cosa, que la moral <strong>de</strong> 1910 te vigila.<br />

Después quise hacer algo por el lado <strong>de</strong> los inconvenientes, unas<br />

toallas que encojan, que se <strong>de</strong>stiñan, que no sequen y que encima<br />

cuesten caras. Cuando les mostré el aviso a <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gas a ninguna le<br />

gustó, y como yo me <strong>de</strong>bo a <strong>mi</strong> público, tiré el aviso al canasto, aunque<br />

con cierta pena, porque le había tomado cariño a las pobres toallas<br />

que no pegaban una.<br />

¿Y por el lado <strong>de</strong> las ventajas? Si esas toallas fueran lindas, tibias,<br />

cariñosas, ¿qué haría con ellas? Pues las usaría mucho, y podría <strong>de</strong>cir<br />

algo así como “Hoy me bañé cinco veces. Me encanta secarme con<br />

toallas Tal”.<br />

Bueno, basta <strong>de</strong> toallas. A pensar en el aviso para un Banco. ¿Qué<br />

se podía hacer con un Banco? Guardar plata, afanarlo, que te atiendan<br />

bien, que te <strong>de</strong>n buenos intereses. ¿qué otra cosa se me ocurría<br />

cuando pensaba en un Banco? Pensaba en una plaza. No; eso no sería.<br />

En una buena atención; tampoco servía. Porque total la atención<br />

parecía poco importante en un Banco, don<strong>de</strong> todos pasan, ponen o<br />

sacan plata y se van.<br />

¿Para qué se precisa un Banco? Para que no te roben la plata <strong>de</strong> un<br />

colchón, para dor<strong>mi</strong>r tranquila, para tener seguridad. Eso era; seguridad,<br />

porque la falta <strong>de</strong> seguridad es lo peor que hay. Cuando una no<br />

tiene seguridad, se asusta, se preocupa. Mejor <strong>de</strong>cir stress.<br />

Me acordé que lo había estudiado en alguna parte. Busqué en <strong>mi</strong>s<br />

libros, y por fin encontré una larga lista <strong>de</strong> causas <strong>de</strong>l stress don<strong>de</strong><br />

existía prácticamente todo lo que nos pasa todos los días. Pero la inseguridad<br />

no figuraba. Bueno, claro, por ahí se la olvidaron, porque<br />

por supuesto que la inseguridad tiene que causar stress.<br />

Ya sabía lo que diría: que el Profesor Sleyle, <strong>de</strong> Montreal, había andado<br />

estudiando el stress, y que una <strong>de</strong> las causas <strong>de</strong>l stress era la intranquilidad.<br />

(¿No es cierto don Sleyle que no está en su lista porque usted se<br />

me la olvidó? Y que el Banco Tal, al protegerlo <strong>de</strong> la intranquilidad, lo<br />

salvaría <strong>de</strong>l stress. Parecía mentira lo que era capaz <strong>de</strong> hacer ese Banco.<br />

13


14<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Para entonces, ya que tenía un poco <strong>de</strong> práctica (había que ver que<br />

ya había hecho como cuatro avisos). Esperé a tener más suerte con<br />

la ropa <strong>de</strong> trabajo, a pesar <strong>de</strong> que era tan poco sentadora, sin ningún<br />

<strong>de</strong>talle original, sin nada para <strong>de</strong>cir.<br />

¿Y si yo hubiese sido la mujer <strong>de</strong> alguien que usara ropa <strong>de</strong> trabajo?<br />

¿Qué esperaría yo <strong>de</strong> esa ropa? Y… supongo que querría que no<br />

sobrecargara las tareas <strong>de</strong>scosiéndose, por ejemplo. Porque hay que<br />

ver, vecina, que <strong>mi</strong> marido tiene solamente dos juegos <strong>de</strong> ropa y cuando<br />

se saca uno, hay que ir preparándolo para cuando se le ensucie el<br />

otro; se imaginará que tengo que apurarme, no puedo andar perdiendo<br />

el tiempo, cosiéndola a cada rato.<br />

Por poco me había convencido <strong>de</strong> que la ropa <strong>de</strong> <strong>mi</strong> marido me<br />

tenía cansada, cuando me di cuenta <strong>de</strong> que en realidad <strong>de</strong> lo que se<br />

trataba era nada más que <strong>de</strong> hacer un aviso para la televisión.<br />

Entonces, algo bueno para <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> una ropa <strong>de</strong> trabajo, era que<br />

no tenía costuras que se <strong>de</strong>scosieran. Claro, como la <strong>de</strong> los hombres<br />

rana, que no tienen costuras… y por lo tanto no se pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>scoser.<br />

Pero qué absurdo. ¿Qué tienen que ver los hombres – rana aquí, en<br />

una fábrica? Sin embargo eso, lo absurdo, está bien. Veamos, trajes <strong>de</strong><br />

hombres-rana en una fábrica para que no se le <strong>de</strong>scosan las costuras, y<br />

así habría lugar para que alguien llegase y le dijese a la mujer, que en<br />

<strong>de</strong>finitiva es a la que le importan las costuras, que no hacía falta una<br />

solución tan extrema, porque la ropa <strong>de</strong> trabajo Tal no tenía costuras<br />

que se <strong>de</strong>scosieran: La ropa <strong>de</strong> trabajo Tal no da trabajo.<br />

Empecé a ponerme ansiosa. Es que ya estaba tomando color, lo <strong>de</strong><br />

la publicidad. Los tipos <strong>de</strong> la máquina se amontonaban en el medio,<br />

porque apretaba las teclas <strong>de</strong> a muchas a la vez, y a cada momento las<br />

tenía que <strong>de</strong>senredar, ensuciándome todos los <strong>de</strong>dos.<br />

Tan ansiosa estaba que ter<strong>mi</strong>né haciendo un bollo con lo que quería<br />

guardar, así que vuelta a escribirlo y cosas por el estilo, porque es sabido<br />

que la máquina <strong>de</strong> escribir se aprovecha <strong>de</strong> los estados <strong>de</strong> ánimo<br />

como este, y empieza a hacer <strong>de</strong> las suyas, y cuando vi que escribía rapa<br />

<strong>de</strong> trabojo, trujes <strong>de</strong> hombres rana y como la aceleración se hacía cada vez<br />

mayor, y pronto llegaría a ser insoportable, y mejor me voy a dor<strong>mi</strong>r.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

3.<br />

Pero no podía dor<strong>mi</strong>r. Estaba muy excitada, excitada <strong>de</strong> creación.<br />

Es que era como un <strong>mi</strong>lagro encontrar <strong>de</strong>ntro mío algo que quizás<br />

siempre había existido, aunque sin ocasión <strong>de</strong> aflorar.<br />

Habían aparecido primero dos o tres i<strong>de</strong>as <strong>de</strong>sdibujadas que fueron<br />

creciendo, tomando forma, entrelazándose. Por momentos hicieron<br />

alianzas, o bien se enfrentaron, hasta que por fin, algunas se volvieron<br />

más nítidas que otras; más “claras y distintas” (¿Descartes era<br />

que lo <strong>de</strong>cía?)<br />

Como con un rompecabezas, al principio no se entendía nada.<br />

Después <strong>de</strong> unir dos o tres piezas y teniéndolas ya unidas, había podido<br />

lograr una parte tan consi<strong>de</strong>rable <strong>de</strong>l dibujo, que quedaron apenas<br />

huecos, que pu<strong>de</strong> llenar con facilidad.<br />

Me hice un café. Mientras lo tomaba, pensaba en el único aviso que<br />

faltaba, el aviso libre, el <strong>de</strong> “producto y medio a elección”. Al principio,<br />

libre me había parecido más fácil que ropa <strong>de</strong> trabajo, que Bancos,<br />

o que toallas, y por eso lo había <strong>de</strong>jado para el final, pero <strong>de</strong>spués,<br />

como pasa siempre, no supe qué hacer con tanta libertad.<br />

Entonces pensé qué era lo que a mí me gustaba más que nada en<br />

el mundo, porque si lo encontraba, si encontraba algo que a mí me<br />

gustara mucho, iba a tener argumentos para convencer a los <strong>de</strong>más.<br />

Bueno, lo que más me gustaba era viajar en barco.<br />

15


16<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Me acordé <strong>de</strong> nuestro viaje <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el y <strong>de</strong>l diario que todas<br />

las mañanas pasaban <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l camarote, que traía una<br />

lista <strong>de</strong> las activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l día. Lo leíamos puntualmente, y nos <strong>de</strong>cíamos,<br />

riendo, que habría que salir <strong>de</strong> tanto en tanto <strong>de</strong>l camarote.<br />

Pero sucedía que nuestro mundo, el <strong>de</strong> los dos, era tan inmenso que<br />

no necesitábamos otra cosa que estar juntos todo el tiempo. Ya bastante<br />

con que saliéramos a comer, qué tanto.<br />

Volví a sentir, nítidamente, el ruido que hacía el diario al pasar bajo<br />

la puerta, hasta que me di cuenta que estaba llorando. Me dolía acordarme<br />

<strong>de</strong> esas cosas, cuando ya… Sí, Inés, vas a tener que acostumbrarte<br />

a <strong>de</strong>cirlo… te separaste <strong>de</strong> Fernando.<br />

Recordaba exactamente el color azul <strong>de</strong>l camarote, como si no hubiera<br />

pasado tanto tiempo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel viaje; recordaba el brillo <strong>de</strong><br />

los cubiertos, el roce <strong>de</strong> las servilletas al<strong>mi</strong>donadas, el ruido <strong>de</strong>l mar<br />

mezclado con el ronroneo <strong>de</strong> las máquinas.<br />

Eso; ofrecería un viaje <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el, un viaje en barco, como el<br />

que nosotros habíamos hecho y no lo llamaría crucero, claro que no,<br />

porque la palabra viaje es mucho más hermosa. Y no haría un aviso,<br />

sino una campaña completa, en diarios, cine, televisión, en las pare<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> la ciudad, a los cuatro vientos: señores, les ofrezco un viaje <strong>de</strong><br />

luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el.<br />

Ya sabía como tenía que empezar el aviso: “…el placer <strong>de</strong> viajar en<br />

barco, co<strong>mi</strong>enza todas las mañanas, con el roce <strong>de</strong>l diario que se <strong>de</strong>sliza<br />

bajo la puerta <strong>de</strong> su camarote…”<br />

Después, vendrían todas las activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l día. Y abajo, bien abajo,<br />

los haría cómplices: “…lástima que viajábamos en luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el”.<br />

Para el cine, una pareja joven, en la orilla <strong>de</strong>l lago <strong>de</strong> Palermo, <strong>mi</strong>entras<br />

su hijito, pecoso y pícaro, tiraba al lago un barquito <strong>de</strong> papel. Después,<br />

se daba vuelta para preguntarles: “Papi, ma<strong>mi</strong>… ¿es lindo viajar<br />

en barco? Ellos se <strong>mi</strong>rarían, se tomarían <strong>de</strong> la mano, y el papá le contaría<br />

al nene lo <strong>de</strong>l diario, con todos los juegos, el cine y las diversiones<br />

que había para cada día.<br />

—“¿Todo ese montón <strong>de</strong> cosas hacían uste<strong>de</strong>s? —Los padres, riendo,<br />

le contestarían:<br />

Y… nosotros estábamos en viaje <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Primer plano al nene, que se quedaría pensando que la gente gran<strong>de</strong><br />

es muy difícil <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r.<br />

Cuando ter<strong>mi</strong>né estaba triste, cansada y satisfecha. Ya clareaba. Había<br />

pasado el sábado, día <strong>de</strong> soledad, día que se había vuelto te<strong>mi</strong>ble<br />

para mí y había pasado con su noche y todo.<br />

17


18<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

4.<br />

El do<strong>mi</strong>ngo dormí hasta el mediodía y el resto <strong>de</strong>l tiempo lo ocupé<br />

en pasar todo en limpio. Me dio un trabajo terrible, porque quería<br />

que los avisos estuviesen bien presentados y, algo especialmente<br />

difícil para mí, que los <strong>de</strong>dos cayeran en las letras que necesitaba, en<br />

lugar <strong>de</strong> caer en la tecla <strong>de</strong> al lado, o <strong>de</strong>sparramar acentos fuera <strong>de</strong> lugar.<br />

Cada vez que me equivocaba, cambiaba <strong>de</strong> hoja, hasta que viendo<br />

que corría el riesgo <strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>nar con <strong>mi</strong> resma <strong>de</strong> papel, <strong>de</strong>cidí que<br />

no se trataba <strong>de</strong> un concurso <strong>de</strong> dactilógrafas. Ese pensa<strong>mi</strong>ento bastó<br />

para tranquilizarme y no equivocarme tanto.<br />

Recorté una cartulina blanca y formé una carpeta. Al día siguiente,<br />

le pedí a <strong>mi</strong> vecino el tintorero su robusta abrochadora, coloqué unos<br />

ganchitos y los tapé con una cinta adhesiva <strong>de</strong> color ver<strong>de</strong> oscuro.<br />

Quería darles una última <strong>mi</strong>rada: les había tomado cariño a <strong>mi</strong>s<br />

avisos. Fue una suerte que yo fuera tan cariñosa. Me había olvidado<br />

<strong>de</strong> la penúltima hoja. Vuelta a <strong>de</strong>sarmar todo, vuelta a lo <strong>de</strong>l tintorero,<br />

vuelta a poner la cinta ver<strong>de</strong>.<br />

Resignada por fin a <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rme <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s trabajos volví con ellos<br />

a la casa <strong>de</strong> la calle Sucre. No encontré a nadie. Toqué el timbre una<br />

y otra vez, pero nadie contestaba. Cuando ya me iba, apareció por<br />

fin una mujer con pinta <strong>de</strong> poco astuta, abrió la puerta y entró pero a<br />

ella no me gustó nada confiarle <strong>mi</strong> tesoro. Esperé un rato y <strong>de</strong>jé una


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

nota con <strong>mi</strong> teléfono así podían avisarme cuándo habría alguien para<br />

recibir <strong>mi</strong>s trabajos.<br />

Llamaron a la tar<strong>de</strong>, diciéndome que volviera esa noche a las nueve.<br />

No gano para sustos, ese barrio se empeora a esa hora <strong>de</strong> la noche,<br />

se vuelve solitario y oscuro. Mejor no llevar el auto y pedirle al<br />

taxista que me espere.<br />

Resultó ser un taxista gran<strong>de</strong> y bonachón, así que me animé a contarle<br />

que tenía <strong>mi</strong>edo.<br />

—Vaya tranquila, señora. Usted pega un grito, y yo me bajo con el<br />

fierro.<br />

Afortunadamente, el fierro no hizo falta. En el living no sólo estaba<br />

la mujer <strong>de</strong>l primer día, y también un chico escuchando música,<br />

lo que me tranquilizó bastante.<br />

Miré con ansiedad la cara <strong>de</strong> <strong>mi</strong> anfitriona <strong>mi</strong>entras ella leía los avisos,<br />

y como me daba vergüenza preguntarle si estaban bien, le pregunté<br />

en cambio si habían recibido muchos avisos buenos.<br />

—Algunos buenos hay, pero muchos tuvimos que <strong>de</strong>scartarlos, porque<br />

estaban influenciados por la televisión. Claro que ellos ni se dan<br />

cuenta <strong>de</strong> esa influencia, pero es así.<br />

Respiré tranquila. Por ese lado no corría ningún peligro; hacía muchísimo<br />

tiempo que ya no veía televisión. Empecé a sentirme un poco<br />

incómoda, allí parada, sin saber qué hacer <strong>mi</strong>entras ella seguía leyendo,<br />

con su cara <strong>de</strong> nada.<br />

—A mí me gustan sus trabajos —dijo por fin, con todo el énfasis que<br />

su apagada manera <strong>de</strong> ser le per<strong>mi</strong>tía y casi enseguida, como si se hubiera<br />

arrepentido, agregó:<br />

—Claro que yo no soy la que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>.<br />

Aunque ella no <strong>de</strong>cidiera, me gustó que le gustaran. Ya era algo;<br />

éramos dos. Le pregunté cómo me iba a enterar <strong>de</strong>l resultado y me<br />

contestó que si había alguna respuesta, sería <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una semana.<br />

Hizo una pausa y dijo:<br />

—Si para entonces no la llaman… (cruz diablo, pensé yo.)<br />

La semana no pasaba nunca. Les recomendé a los chicos una y otra<br />

vez que prestaran atención, por si llamaban, pero el llamado no se<br />

produjo. <strong>Te</strong>nía muchas ganas <strong>de</strong> ir a preguntar qué había pasado, pero<br />

19


20<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

<strong>de</strong>sistí al compren<strong>de</strong>r que si no me llamaron… no había nada que hacer.<br />

Mis avisos no habrían sido tan buenos como yo había creído.<br />

A medida que pasaba el tiempo, hacía como que no me importaba,<br />

quería convencerme <strong>de</strong> que si me habían llamado por <strong>mi</strong> carta<br />

con eso ya tenía que darme por contenta. Eso quería <strong>de</strong>cir que sabía<br />

escribir y en cambio lo que no sabía, era hacer publicidad…<br />

Buahhhhhhhh. Cómo me hubiese gustado que me llamaran,<br />

buah.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

5.<br />

Era una linda tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> sol. Salí a dar una vuelta en bicicleta, porque<br />

quería que el solcito calentara un poco esa pobre alma mía, tan aterida<br />

en los últimos tiempos. El pedaleo, el viento y el sol empezaban a<br />

hacerme sentir mejor, cuando escuché <strong>mi</strong> nombre. Era Laura que me<br />

llamaba, con su voz grave y sexy. Laura, que con su aspecto aniñado,<br />

no es ni sexy ni aniñada y tiene una niña <strong>de</strong> catorce años cuando ella<br />

tiene sólo treinta y dos. Una hija que crió sola, porque su matrimonio<br />

ni siquiera pudo durar hasta que naciera su hija.<br />

Parecía muy feliz. Enseguida supe por qué; se casaba. Me alegré, la<br />

besé, nos reímos. Me contó algunas cosas frívolas <strong>de</strong> ésas que acompañan<br />

todas las bodas.<br />

—Aunque no lo creas, pensaba llamarte hoy –me dijo.<br />

—Mirá Laura que hace mucho que te conozco…<br />

—Esta vez es cierto. Quería <strong>de</strong>cirte que <strong>de</strong>jo el puesto <strong>de</strong> secretaria<br />

<strong>de</strong> Omar… y te propuse en <strong>mi</strong> lugar.<br />

Omar Boyadjian había sido <strong>mi</strong> profesor. Ser su secretaría significaba<br />

entre otras cosas, <strong>de</strong>sgrabar sus sesiones y por lo tanto, escucharlo<br />

interpretar. En suma, una manera <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r psicoanálisis <strong>de</strong> alguien<br />

que sabía mucho.<br />

Por un momento me quedé callada. Después, vinieron las exclamaciones,<br />

hasta que Laura dijo algo más: Omar pensaba que no se-<br />

21


22<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

ría conveniente que yo trabajara con él, porque como estaba a punto<br />

<strong>de</strong> recibirme, pronto lo abandonaría para <strong>de</strong>dicarme a <strong>mi</strong> profesión.<br />

Mi alegría <strong>de</strong>sapareció enseguida, pero reapareció al menos en parte<br />

cuando Laura me aconsejó que lo llamara <strong>de</strong> todos modos y le insistiera<br />

un poco, ella estaba segura que iba a resultar.<br />

Por supuesto que lo llamé, aunque por esa mezcla <strong>de</strong> amor y respeto<br />

que sentía por él sólo alcancé a <strong>de</strong>cirle algunas pocas pavadas,<br />

en nada parecidas al brillante discurso que había preparado, con tanto<br />

cuidado, para la ocasión.<br />

—Omar, me muero <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong> trabajar con vos.<br />

También es cierto que él tampoco colaboró para que sacara a relucir<br />

<strong>mi</strong> discurso, porque me interrumpió casi enseguida diciéndome<br />

que fuera a verlo al día siguiente.<br />

Cuando me vio, farfulló en su particular español, algo así como<br />

“no me gusta cambiar <strong>de</strong> secretaria todos los años” y yo otra vez a<br />

darlo todo por perdido. Con un resto <strong>de</strong> fuerzas que me quedaban,<br />

le repetí que tenía ganas <strong>de</strong> trabajar con él, y también <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r estando<br />

a su lado. Lo que no le dije era qué iba a pasar cuando me recibiera,<br />

porque realmente no lo sabía. Lo que sí le dije fue con cuánto<br />

empeño haría el trabajo.<br />

Nunca llegué a saber si Omar era hosco, tí<strong>mi</strong>do o qué, lo cierto es<br />

que su manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarle cariño a la gente no era <strong>de</strong>l tipo convencional.<br />

Se levantó sin <strong>de</strong>cirme nada y le pidió a Laura que fuera<br />

con él a su consultorio.<br />

Me quedé sola en el escritorio, <strong>mi</strong>ré los libros que había en la biblioteca,<br />

la gran cantidad <strong>de</strong> carpetas numeradas y <strong>de</strong>spués me <strong>de</strong>diqué<br />

a esperar. A medida que el tiempo pasaba, iba perdiendo, una a<br />

una, todas <strong>mi</strong>s esperanzas. Cuando Laura volvió, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme<br />

que me fuera me dijo que Omar le había encargado que me enseñara<br />

el trabajo.<br />

—¿<strong>Te</strong> parece que eso quiere <strong>de</strong>cir que sí? —le pregunté.<br />

Laura me <strong>mi</strong>ró divertida.<br />

—Vamos, Inés, ¿para qué te parece que Omar quiere que te enseñe<br />

lo que hay que hacer?<br />

Enseguida apareció un problema gran<strong>de</strong>: la máquina <strong>de</strong> escribir,


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

porque era la primera máquina eléctrica <strong>de</strong> <strong>mi</strong> vida. <strong>Te</strong>nía muchas letras<br />

cambiadas <strong>de</strong> lugar; empezando por los acentos, y cuando se apretaba<br />

una letra con fuerza la repetía. En lugar <strong>de</strong> correr el carro, no sé<br />

qué diablos correría. Para colmo <strong>de</strong> males, hacía un zumbido impaciente,<br />

como si me estuviera diciendo que me apurara.<br />

El grabador también era un problema. Yo no entendía nada <strong>de</strong> lo<br />

que <strong>de</strong>cía la paciente, ni <strong>de</strong> lo que Omar le interpretaba y cada vez<br />

me ponía más nerviosa. Laura intentaba consolarme diciéndome que<br />

ella hacía dos años que lo escuchaba hablar a Omar, que ya me iba a<br />

acostumbrar.<br />

En eso estábamos cuando llegó Roberto, el hijo <strong>de</strong> Omar y psicoanalista<br />

como él. Laura me presentó:<br />

—Inés, tu nueva colaboradora.<br />

La cosa se estaba poniendo seria: Laura se portaba como si el puesto<br />

fuera mío y yo, como si no lo fuera. <strong>Te</strong>nía que echar a correr sin <strong>de</strong>mora:<br />

a lo mejor Laura tenía razón. Me pasaba como la paciente <strong>de</strong><br />

Omar que era muy hermosa, y que se analizaba justamente por eso,<br />

porque no podía soportar ser tan hermosa. Como a ella, me costaba<br />

mucho aceptar <strong>mi</strong>s cosas buenas. Nunca había tomado en serio que<br />

<strong>mi</strong>s ojos fueran lindos, a pesar que cada tanto alguien me los recordaba.<br />

Prefería “disfrutar” <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s manos huesudas. En general siempre<br />

me sentó mejor el sufri<strong>mi</strong>ento. “Mi mamá tiene ojos ver<strong>de</strong>s con una<br />

gota <strong>de</strong> amarillo” había escrito una vez Andrea, composición tema<br />

“La madre”. Ni con eso había dado el brazo a torcer.<br />

Y si poco o nada podía haber hecho por el color <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s ojos y sin<br />

embargo me costaba aceptarlos, con más razón entonces, cómo no<br />

me iba a costar aceptar aquellas cosas que había logrado a fuerza <strong>de</strong><br />

paciencia y trabajo. No tenía más remedio que atribuirlo a la suerte,<br />

a la casualidad, a la oferta y la <strong>de</strong>manda, o al solsticio <strong>de</strong> verano.<br />

Después <strong>de</strong> un rato, cuando Laura juzgó suficiente <strong>mi</strong> entrena<strong>mi</strong>ento<br />

con la máquina y el grabador, escribió ella una carta para que yo<br />

viese cómo lo hacía. Omar quería pedirle una lista <strong>de</strong> profesores al<br />

secretario <strong>de</strong> la Universidad. La máquina no parecía la <strong>mi</strong>sma, Laura<br />

escribía más rápido y los acentos caían todos en su correspondiente<br />

lugar.<br />

23


24<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Para ter<strong>mi</strong>nar, le agregó por su cuenta un saludo <strong>de</strong> fin <strong>de</strong> año cosa<br />

en la que seguramente ni por asomo había pensado Omar, que quedaría<br />

<strong>de</strong> lo más atento.<br />

La eficiencia <strong>de</strong> Laura fue <strong>de</strong>masiada para mí. Pretexté cualquier<br />

cosa y salí disparando. Me acompañó hasta la puerta <strong>mi</strong>entras me <strong>de</strong>cía<br />

que volviera al día siguiente. Apenas si la escuché, porque lo único<br />

que quería hacer era irme, convencida <strong>de</strong> que la máquina eléctrica<br />

había triunfado sobre mí, y que por lo visto nunca sería capaz <strong>de</strong><br />

hacer bien el trabajo.<br />

Unas ganas <strong>de</strong> correr tan intensas empezaron a parecerme sospechosas.<br />

¿No estaría exagerando un poco <strong>mi</strong> incapacidad para ese trabajo<br />

y para asu<strong>mi</strong>r responsabilida<strong>de</strong>s?<br />

A las tres cuadras, me di cuenta <strong>de</strong> qué me pasaba. No era el mío<br />

un <strong>mi</strong>edo a no po<strong>de</strong>r hacer lo que Omar esperaba <strong>de</strong> mí. Claro que<br />

podía. ¿Acaso no era capaz <strong>de</strong> escribir cualquier cosa? ¿Acaso no me<br />

habían llamado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la agencia al menos para hacer avisos gracias a<br />

<strong>mi</strong> loca carta?<br />

Seguramente, el mío era <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r. De todos modos, no volví.<br />

Había sido <strong>de</strong>masiado para mí ese día.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

6.<br />

La conferencia <strong>de</strong>l psiquiatra notable resultó ser un plomo. Yo ya<br />

me lo había imaginado, pero había <strong>de</strong>cidido ir igual, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que Fernando se había ido <strong>de</strong> casa, cada noche me resultaba más insoportable<br />

que la anterior y necesitaba salir.<br />

Antes <strong>de</strong> empezar a leer, había dicho que se trataba <strong>de</strong> algo que había<br />

escrito tiempo atrás y que ya no estaba totalmente <strong>de</strong> acuerdo con<br />

algunas <strong>de</strong> esas i<strong>de</strong>as. Lo que no había dicho, era que seguramente le<br />

habrían pedido como un favor que hablara esa noche y que su cuota<br />

<strong>de</strong> a<strong>mi</strong>stad no le había alcanzado más que para revolver viejos papeles<br />

a último momento.<br />

Su falta <strong>de</strong> convicción y su <strong>de</strong>sgano ter<strong>mi</strong>naron por contagiarnos a<br />

todos. Me distraje, empecé a <strong>mi</strong>rar a <strong>mi</strong> alre<strong>de</strong>dor y en eso <strong>de</strong>scubrí a<br />

Guido. El también me vio, y me sonrió con una linda sonrisa <strong>de</strong> travesura<br />

compartida. Me hizo un gesto con las cejas, como diciéndome<br />

qué pesado es este tipo, qué le vamos a hacer.<br />

La conferencia seguía, cada vez más lenta y monótona. Yo tenía<br />

sueño y ganas <strong>de</strong> irme, me distraía pensando en Fernando y en los<br />

chicos, y <strong>de</strong> pronto escuché <strong>de</strong>cir “Muchas gracias”: había ter<strong>mi</strong>nado.<br />

<strong>Te</strong>nía planeado irme antes <strong>de</strong> que empezara el <strong>de</strong>bate, pero vi que<br />

Guido se anotaba para participar y cambié <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a; por curiosidad me<br />

quedé a escucharlo<br />

25


26<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

El <strong>de</strong>bate resultó tan chato como la conferencia. Casi toda la gente<br />

que intervenía, lo hacía para hacerse notar, por abrir la boca, o para<br />

quedar bien con el tipo, que era un “capo”. Él por su parte, contestaba<br />

sin contestar. Si alguien lo llevaba a un terreno más concreto,<br />

se escabullía por cualquier atajo, con tanta habilidad que hasta parecía<br />

que la pregunta quedaba contestada y todo, sin haber dicho nada<br />

en realidad.<br />

Finalmente le tocó el turno a Guido. Con voz tranquila y pausada,<br />

recogió algo <strong>de</strong> lo que el otro había dicho, y fue tejiendo una especie<br />

<strong>de</strong> red con un argumento, y luego otro, y otro… Empecé a interesarme<br />

cada vez más en lo que <strong>de</strong>cía, porque no podía imaginarme<br />

a dón<strong>de</strong> quería llegar.<br />

Como si hubiera sorteado uno a uno los escollos que él <strong>mi</strong>smo había<br />

creado y hubiera llegado sano y salvo a la otra orilla, ter<strong>mi</strong>nó impecablemente,<br />

<strong>de</strong>jando bien en claro que el psiquiatra estaba equivocado.<br />

El conferencista, sin embargo, no acusó recibo. Apeló <strong>de</strong> nuevo<br />

a su sonrisa y su larga práctica y empezó por elogiar a su adversario,<br />

cosa que a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> hacerlo quedar bien, le daba tiempo para pensar,<br />

o quizás ni siquiera lo necesitaba. Habló con <strong>de</strong>senvoltura, y aunque<br />

apenas si rozó el tema en cuestión, tenía una sonrisa satisfecha, como<br />

si hubiese hecho polvo a Guido, a quien, sin embargo, se lo veía muy<br />

bien y muy entero.<br />

Decidí quedarme. Cuando ter<strong>mi</strong>nó la noche me acerqué a Guido<br />

y lo felicité con entusiasmo. Le dije que lo suyo me había parecido lo<br />

más sensato que había escuchado. Pero me arrepentí enseguida. <strong>Te</strong>mí<br />

que <strong>mi</strong> entusiasmo no le pareciera verda<strong>de</strong>ro, por lo exagerado, teniendo<br />

en cuenta lo que se acostumbra en esos casos: los elogios –si los<br />

hay- suelen ser sumamente mesurados. Parece ser que la envidia, los<br />

celos profesionales y otras yerbas son las causantes <strong>de</strong> tanta mesura.<br />

Fuimos juntos hacia la salida. En el ca<strong>mi</strong>no me preguntó por la<br />

Facultad, y yo le conté que la semana siguiente tenía que dar un examen.<br />

Después, se ofreció a llevarme a casa.<br />

Guido manejaba como si estuviera muy apurado. Yo temía que chocáramos<br />

en cada esquina y sobre todo cuando yo le hablaba y él me


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

<strong>mi</strong>raba, en lugar <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rar para a<strong>de</strong>lante. Le pedí que no fuera tan rápido,<br />

tratando <strong>de</strong> no mostrarle, en lo posible, cuánto <strong>mi</strong>edo me daba.<br />

Se sonrió, me pidió disculpas y bajó la velocidad. Se notaba que le<br />

costaba mucho andar <strong>de</strong>spacio.<br />

Después <strong>de</strong> un largo silencio, me dijo en voz baja:<br />

—Me enteré <strong>de</strong> que te separaste, Inés.<br />

Había algo <strong>de</strong> tanta cali<strong>de</strong>z en la manera como me lo dijo que yo,<br />

que andaba necesitada <strong>de</strong> ternura, me eché a llorar.<br />

Guido no supo bien qué hacer con<strong>mi</strong>go y optó por seguir manejando<br />

<strong>de</strong>spacio y en silencio. Me fui calmando, hasta que él, al verme<br />

mejor, me dijo que lo sentía. Me puse a llorar otra vez.<br />

Entonces Guido <strong>de</strong>tuvo el auto, me acarició la mejilla y me dijo<br />

en voz más baja todavía:<br />

—Es muy reciente lo tuyo.<br />

Entendí que según él, yo tenía motivos para llorar y me sentí<br />

menos ridícula. Lloré otro poco, <strong>mi</strong>entras Guido me <strong>mi</strong>raba sin <strong>de</strong>cir<br />

nada, haciéndome compañía. Cuando <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> llorar puso una<br />

mano comprensiva sobre <strong>mi</strong> hombro y me preguntó si podía llevarme<br />

a casa.<br />

Cuando llegamos, le dije que a partir <strong>de</strong> ahí no se iba a ofrecer a<br />

llevar a una mujer a su casa sin pensarlo dos veces. Guido no me respondió,<br />

pero en cambio me tomó la cara con las dos manos y me<br />

besó suavemente en la mejilla.<br />

—Suerte para tu examen —me dijo, y yo me bajé <strong>de</strong>l auto.<br />

Encontré la casa llena <strong>de</strong> gente. Estaba <strong>mi</strong> hermano con su ex-mujer,<br />

con la que se lleva muy bien <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se separaron, unos meses<br />

antes. Estaba Fernando y a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos algunos chicos más,<br />

porque como la casa es gran<strong>de</strong> el corazón es enorme.<br />

Me sentí confundida; dos matrimonios que ya no lo eran más, reunidos<br />

sin embargo como si no hubiese pasado nada. Verlo a Fernando<br />

me perturbó; no lo esperaba. Por un momento parecía una noche<br />

cualquiera como las <strong>de</strong> antes, pero pronto me di cuenta <strong>de</strong> que<br />

Fernando tenía el saco puesto y la corbata con el nudo flojo. Eso me<br />

hizo volver a la realidad; hacía una semana que se había ido <strong>de</strong> casa.<br />

De esa casa que ya no era la suya, la <strong>de</strong> ponerse al llegar los jeans y la<br />

27


28<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

ca<strong>mi</strong>sa vieja y <strong>de</strong>steñida, a la que quería con lealtad total. Estaba solamente<br />

<strong>de</strong> visita.<br />

—Tuve ganas <strong>de</strong> ver a los chicos —me dijo apenas me vio.<br />

Mientras lo acompañaba a la puerta, le recordé que habíamos convenido<br />

que no vendría sin avisarme. Enseguida me arrepentí. Después<br />

<strong>de</strong> todo, era bueno para los chicos y para él que se vieran cuando tenían<br />

ganas, aunque no fuera bueno para mí.<br />

Se quedó <strong>mi</strong>rándome, parado junto a la puerta y el corazón me<br />

empezó a latir como un loco, esperando que él hablara.<br />

—¿Sabés Inés? La primera noche que pasé solo creí que no lo iba a<br />

po<strong>de</strong>r soportar. Me parecía que estaba como un astronauta, perdido<br />

en el espacio…Pero pu<strong>de</strong>.<br />

Me dio un beso y se fue. Cerré la puerta y me quedé con ella frente<br />

a mí, como una gruesa ma<strong>de</strong>ra que me separaba <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s ilusiones.<br />

Si podía vivir solo, tal vez nunca volviera con<strong>mi</strong>go. Cómo me hubiera<br />

gustado que me dijera: —Inés… creí que no lo iba a po<strong>de</strong>r soportar…<br />

y no pu<strong>de</strong>.<br />

Cuando logré tranquilizarme volví al comedor, don<strong>de</strong> estaban todos,<br />

menos él.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

7.<br />

Era <strong>de</strong> mañana, y yo estaba sentada en la cama, trataba <strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezar<br />

un dobladillo que alguien había <strong>de</strong>sviado al planchar con <strong>de</strong>masiado<br />

brío y poca habilidad. Tarea aciaga si las hay y <strong>de</strong> resultado<br />

siempre incierto.<br />

Escuchaba <strong>mi</strong>entras tanto la voz <strong>de</strong> un locutor leyendo el aviso <strong>de</strong><br />

un auto como si fueran versos <strong>de</strong> amor, cuando sonó el teléfono, afónico<br />

por estar tapado por un montón <strong>de</strong> cosas que había puesto encima.<br />

Dejé la aguja, aparté el montón <strong>de</strong> cosas, sonó más fuerte. Apareció<br />

por el tubo una voz casi tan dulce como la <strong>de</strong>l locutor, pero en<br />

una versión femenina, que me dijo:<br />

—Le hablo <strong>de</strong> Réplica.<br />

Pensé que me llamaban <strong>de</strong> la librería, cosa poco probable porque<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> llamarse Letra Gótica allí nadie sabe <strong>mi</strong> número <strong>de</strong> teléfono.<br />

Bastó una fracción <strong>de</strong> segundo para darme cuenta <strong>de</strong> que no<br />

tenía la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> me hablaban, así que opté por preguntarlo.<br />

Me dijeron que Réplica era la agencia <strong>de</strong> publicidad don<strong>de</strong><br />

yo había mandado <strong>mi</strong>s avisos y que querían entrevistarse con<strong>mi</strong>go<br />

esa tar<strong>de</strong>.<br />

No sé quién siguió la conversación porque, lo que era yo, estaba<br />

ocupada en no salir <strong>de</strong> <strong>mi</strong> asombro. Me habían dicho que si en una<br />

semana no me llamaban que me olvidara <strong>de</strong>l asunto. Como habían<br />

29


30<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

pasado casi dos, yo, obedientemente, lo había olvidado. Algo sin embargo<br />

quedó escrito en un papel <strong>de</strong> lo conversado: una hora (las tres)<br />

una dirección (cerca <strong>de</strong>l obelisco) y un nombre, Beatriz.<br />

Ya no podía seguir cosiendo, no podía hacer nada. Me quedé sentada,<br />

<strong>mi</strong>rando el dobladillo sin ter<strong>mi</strong>nar. Tocaron el timbre. Era María<br />

Rosa, ni me acordaba que ella me había propuesto un rato antes<br />

cambiar una conversación telefónica que ya nos estaba entumeciendo<br />

el brazo <strong>de</strong>recho y también el izquierdo por una sencilla, directa<br />

y econó<strong>mi</strong>ca visita do<strong>mi</strong>ciliaria.<br />

Llegó en el momento justo para que yo <strong>de</strong>sparramara sobre ella<br />

<strong>mi</strong> enorme euforia y en eso estábamos, cuando sonó otra vez el teléfono.<br />

Cambiaron <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a, pensé yo, pero no. Esta vez era Alfonso,<br />

que me pedía que lo fuera a buscar a la casa <strong>de</strong> los abuelos, porque<br />

se habían vuelto insoportables y lo criticaban por todo. No quise<br />

averiguar qué era lo que le criticaban: me parecía afligido y eso<br />

era suficiente.<br />

Aunque a los doce años hubo uno que se vino <strong>de</strong> los Apeninos a<br />

los An<strong>de</strong>s, y Alfonso ya andaba por los catorce, <strong>de</strong>cidí <strong>de</strong> todos modos<br />

ir a buscarlo, no a los An<strong>de</strong>s sino a Adrogué, don<strong>de</strong> estaba. <strong>Te</strong>nía<br />

que apurarme, porque entre ir y volver iba a tardar como dos horas<br />

y tenía que llegar a tiempo para ir a la agencia, así que, con María<br />

Rosa incluida me fui no más, porque madre hay una sola y la única<br />

que tenía ese chico venía a ser yo.<br />

En eso me acordé que el capot <strong>de</strong>l auto estaba la<strong>de</strong>ado, que tenía<br />

rota las supongo que se llaman bisagras que lo sostienen. Empecé a<br />

mal<strong>de</strong>cir por <strong>mi</strong> <strong>de</strong>ja<strong>de</strong>z, por no haberlo hecho arreglar la semana pasada,<br />

es <strong>de</strong>cir enseguida que se rompió. Como no servía <strong>de</strong> nada lamentarse,<br />

se me ocurrió algo mejor, que fue pasar por el taller para<br />

preguntarle al mecánico si era cierto que se podía volar el capot. Esperaba<br />

que me dijera que no y listo.<br />

Pero no fue una buena i<strong>de</strong>a; en la esquina <strong>de</strong>l taller choqué un poco<br />

con un taxi, <strong>de</strong> la manera más idiota que se pue<strong>de</strong> chocar, si bien es cierto<br />

que nunca se ha visto un choque que fuera hecho inteligentemente.<br />

Pedí <strong>mi</strong>l perdones, hicimos las anotaciones correspondientes cada<br />

uno <strong>de</strong> los datos <strong>de</strong>l otro y al taller. En el taller confirmaron <strong>mi</strong>s sos-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

pechas, y para que no corriera el riesgo <strong>de</strong> que se volara, me recomendaron<br />

que en lugar <strong>de</strong> ir por la autopista, que se iba como un tiro, fuera<br />

en lo posible por la ciudad y luego por la colectora.<br />

Lo que había logrado fundamentalmente, era saber que <strong>mi</strong> <strong>mi</strong>edo<br />

no era neurótico sino real lo cual, a esa altura <strong>de</strong>l partido, no me servía<br />

<strong>de</strong> mucho.<br />

Los abuelos no me <strong>mi</strong>raron con buena cara cuando les dije para<br />

qué me había ido hasta allá. Pensaban que yo lo malcriaba a él y a<br />

sus hermanas, (cosa <strong>de</strong> la que yo tenía plena conciencia pero no me<br />

importaba). Tampoco les pareció bien que no me quedara a comer y<br />

menos sin <strong>de</strong>cirles por qué. Pero <strong>mi</strong> vieja superstición <strong>de</strong> uso privado<br />

no me lo per<strong>mi</strong>tía. Si les contaba <strong>mi</strong>s planes, entonces lo <strong>de</strong> la publicidad<br />

se iría al diablo.<br />

Tuve que apelar a toda <strong>mi</strong> capacidad <strong>de</strong> control para no empezar a<br />

los gritos con Alfonso. Tal capacidad parece que fue suficiente, porque<br />

sólo un ligero tono <strong>de</strong> impaciencia se alcanzó a vislumbrar en<br />

<strong>mi</strong> voz:<br />

—No pensarás que nos llevemos todo eso, ¿verdad?<br />

La pregunta estaba <strong>de</strong> más. El redoblante y el chárleston estaban ya<br />

en el baúl. Los platillos y el taburete, al lado <strong>de</strong>l auto. Entonces entendí<br />

por qué me había llamado Alfonso. Su madre era imprescindible:<br />

no podía volverse en tren con su batería.<br />

Cuando llegamos a casa eran las dos. <strong>Te</strong>nía que bañarme, cambiarme,<br />

comer algo y estar a las tres en el centro, con <strong>mi</strong> vestido nuevo<br />

y <strong>mi</strong> blusa <strong>de</strong> seda violeta, que con María Rosa habíamos convenido<br />

que era <strong>mi</strong> ropa más sentadora, aunque un poco calurosa para una<br />

tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> diciembre.<br />

Me la puse, <strong>de</strong> todos modos. Era la primera vez en <strong>mi</strong> vida que iba<br />

a buscar trabajo y quería estar elegante a cualquier precio.<br />

31


32<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

8.<br />

Me encontré con una oficina en plena instalación. Había teléfonos<br />

por todas partes, pero <strong>de</strong>sconectados; la chica <strong>de</strong> la recepción compartía<br />

su silla con otra chica, para evitar que una <strong>de</strong> las dos se quedara<br />

sin asiento. Los acondicionadores también estaban en el suelo, esperando<br />

que los colocaran en su lugar.<br />

Beatriz, una mujer joven que parecía más vieja por lo apurada y<br />

ceñuda, me había dicho que esperara un momento, lo que para ella,<br />

<strong>de</strong>scubrí <strong>de</strong>spués, era igual a <strong>de</strong>cir más <strong>de</strong> una hora.<br />

Inicié una conversación con la chica <strong>de</strong>l conmutador, salpicada <strong>de</strong><br />

“Réplica buenas tar<strong>de</strong>s, ya lo comunico”, y cosas por el estilo. Yo trataba<br />

<strong>de</strong> hacer las frases cada vez más cortas para po<strong>de</strong>r ter<strong>mi</strong>narlas entre<br />

una y otra interrupción, pero cuando llegó la hora pico, tuvimos<br />

que <strong>de</strong>sistir. En los huecos ya no cabían más que monosílabos.<br />

A pesar <strong>de</strong> esos inconvenientes me enteré que en la agencia son<br />

un amor; los compañeros te tratan bien, marcar tarjeta es cargante, y<br />

en otras agencias no marcan nada, pero bueno en otras no te toman<br />

si tenés hijos y en esta sí.<br />

—¡Ojalá te tomen!<br />

La solidaridad <strong>de</strong> Silvia me hizo bien. Como tenía que esperar, me<br />

trajeron un banco alto. Qué suerte. Estaba cansada y muerta <strong>de</strong> calor,<br />

con <strong>mi</strong> conjunto bárbaro, pero para setiembre.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Me sentía tan sola allí sentada, como una cantante en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong>l<br />

enorme escenario <strong>de</strong>l Gran Rex, sola con su <strong>mi</strong>crófono, y en un banco<br />

como ese. Mi imaginación borraba <strong>de</strong> un plumazo el hecho <strong>de</strong> que<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l banco no había un Gran Rex sino un cuarto <strong>mi</strong>núsculo<br />

y atestado <strong>de</strong> cosas.<br />

—El que pasó recién es Cossio, es un pesado; ese es Freddy, un<br />

amor, ¿tenés chicos? Yo tengo uno que va a cumplir un año, lástima<br />

que hoy me olvidé la foto —Silvia, en cuanto podía, me hacía olvidar<br />

<strong>de</strong>l Gran Rex.<br />

Por fin apareció Beatriz, y fui con ella a otra oficina don<strong>de</strong>, sobre el<br />

escritorio estaban <strong>mi</strong> carta y <strong>mi</strong>s avisos. Empezó a preguntarme cosas<br />

que ni me acuerdo, y que yo le contestaba al tanteo. Entre una pregunta<br />

y otra, entraba alguien también a preguntar, pero a ella, si Fulano<br />

o Mengano estaban por ahí, cosa más que imposible; apenas cabíamos<br />

ella y yo en esa oficina.<br />

Se levantó <strong>de</strong> pronto y me dijo “Seguime”. Salimos a la calle para<br />

ir a otra oficina, en otro edificio. Al pasar al lado <strong>de</strong> Silvia, ella me<br />

alentó con un mohín.<br />

Tuve que volver a esperar. Si bien esta vez había sillones don<strong>de</strong><br />

sentarse, la acumulación <strong>de</strong> esperas se hacía cansadora. Cuando me<br />

llamaron por fin, yo ya no tenía más ganas <strong>de</strong> contestar preguntas y<br />

si las contesté, fue porque eran fáciles: cuántos años, cuántos hijos,<br />

cuántos años <strong>de</strong> casada, alguna vez trabajó en publicidad, ahora va a<br />

hablar con el señor Stafford, el dueño <strong>de</strong> la agencia.<br />

Era un hombre joven y alto que me presentó primero a Freddy, ese<br />

que era un amor a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> redactor, <strong>de</strong>spués a un dibujante, que no<br />

entendí cómo se llamaba, a otro que no entendí qué hacía, pero se<br />

que se llamaba D’Alessandro y por último a Miguel, que venía a ser<br />

otro pobre que estaba como yo, porque también había mandado su<br />

carta a la casa <strong>de</strong> la calle Sucre.<br />

Stafford me <strong>mi</strong>ró y me dijo directamente cuándo podía empezar<br />

a trabajar. Me sobresalté. Entonces, el puesto era mío. ¿Pero yo quería<br />

realmente trabajar?<br />

Porque ya tenía un trabajo como secretaria <strong>de</strong> Omar… De todos<br />

modos, no era el momento para <strong>de</strong>cirle que no. Me preguntarían por<br />

33


34<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

qué había mandado la carta, si <strong>mi</strong>entras tanto yo había conseguido<br />

otro trabajo, entonces tendría que explicarles para qué había ido a la<br />

entrevista. Eran preguntas que no podía contestar, ni contestarme.<br />

Había que ganar tiempo:<br />

—La semana próxima – le dije, pensando que casualmente, también<br />

era el año próximo.<br />

—No. ¿<strong>Te</strong>nés dos horas <strong>de</strong> tiempo ahora? —Yo tenía.<br />

—Entonces, quedate ahora y empezamos ya.<br />

Abrí la boca para <strong>de</strong>cir algo, aunque no sabía bien qué, pero Stafford<br />

no me <strong>de</strong>jó <strong>de</strong>cir nada.<br />

—Los problemas ad<strong>mi</strong>nistrativos, <strong>de</strong> horarios y <strong>de</strong> lo que sea, los<br />

hablás mañana con Hugo. – me dijo.<br />

Trajeron café. Empezaron a <strong>de</strong>splegar enormes carpetas. Pedí un<br />

vaso <strong>de</strong> agua, alguien lo trajo. Lo tomé <strong>de</strong> un tirón.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

9.<br />

Stafford empezó a explicarnos a Miguel y a mí el asunto <strong>de</strong> las<br />

campañas. Yo trataba <strong>de</strong> concentrarme, pero me costaba mucho esfuerzo;<br />

el calor, la sorpresa, la espera, las entrevistas previas, no me<br />

<strong>de</strong>jaban.<br />

Parece que hacía bastante tiempo que cierto cliente no se había<br />

acordado <strong>de</strong> hacer un poco <strong>de</strong> publicidad sobre la ropa <strong>de</strong> trabajo, y<br />

en ese momento no sabía bien si quería hacerla junto con los guardapolvos<br />

(lo otro que también fabricaba) o si sólo guardapolvos o sólo<br />

ropa, aunque en estos dos casos, como al pasar, mencionar también<br />

el otro producto.<br />

Para ayudarlo a <strong>de</strong>cidir la agencia había <strong>de</strong>cidido presentarle cuatro<br />

campañas: una, todo ropa; otra, todo guardapolvos, y en el medio,<br />

como un abanico, las otras dos campañas, cada vez más guardapolvos<br />

y menos ropa.<br />

Bueno; hasta ahí había entendido: yo no era la única que no sabía<br />

qué quería.<br />

Stafford abrió la carpeta, revolvió entre los papeles y le alcanzó un<br />

aviso a Miguel. Era el <strong>de</strong> ropa <strong>de</strong> trabajo que había entregado, como<br />

yo, a la mujer con cara <strong>de</strong> nada. Le dijo que lo leyera para todos, y<br />

Miguel se disculpó diciendo que era apenas un esbozo <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a, o<br />

algo así. Leyó lo mejor que pudo, que no fue mucho. Después me<br />

35


36<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

tocó el turno a mí. Me sentía muy incómoda, leyendo <strong>mi</strong> aviso <strong>de</strong>lante<br />

<strong>de</strong> todos ellos.<br />

Cuando ter<strong>mi</strong>né, Stafford, con cara <strong>de</strong> ejecutivo satisfecho por su<br />

eficacia para <strong>de</strong>salentar novatos nos dijo que no servía ninguno <strong>de</strong><br />

los dos, porque como podíamos darnos cuenta solos, no se ajustaban<br />

a lo que hacía falta, según nos acababan <strong>de</strong> explicar. Algo <strong>de</strong> nuestra<br />

<strong>de</strong>sazón le habrá llegado, sin embargo, porque un poco menos sonriente<br />

agregó:<br />

–Bueno, no olvi<strong>de</strong>n que <strong>de</strong> todas maneras sus avisos les sirvieron<br />

para llegar hasta acá y conseguir trabajo.<br />

Después <strong>de</strong> su repentino interés por lo que nosotros sentíamos, nacido<br />

más que nada <strong>de</strong> su cursos <strong>de</strong> management (aunque faltó a algunas<br />

clases, por lo visto) siguió con su explicación:<br />

—<strong>Te</strong>níamos pensado enfocar la campaña por el lado <strong>de</strong> “La ropa<br />

<strong>de</strong> trabajo se parece a Ud.” que trabaja, digamos <strong>de</strong> soldador y la foto<br />

<strong>de</strong> un soldador trabajando.<br />

Aquí dije, sin que nadie me hubiera preguntado nada, que esa<br />

campaña me parecía horrible porque no me hubiera gustado nada<br />

que me compararan con una ropa <strong>de</strong> trabajo. Ahora que pasó el<br />

tiempo, me fui dando cuenta <strong>de</strong> <strong>mi</strong> inconsciencia, claro que <strong>de</strong> la<br />

que ya pasó; <strong>de</strong> la que vendrá, que seguro vendrá alguna, tampoco<br />

me daré cuenta.<br />

Decirle al dueño <strong>de</strong> la agencia que su campaña era horrible, nada<br />

menos que yo, que en <strong>mi</strong> vida había hecho publicidad, podría calificarse,<br />

aún con cierta caridad, <strong>de</strong> una absoluta y total inconsciencia.<br />

Lo cierto es que Stafford se tomó muy en serio <strong>mi</strong>s palabras, porque<br />

se puso a explicarme, a disculparse casi, <strong>de</strong> que esa campaña estaba<br />

apoyada en investigaciones <strong>de</strong> marketing, que <strong>de</strong>mostraban que el trabajador<br />

solía i<strong>de</strong>ntificarse con la ropa que usaba, que le daba un cierto<br />

y <strong>de</strong>ter<strong>mi</strong>nado status. Pero yo seguía firme: a mí no me gustaba.<br />

—No se preocupe, trabaje con las otras i<strong>de</strong>as, si ésta no le gusta.<br />

Me dijo por fin.<br />

Cada vez que me acuerdo, siento la ti<strong>mi</strong><strong>de</strong>z y vergüenza que tendría<br />

que haber sentido en aquel momento. Sin embargo, eso no fue<br />

todo. Hasta me animé a <strong>de</strong>cirle que no me podía quedar más tiempo


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

y la reunión se levantó por <strong>mi</strong> causa. Es que habían pasado más <strong>de</strong><br />

dos horas y yo no quería llegar tar<strong>de</strong> a <strong>mi</strong> análisis.<br />

Los taxis pasaban todos ocupados y ya no me alcanzaba el tiempo<br />

para tomar un colectivo. Un taxi paró al lado mío, y le dije al señor<br />

que estaba por subir si le molestaba que lo compartiéramos. Me<br />

<strong>mi</strong>ró extrañado (era un señor muy formal) y una vez en viaje, me dijo<br />

qué buena i<strong>de</strong>a la mía <strong>de</strong> compartir el taxi; a él, nunca se le hubiera<br />

ocurrido. Yo le dije que tampoco, <strong>de</strong> no haber empezado a trabajar<br />

en publicidad.<br />

Así fue que el pobre señor no sólo compartió el taxi con<strong>mi</strong>go, sino<br />

que no tuvo más remedio que escuchar todo lo que me había pasado<br />

esa tar<strong>de</strong>.<br />

Me parece que no me creyó <strong>de</strong>l todo. Sin embargo, cuando le pregunté<br />

qué haría él, <strong>de</strong> haber estado en <strong>mi</strong> lugar, me contestó amablemente<br />

que le parecía una buena oportunidad y que él hubiera aceptado.<br />

El taxista, que hasta ese momento parecía estar en lo suyo, se dio<br />

vuelta con gran <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong>l señor formal, porque no hacía lo<br />

que <strong>de</strong>bía, es <strong>de</strong>cir <strong>mi</strong>rar para a<strong>de</strong>lante como todo el mundo al manejar,<br />

y me dijo:<br />

—Yo que usted, no lo pensaba dos veces, qué quiere que le diga.<br />

Así fue que empezó la encuesta.<br />

37


38<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

10.<br />

Estaba totalmente exaltada. Sentía que la sangre me corría por las<br />

venas al doble <strong>de</strong> su velocidad habitual. Apenas me recosté en el diván,<br />

inicié un relato atolondrado y vertiginoso <strong>de</strong> todo lo que me había<br />

pasado esa tar<strong>de</strong>. Me sentía como un torrente, precipitándome<br />

cuesta abajo entre las montañas, <strong>de</strong> tal manera que podía llegar a arrasar<br />

con todo, hasta con <strong>mi</strong> analista y su sillón.<br />

A medida que iba transcurriendo el tiempo y yo podía comprobar<br />

que sin embargo él se mantenía en su sitio y que no nos precipitábamos<br />

juntos a ningún abismo, empecé a tranquilizarme un poco y a hablar<br />

más <strong>de</strong>spacio. Fue entonces que se acabó la sesión. Como siempre, se<br />

había acabado en lo mejor. O quizás lo mejor fue cuando me dijo:<br />

—Qué curioso, esto suce<strong>de</strong> cuando creías que todo estaba ter<strong>mi</strong>nado<br />

para vos.<br />

Cuando llegué a casa, le conté las noveda<strong>de</strong>s a los chicos. Marina,<br />

que por momentos no parece <strong>mi</strong> hija, sino una mamá inteligente<br />

y mundana, me <strong>mi</strong>ró con todo el aire <strong>de</strong> suficiencia <strong>de</strong> que se pue<strong>de</strong><br />

ser capaz a los catorce años:<br />

—Si no agarrás ese trabajo sos… bueno, ya sabés lo que sos.<br />

Mamá, la <strong>de</strong> verdad, estuvo <strong>de</strong> acuerdo con que las oportunida<strong>de</strong>s<br />

no se <strong>de</strong>jan pasar, porque aquello <strong>de</strong> que son calvas. Llamé por teléfono<br />

a media docena <strong>de</strong> a<strong>mi</strong>gas y todas coincidieron en que tenía<br />

que aceptar, o aceptar.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Esa noche casi no dormí. Seguía muy excitada, y aunque tenía unas<br />

ganas tremendas <strong>de</strong> trabajar en la agencia, me parecía que no <strong>de</strong>bía,<br />

porque tener dos trabajos era estar <strong>de</strong>masiado tiempo fuera <strong>de</strong> casa.<br />

Pero por otra parte, entre los dos trabajos completaba un poco más<br />

<strong>de</strong> seis horas, y a<strong>de</strong>más los horarios me per<strong>mi</strong>tían estar a tiempo para<br />

almorzar con los chicos…<br />

A la mañana temprano lo llamé a Fernando y le pedí que tomáramos<br />

juntos un café. Me arreglé bien, me perfumé, nos encontramos.<br />

No pu<strong>de</strong> sentirme triste al verlo, ni nostálgica, ni coquetear con él,<br />

porque la agencia me ocupaba toda.<br />

Le conté lo más serenamente que pu<strong>de</strong> lo que me pasaba, y <strong>mi</strong>s dudas<br />

para aceptar ese trabajo. El me dijo que no me preocupara por los<br />

chicos, y que si era necesario, el podría pasar más tiempo con ellos.<br />

Me quedé muy sorprendida. ¿Cómo era posible que Fernando hubiese<br />

cambiado tanto, en tan poco tiempo? Siempre me había dicho<br />

que no a casi todo que no fuera las “labores propias <strong>de</strong> su sexo” (como<br />

se ponía en otro tiempo en los formularios, para no <strong>de</strong>cir lisa y llanamente<br />

que la que los llenaba era ama <strong>de</strong> casa).<br />

Me acordé <strong>de</strong> aquella conversación que habíamos tenido el día en<br />

que yo, con muchos ro<strong>de</strong>os, le había hablado <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s planes <strong>de</strong> estudiar<br />

<strong>de</strong> nuevo, ya que los chicos estaban un poco más gran<strong>de</strong>s y no<br />

me necesitaban tanto y <strong>de</strong> la frase final:<br />

-Si querés estudiar, hacelo, pero acordate que a mí me molesta.<br />

Y vaya si le había molestado, por más que yo trataba <strong>de</strong> no estudiar<br />

cuando él estaba en casa, y <strong>de</strong> no hablarle <strong>de</strong> la Facultad.<br />

Pensé también que yo nunca había trabajado, a pesar <strong>de</strong> que siempre<br />

había tenido ganas <strong>de</strong> hacerlo. Primero había sido papá el que se<br />

había opuesto, “para qué vas a estudiar si yo te puedo dar todo lo que<br />

necesitás. Dedicate a estudiar”, me había dicho. Y <strong>de</strong>spués fue Fernando<br />

el que no me <strong>de</strong>jaba: me quería toda para él.<br />

No creo que papá se imaginara que yo quería probar <strong>mi</strong>s alas lejos<br />

<strong>de</strong> su protección, sobre todo porque nunca se lo había dicho. Es que,<br />

como le oí <strong>de</strong>cir siendo chica a mamá una noche en que ella creía que<br />

yo dormía: “Pobre Inés, es tan buena… Nunca pi<strong>de</strong> nada. Y yo había<br />

llorado, sobre todo por lo <strong>de</strong> pobre.<br />

39


40<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Por eso un día Fernando me regaló un jueguito <strong>de</strong> té <strong>de</strong> porcelana,<br />

porque siempre había querido tener uno. Cuando mamá lo vio, se enteró<br />

<strong>de</strong> <strong>mi</strong> viejo <strong>de</strong>seo y me dijo: “Con habérmelo pedido…”<br />

Y yo se lo había pedido, pero con tan poca fuerza, que no le dije<br />

que lo quería <strong>de</strong> porcelana, y ella me había comprado uno <strong>de</strong> lata pintada.<br />

Tuvieron que pasar mucho años, tantos como para que yo llegara<br />

a ser madre también, para que me diera cuenta <strong>de</strong> todo lo que hubiera<br />

tenido, si tan sólo me hubiera animado a pedirlas. Tuve ganas<br />

<strong>de</strong> ponerme a llorar, no por el té, sino también por el café, la mermelada<br />

y las galletitas que también me había perdido.<br />

Pero… ¿Qué le pasaba a Fernando? Yo no lo podía creer. Me sentí<br />

agra<strong>de</strong>cida y le di un beso y un abrazo que él recibió un poco incómodo<br />

y sorprendido y hasta le dije que era un amor. En ese momento<br />

me di cuenta que no me estaba portando como una mujer, ni siquiera<br />

como una ex–mujer. Ese beso, ese agra<strong>de</strong>ci<strong>mi</strong>ento, se parecían<br />

mucho más a papá ¿me das per<strong>mi</strong>so para trabajar? Sí. Gracias, papá,<br />

sos muy bueno.<br />

Cuántas cosas estaba <strong>de</strong>scubriendo que pasaban entre Fernando y<br />

yo al no seguir estando juntos. Me reconocí a mí <strong>mi</strong>sma en aquella<br />

actitud, una y otra vez, sobre todo aquellas veces que “papá” no me<br />

había dado per<strong>mi</strong>so y yo, obediente y sin insistir casi, había renunciado<br />

a <strong>mi</strong>s <strong>de</strong>seos.<br />

Fernando siguió hablando. Alcancé a escucharle <strong>de</strong>cir que lo que<br />

sí podía era <strong>de</strong>jar el trabajo con Omar, porque total, en cualquier momento<br />

podría conseguir algo así.<br />

Entonces no había cambiado. Me negaba lo que más quería, aún<br />

antes <strong>de</strong> empezar. ¿Cómo había podido ocurrírsele que yo <strong>de</strong>jara <strong>de</strong><br />

ser secretaria <strong>de</strong> Omar, si tanto me gustaba? ¿Cómo se me ocurrió seguir<br />

pidiéndole per<strong>mi</strong>so?<br />

Fernando <strong>mi</strong>ró el reloj con impaciencia y yo me di cuenta que el<br />

encuentro se ter<strong>mi</strong>naba. Le agra<strong>de</strong>cí sus consejos, que me habían servido<br />

para tomar una <strong>de</strong>cisión, aunque no la que él esperaba: me quedaría<br />

con los dos trabajos.<br />

Esta vez, “la pobre Inés” tendría dos juegos <strong>de</strong> té, en lugar <strong>de</strong><br />

uno.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

11.<br />

Cuando llegué a la agencia Silvia, la telefonista, me recibió con<br />

una sonrisa y muchos pestañeos y me preguntó si me habían tomado.<br />

Cuando le dije que sí se puso tan contenta que me hizo sentir bien y<br />

contenta a mí también.<br />

Le pedí que me acompañara hasta don<strong>de</strong> estaba Freddy, como me<br />

había dicho Beatriz que hiciera. Pasamos por una sala ocupada por<br />

dos tableros <strong>de</strong> dibujo, don<strong>de</strong> trabajaban dos dibujantes en los avisos<br />

<strong>de</strong> ropa <strong>de</strong> trabajo. Había papeles por el suelo y muchos otros pegados<br />

en las pare<strong>de</strong>s.<br />

Freddy estaba muy atareado y apenas si me saludó. Con un cronómetro<br />

en la mano, leía un aviso en voz alta. Parece que le sobraban<br />

palabras, porque tachaba algunas, volvía a controlar el tiempo y así<br />

varias veces. Cuando ter<strong>mi</strong>nó, me <strong>mi</strong>ró y me saludó <strong>de</strong> nuevo. Ni se<br />

acordaba <strong>de</strong> que ya me había saludado antes.<br />

Me dijo que pensara en alguna película para televisión para la campaña<br />

<strong>de</strong> “todo ropa <strong>de</strong> trabajo” <strong>de</strong> acuerdo con lo que habíamos hablado<br />

el día anterior. Que separara la página por la <strong>mi</strong>tad, que pusiera<br />

en la columna <strong>de</strong> la izquierda las imágenes, y en la <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha<br />

la locución, y me mostró algunas para que me hiciese una i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong> cómo hacerlas.<br />

Traté <strong>de</strong> escribir algo, pero no se me ocurría absolutamente nada.<br />

41


42<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Me sentía muy incómoda; no quería molestar al pobre Freddy, que<br />

parecía tan atareado.<br />

Cuando llegó Miguel, apenas si lo <strong>mi</strong>ró y le dijo que yo le iba a explicar<br />

lo que tenía que hacer. Miguel creyó que tenía más experiencia<br />

que él y aunque le dije que no era así, venía a cada rato a consultarme.<br />

Yo le contestaba lo que me parecía, con tal <strong>de</strong> no molestar a Freddy.<br />

<strong>Te</strong>r<strong>mi</strong>né las dos películas y cuando se las mostré a Freddy me dijo<br />

que no servían porque eran <strong>de</strong>masiado caras, pero que las impri<strong>mi</strong>era<br />

igual, para que “arriba” vieran que yo había trabajado.<br />

Me hubiera gustado saber por qué eran tan caras, o cómo se podía<br />

hacer para que salieran más baratas, pero Freddy había vuelto a olvidarse<br />

<strong>de</strong> mí y seguía con lo suyo. Emergió <strong>de</strong> pronto y nos dijo que<br />

lo disculpáramos por no llevarnos el apunte, porque tenía que entregar<br />

sin falta. Después <strong>de</strong> eso, salió con un montón <strong>de</strong> papeles.<br />

Miguel y yo nos <strong>mi</strong>ramos; si Freddy se iba, no tendríamos nada<br />

para hacer, como no fuera ponernos a charlar. Nos sentíamos hermanados<br />

por la situación compartida: habíamos mandado una carta;<br />

nos habían elegido entre doscientos postulantes y allí estábamos.<br />

Pero en cuanto hablamos un rato, advertí que era casi lo único que<br />

teníamos en común.<br />

Le conté que tenía cuatro hijos, que nunca había trabajado y cuando<br />

le dije que era casi psicóloga, sentí en él un cambio <strong>de</strong> actitud.<br />

Reconocí bien esa sensación; la que tantas veces había sentido yo<br />

<strong>mi</strong>sma al encontrarme con <strong>mi</strong> vecino el psicoanalista, en aquella época<br />

en que en que ni soñaba con estudiar psicología ni en analizarme.<br />

Mientras compartíamos el ascensor, yo no sabía <strong>de</strong> qué hablar, cuando<br />

precisamente quedarme callada nunca fue <strong>mi</strong> fuerte. Me parecía<br />

que cualquier cosa que le dijera le serviría para adivinar <strong>mi</strong>s pensa<strong>mi</strong>entos,<br />

incluso los que yo todavía no había pensado.<br />

Después <strong>de</strong>l primer momento <strong>de</strong> recelo <strong>de</strong> Miguel a causa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s<br />

supuestos “po<strong>de</strong>res”, entonces vino lo otro: las ganas <strong>de</strong> contarme qué<br />

le pasaba. Me contó que en su carta había escrito que sus aptitu<strong>de</strong>s<br />

eran tan magras como su CV, por lo cual ni por asomo era la persona<br />

que la agencia necesitaba. Ellos lo habían tomado como una broma<br />

ingeniosa, cuando en realidad Miguel hablaba muy en serio.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Como la carta, todo en él anunciaba algo <strong>de</strong> poca fe en sí <strong>mi</strong>smo.<br />

No sé si era su actitud, su postura, la barba espesa que le ocultaba la<br />

cara, o todo a la vez. <strong>Te</strong>nía veintiséis años y había trabajado los últimos<br />

seis en un puesto público, don<strong>de</strong> le pagaban poco y estaba a<br />

disgusto, sin haberse atrevido a <strong>de</strong>jarlo, apenas si había pedido licencia,<br />

por las dudas. Había empezado a estudiar filosofía, pero avanzaba<br />

muy poco a pesar <strong>de</strong> que le sobraba el tiempo, que empleaba en<br />

dor<strong>mi</strong>r concienzudamente.<br />

Miguel me trans<strong>mi</strong>tía la sensación <strong>de</strong> no haber nacido todavía. De<br />

necesitar <strong>de</strong> algo que lo pusiera en marcha. Le faltaba que alguien le<br />

diera una mano, un per<strong>mi</strong>so, un algo para avanzar.<br />

Después me preguntó si yo me analizaba y siguió haciéndome preguntas:<br />

qué clase <strong>de</strong> análisis era el mío, qué diferencia había entre un<br />

psiquiatra y un psicoanalista… Enseguida supe dón<strong>de</strong> quería llegar y<br />

cuánto le costaba. ¡Qué ganas <strong>de</strong> analizarse tenía! Pero también cuántas<br />

dificulta<strong>de</strong>s; tantas como los ro<strong>de</strong>os que estaba dando.<br />

Finalmente lo dijo: se daba cuenta <strong>de</strong> que tenía problemas; un a<strong>mi</strong>go<br />

suyo que se analizaba había progresado mucho, y él… bueno, si<br />

yo creía que le convendría analizarse.<br />

Yo le dije que parecía ser que sí, ya que él <strong>mi</strong>smo veía sus dificulta<strong>de</strong>s,<br />

pero no agregué más nada. En otro tiempo, yo hubiese hecho la<br />

apología <strong>de</strong>l psicoanálisis. Vean, señores, la octava maravilla <strong>de</strong>l mundo,<br />

vean qué bien que estoy yo ahora, ¿por qué no estarlo también<br />

uste<strong>de</strong>s? Pero aquella era otra época, cuando recién empezaba a analizarme<br />

y creía haber <strong>de</strong>scubierto América antes que el propio Colón.<br />

Nos quedamos un rato callados, abandonados <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> Dios,<br />

<strong>de</strong> Freddy, <strong>de</strong> los lares <strong>de</strong>l lugar. Yo pensaba en que <strong>mi</strong> primer día <strong>de</strong><br />

publicitaria había transcurrido hablando <strong>de</strong>l análisis y Miguel vaya a<br />

saber en qué, cuando llegó la hora <strong>de</strong> salida. Freddy no había vuelto,<br />

y nosotros nos fuimos, un poco cabizbajos.<br />

¿Así que era esto trabajar en publicidad?<br />

43


44<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

12.<br />

La mañana en la agencia me había <strong>de</strong>jado triste; <strong>mi</strong> nuevo trabajo<br />

no era como yo esperaba. A la tar<strong>de</strong> tenía que dar <strong>mi</strong> último examen<br />

<strong>de</strong>l año. Casi no había estudiado, no me podía concentrar, pero<br />

no era difícil y quería tirarme un lance. Porque como siempre se dice<br />

en esos casos para darse ánimo, no se pier<strong>de</strong> nada. Hasta que se pier<strong>de</strong><br />

la materia.<br />

Por un momento tuve ganas <strong>de</strong> mandar todo al diablo y aumentar<br />

con un motivo más <strong>mi</strong> tristeza, cuando me enterara <strong>de</strong> que todo<br />

el mundo daba el examen menos yo, pero Irene, que siempre aparecía<br />

en el momento oportuno, me pasó a buscar y me dijo que yo tenía<br />

que ir, porque lo iba a dar bien y que esto y que aquello.<br />

Lo cierto es que aprobé. Un poco por lo que <strong>mi</strong>s compañeros me<br />

habían contado antes <strong>de</strong>l examen, otro poco por lo que había aprendido<br />

escuchando los exámenes <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más y el tercer poco lo saqué<br />

<strong>de</strong> todo lo que había aprendido en la facultad durante cuatro años.<br />

Sin embargo fue como si le hubiese pasado a otra persona, lo <strong>de</strong><br />

aprobar, y no a mí. Des<strong>de</strong> que Fernando se había ido, todo lo <strong>de</strong>más<br />

parecía sin importancia. De todos modos, creo que Irene tenía razón,<br />

la tristeza pasa y el examen queda.<br />

Cuando llegué a casa estaba sonando el teléfono que por supuesto<br />

los chicos no se molestaban en aten<strong>de</strong>r. Dejé la cartera y los libros y


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

corrí a aten<strong>de</strong>r por pura curiosidad, o por si era Fernando, o porque<br />

siempre me pone nerviosa un teléfono que nadie contesta.<br />

Resultó ser Guido que me preguntaba por el examen. Me sorprendió<br />

que se acordase. Se lo agra<strong>de</strong>cí, y le pregunté cómo sabía <strong>mi</strong> número<br />

<strong>de</strong> teléfono. El me dijo que estaba en la guía, y me di cuenta <strong>de</strong><br />

lo tonto <strong>de</strong> <strong>mi</strong> pregunta. Es que me sentía incómoda acordándome<br />

<strong>de</strong> <strong>mi</strong> llanto <strong>de</strong>l día <strong>de</strong> la conferencia.<br />

—¿Estás bien? – él también se acordaba.<br />

Le dije que sí. Hubo una pausa, como si Guido esperara que le dijese<br />

algo más, pero a mí no se me ocurrió qué.<br />

Finalmente habló él. Se alegraba por las dos cosas, por <strong>mi</strong> examen<br />

y porque me sentía bien. Antes <strong>de</strong> cortar me dijo que volvería a llamar.<br />

Me quedé pensando por qué me habría llamado y por qué me<br />

había dicho que iba a volver a llamar.<br />

Hacía tiempo que lo conocía. La última vez que lo había visto antes<br />

<strong>de</strong> la conferencia había sido en una reunión <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lia. Una <strong>de</strong><br />

esas reuniones don<strong>de</strong> todo el mundo se aburre y una se pregunta para<br />

qué va, por qué los <strong>de</strong>más las hacen y finalmente, por qué en esos casos<br />

no ser valiente y quedarse en su casa.<br />

Yo tenía algunas causas adicionales para sentirme mal; había engordado<br />

un poco más y como la pollera no me cerraba había tenido<br />

que <strong>de</strong>jar el cierre a medio subir y taparlo con la blusa.<br />

En esa época Fernando ya se iba alejando <strong>de</strong> mí, lo cual me hacía<br />

mucho mal. Cualquier cosa que hacíamos juntos era sólo una<br />

apariencia y para mí era muy extraño que estuviera en casa sin estar<br />

o que manejara a <strong>mi</strong> lado en el auto y nos separara semejante<br />

distancia.<br />

En cuanto llegamos él se fue a un rincón a charlar con el resto <strong>de</strong><br />

los hombres, acerca <strong>de</strong> una ley nueva que a nadie el convenía. De tanto<br />

en tanto yo lo <strong>mi</strong>raba y veía que por mucho, era el más buen mozo<br />

<strong>de</strong> todos. Y a<strong>de</strong>más, el único que no tenía panza.<br />

No me había quedado otro remedio que unirme a las mujeres, que<br />

estaban hablando <strong>de</strong>l colegio <strong>de</strong> los chicos. Era un tema que me disgustaba.<br />

Siempre había pensado que el colegio es un mal necesario<br />

<strong>de</strong>l que, a pesar <strong>de</strong> todo, los chicos salían airosos. Por otro lado, tam-<br />

45


46<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

poco creía que se pudiesen cambiar las instituciones y menos las pedagógicas,<br />

como ellas proponían.<br />

—Mamá, tengo sed. Busqué un vaso y <strong>mi</strong>ré alre<strong>de</strong>dor, tratando <strong>de</strong><br />

encontrar algo con qué llenarlo.<br />

—¿Qué querés que te sirva? – Guido había abandonado el rincón<br />

masculino, para ser gentil con<strong>mi</strong>go.<br />

—Naranja, por favor – le dije. El se sonrió y yo le aclaré que era<br />

para Andrea, que como tenía siete años, era aficionada a las bebidas<br />

sin alcohol.<br />

—Entonces, como el vaso es gran<strong>de</strong>, lo vamos a llenar hasta la<br />

<strong>mi</strong>tad.<br />

—Tomá Andrea – le dije alcanzándole el vaso que Guido había servido.<br />

—Ya tomé, mamá. La tía me dio.<br />

—Me reí, <strong>mi</strong>rándolo a Guido.<br />

—Los chicos tienen esas cosas – le dije, como disculpándome por la<br />

parte que me correspondía en el asunto, que era haberla dado a luz.<br />

—Nos quedamos un momento callados, hasta que él me preguntó:<br />

—¿Qué hacés?<br />

—Me aburro.<br />

—Yo también.<br />

—Vos no serás uno <strong>de</strong> los que organizaron la fiesta, ¿verdad? Le pregunté,<br />

repentinamente alarmada.<br />

—Yo no hago esas cosas – me dijo muy serio.<br />

Nos reímos; empecé a sentirme bien y la reunión <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> parecerme<br />

aburrida. Guido y yo nos habíamos encontrado muchas veces en<br />

reuniones parecidas y nunca habíamos hablado más que trivialida<strong>de</strong>s<br />

y aún así, pocas <strong>de</strong> ellas.<br />

Esa vez en cambio, charlamos mucho. Cuando llegó el momento <strong>de</strong><br />

irnos sentí lástima. Habría tenido ganas <strong>de</strong> quedarme un poco más.<br />

Es que hacía mucho tiempo que nadie se ocupaba <strong>de</strong> mí, con<br />

sus pequeñas galanterías, esos pequeños gestos que a mí me gustaban<br />

tanto. Después, la pena se llevó el momento y no me acordé<br />

más <strong>de</strong> él.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

13.<br />

Fui a comer a lo <strong>de</strong> Norma. Me había parecido una buena i<strong>de</strong>a<br />

porque los jueves Fernando se llevaba a los chicos para almorzar y yo<br />

me sentía perdida. No me gustaba comer sola en la casa silenciosa;<br />

los extrañaba mucho.<br />

Fue una buena i<strong>de</strong>a… hasta que fui. Cuando vi a Norma, a Rodolfo<br />

y a los hijos sentados a la mesa, se me hizo un nudo en la garganta.<br />

Quise irme en ese <strong>mi</strong>smo momento pero no lo hice, a pesar <strong>de</strong> lo<br />

que me dolía ver una fa<strong>mi</strong>lia reunida.<br />

Rodolfo protestó todo el tiempo, la co<strong>mi</strong>da no estaba <strong>de</strong>masiado<br />

buena, los chicos se peleaban, apenas si con tanto lío habíamos podido<br />

cambiar algunas palabras. No se parecía en nada a un paraíso,<br />

ni mucho menos. Sin embargo, yo tuve ganas <strong>de</strong> cambiar toda <strong>mi</strong> libertad,<br />

<strong>mi</strong>s dos empleos, <strong>mi</strong> carrera y todo lo que tenía, por volver a<br />

ver entera a <strong>mi</strong> fa<strong>mi</strong>lia.<br />

En esa mesa era yo la que <strong>de</strong>sentonaba, por impar. Me pregunté<br />

qué estaba haciendo ahí y no supe qué contestar.<br />

47


48<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

14.<br />

Cuando llegué a la agencia Freddy no estaba. Miguel no había llegado,<br />

la oficina estaba vacía. Cada vez me sentía más triste. <strong>Te</strong>nía ganas<br />

<strong>de</strong> irme; otra vez tuve que preguntarme qué hacía en un lugar don<strong>de</strong><br />

estaba <strong>de</strong> más, don<strong>de</strong> en realidad nadie sabía si yo estaba o no. ¿Y si<br />

me iba? A casa, con los chicos, los extrañaba mucho, a tirarme en la<br />

cama y <strong>de</strong>scansar; hacía tanto calor… Si por lo menos hubiese tenido<br />

un libro para leer.<br />

Habían traído dos máquinas <strong>de</strong> escribir más en la oficina <strong>de</strong> Freddy.<br />

Algunas tenían colocada el papel, como listas para ser usadas. Me senté<br />

frente a una <strong>de</strong> ellas y <strong>de</strong> puro aburrida empecé a escribir. Primero<br />

<strong>mi</strong> nombre, <strong>de</strong>spués una serie <strong>de</strong> puntos y rayas, <strong>de</strong>spués la fecha,<br />

otra vez <strong>mi</strong> nombre.<br />

Después empecé a escribir que, al llegar a la agencia Freddy no estaba…<br />

y cosas <strong>de</strong> ese mundo tan <strong>de</strong>sconocido <strong>de</strong> la publicidad y también<br />

<strong>de</strong>l otro no menos especial, el <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, el <strong>de</strong>l psicoanalista.<br />

¿Y si escribiera un libro?<br />

Todo lo que estaba conociendo me llenaba <strong>de</strong> asombro, ¿por qué<br />

no contarlo? Un libro… que bien sonaba. Mi libro… sonaba mejor<br />

todavía.<br />

Podría ser la historia <strong>de</strong> <strong>mi</strong> fugaz paso por la publicidad, porque<br />

seguramente sería fugaz; cuando a fines <strong>de</strong> marzo empezaran las cla-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

ses en la Facultad me daría cuenta <strong>de</strong> que <strong>mi</strong> verda<strong>de</strong>ro ca<strong>mi</strong>no no<br />

era la publicidad, sino al que me quería <strong>de</strong>dicar cuando ter<strong>mi</strong>nara <strong>de</strong><br />

estudiar, que todo no había sido más que un juego que ter<strong>mi</strong>naría<br />

con el verano.<br />

Bueno: ya tenía el final. ¿Y si lo llamara Réplica, como la agencia?<br />

Pero claro, a lo mejor había que pedir alguna clase <strong>de</strong> per<strong>mi</strong>so y por<br />

ahí no me lo daban. De todos modos, yo no podía escribir lo que se<br />

me ocurriese. <strong>Te</strong>ndría que censurarme, para no molestar a nadie, que<br />

guardarme, para que la gente no supiera cosas <strong>de</strong> mí, al menos no <strong>de</strong>masiadas.<br />

Empecé a cambiar un poco los <strong>de</strong>talles, pero no lo esencial.<br />

Pero me sentía frenada. Constantemente tenía que luchar para<br />

no escribir cosas que tuviesen que ver con Fernando. No; lo mío, lo<br />

<strong>de</strong> <strong>mi</strong> separación, nada que ver.<br />

A pesar <strong>de</strong> tantas li<strong>mi</strong>taciones, escribí sin tregua y cuando llegó Miguel,<br />

tar<strong>de</strong>, como siempre, apenas si lo saludé; era un ataque el mío.<br />

Mientras escribía, también pensaba si alguien lo leería alguna vez,<br />

si lo llegaran a publicar. Si harían <strong>de</strong>spués una película y con quien.<br />

A ver, qué actor buen mozo y serio se parece a Fernando…<br />

Freddy no apareció en toda la mañana. Cuando llegó era casi la una<br />

y no tuve ganas <strong>de</strong> irme para seguir escribiendo. Recién al incorporarme<br />

sentí que la espalda me dolía terriblemente y también la nuca;<br />

a<strong>de</strong>más no había co<strong>mi</strong>do nada en toda la mañana.<br />

<strong>Te</strong>nía hambre y calor, pero sin embargo estaba contenta. Siempre<br />

había tenido ganas <strong>de</strong> escribir, pero nunca había sabido qué. <strong>Te</strong>nía<br />

ganas, tenía qué <strong>de</strong>cir, un trabajo que me daba tiempo, una máquina<br />

<strong>de</strong> escribir a <strong>mi</strong> disposición y ninguna otra cosa para hacer.<br />

Realmente, no me podía negar.<br />

49


50<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

15.<br />

Por la locura <strong>de</strong> la campaña todos estaban <strong>de</strong>masiado atareados para<br />

ocuparse <strong>de</strong> Miguel y <strong>de</strong> mí. No me gustaba estar sin hacer nada, a<br />

pesar <strong>de</strong> <strong>mi</strong> ataque <strong>de</strong> escribir. Es que no había ido a la agencia a escribir<br />

<strong>mi</strong>s cosas sino a trabajar y eso era lo que yo quería hacer: trabajar.<br />

Me fastidiaba mucho pensar que los chicos estuvieran sin mí para<br />

que yo no hiciera nada.<br />

Miguel tenía ganas <strong>de</strong> charlar con<strong>mi</strong>go pero yo estaba <strong>de</strong> mal humor<br />

y apenas si le contestaba, así que se cansó y se <strong>de</strong>dicó a <strong>mi</strong>rar<br />

por la ventana.<br />

Freddy llegó a media mañana. <strong>Te</strong>nía un traje azul que le quedaba<br />

muy bien, pero que le duró bien poco. Se sacó el saco, <strong>de</strong>spués la corbata,<br />

se <strong>de</strong>sabrochó los dos primeros botones <strong>de</strong> la ca<strong>mi</strong>sa y se subió<br />

las mangas, sin <strong>mi</strong>rarnos ni una sola vez. Después giró su silla, puso<br />

los pies sobre la ventana, y se quedó <strong>mi</strong>rando los autos, o el obelisco,<br />

o los avisos <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la avenida, o a lo mejor, nada.<br />

Miguel y yo lo <strong>mi</strong>ramos para ver si nos hablaba, pero como seguía<br />

inmóvil nos sentamos, yo en <strong>mi</strong> silla y él sobre el escritorio y nos quedamos<br />

callados.<br />

Con la llegada <strong>de</strong> Stafford, Miguel se paró bruscamente: no quería<br />

que lo viese sentado sobre el escritorio. Stafford, siempre con esas<br />

ca<strong>mi</strong>sas horribles <strong>de</strong> rayas gruesas en lucha tremenda con sus corba-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

tas <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s dibujos, apenas si nos saludó. Se lo veía muy entusiasmado<br />

<strong>mi</strong>entras avanzaba hacia Freddy, que se levantó y a recibir <strong>de</strong><br />

Stafford unas edificantes palmadas en la espalda.<br />

Freddy hizo un gesto como para dar a enten<strong>de</strong>r que no tenía importancia,<br />

valiente, no se hubiera molestado, <strong>mi</strong> vida por la agencia, esto<br />

no fue nada, cualquiera en <strong>mi</strong> lugar hubiera hecho lo <strong>mi</strong>smo… Parece<br />

mentira todo lo que pue<strong>de</strong> llegar a querer <strong>de</strong>cir un solo gesto.<br />

Por fin Stafford se fue, siempre con su aire <strong>de</strong> triunfador <strong>de</strong> universidad<br />

privada para empresarios y recién Freddy se acordó <strong>de</strong> nosotros.<br />

Nos explicó el por qué <strong>de</strong> tanta euforia: habían logrado con<br />

su astucia convencer al cliente <strong>de</strong> elegir la campaña más conveniente<br />

para la agencia, porque les costaba menos y ganaban igual y encima,<br />

el cliente se había quedado con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que el que la había elegido<br />

era él.<br />

Lo <strong>mi</strong>ré sorprendida y le pregunté si la agencia no trataba <strong>de</strong> hacer<br />

las cosas bien en lugar <strong>de</strong> hacerlas más baratas para ganar más.<br />

—La publicidad no es beneficencia – me contestó, sin parar <strong>de</strong> reírse;<br />

sólo una nueva, no, sólo vos, podés <strong>de</strong>cir una cosa así.<br />

Después se sentó <strong>de</strong> nuevo, esa vez con los pies sobre el escritorio,<br />

fumando y echando el humo hacia arriba, como los periodistas en la<br />

redacción <strong>de</strong>l diario en las películas policiales. Al rato me dijo:<br />

—Ya vas a apren<strong>de</strong>r. No es difícil el oficio, pero tiene sus vueltas,<br />

como todo. Lo primero que tenés que saber, es que el valor <strong>de</strong> lo que<br />

hagas no está en que te lo aprueben o no. Hay tantas cosas en juego…<br />

El costo, la competencia, el humor bueno o malo <strong>de</strong>l tipo que<br />

lo lee, las exigencias muchas veces absurdas <strong>de</strong>l cliente porque es el<br />

que paga. Por eso, hay que guardase para uno. Esto es un laburo y<br />

chau. Si te querés realizar buscate otra cosa, porque con esto podés<br />

ganar plata, pero te hacés mucha mala sangre.<br />

Freddy no ter<strong>mi</strong>nó la frase. Qué lástima verlo tan amargado. Con<br />

el tiempo le di la razón, la publicidad era muy ávida, y las i<strong>de</strong>as se gastaban<br />

<strong>de</strong>masiado rápido, a nadie le importaba la genialidad, los laureles<br />

se los llevaba la agencia.<br />

Freddy siguió, como si hablara para sí <strong>mi</strong>smo:<br />

51


52<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—Se te tienen que ocurrir cosas todos los días, buenas o malas, todos<br />

los días, me entendés?<br />

—De pronto, pareció acordarse <strong>de</strong> que nosotros recién empezábamos<br />

y cambió el tono:<br />

—Bueno chicos, tranquilícense. No me hagan caso. Ahora que ter<strong>mi</strong>nó<br />

el incendio…<br />

—¿Qué? —preguntamos a la vez.<br />

—… la campaña, voy a po<strong>de</strong>r ocuparme <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s. Pero mañana,<br />

¿eh? Ahora estoy muerto —y vuelta a <strong>mi</strong>rar por la ventana.<br />

Decidimos irnos antes <strong>de</strong> hora y Freddy se encogió <strong>de</strong> hombros<br />

cuando se lo preguntamos; cualquier cosa él se haría cargo, pero no<br />

creía que pudiera pasar nada. La bronca se me pasó cuando llegué a<br />

casa, pero el cansancio no.<br />

Al día siguiente Freddy no apareció; se había tomado un feriado<br />

post-campaña y <strong>de</strong> penúltimo día <strong>de</strong>l año. Envalentonados con el<br />

éxito <strong>de</strong> nuestra huída anterior, le fuimos a preguntar a Beatriz si podíamos<br />

irnos antes, pero con ella no resultó. Otra vez el senti<strong>mi</strong>ento<br />

<strong>de</strong> estar <strong>de</strong> más.<br />

Empezaron a caer papeles <strong>de</strong> las ventanas <strong>de</strong> las oficinas. Pocos al<br />

principio, se multiplicaban a medida que avanzaba la mañana. Me<br />

emocionaba verlos caer, revoloteando en manadas, mezclándose con<br />

los rollos <strong>de</strong> las máquinas <strong>de</strong> calcular que hacían bucles sobre las veredas,<br />

crujiendo como hojas secas al enredarse en los pies <strong>de</strong> la gente<br />

que pasaba.<br />

No sentía que formara parte; estaba como <strong>de</strong> prestado y no sabía<br />

siquiera por cuánto tiempo.<br />

En los bares <strong>de</strong> la vereda la gente se reunía para brindar por el nuevo<br />

año, o por el viejo, quizás. Silvia nos había invitado a ir nosotros<br />

también a brindar con ella y los <strong>de</strong>más ad<strong>mi</strong>nistrativos cuando llegara<br />

el mediodía. Pero no quise ir. Si brindaban por el año que ter<strong>mi</strong>naba,<br />

había sido terrible para mí; si lo hacían por el que estaba por<br />

llegar, tenía <strong>mi</strong>s dudas. Era una enorme página en blanco y no sabía<br />

con qué se iría a llenar.<br />

Extraño fin <strong>de</strong> año el mío, viendo caer los papelitos que brillaban<br />

al sol, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una agencia <strong>de</strong> publicidad.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

El viento atrajo hacia nuestra ventana una cinta <strong>de</strong> papel. Miguel<br />

y yo nos inclinamos para agarrarla, y nos encontramos que alguien<br />

trataba <strong>de</strong> hacer lo <strong>mi</strong>smo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana contigua.<br />

—Hola —le dije, y el me contestó:<br />

—Yo, Julián, ¿y vos?<br />

—Yo, Inés.<br />

—Yo dibujante ¿y vos?<br />

—Yo redactora, buen, bah, junior. —me sonó raro hasta para mí <strong>mi</strong>sma,<br />

pero era así como me habían presentado <strong>de</strong> la ventana para a<strong>de</strong>ntro<br />

cada vez que había llegado la ocasión, ¿De dón<strong>de</strong> sacaban que yo<br />

era redactora? Estaba por verse.<br />

Julián se sonrió, simpático. Ayudado por el viento, me alcanzó la<br />

cinta que había logrado por fin atrapar y se fue para a<strong>de</strong>ntro.<br />

Los papelitos caían y caían; por fin el año estaba por ter<strong>mi</strong>nar.<br />

53


54<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

16.<br />

Si bien en algún momento habíamos pensado en esperar a que pasaran<br />

las fiestas para que Fernando se fuera <strong>de</strong> casa, nos pareció cruel<br />

posponer por un largo mes algo que <strong>de</strong> todos modos tenía que suce<strong>de</strong>r,<br />

que ya estaba sucediendo aunque él no se fuera. Después <strong>de</strong> todo<br />

quizás no hubiera maneras mejores <strong>de</strong> separarse, todas son tristes.<br />

Cuando llegó la Navidad, supusimos que tal vez para los chicos<br />

era mejor por ese año no cambiar lo que siempre hacíamos. Reunirnos<br />

con la fa<strong>mi</strong>lia en la casa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s suegros, primero la cena, con co<strong>mi</strong>da<br />

<strong>de</strong> todas clases y en cantidad tres veces mayor <strong>de</strong> la necesaria.<br />

Al llegar las doce, los chicos y los no tan chicos, se iban con alguna<br />

tía a dar una vuelta. Nosotros, entretanto, corríamos a <strong>de</strong>jar los regalos<br />

bajo el gran pino lleno <strong>de</strong> luces que se encendían cuando llegaba<br />

Papá Noel, con su traje rojo, acomodándose la barba <strong>de</strong> algodón,<br />

y agitando la campanilla. Pronto el suelo se llenaba <strong>de</strong> papeles <strong>de</strong> colores<br />

que los chicos les habían arrancado a los paquetes, ansiosos por<br />

ver “qué les había traído Papá Noel”.<br />

Fue muy duro estar juntos esa noche. Sentarnos en los <strong>mi</strong>smos lugares<br />

<strong>de</strong> siempre. Lo habíamos hecho por los chicos, si bien no sabíamos<br />

<strong>de</strong>l todo qué era lo mejor para ellos. No habíamos pensado<br />

en nuestros padres, que tenían una tremenda cara <strong>de</strong> dolor, por momentos<br />

lagrimeaban, en otros momentos nos hacían reproches, o nos


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

preguntaban por qué “les hacíamos esto”. Sí; era todo muy reciente;<br />

también había sido duro para ellos, tanto que se olvidaban <strong>de</strong> pensar<br />

cuánto sufríamos Fernando y yo.<br />

En cuanto se ter<strong>mi</strong>naron <strong>de</strong> abrir los regalos <strong>de</strong>cidí irme con Marina.<br />

Los <strong>de</strong>más chicos se quedaron con Fernando. La <strong>de</strong>spedida fue<br />

triste.<br />

Me costaba ir directamente a casa, por eso le pregunté a Marina si<br />

quería que fuésemos a tomar algo a algún lugar, pero encontramos<br />

todo cerrado. Ca<strong>mi</strong>namos entonces por la avenida Santa Fe y como<br />

comenzó a llover, nos volvimos al auto cuando un hombre joven se<br />

acercó a hablarnos. Marina se puso nerviosa. Le dije a <strong>mi</strong> hija que no<br />

se preocupara, tratando <strong>de</strong> que no advirtiera que yo también lo estaba;<br />

calculé que había bastante gente ca<strong>mi</strong>nando a la vuelta <strong>de</strong> sus festejos,<br />

<strong>mi</strong>entras me arrepentía por no haber vuelto a casa directamente<br />

y le pedí al muchacho que se fuera.<br />

Era la primera vez que nos pasaba algo así, tal vez porque nunca<br />

habíamos salido juntas tan tar<strong>de</strong> a la noche. Me sentí muy extraña;<br />

tenía una hija tan gran<strong>de</strong> como para que vinieran a hablarnos a las<br />

dos. En ese momento ya no éramos madre e hija, sino dos mujeres.<br />

De golpe la hija es una mujer. ¡Y qué golpe!<br />

Eso había sucedido el 25, así que cuando llegó el 31 <strong>de</strong> diciembre,<br />

no habíamos querido repetir la <strong>mi</strong>sma historia y <strong>de</strong>cidimos, por primera<br />

vez, pasar la noche <strong>de</strong>l 31 sin nadie más que nosotros, Fernando,<br />

yo y los chicos.<br />

Cuando volví <strong>de</strong> la agencia me <strong>de</strong>diqué a cocinar. Preparé una torta<br />

<strong>de</strong> chocolate, un plato frío, lomos con champignons, puse las bebidas<br />

a helar. La señora que estaba con nosotros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía muchos<br />

años me había ofrecido <strong>de</strong>jar todo preparado antes <strong>de</strong> irse, pero le había<br />

dicho que no. Quería ocuparme yo <strong>mi</strong>sma.<br />

Cuando llegó Fernando la casa estaba llena <strong>de</strong> flores, la mesa tendida<br />

con el mejor mantel, yo tenía puesto un hermoso vestido largo<br />

y escotado, las luces todas encendidas. Los chicos refunfuñaron un<br />

poco, pero logré que se vistieran como para una fiesta. <strong>Te</strong>nía la ilusión<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>slumbrar a Fernando y <strong>de</strong> que mágicamente se diera cuenta<br />

<strong>de</strong> todo lo que había perdido al irse. De pronto tuve tanta fe en<br />

55


56<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

<strong>mi</strong> amor, que era tan gran<strong>de</strong>, que me parecía que podía alcanzar para<br />

hacerlo volver.<br />

La fe se <strong>de</strong>svaneció cuando, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> la escalera, lo vi irse.<br />

Los chicos lo acompañaron hasta la puerta y <strong>de</strong>spués, cansados, se<br />

fueron a acostar. Les di un beso a cada uno y salí al balcón. La luna,<br />

redonda y llena ilu<strong>mi</strong>naba la calle <strong>mi</strong>entras los ruidos <strong>de</strong> los festejos<br />

se iban acabando. Qué se había hecho <strong>de</strong> aquél Fernando que en la<br />

luna <strong>de</strong> <strong>mi</strong>el, al hacer escala en Rio, quiso que nos diéramos un baño<br />

apresurado en el mar <strong>de</strong> Copacabana, seguramente cien veces mejor<br />

que el obligado paseo por la ciudad.<br />

El <strong>mi</strong>smo que al ver relumbrar la nieve en la oscuridad <strong>de</strong> la noche<br />

se le ocurrió bajar <strong>de</strong>l tren que nos llevaba <strong>de</strong> Florencia a París, para<br />

ofrecérmela a mí, que no la conocía. El que se hizo enten<strong>de</strong>r por señas<br />

para que el guarda nos <strong>de</strong>jara bajar en la próxima estación, sin tener<br />

la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> cuál era.<br />

Resultó ser Göschenen, una al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> tarjeta postal. Nos vimos solos<br />

en la estación <strong>de</strong>sierta con <strong>mi</strong>s zapatos <strong>de</strong> taco alto hundiéndose<br />

en la nieve y él se las ingenió para que abrieran un negocio para ven<strong>de</strong>rme<br />

botas forradas <strong>de</strong> piel.<br />

Dejamos las valijas y salimos a ca<strong>mi</strong>nar. Entramos en una iglesia<br />

para escuchar los cánticos <strong>de</strong> la gente <strong>de</strong>l lugar, que sonaban muy diáfanos<br />

en la tranquilidad y el silencio <strong>de</strong> la noche nevada.<br />

¿Y el que llegaba a casa con flores, o el que inventaba nombres<br />

amorosos para mí? ¿Y aquel Fernando que con aquella Inés no se cansaba<br />

<strong>de</strong> <strong>mi</strong>rar esos <strong>de</strong>ditos pequeñitos, esos piecitos sonrojados, ese<br />

<strong>mi</strong>lagro repetido y cada vez único <strong>de</strong> los hijos?<br />

Me pregunté en qué momento él había pasado <strong>de</strong>l “todo lo tuyo<br />

me gusta” al “todo lo tuyo me molesta”; cuándo habrían <strong>de</strong>jado <strong>de</strong><br />

ser graciosos <strong>mi</strong>s olvidos, <strong>mi</strong>s tonterías, <strong>mi</strong> manera <strong>de</strong> hablar. Cómo<br />

fue que se llegó al <strong>de</strong>samor, la frialdad, la indiferencia, y no se me<br />

ocurrió ninguna respuesta.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

17.<br />

Pasado fin <strong>de</strong> año, la mudanza <strong>de</strong> Réplica continuó. Yo <strong>mi</strong>raba hacer<br />

y <strong>de</strong>shacer, poner y sacar muebles <strong>de</strong> lugar, transpirar, protestar,<br />

rayar el piso acabado <strong>de</strong> pulir, no sabía dón<strong>de</strong> ponerme y me cansaba<br />

<strong>de</strong> sólo <strong>mi</strong>rar. Beatriz dirigía la operación. Cossio opinaba sin que<br />

nadie se lo pidiera, hasta que ella se cansó y le dijo que se fuera al diablo,<br />

cosa que por supuesto él no hizo. Lo que tampoco hizo fue <strong>de</strong>jar<br />

<strong>de</strong> opinar, lo cual hubiera simplificado mucho la mudanza.<br />

Silvia me explicó que estaban tratando <strong>de</strong> armar tres oficinas separadas<br />

por mamparas <strong>de</strong> vidrio, <strong>de</strong> modo que en cada una <strong>de</strong> ellas<br />

trabajara un equipo compuesto por cinco personas, sus escritorios y<br />

computadoras.<br />

Las oficinas resultantes eran chicas para tanto mueble y tanta gente,<br />

pero al final se logró un resultado medianamente aceptable. Cuando<br />

ter<strong>mi</strong>naron, Beatriz quedó satisfecha por un segundo, y <strong>de</strong>sarrugó<br />

apenas el entrecejo. Enseguida volvió a su cara, la que solía ponerse<br />

todas las mañanas antes <strong>de</strong> entrar en la agencia. Por lo visto allí todas<br />

eran dificulta<strong>de</strong>s a resolver, y yo era una <strong>de</strong> ellas.<br />

—Vos, vení con<strong>mi</strong>go. ( me sonó como a “Chicho, chicho, vaya a la<br />

cucha”). Vos, quedate con Freddy (Martín Pescador… ¿me <strong>de</strong>jará pasar?)<br />

– le dijo a Miguel. Tuve ganas <strong>de</strong> pedirle que me <strong>de</strong>jara a mí con<br />

Freddy, pero no me animé.<br />

57


58<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—Vas a trabajar aquí, con Bolkan – me lo presentó.<br />

Flaquito, serio, gran<strong>de</strong>s bigotes negros, anteojos <strong>de</strong> armazón oscuro,<br />

impresionantes ojos negros. Empezaba a trabajar ese día y venía<br />

<strong>de</strong> otra agencia. Parece que siempre hay otra agencia antes y no como<br />

yo, que no venía <strong>de</strong> ningún lado, cosa ‘e locos, invento <strong>de</strong> Stafford<br />

para ver si volvía a <strong>de</strong>scubrir, como había hecho con Pedro Mazza,<br />

al publicitario <strong>de</strong>l año. Yo por <strong>mi</strong> parte esperaba que no le pasara lo<br />

<strong>de</strong> segundas partes, no por Stafford sino por mí, que era la que había<br />

llegado segunda.<br />

Estaba triste. Hacía apenas cuatro días que había empezado en la<br />

agencia y ya me abandonaban y a mí, que ya me sentía abandonada,<br />

no me resultaba fácil <strong>de</strong> soportar. Pensaba en Freddy y en su linda<br />

sonrisa y en cambio tenía que trabajar con ese presu<strong>mi</strong>do <strong>de</strong> Bolkan<br />

que apenas si me saludó, <strong>de</strong> qué se la daba, con su pelo largo y pulsera<br />

<strong>de</strong> cuero. La antipatía fue instantánea y mutua; la <strong>de</strong> él vaya a saber<br />

por qué y la mía porque él no era Freddy. Bolkan, por su parte,<br />

no se mostró nada agradable con<strong>mi</strong>go: estaba como en otra cosa.<br />

Preguntó cuál era su escritorio; abrió los cajones, probó la llave para<br />

comprobar si servía y la agregó a su llavero. Levantó el vidrio para<br />

poner dos fotografías. Sacó <strong>de</strong> su mochila <strong>de</strong> cuero un estuche con<br />

un juego <strong>de</strong> lapiceras, lo <strong>de</strong>jó abierto sobre su escritorio y sin <strong>de</strong>cir<br />

una palabra, se fue.<br />

Al rato llegó el bocetista, que venía a ser Julián, el <strong>de</strong> la ventana.<br />

Yo respiré aliviada, porque pensé que por lo menos con él me iba a<br />

llevar bien.<br />

No había acabado <strong>de</strong> respirar cuando me presentaron al “contacto”<br />

el “pesado” <strong>de</strong> Cossio. Me dio la mano con tanta fuerza, que me<br />

hicieron ruido los huesos. Le pregunté qué era ser “contacto”. Se rió<br />

y me dijo:<br />

—¡Ah, cierto! Vos sos el “chiche” <strong>de</strong> Stafford; a él le encanta <strong>de</strong>scubrir<br />

talentos y apadrinar juniors.<br />

Me explicó que se la pasaba yendo <strong>de</strong>l cliente a la agencia y <strong>de</strong> la<br />

agencia al cliente tratando <strong>de</strong> conformar a los dos y que por eso casi<br />

siempre ter<strong>mi</strong>naba quedando como el reverendo…<br />

¿Vos me entendés, ¿no?


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Largó una carcajada que hizo temblar los vidrios <strong>de</strong> la ventana. Después<br />

se explayó en una larga y sonora explicación acerca <strong>de</strong> lo que<br />

pasaba cuando el cliente le pedía un aviso: él le explicaba a la agencia<br />

lo que el cliente quería, y la agencia se lo hacía. Entonces él se lo<br />

llevaba al cliente tratando <strong>de</strong> convencerlo. Si no lo convencía, volvía<br />

a la agencia…. El resto no lo escuché; me había mareado con tanto<br />

ir y venir.<br />

Cossio se fue por fin y Julián me dijo:<br />

Hablar con Cossio es como hablar con una patota.<br />

Al rato volvió la patota con un cartel para la puerta con nuestros<br />

nombres. Al lado <strong>de</strong>l mío <strong>de</strong>cía “redactora” (¿lo <strong>de</strong> junior se lo habría<br />

olvidado, o es que no le alcanzó el lugar?)<br />

Bolkan volvió diez <strong>mi</strong>nutos <strong>de</strong>spués y se zambulló en el diario hasta<br />

el mediodía. Tanto como para empezar, le pregunté su nombre.<br />

—Juan Fernando —me dijo.<br />

Me dio bronca que se llamara Fernando, como <strong>mi</strong> marido y entonces<br />

le dije:<br />

—¿No te <strong>de</strong>cidiste a elegir?<br />

¿Elegir qué? —(le molestó no enten<strong>de</strong>r qué le preguntaba)<br />

—Quedarte con uno <strong>de</strong> los dos, con Juan o con Fernando – le dije<br />

con naturalidad, como haciéndole ver que era sumamente fácil <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r,<br />

caramba.<br />

—Llamame como quieras – me contestó fastidiado.<br />

—Entonces te voy a llamar Juan —le dije y me libré <strong>de</strong>l Fernando. Se<br />

veía que yo a esa altura le resultaba insoportable; no me contestó.<br />

Siguió leyendo el diario sin <strong>mi</strong>rarme ni hablarme. Tampoco le importaba<br />

que a su alre<strong>de</strong>dor siguieran acomodando cosas, conectando<br />

cables y haciendo ruido. Cuando llegó la una, cerró el estuche <strong>de</strong><br />

las lapiceras, las guardó en el cajón <strong>de</strong>l escritorio, lo cerró con llave<br />

y se fue.<br />

Hasta mañana – dijo secamente cuando pasó a <strong>mi</strong> lado.<br />

Y pensar que iba a tener que trabajar con él. Estuve un rato dudando<br />

si renunciaba o no; finalmente <strong>de</strong>cidí quedarme al menos un<br />

día más.<br />

59


60<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

18.<br />

Esa <strong>mi</strong>sma tar<strong>de</strong> empecé a trabajar con Omar. Fue más difícil que en<br />

la agencia, tan vertiginosa. Cuando toqué el timbre, alguien me abrió<br />

la puerta y se quedó <strong>mi</strong>rándome, <strong>de</strong> modo que me di a conocer:<br />

Soy Inés.<br />

Ah, sí.<br />

Abrió la puerta <strong>de</strong>l todo y una vez que entré, la cerró y se fue, <strong>de</strong>jándome<br />

parada en el hall. Miré a <strong>mi</strong> alre<strong>de</strong>dor, encontré un espejo y<br />

me <strong>mi</strong>ré: me gusté y <strong>de</strong>spués pensé que lo mejor sería ir hasta el escritorio.<br />

Allí me encontré con una cariñosa carta <strong>de</strong> Laura, con instrucciones<br />

y buenos <strong>de</strong>seos, que me dio un poco <strong>de</strong> ánimo.<br />

Me senté en la silla giratoria, la moví hacia un lado, hacia el otro.<br />

Todo era muy serio, formal y enorme, empezando por el escritorio y<br />

los dos sillones negros. La formalidad resultó contagiosa: estaba sentada<br />

con la espalda muy <strong>de</strong>recha.<br />

Por fin llegó Omar.<br />

¿Cómo estás? —me saludó.<br />

No tuve otro remedio que contestarle que estaba bien. Explicarle<br />

<strong>de</strong> verdad cómo estaba hubiera sido muy complicado.<br />

Me dio una lista <strong>de</strong> llamados y se fue a aten<strong>de</strong>r a su primer paciente<br />

<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, un señor tí<strong>mi</strong>do y serio que vi pasar sin <strong>mi</strong>rar para ningún<br />

lado, como con <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> ver quién estaba en el escritorio.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Nunca se llegó a enterar, porque nunca <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rar hacia a<strong>de</strong>lante,<br />

hacia la puerta <strong>de</strong>l consultorio al llegar y hacia la puerta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento<br />

al irse.<br />

—Le hablo <strong>de</strong> parte <strong>de</strong>l Dr. Boyaldjian —empecé diciendo. En los<br />

llamados siguientes me animé un poco más:<br />

Le habla la secretaria <strong>de</strong>l Dr. Boyaldjian.<br />

Me sentía importante y a la vez como jugando al juego <strong>de</strong> la secretaria.<br />

También rara, como con el cartel <strong>de</strong> redactora en la puerta<br />

<strong>de</strong> la oficina.<br />

Quise que el escritorio se volviera un poco mío, siguiendo el ejemplo<br />

<strong>de</strong> Juan. Saqué cosas <strong>de</strong> encima, porque había <strong>de</strong>masiadas para <strong>mi</strong><br />

gusto. Al día siguiente traería un florero para que el color <strong>de</strong> las flores<br />

alegraran esas pare<strong>de</strong>s ver<strong>de</strong> oscuro y la alfombra <strong>de</strong> un ver<strong>de</strong> más oscuro<br />

todavía. Or<strong>de</strong>né los cajones y tiré papeles viejos.<br />

Cuando ter<strong>mi</strong>nó la sesión <strong>de</strong>l señor tí<strong>mi</strong>do, Omar volvió con un grabador.<br />

<strong>Te</strong>ndría que escuchar una sesión y pasarla a máquina, es <strong>de</strong>cir,<br />

<strong>de</strong>sgrabarla. Al rato Martha, su mujer, me trajo un café y me dio la bienvenida.<br />

Era una mujer muy dulce, muy pacífica, siempre sonriente.<br />

Era extraño estar en la casa <strong>de</strong> Omar, <strong>mi</strong> ex profesor. Encontré su<br />

currículum, <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> un libro que crecía año a año. En la pared,<br />

la foto <strong>de</strong> sus hijos. Al llegar había alcanzado a ver un ángulo <strong>de</strong><br />

su consultorio a través <strong>de</strong> la puerta entreabierta.<br />

Quise encen<strong>de</strong>r la máquina <strong>de</strong> escribir, porque la <strong>de</strong> Omar era eléctrica,<br />

no como las <strong>de</strong> la agencia y la <strong>de</strong> <strong>mi</strong> casa. Apreté el botón, pero<br />

no funcionaba. Encontré que estaba <strong>de</strong>senchufada. Ah, era por eso.<br />

La enchufé, pero tampoco. Empecé a revisarla por todas partes para<br />

ver si se <strong>de</strong>cidía a arrancar, pero la muy infame, nada. Se estaba allí,<br />

quieta y muda. Me parecía un mal co<strong>mi</strong>enzo empezar preguntándole<br />

a Omar cómo se hacía para encen<strong>de</strong>rla. Por suerte llegó Martha para<br />

avisarme que había un corte <strong>de</strong> luz.<br />

Como siempre, había pensado que era yo quien no servía. No podía<br />

haber un corte <strong>de</strong> luz, no podía fallar la máquina; la única que<br />

siempre fallaba venía a ser yo. Cómo me cansaba estar siempre en <strong>mi</strong><br />

contra. Qué cosa soy, Dios mío, no sé cómo me puedo soportar a mí<br />

<strong>mi</strong>sma, y encima vivir siempre con<strong>mi</strong>go.<br />

61


62<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

No tenía nada que hacer: no podía hacer nada si no había luz.<br />

Como en la agencia, empezaba a trabajar sin trabajar. Pero en lo <strong>de</strong><br />

Omar todo era distinto, porque nadie interrumpía <strong>mi</strong>s pensa<strong>mi</strong>entos,<br />

lo cual, dadas las circunstancias, no era muy recomendable. Sólo<br />

el sonido <strong>de</strong>l timbre cada cincuenta <strong>mi</strong>nutos, los pasos <strong>de</strong> los pacientes<br />

silenciados por la alfombra, alguna que otra vez el sonido <strong>de</strong>l teléfono<br />

y nada más.<br />

El zumbido <strong>de</strong> la máquina me sobresaltó. El corte <strong>de</strong> luz había ter<strong>mi</strong>nado<br />

pero ya era hora <strong>de</strong> irme. <strong>Te</strong>nía que ir a buscar a Andrea al jardín,<br />

así que el trabajo, lo que se <strong>de</strong>cía el trabajo, tendría que comenzar<br />

recién el día siguiente.<br />

Omar estaba atendiendo a un paciente; no sabía dón<strong>de</strong> estaba Martha,<br />

así que <strong>de</strong>sconecté la máquina y sin tener <strong>de</strong> quién <strong>de</strong>spedirme<br />

cerré la puerta tratando <strong>de</strong> no hacer ruido y me fui.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

19.<br />

Era sábado y estaba sola; así empezaban a ser <strong>mi</strong>s sábados. Él en<br />

la quinta con los chicos y yo ahí, ca<strong>mi</strong>no al Tigre, más por ganas <strong>de</strong><br />

emplear el tiempo que <strong>de</strong> ir a algún lugar, <strong>mi</strong>entras trataba <strong>de</strong> recuperar<br />

lentamente aquellas partes mías que le había dado y que tenía<br />

que volver a mí.<br />

Qué difícil se me hacía todo. A veces me sentía valiente y fuerte<br />

pero otras no tenía más remedio que flaquear y lloraba y todos los ca<strong>mi</strong>nos<br />

parecían cerrados.<br />

Des<strong>de</strong> <strong>mi</strong> separación, inexplicablemente había empezado a tener algunos<br />

<strong>mi</strong>edos, como el <strong>de</strong> viajar en subte, por ejemplo. Había dudado<br />

bastante antes <strong>de</strong> tomar uno, pero por fin me había <strong>de</strong>cidido, porque el<br />

colectivo tardaría más <strong>de</strong>l doble <strong>de</strong> tiempo y yo estaba muy cansada.<br />

Tuve buen cuidado <strong>de</strong> subir a un vagón <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l medio; me parecía<br />

que en caso <strong>de</strong> que chocáramos se dañaría menos que el primero<br />

o el último. Cada vez que llegábamos a una estación, me sorprendía<br />

comprobar que no había sucedido ninguna tragedia.<br />

Miré a <strong>mi</strong>s compañeros <strong>de</strong> viaje con pena; no sabían que iban a<br />

morir con<strong>mi</strong>go. Menos mal que no había ninguno lo bastante simpático<br />

como para afligirme por él un poco más.<br />

Subieron unos chicos. <strong>Te</strong>nían la <strong>mi</strong>sma edad que Alfonso, el <strong>mi</strong>smo<br />

llavero tintineante con un montón <strong>de</strong> llaves. Como a él, algunas<br />

63


64<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

le servirían para abrir las puertas y las <strong>de</strong>más para hacerse los importantes.<br />

Es que Alfonso había crecido: tenía catorce años. Era gran<strong>de</strong> y<br />

eso era bueno para él. Era gran<strong>de</strong> y eso no era tan bueno para mí, sobre<br />

todo cuando se me daba por añorar la época en que era <strong>mi</strong> bebé.<br />

El ruido <strong>de</strong> las ruedas me volvió al problema <strong>de</strong>l subte. Cuando<br />

aceleraba aparecía una puntada en el estómago. Me sentía tan estúpida<br />

no viajando en subte como haciéndolo en esas <strong>mi</strong>serables condiciones.<br />

Cuando llegamos a Retiro me sentí aliviada. Cuantos años hacía<br />

que no andaba por ahí. Tantos como los que hacía que me había casado.<br />

Por entonces, exagerada como siempre, (nada <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r como<br />

todo el mundo haciendo y preguntando, tirando <strong>de</strong> vez en cuando lo<br />

que salía mal y volviendo a empezar) se me había ocurrido ir a apren<strong>de</strong>r<br />

cocina a una escuela profesional, una escuela secundaria, bah.<br />

Me divertía volver a ponerme el <strong>de</strong>lantal blanco, cuando ya hacía<br />

rato que había ter<strong>mi</strong>nado el secundario. Parecía una nena, sin pintura<br />

y con zapatos bajos. Tomaba el subte todos los días y por entonces<br />

no sólo no tenía <strong>mi</strong>edo sino que a<strong>de</strong>más me gustaba. También me<br />

divertía volver a escuchar las porquerías que tradicionalmente les <strong>de</strong>dican<br />

a las más chicas, por el placer <strong>de</strong> verlas turbarse. Me <strong>de</strong>cían las<br />

<strong>mi</strong>smas cosas que a los catorce, cuando me hacían sentir que era la<br />

peor y más indigna <strong>de</strong> las mujeres por inspirar semejantes cosas. No<br />

se me hubiera ocurrido en ese momento qué poco tenía yo que ver<br />

con lo que me <strong>de</strong>cían esos pobres hombres, para lograr un mísero regocijo,<br />

sólo que yo no lo sabía.<br />

En Retiro todos ca<strong>mi</strong>nábamos al <strong>mi</strong>smo ritmo. No sé quién era el<br />

que marcaba el paso, pero lo cierto era que todos aún sin querer, ca<strong>mi</strong>nábamos<br />

apurados: los que tenían apuro y los que no.<br />

Una pareja bajaba las escaleras cuando yo las subía. El, cincuentón.<br />

Ella, jovencita. El la llevaba <strong>de</strong> la cintura con esmero. Ella lo <strong>mi</strong>raba<br />

<strong>de</strong>slumbrado.<br />

Por ejemplo, un muchacho joven…<br />

No alcancé a oír el resto <strong>de</strong> la frase, pero la imaginé: que ella no<br />

podía estar con chicos <strong>de</strong> su edad, tan tontos todos; que en realidad<br />

siempre se había sentido mal con ellos, no como con él, etcétera. Pen-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

sé en Fernando… me sentí muy triste. Agobié un poco más la espalda,<br />

si es que todavía era posible.<br />

Qué extraña sensación la <strong>de</strong> sentirme sola. Sola <strong>de</strong> soledad, pero<br />

también sola como única, <strong>de</strong>spegada, como una persona, y no como<br />

antes, siempre acompañada si estaba con Fernando y siempre incompleta<br />

cuando no estaba con él.<br />

Saqué el boleto y fui al tren. Sentí <strong>mi</strong>edo porque estaba oscuro y<br />

vacío. Todavía faltaba para la hora <strong>de</strong> la salida. Ca<strong>mi</strong>né entonces por<br />

la estación, gran<strong>de</strong>, ruidosa, sucia. Fui a comprar una revista, pero<br />

cambié <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a. No quería distraerme, sino estar con<strong>mi</strong>go y pensar.<br />

Volví al tren. Todavía quedaban algunos asientos vacíos al lado <strong>de</strong> la<br />

ventanilla.<br />

Elegí uno y me senté.<br />

65


66<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

20.<br />

—Vení que te explico algo que tenés que hacer… me dijo Cossio.<br />

Al fin me pedían que hiciera algo. Por un momento me alegré. Al<br />

siguiente temí no po<strong>de</strong>r.<br />

Es para un chocolate dietético, para una revista médica.<br />

Se me hizo un gran vacío, un charco, un lago, una laguna. Era la <strong>mi</strong>sma<br />

sensación <strong>de</strong> la calle Sucre cuando escuché lo <strong>de</strong> “avisos para…”<br />

Con el tiempo empezaría a confiar en que a una siempre se le ocurre<br />

algo, pero a pesar <strong>de</strong> saber que es así, la sensación primera cuando<br />

te pi<strong>de</strong>n un trabajo es la <strong>mi</strong>sma.<br />

Me senté a escribir; tal vez una palabra traería a la otra y al final se<br />

iba a armar no una pelea a trompadas sino un aviso bueno, regular o<br />

malo, pero aviso al fin.<br />

Cossio me había dado un texto que había que volver a redactar y<br />

luego agregarle un título que quisiera <strong>de</strong>cir que el chocolate no engorda,<br />

pero <strong>de</strong> otra manera más atractiva y sugerente ¿pero cuál?<br />

La redacción no me costó <strong>de</strong>masiado, pero el titular sí. Cuando se<br />

me ocurrió al fin uno fui a mostrárselo a Cossio.<br />

¿<strong>Te</strong> gusta?<br />

No; es muy largo.<br />

Escribí otros dos más cortos y se los mostré uno por uno:<br />

No; <strong>de</strong>masiado corto.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

¿Y este otro?<br />

—No tiene gancho —me dijo y al ver <strong>mi</strong> cara <strong>de</strong> qué diablos era el<br />

gancho me explicó… ¿me explicó?<br />

—Gancho, que te da curiosidad, ganas <strong>de</strong> seguir leyendo. Mirá, para<br />

que te hagas una i<strong>de</strong>a, te diré que a los médicos les gustan las cosas<br />

bien sintéticas. Me acuerdo por ejemplo <strong>de</strong> un aviso para un dilatador<br />

para el parto. Arriba, un barquito a<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un frasco con las velas<br />

plegadas. Abajo, el <strong>mi</strong>smo frasco, pero el barquito con las velas <strong>de</strong>splegadas<br />

y el tapón saltando hacia fuera. ¿No te parece una maravilla<br />

<strong>de</strong> síntesis? Bueno, una cosa así es la que hace falta.<br />

Después <strong>de</strong> todo lo que me dijo, no sólo no me hice ninguna i<strong>de</strong>a,<br />

sino que se me habían ido todas las que tenía. Le pregunté cuál era el<br />

titular <strong>de</strong>l aviso <strong>de</strong>l frasquito y me dijo:<br />

Eso no importa; pensá en el que tenés que hacer vos.<br />

Tanto como para practicar, me entretuve pensando algún titular<br />

para el aviso <strong>de</strong>l dilatador. “Qué tal, vea como salta el tapón cuando<br />

el barquito crece”. No; muy largo. Ah, ya sé: “¡Pum!” No; muy corto.<br />

Cuando llegué a “No hay tapón que se le resista” empecé a temer<br />

por <strong>mi</strong> salud mental.<br />

Cossio se había ido y <strong>de</strong>cidí pedirle a Juan que me ayudase. Cuando<br />

me acerqué, ocultó lo que estaba escribiendo como si yo lo fuera<br />

a leer, maldito si me importaba lo que escribía el melenudo ese, bah,<br />

hizo bien, yo no hubiera resistido la tentación <strong>de</strong> leerlo.<br />

¿Vos querés ser redactora? Entonces, redactá. —y me siguió diciendo<br />

otro montón <strong>de</strong> cosas por el estilo, que a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> ponerme muy<br />

mal no me sirvieron para nada para el titular que estaba tratando <strong>de</strong><br />

escribir.<br />

Seguí luchando y luchando. Cada tanto le llevaba a Cossio los resultados<br />

<strong>de</strong> <strong>mi</strong> lucha con la esperanza cada vez más <strong>de</strong>sesperanzada<br />

<strong>de</strong> que me diera el sí. “Ahora no está prohibido comer chocolate” no<br />

le gustó porque, según me dijo, había una regla <strong>de</strong> oro en publicidad,<br />

por la cual hay que <strong>de</strong>cir a todo que sí. De los “no”, ni hablar. “Mime<br />

a su paciente diabético”: muy ingenuo. “Nada <strong>de</strong> sentirse diferente”:<br />

“nada” equivale a “no”, entonces no. Y así, toda la mañana.<br />

67


68<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Por fin, antes <strong>de</strong> irme le alargué, cansada, el papel con todo lo que<br />

se me había ocurrido a lo largo <strong>de</strong> la mañana.<br />

Apenas si lo <strong>mi</strong>ró y me dijo:<br />

—El texto está bien. Ponele como titular “Diabetes” y listo.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

21.<br />

Estaba triste. Me había afectado mucho lo que me había dicho Juan<br />

el día anterior y no había ido contenta a la agencia, como todas las<br />

mañanas. Para colmo, me había llevado a casa las variantes <strong>de</strong> avisos<br />

que había hecho el día anterior y me los olvidé.<br />

Traté sin éxito <strong>de</strong> acordarme lo que había escrito y no me quedó<br />

otra alternativa que volver a empezar <strong>de</strong> cero.<br />

En eso estaba, cuando apareció Stafford para discutir unos avisos<br />

con Juan. No tenía ganas <strong>de</strong> escuchar lo que <strong>de</strong>cían, pero hablaban<br />

muy fuerte y no me <strong>de</strong>jaban pensar con ese barullo y malditas las ganas<br />

que tenía.<br />

Fui a refugiarme a la oficina <strong>de</strong> Freddy. Necesitaba <strong>de</strong> su voz suave<br />

y su buen humor, pero no estaba. Me consolé pensando que no<br />

habría ido muy lejos, que en cualquier momento volvería. Me senté<br />

a esperarlo.<br />

Llegó por fin, anteojos oscuros, tostado por el sol, con aire <strong>de</strong> no<br />

tomarse nada <strong>de</strong>masiado en serio y me <strong>mi</strong>ró sonriente.<br />

—Freddy… te necesito –le dije.<br />

Me animé porque Freddy no era Juan y supuse que en ese momento<br />

<strong>de</strong>bía inspirarle lástima, la <strong>mi</strong>sma que yo me tenía.<br />

—Contame cómo se hace un aviso– le pregunté.<br />

—Vení, sentate aquí, al lado mío y <strong>de</strong>cime en qué campaña estás.<br />

69


70<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—No, Freddy, no se trata <strong>de</strong> eso; necesito consejos en general (yo<br />

me tenía cada vez más lástima) Me dijeron cosas…<br />

—¿Quién te las dijo?<br />

—Juan.<br />

–Si Juan te las dijo, escuchalo. Juan es muy capaz, es más capaz que<br />

yo, así que seguro que tiene razón.<br />

—Bueno, Freddy, él pue<strong>de</strong> ser el mejor publicitario <strong>de</strong>l planeta, pero<br />

me lo dijo <strong>de</strong> una manera…<br />

—A ver, ¿qué te dijo Juan? – me hizo sentir chiquita, como una nena<br />

que se raspó la rodilla y le pi<strong>de</strong> a su papá que la consuele. Me acordé<br />

<strong>de</strong> Juan y me sentí mal <strong>de</strong> nuevo.<br />

—Me dijo que <strong>mi</strong> trabajo era <strong>de</strong>sprolijo, que así no se lo podía mostrar<br />

a nadie, que tenía que mejorarlo, trabajarlo más, presentarlo ter<strong>mi</strong>nado<br />

y sin errores <strong>de</strong> puntuación.<br />

—Freddy se puso serio:<br />

—Está bien lo que te dijo: así con las cosas.<br />

—Pero Freddy, yo no voy a trabajar una mañana entera para que<br />

<strong>de</strong>spués me lo rechacen casi sin <strong>mi</strong>rarlo.<br />

—Freddy se sonrió <strong>de</strong> nuevo:<br />

—Claro; vos querés asegurarte. Hacés una frasecita y me preguntás:<br />

“¿qué te parece, pongo “es la mejor” o “es la más conveniente?” y yo<br />

qué sé, así, no te puedo <strong>de</strong>cir. Por ahí para salir <strong>de</strong>l paso te digo que<br />

pongas “es la mejor” y entonces agregás la palabra “<strong>de</strong>cisión” y me<br />

preguntás <strong>de</strong> nuevo “¿<strong>de</strong>cisión te parece bien?” Así no ter<strong>mi</strong>nás más,<br />

ni me <strong>de</strong>jás trabajar a mí tampoco.<br />

Yo le dije que sí con la cabeza, pero todavía no estaba convencida,<br />

o quizás me gustaba que siguiera consolándome. Seguí con <strong>mi</strong>s<br />

quejas:<br />

—También me dijo que <strong>de</strong>fendiera lo que hago, que a él nadie le<br />

discute ni siquiera una coma, porque a un redactor no se le discute<br />

lo que redacta, pero yo…<br />

Freddy me interrumpió:<br />

—Y tiene razón, vos tenés que <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r lo tuyo. Si te bochan un<br />

texto, que te lo bochen entero.<br />

Abrí la boca para <strong>de</strong>cir algo, pero él siguió hablando:


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—Sí, ya sé lo que me vas a <strong>de</strong>cir, que sos nueva, que no sabés, pero<br />

yo te digo que vas a apren<strong>de</strong>r: cuando te lo acepten, sabrás que es porque<br />

lo hiciste bien, y cuando te lo rechacen, vas a ir dándote cuenta<br />

lo que está mal y lo que está bien. Así cada vez vas a hacer menos cosas<br />

que te rechacen. Esa es la única manera <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r.<br />

—<strong>Te</strong>nés que apren<strong>de</strong>r que este trabajo es así; nada <strong>de</strong> enamorarte <strong>de</strong><br />

lo que hacés, porque vas a sufrir mucho. Por ahí uno hace algo hermoso,<br />

el mejor comercial <strong>de</strong> su vida y no les gusta. Otra vez, cuando<br />

hacés algo tan malo que te da vergüenza mostrarlo, eso va.<br />

Hizo una pausa y <strong>de</strong>spués abandonó el tono enfático que traía y<br />

me dijo en voz más baja:<br />

—Vos sabés escribir; lo que te falta es escribir para publicidad.<br />

Me gustó mucho que Freddy me dijera que yo sabía escribir. Si él<br />

lo <strong>de</strong>cía, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser cierto.<br />

Empezaba a sentirme mejor. Me animé a seguir preguntándole:<br />

—Pero <strong>de</strong>cime… ¿cómo se empieza? Supongo que con una i<strong>de</strong>a<br />

larga, larga y <strong>de</strong>spués se va acortándola.<br />

—La cosa es justamente al revés; primero buscás una i<strong>de</strong>a elemental,<br />

hasta tonta, te diría: “Este chocolate no tiene azúcar”. Como diría<br />

don Manolo, el almacenero <strong>de</strong> la esquina, si todavía quedaran almacenes.<br />

Después, a partir <strong>de</strong> ahí lo vas ampliando —Freddy siguió,<br />

con más entusiasmo todavía:<br />

—Sobre todo, no busques la i<strong>de</strong>a genial, porque las cosas geniales<br />

no se buscan, sino que se encuentran. A<strong>de</strong>más, si andás buscando la<br />

i<strong>de</strong>a genial, por ahí te perdés algo bárbaro que, como vos no estás en<br />

esto, no te das cuenta. Lo más sencillo es lo mejor. La cuestión es tener<br />

una i<strong>de</strong>a, que cuando uno la tiene y la dice, <strong>de</strong>spués pue<strong>de</strong> volar.<br />

Acordate: primero tenés la i<strong>de</strong>a y <strong>de</strong>spués volás.<br />

Creí que ya me lo había dicho todo, cuando Freddy, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

pensar un poco, me dijo <strong>mi</strong>entras me señalaba con el índice:<br />

Pero tenés que volar sin olvidarte que hay que buscar el título, el<br />

copy y el cierre y sentir que está completo: redondito. Hasta que no<br />

sentís que está redondito, no parás.<br />

A <strong>de</strong>cir verdad, ya me sentía muchísimo mejor, pero quería un<br />

poco más:<br />

71


72<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—Freddy… ¿puedo venir a preguntarte, <strong>de</strong> vez en cuando?<br />

No.<br />

Me afligí. Pensé que se había cansado <strong>de</strong> ayudarme y que no me<br />

iba a ayudar nunca más, que me tenía que arreglar con lo que él me<br />

había dicho, que era mucho, pero no me alcanzaba.<br />

Me <strong>mi</strong>ró serio primero y <strong>de</strong>spués se fue sonriendo a medida que<br />

me <strong>de</strong>cía:<br />

–Podés venir todo lo que quieras, pero a visitarme, no a preguntar.<br />

Lo que tenés que hacer es trabajar, trabajar y trabajar. Ese es el único<br />

ca<strong>mi</strong>no.<br />

Volvió a poner lo pies arriba <strong>de</strong>l escritorio y ya completamente sonriente,<br />

me dijo cambiando la voz, haciéndola cómplice:<br />

–Andá y traeme un chocolate <strong>de</strong> esos que hay en tu oficina.<br />

Me sentí agra<strong>de</strong>cida; me estaba dando la oportunidad <strong>de</strong> que le diese<br />

algo a él. Él, que tenía consejos para mí y yo chocolates para él. El<br />

asunto es que no me animaba a entrar a <strong>mi</strong> oficina, porque Stafford<br />

seguía ahí:<br />

—No me animo a entrar; siguen en reunión.<br />

Otra vez reaparecía Freddy y su aire <strong>de</strong> play boy, Freddy, el que parecía<br />

no tomarse las cosas <strong>de</strong>masiado en serio, encogiéndose <strong>de</strong> hombros<br />

y diciéndome:<br />

—Bah, no te van a <strong>de</strong>cir nada.<br />

Volví con los chocolates y se los di.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

22.<br />

Creo que es cierto que en la <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> la vida se hace un alto en<br />

el ca<strong>mi</strong>no, se <strong>mi</strong>ra para atrás, hacia las cosas que no se hicieron y ya<br />

nunca podrán ser hechas, hacia las ilusiones que ya nunca podrán ser<br />

realidad. Y también es cierto que al <strong>mi</strong>rar hacia atrás hay cosas que<br />

no nos gustan. Pero es gran<strong>de</strong> la tentación <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarlas como hasta entonces,<br />

porque una se siente segura en ellas. Segura porque pisa terreno<br />

conocido, por <strong>de</strong>sparejo que sea.<br />

Me parece que fui valiente cuando al <strong>mi</strong>rar para atrás me di cuenta<br />

que había luchado y mucho, por <strong>mi</strong> matrimonio; que había agotado<br />

todas las posibilida<strong>de</strong>s: había perdonado, confiado, esperado, rogado.<br />

Que también había sido valiente, para aceptar que si todo eso<br />

no había servido, lo único que quedaba era <strong>de</strong>cir basta.<br />

–Usted tiene una gran angustia– me había dicho el cardiólogo, y<br />

también me había dicho que <strong>mi</strong> corazón estaba sano, pero si la angustia<br />

seguía se iba a ter<strong>mi</strong>nar enfermando.<br />

—<strong>Te</strong>ndría que <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> tener angustia; claro que… —se disculpó —yo<br />

sé que no es tan fácil.<br />

Era la angustia <strong>de</strong> vivir una vida que se arrastraba, sin amor, sin<br />

satisfacciones, al lado <strong>de</strong> un hombre ausente y malhumorado. Pero<br />

los lazos son difíciles <strong>de</strong> <strong>de</strong>satar; un pasado feliz ata irre<strong>mi</strong>siblemente.<br />

Cuesta tanto compren<strong>de</strong>r que el amor pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer. Por eso,<br />

73


74<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

en muchas noches <strong>de</strong> insomnio, había pensado en aquello <strong>de</strong> que los<br />

suspiros son aire y van al aire y las lágrimas van al mar y el amor que<br />

ter<strong>mi</strong>na… ¿dón<strong>de</strong> diablos va?<br />

No podía creer que <strong>mi</strong> amor se hubiera podido ter<strong>mi</strong>nar; pensaba<br />

que podría resistir todos los embates, aun a costa <strong>de</strong>l dolor en el pecho.<br />

Pero los embates fueron <strong>de</strong>masiados para mí y finalmente cedí:<br />

—Por favor, andate —le pedí— Andate ya.<br />

Había comprendido que la ilusión <strong>de</strong> seguir viviendo con el padre<br />

<strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos en la hermosa casa que habíamos hecho entre los dos,<br />

podía ser un lindo sueño, pero una pésima realidad.<br />

De tanto en tanto, sin embargo, volvía a caer en el pasado y volvía<br />

a actuar como si nada hubiera cambiado, repitiendo gestos que ya no<br />

correspondía hacer, como los bebés cuando están aprendiendo a ca<strong>mi</strong>nar<br />

y <strong>de</strong> vez en cuando vuelven a gatear. Pero es sólo un momento,<br />

tal vez para cerciorarse <strong>de</strong> que ya no vale la pena volver atrás; para<br />

darse cuenta <strong>de</strong> lo bueno que es ca<strong>mi</strong>nar.<br />

Casi todos nuestros fines <strong>de</strong> semana durante veinte años, los habíamos<br />

pasado en la casa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s suegros. Era un revuelo irnos <strong>de</strong><br />

casa; había que colocar infinitas cosas en el auto, había que esperar<br />

que a los chicos se les ocurriera ir al baño a último momento, o<br />

buscar alguna cosa o bien, ya todos en el auto, era yo la que quería<br />

volver para cerciorarme <strong>de</strong> haber cerrado todas las ventanas. Había<br />

que parar en el ca<strong>mi</strong>no para comprar algo en los negocios repletos<br />

<strong>de</strong> gente. Había la cara ceñuda <strong>de</strong> un padre que nunca comprendió<br />

que organizar una salida para seis personas era seis veces más complicado<br />

que para una: él. Había las peleas <strong>de</strong> los chicos por los lugares<br />

en el auto (la cuenta era sencilla, cuatro chicos y dos ventanillas;<br />

no había sistema <strong>de</strong> sorteo por complicado que fuera, que <strong>de</strong>jara<br />

conforme a todos).<br />

Mis suegros contribuían a su manera; siempre les parecía que habíamos<br />

llegado <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong> o <strong>de</strong>masiado temprano; que no habíamos<br />

llevado lo que hacía falta, o que justo se nos había ocurrido<br />

comprar lo <strong>mi</strong>smo que ellos.<br />

Hacía ya dos meses que eso se había acabado <strong>de</strong>finitivamente y<br />

yo, que había protestado siempre por la monotonía <strong>de</strong> esa salida re-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

petida, la añoraba. ¿No era el do<strong>mi</strong>ngo un día <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lia? Después <strong>de</strong><br />

todo, por qué no, si Fernando estaba <strong>de</strong> viaje. Quería pasarlo en fa<strong>mi</strong>lia,<br />

como todo el mundo.<br />

75


76<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

23.<br />

Me vestí bien: iba <strong>de</strong> visita. Tostada por el sol, flaca por la falta <strong>de</strong><br />

ganas <strong>de</strong> comer, por las largas ca<strong>mi</strong>natas y por el insomnio, pero <strong>de</strong>saparecidas<br />

las ojeras <strong>de</strong>l llanto <strong>de</strong> los últimos tiempos, podía <strong>de</strong>cir que<br />

estaba casi linda, no había mayormente que preocuparse por mí.<br />

Al parecer, tanta ansia <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lia tenía, que <strong>de</strong>cidí también pasar<br />

antes a visitar a <strong>mi</strong>s padres. Cuando llegué, mamá, que funciona en<br />

dos tiempos, como primera cosa se enojó con<strong>mi</strong>go. Empezó a dar<br />

vueltas por la casa en recorridos inútiles que no significaban que tenía<br />

algo que hacer, sino algo que <strong>de</strong>mostrar: que su hija era una <strong>de</strong>salmada.<br />

Yo sabía que estaba enojada porque no la había llamado en<br />

toda la semana, y sabía que no la había llamado porque hablar con<br />

ella era a menudo, cuando no siempre, salir maltrecha.<br />

Su vida era una larga serie <strong>de</strong> <strong>de</strong>sdichas, gran<strong>de</strong>s o pequeñas y yo<br />

casi nunca, o más bien nunca, podía hacer algo por ellas.<br />

Finalmente, <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> hacer cosas y me habló:<br />

—No me llamaste ni una vez en toda la semana.<br />

—<strong>Te</strong> llamé, pero el teléfono no contestaba.<br />

—A mí no me vengas con cuentos.<br />

—Bueno mamá, si vos creés que son cuentos…<br />

Mi voz sonaba ofendida y hasta me ofendí realmente, a pesar <strong>de</strong><br />

que sí, eran cuentos. Preferí <strong>de</strong>jar las cosas como estaban y me puse


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

a hablar con papá y con <strong>mi</strong> hermano en los intervalos que los chicos<br />

nos <strong>de</strong>jaban hacerlo, <strong>mi</strong>entras me preguntaba por qué no le había podido<br />

<strong>de</strong>cir la verdad. Parecía tan simple haberle dicho:<br />

—Sí, mamá, no te llamé en toda la semana, pero hoy vine porque<br />

tenía muchas ganas <strong>de</strong> verte.<br />

Debe ser difícil <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser hija, sobre todo con la madre.<br />

Finalmente, la ceremonia <strong>de</strong> los chicos <strong>de</strong> “dénle un beso a los<br />

abuelos y al tío”. Mamá interrumpió su cara <strong>de</strong> ofendida con ellos,<br />

pero no con<strong>mi</strong>go, hasta que al <strong>de</strong>spedirse apareció el segundo tiempo<br />

y me dijo:<br />

—¡Qué suerte que viniste!<br />

Afortunadamente, en ese momento seguía siendo sábado, y yo no<br />

podía saber lo que mamá diría el lunes:<br />

—¡Ay, Inés, cuando te fuiste me abracé a tu hermano y lloré— <strong>mi</strong>s<br />

cejas le preguntarían por qué, y ella me iba a explicar:<br />

—Es que yo lloraba y le <strong>de</strong>cía: tu hermana se quedó tan poco tiempo<br />

que no le pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir lo linda que estaba, tostada y flaca.<br />

Los chicos y yo estábamos contentos <strong>mi</strong>entras manejaba ca<strong>mi</strong>no<br />

a la casa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s suegros. Cuando llegamos, me arrepentí inmediatamente<br />

<strong>de</strong> haber ido. Las cosas no eran las <strong>mi</strong>smas: allí había un dor<strong>mi</strong>torio<br />

al que no me atrevía a entrar <strong>de</strong> nuevo y sentí frío.<br />

La actitud <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s suegros no fue para nada cordial, a pesar <strong>de</strong> que<br />

me habían pedido que fuéramos a visitarlos. Es que habían tomado<br />

lo nuestro como una ofensa personal. No podíamos <strong>de</strong>shacer esa hermosa<br />

fa<strong>mi</strong>lia que ellos habían iniciado, y que era el elogio <strong>de</strong> todo<br />

el mundo. Padres, abuelos, hijos, nietos, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l pater – fa<strong>mi</strong>liae,<br />

precediéndola orgulloso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cabecera <strong>de</strong> la mesa, do<strong>mi</strong>ngo<br />

a do<strong>mi</strong>ngo.<br />

Por eso le resultaba difícil <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> lado la ofensa y pensar en todo<br />

lo que nosotros sufríamos, en lo que los chicos sufrían; pensar que en<br />

esa dolorosa <strong>de</strong>cisión que nos había llevado dos años tomar y en todo<br />

el tiempo que restaba aún para que pudiésemos reacomodar nuestras<br />

vidas, luego <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scalabro total. Los habíamos <strong>de</strong>fraudado.<br />

Pero ni una palabra <strong>de</strong>l tema. La realidad no existe si no se la nombra,<br />

pues no la nombremos. Pero la bronca sí existía, y trataba <strong>de</strong> sa-<br />

77


78<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

lir a toda costa, y salió por un lado que no tenía nada que ver, pero<br />

dolía lo <strong>mi</strong>smo.<br />

—Mamá– pregunta Andrea —¿en qué año naciste?<br />

—Eso no se le pregunta a la mamá– dijo la abuela.<br />

—A mí no me importa que me pregunten la edad. —contesté sonriendo<br />

—En realidad, me encanta que lo hagan; siempre me dicen que<br />

parezco más joven.<br />

El abuelo se acomodó en la silla y yo ya me la vi venir:<br />

—Pues hija… —Mis sospechas se confirmaron: cuando te quiere herir,<br />

te trata <strong>de</strong> tú y pone un acento español que no sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> lo saca.<br />

—Eres una ilusa, querida. Yo, sin ir más lejos, me encontré esta mañana<br />

con el viejito Peralta, que tiene como ochenta años y que está<br />

a la <strong>mi</strong>seria, y por supuesto le dije: “Qué bien está, don Peralta” y el<br />

me contestó que yo también estaba muy bien. No vas a creer las cosas<br />

que te dicen. Es sabido que las gentes <strong>mi</strong>enten.<br />

Y siguió co<strong>mi</strong>endo y yo pensaba que hubiese preferido <strong>mi</strong>l veces<br />

que me dijera: “sos una hija <strong>de</strong> puta, <strong>mi</strong>rá lo que le hiciste a <strong>mi</strong> hijo,<br />

te pusiste a estudiar y el se pudrió y se fue.” Juro por Dios, lo hubiera<br />

preferido.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

24.<br />

Cada vez que sentía que me estaba reacomodando y <strong>mi</strong>s cosas se<br />

iban poniendo <strong>de</strong>spacito en su lugar, pasaba algo que, como una ráfaga,<br />

<strong>de</strong>sparramaba todo otra vez. Y a volver a empezar.<br />

Julián, el diseñador con cara <strong>de</strong> hermano bueno, tenía la culpa esta<br />

vez. Había estado hablando con él esa mañana y casi sin darme cuenta,<br />

qué cara <strong>de</strong> hermano bueno que tenía, ter<strong>mi</strong>né contándole que me<br />

había separado. Yo lo había ocultado en la agencia y por primera vez<br />

lo pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir sin sentirme molesta, como en falta.<br />

Con cara <strong>de</strong> experto, me dijo que él sabía <strong>de</strong> esas cosas, y que seguro<br />

que Fernando iba a volver. Con cara <strong>de</strong> experto también, me dijo que no<br />

estaba tan seguro <strong>de</strong> que, llegado ese momento, yo lo fuera a aceptar.<br />

Me encontré sacudiendo con fuerza la cabeza, como si hubiese tenido<br />

<strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> que, por <strong>de</strong>cirlo nada más, se convirtiese en realidad.<br />

–Claro, flaquita, vos <strong>de</strong>cís que no, pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un tiempo…<br />

<strong>Te</strong> están pasando cosas lindas, sos una tipa fenómena, no va a tardar<br />

en aparecer alguien que te sepa querer…<br />

No se me había ocurrido pensar en otro que no fuera Fernando.<br />

Yo lo querría a él eternamente, tal como me lo había propuesto a mí<br />

<strong>mi</strong>sma el día que lo conocí. Los príncipes azules no podían ser sino<br />

para toda la vida.<br />

79


80<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

No; yo no podía llegar a querer que Fernando no volviese; seguro<br />

que eran cosas <strong>de</strong> Julián, y estaba por <strong>de</strong>círselo cuando llegó Juan:<br />

—¡Hermano mío <strong>de</strong>l alma!<br />

Apenas si me saludó con una <strong>mi</strong>rada <strong>de</strong> soslayo y se <strong>de</strong>dicó enseguida<br />

a palmotearse con Julián, como si no lo hubiese visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

tercer aniversario <strong>de</strong> la Revolución <strong>de</strong> Mayo. Por fin Juan, simulando<br />

sacarle pelusitas <strong>de</strong> las imaginarias solapas <strong>de</strong>l inexistente saco <strong>de</strong> Julián<br />

le habló con voz muy afectada:<br />

—Bueno, querido, ya me toqueteaste bastante. Ahora <strong>de</strong>jame trabajar.<br />

Juan se reía por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los bigotes. Increíble. Entonces… sabía<br />

reírse; peor entonces: eso quería <strong>de</strong>cir que su antipatía era un honor<br />

que me <strong>de</strong>dicaba solamente a mí.<br />

Me molestaron esos alar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> maricón. Siempre me había molestado<br />

que a los hombres les gustara hacerse ese tipo <strong>de</strong> bromas. Como<br />

si pensaran que no había por que temer a las cosas <strong>de</strong> las que es posible<br />

reírse, como si no hubiera risas <strong>de</strong> puro <strong>mi</strong>edo.<br />

Pero qué me importaban sus alar<strong>de</strong>s. Dejar a Fernando, qué tristeza,<br />

pensaba <strong>mi</strong>entras <strong>mi</strong>raba por la ventana a los autos que pasaban<br />

por la avenida. Ver<strong>de</strong>s, blancos, grises, negros humo, todos a la <strong>mi</strong>sma<br />

velocidad… la máxima posible para no per<strong>de</strong>r la onda ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> los<br />

semáforos. El obelisco, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una perspectiva que nunca había visto<br />

antes <strong>de</strong> entrar a trabajar en la agencia, parecía diferente.<br />

Unas cuadras más allá, adivinaba la oficina <strong>de</strong> Fernando, esa que<br />

un día habíamos empapelado juntos y don<strong>de</strong> él ya había empezado<br />

otra historia, sin mí.<br />

Pero eso había sucedido a la mañana. Había llegado la tar<strong>de</strong> y tenía<br />

que ter<strong>mi</strong>nar <strong>de</strong> redactar la carta que Omar me había pedido, la primera<br />

que escribía para él y luego llevársela a firmar. No la leyó. La firmó<br />

y me la <strong>de</strong>volvió. Yo estaba tan triste, que no me pu<strong>de</strong> alegrar <strong>de</strong>masiado<br />

por la confianza que tuvo en <strong>mi</strong> manera <strong>de</strong> hacer las cosas.<br />

“Alguien que te sepa querer”. Las palabras <strong>de</strong> Julián volvían una y<br />

otra vez haciéndome ver qué ganas tenía <strong>de</strong> que alguien me quisiera.<br />

Pero <strong>de</strong> ahí a que, como él me dijo, yo no fuera a querer que Fernando<br />

volviera, cosas <strong>de</strong> Julián, seguro.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Como las viudas <strong>de</strong> la campiña española, yo vestiría <strong>de</strong> negro para<br />

toda la vida.<br />

81


82<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

25.<br />

Hay ciertas cosas que no queda más remedio que aceptar. Como<br />

por ejemplo, que la máquina <strong>de</strong> escribir y yo nos llevamos muy mal.<br />

Yo no le tengo simpatía y ella, <strong>de</strong> tanto en tanto, me correspon<strong>de</strong> retirando<br />

su colaboración.<br />

Mi fama <strong>de</strong> inútil usuaria <strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong> escribir se extendió<br />

rápidamente por la agencia, <strong>de</strong> modo que cuando alguien pasaba<br />

y me veía entre furiosa y <strong>de</strong>salentada luchando con ella, me daba<br />

una mano.<br />

“En la ciudad <strong>de</strong> Buenos Aires, a los <strong>mi</strong>l días <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong>l cuerno,<br />

los aquí presentes, reunidos en dulce montón, para <strong>de</strong>clarar unánimemente<br />

que están recansados <strong>de</strong> ser servidores <strong>de</strong> las causas <strong>de</strong>l bien, y<br />

otras idioteces por el estilo. También <strong>de</strong>claran unánimemente su total<br />

y absoluta podredumbre moral, poniendo énfasis…”<br />

–Ya está, nena.<br />

Esta vez era Cossio que la había puesto en vereda y, siempre tan<br />

exuberante él, no le había alcanzado con poner el nombre o cualquier<br />

cosa breve, para probarla, como hacían los <strong>de</strong>más.<br />

Como le sobró energía, la empleó para hablarle a los gritos a Juan,<br />

como si estuviera parado en la otra cuadra y no al lado <strong>de</strong> él:<br />

–Juan, a vos seguramente te gustará Casona.<br />

Me imaginé allá abajo, cómo la gente que ca<strong>mi</strong>naba por la aveni-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

da, <strong>mi</strong>raría intrigada para arriba, tratando <strong>de</strong> ver qué pasaba con Casona<br />

en nuestro quinto piso.<br />

—Bueno, yo no diría tanto…– Juan le contestó con esa cautela<br />

suya.<br />

—¡Al fin! ¡Al fin encuentro alguien que piensa como yo! —le contestó<br />

Cossio con entusiasmo. Claro que si la respuesta hubiera sido<br />

sí, no, más o menos, no conozco a Casona, qué día es hoy, o cualquier<br />

otra cosa, Cossio se las hubiera arreglado a partir <strong>de</strong> ahí para<br />

<strong>de</strong>splegar en todo su fulgor su extraordinaria memoria, y <strong>de</strong>mostrar<br />

cuánto sabía <strong>de</strong> Casona, <strong>de</strong>l teatro, y <strong>de</strong> todo lo aledaño y conco<strong>mi</strong>tante<br />

al tema.<br />

Me zambullí en la máquina y tecleé con fuerza. Quería que quedase<br />

bien claro que yo no formaba parte <strong>de</strong> la conversación y asegurarme<br />

al <strong>mi</strong>smo tiempo, que Juan no se hiciera humo y me <strong>de</strong>jara sola<br />

a merced <strong>de</strong> Cossio.<br />

Cada tanto sonaba el teléfono <strong>de</strong> su escritorio, lo atendía <strong>de</strong> mal<br />

humor y su humor empeoraba por lo que escuchaba. Pero inmediatamente<br />

se rehacía, y seguía con su discurso solitario. Después <strong>de</strong> una<br />

llamada peor que las otras ya no pudo seguir. Agarró una carpeta con<br />

fuerza y se fue protestando, <strong>mi</strong>entras <strong>de</strong>splazaba aire como un ómnibus<br />

en ca<strong>mi</strong>no a la costa.<br />

Juan se quedó <strong>mi</strong>rando hacia la puerta por don<strong>de</strong> Cossio se había ido<br />

y con un gesto exagerado simuló secarse la frente con un pañuelo.<br />

En ese momento, algo cambió. Como en las tar<strong>de</strong>s calurosas <strong>de</strong> verano,<br />

en que no se sabe bien <strong>de</strong> dón<strong>de</strong>, aparece una brisa fresca y hay<br />

que ir a buscar un abrigo, así el aire se volvió más liviano.<br />

Juan me <strong>mi</strong>ró, creo que por primera vez a los ojos y volví a reparar<br />

lo hermosos que eran, oscuros, brillantes, expresivos.<br />

—¿Qué hacés vos aquí?– me preguntó.<br />

—Hace dos meses que me separé.<br />

—Ahora entiendo —me contestó.<br />

Los dos supimos que nos íbamos a enten<strong>de</strong>r.<br />

Hablamos mucho ese día. Hablamos <strong>de</strong> nosotros. El se rió con ganas<br />

cuando se enteró <strong>de</strong> que toda <strong>mi</strong> antipatía <strong>de</strong>l primer día se <strong>de</strong>bía<br />

a que él se llamaba Fernando; yo no me reí nada cuando me dijo<br />

83


84<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

que su antipatía hacia mí se <strong>de</strong>bía a que yo estaba <strong>de</strong>masiado ansiosa,<br />

que era <strong>de</strong>masiado ingenua y lo que más le molestaba era que yo<br />

tratara <strong>de</strong> caerle bien, haciéndome la simpática.<br />

Me disculpé diciéndole que no estaba acostumbrada a tratar con hombres,<br />

que casi no había tratado con ninguno que no fuera Fernando y<br />

claro, un único hombre no sirve <strong>de</strong> mucho para tratar a los hombres.<br />

También hablamos <strong>de</strong> <strong>mi</strong> separación y <strong>de</strong> las dos suyas. Por momentos,<br />

yo no sabía <strong>de</strong> qué me estaba hablando; me quedaba escuchando<br />

el sonido <strong>de</strong> su hermosa voz y me olvidaba <strong>de</strong> prestar atención.<br />

Sin embargo, escuché claramente cuando me dijo:<br />

—¿Sabés una cosa? —Me gustas más así, cuando sos como sos.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

26.<br />

Trabajé todo el fin <strong>de</strong> semana eligiendo capítulos, puliéndolos, or<strong>de</strong>nándolos.<br />

Decidí que el libro empezaría abruptamente para que<br />

fuera como una explosión, una sorpresa.<br />

Primero, el aviso; <strong>de</strong>spués la carta y a partir <strong>de</strong> ahí, todo lo <strong>de</strong>más.<br />

Era la primera vez que pulía lo que había escrito.<br />

—¿Estás escribiendo un libro?— me había preguntado Juan.<br />

—¿Libro? —le contesté, incrédula.<br />

—Vamos, no me digas que esos no son manuscritos (otra palabra<br />

hermosa) Por algo los escondés cuando aparece alguien.<br />

Así que libro… ni confesiones, ni diario, ni catarsis… libro. Y era<br />

Juan quien lo <strong>de</strong>cía, no yo.<br />

–Y vos… —no sabía cómo pedírselo— ¿no querrías…?<br />

–Sí. —me contestó. No hizo falta ter<strong>mi</strong>nar la frase, él supo enseguida<br />

que yo quería que lo leyera.<br />

Era para Juan que lo pulía. Descubrí que pulir era muy diferente<br />

<strong>de</strong> escribir, más aburrido y por momentos más difícil. Había tantas<br />

cosas para tener en cuenta, que esto, que lo otro, que lo <strong>de</strong> más<br />

allá…<br />

<strong>Te</strong>r<strong>mi</strong>né agotada, a las once <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong>l do<strong>mi</strong>ngo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

que los chicos volvieran <strong>de</strong> pasar el fin <strong>de</strong> semana con el padre. Por<br />

suerte, ya habían co<strong>mi</strong>do, sólo faltaba la rutina <strong>de</strong> ir a la cama, que no<br />

85


86<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

era menor por cierto, pero mejor así; no me hubieran quedado fuerzas<br />

para hervir unos fi<strong>de</strong>os, por más finitos que fueran.<br />

Cuando logré que por lo menos se fueran cada uno a su cuarto, le<br />

di una leída a todo. Estaba exhausta, excitada, espectante. Había pasado<br />

tan rápido ese fin <strong>de</strong> semana, que solía ser tan triste porque no<br />

tenía que ir a trabajar y <strong>mi</strong> casa se volvía silenciosa sin los chicos. Por<br />

no quedarme en casa iba un rato al club, iba sola, y se me daba por<br />

pensar en las cosas que más me dolían y por hacerme preguntas sin<br />

encontrar las respuestas.<br />

Ese lunes llegó rápido. Cuando lo vi a Juan, le di con un poco <strong>de</strong><br />

temor la carpeta que había preparado para él. Después, tuve <strong>mi</strong>edo.<br />

Juan <strong>de</strong>bía ser terrible en esos casos, pensé. A<strong>de</strong>más, su manera <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cir lo que pensaba, sin vueltas, siempre me hacía tambalear. ¿Y si<br />

me <strong>de</strong>cía que era una porquería? No me iba a importar, yo iba a seguir<br />

escribiendo <strong>de</strong> todos modos. ¿Cómo que no me iba a importar?<br />

Sí que me importaba.<br />

En cuanto se la di, empezó a leer. Yo lo <strong>mi</strong>raba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>mi</strong> escritorio<br />

<strong>mi</strong>entras él leía. De tanto en tanto se reía, o se pasaba la mano por<br />

los bigotes, alisándolos.<br />

La impaciencia no me <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> impacientar, hasta que no pu<strong>de</strong><br />

más. Dije que salía a comprar galletitas y, llevándome por <strong>de</strong>lante las<br />

palomas, crucé la plaza Lavalle a toda velocidad en dirección a un<br />

kiosko que quedaba <strong>de</strong>l otro lado, en lugar <strong>de</strong>l que teníamos a dos<br />

pasos <strong>de</strong> la agencia. Después me llevé las galletitas a dar una vuelta a<br />

la manzana, porque no me atrevía a volver.<br />

Juan me entregó la carpeta sin <strong>de</strong>cir nada. Yo no le pregunté, porque<br />

no sabía que quería <strong>de</strong>cir que me la <strong>de</strong>volviera y no quería enterarme,<br />

tampoco. Prendió un cigarrillo y se <strong>de</strong>moró dándole la primera<br />

pitada; estoy segura que para causar efecto. Por fin dijo que estaba<br />

bien:<br />

—Está bien, está bien.<br />

—¡Qué alivio! Pensé que me ibas a <strong>de</strong>cir que lo tirara a la basura.<br />

—Jamás le diría a nadie una cosa así.<br />

—¿Y qué le dirías entonces?


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—Algo así como que siguiera trabajando un año más por lo menos<br />

y que <strong>de</strong>spués, lo volviera a escribir.<br />

—¿En serio te pareció bueno, o lo <strong>de</strong>cís por…?<br />

—A esta altura vos me conocés: jamás digo las cosas por. <strong>Te</strong> digo<br />

que tenés un estilo y que no sé si sabrás, pero hay gente que no llega<br />

a tenerlo nunca. El estilo sale <strong>de</strong> las tripas, es inevitable, no se pue<strong>de</strong><br />

fabricar.<br />

Lo que te falta es darte cuenta dón<strong>de</strong> está tu estilo y dón<strong>de</strong> no.<br />

Aquí por ejemplo, esta frase es muy rebuscada.<br />

—Justo era <strong>mi</strong> mejor frase. ¡Me había parecido tan literaria!<br />

—La veo antigua —me contestó y usando uno <strong>de</strong> sus más hermosos<br />

tonos graves, me dijo:<br />

–Esta otra, ésta y sobre todo ésta, (iba marcando los párrafos con<br />

el <strong>de</strong>do), aquí está tu estilo.<br />

No dijo nada más. Me <strong>de</strong>volvió la carpeta y se puso a leer el diario.<br />

Me quedé pensando en que las frases que él había marcado eran<br />

las que me habían surgido más espontáneamente. Había sentido que<br />

se me imponían, que nacían en mí con tanta fuerza que no me atrevía<br />

a cambiarles nada.<br />

Ya tenía un ca<strong>mi</strong>no seguro por don<strong>de</strong> seguir. Puse una hoja en la<br />

máquina y empecé <strong>de</strong> nuevo, a escribirlo todo otra vez. A escribir <strong>mi</strong><br />

verda<strong>de</strong>ro libro.<br />

87


88<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

27.<br />

Salí <strong>de</strong> la agencia sintiéndome feliz. Feliz porque el día era lindo,<br />

feliz porque había sol, feliz porque yo respiraba, porque existía, en<br />

fin. La tristeza iba quedando atrás, aunque no <strong>de</strong>masiado atrás todavía.<br />

No me di vuelta por las dudas, no fuera cosa que me siguiera <strong>de</strong>masiado<br />

<strong>de</strong> cerca.<br />

Había dos colectivos parados en el semáforo y los dos me servían<br />

para ir a <strong>mi</strong> casa. Uno iba por Santa Fe y el otro por Las Heras. Titubée<br />

un momento; qué problema que es esta vida, siempre hay que<br />

estar eligiendo.<br />

Decidí subir al que iba por Santa Fe, pero como estaba muy lleno,<br />

subí al otro. Una vez arriba me acordé que me convenía más ir por<br />

Santa Fe para ir a comprar <strong>de</strong> pasada algunas cosas y bajé corriendo.<br />

En eso estaba, cuando un tipo sacó la cabeza por la ventanilla <strong>de</strong><br />

su auto y me dijo:<br />

—¿Para qué dudar tanto, si yo te puedo llevar?<br />

Me dio risa la ocurrencia, porque pensándolo bien, su razón tenía,<br />

pero no. Porque… qué va a <strong>de</strong>cir y quién será y habría que ver si tiene<br />

certificado <strong>de</strong> vacuna. Y subí al colectivo.<br />

Cuando bajé, cerca <strong>de</strong> casa, me encontré otra vez con el auto y por<br />

supuesto, con el tipo a<strong>de</strong>ntro.<br />

—¿Qué hacés acá? —le pregunté.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—¿No ves que te estoy siguiendo? Me contestó y yo me reí.<br />

Crucé la calle y apenas ca<strong>mi</strong>né media cuadra, cuando sentí que alguien<br />

ja<strong>de</strong>aba al lado mío:<br />

—¡Caramba, qué ligero ca<strong>mi</strong>nás! —Otra vez el tipo. No le contesté.<br />

—Fijate cuántas cosas que estoy haciendo por causa tuya —me dijo<br />

—Podrías ser más amable con<strong>mi</strong>go.<br />

—Yo en ningún momento <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> ser amable contigo. —me hice la<br />

tonta.<br />

–Vamos, vos entendés lo que te quiero <strong>de</strong>cir —él se dio cuenta.<br />

Llegamos al negocio y entré. Tardé bastante, porque siempre que<br />

voy a comprar alguna cosilla, ter<strong>mi</strong>no comprando un montón <strong>de</strong> otras,<br />

generalmente hasta don<strong>de</strong> me alcanza la plata que llevo.<br />

Pedí una caja para poner la compra y cuando salí, el buen hombre<br />

todavía me estaba esperando, dispuesto a cargar con la caja y todo.<br />

Me puse seria. Le dije que vivía por ahí cerca y que no quería que<br />

me acompañase. El también se puso serio; me dijo que no me quería<br />

causar problemas, pero que creía que bien podía darle una oportunidad<br />

<strong>de</strong> volver a verme, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todos los esfuerzos que había<br />

hecho por mí.<br />

Me pareció justo lo que <strong>de</strong>cía. Había hecho bastantes méritos, pero<br />

caramba, ¿cómo iba a yo a subir en el auto <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sconocido, por<br />

buen mozo que fuese? Eso venía a ser un levante, ¿no? Pero me daba<br />

no sé que mandarlo a pasear, tan amable, pobre, y a<strong>de</strong>más rubio, flaco,<br />

alto y tan prolijo.<br />

Salí <strong>de</strong>l paso como pu<strong>de</strong> y tanto como para no <strong>de</strong>fraudarlo le dije:<br />

—Todos los días tomo el colectivo a la <strong>mi</strong>sma hora.<br />

Me fui apurada. Los chicos me esperaban para comer y a<strong>de</strong>más,<br />

yo tenía hambre.<br />

Al día siguiente, cuando salí <strong>de</strong> la agencia ya me había olvidado totalmente<br />

<strong>de</strong>l tipo. Pero cuando llegué a la esquina, lo recordé <strong>de</strong> golpe.<br />

Allí estaba, esperándome. ¡Qué susto, Dios mío! Y ahora… ¿qué<br />

hago? Traté <strong>de</strong> pensar en algo y como siempre pasa, pensé en cualquier<br />

cosa, menos la que precisaba en ese momento <strong>de</strong> apuro. Me<br />

acordé <strong>de</strong> aquella vez, unos cuatro años antes cuando al cruzar la calle,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>jado a Andrea en el jardín, me había dado<br />

89


90<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

cuenta que se me había bajado el cierre <strong>de</strong>l pantalón. Me paré <strong>de</strong> golpe<br />

en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> la calle, olvidándome que las calles también son para<br />

que la usen los autos y subí el cierre.<br />

Un auto frenó <strong>de</strong> golpe, <strong>de</strong>bido a <strong>mi</strong> repentino ataque <strong>de</strong> pudor.<br />

Cuando oí el chirrido <strong>de</strong> los frenos, <strong>mi</strong>ré al conductor con cara <strong>de</strong><br />

qué tonta que soy, disculpe, pero nací así, no es una cuestión personal<br />

con usted. Me preparé para el insulto, que bien merecido lo tenía,<br />

pero resultó que en lugar <strong>de</strong>l insulto, el hombre que manejaba se<br />

rió y yo con él, aliviada.<br />

Y era un tipo… qué tipo, Dios mío, Un Richard Gere pero todavía<br />

mejor, más joven y sin humos con eso <strong>de</strong> ser actor. Una sonrisa<br />

llena <strong>de</strong> dientes, todos blancos.<br />

El esperó a que cruzara y yo, todavía sonriendo, subí a <strong>mi</strong> auto. Al<br />

llegar a la esquina, me <strong>de</strong>tuve en el semáforo. Richard puso el auto a<br />

la par <strong>de</strong>l mío, y con una voz… una voz <strong>de</strong> auténtico terciopelo veneciano,<br />

me dijo:<br />

—¿Tomarías un café con<strong>mi</strong>go?<br />

—No.<br />

—¿Por qué no?<br />

—Porque no.<br />

—¿Lo <strong>de</strong>cís en serio, o para que yo insista?<br />

—Es <strong>de</strong> verdad.<br />

Era pura mentira. Me moría <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong> ir a tomar un café con él,<br />

un inocente y puro café <strong>de</strong> Brasil, pero esas cosas no hacen las señoras<br />

casadas, porque están penadas por la moral, las buenas costumbres<br />

y el Código <strong>de</strong> Navegación por los ríos interiores.<br />

–Entonces, me voy. Chau, que estés bien.<br />

Chau y me fui a casa a estudiar, pero no estudié nada. Y por no<br />

ser un poquitín infiel, había cometido una infi<strong>de</strong>lidad mayor: nunca<br />

me pu<strong>de</strong> olvidar <strong>de</strong> él, y nunca había cesado <strong>de</strong> arrepentirme <strong>de</strong> no<br />

haber dicho que sí.<br />

Pero eso pertenecía a <strong>mi</strong> vida anterior, cuando yo era una señora<br />

casada. Ahora estaba separada y ca<strong>mi</strong>nando hacia un pobre tipo que<br />

me estaba esperando, pura y exclusivamente porque yo le había dicho<br />

que viniera, pensando en que él no iba a aparecer.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

28.<br />

No me quedaba más remedio que afrontar la situación y ca<strong>mi</strong>nar<br />

a su lado.<br />

Hicimos una cuadra y yo no podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pensar. ¿Y si salía alguien<br />

<strong>de</strong> la agencia y me veía? No, por ese lado no había <strong>de</strong>masiado<br />

peligro, yo era la única que se iba al mediodía. No, ahora que lo pienso,<br />

la única no, estaba Miguel, pero había salido antes que yo; a esas<br />

alturas andaría por la estación Lima <strong>de</strong>l subte.<br />

Se presentó, muy formal: Néstor, y me dio la mano. Elena, le mentí,<br />

en un intento <strong>de</strong> cuidarme, aunque no sabía muy bien <strong>de</strong> qué. Le<br />

dije que tenía apenas una hora para entrar en <strong>mi</strong> trabajo <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>,<br />

como un modo <strong>de</strong> hacerle ver que el encuentro duraría poco.<br />

Me dijo que nos alcanzaría para ir a comer algo, ca<strong>mi</strong>namos algunas<br />

cuadras más, y entramos en un restaurant.<br />

Después, como pronto supe suce<strong>de</strong> cuando dos personas, mejor dicho<br />

un hombre y una mujer se encuentran por primera vez, empezamos<br />

a darnos a conocer; algo así como una advertencia <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rá que<br />

yo soy así, me gustan tales y cuales cosas, andá teniéndolas en cuenta,<br />

para que sepas a qué atenerte.<br />

Néstor se auto<strong>de</strong>finió como “chapado a la antigua”. Que las mujeres,<br />

según él, no tenían que tomar la iniciativa, porque le gustaba sentir<br />

que el macho era él.<br />

91


92<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—Claro que la mujer hace su parte. Sin eso… la cosa no va. Si vos<br />

no te hubieras sonreído la primera vez, no te seguía. Pero hasta ahí<br />

no más. Lo <strong>de</strong>más, me gusta que corra por <strong>mi</strong> cuenta.<br />

Sin querer, yo había hecho justo lo que a Néstor le gustaba, qué<br />

mala pata la mía. Ya no me parecía tan buen mozo, tal vez se afeó por<br />

lo <strong>de</strong>l machismo. Después, empezó a hablar <strong>de</strong> su trabajo. Según él,<br />

“ganaba buena plata”. <strong>Te</strong>nía varias casas <strong>de</strong> fotocopias, pero que yo<br />

no me creyera que eran esas comunes, que hay que matarse para hacer<br />

un mango. De puro atenta, le pregunté en qué eran diferentes, y<br />

me empezó a explicar y explicar, y yo no entendía nada <strong>de</strong> lo que me<br />

explicaba, ni tampoco me interesaba que lo aclarara. Lo último que<br />

escuché, en medio <strong>de</strong> <strong>mi</strong> distracción, era que los arquitectos <strong>de</strong>pendían<br />

<strong>de</strong> él, y me pareció más bien exagerado.<br />

Después me preguntó en qué trabajaba yo y <strong>mi</strong>entras le hablaba<br />

<strong>de</strong> la agencia, todo anduvo bien. Pero cuando oyó la palabra psicología<br />

me interrumpió.<br />

—Yo, en la psicología, no creo.<br />

—Yo, en la odontología, tampoco —tuve ganas <strong>de</strong> contestarle, pero<br />

me contuve, <strong>mi</strong>entras empezaba a darme cuenta por qué hubiera sido<br />

peligroso subir al auto <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sconocido: podía empezar a darte cátedra<br />

<strong>de</strong> psicología.<br />

Me preparé para lo que vendría. No era la primera vez que me hablaban<br />

<strong>de</strong> la psicología como <strong>de</strong> una religión, en la que se cree, o no<br />

se cree. Lo que diría <strong>de</strong>spués sería algo así como que sus problemas<br />

se los arreglaba solo, cosa enco<strong>mi</strong>able, si las hay. Salvo en el caso <strong>de</strong><br />

que te lo digan con cara <strong>de</strong> asco, lo cual quiere <strong>de</strong>cir que una es una<br />

infeliz, que no sabe hacer lo <strong>mi</strong>smo. No tardó en llegar a eso:<br />

–Yo pienso que en el hombre hay reservas suficientes como para<br />

resolver los propios problemas. Sin ir más lejos, yo, (acentuando el<br />

aire <strong>de</strong> suficiencia) me analizo solo.<br />

Néstor parecía esperar que me <strong>de</strong>smayara <strong>de</strong> ad<strong>mi</strong>ración por su entereza<br />

y sentido común; en cambio yo a esa altura estaba podrida <strong>de</strong><br />

su arenga y <strong>de</strong> que co<strong>mi</strong>era la ensalada directamente <strong>de</strong> la ensala<strong>de</strong>ra,<br />

cosa fea, sí señor, muy fea.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Tanto como para no traicionar <strong>mi</strong>s principios le dije, sin entusiasmo<br />

alguno:<br />

—Bueno, a mí me parece importante resolver los problemas uno<br />

<strong>mi</strong>smo, pero si se pue<strong>de</strong> contar con alguien que te ayu<strong>de</strong>, las cosas<br />

pue<strong>de</strong>n volverse más fáciles.<br />

Mejor no se me hubiera ocurrido hablar <strong>de</strong> facilidad. La reacción<br />

fue instantánea.<br />

—Ah, claro, los psicólogos la van por el ca<strong>mi</strong>no fácil.<br />

Era como si me estuviera diciendo:<br />

—Lo lindo, pero lo lindo, es sufrir como un loco.<br />

No dije más nada. Repasé lo que me había dicho: úlcera <strong>de</strong> estómago,<br />

cuarenta años, soltero, una sola pareja estable que le duró siete<br />

meses, profesional <strong>de</strong>l levante y, por lo que se veía, gran fumador.<br />

No parecía que arreglarse solo le sirviera <strong>de</strong> mucho.<br />

Por suerte, la bronca no le impidió cumplir su promesa <strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>nar<br />

el almuerzo para que llegara a tiempo a lo <strong>de</strong> Omar, y hasta sacrificó<br />

el postre para cumplirla. Me pidió el número <strong>de</strong> teléfono, y le<br />

propuse en cambio que me diera el suyo, que yo lo llamaría. Los dos<br />

sabíamos que no nos volveríamos a ver, pero teníamos que cumplir<br />

con el ritual. Me dio la mano y se fue.<br />

¡Dios, qué estaba haciendo! Encontrándome con un <strong>de</strong>sconocido.<br />

Si bien era una experiencia que me había faltado hacer, no había<br />

perdido gran cosa. No parecía algo tan tremendo. Tal vez lo tremendo<br />

era <strong>de</strong>scubrir que había una clase <strong>de</strong> hombre que vive buscando<br />

vaya a saber a qué mujer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el auto, y al parecer, nunca la encuentra,<br />

porque sigue estando solo.<br />

Hubiera tenido ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle, <strong>de</strong>já el auto, Néstor, que lo único<br />

que podés encontrar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el auto es una compañera <strong>de</strong> paso. Pero<br />

Néstor no me hubiera escuchado. Después <strong>de</strong> todo, ¿qué era yo para<br />

él? Nada más que una mujer.<br />

93


94<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

29.<br />

Tres veces había ido, o al menos había pensado en ir a sacar el pasaje<br />

<strong>de</strong> vuelta. Por una u otra razón, no lo había hecho. ¿Y si volvía<br />

en avión? Entonces, era ese el motivo <strong>de</strong> tantas postergaciones. Lo<br />

que realmente quería era volver en avión.<br />

No. Siempre me digo primero que no. Pero por qué, me preguntaba.<br />

Porque es peligroso, porque es caro, porque tengo <strong>mi</strong>edo…No;<br />

porque a Fernando no le habría gustado. O ni siquiera eso. No porque<br />

no. Porque todo está prohibido. No, no, no.<br />

Averigüé cuanto costaba y por lo caro no era. Me senté un rato<br />

<strong>mi</strong>rando el mar, para pensar. No hacía mucho que había <strong>de</strong>scubierto<br />

que, cuando no sabía lo que quería, si me daba un poco <strong>de</strong> tiempo,<br />

por fin me enteraba. Esa vez no necesité <strong>de</strong>masiado tiempo<br />

para darme cuenta que lo que pasaba era que no, porque tenía muchas<br />

ganas <strong>de</strong> hacerlo; no, porque había en <strong>mi</strong> vida una larga historia<br />

<strong>de</strong> noes.<br />

Así que saqué el pasaje.<br />

Cuando subí al ómnibus para ir al aeropuerto, quedaba un solo<br />

asiento vacío, justo al lado <strong>de</strong> un hombre rubio, con jeans y una ca<strong>mi</strong>sa<br />

celeste abierta, por don<strong>de</strong> se asomaban los pelitos rubios también.<br />

Me <strong>de</strong>silusionó enseguida, porque abrió un paquete <strong>de</strong> chicles y,<br />

elemental Watson, tendría que haberme convidado, pero no. Miró


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

por la ventanilla todo el tiempo hasta que oscureció y el ómnibus<br />

<strong>de</strong>jó el mar atrás.<br />

Finalmente me olvidé <strong>de</strong>l tipo. Lo di por perdido y me <strong>de</strong>diqué a<br />

lamentarme para <strong>mi</strong>s a<strong>de</strong>ntros por el retraso <strong>de</strong>l avión. Ya no aterrizaría<br />

en Buenos Aires al anochecer, como me hubiera gustado, sino<br />

en plena noche.<br />

Cuando el ómnibus llegó al aeropuerto, <strong>mi</strong> vecino, sin previo aviso,<br />

bajó <strong>de</strong> la luna y me preguntó si yo sabía a qué hora iba a salir el<br />

avión. Me sorprendió. No pensaba que sabía hablar. Pero sabía, tan<br />

bien como sabía, seguramente que yo, lo <strong>mi</strong>smo que él, no podía tener<br />

la más pálida i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la hora <strong>de</strong> salida.<br />

Bajamos <strong>de</strong>l ómnibus y se puso a <strong>mi</strong> lado. Inexplicablemente, me<br />

pareció lo más natural <strong>de</strong>l mundo. No sé si fue él que acomodó sus<br />

pasos a los míos, o yo a los <strong>de</strong> él, pero llegamos juntos al mostrador,<br />

don<strong>de</strong> una azafata me preguntó qué asiento prefería. Me hice la displicente<br />

y le dije:<br />

—Me da lo <strong>mi</strong>smo—<strong>mi</strong>entras mal<strong>de</strong>cía por <strong>de</strong>ntro por no haber pedido<br />

un asiento al lado <strong>de</strong> la ventanilla, por pedante.<br />

El le dijo enseguida a la chica, también con displicencia:<br />

—A mí, al lado <strong>de</strong> la señora —y me <strong>mi</strong>ró con unos diáfanos ojos celestes,<br />

y una sonrisa que combinaba muy bien con los ojos y me dijo:<br />

—Así po<strong>de</strong>mos conversar.<br />

Se veía que era un experto; con toda naturalidad agarró <strong>mi</strong> ticket<br />

y el suyo, y los puso juntos en el bolsillo <strong>de</strong> su ca<strong>mi</strong>sa.<br />

Yo me preguntaba qué diablos le habría pasado para resucitar <strong>de</strong><br />

golpe. Me invitó a tomar un café, que fueron dos, tres y no tomamos<br />

más no porque no tuviéramos tiempo, sino porque no tuvimos<br />

ganas. El retraso siguió y nosotros hablamos mucho, pero nos dijimos<br />

poco.<br />

Subimos al avión y cuando empezó a ganar altura tuve mucho <strong>mi</strong>edo.<br />

Me faltaba el beso y la mano que Fernando me hubiera dado al<br />

<strong>de</strong>spegar.<br />

—<strong>Te</strong>nés <strong>mi</strong>edo. Dame la mano —Me dijo Marcelo y no esperó a que<br />

yo se la diera. Sentí tanto y tanto el contacto <strong>de</strong> su mano, que me pareció<br />

que me mareaba. Esta vez era yo la que había resucitado <strong>de</strong> gol-<br />

95


96<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

pe y me asusté. ¿Había sentido algo así alguna vez? No me acordaba.<br />

Debía <strong>de</strong> haber sido hacía muchísimo tiempo.<br />

Retiré la mano y sintiéndome irre<strong>mi</strong>siblemente estúpida le dije:<br />

—Me da más <strong>mi</strong>edo tu mano que el avión.<br />

Y era verdad. Por suerte, Marcelo no prestó <strong>de</strong>masiada atención a<br />

lo que yo le <strong>de</strong>cía, o a lo mejor lo tomó como una broma.<br />

El viaje fue muy corto y entonces sí, hablamos <strong>de</strong> verdad. El me<br />

contó <strong>de</strong> su separación, que nunca ter<strong>mi</strong>naba <strong>de</strong> resolver <strong>de</strong>l todo y yo<br />

le hablé <strong>de</strong> la mía, que era tan nueva como para que necesitara pensar<br />

si Fernando aprobaría o no <strong>mi</strong> viaje, o que todavía corría a preguntarle<br />

si tenía que aceptar un trabajo o no. Lo que no le dije pero pensé<br />

que era tan nueva, que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir que había hombres en<br />

el mundo y que podía sentir cosas cuando me tocaban.<br />

Cuando llegamos, los chicos me estaban esperando con <strong>mi</strong> hermano<br />

en el Aeroparque. Marcelo, pru<strong>de</strong>ntemente, se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> mí<br />

cuando recogimos el equipaje. Quiso darme una tarjeta, pero por más<br />

que buscó en todos los bolsillos, no encontró ninguna. Fue para él un<br />

estúpido imprevisto, que le hizo per<strong>de</strong>r el aire seguro y conquistador<br />

que lo había acompañado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que había resucitado.<br />

Me preguntó <strong>mi</strong> número <strong>de</strong> teléfono, y le dije que prefería no dárselo.<br />

Buscó una lapicera, pero tampoco la encontró. Se rehizo un poco<br />

y volviendo a confiar en su encanto me pidió con aire hu<strong>mi</strong>l<strong>de</strong>:<br />

—Llamame vos, por favor. Mi número es fácil.<br />

Me lo dijo y era fácil. El problema era que jamás me acuerdo <strong>de</strong><br />

ningún número <strong>de</strong> teléfono y a veces hasta me olvido <strong>de</strong>l mío. Por<br />

eso, cuando Marcelo se fue, lo escribí en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l diario que me<br />

habían dado en el avión. Porque yo, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> tarjetas, siempre tengo<br />

una lapicera en la cartera.<br />

Lo que no sabía era si iba a tener coraje para llamarlo, porque cuando<br />

vio llegar la madrugada, Inés interrumpió la narración y discreta,<br />

se calló.


Querida Irene:<br />

<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

30.<br />

Qué bueno que estés contenta y <strong>de</strong>scansando Creo que este año trabajaste mucho<br />

<strong>de</strong> psicóloga, esposa, mamá y muchas otras cosas también. Por los kilos <strong>de</strong><br />

más, en cualquier lugar que se <strong>de</strong>positen, no te preocupes <strong>de</strong>masiado. Cuando<br />

estés <strong>de</strong> vuelta, con todo ese montón <strong>de</strong> pacientes que te esperan para contarte sus<br />

cuitas y el trajín con los chicos volviendo a la escuela, vas a a<strong>de</strong>lgazar enseguida.<br />

¡Ay, a<strong>mi</strong>ga <strong>de</strong>l alma! <strong>Te</strong> extraño. De repente hay cosas que tendría ganas <strong>de</strong><br />

contarte, que necesito que sean tus orejas y no otras la que quiero que me escuchen,<br />

pero no estás. No me hagas caso. Estoy un poco mustia hoy. De vez en<br />

cuando me da por la tristeza y no puedo disfrutar bien <strong>de</strong> todas las cosas buenas<br />

que me pasan, como <strong>mi</strong> trabajo en la agencia en que cada día me siento<br />

mejor, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> pelearme con Juan, ese compañero que te conté. O<br />

como <strong>mi</strong> libro, que te cuento que Juan lo leyó y me dijo que tenía estilo, y que<br />

eso no cualquiera y entonces empecé a escribir y escribir y <strong>mi</strong> libro crece día a<br />

día como la panza <strong>de</strong> una embarazada. O como <strong>mi</strong> trabajo con Omar, que<br />

me gusta mucho.<br />

A<strong>de</strong>más, ¿Sabías que parece que una se vuelve muy atractiva, por el sólo<br />

hecho <strong>de</strong> estar sola? <strong>Te</strong>ndrías que haber visto a los policías ca<strong>mi</strong>neros, explicándome<br />

todos a un tiempo don<strong>de</strong> quedaba la parada <strong>de</strong> ómnibus para ir a<br />

la playa <strong>de</strong> las Grutas. Claro que algo <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber contribuido <strong>mi</strong> túnica<br />

97


98<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

larga, y <strong>mi</strong> sombrero <strong>de</strong> cuero <strong>de</strong>l Senegal, una <strong>de</strong> las últimas compras para<br />

<strong>mi</strong>tigar <strong>mi</strong> <strong>de</strong>presión.<br />

Ni siquiera tuve que volver sola al hotel, sino en el auto <strong>de</strong> una pareja a<br />

quienes uno <strong>de</strong> los policías paró para que me llevara, maldito sea, casi me tiro<br />

por la ventanilla, porque iban a toda velocidad.<br />

Es que me fui a Punta <strong>de</strong>l Este sola el fin <strong>de</strong> semana pasado. A nadar a las<br />

ocho <strong>de</strong> la mañana, con la playa toda para mí, a ca<strong>mi</strong>nar al atar<strong>de</strong>cer por la<br />

orilla <strong>de</strong>l mar, a charlar con un arquitecto en el viaje <strong>de</strong> ida, y oh coinci<strong>de</strong>ncia,<br />

con otro a la vuelta, y algunas cosas más que ya te contaré.<br />

Mis chicos crecen, fuertes y robustos, a pesar <strong>de</strong> los problemas y dolores <strong>de</strong><br />

cabeza que le dan sus padres. Imaginate lo gran<strong>de</strong> que está Alfonso, que se fue<br />

<strong>de</strong> casa a visitar a su noviecita, porque la extrañaba. Con su valija, sus catorce<br />

años, y un poco <strong>de</strong> plata que se llevó. Nosotros no le habíamos dado per<strong>mi</strong>so,<br />

por supuesto, como te imaginarás.<br />

Cuando nos enteramos, Fernando viajó a Mar <strong>de</strong>l Plata para buscarlo, y<br />

estuvo bien, porque le dijo que tenía razón, que no habíamos sabido compren<strong>de</strong>r<br />

su necesidad <strong>de</strong> ir a ver a María, pero que pensara que él no había hecho<br />

otra cosa que escaparse, en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirnos lo mucho que necesitaba verla.<br />

El tema es que se volvieron los dos a Buenos Aires, y la historia ter<strong>mi</strong>nó<br />

con Alfonso aterrizando en Aeroparque sentado al lado <strong>de</strong>l piloto, a pedido<br />

<strong>de</strong>l padre. “El obelisco se veía así <strong>de</strong> chiquitito” fue lo primero que me dijo<br />

cuando me vio.<br />

No se te ocurra <strong>de</strong>círselo, pero yo estoy orgullosa <strong>de</strong> él, porque se enamoró,<br />

porque Mar <strong>de</strong>l Plata queda lejos, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, todavía es un chico.<br />

De <strong>mi</strong>s momentos tristes, <strong>de</strong> que no puedo dor<strong>mi</strong>r, <strong>de</strong> <strong>mi</strong> falta <strong>de</strong> ganas <strong>de</strong><br />

comer, prefiero no contarte <strong>de</strong>masiado, sos capaz <strong>de</strong> lagrimear y todo. Pero no<br />

te aflijas; las cosas son menos terribles <strong>de</strong> lo que yo esperaba. Y no comer es una<br />

ventaja. Una se vuelve flaca.<br />

Esta carta resultó un poco larga, quería ponerte al día. Por favor no vuelvas<br />

a preocuparte si no te escribo, porque, como dice el refrán no news, good<br />

news. Un beso, Inés.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

31.<br />

Omar no estaba. Había <strong>de</strong>jado la puerta <strong>de</strong> su consultorio entreabierta<br />

y yo tuve ganas <strong>de</strong> verlo mejor. Había estado allí varias veces,<br />

pero algún momento apenas, y siempre en presencia <strong>de</strong> Omar.<br />

¡Cuántos libros! En inglés, en francés, en alemán y por supuesto<br />

en español. Varias ediciones <strong>de</strong> Freud y también libros <strong>de</strong> arte, <strong>de</strong> <strong>mi</strong>tología,<br />

<strong>de</strong> medicina. Una figura <strong>de</strong> cerá<strong>mi</strong>ca con una puntita rota y<br />

unida con cinta adhesiva. Busqué cemento y la pegué. Leí el título<br />

<strong>de</strong> algunos libros.<br />

Después me senté, atrevida, en su sillón. Miré el diván vacío y pensé<br />

en las <strong>mi</strong>les <strong>de</strong> palabras que habían sido dichas en esa habitación.<br />

En las penas, los sufri<strong>mi</strong>entos y los logros que habrían pasado por allí.<br />

Pensé en mí <strong>mi</strong>sma, en que algún día estaría sentada en un sillón, <strong>mi</strong>rando<br />

a <strong>mi</strong> paciente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la arista <strong>de</strong> su nariz, escuchándolo <strong>de</strong>cir y<br />

no <strong>de</strong>cir, hablar, callar, tratando <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r sus palabras y sus silencios<br />

y <strong>de</strong> sentir y vibrar con él.<br />

Había una fotografía <strong>de</strong> Omar recibiendo un diploma. Omar, que<br />

me había enseñado a leer a Freud por primera vez. Después <strong>de</strong> dos<br />

años <strong>de</strong> Facultad, cansada ya <strong>de</strong> estadística, lógica, inglés y un montón<br />

<strong>de</strong> cosas más, que al parecer poco o nada tenían que ver con lo<br />

que a mí realmente me interesaba. Omar me había enseñado que era<br />

difícil leer a Freud, que el psicoanálisis se olvida una y otra vez, por-<br />

99


100<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

que no es fácil meterse con la sexualidad, ni la propia ni la ajena. No<br />

quedaba otro ca<strong>mi</strong>no que estudiar y estudiar.<br />

Me había enseñado también un modo <strong>de</strong> vivir, comprendiendo en<br />

lugar <strong>de</strong> juzgar. Compren<strong>de</strong>r en lugar <strong>de</strong> juzgar… Y yo iba teniendo<br />

cada vez más paciencia con<strong>mi</strong>go y con los <strong>de</strong>más. Ni ellos ni yo hacemos<br />

lo que queremos, sino apenas lo que po<strong>de</strong>mos.<br />

Estaba tan absorbida por todo eso, que no lo oí llegar. Cuando lo<br />

vi me levanté enseguida <strong>de</strong> su sillón, pero él me hizo un gesto para<br />

que me quedara don<strong>de</strong> estaba. Se sentó frente a su escritorio y sacó<br />

una carpeta <strong>de</strong> un cajón.<br />

–Estoy escribiendo un libro –me dijo. –Va a tener cinco tomos y<br />

éste es el primero. ¿Quisieras ayudarme con la redacción?<br />

Yo… ayudar a Omar…<br />

No me acuerdo cómo llegué a casa. Logré reaccionar recién al escuchar<br />

la voz <strong>de</strong> Andrea que corría hacia mí, contenta porque yo había<br />

llegado.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

32.<br />

Me reconoció enseguida. Qué alivio. Hubiera sido complicado explicarle<br />

que el viaje, que el avión y aun así podía ser que <strong>de</strong> todas maneras<br />

no me recordara: dos semanas me había costado llamar.<br />

Fuimos a comer y <strong>de</strong>spués a tomar un café. Me dijo muchas cosas,<br />

entre ellas que yo le daba paz. Tal vez era cierto, me sentía extraordinariamente<br />

calma.<br />

Me gustaba que me <strong>mi</strong>rara, que me contara <strong>de</strong> su trabajo, <strong>de</strong> su infancia,<br />

<strong>de</strong> los lugares don<strong>de</strong> había estado, sonriéndose <strong>de</strong> tanto en tanto,<br />

con ese montón <strong>de</strong> plieguecitos simpáticos junto a los ojos. Qué<br />

diferente era <strong>de</strong> Fernando, siempre tan callado. O quizás no siempre<br />

había sido así, sino en los últimos tiempos. Qué distinta me sentía<br />

yo con él.<br />

Se disculpó porque no me daba tiempo para que yo hablara. A mí<br />

no me importaba, siempre había hablando tanto, para llenar los silencios<br />

cada vez más largos <strong>de</strong> Fernando, que me parecía hermoso<br />

no hacer otra cosa que escuchar. <strong>Te</strong>nía ganas <strong>de</strong> saber sobre la vida<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, cómo se las arreglaban para vivir. Siempre había creído<br />

que había una sola manera <strong>de</strong> vivir, una sola verdad, una sola honra<strong>de</strong>z,<br />

una sola felicidad y estaba <strong>de</strong>scubriendo que entre el negro y<br />

el blanco cabían <strong>mi</strong>l matices <strong>de</strong> gris, y qué no <strong>de</strong>cir entre el azul y el<br />

rojo, el ver<strong>de</strong> y el amarillo.<br />

101


102<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Pasamos muchas horas juntos. Después <strong>de</strong>l café fuimos a bailar<br />

y por fin, a ver salir el sol sobre el río. Marcelo me besó. Empecé a<br />

temblar.<br />

–<strong>Te</strong>nés frío– me dijo, me dio su saco y me pasó un brazo por los<br />

hombros.<br />

No era frío, sin embargo. Era un <strong>de</strong>spertar. Yo estaba viva. Acababa<br />

<strong>de</strong> darme cuenta que no había muerto el día que Fernando se fue<br />

sino muchísimo antes y <strong>de</strong> a poquito.<br />

Empecé a llorar. Marcelo no sabía qué hacer con<strong>mi</strong>go. Me acariciaba<br />

la cara, me pedía una y otra vez que le contara qué me pasaba.<br />

Se lo conté. Le conté mucho más <strong>de</strong> lo que hubiera querido. Le<br />

conté que Fernando había sido <strong>mi</strong> primer amor, <strong>mi</strong> único amor. Que<br />

había ido perdiendo a su lado las ganas <strong>de</strong> vivir y la alegría, pero lo<br />

seguía queriendo, a pesar <strong>de</strong> todo. Quería pasar <strong>mi</strong> vida con él, pero<br />

eso ya no podía ser, porque él se había enamorado <strong>de</strong> una chica joven,<br />

tan joven como era yo cuando lo conocí.<br />

Me había casado para toda la vida y toda la vida ya había pasado.<br />

Y así, le conté una a una <strong>mi</strong>s frustraciones, todos <strong>mi</strong>s sueños, <strong>mi</strong>s <strong>mi</strong>edos,<br />

<strong>mi</strong> vida con Fernando y sin él, montones y montones <strong>de</strong> cosas.<br />

—Pobrecita, que vulnerable sos —me <strong>de</strong>cía Marcelo, y me abrazaba<br />

contra su pecho. Yo me sentía cada vez peor, no podía parar <strong>de</strong> llorar<br />

y <strong>de</strong> hablar y <strong>de</strong> pedirle que me perdonara por las dos cosas. Después<br />

<strong>de</strong> todo, él no tenía por qué hacerse cargo <strong>de</strong> todo eso.<br />

Por fin me calmé. Entonces Marcelo me secó los ojos con su pañuelo,<br />

me arregló el pelo con las manos y me llevó a tomar otro café.<br />

Me sentía avergonzada. Se lo dije.<br />

—Estás muy lastimada todavía– me contestó.<br />

Tal vez se preguntara por qué justo a él le tenía que tocar viajar en<br />

avión con una mujer toda lastimada, pero <strong>de</strong> puro gentil, no me lo<br />

dijo.<br />

Hacía rato que había amanecido cuando Marcelo me <strong>de</strong>jó en la<br />

puerta <strong>de</strong> <strong>mi</strong> casa. Los porteros <strong>de</strong> la cuadra lavaban, medio dor<strong>mi</strong>dos,<br />

la vereda.<br />

Me acosté vestida. No tenía ni sueño, ni hambre, ni frío, ni nada.<br />

Estaba absolutamente bien y serena. Sus ojos, su sonrisa llena <strong>de</strong> plie-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

guecitos, estaban con<strong>mi</strong>go todavía. Podía hasta creer que bastaba que<br />

extendiera un poco la mano, para encontrarlo al lado mío. Por las dudas,<br />

no lo hice. Sin embargo, algo había cambiado en mí. No era la<br />

<strong>mi</strong>sma ya.<br />

–Quiero preguntarte algo, Juan. Por favor, quiero que hagas <strong>de</strong> cuenta<br />

que no soy yo sino tu hija, que no sabe nada <strong>de</strong> la vida, la que te<br />

pregunta qué es estar enamorada.<br />

Juan se puso serio. Me sentí agra<strong>de</strong>cida porque no se burlaba <strong>de</strong><br />

mí, y porque hasta se tomó un momento para pensar.<br />

—<strong>Te</strong> diría que estar enamorado es pensar en alguien sin querer.<br />

—¿Y pue<strong>de</strong> ser posible que una se enamore <strong>de</strong> golpe?<br />

—Tal vez. <strong>Te</strong> diría que primero es un gustar, un gustar mucho, y que<br />

el amor viene <strong>de</strong>spués.<br />

Juan seguía callado y yo pensaba que Marcelo me gustaba mucho.<br />

Me había acordado <strong>de</strong> él varias veces, sin querer. A<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haberlo conocido, ya no lo había llamado a Fernando con un pretexto<br />

cualquiera, para oir un poco su voz.<br />

Juan siguió:<br />

—En realidad, uno no se enamora nunca <strong>de</strong> la <strong>mi</strong>sma manera. A<br />

veces es un empezar <strong>de</strong>spacio, como distraído, como sin darse cuenta.<br />

Otras veces, lo sabés <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento.<br />

Pasó la semana entera. Marcelo no me llamó. Hice un paquetito<br />

con <strong>mi</strong>s prejuicios y <strong>mi</strong> sentido común, le puse un lindo moño y lo<br />

tiré bien lejos. No me importó el orgullo, que hay que hacerse valer,<br />

que si no aparece es porque no quiere. Y lo llamé.<br />

Fuimos a cenar. Otra vez el bienestar, otra vez su sonrisa con plieguecitos.<br />

Pero algo no era igual. Marcelo se mostraba seductor, pero<br />

intranquilo.<br />

—Pensé <strong>de</strong>masiado en vos esta semana…– eso parecía ser un inconveniente<br />

y por las dudas no me alegré, menos mal.<br />

—…y yo tengo una vida <strong>de</strong>masiado complicada, Inés. No quiero<br />

complicármela más. Porque vos no sos una <strong>mi</strong>na para pasarla bien<br />

una noche y chau.<br />

Nunca pu<strong>de</strong> saber si yo me había enamorado <strong>de</strong> él.<br />

103


104<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

33.<br />

—Esto no es lo que te pedí, Inés.<br />

No podía creer lo que Omar me <strong>de</strong>cía; yo estaba segura que sí. Había<br />

trabajado horas y horas sobre el prólogo <strong>de</strong> su libro. Había buscado<br />

y vuelto a buscar la mejor forma, la palabra exacta, tratando <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cir lo <strong>mi</strong>smo que él había escrito, pero mejor.<br />

–Yo tengo un estilo, Inés. Creo que vos no me entendiste. Mi estilo<br />

es éste, y quiero que se conserve. Sé que tengo dificulta<strong>de</strong>s con el<br />

español, que no conozco nada <strong>de</strong> gramática, pero sé escribir, sin embargo.<br />

Este no es <strong>mi</strong> primer libro, vos lo sabés. <strong>Te</strong> pido que te preocupes<br />

solamente por los verbos, la ortografía, los puntos, las comas,<br />

pero que no me cambies nada.<br />

Me sentí muy abatida, como si allí se ter<strong>mi</strong>nase todo, aunque Omar<br />

me hubiese propuesto que lo volviera a intentar y me había entregado<br />

también el primer capítulo.<br />

Una vez más, no había podido enten<strong>de</strong>r que las cosas que se hacen<br />

entre dos suelen llevar tiempo para hacerse bien. Cualquiera sea<br />

la cosa <strong>de</strong> que se trate. No sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> había sacado yo esa i<strong>de</strong>a tan<br />

malsana y que tantos dolores <strong>de</strong> cabeza me había traído, <strong>de</strong> que todo<br />

hay que hacerlo perfecto: ser madre, coser un botón, hacer el amor.<br />

Todo perfecto, y al primer intento.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Volví a <strong>mi</strong> escritorio muy <strong>de</strong>salentada. Que Omar hubiese rechazado<br />

<strong>mi</strong> trabajo, era casi como si me hubiese rechazado a mí.<br />

Traté <strong>de</strong> hacer lo que me había pedido. Cada frase era una lucha<br />

tremenda entre lo que Omar llamaba su estilo y las reglas <strong>de</strong> la gramática.<br />

Si respetaba el estilo, se iba al diablo la redacción; si lo redactaba<br />

bien, chau con el estilo. Era una lucha a muerte, que pronto me había<br />

<strong>de</strong>jado agotada, a mí que ya casi lo estaba, por lo mucho que hacía.<br />

Escribir <strong>mi</strong> novela hasta muy tar<strong>de</strong> a la noche. Levantarme temprano,<br />

ir a la agencia, ocuparme <strong>de</strong> los chicos y la casa, <strong>de</strong> <strong>mi</strong> pena por<br />

Fernando y por mí, <strong>de</strong> reacomodar <strong>mi</strong> vida, <strong>de</strong> sentir cosas nuevas,<br />

<strong>de</strong> ver qué me pasaba en ese mundo don<strong>de</strong> había tantos hombres, algunos<br />

<strong>de</strong> los cuales podían ocupar <strong>mi</strong>s pensa<strong>mi</strong>entos.<br />

El ruido <strong>de</strong> la puerta me <strong>de</strong>spertó. Me había quedado dor<strong>mi</strong>da, con<br />

la frente apoyada sobre el teclado. Era Martha que me traía un café.<br />

—¿<strong>Te</strong> pasa algo?<br />

—No, Martha, gracias. Solamente estoy cansada.<br />

Y era verdad. Ese día, yo estaba cansada <strong>de</strong> vivir.<br />

105


106<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

34.<br />

El hall estaba oscuro. Alguien me preguntó qué quería y cuando<br />

le dije que buscaba a Juan, me dijo que estaba en la sala viendo el ensayo<br />

y que lo esperara afuera.<br />

Reparé entonces que otra gente también esperaba. Se oyó un tumulto<br />

y gritos: “Raúl, Raúl”. Primero creí que venían <strong>de</strong> la calle, porque<br />

también se escuchaba una sirena, pero finalmente me di cuenta<br />

que no tenía por qué temer: la sirena venía <strong>de</strong> la calle y se alejaba; los<br />

gritos en cambio llegaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sala.<br />

Me sentía incómoda. Me perturbaban los gritos, no conocía a nadie<br />

más que a Juan y él no estaba. Para acortar la espera y olvidar <strong>mi</strong><br />

incomodidad, saqué un papel cualquiera <strong>de</strong> <strong>mi</strong> cartera y me puse a<br />

escribir. Al principio no <strong>de</strong>masiado bien, como pasa siempre, y <strong>de</strong>spués<br />

con más seguridad.<br />

Levanté la vista. Una chica me estaba <strong>mi</strong>rando y me sentí importante.<br />

Tal vez ella se preguntaba qué era lo que escribía. Por suerte<br />

nunca sabré por qué me <strong>mi</strong>raba. A lo mejor le hacía acordar <strong>de</strong> una<br />

a<strong>mi</strong>ga con quien se peleó el año anterior, o estaba pensando que en<br />

su vida había visto a alguien tan idiota como yo, escribiendo en un<br />

papel arrugado y en la penumbra.<br />

Lo que pensaba no lo supe, pero lo que sí me prometí es que compraría<br />

una libreta como la gente para llevar en la cartera. Después <strong>de</strong>


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

todo, si estaba escribiendo una novela era una escritora, y todos los<br />

escritores llevan una libreta para anotar lo que se le ocurre. A lo mejor,<br />

algún día ven<strong>de</strong>rían esa libreta con <strong>mi</strong>s genialida<strong>de</strong>s, he aquí la<br />

primera libreta que se conoce <strong>de</strong>…<br />

Casi me disgustó que abrieran la sala y que nos dijeran que podíamos<br />

entrar. Justo estaba en lo mejor <strong>de</strong> la venta <strong>de</strong> <strong>mi</strong> libreta, cuando<br />

varios compradores pujaban por ella.<br />

Guardé el papel y reapareció la incomodidad. No me gustaba estar<br />

sola. Por suerte, encontré una cara conocida. Me costó ubicar quién<br />

era. La había visto algunas veces en la Facultad. Me esforcé un poco<br />

más y pu<strong>de</strong> acordarme que se llamaba Mara. Me senté al lado <strong>de</strong> ella<br />

en la primera fila. Ya no me parecía estar tan sola. Las chicas <strong>de</strong> su<br />

grupo la convidaron con pastillas y ella no me ofreció ninguna. Otra<br />

vez sola.<br />

Por fin apareció Juan, se acercó y me saludó con un beso. Me enteré<br />

así que sus bigotes eran ásperos y que fuera <strong>de</strong> la oficina las cosas<br />

eran diferentes. Al parecer él no necesitaba guardar distancia, como<br />

en la agencia, nada <strong>de</strong> tocarse, ni con la punta <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos.<br />

Empezó la obra. Yo estaba distraída. Siempre me cuesta empezar<br />

a ver una obra <strong>de</strong> teatro. No puedo <strong>de</strong>spojarme tan rápidamente <strong>de</strong><br />

mí ni <strong>de</strong> la realidad que me ro<strong>de</strong>a, para meterme en ese mundo raro.<br />

Un mundo don<strong>de</strong> la gente es <strong>de</strong> carne y hueso, pero todo lo <strong>de</strong>más<br />

no se sabe bien si es ficción o realidad. Las voces siempre suenan un<br />

poco falsas al principio.<br />

Los actores estaban haciendo flexiones, flexiones que eran <strong>de</strong> verdad,<br />

pero no eran ellos quienes las hacían, sino sus personajes. Pero<br />

tampoco se trataba <strong>de</strong> los personajes, porque simulaban estar en la<br />

conscripción, cuando en realidad estaban en un restaurant.<br />

Como espejos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> otros espejos y yo… ¿Quién era en <strong>de</strong>finitiva?<br />

¿Qué hubiera respondido si alguien <strong>de</strong> repente me hubiese<br />

preguntado en ese momento quién era yo? Mejor sería que no me lo<br />

preguntaran.<br />

Algo pasó con las luces y los personajes se volvieron personas otra<br />

vez. Ca<strong>mi</strong>naban <strong>de</strong> otra manera, hablaban con otra voz. El actor que<br />

había puesto la mesa, la levantó. Sacó el mantel y lo volvió a poner,<br />

107


108<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

una y otra vez. La ficción se tejía y <strong>de</strong>stejía; se empezaba y se volvía<br />

a empezar.<br />

Finalmente se apagaron las luces y repitieron <strong>de</strong> nuevo la escena<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio. Yo para entonces estaba mejor preparada. No se me<br />

perdía nada <strong>de</strong> lo que hacían o <strong>de</strong>cían y me sorprendió la cantidad <strong>de</strong><br />

cosas en las que no había podido reparar la primera vez.<br />

Juan fumaba y fumaba, cada tanto se cambiaba <strong>de</strong> lugar. Me hubiera<br />

gustado saber qué pensaba, qué sentía viendo la obra que él había<br />

escrito. Si se parecía o no a la que había imaginado, si era mejor<br />

o peor, o simplemente distinta.<br />

Era una obra trágica. Una <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong> solteros, don<strong>de</strong> todos tenían<br />

piedra libre para hacer lo que nunca hubieran hecho en la oficina<br />

en que trabajaban. Piedra libre, tan sólo por encontrarse en otro<br />

lugar, a otra hora, vestidos <strong>de</strong> otra manera. Piedra que se volvía mucho<br />

más libre a medida que la bebida les iba ayudando a per<strong>de</strong>r todo<br />

lo que habían aprendido: a comportarse en sociedad, en fin. No hubo<br />

<strong>mi</strong>seria que no aflorara, apareció lo peor <strong>de</strong> cada uno. No había lugar<br />

para que nadie se salvara, ter<strong>mi</strong>naban matando al novio y violando<br />

a la novia sobre su cadáver.<br />

Pero Juan se había apiadado <strong>de</strong> nosotros. Los actores, cansados<br />

y sudorosos, se rehicieron <strong>de</strong> tanta violencia y se alejaron <strong>de</strong>l<br />

escenario bailando un tenue baile antiguo, tomados <strong>de</strong> la mano,<br />

como diciendo “no se asusten; era todo mentira, estamos bien,<br />

¿no lo ven? Aquí no ha pasado nada. Uste<strong>de</strong>s, hasta pue<strong>de</strong>n llegar<br />

a salvarse.<br />

Estaba abrumada. Me olvidé <strong>de</strong> Mara, no quería otra cosa que salir<br />

y respirar un poco <strong>de</strong> aire. Busqué a Juan para saludarlo y él me<br />

acompañó hasta el hall. Me preguntó que me había parecido la obra<br />

y yo le contesté que no podía <strong>de</strong>cirle nada, necesitaba primero reponerme.<br />

Le gustó <strong>mi</strong> respuesta porque significaba que su obra me había<br />

llegado. Era lo que se propuso al escribirla.<br />

Hablamos <strong>de</strong> algo más pero yo seguía con ganas <strong>de</strong> irme. Creo que<br />

me incomodaba salirme <strong>de</strong> lo cotidiano. A la gente <strong>de</strong> la oficina, era<br />

mejor verla en la oficina.<br />

Juan me agra<strong>de</strong>ció que hubiera ido y salí a la calle. Era tar<strong>de</strong>, ha-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

bía poca gente, Juan me había dado las gracias, cuando era yo que la<br />

me sentía agra<strong>de</strong>cida.<br />

Otra vez me costaba ad<strong>mi</strong>tir que los ca<strong>mi</strong>nos que unen a la gente<br />

se transitan <strong>de</strong> a dos; que los dos podíamos sentirnos agra<strong>de</strong>cidos<br />

y no sólo yo.<br />

109


110<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

35.<br />

—Buenos días, Inés<br />

—Buenos días, Juan.<br />

No nos dijimos nada más. Había como un acuerdo tácito <strong>de</strong> no<br />

hablar <strong>de</strong> la noche anterior; no <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. Yo seguí escribiendo,<br />

Juan iba y venía, fumaba, se moría <strong>de</strong> sueño, no podía concentrase<br />

ni empezar a trabajar.<br />

De pronto Julián se fue y ter<strong>mi</strong>nó el acuerdo. Juan se acercó, me<br />

<strong>mi</strong>ró con sus ojos oscurísimos y me preguntó:<br />

—Ahora que te repusiste, ¿qué te pareció?<br />

Le dije que me había parecido buena, que la veía “redonda” sin altibajos,<br />

que trágica, que sin esperanzas, que la música, que la coreografía.<br />

Juan estaba extremadamente nervioso y con ganas <strong>de</strong> hablar. Me<br />

contó cómo los actores en cuanto pisan el teatro, sin darse cuenta casi,<br />

empiezan a llamarse por el nombre sus personajes, y que ya en hall,<br />

al final <strong>de</strong> la función, van recobrando sus nombres.<br />

Supuse que tal vez fuera su manera <strong>de</strong> mantener cierta cordura, en<br />

medio <strong>de</strong> ese continuo jugar a sentir, que tenía que ter<strong>mi</strong>nar en sentir<br />

sin juego. Olvidar qué se sentía y recién entonces empezar a actuar.<br />

Morir sin morirse, llorar sin sufrir. <strong>Te</strong>ner a<strong>de</strong>más presente que hay que<br />

pararse en el lugar exacto, y no olvidar lo que tenían que <strong>de</strong>cir.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Me pregunté qué podría pasarme a mí, que a veces no sabía bien<br />

quién era, cual es la parte mía que manda y cuál la que obe<strong>de</strong>ce, cuál<br />

la que me quiere bien y cuál la que me quiere mal al <strong>mi</strong>smo tiempo<br />

si a<strong>de</strong>más, noche a noche tuviese que ser Dora, o Susana, o…<br />

Juan volvió a su escritorio, recortaba los diarios, pegaba en un álbum<br />

los recortes que anunciaban la función, atendía llamados, muchos,<br />

<strong>de</strong>saparecía y reaparecía. Todo ese trajín parecía ayudarlo a olvidar<br />

que esa <strong>mi</strong>sma noche se estrenaría la obra.<br />

En una <strong>de</strong> sus idas y venidas, trajo una rosa.<br />

—Regalo <strong>de</strong> una mujer—me dijo.<br />

—Qué raro, a los hombres no se les regala flores —le dije.<br />

—A mí, sí— me contestó y la colocó en el florero junto a las mías,<br />

don<strong>de</strong> sobresalía por su tallo largo y su color intenso.<br />

Juan no estaba al mediodía, cuando me fui <strong>de</strong> la agencia. Lo llamé<br />

por teléfono esa tar<strong>de</strong> porque quería <strong>de</strong>searle suerte para el estreno,<br />

pero no lo encontré.<br />

Escribí esto y al día siguiente se lo di.<br />

111


112<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

36.<br />

Bueno, te voy a pagar.<br />

Omar me tomó por sorpresa. Me pagó antes <strong>de</strong> tiempo, porque<br />

se iba <strong>de</strong> viaje. Puse los billetes en un cajón <strong>de</strong>l escritorio y cada tanto<br />

lo abría para <strong>mi</strong>rarlos. No se parecían en nada a los que había tenido<br />

hasta entonces. Eran míos. Había trabajado un mes para tenerlos.<br />

Me los había ganado.<br />

Me pareció importante gastarlos bien. Me compré un ca<strong>mi</strong>són muy<br />

suave, largo hasta los pies; ver<strong>de</strong>, para que hiciera juego con <strong>mi</strong>s ojos.<br />

Bello, para que ayudara a <strong>de</strong>jar atrás las noches <strong>de</strong> insomnio.<br />

—¡Qué barato!— le dije a la ven<strong>de</strong>dora, que seguramente creyó que<br />

le tomaba el pelo.<br />

Es que habría querido gastar todo <strong>mi</strong> sueldo en ese ca<strong>mi</strong>són. Pagué<br />

con billetes gran<strong>de</strong>s y me dieron multitud <strong>de</strong> billetes chicos a cambio<br />

que abultaron <strong>mi</strong> billetera y también <strong>mi</strong> corazón.<br />

A la mañana siguiente también me pagaron en la agencia. Hasta<br />

tuve que firmar un recibo y todo.<br />

—Esto no te alcanza ni para alfileres —me había dicho Cossio, sin<br />

darse cuenta que era cruel.<br />

Pero no lo gasté en alfileres, porque pinchan. Le compré un regalito<br />

a cada uno <strong>de</strong> los chicos y en media hora no quedaba nada <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s<br />

dos sueldos. No es cierto. Me quedaba el ca<strong>mi</strong>són.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

37.<br />

En cuanto me hago la ilusión <strong>de</strong> que empiezo a enten<strong>de</strong>rme surgen<br />

una a una las coherencias y ya no entiendo más nada.<br />

Esa noche me <strong>de</strong>spertó la lluvia y junto con el <strong>de</strong>spertar renacieron<br />

las i<strong>de</strong>as interrumpidas horas antes, con la llegada <strong>de</strong>l sueño. Guido<br />

me había dicho que me llamaría y no me había llamado. Esperaba<br />

esa llamada que podría suce<strong>de</strong>r en algún momento o nunca. Al<br />

fin y al cabo no sabía nada <strong>de</strong> él; no sabía cómo era su voz cuando<br />

estaba convencido <strong>de</strong> algo, cuando expresaba un <strong>de</strong>seo, una galantería,<br />

una mentira.<br />

Tampoco sabía si realmente me importaba que Guido me llamara,<br />

o si simplemente necesitaba tener algo que esperar.<br />

Y entonces, en esa enorme cama vacía, surgieron las incoherencias.<br />

Junto a la espera que la oscuridad volvía quizás <strong>de</strong>smesurada,<br />

apareció la nostalgia por Fernando, y por la tranquilidad por conocerlo<br />

tan bien que jamás hubiera podido sorpren<strong>de</strong>rme. Conocía cada<br />

gesto,cada respuesta, cada silencio suyo. Al menos eso creía, tan segura<br />

estaba <strong>de</strong> él.<br />

Con él no había lugar para la incertidumbre. Sabía que estaría con<strong>mi</strong>go<br />

noche a noche, que dor<strong>mi</strong>ría a <strong>mi</strong> lado, aunque su lado no me<br />

sirviera para <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sentirme sola.<br />

Cuando estaba dor<strong>mi</strong>do, me gustaba acercarme, apoyarme en su<br />

113


114<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

hombro, como si el <strong>de</strong>samor <strong>de</strong> los últimos tiempos fuera un mal sueño.<br />

Como si no pasara nada. Pero no era fácil olvidarme <strong>de</strong> que sí pasaba<br />

y me volvía a <strong>mi</strong> rincón <strong>de</strong> la cama, lejos suyo.<br />

¿Era eso lo que añoraba? Los días siempre iguales, con su igualdad<br />

dolorosa, esa vida don<strong>de</strong> la alegría había <strong>de</strong>saparecido, sin que pudiera<br />

acordarme <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuándo.<br />

Me sentí in<strong>de</strong>fensa. Tuve <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> las trampas sutiles que podía<br />

llegar a ten<strong>de</strong>rme, <strong>de</strong> los daños que yo <strong>mi</strong>sma podía llegar a hacerme,<br />

justamente cuando creía estar cuidando <strong>de</strong> mí.<br />

Dios, qué frágiles hiciste a tus criaturas, qué <strong>de</strong>samparadas, qué in<strong>de</strong>fensas.<br />

Me gustaría saber si así las hiciste, para que no tuvieran más<br />

remedio que necesitarte.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

38.<br />

Se hizo un largo silencio. Después <strong>de</strong> todo, parecía tan sencillo.<br />

Si Guido me estaba llamando para <strong>de</strong>cirme que quería tomar un café<br />

con<strong>mi</strong>go algún día ¿por qué ese día no podía ser ese <strong>mi</strong>smo día, ya<br />

<strong>mi</strong>smo, en <strong>mi</strong> casa?<br />

Seguramente no esperaba que le dijera eso. Lo habitual hubiera<br />

sido <strong>de</strong>jarlo para otro momento, tal vez cuando él volviera <strong>de</strong> sus vacaciones<br />

<strong>de</strong> febrero, que estaban por comenzar.<br />

Abrí el placard. Me había dicho que iba a tardar media hora en llegar<br />

y ningún vestido me parecía para la ocasión. Hubiera querido salir<br />

a comprar uno especialmente, para lo cual hacían falta nada menos<br />

que dos cosas: que pudiera hacer la hazaña <strong>de</strong> comprarlo en media<br />

hora y que yo tuviese la plata para comprarlo.<br />

Decidí que el ver<strong>de</strong> era el color que más me gustaba <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />

azul y que a<strong>de</strong>más cualquiera sabe que queda bárbaro con la piel tostada.<br />

Y me puse el vestido azul. Me cercioré que los chicos estuvieran<br />

dor<strong>mi</strong>dos, y bajé a recoger algún que otro juguete olvidado por<br />

ahí, y a acomodar los almohadones.<br />

Me maquillé, me puse <strong>mi</strong> perfume francés, que había empezado<br />

a usar todos los días. Que <strong>de</strong>rroche, perfume francés para todos los<br />

días. Ma sí. Derroche el <strong>de</strong> antes, guardándolo siempre para alguna<br />

ocasión que al final nunca llegaba.<br />

115


116<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

L’air du temps, nombre precioso que no sabía muy bien qué quería<br />

<strong>de</strong>cir, porque ¿qué aire tienen los tiempos?<br />

—Qué rico perfume.<br />

Guido se dio cuenta en cuanto llegó. Claro que yo siempre perfumo<br />

la mejilla que ofrezco para que me besen, pero igual.<br />

—Qué lindo vestido. —también reparó en <strong>mi</strong> vestido, poco <strong>de</strong>spués.<br />

—<strong>Te</strong> traje esto —ya no faltaba nada.<br />

Guido me <strong>mi</strong>raba, me escuchaba hablar. Sobre la mesita, los bombones.<br />

Yo le contaba <strong>mi</strong>s noveda<strong>de</strong>s, el trabajo en la agencia, el libro<br />

con Omar, la escapada <strong>de</strong> Alfonso a Mar <strong>de</strong>l Plata. Me <strong>mi</strong>raba <strong>de</strong> tal<br />

manera que me hacía sentir bien. Como si todo lo que le <strong>de</strong>cía le pareciera<br />

importante, y en consecuencia se volviera importante para mí.<br />

—Estás muy callado —le dije por fin.<br />

—<strong>Te</strong> estoy escuchando.<br />

Sí, me escuchaba. Nunca nadie me había escuchado así; nunca nadie<br />

me había <strong>mi</strong>rado <strong>de</strong> ese modo.<br />

Me sentía linda, inteligente. Cuando ter<strong>mi</strong>né <strong>de</strong> contarle <strong>mi</strong>s noveda<strong>de</strong>s<br />

yo también me quedé callada. Me turbó el silencio <strong>de</strong> los dos.<br />

Le pregunté tontamente por qué me <strong>mi</strong>raba <strong>de</strong> esa manera.<br />

—Porque me gustás mucho —me tomó la mano.<br />

Yo la retiré, no con la premura <strong>de</strong> aquella vez con Marcelo en el<br />

avión, pero igual la retiré.<br />

—Oh, perdón —lo dijo ceremoniosamente, aunque en broma.<br />

Nos quedamos un rato en silencio. El me siguió <strong>mi</strong>rando y yo sentía<br />

cada vez más su <strong>mi</strong>rada. No; nunca me habían <strong>mi</strong>rado así. Pensé<br />

en la <strong>mi</strong>rada celeste <strong>de</strong> Marcelo, que lo volvía seductor a él, no a mí.<br />

Traté <strong>de</strong> acordarme <strong>de</strong> la <strong>mi</strong>rada <strong>de</strong> Fernando pero sólo pudo llegar<br />

su <strong>mi</strong>rada distraída <strong>de</strong> los últimos tiempos.<br />

La <strong>de</strong> Guido era distinta: me hacía sentir femenina; era una sensación<br />

muy nueva.<br />

Esa vez no retiré la mano. La suya era tibia y me la daba con cuidado<br />

como si la mía fuera muy frágil. No <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> acariciármela y<br />

yo no tenía más remedio que volverme, toda yo, tan frágil como <strong>mi</strong><br />

mano.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Se acercó más a mí. Noté que sus ojos tenían el <strong>mi</strong>smo color <strong>de</strong><br />

los míos. Se acercó más todavía y me besó. Un beso muy, muy suave.<br />

Me aparté un poco: él también.<br />

—Sos muy dulce —me dijo.<br />

Estaba muy confundida. Había pensado varias veces esos días en<br />

Marcelo, en la forma como me había dicho “tenés <strong>mi</strong>edo…” en que<br />

me había sentido bien con él, y <strong>de</strong> pronto resultaba que también me<br />

podía sentir bien con Guido.<br />

Hacía tan poco tiempo que Fernando se había ido y ya habían aparecido<br />

dos hombres tan distintos y me podían gustar los dos.<br />

Me sentí mal. ¿Y la viuda <strong>de</strong> la campiña española? Guido se acercó<br />

para besarme, pero notó algo en mí, a pesar <strong>de</strong> que era imperceptible.<br />

—Todavía no ¿verdad?— me dijo.<br />

Qué razón tenía. Cuánto me costaba todo, qué <strong>de</strong>spacio podía<br />

avanzar. Guido había entendido.<br />

117


118<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

39.<br />

Beatriz apareció por nuestra oficina especialmente para hablar con<strong>mi</strong>go,<br />

por primera vez en el mes que yo llevaba en la agencia. Me preguntó<br />

si había hecho el aviso <strong>de</strong> los triplex. Claro que lo había hecho<br />

yo. Era el primero que me publicaban, todo un aconteci<strong>mi</strong>ento. Porque<br />

con los avisos pasa como con las tortuguitas que nacen <strong>de</strong> los<br />

huevos que la tortuga madre pone en la arena: pocos, muy pocos, llegan<br />

al mar.<br />

Pero no me pasaba sólo a mí. El lugar para los avisos, los <strong>de</strong> Freddy,<br />

los <strong>de</strong> Juan, los <strong>de</strong>l mundo entero, sospecho, era la más <strong>de</strong> las veces<br />

el canasto <strong>de</strong> los papeles.<br />

Freddy me había aconsejado que no me enamorara <strong>de</strong> lo que escribía,<br />

pero encontré una manera mejor para no sufrir por culpa <strong>de</strong>l<br />

canasto. Trabajaba para mí, disfrutaba haciendo los avisos, corrigiéndolos<br />

una y otra vez, hasta que quedaban “redonditos”.<br />

Después, que los modificaran, los criticaran, los vetaran o los estropearan<br />

<strong>de</strong>finitivamente, no era cuestión mía. Lo que no había tenido<br />

en cuenta, era que <strong>de</strong> vez en cuando los publicaban.<br />

—Sí. —le contesté.<br />

Casi a un tiempo, como si se hubieran puesto <strong>de</strong> acuerdo, Juan y<br />

Cossio empezaron como en un contrapunto, a hablar bien <strong>de</strong> “ ’sta<br />

chica” (que venía a ser yo) Juan dijo, haciéndose el lunfa:


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

se me está portando bien, ‘sta chica, se me.<br />

—‘Sta chica te come? —le preguntó Beatriz, que ese día parecía otra,<br />

siguiendo el juego.<br />

—Me come, me trabaja, me anda bien, me anda. —contestó Juan y<br />

Cossio dijo también algo por el estilo.<br />

Al principio yo también me reí, pero como todos se seguían riendo<br />

ter<strong>mi</strong>né por ponerme colorada y ya no sabía dón<strong>de</strong> meterme. De<br />

todos modos los halagos me habían gustado y el lunfardo los hacía<br />

parecer más cariñosos todavía.<br />

Cuando Beatriz llegó a la puerta se volvió para <strong>de</strong>cirme que ya<br />

que me gustaban las plantas, que comprara algunas más y que le pasara<br />

el vale.<br />

Bueno, podía seguir regando <strong>mi</strong>s plantas tranquila y seguir llevando<br />

jaz<strong>mi</strong>nes a la agencia. Sentía que habían aceptado <strong>mi</strong> pedacito <strong>de</strong><br />

ama <strong>de</strong> casa, que no podía olvidar.<br />

La historia <strong>de</strong>l aviso había empezado cuando Cossio se apareció<br />

con unos planos <strong>de</strong> unos triplex en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong>l bosque, en Pinamar, cerca<br />

<strong>de</strong> la playa, con postigones <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, pare<strong>de</strong>s lustrosas y blancas,<br />

techos con gruesas vigas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y un <strong>de</strong>sván.<br />

Pensé entonces en los libros que había leído en <strong>mi</strong> infancia, don<strong>de</strong><br />

era infaltable el <strong>de</strong>sván. Pensé en la cabaña en la que habíamos estado<br />

con los chicos en Bariloche. Pensé en el bosque <strong>de</strong> Caperucita y<br />

el lobo, en las vacaciones en fa<strong>mi</strong>lia, esas que ya no tenía y con todo<br />

eso en <strong>mi</strong> cabeza, aunque sin <strong>de</strong>cir ninguna <strong>de</strong> ellas, hice <strong>mi</strong> aviso.<br />

Salió en La Nación <strong>de</strong>l do<strong>mi</strong>ngo. Me levanté temprano, nada más<br />

que para ir a comprar el diario. Fue emocionante verlo publicado. Parecía<br />

distinto. Lo recorté y lo pegué en <strong>mi</strong> carpeta <strong>de</strong> tapas naranjas.<br />

De tanto en tanto lo <strong>mi</strong>raba. Había tantas cosas mías encerradas<br />

en ese aviso…<br />

119


120<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

40.<br />

Me <strong>de</strong>sperté en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> la noche. Escuché el silencio. Traté <strong>de</strong><br />

adivinar la hora, pero no pu<strong>de</strong>. Sin embargo sabía lo suficiente: faltaba<br />

mucho para levantarme y ya no me quedaba sueño para seguir<br />

dur<strong>mi</strong>endo.<br />

Empecé a pensar distraídamente. Vagué <strong>de</strong> un rostro a otro. Omar,<br />

Marcelo, Guido, Juan, Omar, todos diferentes.<br />

Me había <strong>de</strong>spertado un viejo sueño, <strong>mi</strong> predilecto, el que me gustaba<br />

soñar <strong>de</strong>spierta cuando era adolescente.<br />

Lo retocaba y lo corregía, pero siempre era el <strong>mi</strong>smo: soñaba que<br />

era la secretaria <strong>de</strong> un hombre famoso… que escribía una novela…<br />

Es curioso. Jamás había soñado con casarme y tener hijos.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

41.<br />

Los viernes nuestros humores no coincidían. Yo estaba triste porque<br />

el fin <strong>de</strong> semana me aterraba y él contento al no tener que trabajar<br />

al día siguiente. Tampoco coincidíamos los lunes, en que yo estaba<br />

contenta porque la agencia me ayudaba a no pensar en <strong>mi</strong>s penas<br />

y él mufado, por volver.<br />

Ese viernes me pareció más jovial que <strong>de</strong> costumbre. Bromeaba<br />

con todo el mundo y hasta se ofreció para hacer el café, quizás por<br />

primera vez en su historia.<br />

Me gustan los viernes porque estás <strong>de</strong> buen humor. —le dije.<br />

Juan se acercó bruscamente y quedamos muy cerca. Me <strong>mi</strong>ró y con<br />

voz baja y ronca me dijo:<br />

—Ayer me separé, Inés.<br />

Me sentí paralizada, no sé si por la sorpresa, o por su cercanía.<br />

—Decímelo otra vez.<br />

—Para qué, si me entendiste perfectamente. No quiero que nadie<br />

lo sepa.<br />

Me hice a un lado para <strong>de</strong>jarlo pasar y Juan se sentó frente a su escritorio.<br />

Nos <strong>de</strong>dicamos a disimular. Entró alguien y me preguntó:<br />

—¿<strong>Te</strong> pasa algo, Inés? —traté <strong>de</strong> disimular mejor.<br />

Cuando nos quedamos solos, él en su escritorio y yo en el mío,<br />

121


122<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

enfrentados y separados por nuestras máquinas <strong>de</strong> escribir, me asomé<br />

para preguntarle qué había pasado.<br />

El abrió las manos, sin nada para <strong>de</strong>cir.<br />

—No entiendo… <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l cuento que escribiste…<br />

—No confundas la literatura con la vida.<br />

—No era solamente un cuento. ¡Lo escribiste para ella!<br />

Lo escribió cuando su mujer se fue unos días a visitar a su fa<strong>mi</strong>lia.<br />

Decía que habría que inventar un seguro <strong>de</strong> soledad para esas ocasiones.<br />

El abandonado no iría a trabajar, se metería en la cama, y los<br />

a<strong>mi</strong>gos lo irían a visitar, llevándole libros o bombones, para que él<br />

se <strong>de</strong>dicara solamente a extrañar a su amada. Recién se levantaría <strong>de</strong><br />

la cama y se pondría su mejor atuendo el día en que fuera a buscarla<br />

a la estación.<br />

Cuando lo leí, pensé con un poco <strong>de</strong> envidia cómo me gustaría que<br />

alguien me quisiera tanto, pero también me hizo bien pensar que si<br />

a otros les sucedía, también podría pasarme a mí.<br />

Repuesta <strong>de</strong> la sorpresa, apareció otra preocupación. Hasta ese momento<br />

Juan podía parecerme muy atractivo, muy inteligente pero inocuo,<br />

porque estaba enamorado.<br />

De pronto se había quedado solo, tan solo como yo.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

42.<br />

Se lo contaba a todo el mundo, sin excepción, lo <strong>de</strong> escribir un libro<br />

con Omar, incluso se lo conté a Héctor, un conocido <strong>de</strong> Fernando<br />

que encontré por casualidad en la calle.<br />

Me dijo que era una coinci<strong>de</strong>ncia increíble, porque justamente estaba<br />

necesitando alguien para ayudarlo a redactar un informe para<br />

un laboratorio.<br />

Al principio me alegré, pero <strong>de</strong>spués resultó más difícil que el libro<br />

<strong>de</strong> Omar, porque Omar redactaba mal, pero redactaba. Héctor en<br />

cambio garabateaba en distintos papeles i<strong>de</strong>as sueltas, y era una hazaña<br />

poner or<strong>de</strong>n a ese caos.<br />

La única cosa a favor era cierta fa<strong>mi</strong>liaridad con el vocabulario, porque<br />

se relacionaba con la materia que acababa <strong>de</strong> rendir.<br />

A<strong>de</strong>más, la había dado dos veces, cosa inédita ya que, según Alfonso,<br />

enérgico <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong> aprobar raspando, soy una “traga”.<br />

El problema es que la profesora exigía el uso <strong>de</strong> la memoria, pobrecita<br />

yo, que tengo la peor <strong>de</strong> la ciudad y el Gran Buenos Aires.<br />

La segunda vez, con un esfuerzo sobrehumano, lo logré.<br />

—A ver, chiquita, (todas éramos “chiquitas” salvo los “chiquitos”) rápido,<br />

chiquita, no tengo toda la tar<strong>de</strong>: cretinismo en el niño —enanismo<br />

y retardo mental—, le contesté, obediente,<br />

123


124<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Entonces ella sacó pecho, que lo tenía, y mucho, porque yo había<br />

aprendido. Me sentí mucho peor todavía cuando le dijo a <strong>mi</strong>s pobres<br />

compañeros que todavía esperaban su turno:<br />

—Así es como se estudia.<br />

Sea como fuere, a Héctor le pareció bien el informe, al laboratorio<br />

también, y entonces me confesó que había sido una especie <strong>de</strong> prueba.<br />

Su intención era que escribiera para él un libro <strong>de</strong> su especialidad,<br />

porque no era capaz <strong>de</strong> escribir ni siquiera una composición para su<br />

hija, la <strong>de</strong> tercer grado.<br />

El sábado siguiente vino a <strong>mi</strong> casa para hablarle con gran entusiasmo<br />

al grabador y a mí, <strong>de</strong> su teoría <strong>de</strong> que la medicina tenía que<br />

volver a lo natural, intervenir lo menos posible, y respetar la biología<br />

sin invadirla.<br />

Lo <strong>mi</strong>ré con atención. Era aceptablemente buen mozo, buena ropa,<br />

buenos zapatos, manos cuidadas. Los ojos eran oscuros y brillantes,<br />

pero algo en la <strong>mi</strong>rada la volvía fría.<br />

Se <strong>de</strong>spidió diciéndome que le encantaba trabajar con<strong>mi</strong>go, que<br />

yo era estimulante, <strong>mi</strong> casa muy agradable y el café excelente. Ya en<br />

la puerta agregó:<br />

—Acordate, hacete valer, que sos muy valiosa.<br />

Me lo había dicho ya una vez, en un momento en que yo sentía<br />

que no valía nada, porque estaba a punto <strong>de</strong> quedarme sin marido,<br />

aunque él no lo sabía.<br />

Me gustó el entusiasmo con que emprendía su proyecto, el respeto<br />

y cuidado por sus pacientes, me olvidé <strong>de</strong> su <strong>mi</strong>rada fría y lo empecé<br />

a ad<strong>mi</strong>rar. Me sentí afortunada por trabajar con él.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

43.<br />

Mirá, flaquita, un aviso para vos: “Se necesitan redactores. La experiencia<br />

es conveniente; la creatividad, indispensable, Importante<br />

agencia <strong>de</strong> publicidad, escribir carta manuscrita a casilla <strong>de</strong> correo…<br />

Julián me guiñó el ojo y siguió diciendo:<br />

—… ya que escribís cartas tan piolas..<br />

—ya sé, querés que me vaya –lo interrumpí.<br />

—Tal cual, me tienen harto tus ojos bizcos, tus 120 kilos, tu voz <strong>de</strong><br />

papel <strong>de</strong> papel <strong>de</strong> lija…<br />

Le hice una mueca y seguí leyendo el diario, especialmente los<br />

avisos, que para algo una está en publicidad. Qué loco este Julián,<br />

<strong>mi</strong>rá si iba a <strong>de</strong>jar Réplica. Estaba bien don<strong>de</strong> estaba, ¿para qué querer<br />

cambiar?<br />

Sin embargo, no podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> pensar en el aviso. Me hacían cosquillas<br />

los <strong>de</strong>dos, hasta que no aguanté más las cosquillas y escribí la<br />

carta. No era ni la <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> buena, ni la <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> ingeniosa que la <strong>de</strong><br />

la primera vez, pero tenía lo suyo. La pasé a mano, la llevé al buzón<br />

más cercano y antes <strong>de</strong> que tuviera tiempo <strong>de</strong> arrepentirme, la carta<br />

estuvo a<strong>de</strong>ntro: ya no me podía echar atrás.<br />

Llegué ja<strong>de</strong>ando a la agencia. Había corrido como si me persiguiera<br />

un enjambre completo <strong>de</strong> abejas africanas. Juan me preguntó qué<br />

125


126<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

me pasaba. Le conté y contrariamente a lo que esperaba, se quedó lo<br />

más tranquilo.<br />

—Juan… ¿no te parece que estoy un poco loca?<br />

—No.<br />

—¿Qué estoy haciendo?<br />

—Probando tus alas.<br />

—A<strong>de</strong>más, no te creas que es algo especial.<br />

Siguió haciendo aran<strong>de</strong>las <strong>de</strong> humo y <strong>mi</strong>rando como se <strong>de</strong>shacían<br />

al llegar al techo.<br />

Resucitó y me dijo:<br />

—Yo te conozco, no an<strong>de</strong>s creyendo que es un <strong>mi</strong>lagro, avisos como<br />

esos hay todos los días. El ambiente <strong>de</strong> publicidad se parece al juego<br />

<strong>de</strong> las sillas, todos cambian <strong>de</strong> lugar.<br />

Siempre arruinando ilusiones, este Juan. Aunque bah, para qué preocuparme<br />

si total no me iban a llamar.<br />

—Hablo <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> García Torres, <strong>de</strong> Salas y Asociados.<br />

Pero me llamaron.<br />

Corrí a contárselo a Silvia y ella abrió los ojos espantada:<br />

—¿Nada menos que De Salas te llamaron?<br />

—Sí. ¿qué tiene?<br />

Resultó ser una <strong>de</strong> las agencias más gran<strong>de</strong>s y en la que todo el mundo<br />

tenía ganas <strong>de</strong> entrar. “Trabajé en Salas” era una especie <strong>de</strong> pasaporte<br />

para cualquier otra agencia.<br />

—No me digas que no vas a ir —se alarmó.<br />

No; porque quieren que trabaje ocho horas.<br />

—Dios el da pan al que no tiene… Réplica Publicidad. Sí señor, le<br />

comunico —y siguió trabajando <strong>mi</strong>entras me <strong>mi</strong>raba con ojos <strong>de</strong> reproche.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

44.<br />

Podía escuchar los sollozos <strong>de</strong> Marina a través <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l<br />

baño.<br />

—Por favor, Marina, ¿qué te pasa?<br />

—Nada, nada.<br />

—Cómo nada, algo te pasa para encerrarte. Abrime la puerta por<br />

favor.<br />

—No, mamá, no te lo voy a contar.<br />

—No hace falta que me cuentes nada. Yo solamente quiero estar<br />

con vos.<br />

Abrió la puerta y la abracé. Tuve conciencia <strong>de</strong> lo que había crecido<br />

en los últimos tiempos y lamenté ser más baja que ella, una madre así<br />

no me parecía ser una protección suficiente a la hora <strong>de</strong> los abrazos.<br />

—¿<strong>Te</strong> peleaste con Pablo?<br />

—Es que siempre está pensando en “eso”.<br />

Como aquel día que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchos ro<strong>de</strong>os, yo me había atrevido<br />

a pedirle a <strong>mi</strong> madre que me enseñara a cuidarme, y ella se había<br />

sentido muy molesta, no fuera cosa que yo anduviese pensando en<br />

“eso”. Arreglarme por <strong>mi</strong> lado no fue lo mejor que me pudo pasar.<br />

Nunca le volví a preguntar nada. Pero qué otra cosa podía hacer<br />

<strong>mi</strong> mamá, si la abuela lo único que les dijo, cuando estuvieron “en<br />

edad <strong>de</strong> merecer” que si alguna <strong>de</strong> ellas (eran tres hermanas, todas en<br />

127


128<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

la “edad <strong>de</strong> merecer”) llegara “a quedar” que ni se apareciera por su<br />

casa: “se me atan una soga al cuello, con una buena piedra y se me<br />

tiran al río.”<br />

Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> acariciarla, le dije:<br />

—Marina “eso” es una forma <strong>de</strong> querer “Eso” se llama hacer el<br />

amor.<br />

—Para mí no, mamá.<br />

No todavía. Cuando se quiere a alguien se lo quiere para charlar, para<br />

estar juntos, para ir a pasear, para hacer el amor. Y Pablo te quiere.<br />

Seguimos charlando abrazadas un rato más hasta que <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> llorar.<br />

Cada tanto yo también caía en el “eso”. No me era fácil quebrar<br />

la larga ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> madres que no podíamos llamar a las cosas por su<br />

nombre, como si fuera lo <strong>mi</strong>smo <strong>de</strong>cir que hacer.<br />

Le prometí a Marina que hablaría con Pablo. Pobre, estaba sentado<br />

en la puerta <strong>de</strong> casa, muy afligido porque la había hecho llorar, sólo<br />

por una caricia que a ella no le había gustado. Le dije simplemente<br />

que cada uno tenía su tiempo y que a Marina no le había llegado el<br />

suyo. (Y el mío… ¿habría llegado?)


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

45.<br />

Cuando Héctor leyó las primeras páginas que yo había escrito se<br />

puso muy contento. Me dijo que él hubiera escrito exactamente así,<br />

<strong>de</strong> haber sabido cómo hacerlo.<br />

Mi problema empezó cuando tuve que <strong>de</strong>cirle cuánto le iba a cobrar.<br />

¿Acaso no era un trabajo? Y un trabajo largo, por cierto. El no<br />

era a<strong>mi</strong>go mío, así que todos estaban <strong>de</strong> acuerdo con que le cobrara,<br />

y coincidían bastante con la cifra: Juan, Julián, una periodista a<strong>mi</strong>ga<br />

a la que también consulté.<br />

Empecé a pensar en que para qué cobrarle, si a mí no me cuesta<br />

nada, y a<strong>de</strong>más me gusta hacerlo, pobre Héctor que iba a tener que<br />

trabajar para pagarme a mí. Cuantas cosas disfrazadas <strong>de</strong> plata <strong>de</strong>bía<br />

haber ahí. De esa plata con la que nunca me había llevado <strong>de</strong>masiado<br />

bien y que nunca había sentido mía. “Papá, me das para…”<br />

Fernando, necesito para…” Los dos habían sido generosos con<strong>mi</strong>go,<br />

apenas si rezongaban un poco <strong>de</strong> vez en cuando. Por eso trataba<br />

<strong>de</strong> no pedirles <strong>de</strong>masiado, para protegerlos por lo buenos que eran<br />

con<strong>mi</strong>go.<br />

Pero no solamente los había protegido a ellos. Siempre andaba protegiendo<br />

a los <strong>de</strong>más, sin pensar en protegerme yo. A los <strong>de</strong>más, que<br />

nunca me habían pedido que los protegiera. Quizás por eso Fernando<br />

me había reprochado ser <strong>de</strong>masiado maternal con él.<br />

129


130<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

En fin, que una está hecha <strong>de</strong> lo que le van diciendo que es. “Sos<br />

dulce”, me había dicho Guido; “sos vulnerable” me dijo Marcelo. Y<br />

parece que una se va acomodando a eso, como parece que se acomodó<br />

Freud a la predicción <strong>de</strong> la gitana al nacer, y fue un hombre importante,<br />

fue Freud.<br />

Papá había esperado todo <strong>de</strong> mí. Cualquier cosa que yo hiciera<br />

iba a estar bien, yo iba a hacer gran<strong>de</strong>s cosas, porque para él era linda,<br />

inteligente y buena. Era “Lucecita”, su luz. Pero no busqué a alguien<br />

como él, sino a Fernando, que no aceptaba <strong>mi</strong> manera <strong>de</strong> ser,<br />

que quería cambiarme.<br />

Cuando me cambió tanto, que yo no sabía más quién era, cuando<br />

no podía seguir viviendo siempre ansiosa, consolándome con la co<strong>mi</strong>da<br />

aunque co<strong>mi</strong>endo sin hambre, dur<strong>mi</strong>endo sin sueño; cuando<br />

<strong>mi</strong>s anginas se volvieron más y más dolorosas, empecé a analizarme.<br />

Entonces supe que, por complacer a Fernando, porque lo quería, había<br />

cambiado tanto, que no era más que su sombra, y yo quería seguir<br />

siendo una lucecita, no una sombra.<br />

Era una hermosa noche <strong>de</strong> verano. Había olor a jazmín. Fernando<br />

me había puesto una mano en la cintura, me había <strong>mi</strong>rado con infinita<br />

tristeza y me había dicho, muy <strong>de</strong>spacio, que había llegado el<br />

momento <strong>de</strong> pensar en separarnos.<br />

Me había abrazado y <strong>mi</strong>entras me acariciaba el pelo, me dijo al<br />

oído como aceptando un cruel <strong>de</strong>stino imposible <strong>de</strong> modificar, que<br />

yo ya no era la <strong>mi</strong>sma, que no era la <strong>de</strong> antes, que el análisis me había<br />

cambiado.<br />

—Pero Fernando —le dije entre lágrimas —me estaba enfermando<br />

por ser así.<br />

—No creo que estuvieras enferma, yo te prefería así.<br />

Qué trampa horrible; para po<strong>de</strong>r ser yo, para sentirme bien, tenía<br />

que per<strong>de</strong>r a Fernando. Para tenerlo, tenía que resignarme a sufrir y<br />

aún así, me parecía imposible volver el tiempo atrás.<br />

Estuvimos abrazados mucho tiempo. Los chicos venían <strong>de</strong> tanto<br />

en tanto a ver qué nos pasaba. Yo no podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> llorar, ni<br />

tampoco podía enten<strong>de</strong>r por qué las cosas tenían que ser <strong>de</strong> esa<br />

manera.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Fernando también lloró, pero ni sus lágrimas ni las mías sirvieron<br />

para nada.<br />

¿Qué había hecho yo con <strong>mi</strong>s ganas <strong>de</strong> vivir, <strong>de</strong> estar con gente,<br />

<strong>de</strong> estudiar? ¿Por qué Fernando me había buscado para cambiarme,<br />

para que me acomodara a sus horarios, a sus gustos, a su prolijidad?<br />

¿Por qué lo había elegido yo a él, para acomodarme y acomodarme,<br />

para claudicar y claudicar, para olvidar <strong>mi</strong>s proyectos, <strong>mi</strong> carrera, las<br />

ganas <strong>de</strong> divertirme y <strong>de</strong> reír?<br />

Había sido un extraño encuentro, el nuestro, porque había durado<br />

mucho tiempo, porque nos había per<strong>mi</strong>tido hacer tantas cosas<br />

juntos.<br />

Sobre todo, habíamos tenido esos cuatro hijos, que eran como cuatro<br />

soles, bellos, fuertes, sanos, nuestros.<br />

131


132<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

46.<br />

Decidí aceptar la entrevista con García Torres, <strong>de</strong> Salas y Asociados,<br />

sin saber muy bien por qué. Tal vez quería conocerlo, o conocer<br />

cómo era otra agencia.<br />

Cuando llegué a Salas me encontré con un edificio entero, todo<br />

agencia, todo alfombra y luces direccionales. Pobrecita Réplica, qué<br />

agencia tan chiquita había resultado.<br />

—A<strong>de</strong>lante, el señor García Torres la espera —una <strong>de</strong> las recepcionistas<br />

me acompañó hasta la puerta <strong>de</strong> la oficina.<br />

Era lo menos parecido a un creativo <strong>de</strong> los que yo había visto hasta<br />

ese momento. No tenía ni el aire hippie <strong>de</strong> Juan, ni el displicente <strong>de</strong><br />

Freddy, sino el <strong>de</strong> un empleado ad<strong>mi</strong>nistrativo, sólo que en remera.<br />

Yo había preparado un discurso, lo había repasado bien. Se lo dije,<br />

tratando <strong>de</strong> que pareciera que se me acababa <strong>de</strong> ocurrir. No había ido<br />

a pedirle el puesto, sino simplemente a que me conociera y viera <strong>mi</strong>s<br />

trabajos, por si surgía alguna oportunidad para trabajar freelance.<br />

Abrió un cajón <strong>de</strong>l escritorio y sacó <strong>mi</strong> carta. <strong>Te</strong>nía escrito con marcador<br />

rojo “no pue<strong>de</strong> ocho horas”.<br />

García Torres, a <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> ca<strong>mi</strong>no entre el galanteo y la seriedad<br />

profesional, me dijo que no podía darme un trabajo <strong>de</strong> mediodía y<br />

yo volví a <strong>de</strong>cirle que no era un trabajo fijo lo que buscaba.<br />

—¿Por qué no pue<strong>de</strong> trabajar ocho horas?


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—Porque no quiero <strong>de</strong>jar a <strong>mi</strong>s chicos solos.<br />

—¿Son chicos?<br />

No, son gran<strong>de</strong>s —el arqueó las cejas, lo cual quería <strong>de</strong>cir “y entonces?”<br />

—Hace muy poco que me separé. No quiero <strong>de</strong>jarlos justo ahora.<br />

Después, se puso a hablar <strong>de</strong> qué genialida<strong>de</strong>s y para que marcas las<br />

había creado, que yo, que por el momento tenía tan poco que ver con<br />

la publicidad, apenas conocía, pero trataba <strong>de</strong> que no se diera cuenta.<br />

Cada tanto volvía, como quien no quiere la cosa, al tema <strong>de</strong>l trabajo.<br />

—¿Usted sabe el sueldo que le puedo ofrecer? —quiso tentarme<br />

—No tengo problemas econó<strong>mi</strong>cos —no me tentó.<br />

Habló otro rato <strong>de</strong> lo importante que era la agencia, <strong>de</strong> su fundador,<br />

<strong>de</strong> los creativos que habían pasado por ella, hasta que volvió a<br />

la carga:<br />

—¿Y si trabajara seis horas?<br />

—No puedo.<br />

—Mire que nadie en publicidad trabaja cuatro horas.<br />

—En Réplica trabajo medio día —le dije con una <strong>de</strong>liberada y encantadora<br />

sonrisa.<br />

Me pidió la carpeta. Era tan exigua que me dio vergüenza. Había<br />

que ver que no había cumplido todavía los dos meses, qué se podía<br />

esperar.<br />

—Esta frase es genial para un chocolate dietético: “Cui<strong>de</strong> su silueta,<br />

coma chocolate”.<br />

—¿Sí? —le dije <strong>mi</strong>entras pensaba que no era para tanto.<br />

Se quedó un rato <strong>mi</strong>rándome, como si se preguntara a sí <strong>mi</strong>smo,<br />

por alguna razón que seguramente no tenía nada que ver con <strong>mi</strong> supuesta<br />

genialidad, qué diablos podía hacer con esta <strong>mi</strong>na.<br />

Al fin, me preguntó si yo me animaría a hacer publicidad para una<br />

marca <strong>de</strong> tractores.<br />

Se me fue el alma a los pies, que cosa más aburrida. La levanté y le<br />

contesté por supuesto que sí.<br />

Llamó a alguien por el interno. Cuando vino, García Torres me lo<br />

presentó y yo, como correspon<strong>de</strong>, me quedé sin saber quién era. Le<br />

133


134<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

preguntó si le parecería bien que yo me encargase <strong>de</strong> Mc. Kinley. El<br />

otro dijo que sí. Le preguntó <strong>de</strong>spués que teniendo en cuenta el producto,<br />

si le importaba que yo fuese mujer, pregunta absurda, porque<br />

el otro no iba a <strong>de</strong>cir que sí <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, y probablemente García<br />

Torres no le iba a importar si al otro le importaba.<br />

—Hecho —me <strong>mi</strong>ró sonriendo.<br />

—¿Pue<strong>de</strong> empezar el lunes?<br />

Yo había dicho que no a todo; no iba a <strong>de</strong>cir que sí a último momento,<br />

por lo cual le dije que empezaría el martes, que era primero<br />

<strong>de</strong> mes. A esta altura, él ya estaba resignado.<br />

Después me habló <strong>de</strong>l sueldo, (usted compren<strong>de</strong>rá que no es el <strong>mi</strong>smo<br />

que le mencioné, me dijo convencido) Yo comprendía pero abandoné<br />

<strong>mi</strong> displicencia, esa que me había dado tanto resultado y le dije<br />

que me parecía poco. Le leí el pensa<strong>mi</strong>ento y me a<strong>de</strong>lanté, aclarándole<br />

que yo no tenía problemas econó<strong>mi</strong>cos, pero que a mí me gustaba<br />

ganar lo que me correspondía.<br />

García Torres se sonrió, lo aumentó un poco, con lo cual llegó casi<br />

al doble <strong>de</strong> lo que ganaba en Réplica.<br />

Cuando quise acordarme, ya estaba en el taxi, con un nuevo trabajo,<br />

que había conseguido diciendo a todo que no.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

47.<br />

—<strong>Te</strong>ngo <strong>mi</strong>edo, Freddy. Cuando fui a verlo a García Torres fui en<br />

triunfadora, total no tenía nada que per<strong>de</strong>r, pero cuando llegue el momento<br />

<strong>de</strong> trabajar… ¿qué pasa si no puedo?<br />

—Vamos, nena. ¿Acaso vos le mentiste en algo?<br />

—No; todo lo que le dije era verdad.<br />

—¿Y entonces?<br />

—Entonces… ¿qué pasa si no me sale hacer los avisos <strong>de</strong> tractores?<br />

Freddy se sacó los anteojos <strong>de</strong> sol para <strong>mi</strong>rarme y me dijo:<br />

—Ellos no te van a tirar una campaña <strong>de</strong> entrada, porque saben que<br />

sos nuevita. Van a empezar con cositas fáciles.<br />

Bien, eso parecía arreglado, o al menos un poco, pero había otras<br />

cosas que me preocupaban todavía:<br />

—¿Cómo hago para <strong>de</strong>cir que me voy?<br />

—Vas y <strong>de</strong>cís: me voy —hizo un gesto <strong>de</strong> ¿ves qué fácil?<br />

—¿A quién se lo tengo que <strong>de</strong>cir?<br />

Mirá: en todos los casos, es mejor hablar con el capo. A<strong>de</strong>más,<br />

Stafford es <strong>de</strong> lo mejorcito que tenemos.<br />

—¿Le puedo <strong>de</strong>cir que me voy a otra agencia? García Torres me había<br />

aconsejado no <strong>de</strong>cirlo. Freddy se encogió <strong>de</strong> hombros:<br />

—Cosas <strong>de</strong> él.<br />

135


136<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—¿Puedo <strong>de</strong>cirle también que no me gustó nada como lo trató a<br />

Miguel?<br />

—Nena, estás muerta <strong>de</strong> <strong>mi</strong>edo; ya sabés todo lo que necesitás y<br />

tengo que ponerme a trabajar.<br />

Le di las gracias, y cuando estaba en la puerta me dijo algo más.<br />

—Podés todo. Total te vas.<br />

<strong>Te</strong>nía razón. Yo estaba pálida. <strong>Te</strong>nía <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r lo que había<br />

logrado, <strong>de</strong> equivocarme, <strong>de</strong> que en el juego <strong>de</strong> la silla me tocara<br />

quedarme sin ninguna, <strong>de</strong> la agencia nueva y <strong>de</strong>sconocida, <strong>de</strong> enfrentar<br />

a Stafford.<br />

—Ah, y cuando estés con Stafford pensá en la panza que tiene, no me<br />

digas que le vas a tener <strong>mi</strong>edo a un hombre con semejante panza.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

48.<br />

Stafford me hizo pasar a su oficina, a su escritorio imponente, a su<br />

panza asomándose por encima <strong>de</strong>l cinturón. Me senté enfrente, en<br />

una silla giratoria que invitaba a hamacarse hacia un lado y el otro.<br />

Todo lo que hice a partir <strong>de</strong> ahí, fue abrir la boca. Me parece que a<br />

Freddy se le fue la mano en darme aliento y me lancé, sin saber qué<br />

iba a <strong>de</strong>cir. Empecé por agra<strong>de</strong>cerle por haberme aceptado en su agencia,<br />

don<strong>de</strong> yo había aprendido mucho, y sobre todo le agra<strong>de</strong>cía la<br />

oportunidad <strong>de</strong> enterarme que sabía escribir, a tal punto que estaba<br />

escribiendo dos libros para otras tantas personas.<br />

—¿Se pue<strong>de</strong> saber adón<strong>de</strong> te vas?<br />

Hice una pausa para lograr efecto y le dije, como restándole importancia:<br />

—A Salas y Asociados. —se hizo el burro, pero le impactó, seguro<br />

que sí.<br />

—¿Cuánto te pagan?<br />

Redondée la cifra un poco nada más, total una mentira tan pequeña<br />

como esa era casi una licencia poética.<br />

Puso una cara <strong>de</strong>spectiva y me dijo que no parecía ser <strong>de</strong>masiado,<br />

para trabajar ocho horas.<br />

Hice otra pausa para causar efecto, una buena sonrisa y le dije <strong>de</strong>spacio,<br />

letra por letra:<br />

137


138<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—Por cuatro horas.<br />

Abandonó el aire canchero y dijo que le parecía una barbaridad y<br />

si ellos sabían que había estado solamente dos meses en Réplica.<br />

—Sí —le dije, pero él no me creyó. Tomé aire y seguí:<br />

—Mi <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> gratitud contigo me hubiera impedido intentar en<br />

otra agencia, si no hubiesen pasado cosas en Réplica que no me gustaron…<br />

Se mostró interesado y se acomodó en el asiento, lo cual me dio<br />

fuerzas para seguir:<br />

—… te diré que <strong>mi</strong>s compañeros son extraordinarios, aprendí mucho<br />

con ellos, no tengo nada <strong>de</strong> que quejarme, pero me dolió mucho<br />

lo <strong>de</strong> Miguel, le hiciste <strong>de</strong>jar su trabajo y ahora lo vas a echar.<br />

Como él no <strong>de</strong>cía nada, me subí a <strong>mi</strong> reivindicación y le dije:<br />

—¿Acaso la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> tomar gente sin experiencia no fue tuya?<br />

—Bueno, el asunto <strong>de</strong> Miguel… no lo voy a echar <strong>de</strong> la noche a la<br />

mañana. A<strong>de</strong>más, esta no es una Sociedad <strong>de</strong> Beneficencia; si alguien<br />

sirve, bien, y si no…<br />

—Stafford, por favor dale una oportunidad, dale tiempo para que<br />

te <strong>de</strong>muestre si sirve o no.<br />

Stafford pareció incómodo. Decidí que ya había dicho bastante,<br />

incluso mucho más <strong>de</strong> lo que pensaba, así que <strong>de</strong>cidí cambiar <strong>de</strong><br />

tema.<br />

—Quiero volver a agra<strong>de</strong>certe por haber confiado en mí, y <strong>de</strong>cirte<br />

que por eso elegí este ca<strong>mi</strong>no en lugar <strong>de</strong> hablarte <strong>de</strong> vagos problemas<br />

personales.<br />

Me levanté para <strong>de</strong>spedirme y agregué que consi<strong>de</strong>raba que él era<br />

un buen tipo y se merecía <strong>mi</strong> sinceridad.<br />

Como con García Torres, las cosas se habían dado vuelta y no se<br />

sabía muy bien quién <strong>de</strong>spedía a quién.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

49.<br />

Había vuelto a la Facultad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mucho tiempo, el <strong>de</strong> las vacaciones<br />

<strong>de</strong> verano. Me había vestido con cuidado; iba a estar con mujeres,<br />

<strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gas. Disfruté anticipadamente sus elogios, porque a cualquiera<br />

le sienta bien rebajar un poco <strong>de</strong> peso, y si mucho, mejor.<br />

Empezaban los exámenes <strong>de</strong> febrero y Claudia tenía que dar uno. Fuimos<br />

todas las <strong>de</strong>l grupo: grupo <strong>de</strong> estudio, <strong>de</strong> compañeras, <strong>de</strong> compinches.<br />

Era raro hablar <strong>de</strong> “el grupo” como si fuera algo palpable y real. “Al<br />

grupo le vendría bien”; “El grupo te apoya en tu <strong>de</strong>cisión”, <strong>de</strong>cíamos.<br />

Nos gustaba ir en patota a <strong>de</strong>scubrir una boutique don<strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>nan<br />

cobrándote más caro, o la ropa se <strong>de</strong>stiñe, y la compraste porque estabas<br />

contenta y en compañía. Al llegar a casa ya no parece tan linda,<br />

pero el momento fue bueno, y chau.<br />

Claudia me había acompañado en <strong>mi</strong>s penas <strong>de</strong> recién separada, y<br />

también había sido la primera persona con quien me había cruzado<br />

cuatro años antes, en la revisación médica para entrar en la Facultad.<br />

<strong>Te</strong>níamos que llenar unos formularios absurdos, para que la gente se<br />

viera obligada a mentir y la Universidad a no enterarse <strong>de</strong> nada. Nos<br />

<strong>mi</strong>ramos cómplices al ver las preguntas:<br />

¿Es o ha sido alcohólico? O bien ¿Ha consu<strong>mi</strong>do o consume drogas?<br />

Me imaginaba a la computadora rechazando el formulario que<br />

<strong>de</strong>cía que sí, por idiota.<br />

139


140<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Claudia leyó la siguiente: ¿Es usted neurótica? Y me dijo:<br />

—Están fritos si esperan que yo lo vaya a reconocer.<br />

Así empezó nuestra a<strong>mi</strong>stad, que duró <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. Me encantaba<br />

ir a su casa, una enorme casa llena <strong>de</strong> adolescentes a<strong>mi</strong>gos <strong>de</strong> sus<br />

hijos. Podía llegar en cualquier momento, quedarme a comer e incluso,<br />

cuando <strong>mi</strong>s hijos estaban con el padre, quedarme a dor<strong>mi</strong>r.<br />

A Claudia le fue bien en el examen; estaba radiante. A celebrar<br />

entonces, juntar las mesas en el bar <strong>de</strong> la esquina, tomar un cortado<br />

como no sirven en ningún otro lado, con medialunas crujientes y sabor<br />

a Facultad.<br />

Nos llamó la atención que Liliana, la ansiosa y apurada, siempre<br />

a punto <strong>de</strong> salir corriendo para algún lugar, no había dicho una sola<br />

palabra. Le preguntamos qué le pasaba.<br />

—Mi ex-marido me propuso volver.<br />

Se hizo un repentino silencio, a todas nos interesaba el asunto.<br />

—¿Y? ¿y? ¿y? le preguntamos varias.<br />

—<strong>Te</strong>ngo dispepsia; no hago más que comer papas hervidas.<br />

Hacía dos años que su marido se había ido <strong>de</strong> su casa para vivir<br />

con otra mujer. Liliana había llorado mucho, había intentado suicidarse,<br />

había abandonado a sus hijos para entregarse a su pena, había<br />

resurgido lentamente y con mucho esfuerzo, se le acercaron algunos<br />

hombres, a los que ella trató como su matrimonio la había tratado a<br />

ella y, <strong>de</strong> tanto en tanto, era la amante <strong>de</strong> su ex – marido.<br />

Entretanto había seguido estudiando, se había apoyado, como todas<br />

nosotras en “el grupo”, y como todas nosotras, se recibiría a fin<br />

<strong>de</strong> año.<br />

Sabíamos que ella seguía queriéndolo, que no se había podido <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> él, como no se había <strong>de</strong>sprendido <strong>de</strong> su alianza. Todo lo<br />

que hacía tenía que ver con él: para vengarse, darle celos, o envidia,<br />

o bronca… o ganas <strong>de</strong> volver.<br />

Pensé en Fernando y en mí, eran tan distintas las cosas entre nosotros.<br />

Se ter<strong>mi</strong>nó y se ter<strong>mi</strong>nó. Lo había visto el día anterior, cuando<br />

acompañó a Andrea <strong>de</strong> vuelta a casa: tostado, sonriente, pero muy<br />

distraído y lejano.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

En cambio yo me estaba guardando para él, por si volvía, pero en<br />

dos años, quién podría <strong>de</strong>cir lo que iba a suce<strong>de</strong>r.<br />

—¿Qué pensás hacer? —le pregunté a Liliana, para ahuyentar la angustia<br />

que me provocaba el futuro.<br />

—<strong>Te</strong>rapia <strong>de</strong> pareja —me contestó, más ansiosa que <strong>de</strong> costumbre,<br />

con sus pelos rubios oscilando <strong>de</strong> aquí para allá.<br />

—Los chicos no tienen que saberlo. No po<strong>de</strong>mos jugar con ellos al<br />

vuelvo-no vuelvo. Ya sufrieron mucho con el me voy – no me voy.<br />

—¿Una especie <strong>de</strong> noviazgo?<br />

—Sí. Le voy a a dar la <strong>mi</strong>sma oportunidad que le doy a cualquier<br />

otro <strong>de</strong> que me conquiste.<br />

—¿Y si te conquista?<br />

—No sé, no sé. —sacudía la cabeza una y otra vez.<br />

Seguro que sabía. Pero era mejor hacer como que no, porque <strong>de</strong><br />

lo contrario chau terapia, chau noviazgo y al otro día el marido estaba<br />

instalado <strong>de</strong> nuevo en su casa. Y el orgullo <strong>de</strong> una, dón<strong>de</strong> queda,<br />

caramba.<br />

141


142<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

50.<br />

Al cruzar la avenida lo vi a Fernando hablando por teléfono junto<br />

a la ventana. En ese momento <strong>mi</strong>ró hacia afuera, saludó con la mano<br />

y me hizo señas <strong>de</strong> que lo esperara abajo.<br />

—Ahora ya no tengo <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> subir a tu oficina —le dije en cuanto<br />

estuvo a <strong>mi</strong> lado.<br />

Me sorprendió escuchar <strong>mi</strong> propia voz, tan seca, tan resentida.<br />

El no pareció sorpren<strong>de</strong>rse y me contestó con cansancio que había<br />

bajado porque estaban arreglando los ascensores.<br />

Me arrepentí; se había ocupado <strong>de</strong> que yo, no hiciera el esfuerzo <strong>de</strong><br />

subir por la escalera. Su gesto se había ajado porque lo dirigió a alguien<br />

que no lo podía recibir, que lo malograba con su <strong>de</strong>sconfianza.<br />

Qué diferente hubiera sido si me hubiese encontrado con cualquier<br />

otro que no fuera Fernando. Primero hubiera confiado, esperado<br />

a saber el por qué <strong>de</strong> su actitud, le habría dado tiempo para que<br />

me explicara, <strong>de</strong>recho para tener <strong>mi</strong>l motivos y no el único cretino<br />

motivo que yo le atribuía.<br />

Sentí frío. Me pregunté cómo habíamos llegado a ese horror, cómo<br />

era posible que cada vez que uno <strong>de</strong> nosotros extendía su mano, el<br />

otro la cerraba.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

51.<br />

—Quisiera que charláramos un rato en un lugar neutral.<br />

Parece ser que tar<strong>de</strong> o temprano, cuando un hombre y una mujer<br />

se encuentran, sea por el motivo que sea, hay que cumplir con ciertos<br />

planteos inevitables.<br />

Le hice una pregunta ingenua, como para ganar tiempo:<br />

—¿Por qué “en un lugar neutral”?<br />

—En tu casa o en el consultorio, como hoy, siempre alguien nos<br />

interrumpe.<br />

Cambié <strong>de</strong> i<strong>de</strong>a y <strong>de</strong>cidí que no valía la pena retrasar el trá<strong>mi</strong>te; lo<br />

mejor sería ter<strong>mi</strong>nar el asunto <strong>de</strong> una buena vez.<br />

Me sentía rara en el coche <strong>de</strong> Héctor y a la vez ridícula, pegada a<br />

la ventanilla, guardando el máximo <strong>de</strong> distancia. Por suerte era un coche<br />

gran<strong>de</strong>.<br />

—<strong>Te</strong> voy a llevar a un café que tiene un nombre muy a<strong>de</strong>cuado:<br />

A<strong>mi</strong>tié —me dijo ufano y con aires <strong>de</strong> conquistador.<br />

Por supuesto que él no pensaba hablar <strong>de</strong> a<strong>mi</strong>stad, pero preferí no a<strong>de</strong>lantarme,<br />

ni darle la oportunidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme que estaba equivocada.<br />

Quiso que brindásemos con algo fuerte “por el libro y nuestra a<strong>mi</strong>stad”.<br />

Le dije que no tomaba.<br />

—Vas a ver que sí, yo te voy a enseñar, no sabés lo que te perdés,<br />

—¡Mozo! traiga dos daikiris.<br />

143


144<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Le dije al mozo que prefería un café, pero ni así pu<strong>de</strong> convencer<br />

a Héctor.<br />

—Entonces, vas a tomar un poco <strong>de</strong>l mío.<br />

Me sentí avasallada y molesta y me negué con firmeza. El intentó<br />

otras vías.<br />

Habló <strong>de</strong> lo satisfecho que estaba con la marcha <strong>de</strong>l libro, luego <strong>de</strong><br />

banalida<strong>de</strong>s, el tiempo pasaba y a mí me empezaban a dolor los músculos<br />

<strong>de</strong> estar tensa. Quería ter<strong>mi</strong>nar <strong>de</strong> una vez, quería irme, <strong>de</strong>cidí<br />

tomar la iniciativa y <strong>de</strong>cirle lo más seria posible:<br />

—Me parece que no era <strong>de</strong> esto <strong>de</strong> lo que querías hablarme.<br />

Pareció aliviado. Se acomodó en la silla, se rió nervioso:<br />

—Acertaste. Lo que quiero <strong>de</strong>cirte es que sos una mujer excepcional,<br />

una mujer con mayúscula, que me gustás mucho. Siempre me<br />

gustaste, es más, hace tiempo que quería llamarte, pero me dijeron<br />

que con vos no, que Fernando era muy celoso.<br />

“Si con<strong>mi</strong>go no”, quería <strong>de</strong>cir que con muchas otras sí, alcancé a<br />

pensar, <strong>mi</strong>entras él abría la boca para juntar aire y seguir diciéndome<br />

que, cuando le dije que escribía se le ocurrió lo <strong>de</strong>l informe, sin imaginarse<br />

lo inteligente y atractiva que yo resulté ser.<br />

La patraña me <strong>de</strong>fraudó, sin duda por venir <strong>de</strong> él. Con otro quizás<br />

hubiera pensado que era una manera tan buena como cualquiera<br />

para acercarse a mí.<br />

Las ganas <strong>de</strong> irme crecieron hasta convertirse en una necesidad,<br />

que <strong>de</strong>spués se transformó en odio cuando me dijo que había presentado<br />

el informe como exclusivamente suyo. ¡Ay, Héctor, qué más<br />

me vas a <strong>de</strong>cir, pensé, <strong>mi</strong>entras él seguía hablando sin darse cuenta<br />

<strong>de</strong> cómo me sentía.<br />

—<strong>Te</strong> aseguro que nunca me pasó algo como lo que me pasa con<br />

vos.<br />

—Claro que no soy un santo, que <strong>mi</strong>s cositas he tenido, como todos,<br />

pero esta vez estoy metido en serio con vos, que no sos una <strong>mi</strong>na<br />

para pasar la noche y chau.<br />

Marcelo me había dicho algo parecido. Debía <strong>de</strong> ser un “verso”<br />

tradicional.<br />

—<strong>Te</strong> ofrezco algo en serio —ter<strong>mi</strong>nó diciendo.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—¿Y tu mujer?<br />

—¿Qué tiene que ver <strong>mi</strong> mujer en esto?—parecía genuinamente sorprendido<br />

por <strong>mi</strong> pregunta.<br />

—Y… que estás aquí, con<strong>mi</strong>go, en lugar <strong>de</strong> estar con ella.<br />

—Pero este no es un problema tuyo. En todo caso, podría ser un<br />

problema para mí, si lo fuera. A<strong>de</strong>más, no mezclemos. Son cosas distintas,<br />

ella es la madre <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos.<br />

A esta altura tuve ganas <strong>de</strong> pegarle. Para él todo estaba en or<strong>de</strong>n.<br />

<strong>Te</strong>ndría su mujer, sus hijos, su amante, ningún problema <strong>de</strong> conciencia,<br />

cada cosa en su lugar.<br />

<strong>Te</strong>nía que hablar cuanto antes. Me enojé con<strong>mi</strong>go por no <strong>de</strong>cirle<br />

<strong>mi</strong>rá pibe no me gustás, no me gusta como sos, no me gusta tu vida,<br />

no te quiero ver más. Pero no pu<strong>de</strong>, qué cosa soy, me pareció que lo<br />

iba a lastimar.<br />

—Me acabo <strong>de</strong> separar; no estoy para pensar en uniones. Lo que<br />

yo sentí por vos (elegí cuidadosamente el tiempo <strong>de</strong>l verbo) fue ad<strong>mi</strong>ración<br />

por tus i<strong>de</strong>as.<br />

No se inmutó:<br />

—Estaba seguro que me ibas a contestar eso—me dijo con aire triunfante;<br />

él tenía todo calculado.<br />

—¿Y si era así, ¿por qué me lo dijiste?<br />

—Porque tengo que cuidarme para que no me agarre una úlcera si<br />

no te lo digo y a<strong>de</strong>más, porque son <strong>mi</strong>s senti<strong>mi</strong>entos y yo no tengo<br />

la culpa por sentir como siento.<br />

Tuvo un momento <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z y por primera vez en toda la tar<strong>de</strong><br />

reparó en mí:<br />

—<strong>Te</strong> veo tan a la <strong>de</strong>fensiva, que no me atrevo siquiera a tocarte.<br />

Cuando volvimos (otra vez pegada a la ventanilla) Héctor me <strong>de</strong>cía,<br />

riéndose, que tenía unas ganas <strong>de</strong> enfilar el auto para Mar <strong>de</strong>l Plata,<br />

que el tanque estaba lleno, bastaba que le dijera que sí.<br />

Extraña i<strong>de</strong>a la suya, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que le acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir. Pero<br />

Héctor se lo había propuesto, y cómo él me había dicho un día, él lograba<br />

todo lo que se proponía. La clave era la perseverancia y, tar<strong>de</strong><br />

o temprano, lo iba a conseguir.<br />

—Creo que el libro… ahora ya no lo vamos a po<strong>de</strong>r hacer.<br />

145


146<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—Nada <strong>de</strong> eso; el libro no tiene nada que ver.<br />

Estaba claro: el libro no tenía nada que ver; la mujer, tampoco;<br />

yo, menos. El asunto era que él no se pescara una úlcera, por no po<strong>de</strong>r<br />

acostarse con una <strong>mi</strong>na <strong>de</strong> esas que no son para pasar una noche<br />

y chau.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

52.<br />

García Torres no estaba.<br />

—Yo soy Paula —me dijo Paula, que también era redactora, <strong>mi</strong>entras<br />

me alcanzaba una silla don<strong>de</strong> sentarme.<br />

Qué feo. No conocía a nadie ni tenía nada que hacer. Le pregunté<br />

a Paula, pero ella no sabía. García Torres estaba enfermo y Castelli, el<br />

director creativo, <strong>de</strong> vacaciones.<br />

Llegaron los dibujantes, me saludaron y se fueron para sus escritorios.<br />

Encontré unas revistas pero estaban escritas en alemán. Entraba<br />

y salía gente, me saludaban, se presentaban, preguntaban por García<br />

Torres, y se iban.<br />

<strong>Te</strong>nía ganas <strong>de</strong> irme. A esa hora en Réplica estarían peleándose por<br />

quien hacía el café, extrañaba sobre todo a Juan.<br />

Un bollito <strong>de</strong> papel cayó sobre el escritorio <strong>de</strong> Paula.<br />

—Andrés esta empezando a sentirse solo —me dijo.<br />

—¿Quién es Andrés? —le pregunté<br />

—Andrés soy yo.<br />

Entre la pared y el hueco que <strong>de</strong>jaba el tabique que separaba nuestra<br />

oficina con la <strong>de</strong> al lado, había aparecido una cara.<br />

—Me dicen “La flor azteca”. En realidad, en esta agencia lo único<br />

que les interesa es <strong>mi</strong> cabeza.<br />

A <strong>de</strong>cir verdad, era una linda cabeza, llena <strong>de</strong> pelos parados y du-<br />

147


148<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

ros, igual que los bigotes, y una sonrisa tan divertida como los ojos y<br />

los anteojos, <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>s.<br />

—Así, separada <strong>de</strong>l cuerpo es que quieren tu cabeza? —le pregunté<br />

y nos reímos. Quise conocerlo por entero y me fui a la oficina <strong>de</strong><br />

al lado.<br />

—Me llamo Inés.<br />

—yo, Andrés Maldonado.<br />

—¿El <strong>de</strong>l diario?<br />

—Sí.<br />

—¿Qué hacés aquí, tan famoso?<br />

Se rió. No quiso hablar <strong>de</strong> su fama, que a mí me parecía mucha y<br />

a él no tanta, y me preguntó qué estaba haciendo ahí y yo sentí que<br />

a él no tenía por qué ocultarla, y le conté <strong>mi</strong> historia: la separación,<br />

la carta, Réplica, García Torres.<br />

El disfrutaba, se reía y su forma <strong>de</strong> escucharme me volvía ingeniosa<br />

y divertida.<br />

—<strong>Te</strong>nés que escribir todo esto.<br />

—Ya lo escribí.<br />

—¿Así, como me lo contaste?<br />

—Tal cual.<br />

—Lo quiero leer, pronto.<br />

—Está en borrador.<br />

—No me importa. A<strong>de</strong>más quiero que vos, que escribís tan lindas<br />

cartas, me escribas una.<br />

No pudimos seguir. Alguien vino a pedirle un aviso y me levanté<br />

para volver a <strong>mi</strong> oficina.<br />

—Quiero <strong>de</strong>cirte algo antes <strong>de</strong> que te vayas: No <strong>de</strong>berías ser tan extrovertida.<br />

Cuidate.<br />

—¿Cuidarme <strong>de</strong> qué?<br />

—De que te lastimen.<br />

No supe quién podría querer lastimarme, ni cómo hacer para cuidarme,<br />

pero no me preocupé; estaba pensando en la carta para él.<br />

La agencia ya no me pareció tan gran<strong>de</strong>, ni tal hostil.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

53.<br />

Querido Andrés:<br />

Ayer, cuando llegué aquí, estaba muy triste. Al <strong>de</strong>jar<br />

Réplica, <strong>de</strong>jaba también a Juan, un compañero inteligente<br />

y pintón, y gracias a él <strong>mi</strong>s mañanas merecían ser pasadas<br />

en la agencia. Extrañaba sus consejos, su voz, su presencia,<br />

y tenía el temor <strong>de</strong> que su a<strong>mi</strong>stad hubiera nacido<br />

solamente <strong>de</strong>l trabajo en común y nada más.<br />

Pero suce<strong>de</strong> que vengo y me encuentro con una flor azteca<br />

<strong>de</strong> nombre ilustre y me doy cuenta enseguida que vamos<br />

a congeniar.<br />

Es que yo a la gente la quiero o no la quiero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer<br />

<strong>mi</strong>nuto, y nunca me equivoco.<br />

Si me encuentro con alguien y sé enseguida que me gusta,<br />

para qué esperar más para confiar. Tiempo perdido, como<br />

diría Proust. Bueno, a veces me doy cuenta un montón <strong>de</strong><br />

años <strong>de</strong>spués, pero that’s another story.<br />

Y me encontré con vos, que me dijiste que no fuera extrovertida<br />

con todos. No, Andrés. Yo no soy extrovertida,<br />

sino con unos pocos.<br />

En <strong>de</strong>finitiva, ni vos ni yo somos los <strong>mi</strong>smos con todo<br />

el mundo. Yo soy yo, con otro u otra. Si te hablaba <strong>de</strong> una<br />

149


150<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

manera especial, si podía mostrarte lo mejor <strong>de</strong> mí, era porque<br />

me escuchabas <strong>de</strong> una manera especial.<br />

Ya no me asusta la agencia, ni los tractores y su potencia<br />

hidráulica. Ahora tengo con quien hablar.<br />

Inés


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

54.<br />

Era temprano todavía y Andrés no había llegado. Entré en su oficina,<br />

y le <strong>de</strong>jé <strong>mi</strong> carta. Cuando lo vi pasar se lo dije:<br />

—<strong>Te</strong> trajeron una carta esta mañana. Está <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> tu máquina <strong>de</strong><br />

escribir.<br />

García Torres seguía enfermo y me resultaba casi insoportable no<br />

tener nada para hacer. Se me ocurrió ir a buscar al alguien que no le<br />

importaba que yo fuese mujer. El alguien se llamaba Juan José y era el<br />

contacto <strong>de</strong> los tractores Mc. Kinley. Era joven, buen mozo y la vida le<br />

sonreía como él me sonreía a mí en la oficina que tenía para él solo.<br />

Me dio muchos folletos para que me fuera poniendo al tanto <strong>de</strong> lo<br />

que se había hecho hasta ese momento. Me encargó un aviso para una<br />

rastra, como uno que me mostró, con el <strong>mi</strong>smo número <strong>de</strong> caracteres,<br />

pero variando un poco el texto para que pareciera distinto.<br />

Las cosas mejoraban; al menos tenía algo para hacer, aunque García<br />

Torres no apareciera.<br />

Me enteré que la rastra Mc. Kinley mo<strong>de</strong>lo F contaba con 26 discos<br />

<strong>de</strong> la<strong>mi</strong>nación ¡nada menos que cruzada! y por ese tecnológico<br />

motivo, gozaba <strong>de</strong> la inefable ventaja <strong>de</strong> no correr el te<strong>mi</strong>ble riesgo<br />

<strong>de</strong> sufrir antipáticas rajaduras radiales. Trataba <strong>de</strong> divertirme escribiéndolo<br />

<strong>de</strong> esa manera, al menos para mí, porque me resultaba mortalmente<br />

aburrido.<br />

151


152<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

A<strong>de</strong>más, enterarme era una manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir. No tenía la menor<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que significaba todo eso.<br />

Anduve a la rastra toda la mañana; Andrés apareció una sola vez,<br />

para darme un papel doblado en dos: la contestación a <strong>mi</strong> carta.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

55.<br />

la pucha.<br />

Qué linda carta para esta mañana, para este día, para<br />

este año y sin exagerar, para esta vida tan dura.<br />

Sinceridad va, sinceridad viene, te diré que vos también<br />

me gustás, te encuentro algo vital, sí, sí, muy vital.<br />

Me encanta charlar con vos y (me interrumpieron, no<br />

me acuerdo…) ah, sí, me da bronca que te que<strong>de</strong>s sólo cuatro<br />

horas, y si bien es lo mejor que te pue<strong>de</strong> pasar, nos impi<strong>de</strong><br />

charlar largamente.<br />

<strong>Te</strong> parecerá raro, por lo rápido, pero <strong>mi</strong>entras hablabas<br />

me imaginé (tipo rápidas películas pasadas por el bocho)<br />

situaciones tiernas entre vos y yo. No creas que te asedio,<br />

simplemente te siento tan sincera que me parece natural<br />

que yo también lo sea en este <strong>de</strong>but epistolar-laboral. Tomalo<br />

como el lógico <strong>de</strong>slumbra<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong> encontrarse con un<br />

igual en el mundo.<br />

Lo <strong>de</strong> la extroversión no tiene que ver con<strong>mi</strong>go, sino<br />

con los tomates machucados que te vas a encontrar en tu<br />

ca<strong>mi</strong>no.<br />

<strong>Te</strong> pregunto: ¿por qué no cuidarse? Salas no es la casa <strong>de</strong><br />

uno, qué va. <strong>Te</strong> lo digo porque podrías caer en ese error.<br />

153


154<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Por cierto que aspiro a que con<strong>mi</strong>go sigas siendo como<br />

sos: dulce, pícara, seductora, divertida, coherente y todo lo<br />

<strong>de</strong>más.<br />

Siempre estoy a la búsqueda <strong>de</strong> nuevos a<strong>mi</strong>gos <strong>de</strong> quienes<br />

recibir un cierto tipo <strong>de</strong> <strong>mi</strong>radas y reconoci<strong>mi</strong>entos que <strong>de</strong><br />

vez en cuando me hagan sentir el rey <strong>de</strong> la Creación. Creo<br />

que está todo dicho.<br />

O sea: lo nuestro ha ter<strong>mi</strong>nado. Es doloroso <strong>de</strong>cirlo,<br />

pero es así.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

56.<br />

El año anterior, al cumplir cuarenta, <strong>de</strong>cidí nacer. Aunque todo me<br />

fuera como me iba. A pesar <strong>de</strong> los kilos <strong>de</strong> más, <strong>de</strong> un matrimonio que<br />

se hacía trizas, <strong>de</strong> una Inés que no me gustaba, con su vida solemne,<br />

monótona y con poco lugar para la risa. Si había humor, era intelectual<br />

y medido. Esa era la palabra: medida para todo.<br />

Entonces, cuando nada había cambiado todavía, sentía ya el rumor<br />

<strong>de</strong> las brisas alegres que ese cambio traería y los <strong>de</strong>más, sin saberlo,<br />

contribuyeron a que Inés empezara a ser Inés. Ese año me regalaron<br />

rosas: no libros, no bombones, no jaz<strong>mi</strong>nes, sino rosas, hasta que se<br />

acabaron los floreros y tuve que improvisar algunos más.<br />

La casa se llenó con su perfume.<br />

Me había puesto <strong>mi</strong> más bonito vestido, hice una cena espléndida,<br />

preparé yo <strong>mi</strong>sma la torta, la mejor que hice en <strong>mi</strong> vida.<br />

No sabía bien por qué lo estaba haciendo, pero quería festejar <strong>mi</strong><br />

cumpleaños. Por haber vivido todo ese tiempo, porque había hecho<br />

muchas cosas y porque a pesar <strong>de</strong> haberme equivocado, tenía esperanzas.<br />

Había llegado otra vez <strong>mi</strong> cumpleaños y tenía <strong>mi</strong>edo. Cuarenta y<br />

uno no parecía ser un número tan bueno como cuarenta y andaba<br />

con ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>pri<strong>mi</strong>rme un poco. Para que ese poco no se convirtiera<br />

en un mucho, fui a la peluquería y cediendo al entusiasmo <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />

155


156<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

peluquero, “Mirá que no es tintura sino apenas reflejos, te va a quedar<br />

bárbaro, dale, animate….” Y me animé.<br />

Cuando salí <strong>de</strong>l secador quedé fascinada. Sin notarse, el cambio<br />

estaba. Era yo <strong>mi</strong>sma, pero mejor. El pelo más claro me volvía ver<strong>de</strong>s<br />

los ojos, que siempre había creído marrones. A partir <strong>de</strong> ahí iban a<br />

ser ver<strong>de</strong>s, porque los iba a tratar como ver<strong>de</strong>s, a pintarlos como ver<strong>de</strong>s<br />

y sobre todo, porque siempre habían sido ver<strong>de</strong>s.<br />

Es que, con el entrecejo fruncido <strong>de</strong> otros tiempos, los colores oscuros<br />

que usaba, el convenci<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong> que eran marrones, los pobres<br />

no tuvieron más remedio que serlo.<br />

El día <strong>de</strong> <strong>mi</strong> cumpleaños me levanté temprano y feliz. Elegí una<br />

ropa <strong>de</strong> color… qué se yo que color era. Roja, no. Fucsia, tampoco.<br />

Bueno, era un color en serio, que alegraba la vida y el corazón. Me<br />

perfumé, y me fui para la agencia.<br />

Fui en auto esa mañana; me había llevado a pasear en coche, y di<br />

una larga vuelta por la Costanera en lugar <strong>de</strong>l ca<strong>mi</strong>no <strong>de</strong> todos los<br />

días. “Porque te quiero a ti” cantaba Serrat <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la radio, y me quería<br />

a mí. Si Serrat me lo <strong>de</strong>cía, estaba segura que alguien me lo iba a<br />

<strong>de</strong>cir alguna vez.<br />

Compré rosas y tiré el papel. Quería sentirlas en <strong>mi</strong> mano, como<br />

si las hubiese cortado yo <strong>mi</strong>sma esa mañana. Las llevé a la agencia,<br />

le conté a Andrés a qué se <strong>de</strong>bían. Me regaló un paquete <strong>de</strong> caramelos,<br />

y me hizo feliz.<br />

No podía trabajar; más bien no quería. Se me ocurrió ir a visitar a<br />

<strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos <strong>de</strong> Réplica; nada <strong>de</strong> hacerle caso a Andrés con lo <strong>de</strong> “nena,<br />

cuidá tu trabajo” ¿Quién podría negarle a una que fuera a pasear un<br />

ratito el día <strong>de</strong> su cumpleaños?<br />

Volví a comprar rosas, una para cada uno. Cuando se la di a Juan,<br />

la agitó cual Cyrano <strong>de</strong> Bergerac su pañuelo <strong>de</strong> encaje y me dijo con<br />

picardía:<br />

—¿No era que a los hombres no se le regalan flores?<br />

—Sí; pero también era que las mujeres nos pasamos la vida cambiando<br />

<strong>de</strong> opinión —le contesté.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

57.<br />

Rinnnn (timbre)<br />

Jorgelina: (<strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la puerta): ¿Quién es?<br />

Yo: (<strong>de</strong> este lado <strong>de</strong> la puerta) Ma<strong>mi</strong>.<br />

Jorgelina: ¿La mamá <strong>de</strong> quién?<br />

Yo: la ma<strong>mi</strong> tuya.<br />

Jorgelina: ¿la que se olvidó la llave? (me abrió la puerta, por eso entré)<br />

Yo: (distribuyendo besos) Hola, hola, Andrea, te traje la revista que<br />

me pediste.<br />

Jorgelina: La invité a María <strong>Te</strong>resa a comer.<br />

Yo: (a María <strong>Te</strong>resa) ¿Comés poquito, vos?<br />

Jorgelina: (hace como que protesta) Ma<strong>mi</strong>, que te pue<strong>de</strong> oír.<br />

María <strong>Te</strong>resa (se ríe) Sí.<br />

Yo: Entonces te podés quedar.<br />

Apareció la nietita <strong>de</strong> la mucama, y le empecé a hablar como se<br />

supone que se habla a los niños <strong>de</strong> dos años: ¿Cómo está la nena má<br />

linda, má linda? Ella, <strong>de</strong> puro cumplida, se fue sin <strong>de</strong>cirme la opinión<br />

sobre mí y los gran<strong>de</strong>s en general.<br />

Antes <strong>de</strong> sentarnos a la mesa, tuve que convencer a Andrea para<br />

que <strong>de</strong>jara la revista para <strong>de</strong>spués, le di más besos, porque tenía ganas<br />

(yo, no ella) y empecé a servir las <strong>mi</strong>lanesas y el puré.<br />

157


158<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Cuando le tocó el turno a Alfonso, elegí una <strong>mi</strong>lanesa <strong>mi</strong>núscula<br />

y le dije:<br />

—¿<strong>Te</strong> gusta ésta, o querés una más chica?<br />

Marina me dijo entre risas: —<strong>Te</strong> contagiaste <strong>de</strong> Andrés, que estás<br />

tan chistosa?<br />

Andrés… qué linda mañana habíamos pasado, corriendo los dos<br />

para ver quién llegaba al teléfono para aten<strong>de</strong>r. Andrés, parodiando a<br />

García Torres y yo haciéndole señas <strong>de</strong>sesperadas para avisarle que lo<br />

veía venir por el pasillo, cuando no era verdad.<br />

—¡ Mamaaaaaaá!<br />

—¡Qué te pasa, Marina!<br />

—Es la tercera vez que te llamo—esperó que yo aterrizara y me<br />

dijo:<br />

—¿Sabés que salió un artículo <strong>de</strong> Andrés en el suplemento <strong>de</strong>l do<strong>mi</strong>ngo?<br />

—¿Sí?<br />

—Escribe bien —agregó con absoluta suficiencia adolescente.<br />

Les había contado, junto con las peripecias en la nueva agencia,<br />

cuánto me ayudaba que Andrés me hiciera las cosas más fáciles y divertidas.<br />

Tomé el comentario <strong>de</strong> Marina como un signo <strong>de</strong> aprobación<br />

más general.<br />

Todos hablaban a un tiempo, <strong>mi</strong>entras yo, haciendo uso <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />

intensa práctica <strong>de</strong> la maternidad pensaba en <strong>mi</strong>s cosas, cuando <strong>de</strong><br />

pronto me acordé:<br />

—Alfonso… ¿le diste la tostadora al cerrajero?<br />

Todos se rieron y empezaron a preguntar uno tras otro qué tostadora<br />

y qué cerrajero.<br />

Les hice una morisqueta, como las que nos hacíamos Andrés y yo<br />

y me reí con ellos, contagiándonos unos a otros, secándonos las lágrimas<br />

<strong>de</strong> tanto reírnos. Ya nadie sabía <strong>de</strong> qué nos reíamos, y tampoco<br />

nos importaba. ¡Ay, Andrés, hacía tantísimo tiempo que no me<br />

reía <strong>de</strong> ese modo!<br />

Marina me amenazó entre risas con escribirle una carta <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>ci<strong>mi</strong>ento<br />

a Andrés porque, según ella, yo me había vuelto muy divertida<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo había conocido.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Pensé que no era más que una broma, pero al rato se apareció con<br />

la carta y me la dio.<br />

Al día siguiente <strong>de</strong>jé su carta bajo el teclado <strong>de</strong> Andrés.<br />

Marina:<br />

Hoy Inés me dio tu cartita, que me gustó mucho, te la<br />

agra<strong>de</strong>zco, y me hizo pensar cosas que quiero contarte.<br />

Creo que tu vieja es otra, no porque un día entró en Salas,<br />

sino porque se <strong>de</strong>cidió a ser otra y se bancó una cantidad<br />

<strong>de</strong> cambios fundamentales.<br />

Al fin <strong>de</strong> cuentas, siempre tuvo el <strong>mi</strong>smo corazón, el<br />

<strong>mi</strong>smo sentido <strong>de</strong>l humor, sólo que no se lo per<strong>mi</strong>tía y ahora<br />

sí.<br />

También pensé que no tenía que aceptar que me dijeras<br />

que soy un genio, porque fijate que para nada lo soy.<br />

Lo único que hice fue escuchar a tu mamá <strong>de</strong>cir (y escribir)<br />

las cosas tal como las dice y <strong>de</strong>scubrí, como vos ahora,<br />

que es bárbara.<br />

Gracias por escribirme<br />

Andrés<br />

159


160<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

58.<br />

Finalmente me cansó charlar por escrito. Pregunta va, respuesta viene,<br />

se cruzan tractores y cuestiones como ¿qué nombre les viene bien<br />

a estas copas? ¿Bistró?¿Cronos? ¿Delicat? Alguien que llega y pregunta<br />

pavadas. Traen el café, suena el teléfono, es para vos, es para mí,<br />

otro preguntando si García Torres sigue enfermo…<br />

<strong>Te</strong>nía muchas ganas <strong>de</strong> hablar con Andrés <strong>de</strong> <strong>mi</strong> libro. Me propuso<br />

ir al Tortoni a la salida <strong>de</strong> la agencia, y a mí me pareció <strong>de</strong> buen augurio<br />

elegir un lugar <strong>de</strong> reunión <strong>de</strong> los escritores en otras épocas.<br />

Mientras ca<strong>mi</strong>nábamos <strong>de</strong>scubrí que en las veredas <strong>de</strong>l centro había<br />

muchas piedritas para patear, y que él las pateaba. Me divertían<br />

sus cosas <strong>de</strong> chico, como cuando atendía el teléfono y una vez <strong>de</strong>cía<br />

“Pronto”, otra “Aló” siempre <strong>de</strong> manera diferente. De vez en cuando,<br />

inventaba frases como “Si usted me dice que me he equivocado, no<br />

tendré más remedio que creerle, señora.”<br />

Esa mañana dijo: —Creo que no está, ya se ha retirado— y enseguida.<br />

—Es para vos, Inés.<br />

Eran vacaciones que se tomaba, porque, cómo el <strong>de</strong>cía, era duro<br />

ser una persona adulta todo el día.<br />

Si el bar era <strong>de</strong> 1900, los mozos también. Retraducían los pedidos,<br />

or<strong>de</strong>nándolos <strong>de</strong> otra manera, porque si no, se hacían lío.<br />

—Dos tostados <strong>de</strong> queso y jamón –pidió Andrés.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—Cómo no, señor. Dos tostados <strong>de</strong> queso y jamón.<br />

¿Por qué el queso tenía que ir primero? Me pregunté <strong>mi</strong>entras esperaba<br />

que Andrés volviera <strong>de</strong> su galaxia. Como lo conocía un poco<br />

más, sabía que era su forma <strong>de</strong> pensar, siempre repentina. Ya me enteraría;<br />

el se iba a encargar <strong>de</strong> <strong>de</strong>círmelo.<br />

—<strong>Te</strong>nés que seguir escribiendo, no aflojes. Al principio, uno borronea,<br />

<strong>de</strong>spués lo pasa en limpio. Pero primero hay que escribir lo que<br />

te salga, sobre todo vos, que <strong>de</strong>cís cosas sencillas, profundas y emocionantes,<br />

vos, valiosa, vital. —sacudía entusiasmado la cabeza.<br />

—<strong>Te</strong> digo, lo tuyo no es literatura culta, pero ¡cómo me gusta, caray!<br />

Se me hume<strong>de</strong>cieron los ojos. Andrés seguía asintiendo convencido,<br />

con la cabeza. Pensó un poco más y siguió:<br />

—Así, sin pulir, igual cala hondo esta historia <strong>de</strong> una mujer que<br />

a partir <strong>de</strong> una <strong>de</strong>cisión fundamental empieza a cambiar. Descubre<br />

cómo es la vida, tiene éxito en lo que hace, trata <strong>de</strong> salir sin magullones,<br />

aparta lo feo y siempre encuentra el lado bueno a las cosas.<br />

<strong>Te</strong>nés que ver el libro como un todo, pensar en un plan, en un final.<br />

No lo sigas in<strong>de</strong>finidamente porque, como todo, en algún momento<br />

tiene que ter<strong>mi</strong>nar.<br />

Libro, plan, ter<strong>mi</strong>nar, no se me había ocurrido antes. Los capítulos<br />

se sucedían unos a otros, Andrés daba pasos más largos que los<br />

míos, pero si él lo <strong>de</strong>cía…<br />

Yo había creído que <strong>mi</strong> libro abarcaría el tiempo <strong>de</strong> las vacaciones<br />

<strong>de</strong> verano y la publicidad no sería más que un <strong>de</strong>svío divertido <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />

verda<strong>de</strong>ro ca<strong>mi</strong>no, que era <strong>de</strong>dicarme al psicoanálisis. <strong>Te</strong>r<strong>mi</strong>nadas las<br />

vacaciones, chau agencia, seguiría con Omar y empezaría el último<br />

año <strong>de</strong> Facultad.<br />

Pero eso era antes, cuando recién empecé a escribir. No me resignaba<br />

a <strong>de</strong>jar nada <strong>de</strong> lado, todo me interesaba, y todo me daba placer: escribir<br />

<strong>mi</strong> libro, los <strong>de</strong> los otros, la publicidad, la Facultad. A<strong>de</strong>más, no<br />

tenía ganas <strong>de</strong> inventar finales. Quería vivir el final y luego escribirlo.<br />

Andrés no estuvo <strong>de</strong> acuerdo: si yo no me <strong>de</strong>cidía a pensar en un<br />

final, el libro iba a per<strong>de</strong>r la fuerza <strong>de</strong>l primer impulso, el vigor y la<br />

frescura que según él eran lo más valioso que tenía.<br />

161


162<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

No me gustaba hablar <strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>narlo. Era <strong>mi</strong> compañía, lo veía crecer<br />

todos los días, no me resignaba a quedarme sin él, aunque corriera<br />

el riesgo <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>jarlo nunca.<br />

Por otra parte, poco o nada me importaba la realidad. A esa altura<br />

el libro tenía vida propia y tomaba <strong>de</strong>cisiones por mí. <strong>Te</strong>nía necesida<strong>de</strong>s<br />

que yo no podía <strong>de</strong>soír, que venían <strong>de</strong> lo ya escrito. Aparecían<br />

problemas <strong>de</strong> coherencia, no podía escribir lo que se me venía<br />

en gana. <strong>Te</strong>nía su lenguaje, sus personajes, que se perfilaban <strong>de</strong> una<br />

manera y no <strong>de</strong> otra, y por otra parte la vida es a menudo increíble,<br />

y las novelas como la mía, no pue<strong>de</strong>n serlo también.<br />

Mientras yo le <strong>de</strong>cía todo esto, Andrés me escuchaba con mucha<br />

atención, aunque le costaba ponerse <strong>de</strong> acuerdo con<strong>mi</strong>go. De pronto,<br />

como siempre hacía las cosas, corrió la mesa con mármol y todo<br />

haciendo tambalear la vajilla. Creí que se iba, lo <strong>mi</strong>ré sorprendida.<br />

—Siempre tengo el <strong>mi</strong>smo problema, me falta lugar para <strong>mi</strong>s piernas.<br />

—Ah, era eso. A mí no me pasa, aunque me gustaría, ser alta tiene<br />

sus ventajas.<br />

Le toqué tí<strong>mi</strong>damente el brazo. No es que fuera tí<strong>mi</strong>da, lo era con<br />

él, con quien podíamos reír, bromear, inventar <strong>mi</strong>nijuegos <strong>de</strong> palabras<br />

o <strong>de</strong> gestos, con Andrés sí. A <strong>de</strong>cir verdad, él tampoco me ayudaba.<br />

—Me abrumás: me emocionás, no puedo creer todo lo que me dijiste.<br />

—Pues créelo, muchacha —dijo i<strong>mi</strong>tando la voz <strong>de</strong>l doblaje <strong>de</strong> las<br />

películas <strong>de</strong>l Oeste. Cortó su tostado, me dio la <strong>mi</strong>tad, y apuntándome<br />

con la otra <strong>mi</strong>tad, me dijo:<br />

—Dale, ter<strong>mi</strong>ná tu libro, que yo voy a ver si te lo hago publicar.<br />

Cuando voy en ascensor, en los automáticos que hacen tapar los<br />

oídos, y una siente que la tiran hacia arriba o hacia abajo, vaya a saber,<br />

y el zumbido <strong>de</strong>l arranque y ese modo brusco con que frenan…<br />

<strong>mi</strong>entras él, ajeno al ascensor, lo <strong>de</strong>cía con total displicencia, como si<br />

publicar un libro fuera algo simple y al alcance <strong>de</strong> cualquiera.<br />

—Pero vos… ¿te das cuenta lo que me estás ofreciendo?<br />

—Y sí, que <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos… —Andrés se interrumpió para darle un<br />

mordisco a su tostado.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—No Andrés, escuchá lo que me estas diciendo: <strong>Te</strong>ngo un <strong>Stradivarius</strong>,<br />

si querés, te lo <strong>presto</strong>.<br />

163


164<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

59.<br />

—Me vengo a vivir con vos.<br />

Acomodé <strong>mi</strong>s papeles, <strong>mi</strong>s lápices y <strong>mi</strong> florero en el escritorio frente<br />

al suyo. No podía soportar más las ganas <strong>de</strong> charlar con Andrés, ni<br />

escuchar el sonido <strong>de</strong> su teclado <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong>l tabique. Al diablo<br />

lo que pensaran. Al diablo lo que dijeran, basta <strong>de</strong> disimular con mensajes<br />

que iban y venían, tenía necesidad <strong>de</strong> saber <strong>de</strong> su vida, <strong>de</strong> contarle<br />

la mía, y si me llegaban a echar por eso, no me importaba.<br />

Aunque Andrés le hubiera escrito a Marina que él no tenía nada<br />

que ver con <strong>mi</strong>s cambios, yo estaba segura que sí. Des<strong>de</strong> que lo había<br />

conocido escribía <strong>de</strong>saforadamente. Le escribía cartas a él, escribía<br />

<strong>mi</strong> novela. Me acostaba tardísimo y sólo <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> escribir cuando<br />

el dolor <strong>de</strong> espalda no me <strong>de</strong>jaba continuar.<br />

Él me había dicho que yo lo había convertido en un hicha <strong>de</strong> Inés,<br />

con el pañuelo con cuatro nudos en la cabeza, y salía a tirar papelitos<br />

a la salida <strong>de</strong>l túnel, al grito <strong>de</strong> Inés, y dale dale… Era natural que semejante<br />

<strong>de</strong>claración a <strong>mi</strong> favor me hiciera un efecto bienhechor.<br />

A<strong>de</strong>más me había convencido <strong>de</strong> que valía la pena que siguiera escribiendo,<br />

y me auguraba que un día, como le pasaba a él, alguien me<br />

iba a parar en la calle para <strong>de</strong>cirme que hubiera escrito exactamente<br />

eso, si lo hubiera sabido hacer.<br />

Todas las noches <strong>mi</strong>s <strong>de</strong>dos se paseaban por el teclado, y yo me en-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

teraba junto con ellos <strong>de</strong> lo que estaba escribiendo. Vivía en una exaltación<br />

continua, apenas dormía, no quería per<strong>de</strong>r tiempo en comer,<br />

ni en ninguna otra cosa. Lo único que quería hacer era escribir.<br />

Todas las mañanas le llevaba a Andrés lo que había escrito la noche<br />

anterior, o cumplía obedientemente con la “tarea para el hogar”:<br />

que escribiera en libertad, y no como si fuera la página ter<strong>mi</strong>nada,<br />

que para corregir tenía tiempo.<br />

Cuando le entregué unas páginas con una nueva versión valiente<br />

y sin censuras previas me dijo:<br />

Muy bien, Inés. Es usted muy aplicada. Sientesé. Tiene un nueve.<br />

Me senté, juiciosa y obediente, siguiendo con el juego. Andrés se<br />

acercó y estuvo <strong>de</strong> pronto muy, muy cerca <strong>de</strong> mí.<br />

No sé bien qué sentí. Estábamos tan cerca ya por otras cosas, me<br />

había sentido bien tratada, querida, comprendida, no necesitaba nada<br />

más. ¿No necesitaba nada más?<br />

Él volvió a su escritorio. Nos quedamos callados los dos.<br />

—<strong>Te</strong>nemos que pensar qué hacemos —me dijo por fin.<br />

—¿Qué hacemos con qué?<br />

—Con todo esto.<br />

¿Qué se podía hacer? No lo sabía; nunca me había pasado algo así,<br />

como tantas otras. No era muy ducha en estas cuestiones <strong>de</strong> la vida.<br />

Sentía tanta alegría por pasar la mañana con Andrés, <strong>de</strong> cómo nos alcanzaba<br />

una palabra para enten<strong>de</strong>rnos, y a veces ni siquiera una, shh,<br />

no digas nada que ya te entendí.<br />

Se había incorporado a <strong>mi</strong> vida como si siempre lo hubiera estado,<br />

aunque apenas compartiéramos los mínimos ratos que quedaban<br />

entre su trabajo y el mío, aunque nos hubiéramos escrito más <strong>de</strong> lo<br />

que nos habíamos visto o hablado.<br />

De pronto Andrés se acordaba <strong>de</strong> que éramos un hombre y una<br />

mujer. Quizás yo no <strong>de</strong>bía haberme olvidado. ¿Qué se hacía? ¿Un<br />

<strong>de</strong>sbarajuste universal, o podíamos ad<strong>mi</strong>tir que teníamos otras cosas<br />

para darnos, que nuestra relación había empezado así y podía seguir<br />

así? ¿O había empezado así para mí solamente?<br />

Andrés se sonrió, y me <strong>de</strong>speinó jugando para que <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> estar<br />

tan seria.<br />

165


166<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

60.<br />

Me hacía bien recurrir a Juan, que sabía más <strong>de</strong> la vida que yo, había<br />

vivido más en menos tiempo, y también me hacía bien comprobar<br />

que nuestra a<strong>mi</strong>stad no se había ter<strong>mi</strong>nado, como yo había te<strong>mi</strong>do,<br />

el día en que me había ido <strong>de</strong> Réplica.<br />

Esperamos que el mozo se alejase con el pedido y que volviera para<br />

traerlo, antes <strong>de</strong> empezar <strong>de</strong> veras a hablar.<br />

—<strong>Te</strong> quiero hacer una pregunta existencial —le dije con fingida solemnidad,<br />

para ocultar la solemnidad real.<br />

Se sonrió apenas <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sus bigotes y me alentó con un gesto.<br />

—Quiero que me digas qué opinás <strong>de</strong> un hombre casado que te<br />

dice que le gustás o bueno, algo así.<br />

—A mí, que no me lo diga.<br />

—Pero no, tonto, a mí, que me lo diga a mí.<br />

—¿Es por eso que se te ve tan bien y contenta?<br />

—Digamos que por eso pero multiplicado por tres. Esta semana me<br />

lo dijeron tres veces.<br />

—Caramba, consi<strong>de</strong>remos que hoy es jueves; vamos a ver que pasa<br />

hasta el lunes que viene —bromeó; yo sentí alivio y me animé a seguir.<br />

—Vos que sabés <strong>de</strong> estas cuestiones… ¿te parece que yo seré tan<br />

atractiva, o será que los hombres se lo dicen a todas las mujeres con<br />

que se encuentran en el ca<strong>mi</strong>no?


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—Las dos cosas son ciertas, pero eso no es todo. —abrió el sobre <strong>de</strong>l<br />

azúcar, endulzó el café y lo revolvió con parsimonia, <strong>mi</strong>entras pensaba<br />

en lo que me iba a <strong>de</strong>cir.<br />

—<strong>Te</strong> diré que no sos el tipo <strong>de</strong> mujer que me atrae… —hacía tiempo<br />

que me había dado cuenta; igual, no me gustó escuchárselo <strong>de</strong>cir.<br />

—… pero tenés atractivos <strong>de</strong> sobra para atraer a otros. Por un lado<br />

es cierto que algunos hombres suelen andar por el mundo conquistando<br />

mujeres. A<strong>de</strong>más, vos sos libre y no estás <strong>de</strong>samparada.<br />

—¿Y entonces?<br />

Es muy tranquilizante para ellos, te diré. A<strong>de</strong>más, sos una piba sensata,<br />

podés darles paz, entre otras cosas, claro. Como los hombres están<br />

siempre llenos <strong>de</strong> problemas, les gustan las mujeres in<strong>de</strong>pendientes<br />

que no les traigan más problemas, que hacen lo que les gusta, que<br />

están contentas… como vos.<br />

—<strong>Te</strong>ngo que pensar lo que me <strong>de</strong>cís, todo es muy nuevo para mí.<br />

Juan me <strong>mi</strong>ró muy, pero muy serio:<br />

—Inés, no pienses que está mal que se quieran acostar con vos—yo<br />

me turbé.<br />

—Pero Juan, son egoístas, qué me ofrecen, retacitos <strong>de</strong> tiempo, <strong>de</strong><br />

afecto, los que le sobra… son casados.<br />

—Ni ellos saben qué te ofrecen. <strong>Te</strong> ofrecen el presente, el mañana<br />

¿quién lo pue<strong>de</strong> saber?<br />

No me convenció, él se dio cuenta y me animó a seguir:<br />

—Explicame más.<br />

—El asunto es así: no sé si me gustan.<br />

—Alguno te <strong>de</strong>be gustar.<br />

—Bueno, uno.<br />

—¿y?<br />

—Ese es el casado.<br />

—¿Se lleva bien con la mujer?<br />

—No sé.<br />

—Si se llevara mal, siempre se pue<strong>de</strong> separar.<br />

—Yo que sé, me extraña, Juan, que lo digas así, vos que sabés tan<br />

bien como yo que tampoco es fácil separarse en el supuesto que quisiera.<br />

167


168<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—Escuchame, nena, aquí vinimos para hablar <strong>de</strong> vos, no <strong>de</strong> mí, ni<br />

<strong>de</strong> que <strong>mi</strong> mujer quiere volver.<br />

—¿Me alegro o no me alegro?<br />

—Qué se yo. Pero volvamos a vos. El que tiene el problema, si es<br />

que lo tiene, es él. No te sientas tan po<strong>de</strong>rosa como para <strong>de</strong>struir un<br />

matrimonio. Los matrimonios siempre se <strong>de</strong>struyen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro.<br />

No apareciste porque sí, algo andaba mal entre ellos.<br />

Juan hablaba con total convicción, <strong>mi</strong>entras yo sentía que él iba<br />

<strong>de</strong>masiado rápido, que era <strong>de</strong>masiado concreto y no era eso lo que<br />

yo, una señora <strong>de</strong> su casa, había ido a buscar. Con más convicción<br />

todavía me dijo:<br />

—En última instancia, si ella lo quiere, que lo <strong>de</strong>fienda como una<br />

tigra parida, qué embromar —<strong>mi</strong>ró el reloj y llamó al mozo.<br />

—Me voy a tener que ir o me van a echar <strong>de</strong> la agencia. —él se dio<br />

cuenta que me escapaba porque no quería escuchar mucho más, pero<br />

escuché:<br />

—Mirá Inés, la vida hay que vivirla con todo, meterse hasta acá, (se<br />

puso la mano en el cuello como si se ahogara) Y sobre todo no tener<br />

pereza <strong>de</strong> vivir.<br />

—¿Y si se sufre?<br />

Bajó la voz y la volvió más grave:<br />

—<strong>Te</strong> jodés. —le pagó la cuenta al mozo y antes <strong>de</strong> irnos me señaló<br />

con el índice:<br />

—<strong>Te</strong> digo más: hay un proverbio árabe que dice que si no cortás la<br />

rosa, se marchita. Entonces, a cortarla, nos vemos, nena.<br />

Y nos fuimos, cada cual para su lado.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

61.<br />

Guido volvió <strong>de</strong> sus vacaciones. Cuando nos encontramos necesité<br />

contarle y a la vez contarme lo que me estaba pasando. A pesar<br />

<strong>de</strong> <strong>mi</strong>s cuarenta y un años, <strong>mi</strong> largo matrimonio, los hijos, sentía que<br />

empezaba <strong>de</strong> nuevo. Como si fuera <strong>de</strong> nuevo adolescente y saliera<br />

por primera vez. El <strong>mi</strong>smo <strong>mi</strong>edo, la <strong>mi</strong>sma <strong>de</strong>sconfianza, las <strong>mi</strong>smas<br />

dudas <strong>de</strong> entonces.<br />

¿Quiénes serían esos <strong>de</strong> los que, según <strong>mi</strong> vieja, había que <strong>de</strong>sconfiar?<br />

“Todos los hombres son iguales” ¿Iguales a qué? Habría que <strong>de</strong>scubrirlo.<br />

Entonces Guido se ofreció para acompañarme. Me ofreció su tiempo,<br />

su paciencia, su discreción, porque yo no quería que <strong>mi</strong>s chicos<br />

se enteraran, qué iban a <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> su mamá…<br />

Hicimos muchas cosas juntos a partir <strong>de</strong> ese día. Des<strong>de</strong> hablarnos<br />

por teléfono a cada rato y por cualquier motivo hasta ir al cine, a pasear<br />

<strong>de</strong> la mano, a sentarnos en una plaza sombría, a <strong>de</strong>scubrir barrios<br />

que no conocíamos.<br />

Cada tanto Guido me preguntaba si todavía necesitaba <strong>de</strong> su paciencia<br />

y yo le seguía diciendo que sí pero cada vez el sí se parecía<br />

más a un no.<br />

169


170<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

62.<br />

Estaba preocupada. Ese día volvían los dos directores creativos:<br />

García Torres, <strong>de</strong> su enfermedad, y Castelli <strong>de</strong> sus vacaciones.<br />

En ese tiempo muchos me habían preguntado si yo estaba a prueba.<br />

Suponía que no, porque García Torres no me había mencionado<br />

ninguna prueba y a<strong>de</strong>más me había hecho <strong>de</strong>jar Réplica.<br />

De todos modos me inquietaba la pregunta, la sombra <strong>de</strong> lo sucedido<br />

con Stafford y Miguel caía sobre <strong>mi</strong>s espaldas, y el escepticismo<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>más con respecto a Torres también.<br />

Estas preocupaciones me acompañaron hasta el ascensor. Subí con<br />

un hombre que no conocía.<br />

Alto, flaco, tostado por el sol, me preguntó:<br />

—¿Piso?<br />

—<strong>Te</strong>rcero.<br />

—¿Sos nueva, vos?<br />

—Sí. —le contesté con toda la cautela que <strong>mi</strong> papel <strong>de</strong> “nueva” exigía.<br />

—¿Con quién estás?<br />

—No sé.<br />

—¿Cómo no sé, con alguien tenés que estar —parecía ser un hombre<br />

enérgico, que a él no le vinieran con pavadas.<br />

—Des<strong>de</strong> que entré, García Torres estuvo enfermo y no lo vi más.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Se rió con una risa breve, econó<strong>mi</strong>ca, y me dijo que no me fuera a<br />

creer que Torres se enfermó por eso. Le contesté con seriedad:<br />

—Sí; estoy segura que fue por <strong>mi</strong> culpa. Vos no sabés cómo soy<br />

yo.<br />

—Ja, ja. ¿y entonces?<br />

—Entonces que no sé si trabajo con Torres o con Castelli.<br />

—Se rió <strong>de</strong> nuevo, con un poco menos <strong>de</strong> economía:<br />

—Castelli soy yo; quedate tranquila, que con<strong>mi</strong>go no estás.<br />

—Encantada.<br />

—¿Por qué siempre tenía que conocer a la gente <strong>de</strong> un modo no<br />

convencional? ¿De vez en cuando no podía ser más fácil, te presento<br />

a Fulana, te presento a Mengano y chau?<br />

—¿A vos quién te invitó? —fue lo primero que le dije a Fernando<br />

cuando lo vi por primera vez.<br />

—A <strong>mi</strong> nadie; yo ofrecí <strong>mi</strong> casa.<br />

Cómo me había gustado; alto, buen mozo, bailaba bien. Intercambiamos<br />

una sarta <strong>de</strong> mentiras y exageraciones sobre cómo éramos y<br />

qué cosas nos gustaban, que no creímos ninguno <strong>de</strong> los dos, hasta<br />

que nos enamoramos y creímos todo.<br />

Pero qué tenía que meterse Fernando en el medio, lo pasado pisado.<br />

Buen mozo sigue siendo, pero para qué me sirve que me acuer<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> aquellos tiempos que ya pasaron, y para qué, como las golondrinas<br />

vuelven <strong>de</strong> tu balcón los nidos a colgar y si llega a volver, yo<br />

como Liliana qué hago, Dios mío, qué hago.<br />

La impresión <strong>de</strong> reciedumbre que tuve <strong>de</strong> Castelli en el ascensor<br />

se fue mejorando con las horas, pasó a ser un buen tipo, tal vez un<br />

poco directo, enjuto, escueto, tal como su aspecto, sin <strong>de</strong>sperdicio,<br />

al pan, pan y al vino, vino, y yo me estaba lamentando por no trabajar<br />

con él, cuando se mató <strong>de</strong> risa y hasta se sonrojó porque tuvo un<br />

terrible lapsus: en lugar <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme “te alcanzo una silla” me dijo “te<br />

alcanzo una cama”.<br />

Volví a la intranquilidad: García Torres no me había llamado a su<br />

oficina y finalmente, al llegar la hora <strong>de</strong> irme, <strong>de</strong>cidí ir yo.<br />

Se mostró <strong>de</strong>masiado serio con<strong>mi</strong>go. No se parecía en nada al <strong>de</strong> la<br />

primera vez, el que quería a toda costa que me quedara a trabajar.<br />

171


172<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Me habían dicho que en la agencia todo se sabía, y quizás le había<br />

caído mal que me instalara en la oficina <strong>de</strong> al lado, aunque yo por las<br />

dudas me había vuelto a mudar esa mañana.<br />

Intenté mostrarle lo que había trabajado para los tractores <strong>mi</strong>entras<br />

él estaba enfermo, pero me dijo que lo <strong>de</strong>jara para el día siguiente,<br />

tenía otras cosas más urgentes que aten<strong>de</strong>r.<br />

Me pregunté dón<strong>de</strong> habría quedado el García Torres galante <strong>de</strong>l<br />

primer día, y me resistí a pensar que el cambio sólo se <strong>de</strong>biera a su úlcera<br />

estropeada. Empecé a sentir olor a tormenta.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

63.<br />

Ay, Andrés, ay, ay….<br />

Un choque <strong>de</strong> trenes a toda velocidad, <strong>de</strong> aviones, <strong>de</strong> satélites,<br />

<strong>de</strong> galaxias. Un golpe, una inundación <strong>de</strong> adrenalina.<br />

Primero no lo pu<strong>de</strong> creer. Después, el atonta<strong>mi</strong>ento. Entonces,<br />

la rabia, la impotencia, la parálisis y por fin, la rebelión.<br />

“Hoy es 16; trabajaste hasta hoy”, me dijo Torres y no le<br />

alcanzó con eso, me dijo a<strong>de</strong>más “andate ya y no te <strong>de</strong>spidas<br />

<strong>de</strong> nadie, me hacen mal las <strong>de</strong>spedidas”.<br />

Qué sencillo: andá y <strong>de</strong>saparecé sin <strong>de</strong>jar rastros.<br />

Mirá lo que me pasa, a esta edad… pero no lo voy a <strong>de</strong>jar<br />

así, le voy a escribir una carta a Salas pidiéndole una<br />

entrevista para que se entere.<br />

Así que esa era la vida, la que yo no conocía y quería<br />

conocer.<br />

No sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> saqué fuerzas para <strong>de</strong>cirle a Torres que no<br />

me iba a ir antes <strong>de</strong> fin <strong>de</strong> mes; tenía que buscar otro trabajo.<br />

No se lo esperaba el muy cretino, me dijo que sí.<br />

Como te imaginarás no era para buscar trabajo sino para<br />

no abandonar <strong>de</strong> golpe todo lo que vos y yo nos damos en<br />

las mañanitas, para <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> a poco.<br />

173


174<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Ahora entiendo cuando hablabas <strong>de</strong> cuidarme. Desparramar<br />

alegría tiene un precio, la envidia <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más.<br />

Inés.<br />

Le <strong>de</strong>jé la carta en el escondite <strong>de</strong> siempre y fui a buscar a Andrea<br />

a la escuela. Estuve un rato jugando con ella y en un acto <strong>de</strong> amor a<br />

mí <strong>mi</strong>sma, me fui a dor<strong>mi</strong>r. Un choque <strong>de</strong> trenes <strong>de</strong>ja extenuado a<br />

cualquiera.<br />

Como me dijo una vez Andrés, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las penas, poco a poco<br />

aparecen las i<strong>de</strong>as. No quería irme <strong>de</strong> la agencia sin pelear. Iba a ir a<br />

ver a Salas. Le iba a <strong>de</strong>cir <strong>mi</strong>re lo que me pasa, <strong>mi</strong>re cómo me han<br />

lastimado.<br />

Me sentí un poco mejor. Haría algo, aunque no diera ningún resultado,<br />

con tal <strong>de</strong> no hacerle el juego al <strong>de</strong>sgraciado <strong>de</strong> Torres. Todos<br />

se iban a enterar <strong>de</strong> su canallada.<br />

Llegaron Jorgelina y Alfonso <strong>de</strong>l colegio y me preguntaron qué me<br />

pasaba. Traté <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> lado el choque <strong>de</strong> trenes, pero no pu<strong>de</strong> evitar<br />

lagrimear. Marina me dijo que no me afligiera si tenía que trabajar<br />

todo el día; ellos se iban a arreglar.<br />

Andrea se acurrucó como un pollito mojado en el fondo <strong>de</strong>l sillón.<br />

—¿Qué te pasa, tesoro?<br />

—Nada, nada me pasa. —me contestó con una trompita <strong>mi</strong>tad triste<br />

y <strong>mi</strong>tad enojada. Le ofrecí que <strong>mi</strong>ráramos juntas el cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong><br />

clase pero siguió seria, hasta que no pudo guardarse por más tiempo<br />

lo que le pasaba.<br />

Jorgelina es una tonta, quiere que trabajes todo el día y no te vea<br />

nunca, y que no vengas a comer con<strong>mi</strong>go —me dijo en un mar <strong>de</strong> lágrimas.<br />

—No llores Andrea no va a hacer falta que trabaje todo el día, yo<br />

siempre te voy a ir a buscar, vení, estudiemos juntas la poesía: “Mi<br />

barrio es como un cuento/ que me sé <strong>de</strong> memoria/ Cada casa en <strong>mi</strong><br />

barrio/me ha contado su historia.”<br />

Después llegó Marina llorando.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—Otra más que llora—dijo Alfonso buscando pen<strong>de</strong>ncia.<br />

—Callate estúpido qué te metés.<br />

—Basta, los dos. ¿Por qué llorás?—tuve que intervenir.<br />

—Las chicas me llenaron la cabeza y me ter<strong>mi</strong>né peleando con Pablo.<br />

—A ver, ¿vos querías pelearte?—otro problema en puerta, pensé.<br />

—No, no quería.<br />

—¿No te parece que tenés que hacer lo que vos querés, no lo que<br />

dicen tus a<strong>mi</strong>gas?<br />

Parecía sencillo <strong>de</strong>círselo a ella pero yo ¿sabía lo que quería? A<strong>de</strong>más,<br />

¿el nido tibio que trataba <strong>de</strong> crear para los chicos los protegerían<br />

<strong>de</strong> las cosas feas, como las que me estaban pasando?<br />

Marina se fue a su cuarto y no quiso cenar. Por una vez, <strong>de</strong>cidí que<br />

no la malcriaba si le llevaba la co<strong>mi</strong>da a la cama.<br />

Al fin logré, exhausta, que todos se fueran a dor<strong>mi</strong>r, tarea ardua y<br />

prolongada, y pu<strong>de</strong> pensar en la entrevista que le iba a pedir a Salas.<br />

Si no daba resultado, me volvería a ocupar <strong>de</strong> lo mío. Así surgió el<br />

último problema <strong>de</strong> ese día: ¿Cómo saber qué era lo mío? ¿La publicidad,<br />

la literatura, la psicología, o qué?<br />

Me costaba dor<strong>mi</strong>r; pensé qué me hubiera dicho Fernando si supiera<br />

lo que me pasaba y casi tuve ganas <strong>de</strong> llamarlo y contárselo,<br />

pero no lo hice. <strong>Te</strong>ndría que apren<strong>de</strong>r a vivir sin él, y al <strong>mi</strong>smo tiempo<br />

arreglármelas con el dolor <strong>de</strong> que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber vivido juntos<br />

tanto tiempo, yo tuviera que buscar consuelo en otra gente.<br />

Cuando Fernando se enteró (por los chicos, no por mí) <strong>de</strong> <strong>mi</strong> <strong>de</strong>spido,<br />

si es que se pue<strong>de</strong> llamar <strong>de</strong>spido el <strong>de</strong> alguien que nunca empezó<br />

a trabajar, me llamó preocupado. Pero no me dijo qué pena, o<br />

qué mal te sentirás, o ahora comprendo por qué el raspón <strong>de</strong>l auto,<br />

sino sencillamente:<br />

—¿No te advertí que el ambiente <strong>de</strong> la publicidad…?<br />

—Sí, sabelotodo, me lo dijiste, sabelotodo menos ¡ay! Sabelo<strong>de</strong>mí.<br />

Como me dijo Guido, a los hombres les lleva mucho tiempo enten<strong>de</strong>r<br />

a las mujeres y cuando por fin lo apren<strong>de</strong>n, a veces ya no es posible<br />

con la <strong>mi</strong>sma mujer. A<strong>de</strong>más… ¿esa mujer tan mujer, que Gui-<br />

175


176<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

do <strong>de</strong>spertaba en mí, era la <strong>mi</strong>sma, aquélla, la que había sido la mujer<br />

<strong>de</strong> Fernando?


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

64.<br />

Ibamos para la escuela, muy <strong>de</strong> mañana, Jorgelina, Andrea y yo,<br />

muy calladas las tres. Ellas, porque tenían sueño y yo también. Hasta<br />

el auto parecía somnoliento, iba tan <strong>de</strong>spacio que parecía que en<br />

cualquier esquina se iba a parar a echarse un sueñito.<br />

Un largo día me esperaba, un día en que tenía que luchar por lo<br />

mío y quizás no supiera hacerlo bien. A <strong>mi</strong> alre<strong>de</strong>dor todo tenía el<br />

color sin color <strong>de</strong> las cosas cuando no se las ve.<br />

Las nenas me dieron un beso y se bajaron en la puerta <strong>de</strong> la escuela. Doblé<br />

la esquina y apareció un auto blanco que se puso a la par <strong>de</strong>l mío.<br />

—Guido… —dije y sentí gran<strong>de</strong> <strong>mi</strong> sonrisa inundándome la cara.<br />

Las cosas recobraron su color.<br />

—Quería verte aunque sólo fueran cinco <strong>mi</strong>nutos —me dijo Guido<br />

<strong>mi</strong>entras nos protestaban los bocinazos.<br />

Estacionamos los autos, Guido se pasó al mío, me abrazó, me besó:<br />

—No entiendo cómo alguien pudo echarte, <strong>de</strong>be ser ciego y sordo,<br />

para hacerte una cosa así.<br />

Me hizo reír, los cinco <strong>mi</strong>nutos pasaron pronto, fueron sólo cinco<br />

<strong>mi</strong>nutos y parecieron apenas dos.<br />

Guido me dio un último, rápido beso y se fue a aten<strong>de</strong>r a sus pacientes.<br />

Yo me fui para la agencia y la mañana ya no me pareció tan<br />

gris.<br />

177


178<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

65.<br />

Cuando Castelli me vio tristísima, por lo <strong>de</strong> García Torres, en lugar<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme cosas que me hubieran puesto peor, al estilo <strong>de</strong> pobre,<br />

qué injusticia y <strong>de</strong>más, me contó un cuento chino <strong>de</strong> un chino<br />

muy viejo que vivía en una montaña con su yegua y su nieto. Resulta<br />

que un día se le escapó la yegua y todos se afligieron, pobre chino<br />

sin yegua, qué iba a ser <strong>de</strong> él.<br />

Pero el viejo, tan oriental como era, no se apuró a preocuparse y<br />

les dijo que había que esperar a ver qué pasaba.<br />

Y lo que pasó fue que dio la buena suerte que la yegua resultó muy<br />

querendona y que sabía revolear los ojos con maestría equina, por<br />

lo cual apareció poco <strong>de</strong>spués seguida <strong>de</strong> unos cuantos galanes <strong>de</strong> su<br />

<strong>mi</strong>sma raza y condición.<br />

—Entonces, Inés, lo que hoy te parece tan malo… mañana andá a<br />

saber.<br />

—¿No me estarás diciendo que por ahí mañana le voy a tener que<br />

dar las gracias a Torres por lo que me hizo?<br />

—Y, quién te dice…<br />

—Ah, no, Castelli, eso sí que no, las gracias no se las doy.<br />

Andrés me escribió una carta y en un <strong>de</strong>scuido <strong>de</strong> Castelli me la<br />

dio.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Inés hace lo que pue<strong>de</strong>, te escribí una vez y hasta te lo propuse<br />

para título <strong>de</strong> tu broli. <strong>Te</strong> veo, chiquita, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la columna<br />

que el guionista <strong>de</strong> la “película” puso para que te escondieras<br />

y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahí <strong>mi</strong>raras asombrada y <strong>de</strong> reojo.<br />

“Mirá lo que me pasa, a esta edad” Nunca es tar<strong>de</strong>, pichona.<br />

Venir a <strong>de</strong>scubrir que lo que te hacen es lo que genéricamente<br />

se llama injusticia y le suce<strong>de</strong> cientos <strong>de</strong> veces a<br />

cientos <strong>de</strong> personas por día.<br />

Estás haciendo todo bien, la carta a Salas es durísima, no<br />

le falta ni le sobra nada: “me tomó sin conocerme, y sin conocerme<br />

me echó” es <strong>de</strong>teriorante para quien bien se lo merece.<br />

Suce<strong>de</strong> que es el primer revés <strong>de</strong> tu nueva vida, serán muchos<br />

más, queridísima a<strong>mi</strong>ga. Es <strong>de</strong> sabios apren<strong>de</strong>r esa clase<br />

<strong>de</strong> realidad para po<strong>de</strong>r transitarla.<br />

Pero también te pasaron cosas buenas. Encontraste comprensión<br />

en varias personas empezando por tus hijos. Andrea<br />

tiene poca edad, no te pue<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r. Sos vos la que tenés<br />

que <strong>de</strong>cidir si trabajás o no ocho horas, y no ellos. Cuando<br />

estés segura vas y se los <strong>de</strong>cís.<br />

El tiempo, ese bocina, ya dirá que va a pasar con esos dos<br />

que se divierten, se entien<strong>de</strong>n y se ayudan tanto en la oficina<br />

en tus cuatro horitas, si nuestro interés y esas cosas…<br />

Hay algo mío que a lo mejor te sirve: ¿qué es lo <strong>de</strong> uno?<br />

Descubrí que me puedo emperrar en que no me echen <strong>de</strong> Salas<br />

y Asociados y hasta lograrlo y entonces quedarme en la<br />

publicidad, pero creo que “lo <strong>de</strong> uno” es cualquier cosa que<br />

uno se proponga.<br />

Lo tuyo es ser esposa tradicional, y <strong>mi</strong>nón separada, es<br />

ser madre como hay pocas, lo tuyo está en la psicología, en<br />

la literatura, en las relaciones públicas, en la publicidad. En<br />

lo que te propongas, como quieras y cuando quieras.<br />

Y si no, fijate que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo <strong>de</strong> Torres encontraste<br />

otros espejos don<strong>de</strong> reflejar tu encanto, espejos a quienes interrogar<br />

quién es la más linda, la más inteligente, y todas<br />

esas cosas más.<br />

179


180<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Ayer a la tar<strong>de</strong> Castelli estuvo hablando maravillas <strong>de</strong><br />

vos. Creo que lo sedujiste al gruñón ese y como te imaginarás,<br />

no lo contradije en lo más mínimo.<br />

No te asombres que los tipos se te acerquen, porque sos<br />

atractiva, sin necesidad <strong>de</strong> ser una piba <strong>de</strong> veinte y secretaria.<br />

En rigor, siempre te <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber pasado, sólo que estabas<br />

ciega, tu corazón no lo registraba, porque para tu corazón<br />

usabas braille, pero habías aprendido por correspon<strong>de</strong>ncia<br />

y por ese tiempo había huelga <strong>de</strong> carteros.<br />

A.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

66.<br />

Castelli me regaló su libro <strong>de</strong> poemas. “Por un tiempo <strong>de</strong> publicidad,<br />

<strong>de</strong> a<strong>mi</strong>stad y asombro” escribió en la primera hoja. Así que era<br />

poeta…<br />

—Me encariñé con vos, piba. —me dijo, como disculpándose <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>bilidad.<br />

Me ofreció que me quedara en su oficina hasta el fin <strong>de</strong> mes; la situación<br />

con Torres era muy tensa y peor todavía porque no sé cómo<br />

fue a enterarse que yo le había pedido una entrevista a Salas.<br />

—Quedate con nosotros, si querés; yo me encargo —me dijo Castelli<br />

con su vozarrón. —Por ahí, con suerte, hasta nos das una mano.<br />

Ahí estábamos, Andrés, Castelli y yo, esperando la semana que faltaba<br />

para fin <strong>de</strong> mes, esperando que Salas me recibiera; ninguno <strong>de</strong><br />

los tres creíamos que hablar con él iba a servir <strong>de</strong> mucho. En eso apareció<br />

él gordo Olivera:<br />

—¿Cómo te va, libélula?<br />

El me llamaba así, porque <strong>de</strong>cía que yo andaba revoloteando <strong>de</strong><br />

aquí para allá. Me dio un sonoro beso en la mejilla y aprovechó para<br />

<strong>mi</strong>rar <strong>de</strong> reojo la hoja <strong>de</strong> “<strong>mi</strong>” máquina <strong>de</strong> escribir.<br />

—¿Siempre escribiendo tu novela?<br />

—<strong>Te</strong>né cuidado con lo que hacés, gordo. Mirá que enseguida Inés<br />

va y te escribe —le dijo Castelli.<br />

181


182<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Olivero me echó una <strong>mi</strong>rada con sus ojitos redondos y afables y le<br />

contestó <strong>de</strong> un tirón:<br />

—Mirá que es linda, <strong>mi</strong>rá qué dulce, <strong>mi</strong>rá qué talento… ¿te conté<br />

el cuento <strong>de</strong> la negrita que el negro le dice “che, ¿vamos a encamarnos?”<br />

y entonces la negrita ofendida le dice “andate negro sinvergüenza,<br />

más respeto con<strong>mi</strong>go, qué es eso <strong>de</strong> ché?”.<br />

Antes <strong>de</strong> que le contestáramos Olivero siguió:<br />

—¿Y aquel otro <strong>de</strong>l abuelito que le dice a la abuelita que le está trayendo<br />

un platazo enorme pero enorme <strong>de</strong> sopa: “para quién es ese<br />

platazo?” y cuando la abuelita le dice que es para él entonces el abuelito<br />

le dice: “¿para mí ese platito?”.<br />

Habíamos perdido la cuenta <strong>de</strong> las veces que nos lo había contado,<br />

siempre el <strong>mi</strong>smo cuento, siempre <strong>de</strong> un tirón sin puntos ni comas,<br />

que al final <strong>de</strong> tanto repetirlo nos hacía reír.<br />

Con el tiempo lo fue abreviando, y <strong>de</strong> tanto en tanto se asomaba<br />

por la puerta <strong>de</strong> la oficina y <strong>de</strong>cía solamente el final, con voz aguda<br />

y temblorosa:<br />

—¿Para mí ese platitito?<br />

Esa vez el gordo, buenazo él, quería acortarme el tiempo <strong>de</strong> la espera<br />

contando el cuento entero. Después me dijo:<br />

—Mirá que te la hicieron bien fiera, Libélula. Pero vos hacés bien,<br />

peleala hasta el final.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

67.<br />

Estoy <strong>de</strong>pri<strong>mi</strong>do y triste.<br />

No sé por qué.<br />

En estos momentos en que vas a irte… vamos, te lo digo:<br />

más te necesito, para acortar las mañanas.<br />

A veces me parece que no aguanto más en esta agencia.<br />

Pero tengo que aguantar. <strong>Te</strong>ngo necesida<strong>de</strong>s econó<strong>mi</strong>cas no<br />

resueltas y tengo que aguantar.<br />

Claro que a veces esto se convierte en un castigo.<br />

Siento pocas posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> elegir.<br />

Necesito que me hables bien <strong>de</strong> mí.<br />

Bueno, nena, chau.<br />

A.<br />

Querido a<strong>mi</strong>go <strong>de</strong>l alma:<br />

Vamos a ver, qué le digo este hombre, que me escribió una<br />

cartita pidiéndome auxilio, a este hombre que lo tienen a<br />

prueba aquí y nunca lo ter<strong>mi</strong>nan <strong>de</strong> probar.<br />

Cumplo con tu pedido.<br />

Si recorrieras las muchas cartas que te he escrito, verás, pri-<br />

183


184<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

mero y ante todo, que sos una buena persona. ¿Qué pue<strong>de</strong><br />

haber más importante?<br />

Si alguien me llegara a preguntar qué espero <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos, yo<br />

diría eso <strong>mi</strong>smo: que sean, ante todo, buenas personas.<br />

¿Qué más? Que estás hecho <strong>de</strong> buena ma<strong>de</strong>ra, que tenés<br />

ojos para ver lo bueno y no lo feo, boca para <strong>de</strong>cirle a los<br />

<strong>de</strong>más lo mejor que se te ocurre <strong>de</strong> ellos… y pies para patear<br />

piedritas.<br />

Que sos inteligente, y mucho. Que sabés <strong>mi</strong>rar alre<strong>de</strong>dor y<br />

escribir lo que ves, con ese lujo <strong>de</strong> adjetivos combinados <strong>de</strong><br />

insólita manera.<br />

<strong>Te</strong> veo periodista, como lo fuiste siempre, que ve y luego lo<br />

cuenta <strong>de</strong> una manera que quien te lee no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scubrir algo que no vio y ter<strong>mi</strong>na pensando que tenés razón<br />

en lo que <strong>de</strong>cís. ¿Un ejemplo? ¿Se pue<strong>de</strong> pedir en este<br />

país <strong>de</strong> lugares comunes algo más sensato que lo que dijiste<br />

ayer a Castelli que la Argentina crea talentos pero no se<br />

los pue<strong>de</strong> bancar?<br />

Ahora estás <strong>de</strong> capa caída, <strong>de</strong> calcentines caídos, <strong>de</strong> alma<br />

caída. Se te ha dado por cuestionarte y cuestionarte, andá<br />

a saber por qué.<br />

Me siento tentada a hacer ejercicio ilegal <strong>de</strong> la profesión -<br />

cosa que nunca hago, pero tu carta me envalentona – y <strong>de</strong>cirte<br />

algo, que a la vez que intuyo lo creo sin el más mínimo<br />

temor a equivocarme:<br />

¿No será que te cuestionás la publicidad, hermana frívola <strong>de</strong>l<br />

periodismo, ese que llevás en el alma más <strong>de</strong> lo que creés?<br />

Y necesito <strong>de</strong>cirte algo más, me haría mal no <strong>de</strong>círtelo. Cuanto<br />

más te conozco y más me convenzo <strong>de</strong> cuánto valés pienso<br />

que tu inteligencia y tu fuerza no está en marcha aquí.<br />

Este no es tu lugar.<br />

Todo eso me hace pensar que, perdoname si soy un poco fanática,<br />

pero a <strong>mi</strong> me parece, bah, estoy segura que un poquito,<br />

un retoquecito <strong>de</strong> análisis no te vendría mal.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Inés<br />

No sé que te habré hecho para que me trates tan mal. Sé que<br />

me querés, me respetés, incluso me ad<strong>mi</strong>rás, querés lo mejor<br />

<strong>de</strong> mí, pero esa buena persona que <strong>de</strong>cís que soy necesita<br />

otra cosa <strong>de</strong> esa buena persona que sos vos.<br />

Lo último que necesito es leer que necesito más análisis,<br />

cuando hace rato que lo ter<strong>mi</strong>né. En tren <strong>de</strong> analizarme<br />

podría seguir dos, seis, veintisiete años más, hasta llegar<br />

a ser el más analizado <strong>de</strong> la Argentina, <strong>de</strong> América y <strong>de</strong>l<br />

mundo entero.<br />

Pero no hace falta. Sé todo <strong>de</strong> mí y <strong>de</strong> una realidad que a veces<br />

hay que aceptar, aunque se me vuelva difícil como ahora.<br />

Menos me sirve todavía que no me digas que no me ves haciendo<br />

publicidad, cuando es una elección dolorosa porque<br />

implica <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> lado lo que realmente quiero: hacer periodismo.<br />

Perdoname pero me parece que todavía no aprobaste “Discri<strong>mi</strong>naciones<br />

II”<br />

Me quedo sin embargo con algunos <strong>de</strong> los exquisitos gestos<br />

tuyos <strong>de</strong> este breve tiempo que nos conocemos, y también <strong>de</strong><br />

los afectos, bancadas, apoyos y <strong>de</strong>más yerbas.<br />

A.<br />

185


186<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

68.<br />

Andrea tenía unas líneas <strong>de</strong> fiebre y no fue a la escuela. Castelli me<br />

volvió a <strong>de</strong>cir “yo me encargo” y en lugar <strong>de</strong> ir a la agencia me quedé<br />

con ella.<br />

Empecé a arrepentirme <strong>de</strong> la carta que le había escrito a Andrés,<br />

quizás tendría que habérselo dicho y no escrito. Pero también era cierto<br />

que si él había elegido escribirme, era lógico contestarle <strong>de</strong> la <strong>mi</strong>sma<br />

manera. O directamente no <strong>de</strong>círselo.<br />

A<strong>de</strong>más, Andrés siempre <strong>de</strong>cía que hay que esperar un poco, porque<br />

<strong>de</strong> los arrepenti<strong>mi</strong>entos uno también se arrepiente.<br />

Cuando llegué al día siguiente, Andrés no estaba pero su carta sí:<br />

Mi ex-analista me espera el viernes. No me pienso volver<br />

a analizar pero ella me conoce como nadie y tal vez pueda<br />

<strong>de</strong>cirme qué me está pasando para sentirme tan mal.<br />

A.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

69.<br />

—¿Cómo estás Juan?<br />

Juan se alisaba el bigote, un bigote como el <strong>de</strong> <strong>mi</strong> abuelo, a lo Palacios.<br />

Los dos se los alisaban cuando estaba satisfechos por algo. Mi<br />

abuelo a menudo lo hacía por mí, que era, por lejos, su nieta preferida.<br />

—Vuelvo con <strong>mi</strong> mujer—me dijo repentinamente Juan.<br />

—¿y la mujer <strong>de</strong> tu a<strong>mi</strong>go?<br />

—Fue bueno <strong>mi</strong>entras duró. A<strong>de</strong>más, no era una mujer con quien<br />

yo pudiera vivir.<br />

El otro día me había dicho que había que meterse hasta acá, con<br />

todo. Se había metido, no resultó, hizo marcha atrás. Era su estilo. No<br />

me parecía bueno para mí y, pensándolo un poco, para él tampoco.<br />

Sin embargo, en otras cosas tenía razón, como aquel día que me<br />

dijo que no tuviera pereza <strong>de</strong> vivir, y eso era lo que trataba <strong>de</strong> hacer<br />

todos los días.<br />

En su momento lo sentí como un sacudón, ¿a mí me lo <strong>de</strong>cía? Pero<br />

<strong>de</strong>spués le di la razón y entonces, basta <strong>de</strong> protegerme <strong>de</strong> la vida, <strong>de</strong>jando<br />

<strong>de</strong> vivir por <strong>mi</strong>edo al sufri<strong>mi</strong>ento. Basta <strong>de</strong> protegerme <strong>de</strong> la<br />

vida, por <strong>mi</strong>edo a sufrir, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> vivirla. Basta <strong>de</strong> Richard Geres<br />

sembrados por aquí y por allá para no saber nunca, pero nunca, lo<br />

que podía haber pasado. Pero tampoco lo <strong>de</strong> Juan. No tener pereza<br />

187


188<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

<strong>de</strong> vivir pero no inventar la vida, no andar como Juan siempre a la<br />

búsqueda <strong>de</strong> más vida <strong>de</strong> la que nos tocaba vivir.<br />

—Bueno, ahora contame vos.<br />

—Estoy preocupada por el libro. Andrés y Castelli me apuran para<br />

que lo ter<strong>mi</strong>ne, me dicen que si me quedara algo por <strong>de</strong>cir, iría a otro<br />

libro y si no va, es porque la i<strong>de</strong>a no vale <strong>de</strong>masiado. Están convencidos<br />

<strong>de</strong> que aquí no ter<strong>mi</strong>na la cosa, que voy a seguir escribiendo.<br />

No sé que tengo que hacer.<br />

—Yo tampoco sé que tenés que hacer. A lo sumo sé lo que yo haría.<br />

Creo que publicar es importante y grato. Verlo impreso (¿te acordás<br />

cuando viste tu primer aviso en el diario?) grato como es que la<br />

gente lo lea y te haga comentarios, que lo encuentres en las vidrieras<br />

<strong>de</strong> las librerías…<br />

No te preocupes; nadie mejor que vos va a saber cuando esté ter<strong>mi</strong>nado.<br />

Lo vas a sentir, como sentiste que tenía que tener ese título<br />

y no otro, o como sentiste que tomó forma y los personajes se in<strong>de</strong>pendizaron<br />

y empezaron a <strong>de</strong>cidir por ellos.<br />

Sentí un gran alivio; Juan recuperaba el libro <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>más, a quienes yo se lo había entregado.<br />

<strong>Te</strong>nía ganas <strong>de</strong> compartir muchas cosas <strong>de</strong> las que me sucedían<br />

con el libro, pero por pru<strong>de</strong>ncia me contuve. Le dije sin embargo lo<br />

más importante: había perdido la preocupación por la verdad <strong>de</strong> lo<br />

que escribía, <strong>de</strong>scubierto que la realidad era apenas un pretexto para<br />

tejer una historia que hablara <strong>de</strong> lo que yo quería hablar en ese momento<br />

<strong>de</strong> <strong>mi</strong> vida.<br />

—¿<strong>Te</strong> acordás que me dijiste una vez que no confundiera realidad<br />

con literatura? Soy una buena alumna, y ya no la confundo… casi.<br />

—Bien, bien, con que sea verosí<strong>mi</strong>l alcanza. —Juan <strong>mi</strong>ró el reloj.<br />

—Juan, quiero <strong>de</strong>cirte algo más: <strong>mi</strong> libro fue libro cuando vos me<br />

lo dijiste, tomó forma cuando Andrés me dijo…<br />

—… y se va a ter<strong>mi</strong>nar cuando lo <strong>de</strong>cidas. ¿entendido? —Juan le<br />

hizo al mozo la seña universal <strong>de</strong> “haceme la cuenta”.<br />

—No te olvi<strong>de</strong>s, nena que espero que me lo traigas cuando lo publiques.<br />

—Prometido.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

70.<br />

Como en Réplica aquí también <strong>de</strong>jan todo para último momento,<br />

para el momento <strong>de</strong>l “incendio”, como lo llaman. Justo yo había<br />

pedido ver a Salas en pleno apogeo <strong>de</strong> una campaña. Quizás por eso<br />

no me había recibido, cuando <strong>de</strong>cían que nunca se negaba cuando<br />

alguien quería verlo.<br />

Eran las doce <strong>de</strong>l viernes, tenían el story board <strong>de</strong>l comercial <strong>de</strong>l auto<br />

que tenía que pasar divertidamente en apenas unos segundos frente a<br />

la cámara por lo menos dos veces o tres pero no los convencía.<br />

A<strong>de</strong>más, el folleto no estaba ter<strong>mi</strong>nado, era muy difícil explicar<br />

tipo jardín <strong>de</strong> infantes y sin espantar al cliente una complicada<br />

financiación, teniendo en cuenta que a Castelli le había costado<br />

un montón enten<strong>de</strong>rla cuando un experto se llegó a la agencia<br />

expresamente para explicársela. Creo que el problema en realidad<br />

no era cómo <strong>de</strong>cirlo sino más bien lo que no había <strong>de</strong> ningún<br />

modo que <strong>de</strong>cir.<br />

A todos se los llevaban los vientos, nada <strong>de</strong> almuerzo, la perspectiva<br />

<strong>de</strong> trabajar el sábado y quizás el do<strong>mi</strong>ngo para llegar a tiempo los<br />

ponía <strong>de</strong> mal humor. Los papeles arrugados se acumulaban alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> los canastos, había continuos llamados por los internos y unos y<br />

otros salían disparados hacia la Dirección, llevando textos, bocetos o<br />

solamente su <strong>de</strong>sesperación y su cansancio.<br />

189


190<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Andrés y yo dábamos nuestra ayuda en tiempos normales, pero en<br />

el incendio más bien estorbábamos, éramos apenas pichones <strong>de</strong> publicistas.<br />

Al gordo Olivero se le había ocurrido el titular “Diga”. Corto, impactante,<br />

genial. ¿no les parece? Se pavoneaba por ahí.<br />

Debajo <strong>de</strong>l titular había que <strong>de</strong>cir que los ocho mo<strong>de</strong>los nuevos eran<br />

el orgullo <strong>de</strong> la marca, una marca garantía en el mercado, etc. etc.<br />

Es <strong>de</strong>cir, un choclo <strong>de</strong> 20 líneas por lo menos, compri<strong>mi</strong>do en dos,<br />

<strong>de</strong> modo que resultara corto, fácil, original, eficaz, convincente… y<br />

a<strong>de</strong>más, inventarlo para ese <strong>mi</strong>smo día.<br />

Castelli, <strong>de</strong>senchufado <strong>de</strong>l mundo, <strong>mi</strong>raba la hoja <strong>de</strong> la máquina<br />

fijamente y le gritaba ¡diga! Y, señalándola con el <strong>de</strong>do le daba ór<strong>de</strong>nes<br />

“A ver, <strong>de</strong>sgraciada qué se te ocurre que sigue a esto: ¡diga!<br />

El gordo Olivero contaba chistes pésimos pero al menos nuevos,<br />

Andrés y y Paula se reían más <strong>de</strong> lo que los chistes merecían. Me dio<br />

pena el pobre único laburante <strong>de</strong>l momento.<br />

—Castelli—le dije.<br />

Dio vuelta la cabeza y me <strong>mi</strong>ró sin verme. Tuve que levantar la voz.<br />

—Castelli, escuchá esto que se me ocurrió para <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la marca<br />

y los ocho mo<strong>de</strong>los: “cualquier elección es buena, la financiación,<br />

optima”.<br />

Castelli se agarró la cabeza con las dos manos con tanta exageración<br />

que todos le preguntamos qué le pasaba.<br />

—Las vaquitas.<br />

—¿qué vaquitas?<br />

—¡Cómo qué vaquitas! —dijo sumamente ofendido.<br />

—Las mías, <strong>mi</strong>s vaquitas que ya cae el sol, y todavía están en el campo,<br />

seguro que pisando la tierra arada, y éste —señaló a Andrés —no<br />

me las quiso ir a buscar, ya me vas a pedir un favor, vos, vas a ver con<br />

qué moneda te pago.<br />

—Pero si yo te dije que mandé al peoncito —le dijo Andrés que pescó<br />

la broma al vuelo.<br />

—Ma qué peoncito ni peoncito—Castelli parecía realmente enojado—A<br />

vos te mandé, no al peoncito. Mis vaquitas, si les pasa algo, <strong>de</strong>cime<br />

cómo hago para mandarlas a la Rural…


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Se pasó el pañuelo por la cara, secándose un sudor inexistente y<br />

siguió:<br />

—Para colmo, se me mamó la ternera.<br />

—De don<strong>de</strong> sacó vino? —le pregunté.<br />

—Cómo se ve que no sos <strong>de</strong>l campo, vos.<br />

—Se-ma-mó. Tomó tanta leche que <strong>de</strong>jó seca a la vaca.<br />

—¿La vaca es tonta y no se da cuenta?<br />

—Ma sí, es boba. Pero vos no. Me sirve la i<strong>de</strong>a piba, me sirve.<br />

Andrés se divertía y Castelli, tan imprevistamente como había empezado<br />

a bromear se <strong>de</strong>sconectó <strong>de</strong> nuevo y volvió a hablarle a la hoja<br />

<strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong> escribir:<br />

A ver qué te parece esto: Diga –marca– mo<strong>de</strong>los - cualquier elección<br />

es…<br />

191


192<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

71.<br />

Mi suegro tenía ganas <strong>de</strong> verme. Después <strong>de</strong> la bronca inicial, <strong>de</strong><br />

aquella franqueza mía pidiéndole que <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> agredirme, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> un período <strong>de</strong> silencio, le parecía que se podía retomar el cauce <strong>de</strong><br />

la vida y volver a vernos. Me invitaba a su cumpleaños. Vacilé. Luego<br />

le dije que iríamos, con <strong>mi</strong> vieja costumbre <strong>de</strong> hacerle el gusto a<br />

los <strong>de</strong>más, sobre todo cuando no coincidía con el mío. Pobre <strong>mi</strong> suegro,<br />

quería verme. ¿Y pobre Inés, que no quería? Sabía que me iba a<br />

sentir sola, si retornaba a <strong>mi</strong> fa<strong>mi</strong>lia política, que se encargó <strong>de</strong> invitarme<br />

cuando Fernando estaba <strong>de</strong> viaje, quizás para mostrarme que<br />

me aceptaba aún sin él.<br />

No me escuché a mí <strong>mi</strong>sma y fui. Los chicos estaban contentos por<br />

volver al restaurant <strong>de</strong> siempre, con los cal<strong>de</strong>ros humeantes y don<strong>de</strong><br />

ellos <strong>mi</strong>smos podían sacar el pan <strong>de</strong>l horno con largas palas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />

Iban y venían, servían vino o cerveza <strong>de</strong> los barriles, y disfrutaban <strong>de</strong> las<br />

gaseosas a voluntad. La mesa se llenó <strong>de</strong> botellas. Creo que nunca co<strong>mi</strong>eron<br />

ni tomaron tanto, salvo Andrea, en pleno ataque <strong>de</strong> ti<strong>mi</strong><strong>de</strong>z.<br />

Vino el dueño a saludar a <strong>mi</strong> suegro, cliente asiduo con sus a<strong>mi</strong>gos<br />

y <strong>de</strong>más cumpliendo años.<br />

—¡Qué lindos chicos!<br />

—Mis nietos —dijo <strong>mi</strong> suegro con orgullo. Después, las presentaciones,<br />

<strong>mi</strong> hija, <strong>mi</strong> nuera… y se produjo un gran vacío. El dueño dijo


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

lo que tantas veces había escuchado <strong>de</strong>cir, que me <strong>de</strong>bía haber casado<br />

muy joven para tener hijos tan gran<strong>de</strong>s.<br />

La frase habitual se volvió triste; me lo <strong>de</strong>cía a mí sola, y la ausencia<br />

se hizo más gran<strong>de</strong>. Por un momento temí que preguntara por el<br />

padre <strong>de</strong> los chicos, lo cual era absurdo, los dueños <strong>de</strong> restaurantes<br />

están vacunados contra toda indiscreción.<br />

La alegría <strong>de</strong> los chicos y <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más invitados, la ropa medieval<br />

<strong>de</strong> los músicos, con sus flautas, pan<strong>de</strong>retas y laú<strong>de</strong>s, hicieron grato el<br />

momento. Buena i<strong>de</strong>a la <strong>de</strong> <strong>mi</strong> suegro <strong>de</strong> no festejar en su casa.<br />

Mi suegra se inclinó hacia mí y me dijo en voz muy baja, como si<br />

se lo dijera más a ella que a mí:<br />

—¿Cómo hacés para acostumbrarte a esto? —lo tomé como un reproche.<br />

—Me parece que la que no se acostumbra sos vos. —Se le llenaron<br />

los ojos <strong>de</strong> lágrimas, perdí <strong>mi</strong> enojo y le dije en voz tan baja que quizás<br />

no me oyó:<br />

—Yo tampoco me puedo acostumbrar.<br />

No <strong>de</strong>bía haber aceptado ir. El pasado no tenía remedio, los chicos<br />

seguían siendo sus nietos, pero yo no era más su nuera, no tenía<br />

que estar ahí, volviendo también a otros pasados, a aquel remoto <strong>de</strong><br />

“no vas a <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> comer el postre, que la abuelita lo preparó con tanto<br />

cariño para vos” don<strong>de</strong> no importaba si yo quería o no ese postre,<br />

sino que la abuelita no se frustrara. El pasado <strong>de</strong> “qué va a <strong>de</strong>cir<br />

la gente”, ese monstruo in<strong>de</strong>finido que siempre tenía algo que <strong>de</strong>cir<br />

para congelar <strong>mi</strong>s alegrías.<br />

No había duda. Los más débiles, los más necesitados, siempre me<br />

parecían los <strong>de</strong>más. Pobre <strong>mi</strong> suegro, tiene ganas <strong>de</strong> verte. Nada <strong>de</strong><br />

pobre Inés, que tiene ganas <strong>de</strong> estar con Guido. Qué absurdo, entre<br />

el abrazo <strong>de</strong> Guido y <strong>mi</strong> suegra llorando, elegí a <strong>mi</strong> suegra.<br />

Después llegó el turno <strong>de</strong> los cantantes, que fueron abandonando<br />

lo medieval y se volvieron contemporáneos, pero antes pasaron por<br />

aquello que siempre escuchábamos en los festejos, aquello <strong>de</strong> “Vamos,<br />

subiendo la cuesta que arriba <strong>mi</strong> calle se vistió <strong>de</strong> fiesta” en honor a<br />

<strong>mi</strong> suegro que, como siempre, lo pidió.<br />

Me sentí irre<strong>mi</strong>siblemente sola. Me encontré repitiendo un gesto<br />

193


194<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

maquinal que ya no tenía razón <strong>de</strong> ser, tratando <strong>de</strong> girar una alianza<br />

<strong>de</strong> la que no quedaba más que el hilo fino <strong>de</strong> una marca que se resistía<br />

a <strong>de</strong>saparecer.<br />

La separación no era brusca y tremenda como yo había creído, apenas<br />

si se separaban las presencias, lo <strong>de</strong>más se iba dando gota a gota,<br />

como sucesivos alfilercitos que se clavaban en la piel en el momento<br />

menos esperado, y cómo dolían, cómo.<br />

No pu<strong>de</strong> más y le dije a los chicos que nos íbamos. Afronté como<br />

pu<strong>de</strong> el temporal <strong>de</strong> sus protestas, y las <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, las <strong>de</strong> cómo, ya<br />

te vas, es temprano, y me los llevé <strong>de</strong> vuelta a casa. Logré que se acostaran<br />

y ya sola en <strong>mi</strong> cama, lloré por el pasado que yo había <strong>de</strong>jado<br />

retornar esa noche con toda su fuerza. Apenas si me consoló pensar<br />

que era un error que, estaba segura, no iba a repetir.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

72.<br />

Se acercaba el co<strong>mi</strong>enzo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> último año <strong>de</strong> Facultad.<br />

—Señorita, necesito cambiar <strong>de</strong> turno—en <strong>mi</strong> nueva vida, por un<br />

motivo o por otro, nada podía quedar igual.<br />

—Si no es por cuestiones laborales, no se pue<strong>de</strong>. Vuelva con el certificado<br />

<strong>de</strong> trabajo. —me dijo la chica que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la holganza <strong>de</strong><br />

los meses <strong>de</strong> vacaciones, estaba seguramente fastidiada <strong>de</strong> tener que<br />

volver al ritmo invernal.<br />

No estaba el horno para bollos en la agencia como para pedir ningún<br />

certificado, así que recurrí a <strong>mi</strong> viejo.<br />

—Qué bueno, así que ahora trabajás con<strong>mi</strong>go —me dijo contento,<br />

como siempre, cuando le daba oportunidad por hacer algo por mí.<br />

Volví a la Facultad, llené la solicitud y se la entregué a la <strong>mi</strong>sma chica.<br />

La leyó y me preguntó un poco más malhumorada todavía:<br />

—¿En qué año está?<br />

—En el último.<br />

—¿Entonces por qué aquí figura quinto año?<br />

—¿No son cinco años? —le pregunté perdiendo lentamente los buenos<br />

modos.<br />

—Si, pero no se llama quinto.<br />

—¿cómo se llama? —el uf me lo guardé a duras penas.<br />

—¿Ud. no sabe?<br />

195


196<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—No.<br />

—Entonces lo escribo yo.<br />

Con aire <strong>de</strong> reina ofendida escribió con parsimonia “segundo superior”<br />

<strong>mi</strong>entras <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí la cola no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> crecer y yo sentía<br />

en la espalda la impaciencia <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más.<br />

Arriba me esperaban <strong>mi</strong>s compañeros, con el halo bienhechor que<br />

todavía les duraba <strong>de</strong> las vacaciones y al verlos pensé que era una pena<br />

cambiar el horario, si total en Salas no iba a trabajar más, así que <strong>de</strong>cidí<br />

esperar a otro momento y a otra empleada también.<br />

La clase ter<strong>mi</strong>nó temprano y nos fuimos todos a tomar un café.<br />

Recibí infinitos elogios, por los kilos <strong>de</strong> menos, por el color <strong>de</strong> pelo,<br />

por haber empezado a trabajar…<br />

Les conté que estaba escribiendo una novela, y como siempre andaba<br />

con algún manuscrito encima, les leí el que tenía con<strong>mi</strong>go. “Me<br />

sentí sola en el teatro; me encontré con Mara, me senté a su lado y<br />

estuve un poco menos sola; sus a<strong>mi</strong>gas la convidaron con pastillas y<br />

a mí no me ofreció. De nuevo sola…”<br />

Sucedió que antes, mucho antes <strong>de</strong> lo que podía suponer, se cumplió<br />

lo que me dijo Andrés:<br />

Yo lo siento así; pero no lo sabría escribir. —me dijeron.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

73.<br />

Después <strong>de</strong> mucho tiempo, volví a la calle <strong>de</strong> la oficina <strong>de</strong> Fernando.<br />

Cuántas veces había hecho ese recorrido, para que los chicos fueran<br />

a visitar a su papá, a jugar con los teléfonos, a buscarlo para una<br />

salida en fa<strong>mi</strong>lia.<br />

Andrea se bajó <strong>de</strong>l auto y subió corriendo por las escaleras; le gustaban<br />

más que el ascensor. Miré hacia arriba. Fernando estaba <strong>de</strong> espaldas,<br />

hablando por teléfono. El recorte <strong>de</strong> la nuca, la forma <strong>de</strong> la<br />

cabeza amada, el pelo oscuro en el que me gustaba hundir los <strong>de</strong>dos.<br />

Fernando sintió <strong>mi</strong> <strong>mi</strong>rada, se dio vuelta y me saludó con la mano.<br />

Se me llenaron los ojos <strong>de</strong> lágrimas. ¿Qué me pasaba que la pena volvía?<br />

Si poco a poco creía estar segura <strong>de</strong> que no querría abandonar <strong>mi</strong><br />

vida nueva, tan sorpren<strong>de</strong>nte, don<strong>de</strong> cada día <strong>de</strong>scubría que el mundo<br />

era ancho y azul, enorme como el mar. Si no quería volver a meterme<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> caparazón, en un cuadrado don<strong>de</strong> había cacerolas,<br />

libros y reuniones <strong>de</strong> padres.<br />

Andrea se asomó a la ventana; había llegado y ya podía irme.<br />

Por uno <strong>de</strong> esos gestos compasivos <strong>de</strong> Dios, en esos días en que se<br />

<strong>de</strong>dica a cuidar a los irresponsables que manejan tristes, distraídos,<br />

cansados, y se ocupa <strong>de</strong> evitarles cualquier contratiempo porque sabe<br />

que no lo podrían soportar. Por una <strong>de</strong> esas cosas <strong>de</strong> Dios, digo, no<br />

choqué con nadie cuando puse primera y sin <strong>mi</strong>rar atrás, me lancé<br />

197


198<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

con ímpetu calle abajo, hacia la Plaza <strong>de</strong> Mayo, último retazo con sol<br />

<strong>mi</strong>entras las calles se iban oscureciendo.<br />

El tráfico era terrible; me había metido sin necesidad en las calles<br />

atascadas, quizás para seguir teniendo en las pupilas el perfil que tanto<br />

había amado… y que seguía queriendo.<br />

Hacía tiempo que no lloraba por él. Ese día no tenía fuerzas; <strong>de</strong>scubría<br />

lo que había tratado <strong>de</strong> negar, que era él quien me había <strong>de</strong>jado<br />

y no yo. Se había ido con otra, cuando nunca imaginé siquiera<br />

que tal cosa podría llegar a suce<strong>de</strong>r.<br />

Había necesitado todo ese tiempo para animarme a pensarlo. Si un<br />

hombre nos abandona, qué poca cosa hemos <strong>de</strong> ser, si sólo se abandona<br />

lo que no sirve.<br />

Me daba cuenta <strong>de</strong> lo absurdo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> razona<strong>mi</strong>ento; también alguien<br />

podía patear una piedra en la calle sin darse cuenta <strong>de</strong> que era<br />

un diamante y no por eso sería menos diamante. Ese día no había<br />

consuelo posible, me sentía como un pobre trapito viejo que se tira<br />

y ya está.<br />

Quizás la vida chata, gris, aburrida y siempre igual que llevábamos<br />

se le ilu<strong>mi</strong>nó a Fernando con otra presencia, don<strong>de</strong> todo era nuevo<br />

y los malos entendidos, las perspicacias y el resenti<strong>mi</strong>ento no tenían<br />

cabida. Como en el poema <strong>de</strong> Castelli, cuando le tocó vivir aquel <strong>de</strong>l<br />

“<strong>de</strong>sbarajuste <strong>de</strong> los horarios, <strong>de</strong> las reglas y los días”, <strong>de</strong> la inundación<br />

<strong>de</strong> luz y color que significa enamorarse. Me sobresalté: ¿qué estaba<br />

haciendo? ¿Lo estaba justificando a Fernando otra vez?<br />

Pero es que por momentos me parecía enten<strong>de</strong>rlo y más aún <strong>de</strong>spués<br />

que Castelli me contó su lucha tremenda por no <strong>de</strong>jar a su mujer,<br />

a quien quería, y fue cuando aparecieron los versos tristes y la <strong>de</strong>sesperación,<br />

pero finalmente no pudo, por más que quiso, renunciar a<br />

la causante <strong>de</strong>l hermoso <strong>de</strong>sbarajuste.<br />

Lo comprendí a Castelli pero a Fernando no quería compren<strong>de</strong>rlo,<br />

ni rogarle ni pedirle que volviera simplemente porque no podía estar<br />

sin él. Qué duro me resultaba vivir. Cuando creía que se me acomodaban<br />

un poco las cosas, llegaba algún duen<strong>de</strong> maligno que, con<br />

sólo soplar un poco, las <strong>de</strong>sacomodaba otra vez.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

74.<br />

Castelli andaba escribiendo en papeles sueltos esas listas que hacía<br />

y rehacía para no olvidarse <strong>de</strong> nada. Le <strong>de</strong>volví un libro que me había<br />

prestado y él tachó ufano algo <strong>de</strong> su lista. Es que Castelli necesitaba<br />

estar haciendo siempre algo.<br />

El gordo Olivero le dijo, tomándole el pelo:<br />

—Qué vital sos, hermano.<br />

El no le llevó el apunte, porque cuando uno es tan “vital” no presta<br />

atención a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

—¿Sabés Inés que la última vez que Castellli se <strong>de</strong>pri<strong>mi</strong>ó fue… esperate<br />

que me acuer<strong>de</strong>, fue hace 23 años? —dijo Andrés.<br />

—Qué va, la última vez fue ayer, cuando las vaquitas —contestó Castelli<br />

y volvió a sus listas.<br />

—Oíme, Castelli, si Salas me dice que me que<strong>de</strong>, ¿me puedo quedar<br />

con vos? —le pregunté, segura <strong>de</strong> la respuesta, pero otra vez me<br />

equivoqué.<br />

—No. –me dijo sin levantar la vista <strong>de</strong> sus papeles. Antes <strong>de</strong> que alcanzara<br />

a preguntarle por qué, él me lo dijo:<br />

—No puedo tener dos redactores a <strong>mi</strong> cargo. Esto fue una emergencia.<br />

Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Quien era Castelli? “Sos una<br />

adulta prodigio” me había dicho, se entusiasmó con <strong>mi</strong> novela, me<br />

199


200<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

regaló sus poemas, y cuando realmente lo necesitaba me <strong>de</strong>cía que<br />

no.<br />

Entonces, no había otra posibilidad que ir a trabajar con Santiago,<br />

una especie <strong>de</strong> insoportable adolescente gran<strong>de</strong> que se le había subido<br />

a la cabeza la publicidad y se encerraba en su oficina a tocar la guitarra<br />

“para buscar inspiración” mínima rebeldía consentida que lo hacía<br />

sentir especial y post mo<strong>de</strong>rno, sin darse cuenta que el maltrato que<br />

cultivaba <strong>mi</strong>nuciosamente era tan viejo como el mundo.<br />

Tanto lío que me hacía y estaba por verse si me quedaba, no <strong>de</strong>pendía<br />

<strong>de</strong> mí sino <strong>de</strong> Salas, pero <strong>de</strong> todos modos, cuando yo quería<br />

quedarme, Castelli no me ayudaba. No era como yo había creído,<br />

más allá <strong>de</strong> su testaru<strong>de</strong>z, <strong>de</strong> su impaciencia, me había parecía un<br />

buen tipo.<br />

Me equivocaba a cada rato, ponía el cariño don<strong>de</strong> no <strong>de</strong>bía y <strong>de</strong>spués<br />

tenía que sacarlo para llevarlo a otro lugar y seguro me equivocaba<br />

<strong>de</strong> nuevo y así, vuelta a empezar. Tuve <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> que, con tantos<br />

traspasos, se me fueran <strong>de</strong>sparramando pedacitos <strong>de</strong> cariño por el<br />

ca<strong>mi</strong>no y ter<strong>mi</strong>nara por quedarme <strong>de</strong> nuevo sola.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

75.<br />

De pronto me acordé <strong>de</strong> Fornari. Lo había visto pocas veces porque<br />

él no tenía la oficina en nuestro piso, pero siempre que alguien<br />

hablaba <strong>de</strong> Fornari, ter<strong>mi</strong>naba diciendo “es un señor” y yo justamente<br />

necesitaba un señor para que me tratara como a una señora. Así<br />

que <strong>mi</strong>entras esperaba la audiencia con Salas, si es que alguna vez me<br />

iba a recibir, le fui a preguntar a él si no necesitaba un redactor, bah,<br />

si no me necesitaba a mí.<br />

Golpée la puerta. Me dijo que pasara, sin preguntarme nada. Levantó<br />

la vista <strong>de</strong>l papel en el que escribía con una lapicera <strong>de</strong> colección<br />

y me vio. Se levantó solícito <strong>de</strong> su silla y me señaló una enfrente<br />

suyo, escritorio <strong>de</strong> por medio. Esperó que me sentara y recién en<br />

entonces se volvió a sentar.<br />

—Usted dirá, señora.<br />

Nadie me había dicho antes “señora” en la agencia; entonces no<br />

me había equivocado: para él, yo era una señora. Le conté lo sucedido<br />

con Torres <strong>de</strong> la manera más serena que pu<strong>de</strong> y le pregunté si me<br />

aceptaría para trabajar en su equipo, en el supuesto caso <strong>de</strong> que las<br />

cosas se resolvieran. En lugar <strong>de</strong> contestarme, me preguntó por qué<br />

quería trabajar con él.<br />

—Porque intuyo que con usted no sólo voy a apren<strong>de</strong>r publicidad,<br />

sino que también me va a tratar bien.<br />

201


202<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Me pareció que se sintió halagado, más aún, creo que hasta se emocionó,<br />

y me dijo galantemente que le asombraba que alguien pudiera<br />

tratarme mal, y que él tenía la seguridad <strong>de</strong> que yo podría trabajar<br />

a gusto con él y su equipo.<br />

No pu<strong>de</strong> celebrar su respuesta; todavía faltaba <strong>de</strong>cirle lo peor, el<br />

bendito asunto <strong>de</strong> las cuatro horas. Apreté <strong>mi</strong> carpeta naranja contra<br />

el pecho buscando las palabras; él no me había pedido ni siquiera<br />

ver <strong>mi</strong>s trabajos, como supongo hubiera hecho cualquier otro en<br />

su lugar.<br />

—Sr. Fornari… hay un pequeño problema que le quiero plantear,<br />

el tema es que yo… trabajo medio día.<br />

Contuve la respiración, todo se vendría abajo. Me preguntó por<br />

qué, y le dije la verdad: por <strong>mi</strong>s hijos, no quería estar fuera <strong>de</strong> <strong>mi</strong> caso<br />

tanto tiempo. Me preguntó por el padre y tuve que <strong>de</strong>cirle que estaba<br />

separada. Creo que bajé la voz.<br />

Entonces él, muy serio, muy ceremonioso, opinó que estaba muy<br />

bien lo que hacía, que los hijos tienen que estar primero.<br />

Se me hume<strong>de</strong>cieron los ojos, por encontrarme con alguien que,<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> trabajar en publicidad, tenía hijos. Había un lugar al sol<br />

en la agencia.<br />

Me aseguró que haría todo lo que estuviera a su alcance para que<br />

fuera posible. Alto, muy flaco, con un traje oscuro impecable, Fornari<br />

me acompañó hasta la puerta <strong>de</strong> su oficina y me dio la mano:<br />

Ha sido un placer conocerla, señora.<br />

También para mí, señor Fornari. —le contesté, y no fue para nada<br />

una formalidad.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

76.<br />

Andrés se sentó, <strong>de</strong>jó la cartera sobre la mesa, pidió un té para él<br />

y un café para mí, acomodó como siempre sus piernas largas al espacio<br />

pequeño, y se dispuso a escucharme.<br />

Eché azúcar en el café, un poco a<strong>de</strong>ntro y otro poco afuera, como<br />

siempre me pasa.<br />

—Necesito hablar con vos, Andrés. Castellli está malhumorado<br />

con vos porque no habías siquiera empezado el vi<strong>de</strong>o para Japón<br />

que te encargó hace una semana, que no estás haciendo buena<br />

letra, justo ahora que Torres va a <strong>de</strong>cidir si te confirma o no en<br />

el trabajo.<br />

—Le di dos o tres i<strong>de</strong>as, pero no ter<strong>mi</strong>no <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r qué diablos<br />

quiere —me dijo Andrés, muy <strong>de</strong>salenado.<br />

—Yo traté <strong>de</strong> ayudarte, pensé algunas i<strong>de</strong>as que le propuse a Castelli<br />

para que las usara como si fueran tuyas…<br />

—¿En serio?<br />

—Sí, pero no le gustó ninguna. Siguió con esa bobada <strong>de</strong> la cámara<br />

<strong>de</strong> fotos colgada al hombro <strong>de</strong>l reportero que iba opinando sobre los<br />

lugares por los que pasaba. Entonces le dije que era un castrador, que<br />

presentara tus i<strong>de</strong>as y no las <strong>de</strong> él, que tampoco era tan excepcional.<br />

—¿Eso le dijiste? —se asombró Andrés.<br />

203


204<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

—Sí, y me contestó que tenía razón, que era bastante castrador y<br />

no sabés la cara que puso cuando me dijo que lo peor era cuando se<br />

castraba a sí <strong>mi</strong>smo, pero ni caso que me hizo.<br />

—<strong>Te</strong> van a echar <strong>de</strong> la agencia si seguís así. —Andrés se rió aliviado.<br />

Su broma me entristeció.<br />

—Je, je —le dije y él se entristeció también.<br />

—Tomá Andrés, no podés ir con las manos vacías, acá tenés el archivo<br />

<strong>de</strong>l guión que yo escribí, llevalo mañana a la agencia como tuyo.<br />

Le pedí disculpas por meterme en sus cosas; <strong>mi</strong> manía maternal a<br />

veces hacía <strong>de</strong>sastres cuando se <strong>de</strong>sparramaba más allá <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s hijos.<br />

—Sin vos no hubiera podido soportar esto, los manejos <strong>de</strong> la agencia<br />

me están resultado insoportables.<br />

No me pu<strong>de</strong> sentir bien por ayudarlo. Andrés, el escritor, el periodista,<br />

el autor <strong>de</strong> guiones para películas en serio necesitaba <strong>de</strong> mí,<br />

cuando aquel hombre que yo tanto amaba, me había <strong>de</strong>clarado innecesaria.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

77.<br />

A Guido le hacía gracia no pasarme a buscar por casa, no sea<br />

cosa que <strong>mi</strong>s chicos me vieran salir con él y yo lo esperaba en una<br />

esquina a tres cuadras. A mí todo me costaba mucho, sobre todo<br />

empezar <strong>de</strong> nuevo, por momentos me sentía un poco ridícula,<br />

pero no lo podía evitar. Fiel a su promesa, él me daba su tiempo<br />

y su paciencia.<br />

Esa noche quería llevarme a comer a un lugar especial; manejaba<br />

por Libertador con su manera tan distinta a la mía que, a <strong>de</strong>cir verdad,<br />

me daba un poco <strong>de</strong> <strong>mi</strong>edo. Sentía placer por calcular las distancia,<br />

por pasar entre los autos cuando parecía que no pero sí. De vez<br />

en cuando le pedía que bajara la velocidad y el accedía, pero no por<br />

mucho tiempo, no era su ritmo.<br />

Sin embargo, poco a poco le empecé a tomar el gusto a la velocidad,<br />

a que él no <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> escucharme <strong>mi</strong>entras manejaba, que <strong>de</strong> tanto<br />

en tanto me acariciara, que me diera algún beso <strong>mi</strong>entras esperaba<br />

que abriera el semáforo.<br />

Llegamos al Libertador don<strong>de</strong> empiezan los chalets, las casas <strong>de</strong> náutica,<br />

las boîtes. Me molestaba acordarme <strong>de</strong> Fernando, pero las comparaciones<br />

surgían, inevitables. Con él, me sentía como la Cenicienta,<br />

la que en algún momento le iban a dar las doce, y él era el príncipe,<br />

pero sin horarios para eso <strong>de</strong> ser príncipe. Con Guido, en cam-<br />

205


206<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

bio, ni él ni yo éramos príncipes, ni falta que nos hacía. Nos sentíamos<br />

bien por estar juntos, y eso era todo.<br />

Realmente era un lugar especial. Como si fuera la primera vez en<br />

<strong>mi</strong> vida que iba a comer a un lugar así, todo me llamaba la atención,<br />

todo me gustaba: las pare<strong>de</strong>s ásperas, las luces tenues en las mesas, el<br />

vino suave y perfumado que Guido había elegido…<br />

Casi no hablé, me <strong>de</strong>diqué a escucharlo, hasta que él me dijo, sorprendido,<br />

que no se acordaba <strong>de</strong> haber hablando tanto alguna vez,<br />

él, que era tan callado. Me reí muchísimo, no le creí.<br />

—Sos vos que me cambiás tanto—me dijo.<br />

El también me volvía distinta. Me sentía feliz, segura <strong>de</strong> mí, <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />

manera <strong>de</strong> ser mujer, pero sobre todo, me sentía querida.<br />

Cuando llegó el café nos sentamos en unos sillones cerca <strong>de</strong> los ventanales<br />

que daban al jardín y allí nos quedamos hasta que vino el mozo<br />

y, con una amabilidad extrema, nos dijo que estaban por cerrar.<br />

—Vayamos al Tigre—dijo Andrés.<br />

—¿Ahora? —la Inés anterior se sobresaltó. No eran esas horas <strong>de</strong><br />

andar por ahí, pero la nueva se preguntó si había horas para hacer lo<br />

que uno quiere.<br />

—¿<strong>Te</strong> molestaría prestarme el coche? —le pregunté.<br />

Guido no me contestó; simplemente me dio las llaves <strong>de</strong>l auto y<br />

surgió otra vez Fernando entre los dos. A él no le gustaba que yo manejara<br />

cuando íbamos juntos, pero Guido reapareció:<br />

—Qué bueno que vos manejes; así puedo <strong>mi</strong>rarte todo el tiempo.<br />

—No me las <strong>de</strong>s; creo que me alcanza con que me las hayas ofrecido.<br />

Nunca había estado en el Tigre a esa hora. De todos modos, daba<br />

lo <strong>mi</strong>smo que se tratara <strong>de</strong> cosas que nunca había hecho, o <strong>de</strong> las que<br />

hacía todos los días. Con Guido siempre era como si fuera la primera<br />

vez que las hacía en <strong>mi</strong> vida.<br />

Encontramos una casa preciosa. <strong>Te</strong>nía leones <strong>de</strong> mármol recostados<br />

al pie <strong>de</strong> los escalones <strong>de</strong> la entrada, el escudo <strong>de</strong> Venecia sobre<br />

la puerta y estatuas <strong>de</strong> moros que sostenían luces en forma <strong>de</strong> antorchas<br />

ilu<strong>mi</strong>nando el jardín.<br />

Quise alcanzar a ver el nombre, pero la verja estaba a oscuras. Gui-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

do hizo entonces una maniobra para ilu<strong>mi</strong>narla con las luces <strong>de</strong>l auto<br />

y se oyó un ruido terrible, como a panza <strong>de</strong>strozada contra el piso.<br />

Nos bajamos los dos para ver qué había pasado; se había llevado<br />

por <strong>de</strong>lante el cordón <strong>de</strong> la vereda, que no se veía en la oscuridad.<br />

Yo estaba muy afligida, él parecía enojado, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo la culpa<br />

había sido mía por habérseme ocurrido ver el nombre <strong>de</strong> la casa…<br />

Guido <strong>mi</strong>ró el auto y dijo que iba a tener que usar el crique. Abrió<br />

la puerta el baúl, y antes <strong>de</strong> sacarlo, me besó.<br />

—¿Estás enojado?<br />

—Sí, pero no con vos.<br />

Creo que fue en ese <strong>mi</strong>smo momento que lo empecé a querer.<br />

207


208<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

78.<br />

Nos reímos tanto haciendo el audiovisual, que Castelli nos preguntó<br />

si estábamos haciendo una película có<strong>mi</strong>ca.<br />

A mí me venía bien reírme un poco, un mucho, un muchísimo,<br />

porque se apoximaba fin <strong>de</strong> mes y el corazoncito se me estrujaba todo,<br />

pensando en que tendría que irme <strong>de</strong> la agencia. No más mañanas<br />

con Andrés para mí.<br />

Salas no me había recibido, faltaban solamente dos días y lo único<br />

que yo podía hacer, y lo hacía montones <strong>de</strong> veces, era ir a ver a su<br />

secretaria y pedirle que le recordara a Salas que yo existía.<br />

Con Andres tuvimos que elegir los nombres para la pareja que viajaría<br />

al Japón. Para eso, yo le había pedido al tintorero una lista <strong>de</strong><br />

nombres, con lo que querían <strong>de</strong>cir. A él le costó mucho traducirlos,<br />

porque según me dijo “ploblema mío, castellano”.<br />

Decidimos que el viajero sería argentino, lo llamamos Alberto, y a<br />

ella, japonesa, Haru<strong>mi</strong>, que quería <strong>de</strong>cir Primavera hermosa.<br />

—Ya sé, Andrés, podríamos <strong>de</strong>cir que Haru<strong>mi</strong>, con todo recato…<br />

qué linda palabra, recato, ¿no te parece?<br />

—Y recoleto, ¿no te gusta la palabra recoleto?<br />

—Me encanta, me parece que puedo darla vuelta por la boca, como<br />

si fuera un caramelo: re-co-le-to.<br />

—Bueno, Inés, apurate a ter<strong>mi</strong>nar tu caramelo y hagamos que Al-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

berto y Haru<strong>mi</strong> se vayan <strong>de</strong> Tokio; ya hace mucho que los <strong>de</strong>jamos<br />

ahí.<br />

—Pero, occi<strong>de</strong>ntal impaciente, ¿cómo querés que se vayan si todavía<br />

nos quedan como veinte sli<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Tokio? Hagamos algo con eso.<br />

—Ah, ya sé, nos falta <strong>de</strong>cir algo <strong>de</strong> los restaurantes.<br />

Andrés revolvió una montaña <strong>de</strong> papeles y encontró el nombre<br />

<strong>de</strong> algunas co<strong>mi</strong>das, con la traducción al lado, que nos iban a servir<br />

para el sli<strong>de</strong> <strong>de</strong>l cocinero, y yo dije que hiciéramos que Haru<strong>mi</strong> le recomendaba<br />

a Alberto el menú: primero, sukiyaki y <strong>de</strong>spués, tempuras,<br />

pero Andrés me interrumpió:<br />

—Haru<strong>mi</strong>, no me digas que me vas a dar un guiso, sabés que no lo<br />

puedo ni ver.<br />

—Probá un poco, vas a ver que no es un guiso cualquiera.<br />

Andrés hizo como que lo probaba, y poco a poco la cara se le iba<br />

transformando, y diciendo “stá bueno” se fue a su máquina <strong>de</strong> escribir,<br />

don<strong>de</strong> tecleó, como siempre, con tanta fuerza, que iba agujereando<br />

el papel con cada letra o.<br />

Ya teníamos dos platos y nos faltaba el postre. Yo propuse una<br />

frutita blanca, lee-chee, pero Andrés me dijo que era japonesa, no<br />

china.<br />

Castelli emergió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su máquina y nos gritó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la otra punta<br />

<strong>de</strong> la oficina, que él ya tenía el postre: fresco y batata.<br />

Alguien se apareció a la hora <strong>de</strong>l café con un paquetón <strong>de</strong> facturas,<br />

qué festejamos porque ché, que River está por salir campeón, dijo<br />

el generoso, y el gordo Olivero encontró la ocasión justa para <strong>de</strong>cir,<br />

con vos finita:<br />

—¿Para mí, ese paquetito?<br />

Un rato <strong>de</strong>spués Paula vino a buscar una medialuna y a avisar que<br />

tuviéramos cuidado con los festejos porque Salas estaba en nuestro<br />

piso supervisando la marcha <strong>de</strong> la campaña.<br />

Yo no di más y fui a buscarlo. Me acerqué para esperar un momento<br />

propicio y con más aplomo que nadie y yo menos que nadie podía<br />

esperar <strong>de</strong> mí, le dije que me disculpara por abordarlo <strong>de</strong> esa manera,<br />

pero que yo hacía días que le había pedido una entrevista…<br />

Me interrumpió preguntándome si yo era Inés, y como lo era, le<br />

209


210<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

dije que sí y me dijo que fuera a verlo en cinco <strong>mi</strong>nutos y que lo esperara<br />

en la recepción <strong>de</strong> su piso.<br />

El piso se fue vaciando. Ya no quedaba nadie más que yo, esperando<br />

ante su puerta. Igual que Carlitos, esperando afuera con el frío,<br />

<strong>mi</strong>rándose la punta <strong>de</strong> sus zapatones y revoleando la nariz, siempre<br />

atacada <strong>de</strong> picazón.<br />

Se abrió la puerta. Yo <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> ser Carlitos y volví a ser Inés, dispuesta a<br />

pelear por ella a capa, espada, perfume y todo lo que tuviera a mano.<br />

Salas estuvo muy atento con<strong>mi</strong>go. Hasta me pidió disculpas por<br />

no haberme recibido antes; la campaña tenía la culpa. Yo traté <strong>de</strong> ser<br />

medida y contarle lo sucedido con ecuani<strong>mi</strong>dad. Sólo que, al llegar<br />

a lo <strong>de</strong>l libro, que en rigor no tenía nada que ver con el asunto, no<br />

pu<strong>de</strong> con <strong>mi</strong> genio y exageré un poco. Le dije que estaba en tratos<br />

nada menos que con Sudamericana para que me lo editaran. Lo cierto<br />

es que el a<strong>mi</strong>go <strong>de</strong> Andrés trabajaba en la editorial, había leído algunos<br />

capítulos y aunque le habían gustado, no entendía mucho <strong>de</strong><br />

esas cosas, y la verdad que él en Sudamericana, lo que se dice no cortaba<br />

ni pinchaba.<br />

No creo que eso fuera estar en tratos, pero era una frase tan linda<br />

que era una pena no usarla. Volviendo al tema, le dije, para ter<strong>mi</strong>nar,<br />

que lo único que yo pretendía era tener la oportunidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar<br />

lo que sabía, ya que García Torres no me la había dado.<br />

Salas hojeó <strong>mi</strong> carpeta y me hizo algunas preguntas. Yo no me quería<br />

ilusionar <strong>de</strong>masiado mucho, pero tampoco poco, así que al final<br />

me ilusioné bastante.<br />

Cuando Salas llegó a la última hoja, es <strong>de</strong>cir enseguida, cerró <strong>de</strong>spacio<br />

la carpeta, me la entregó y me dijo que se veía que yo recién<br />

estaba empezando, pero también se veía que tenía condiciones. Me<br />

dijo también que Fornari le había hablado <strong>de</strong> mí y que yo iba a trabajar<br />

con él <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el próximo lunes.<br />

No me acuerdo qué le contesté. Bajé corriendo los pisos y cuando<br />

llegué a la puerta <strong>de</strong> calle me largué a llorar sin importarme que la gente<br />

que pasaba me <strong>mi</strong>rara. Todos los nervios acumulados en la entrevista,<br />

que me había cuidado muy bien <strong>de</strong> sentir, aparecían por fin.<br />

En el parabrisas <strong>de</strong>l auto me encontré con una nota que me ha-


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

bía <strong>de</strong>jado Andrés, y que <strong>de</strong>cía: “Vamos Inés, todavía, todos te queremos,<br />

A.”<br />

Dejé <strong>de</strong> llorar. Me parecía que llovían violetas azules, prímulas celestes,<br />

amapolas <strong>de</strong>l color <strong>de</strong> las amapolas.<br />

En realidad, no fue eso lo que me pareció, pero <strong>de</strong> todas maneras<br />

empecé a sentirme infinitamente bien.<br />

211


212<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

79.<br />

Guido se había puesto serio <strong>de</strong> golpe y me dijo que <strong>de</strong>jaríamos <strong>de</strong><br />

vernos por un tiempo, tal como yo quería.<br />

Tal vez me hubiera gustado que él me insistiera, que me dijera que<br />

necesitaba verme, pero no dijo nada. No era la primera vez que <strong>de</strong>seaba<br />

que me obligara un poquito, que me forzara nada más que un<br />

poco, <strong>de</strong> tanto en tanto, a hacer las cosas que yo no quería, pero nunca<br />

lo hacía.<br />

Yo tenía muchas dudas. Guido era tan atento con<strong>mi</strong>go, tan dulce,<br />

tan afectuoso; había llegado en un momento en que yo me sentía<br />

muy sola. Mi soledad había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nos veíamos, o<br />

me hablaba por teléfono, o yo pensaba en el, o simplemente porque<br />

sabía que él existía para mí.<br />

—Quisiera al menos saber por qué —su voz sonaba diferente.<br />

—Es que tengo <strong>mi</strong>edo—me costaba explicárselo—Miedo <strong>de</strong> que yo…<br />

en fin, que esta relación nuestra…sea una manera <strong>de</strong> solucionar <strong>mi</strong><br />

soledad y no algo que sienta por vos.<br />

No dijo nada. Inmediatamente tuve ganas <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle que se olvidara<br />

<strong>de</strong> todo, que eran tonterías mías, que no me hiciera caso. Pero<br />

no lo hice.<br />

—¿Estás enojado?<br />

—No.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—Entonces ¿qué te pasa?<br />

—Nada, sólo que no me gusta <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> verte.<br />

—A mí tampoco.<br />

—¿Y entonces?<br />

—Ya te lo expliqué.<br />

¿Se lo había explicado, en realidad? ¿Me lo había explicado a mí<br />

<strong>mi</strong>sma?<br />

Me llevó a casa. Casi no hablamos, él se <strong>de</strong>dicaba a manejar y yo<br />

a <strong>mi</strong>rarlo. Cuando entré en casa, salí <strong>de</strong> nuevo a la puerta y alcancé a<br />

ver cómo su auto doblaba la esquina. Volví a entrar.<br />

Sobre la mesa estaba la azalea que me había regalado. Me saqué el<br />

pañuelo <strong>de</strong>l cuello, me gustan tus pañuelos, me había dicho. Me sobresaltó<br />

el sonido <strong>de</strong>l teléfono. No era Guido. Me saqué los zapatos<br />

y me senté a escribir, pero no tuve ganas. Llamé a una a<strong>mi</strong>ga, pero<br />

corté antes <strong>de</strong> que atendiera. <strong>Te</strong>nía que ser fuerte, si no, no iba a saber<br />

nunca qué quería.<br />

La casa estaba triste y callada. Los chicos habían ido a pasear con<br />

el padre. Pensé en que Fernando era “el padre”; no más “<strong>mi</strong> marido”,<br />

sólo el padre <strong>de</strong> los chicos.<br />

Llovía con esa lluvia muy fina que augura que va a tardar mucho<br />

en ter<strong>mi</strong>nar. Me acosté a pensar. Pensé mucho, dormí algo, tuve mucho<br />

frío, me abrigué, no me sirvió <strong>de</strong> nada.<br />

Me prometí no llamarlo. Necesitaba primero saber si <strong>mi</strong> <strong>mi</strong>edo era<br />

<strong>mi</strong>edo a la soledad, o <strong>mi</strong>edo a enamorarme, a sufrir, a volver a equivocarme…<br />

213


214<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

80.<br />

—Andrés, tengo dos noticias para vos—dijo Castelli —una buena y<br />

una mala. ¿Cuál querés que te diga primero?<br />

—La buena.<br />

—<strong>Te</strong> confirmaron en la agencia.<br />

—¿Y la mala?<br />

—<strong>Te</strong> rebajan el sueldo.<br />

Andrés se puso pálido. Después se empezó a reír <strong>de</strong> una manera<br />

tan rara que me dio <strong>mi</strong>edo. Parecía un ataque, como si nunca fuera<br />

a parar <strong>de</strong> reírse.<br />

—¿Se pue<strong>de</strong> rebajar el sueldo?—pregunté yo, que creía que no se<br />

podía.<br />

—Es que, como Andrés estaba a prueba, no se consi<strong>de</strong>ra un sueldo—me<br />

contestó Castelli, molesto por el triste papel en que lo había<br />

metido la agencia.<br />

—¿Se pue<strong>de</strong> saber por qué? —preguntó Andrés con bronca y <strong>de</strong>saliento<br />

a la vez.<br />

Castelli se encogió <strong>de</strong> hombros, <strong>de</strong>slindando responsabilida<strong>de</strong>s.<br />

—A García Torres le parecía que no podía ser que ganaras tanto<br />

como él.<br />

—¿Y por qué no pidió que le aumentaran su sueldo en lugar <strong>de</strong> rebajarle<br />

a Andrés?—pregunté, pero nadie me supo contestar.


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

81.<br />

La niebla es muy rara en Buenos Aires, al menos esa clase <strong>de</strong> niebla<br />

tan espesa que, cuando me asomé a la ventana apenas si podía<br />

distinguir la vereda <strong>de</strong> enfrente. Esa mañana tan triste, no podía haber<br />

sido una mañana <strong>de</strong> sol.<br />

De ca<strong>mi</strong>no para la escuela ninguna <strong>de</strong> las tres hablaba. Ellas, las<br />

chicas, porque era lunes y la mufa <strong>de</strong> ir a la escuela, y el sueño y las<br />

ganas <strong>de</strong> hacerse la rabona. Yo, porque <strong>de</strong>scubría que había siete <strong>mi</strong>llones<br />

<strong>de</strong> Peugeots blancos por la ciudad, y que casi todos se cruzaban<br />

en <strong>mi</strong> ca<strong>mi</strong>no, menos el <strong>de</strong> Guido.<br />

Yo sabía bien que no me iba a encontrar con él; yo <strong>mi</strong>sma se lo había<br />

dicho. Pero lo esperaba en cada esquina. Como aquel día que me<br />

había dado la sorpresa <strong>de</strong> esperarme cerca <strong>de</strong> la escuela, como esas<br />

otras mañanas <strong>de</strong> lunes que habíamos <strong>de</strong>sayunados juntos frente a la<br />

Plaza Libertad.<br />

Llegamos. Andrea, <strong>mi</strong>mosa, quiso que ese día la acompañara hasta<br />

el aula. Después seguí viaje, <strong>mi</strong>entras me venían, una y otra vez,<br />

las caras <strong>de</strong> Guido. La <strong>de</strong> verme llegar, la <strong>de</strong> encontrarse con<strong>mi</strong>go, la<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirse con pena.<br />

Mientras esperaba que cambiara la luz <strong>de</strong>l semáforo, me encontré<br />

frotando las palmas <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s manos una contra otra, y la otra era la <strong>de</strong><br />

él. Pasé por una esquina y en ese bar habíamos tomado un café un día.<br />

215


216<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Encendí la radio: Do you know where you’re going to? Claro que no sé<br />

dón<strong>de</strong> voy. La última vez que escuché ese tema, estábamos juntos.<br />

Basta, quería pensar en otra cosa. Me concentré en el manejo, pero<br />

no fue suficiente. Subí la radio, cambié el dial, busqué noticias, pero no<br />

las escuché. Venía a mí su voz: hola, que linda sos; te quiero Inés.<br />

Llegué a la agencia. Como era lunes, todavía no había llegado nadie.<br />

Todos se retrasaban los lunes, era humano. Todos menos yo, que<br />

ese día me había más <strong>de</strong>spertado más temprano que el <strong>de</strong>spertador,<br />

me había <strong>de</strong>spertado pensando en Guido y no en que esa no era más<br />

<strong>mi</strong> oficina, ni esos <strong>mi</strong>s compañeros.<br />

Hacía frío, o tal vez era yo la que tenía frío. Pasé al lado <strong>de</strong>l teléfono<br />

y me dije que no. Las rosas, esas que Guido me había regalado, estaban<br />

marchitas por haber estado solas el fin <strong>de</strong> semana, daban pena,<br />

pobres. Habían estado tan solas como yo. Las tiré al canasto y se <strong>de</strong>shicieron<br />

en pétalos antes <strong>de</strong> caer.<br />

Dejé la carta bajo la máquina <strong>de</strong> escribir <strong>de</strong> Andrés, y me fui con<br />

<strong>mi</strong> florero, <strong>mi</strong>s lapiceras y <strong>mi</strong>s fotos al piso <strong>de</strong> Fornari.<br />

Querido Andrés:<br />

En tantas y tantas cartas como te he escrito, te he dicho todo<br />

lo que significa para mí haberte conocido. Ahora quiero <strong>de</strong>cirte<br />

que presentarme al editor, a modo <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida, es <strong>de</strong>jarme<br />

tu protección antes <strong>de</strong> irte tan lejos, <strong>de</strong> e<strong>mi</strong>grar para<br />

buscar, por fin, tu ca<strong>mi</strong>no, periodista <strong>de</strong> <strong>mi</strong> alma metido<br />

a publicitario.<br />

<strong>Te</strong> quiero, Andrés, y te quiero bien. Este momento, no lo siento<br />

como una <strong>de</strong>spedida, sino apenas como una circunstancia.<br />

Aunque no tiene explicación, como no tienen los senti<strong>mi</strong>entos,<br />

sé que volveremos a encontrarnos en un cruce <strong>de</strong><br />

ca<strong>mi</strong>nos y, qué cosa, no me imagino que estaré haciendo yo<br />

para ese entonces. Tampoco creo que <strong>mi</strong> ca<strong>mi</strong>no sea éste, el<br />

<strong>de</strong> la publicidad.<br />

¿<strong>Te</strong> fijaste que volvemos a empezar? Sólo que nuestras cartas<br />

ahora tendrán estampillas. ¿<strong>Te</strong> acordás? ¿Andrés Maldonado,<br />

el <strong>de</strong>l diario? ¿Qué hacés aquí, tan famoso?


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

Me parece, sin exagerar, que lo que hacías aquí, era darme<br />

la oportunidad <strong>de</strong> conocerte.<br />

Inés<br />

217


218<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

82.<br />

El hall <strong>de</strong>l hotel estaba lleno <strong>de</strong> gente. Valijas por todos lados, botones.<br />

Se escuchaba hablar en inglés, en brasileño, en francés y la gente<br />

estaba vestida <strong>de</strong> todas las maneras posibles.<br />

Me sentí en otro país, aunque sin saber bien en cuál. Me tranquilizó<br />

un poco pensar que ahí nadie me reconocería.<br />

El murmullo <strong>de</strong>l hall subía hasta el bar, don<strong>de</strong> había apenas dos señoras<br />

tomando el té, un mozo a la espera y otro <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la barra.<br />

Guido se levantó al verme; el mozo se aproximó.<br />

—¿Querés un café?<br />

—Bueno.<br />

—Un café para la señora y otro para mí.<br />

Guido se quedó <strong>mi</strong>rándome, puso una mano sobre la mía.<br />

—¿Cómo te sentís?<br />

—Rara.<br />

—¿Seguís teniendo ganas <strong>de</strong> que estemos solos y tranquilos?<br />

—Sí; no sé, sí.<br />

Apretó un poco más <strong>mi</strong> mano, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rarme a los ojos. Fue<br />

bueno para mí sentir que él no tenía apuro, que al parecer teníamos<br />

toda una vida por <strong>de</strong>lante. Tomé el café y un sorbo <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>spués.<br />

—Es una habitación hermosa. Tiene la alfombra azul y por la ventana<br />

se ve el obelisco. ¿Querés verla?


<strong>Te</strong> <strong>presto</strong> <strong>mi</strong> <strong>Stradivarius</strong><br />

—Sí.<br />

—Me parece mejor que te espere allá.<br />

—Bueno.<br />

—¿<strong>Te</strong> vas a acordar? Ochocientos veintiséis.<br />

Apretó una vez más <strong>mi</strong> mano, me dio un beso leve y se fue.<br />

Golpée apenas la puerta. Guido abrió enseguida; la cerró tras <strong>de</strong> mí<br />

y me llevó <strong>de</strong> la mano hacia la ventana. Era cierto, se veía el obelisco;<br />

también los autos, pocos, allá abajo. Eran las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Era sábado.<br />

La tela <strong>de</strong> las cortinas se movía apenas con el viento.<br />

Me tomó también la otra mano y me giró hacia él. Se quedó un<br />

momento <strong>mi</strong>rándome y luego, bromeando, me dijo:<br />

—De pronto estoy tan cansado…recostémonos un poco.<br />

Me saqué los zapatos y Guido también. Nos recostamos uno al<br />

lado <strong>de</strong>l otro. Pasó su brazo <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> hombro y recorrió con su<br />

<strong>de</strong>do <strong>mi</strong> perfil, una y otra vez, con mucha suavidad.<br />

De tanto en tanto, él se apartaba un poco para <strong>mi</strong>rarme y yo me<br />

sentía frágil, <strong>mi</strong>mada, querida, protegida, y cada vez más <strong>de</strong>seada bajo<br />

su <strong>mi</strong>rada.<br />

Empezó a nacer una inti<strong>mi</strong>dad nueva entre su cuerpo y el mío, que<br />

no se conocían <strong>de</strong>masiado todavía. Su forma se acomodaba a la mía,<br />

o yo a la <strong>de</strong> él, no sé bien.<br />

Me tomó la barbilla con su mano, la acercó a su boca y me besó.<br />

Fue un beso suave, al que le siguió otro, otro y otro más, hasta que<br />

yo quise uno más fuerte, más. Enseguida se dio cuenta <strong>de</strong> que su respuesta<br />

había ido más allá, que había sido <strong>de</strong>masiado para mí y volvió<br />

a los besos suaves y sabios.<br />

En un avanzar y retroce<strong>de</strong>r en <strong>mi</strong> ti<strong>mi</strong><strong>de</strong>z, en <strong>mi</strong> <strong>mi</strong>edo, en <strong>mi</strong><br />

asombro, en la ropa que iba cayendo <strong>de</strong> a poco, me hizo sentir que<br />

iba a estar acompañándome, que marcharía a <strong>mi</strong> lado, sin forzarme,<br />

sin que yo tuviera que sentirme mal ni arrepentirme y así fuimos recorriendo<br />

un ca<strong>mi</strong>no que hicimos entre los dos.<br />

Guido abandonó la cautela cuando yo sentí una urgencia que no<br />

podía esperar, me hizo esperar sin embargo para que creciera aún más,<br />

hasta que los dos coincidimos en un mundo al que nunca había podido<br />

llegar.<br />

219


220<br />

<strong>Gloria</strong> <strong>Gitaroff</strong><br />

Nos <strong>de</strong>jamos estar, <strong>de</strong> nuevo uno al lado <strong>de</strong>l otro, y pasamos <strong>de</strong>l<br />

silencio a la solemnidad, <strong>de</strong>spués al <strong>de</strong>slumbra<strong>mi</strong>ento, a la incredulidad<br />

<strong>de</strong> lo que nos estaba pasando, a la alegría <strong>de</strong> estar juntos, <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir<br />

al otro y <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrirse. <strong>Te</strong>níamos ganas <strong>de</strong> jugar, <strong>de</strong> divertirnos,<br />

<strong>de</strong> hablar. Nos contábamos cosas que aparecían así, sin avisar.<br />

Pasó la tar<strong>de</strong>, afuera los autos empezaron a ser muchos, muchísimos,<br />

se encendieron los letreros lu<strong>mi</strong>nosos, las calles se llenaron <strong>de</strong><br />

gente.<br />

Tuvimos ganas <strong>de</strong> cantar y cantamos, <strong>de</strong>spués tuvimos hambre y<br />

co<strong>mi</strong>mos, tuvimos ganas <strong>de</strong> salir al balcón y <strong>de</strong> hacernos bromas; nos<br />

reímos como chicos, o como gran<strong>de</strong>s cuando <strong>de</strong> veras se ríen, tuvimos<br />

ganas <strong>de</strong> volver a abrazarnos y <strong>de</strong>jarnos estar.<br />

De pronto, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> acariciarme, Guido me dijo:<br />

—¿Sabés una cosa, Inés? tengo <strong>mi</strong>edo… Hoy significás tanto para<br />

mí y mañana… mañana no sé qué va a pasar.<br />

—No te preocupes, Guido. Yo tampoco lo sé.<br />

Llegó la madrugada. Los autos fueron cada vez menos. De tanto en<br />

tanto, llegaban <strong>de</strong> la calle los bocinazos alborotados <strong>de</strong> alguna <strong>de</strong>spedida<br />

<strong>de</strong> soltero. Después, los autos se fueron haciendo más espaciados,<br />

hasta casi <strong>de</strong>saparecer.<br />

No teníamos sueño. Pasábamos <strong>de</strong>l silencio a la risa, <strong>de</strong> las <strong>mi</strong>radas<br />

a las caricias y <strong>de</strong> nuevo al fervor hasta que al fin, yo me quedé<br />

dor<strong>mi</strong>da.<br />

Cuando me <strong>de</strong>sperté, Guido me estaba <strong>mi</strong>rando.<br />

—¿Me estuviste <strong>mi</strong>rando todo el tiempo?<br />

—Sí.<br />

Empezó a salir el sol. Se apagaron, uno a uno, los letreros lu<strong>mi</strong>nosos,<br />

y nosotros seguíamos abrazados.<br />

* * *

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!