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Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín

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79<br />

—Sosiégate, Gad: otros han hecho también milagros. Simón <strong>de</strong> Samaria hizo milagros. Los<br />

hicieron Apolonio y aun Gabieno... ¿Y qué son los prodigios <strong>de</strong> tu galileo comparados con<br />

los <strong>de</strong> las hijas <strong>de</strong>l gran sacerdote <strong>de</strong> Anio y con los <strong>de</strong>l sabio rabí Chekiná?<br />

Y Osanías escarnecía al sencillo Gad.<br />

—En verdad, ¿qué es lo que vosotros, los esenios, aprendéis en ese oasis <strong>de</strong> Engadí?<br />

¡Milagros! ¡Milagros hasta los paganos los hacen! Ve a Alejandría, al puerto <strong>de</strong> Eunotos, y<br />

verás allí magos haciendo milagros por un dracma, que es el precio <strong>de</strong> un día <strong>de</strong> trabajo.<br />

Gad sonreía con altivez y dulzura. Su indignación expiraba bajo la inmensidad <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>sdén.<br />

—Vosotros habláis y habláis, como moscardones que zumban. Vosotros habláis y vosotros<br />

no lo habéis oído. En Galilea, que es tan fértil y tan ver<strong>de</strong>, cuando él hablaba era como si<br />

una fuente <strong>de</strong> leche corriese en tierra <strong>de</strong> hambre y <strong>de</strong> sequía: hasta la luz parecía un bien<br />

mayor. <strong>La</strong>s aguas, en el lago <strong>de</strong> Tiberia<strong>de</strong>s, se amansaban para escucharle; y a los ojos <strong>de</strong><br />

los niños que le ro<strong>de</strong>aban subía la gravedad <strong>de</strong> una fe ya madura... Él hablaba: y como<br />

palomas que tien<strong>de</strong>n las alas y vuelan <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> un santuario, nosotros veíamos<br />

<strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> sus labios y volar sobre las naciones <strong>de</strong>l mundo toda suerte <strong>de</strong> cosas nobles<br />

y santas: la caridad, la fraternidad, la justicia, la misericordia, y las formas nuevas, bellas,<br />

divinamente bellas, <strong>de</strong>l amor.<br />

<strong>La</strong> faz <strong>de</strong>l esenio resplan<strong>de</strong>cía, elevada hasta el cielo como siguiendo el vuelo <strong>de</strong> aquellas<br />

divinas nuevas. Gamaliel, doctor <strong>de</strong> la ley, le rebatió con dura autoridad:<br />

—¿Qué hay <strong>de</strong> original y <strong>de</strong> individual en todas esas i<strong>de</strong>as? ¿Imaginas que el rabí las sacó<br />

<strong>de</strong> la abundancia <strong>de</strong> su corazón? ¡Llena <strong>de</strong> ellas está nuestra doctrina!... ¿Quieres oír hablar<br />

<strong>de</strong> amor, <strong>de</strong> caridad, <strong>de</strong> igualdad? Lee el libro <strong>de</strong> Jesús, hijo <strong>de</strong> Sidrá... Todo eso lo predicó<br />

Hilel, todo eso lo dijo Schemaia. Cosas tan justas se encuentran hasta en los libros paganos,<br />

que al lado <strong>de</strong> los nuestros son como el lodo al lado <strong>de</strong>l agua pura <strong>de</strong> Siloé... Vosotros<br />

mismos, los esenios, tenéis preceptores mejores. Antes que ese rabí enseñó las mismas<br />

cosas tu amigo Juan, a quien llamáis el Bautista, y que acabó tan miserablemente en un<br />

calabozo <strong>de</strong> Maqueronte.<br />

—¡Juan! —exclamó Gad, estremecido, y como rudamente <strong>de</strong>spertado <strong>de</strong> la suavidad <strong>de</strong> un<br />

sueño.<br />

Sus ojos brillantes se hume<strong>de</strong>cieron. Tres veces, inclinado sobre el suelo, con los brazos<br />

abiertos, repitió el nombre <strong>de</strong> Juan, como llamando a alguien <strong>de</strong> entre los muertos.<br />

Después, con dos lágrimas resbalando por la barba, murmuró muy bajo, en una confi<strong>de</strong>ncia<br />

que lo henchía <strong>de</strong> terror:

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