Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín
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54<br />
fregotear <strong>de</strong> la mano llena <strong>de</strong> espuma <strong>de</strong> jabón; el suspiro, laso y consolador, <strong>de</strong>l cuerpo<br />
que se estiraba bajo la caricia suave <strong>de</strong>l agua fresca mezclada con gotas <strong>de</strong> perfume... Yo<br />
buscaba, <strong>de</strong>sesperadamente, un agujero, una rendija <strong>de</strong>l tabique... Otra vez cantó el agua<br />
corriendo <strong>de</strong> la esponja. Yo, temblando todo, creía ver las gotas lentas corriendo entre el<br />
cauce <strong>de</strong> aquellos dos senos duros y blancos que hacían estallar el vestido <strong>de</strong> sarga.<br />
No pu<strong>de</strong> resistir más. Descalzo, en calzoncillos, salí al corredor silencioso; y clavé en la<br />
cerradura <strong>de</strong> su puerta un ojo tan ardiente que casi recelaba herirla con la <strong>de</strong>vorante llama<br />
<strong>de</strong> su rayo sanguíneo... Descubrí en un círculo <strong>de</strong> claridad una toalla caída en la estera, un<br />
ropón bermejo y un extremo <strong>de</strong>l albo cortinaje <strong>de</strong> un lecho. Yo esperaba que ella<br />
atravesase, <strong>de</strong>snuda y espléndida, aquel disco escaso <strong>de</strong> luz, cuando sentí, <strong>de</strong> repente,<br />
abrirse una puerta casi <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí. Era el barbazas en mangas <strong>de</strong> camisa y con el<br />
can<strong>de</strong>lero en la mano. Yo, misérrimo Raposo, no pu<strong>de</strong> escapar. El Hércules, callado, con<br />
método, puso el can<strong>de</strong>lero en el suelo y alzando su ruda bota <strong>de</strong> dos suelas, me dio<br />
repetidas patadas en las nalgas. Yo rugí:<br />
—¡Bruto!<br />
Él murmuró:<br />
—¡Silencio!<br />
Y otra vez su bota bestial y <strong>de</strong> bronce me golpeó tremendamente ca<strong>de</strong>ras, nalgas, canillas,<br />
toda mi carne bien cuidada y preciosa. Después, tranquilamente, volvió a coger su<br />
can<strong>de</strong>lero. Entonces yo, lívido, en calzoncillos, le dije con inmensa dignidad:<br />
—Lo que a usted le vale es que estamos aquí, al pie <strong>de</strong>l sepulcro <strong>de</strong>l Señor y no quiero dar<br />
escándalos por causa <strong>de</strong> mi tía... ¡Pero si estuviésemos en Lisboa, fuera <strong>de</strong> puertas, en un<br />
sitio que yo sé, le comía los hígados! Ni usted sabe <strong>de</strong> lo que se libró. ¡Cuidado con el<br />
hombre! ¡Le comía los hígados!<br />
Y muy digno, cojeando, entré a mi cuarto a hacerme pacientes fricciones <strong>de</strong> árnica. Así<br />
pasé mi primera noche en Sión.<br />
Al otro día, temprano, el profundo Topsius fue en peregrinación al Monte <strong>de</strong> los Olivos y a<br />
la fuente clara <strong>de</strong> Siloé. Yo, dolorido, no pudiendo montar a caballo, quedé en el sofá, con<br />
El hombre <strong>de</strong> los tres calzones. Para evitar al afrentoso barbazas, no bajé al comedor,<br />
pretextando tristeza y cansancio. Sin embargo, al ponerse el sol en el mar <strong>de</strong> Tiro, ya me<br />
hallaba restablecido y vivaz. Potte había dispuesto para aquella noche una fiesta sensual en<br />
casa <strong>de</strong> Fatmé, una matrona que tenía en el barrio <strong>de</strong> los armenios un dulce palomar...<br />
Nosotros íbamos allí para contemplar a la gloriosa bailadora <strong>de</strong> Sión, la Rosa <strong>de</strong> Jericó, y