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Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín

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33<br />

—El doctor —murmuró el padre Pinheiro —correría <strong>de</strong>recho a Roma...<br />

—¡No, padre Pinheiro; no, mi estimada señora!<br />

—¿No?<br />

Ni el padre Pinheiro, ni mi tía alcanzaban que hubiese nada superior a la Roma pontificial.<br />

El doctor Margari<strong>de</strong>, entonces, alzó solemnemente las cejas negras como el ébano.<br />

—Iría a la tierra santa, doña Patrocinio. Visitaría Jerusalén y el Jordán. Subiría al<br />

Gólgota, y, como Chateaubriand, en pie, y con la cabeza <strong>de</strong>scubierta, repetiría: ¡Salve!<br />

¡Salve!<br />

—Hermoso viaje —murmuró el padre Casimiro, pensativo.<br />

—Sin contar —añadió el padre Pinheiro— que nuestro señor Jesucristo ve con aprecio, y<br />

agra<strong>de</strong>ce mucho, esas visitas al santo sepulcro.<br />

—El que hace ese viaje —dijo Justino—, obtiene el perdón <strong>de</strong> sus pecados e indulgencias<br />

plenarias... Y hasta he oído <strong>de</strong>cir que no sólo para sí, sino también para una persona <strong>de</strong><br />

familia, probadamente impedida <strong>de</strong> hacer el viaje...<br />

—Por ejemplo —exclamó el doctor Margari<strong>de</strong>, inspirado, y dándome una fuerte palmada<br />

en la espalda —, ¡para una tía adorada, para una tía que ha sido un ángel, toda virtud, toda<br />

generosidad!...<br />

<strong>La</strong> tía no <strong>de</strong>cía nada. Sus anteojos oscuros giraban <strong>de</strong> los sacerdotes al magistrado; parecían<br />

extrañamente dilatados y brillantes, con la claridad interior <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a: un poco <strong>de</strong> sangre<br />

coloreaba su faz verdinegra. Vicenta sirvió el arroz con leche. Después <strong>de</strong> saborearlo,<br />

rezamos las gracias.<br />

Por la mañana, enjaezada ya la yegua, y calzadas las espuelas, entré a <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> mi tía<br />

y a saber si mandaba algún piadoso recado para san Roque, pues era aquél su milagroso día.<br />

Sentada a un extremo <strong>de</strong>l sofá hallé a mi tía, examinando su gran cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> cuentas,<br />

abierto sobre sus rodillas; ante ella, con las manos cruzadas a la espalda, estaba el padre<br />

Casimiro, sonriendo pensativo ante las flores <strong>de</strong> la alfombra.<br />

—¡Venga acá, venga acá! —me dijo el buen sacerdote, apenas asomé en la puerta—.<br />

Sepa la novedad...<br />

Sonreí inquieto. <strong>La</strong> tía cerró su cua<strong>de</strong>rno.

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