Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín
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Después <strong>de</strong> lanzarle como una pedrada esta severa <strong>de</strong>spedida, <strong>de</strong>scendí la calle, muy digno<br />
y muy erguido. Pero al llegar a la esquina rompí en sollozos.<br />
Pesada, muy pesada fue, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, para mi corazón la lenta melancolía <strong>de</strong> aquellos<br />
días veraniegos... Habiéndole dicho a la tía que estaba escribiendo dos artículos <strong>de</strong>stinados<br />
al Almanaque <strong>de</strong> la Inmaculada Concepción para 1878, me pasaba la mayor parte <strong>de</strong>l<br />
tiempo encerrado en mi cuarto. Allí, arrastrando las chinelas por el piso recién regado,<br />
removía, entre suspiros, recuerdos <strong>de</strong> A<strong>de</strong>lina.<br />
Una noche me <strong>de</strong>cidí a volver por su casa. Llegué con el corazón palpitante a la puerta que<br />
tanto conocía y llamé con una aldabada humil<strong>de</strong>. El joven A<strong>de</strong>lino asomóse a la ventana en<br />
mangas <strong>de</strong> camisa.<br />
—Soy yo, señor A<strong>de</strong>lino —murmuré abyectamente, sacándome el sombrero—. Quería<br />
hablar con A<strong>de</strong>lina.<br />
Él se volvió hacia <strong>de</strong>ntro, murmurando mi nombre. Creo que dijo el "carretón". Allá, <strong>de</strong>l<br />
fondo, entre los cortinajes don<strong>de</strong> la presentía <strong>de</strong>saliñada y hermosa, mi A<strong>de</strong>lina gritó con<br />
furor:<br />
—Desocúpale sobre la cabeza el cubo <strong>de</strong>l agua sucia. Escapé.<br />
El domingo, día en que comían en el Campo <strong>de</strong> Santa Ana los amigos predilectos <strong>de</strong> mi tía,<br />
aconteció hablar, al cocido, <strong>de</strong> un sabio, condiscípulo <strong>de</strong>l padre Casimiro, que<br />
recientemente había <strong>de</strong>jado la quietud <strong>de</strong> su celda en Varatojo para ir a ocupar entre<br />
músicas y cohetes la trabajosa se<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>La</strong>mego. Nuestro mo<strong>de</strong>sto Casimiro no comprendía<br />
aquel <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> una mitra: para él el fin <strong>de</strong> una vida eclesiástica era estar a los sesenta años<br />
sano y sereno, sin apenas ni remordimientos, saboreando el arroz al horno <strong>de</strong> la señora doña<br />
Patrocinio <strong>de</strong> las Nieves...<br />
—Porque, déjeme usted que se lo diga, señora doña Patrocinio: el arroz está que se chupa<br />
uno los <strong>de</strong>dos...<br />
De esta suerte vino a discurrirse acerca <strong>de</strong> las ambiciones que, sin agravio <strong>de</strong> Dios, cada<br />
uno podía nutrir en su corazón. <strong>La</strong> <strong>de</strong> Justino era una quinta a orillas <strong>de</strong>l Minho, con rosales<br />
y parras don<strong>de</strong> pudiese pasar la vejez, tranquilo y en mangas <strong>de</strong> camisa.<br />
—Mire, Justino —dijo la tía—, yo echaría <strong>de</strong> menos una cosa: su misa en la Concepción<br />
Vieja... Cuando la gente se acostumbra a una misa, no hay otra que consuele.<br />
El padre Pinheiro reveló también su ambición. Era elevada y santa. Quería ver al papa<br />
restaurado en el trono fuerte y fecundo en que había resplan<strong>de</strong>cido León X.